DIEZ AÑOS DE FELAFACS El próximo 24 de octubre FELAFACS cumple diez años de existencia. Este aniversario tan especial encuentra a nuestra Federación en un sostenido proceso de desarrollo que ha hecho posible la integración de 210 Facultades y Escuelas de Comunicación en toda América Latina. En estos diez años FELAFACS ha auspiciad la creación de más de diez Asociaciones Nacionales, ha organizado más de 300 seminarios en veinte países, ha impulsado valiosas investigaciones que dan cuenta no sólo de los procesos de enseñanza sino también del estudio de medios en América Latina, ha donado más de cuarenta bibliotecas y emprendido un agresivo plan de publicación de libros que circulan ya en nuestras Escuelas. Igualmente se ha iniciado contod éxito un programa de visitas de profesores latinoamericanos y un programa de becas de maestría para docentes de nuestros países. En el área de publicacines destaca nuestra revista Dialogos de la comunicación y los Cuadernos de Diálogos que en su conjunto, han permitido mostrar los aportes de más de 120 investigadores de la comunicación y las obras creativas de casi un millar de profesores y estudiantes reflejadas en los fascículos de fin de año. El éxito de Diálogos ha sido tan sostenido que ha provocado un proceso de reimpresión asumido como iniciativa por nuestros colegas de México y se estudia ya la reimpresión en otros países y en idioma portugués. Los esfuerzos de FELAFACS no sólo han estado orientados a transformar y fortalecer los procesos de enseñanza de la comunicación que se dan en nuestros países. FELAFACS ha promovido también un encuentro en acciones comunes con otras instituciones preocupadas por corregir el rumbo de la comunicación, por colocarla a tono con las exigencias actuales, y en sintonía con las necesidades de comunicación presentes en cada uno de nuestros países. Todas ellas han sido razones de peso para que nuestra Federación mereciera el reconocimiento de UNESCO, constituyéndose en un interlocutor obligado en diversos foros mundiales. Nos place haber sostenido puentes de cooperación con instituciones tan diversas como AIERI, IPAL, CIESPAL, ALAIC, FLACSO, ULCRA, ALASEI, WACC, y otras. En esa línea, nos satisface poder afirmar que la década de los ochenta no ha sido, en nuestro caso, la década de los años perdidos. Todo lo contrario, los años ochenta han significado para las Facultades de Comunicación de América Latina toda una etapa de activa cooperación horizontal que muestra ya sus primeros frutos. En este camino FELAFACS ha tenido un apoyo sustancial que resulta justo reconocer y sin el cual buena parte de los esfuerzos señalados no hubieran podido cumplirse. Se trata de la Fundación Konrad Adenauer, que creyó desde un principio en la legitimidad de la propuesta de FELAFACS y alentó, con un alto sentido de solidaridad, muchos de los sueños que se cobijaron en nuestra Federación, en cada una de nuestras Asociaciones y en cada una de nuestras Facultades y Escuelas. El apoyo de la Fundación Konrad Adenauer ha sido fundamental para hacer de ese terco sueño una realidad que ahora todos compartimos. Tal vez uno de los más grandes logros de FELAFACS haya sido su capacidad de abarcar en una sola propuesta al conjunto más diverso de Facultades de comunicación de toda América Latina, sin excepción de países o tipo de instituciones, lo que nos ha permitido dar fe de la diversidad como eje de la integración, del diálogo, de la cooperación.
Este aniversario encuentra a nuestra Federación -no podría ser de otro modo- comprometida ya con nuevos retos, preparándose para su VII Encuentro Latinoamericano, modificando sus estatutos, definiendo nuevas líneas de trabajo, abordando académicamente temas tan importantes como el de la reconceptualización de la enseñanza, las demandas del mercado profesional, la cuestión de la identidad y la propia integración latinoamericana. Por ello hemos querido celebrar nuestros primeros diez años con dos actividades que esperamos sean útiles para nuestros asociados: primero, con este número de la revista que ahora colocamos en manos de nuestros lectores y que dedicamos al tema de la enseñanza de la comunicación, sus dificultades, sus experiencias y sobre todo, sus nuevos desafíos; y también con un Seminario sobre Ciencias Sociales y Comunicación (Bogotá) cuyas ponencias y resultados serán difundidos en el próximo número de esta misma revista. Sólo nos queda alentar a nuestros miembros en la perseverancia de este esfuerzo común. A fin de cuentas, la Federación sólo tendrá sentido como producto del esfuerzo solidario. Nos queda aún mucho por recorrer. Walter Neira Bronttis Director
LA COMUNICACIÓN COLECTIVA Y LOS HISPANOS EN ESTADOS UNIDOS. REFLEXIONES DE UN COMUNICÓLOGO PUERTORRIQUEÑO Federico Subervo-Vélez Según las cifras oficiales del censo de 1990, más de 22 millones de personas de origen hispano/latino residen en los Estados Unidos constituyendo cerca del nueve por ciento de los 248 millones de habitantes de ese país (1). Aproximadamente 64% de estos hispanos tienen raíces culturales y nacionales en México, 10% son puertorriqueños o descendientes de boricuas, 5% son cubanos y 14% provienen de centro y sur América; el restante 7% son ibéricos y de otros orígenes hispanos. Entre los años 1980 y 1990 la población latina en Estados Unidos aumentó 53%. Según las proyecciones oficiales, de continuar este ritmo de crecimiento, para el año 2020 esa población hispana será mayor que la población negra o afroamericana. Ya en 1990 el ingreso promedio de las familias hispanas sobrepasó de 30 mil dólares anuales y la capacidad adquisitiva de esta población en conjunto alcanzó la extraordinaria cifra de 171 billones de dólares. Estas breves estadísticas son testimonio de unos fenómenos demográficos con importantes repercusiones sociales, económicas, políticas y culturales que requieren mayor estudio y entendimiento en nuestros países latinoamericanos. Indiscutiblemente, también tienen relevancia particular para quienes estudiamos y practicamos la comunicación colectiva. Lamentablemente, son muy pocos los centros de estudios de comunicación colectiva que en Estados Unidos o América Latina han dedicado esfuerzos para estudiar sistemáticamente los procesos de comunicación social de los diversos grupos hispano/latinos en Estados Unidos. También son prácticamente inexistentes los análisis de las interdependencias y correlaciones que existen entre las industrias, mercados y audiencias de los medios hispanos en Estados Unidos y sus contrapartes en los países de habla española o portuguesa. El propósito de este artículo es familiarizar al lector con el tema de la comunicación colectiva en lo que se refiere a los latinos en Estados Unidos y fomentar puentes curriculares e investigativos sobre esta temática. En este ensayo comparto algunas reflexiones sobre mi experiencia como comunicólogo puertorriqueño que hace dieciséis años desempeña sus labores educativas y de investigación en comunicación colectiva en Estados Unidos. Las olas migratorias y las dinámicas de los grupos hispanos en Estados Unidos son parecidas en muchos aspectos a aquellas de origen europeo que desde hace más de dos siglos se han ido estableciendo en este país. No obstante, una de las características que distingue a los latinos es el acceso que éstos tienen a una gran cantidad y variedad de medios de comunicación especialmente orientados a ellos. Dichos medios, en su mayoría en español pero otros cuantos en inglés y hasta bilingües, ayudan a dar forma y mantener identidades sociales, culturales, políticas y económicas de los diversos grupos latinos en Estados Unidos. La historia y estructura de dichos medios es muy extensa y compleja para poder hacerle justicia en estas páginas. Al lector interesado en estos temas le sugiero que vea las obras aludidas en la nota (2). Además, a mediados del año próximo estarán disponibles capítulos dedicados a los medios de comunicación hispanos los cuales serán publicados en dos obras enciclopédicas sobre los latinos y la cultura hispánica en los Estados Unidos (3). Por lo tanto, esta sección presenta a modo de resumen sólo algunos aspectos sobresalientes sobre esos medios. LA TELEVISIÓN En Estados Unidos ya existen tres cadenas de televisión cuya programación es totalmente en español. Además, dos empresas de servicios de televisión por cable exclusivamente en español están tratando de hacer su entrada en el mercado de Estados Unidos. A través de las emisoras que son propiedad de las cadenas, otras cuantas afiliadas y las redes retransmisoras, la televisión en español alcanza más de 95% de la población hispano parlante de Estados Unidos. Dadas estas cifras, y los ingresos per cápita y capacidad de consumo mencionados al principio de este ensayo, no es para sorprenderse que en 1990 los gastos publicitarios en la televisión en español sobrepasaran los 142 millones de dólares. Sin embargo, la recesión que sufre Estados Unidos ha creado condiciones y proyecciones económicas difíciles e inciertas para la televisión en español la cual, aunque todavía tiene un gran mercado y oportunidades de crecimiento, ha sufrido grandes pérdidas. La más antigua de las cadenas de televisión en español es Univisión, que comenzó en 1961. Anteriormente era conocida como Spanish International Network (SIN) cuando el capital que la financiaba provenía de la familia Azcárraga, la cual es dueña del conglomerado Televisa de México. En 1986 Univisión pasó a manos de Hallmark Cards (4). Esta empresa es dueña de 9 estaciones de alta potencia en las ciudades de Fresno, Los Angeles y San Francisco, California; San Antonio y Garland, Tejas; Albuquerque, Nuevo México; Phoenix, Arizona; Miami, Florida y Nueva York. A la cadena Univisión están afiliadas además 9 otras emisoras de alta potencia, 16 de baja potencia, y más de 500 retransmisoras por cable. En marzo de 1990 Univisión inauguró en Miami su nueva sede corporativa que cuenta con departamentos de entretenimiento, noticieros nacionales y eventos especiales entre otros. La segunda cadena de televisión en español es Telemundo, que fue organizada en 1987 por la empresa Reliance Capital LP de Nueva York. Esta cadena, cuyo financiamiento principal proviene del Sr. Raúl Steinberg, es dueña de 7 estaciones en las ciudades de Los Angeles y San José, California; San Antonio y Houston, Tejas; Miami, Florida; San Juan, Puerto Rico y Nueva York. A la cadena Telemundo están afiliadas además unas 30 emisoras en igual número de ciudades y más de 300 retransmisoras por cable. Hasta hace apenas cuatro años, cerca de 90% de la programación de estas empresas provenía principalmente de México. Hoy día la producción originada en Estados Unidos ha ido aumentando a tal grado que ésta constituye 44% de lo que se transmite por Univisión y 52% de la programación de Telemundo. No obstante, las telenovelas de Brasil, México, Venezuela y Puerto Rico siguen siendo parte de la programación preferida de la teleaudiencia hispana. En cuanto a noticieros, las emisoras más potentes de cada cadena tienen sus propios programas locales. Pero para distribución nacional, Univisión produce y transmite desde Miami sus propios reportajes muchos de estos provenientes de sus corresponsales radicados en varias partes del globo, particularmente en América Latina. El noticiero nacional de Telemundo se produce y transmite desde Atlanta, Georgia, a través de una subdivisión especial vinculada al Cable News Network (CNN). Desde 1990 Emilio Azcárraga, antiguo dueño de SIN/Univisión, comenzó a competir directamente con Univisión y Telemundo al lanzar su nueva adquisición -Galavisión- como la tercera red de televisión en español en Estados Unidos. Esta empresa, subsidiaria de Univisa de México, comenzó penetrando el mercado de Estados Unidos en 1979; primero a través de servicios por cable (de los cuales actualmente tiene 300 afiliados) y más recientemente por medio de emisoras de UHF de las cuales hoy cuenta con 10 afiliados en Bakersfield, Los Angeles, Palm Springs, San José y Santa Bárbara, California; Corpus Christi, Houston y San Antonio Tejas; Arizona. Galavisión transmite 24 horas al día directamente vía satélite 100% desde ciudad México; utiliza los servicios de noticias y entretenimiento de ECO. Muchos empresarios de la televisión y la radio en español en Estados Unidos consideran que la competencia de Galavisión va en detrimento y es contraproducente al desarrollo de los medios electrónicos de los propios hispanos en este país. Se plantea que las posibilidades de las audiencias y anuncios en este mercado son muy limitadas para soportar tres cadenas especialmente cuando una de éstas está subsidiada al extremo que lo está Galavisión. También se plantea que la estructura corporativa de dicha empresa intenta esquivar las restricciones de que extranjeros sean dueños de redes de televisión en Estados Unidos.
Aún así, otras dos empresas de televisión en español están tratando de establecer raíces en este mercado a través de los sistemas de cable. Por un lado está Cable Televisión Nacional, la cual está siendo desarrollada con el co-financiamiento corporativo de Black Entertainment Television, una empresa de televisión por cable dirigida principalmente a la población negra de Estados Unidos. Por otro lado está Viva Televisión Network, Inc. la cual cuenta con la colaboración empresarial de Times Square Studios de Nueva York y de IME-Visión de ciudad de México. Aunque los ejecutivos de cada una de estas empresas están optimistas de sus posibilidades económicas en las audiencias y el mercado latino en Estados Unidos, sólo el futuro dirá cuán acertadas son esas proyecciones. Lo que se puede proyectar con un poco más de certeza es que las exigencias operacionales de esas empresas brindarán algunas oportunidades de empleo muy especial para quienes estén preparados a proveer creatividad programativa y de mercadotecnia que hace falta para ganarse las audiencias hispanas de Estados Unidos y para abrir nuevas brechas en otros mercados del mundo hispanoamericano. LA RADIO Y SUS SERVICIOS INFORMATIVOS La radio en español en Estados Unidos tuvo sus comienzos en la década de 1920 cuando las emisoras en inglés vendían sus horarios menos deseables a personas de origen latino quienes los utilizaban para transmitir un poco de música, comentarios y anuncios de interés a sus comunidades. Poco a poco la programación en español fue aumentando y varios empresarios de origen mejicano y otros países fueron adquiriendo mayor participación y control de emisoras con esta clase de programación. A fines de 1990 en Estados Unidos ya habían unas 233 emisoras de radio (177 AM y 56 FM) transmitiendo a tiempo completo en español. A estas se suman más de 300 las cuales transmiten en este idioma a tiempo parcial. Dada la distribución tan extensa de este medio, prácticamente toda la población hispana de Estados Unidos puede sintonizar por lo menos una emisora de radio con programación en español. En las grandes metrópolis con las mayores concentraciones de hispanos, por ejemplo Los Angeles, Nueva York, Miami y Chicago, hay múltiples emisoras y una mayor variedad de géneros musicales para atraer a las diversas poblaciones hispanas ya sea por sus orígenes nacionales u otras características demográficas como edad, sexo, ingresos y educación. De las emisoras que transmiten en español a tiempo completo, sólo 77 son propiedad de hispanoamericanos; las demás son propiedad de individuos o corporaciones anglosajonas. Dadas las oportunidades de grandes audiencias y lucro en estos medios, la radio en español de Estados Unidos ha continuado creciendo cada año al igual que han ido aumentando los gastos por anuncios comerciales. En 1990 la radio a nivel nacional y local generó facturas que sobrepasaron los 211 millones de dólares, de los cuales 96 millones provinieron de apenas 10 emisoras (ver Mendosa 1990 y Wells 1990). De estas diez, solamente cuatro son de propiedad mayoritaria hispana. Aunque la música (y los anuncios comerciales) es lo que más se escucha en la radio, muchas emisoras también ofrecen programas de noticias. Algunos de estos son producidos por los departamentos de noticias de las propias emisoras, otros provienen de empresas de servicios noticiosos como por ejemplo SIS, Radio Noticias de UPI, Cadena Radio Centro y Noticiero Latino. Spanish Information Service (SIS) desde su sede en Dallas, Tejas, distribuye a 46 emisoras su noticiero en español de cinco minutos de duración de las 6 a.m. a 9 p.m. de lunes a viernes y de 8 a.m. a 3 p.m. los fines de semana. De lunes a viernes también transmiten al mediodía una «revista de radio» de quince minutos que incluye segmentos de noticias, temas de belleza, cocina, medicina y deportes. SIS, que comenzó a funcionar en 1976, es una división de la empresa estadounidense Command Communications Inc., que provee de servicios informativos y noticias deportivas en Tejas y a nivel nacional. Radio Noticias comenzó en 1983 como una división en español de United Press International (UPI), una de las empresas informativas más grandes del mundo. Desde su sede en Washington D.C. Radio Noticias distribuye a 42 emisoras afiliadas sus noticieros de siete minutos de duración cada hora desde las 6 a.m. hasta las 9 p.m. de lunes a viernes; no ofrece este servicio los fines de semana. También con sede en Dallas está la Cadena Radio Centro la cual desde 1985 ofrece veinticuatro horas al día sus servicios informativos a 57 emisoras de radio en español. Esta empresa es una subsidiaria de la Organización Radio Centro de México la que es dueña de 9 emisoras de radio en ese país y adonde también tiene más de 100 emisoras afiliadas a su red informativa. Cadena Radio Centro opera los siete días de la semana con dos líneas informativas. Una que sale al aire con sus reportajes de cinco minutos al toque de la hora; tres de las transmisiones diarias provienen del Distrito Federal Mexicano. La otra línea, con promociones, información variada y de eventos especiales, llega a las emisoras afiliadas las cuales retransmiten lo recibido según sus intereses locales o regionales. Algunos de los segmentos provienen de las afiliadas mismas. Noticiero Latino, producido por Radio Bilingüe Network de Fresno, California, se destaca por ser el único servicio noticioso en español producido por una empresa de radio no comercial en EEUU cuyos propietarios y coordinadores son latinos residentes en este país. También se distingue por estar dedicado exclusivamente a informar y ayudar a interpretar acontecimientos y temas en Estados Unidos, América Latina y el Caribe que estén relacionados con los hispanos en EEUU; por ejemplo inmigración, derechos civiles, salud, educación, cultura y los logros de los latinos. Utilizando información recopilada por sus reporteros locales y a través de su red de corresponsales en EEUU, México y Puerto Rico, Noticiero Latino ofrece de lunes a viernes un programa diario de 8 a 10 minutos de duración el cual se transmite por vía telefónica y dos veces por semana por satélite. Noticiero Latino comenzó en 1985 y actualmente sus servicios informativos son utilizados por más de 40 emisoras en EEUU, una en Puerto Rico y otras 70 en México. Los vínculos con México se facilitan a través de Radiodifusoras Asociadas S.A. (RASA), la red de Comunicación 2000, la cadena OIR y el sistema nacional de noticieros del Instituto Mexicano de la Radio. En total, más de 200 emisoras de radio en español en Estados Unidos están afiliadas a estos cuatro servicios informativos los cuales transmiten reportajes al vivo desde toda América Latina. Por estos medios, los hispanoparlantes en Estados Unidos tienen mayores oportunidades de mantenerse aún más vinculados con sus países de origen y estar al tanto de los acontecimientos más importantes de este país y otras partes del mundo. LA PRENSA DIARIA Y ALGUNAS REVISTAS NACIONALES La prensa en español en Estados Unidos comenzó en 1808 con el periódico El Misisipi de Nueva Orleans. Pero desde mucho antes de éste ya habían circulado periódicos y revistas fundadas por los conquistadores españoles y pioneros mexicanos en lo que en esa época eran los territorios del norte de México. Desde aquel entonces, cientos de publicaciones hispanas han circulado en estas partes del mundo. Algunas han durado muchos años, otras muy poco tiempo. La mayoría ha sido en español, pero también bilingües y otras cuantas en inglés pero dirigidas específicamente a la población hispana nacional o regional. Toda esta prensa también hace uso de más de una docena de servicios informativos provenientes de América Latina, Europa y Estados Unidos. A la fecha un total de cinco periódicos en español son publicados diariamente en tres ciudades: Los Angeles, Nueva York y Miami. Además, en varias ciudades de Tejas que están cerca de la frontera con México se publican secciones diarias en español como suplementos de periódicos en inglés. Y en innumerables otras ciudades se publican semanal y mensualmente más de doscientos periódicos y más de una docena de revistas especialmente dirigidos a las diversas poblaciones hispanas en este país. A estos hay que añadir los cientos de revistas y publicaciones periodísticas en español que llegan desde México, Puerto Rico, España, Perú y los demás países de América Latina. Los cinco diarios más grandes y con mayor alcance en las diversas comunidades hispano parlantes de Estados Unidos son los siguientes:
La Opinión (Los Angeles) fue fundado en 1926 por Ignacio Lozano de México con el propósito de informar en español a los miles de sus compatriotas residentes en California. La familia Lozano mantuvo control exclusivo del periódico hasta 1990 cuando Times Mirror Corporation, editora del Los Angeles Times adquirió 50% de las acciones. La Opinión se distribuye en todo el sur de California y su circulación ya supera los 109,000 ejemplares diarios y 81,000 dominicales. El Diario-La Prensa (Nueva York) comenzó en 1962 como resultado de la unión de los periódicos La Prensa, el cual había estado en circulación desde 1913, y El Diario de Nueva York, que había comenzado en 1948. Desde sus inicios estos periódicos han estado orientados principalmente hacia las comunidades puertorriqueña, española y latinoamericana de esa ciudad. El Diario-La Prensa fue adquirido en 1989 por tres empresarios (dos anglos y un puertorriqueño de Nueva York). De 1981 a 1989 fue propiedad de la cadena de periódicos Gamnett. Actualmente su circulación es de 81,000 de lunes a sábado; no publica los domingos. Noticias del Mundo (Nueva York) fue fundado en 1980 por News World Communications, Inc. que también es propietaria del Washington Times y de varias otras publicaciones en español incluyendo otro diario en Uruguay. Esta empresa es una subsidiaria del Unification Church International dirigida por el Rev. Sun Myung Moon (5). Aunque hoy Noticias del Mundo funciona relativamente independiente de las influencias directas del Rev. Moon y dicha iglesia, estos siguen vinculados corporativamente y en lo que respecta a las políticas editoriales principales del periódico, de línea conservadora. El periódico sirve a la variedad de comunidades hispanoamericanas de Nueva York. Se publica de lunes a viernes y su circulación es de 27,000 ejemplares. Diario de las Américas (Miami) tiene circulación diaria (de martes a sábado) de 66,770 y los domingos 70,737; no se publica los lunes. Fundado en 1953 por Horacio Aguirre, quien es oriundo de Nicaragua, este periódico es el único de su clase cuyos propietarios operan sin vinculación corporativa o capital mayoritariamente anglosajón. Su audiencia principal es la comunidad cubana y latinoamericana de Miami y el sur de Florida pero el periódico tiene subscriptores en todo el país. El Nuevo Heraldo (Miami) comenzó bajo el nombre de El Miami Herald como suplemento del periódico The Miami Herald perteneciente a la cadena de periódicos Knight-Ridder. El cambio de nombre ocurrió en 1988 coincidiendo con la adquisición de mayor independencia de sus departamentos de redacción y su política editorial. Los departamentos de anuncios y mercadeo de ambos periódicos funcionan en coordinación más centralizada. Su circulación diaria es de 111.000 y los domingos alcanza a 131,000. La audiencia principal de ese periódico también es la comunidad cubana y latinoamericana de Miami y el sur de Florida. Las revistas producidas en Estados Unidos y dedicadas principalmente a las poblaciones latinas han sido muy numerosas y también tienen sus historias centenarias y volátiles. Hoy día las dos de mayor circulación nacional y con temática general son publicaciones en inglés: Vista y Hispanic. La primera comenzó a ser publicada desde Miami en 1979 y circula mensualmente pero sólo como suplemento dominical en veinticuatro periódicos en ocho estados con grandes concentraciones de latinos: Arizona, California, Colorado, Florida, Illinois, Nuevo México, Nueva York y Tejas. Aún así, llega a casi un millón de hogares. En abril de 1991 Vista fue adquirida por Hispanic Publishing Corporation de Washington D.C., cuyos dueños son de origen hispano de Estados Unidos. Estos son los mismos propietarios de la revista Hispanic la cual se produce desde 1988 en Washington D.C., se distribuye por subscripción en todo el país y tiene una circulación de 150,000 ejemplares mensuales (pero con sólo once números al año ya que la edición de diciembre y enero sale combinada). Otra revista que sale en inglés de importancia en el mercado hispano es Hispanic Business la cual se fundó en 1979 y publica 150,000 ejemplares mensuales. También de reciente entrada en el mercado exclusivamente dirigido a los hispanos de este país son las revistas bi-mensuales Mas, que se inauguró en 1989 y La Familia Hoy, que comenzó a circular en 1991. La primera llega a 561,686 subscriptores quienes la reciben gratuitamente ya que es subsidiada por Univision Publications, una empresa de Univision Holdings. La Familia Hoy también ofrece subscripción gratuita pero la circulación es limitada a aproximadamente 50,000 clientes ya que se envía principalmente a oficinas médicas, dentistas, salones de belleza, y otras salas de espera con clientela hispana. Esta revista es propiedad de Whittle Communications de Knoxville, Tennessee. El servicio noticioso por escrito más especializado en los hispanos de Estados Unidos es Hispanic Link Inc. el cual se inauguró en 1980. Habiendo comenzado en 1983 esta empresa publica desde Washington D.C. un «newsletter» semanal (con circulación limitada a 1,000 subscriptores). Hispanic Link además provee semanalmente tres columnas de opinión sindicadas sobre temas hispanos y variados a aproximadamente ochenta periódicos del país. Este breve resumen no permite dedicar más espacio a los demás periódicos, revistas y servicios noticiosos ya que son demasiado numerosos, de temática especializada y/o de circulación más limitada. También quedó excluido el tema del teatro, los libros, las telecomunicaciones y el de las casas de proyección y centros de producción cinematográfica, todos los cuales existen históricamente y en aumento vertiginoso en Estados Unidos. No obstante, se hace claro que las opciones de los medios impresos y electrónicos al alcance de los hispanos en Estados Unidos es un mundo muy dinámico, amplio, relativamente diverso, aparte y a la vez estrechamente vinculado al de América Latina. En la historia de Estados Unidos ninguna otra población migrante o de origen étnico particular ha tenido a su disposición instrumentos de comunicación colectiva tan abarcadores que le permitan transmitir y mantener cotidianamente algunos aspectos de su propia sociedad y cultura. Para finalizar, paso a plantear unas interrogantes y comentarios breves sobre opciones curriculares que deben ser incluidas en el debate reevaluando la función de las escuelas de comunicación en Estados Unidos y América Latina. Primero, dadas las posibilidades de crecimiento de la población hispana en Estados Unidos y los medios de comunicación dirigidos a estos grupos, ¿qué están haciendo las escuelas de comunicación en Estados Unidos y América Latina para educar y preparar profesionalmente a los futuros reporteros, editores, técnicos, camarógrafos, libretistas, programadores, ejecutivos y demás personal que hace falta en todas estas empresas de comunicación colectiva? Vale mencionar que la interrogante trasciende el territorio estadounidense porque debe haber quedado claro que dichos medios, en lo que se refiere a su estructura empresarial, contenido y audiencias, sobrepasa las fronteras nacionales de nuestros países. Inclusive un número alto y muy significativo de los ejecutivos, reporteros etc. de los medios de comunicación latinos en Estados Unidos todavía proviene directamente de América Latina. También cabe preguntar ¿quién está investigando los procesos y efectos de estos medios en Estados Unidos? Aparte de algunos ejecutivos en las oficinas de mercadotecnia y publicidad de estas empresas, ¿quién está observando los patrones de consumo de estos medios y de los productos materiales e ideológicos que son introducidos a los hogares y las mentes de las nuevas poblaciones latinas de Estados Unidos? ¿Acaso se están observando y analizando sistemáticamente los efectos que los patrones de consumo de medios «americanos» y sus mensajes tienen sobre las dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas de los inmigrantes latinos cuando retoman a sus países de origen? Más aún, ¿quién más está tratando de analizar las implicaciones de los enlaces corporativos, informativos y de programación entre las nuevas empresas estadounidenses y las latinoamericanas? ¿Cómo están siendo afectadas las decisiones de promociones de productos, ideologías políticas y programación de entretenimiento y noticias en una parte del mundo hispano a base de las agendas, los logros y/o fracasos en otras partes? Infelizmente, no hay muchas respuestas alentadoras a estas interrogantes. Esto me lleva a hacer otra pregunta: ¿deberá ser ésta una de las nuevas funciones y metas de las escuelas de comunicación de Estados Unidos y de América Latina? Mi reflexión es afirmativa pues considero que estas nuevas tareas le corresponden a las escuelas de ambas regiones. En Estados Unidos desde hace varios años, se han logrado grandes avances en lo que se refiere a ayudar en la preparación de personas de grupos «étnicos minoritarios» (esto es, de herencia latina, afroamericana, asiática y hasta de los indios americanos). En cursos especiales muchas escuelas y algunas empresas de comunicación colectiva dedican horas largas para facilitar el entrenamiento de gente de estos grupos étnicos en lo que se refiere al arte de redacción periodística, manejo de cámaras, computadoras, y un sin número de técnicas y materiales relativos a la ejecución de las labores profesionales de
la comunicación social. Pero este entrenamiento se hace en inglés. Hoy día, no existe centro docente en Estados Unidos adonde los futuros profesionales de los medios de comunicación hispanos de este país y otras partes del mundo puedan ir a aprender en español la variedad de labores de redacción, dicción y demás habilidades indispensables para trabajar eficientemente en esos medios. Se puede decir que una gran proporción de los que trabajan en la prensa hispana de EEUU tiene buen dominio del español pero no ha sido bien educado en las tareas periodísticas, o por el contrario, conoce bien las reglas periodísticas pero no tiene buen dominio del idioma español. Tampoco hay centros docentes adonde regularmente se enseñen cursos o se lleve a cabo investigación a fondo sobre los temas planteados en las interrogantes aquí expuestas. Prácticamente toda mi especialización en esta temática ha provenido de mis propios estudios independientes, de vez en cuando con la asistencia de algunos colegas más veteranos en la materia, pero quienes también aprendieron prácticamente por su propia cuenta. Desde hace un año, el Departamento de Radio, Televisión y Cine de la Universidad de Texas en Austin comenzó un programa de estudios de post-grado (maestría y doctorado) con especialización en el estudio de temas relacionados con los grupos étnicos minoritarios y los medios de comunicación colectiva. El programa está encaminado a estudiar a fondo y hacer investigación sobre varios asuntos relacionados. Por un lado, está el tema de la historia, estructura, función, alcance, uso y efectos de los medios de comunicación étnicos. También se hace énfasis en el análisis del texto y las imágenes de estos grupos en las producciones fílmicas, televisivas e impresas. Esto es, el estudio de la participación y la estereotipia de las representaciones de diversos grupos sociales en esos medios. Para todos estos análisis se exige que los alumnos entiendan los posibles contextos económicos, culturales, psicológicos, históricos, etc. que han influido e influyen en las dinámicas que intersectan los diversos grupos étnicos y la comunicación colectiva. Este programa, que aún está en génesis, ha sido posible porque nuestro departamento cuenta con cuatro profesores cuyas especializaciones están relacionadas de alguna forma al tema de la comunicación y los grupos étnicos de Estados Unidos. Pero falta más personal para continuar estas tareas en otras universidades y centros de investigación. Para concluir puedo reiterar que existen grandes retos pero a la vez unas cuantas posibilidades fascinantes para ampliar el estudio y análisis del tema de los medios de comunicación colectiva y las poblaciones hispano/latinas en Estados Unidos. Es inescapable observar que hay grandes interdependencias entre EEUU y América Latina en torno a esta temática ya sea con respecto a las audiencias como a las mismas instituciones de los medios de comunicación. La diversidad de perspectivas teóricas y prácticas que son parte integral de la enseñanza en las escuelas de comunicación de América Latina merecen más difusión e integración en los centros académicos de EEUU. A la vez, en las reflexiones sobre el futuro de las escuelas de comunicación en América Latina, cabe incluir mayor entendimiento y análisis de los fenómenos comunicacionales hispanos en EEUU. Confío que este ensayo haya cumplido por lo menos parcialmente con los propósitos de familiarizar al lector con el tema de la comunicación colectiva en lo que se refiere a los hispanos en EEUU y fomentar interés en establecer puentes curriculares e investigativos sobre esta temática. NOTAS. (1) Se estima que posiblemente haya además entre tres y cinco millones de hispanos «indocumentados». (2) Entre las obras más recientes e importantes sobre los medios de comunicación hispanos en EEUU se encuentran: Cortés, 1987; Fitzpatrick,1987; Gutiérrez, 1976,1979; Gutiérrez & Schement, 1979, 1981; Schement, 1976; Schement & Schement, 1981; Valenzuela, 1985; Veciana-Suárez, 1987, 1990; y Wilkinson (1991). Además, la revista Hispanic Business le dedica anualmente su edición del mes de diciembre al tema de las finanzas y mercado de los medios de comunicación hispanos de EEUU. Otras revistas, por ejemplo Advertising Age, Broadcasting y Variety, también le dedican anualmente o con alguna regularidad suplementos especiales al tema de los medios y/o los mercados hispanos en este país. (3) Una de estas obras será titulada Handbook of Hispanic Cultures in the United States; la otra Hispanic Almanac. Ambas serán publicadas por Arte Público Press en 1992 (la primera en inglés y español, la segunda en inglés) con los auspicios del Instituto de Cooperación Iberoamericana de España. (4) First Chicago Venture Capital fue co-propietario de Univisión desde 1986 hasta mayo de 1990 cuando Hallmark se hizo dueña exclusiva de la cadena. REFERENCIAS Adams, William (Ed). (1983) Television coverage of the 1980 presidential campaign. Norwood, NJ: Ablex. Constantakis-Valdéz, Patricia & Subervi-Vélez, Federico (1991). Spanish-language television and the 1988 presidential elections. Monografía inédita, Universidad de Tejas, Austin. Cortés, Carlos (1987). The Mexican-American press. En S.M. Miller, (Ed). The ethnic press in the United States (pp 247-260). NY: Greenwood Press. de la Garza, Rodolfo (Ed). (1987) Ignored voices: Public opinion polls and the Latino community. Austin: Univ. of Texas, Center for Mexican American Studies. de la Garza, Rodolfo & Brischetto, Robert (1983). 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LOS COMUNICADORES SOCIALES: ¿ENTRE LA CRÍTICA Y EL MERCADO? Teresa Quiroz Reflexionar hoy sobre la enseñanza en nuestras Escuelas y Facultades de Comunicación resulta doblemente importante. En primer lugar, por la aplicación de diversos modelos pedagógicos, teorías y metodologías a lo largo de la última década, ensayándose con ello ciertas alternativas, con lo cual se estaría empezando a sentar las bases de lo que en otras profesiones significa la tradición académica. En segundo lugar, porque el campo de la comunicación se ha ido definiendo al ritmo y según las exigencias propias de la industria cultural, del mercado, del desarrollo político y los movimientos sociales en cada país. Poseemos ya experiencia académica por evaluar y tenemos contingentes de egresados que se encuentran desempeñándose en el medio profesional. Más aún, la investigación en América Latina ha ido generando un campo intelectual propio, tal como la figura del comunicador es una realidad en el trabajo de producción. Esto nos obliga -como tantas otras veces- a volver sobre nuestros propios pasos y hacernos preguntas con el respaldo de la experiencia. ¿El comunicador social que estamos formando es un intelectual, un artista, un productor, un técnico? ¿En qué medida la realidad del país está presente en la formación del estudiante y le permite al egresado ubicarse de mejor manera en la sociedad? ¿En qué puntos y temas nos venimos encontrando con las preocupaciones de otros estudiosos de las ciencias sociales o de las ciencias humanas en general, en la comprensión de lo que ocurre en el país? ¿Es posible seguir siendo críticos en un momento en que la tecnología fascina, el individualismo cunde, la solidaridad pareciera innecesaria, y tenemos que olvidarnos del «otro»? ¿Qué ocurrió con aquella forma de ser críticos que tuvo su campo en la llamada comunicación popular o alternativa? Preguntas y problemas abundantes, pero también grandes retos para todos quienes seguimos convencidos de la función social que tiene la Universidad en nuestros países, y en el mío en particular, cuya crisis profunda pone en juego aspectos nodales de nuestra identidad. 1. EL CAMPO DE LA COMUNICACIÓN DURANTE LA ÚLTIMA DÉCADA La comunicación constituye una arena privilegiada para la interacción social mediada, la confrontación política y la expresión de diversos horizontes culturales y de identidad. Tanto la pugna estratégica por el poder, como la integración económica a escala transnacional, como la organización de la lucha por la sobrevivencia así como la vigencia renovada de las culturas de los cotidiano y lo local -lo festivo y lo barrial- muestran una multitud de manifestaciones y terrenos donde se impone la heterogeneidad y diversidad de los sujetos. En el plano de la política la comunicación dejó de ser definida como un instrumento que sirve para efectivizar campañas, sugerir estados de ánimo y garantizar el voto, para pasar a convertirse en la infraestructura funcional que los políticos utilizan para comunicarse con el público y desarrollar su actividad. Dada la credibilidad de los medios y su eficacia, se convierten éstos en intermediarios entre la clase política y la sociedad civil. Por ese motivo los medios de comunicación han dejado de ser un mero canal, para convertirse en coproductores de mensajes políticos (1). En el plano económico, la comunicación no sólo se pone al servicio de la activación del mercado a través de la publicidad, sino que la informática y las telecomunicaciones devienen en industrias preferenciales. Transforman cualitativamente las relaciones de trabajo y favorecen la fragmentación de las audiencias, afectando además los centros de decisión y control. En lo social, el intercambio se hace crecientemente complejo y diversificado. Los viejos conflictos que dieron origen a las luchas sociales por el salario y contra el patrón empresario, se transforman en pugnas con el Estado por servicios, alimentación, salud. Ante la incapacidad del Estado para satisfacer estas necesidades básicas aparecen en la escena nuevos movimientos sociales, locales, regionales, que enfrentan la lucha por la supervivencia a través de organizaciones de vecinos. Y aunque las asociaciones puedan seguir existiendo formalmente la mayoría de pobladores empieza a privilegiar el desarrollo de sus propias búsquedas individuales y familiares, y ensayando formas de relación interpersonal y de convocatoria colectiva de gran eficacia (2). El espacio público de la vida sigue constituyendo un lugar de conflicto y pugna, donde se juegan las posibilidades de una sociedad civil y de la democratización. En el campo cultural los medios masivos compiten con la escuela en tanto proponen otro tipo de interrelación con los educandos y la ilusión de la modernidad a través del acceso a la tecnología. Transmiten a su vez una estética visual, formadora de referentes paralelos a los escolares, la que determina una agudización de las diferencias sociales. Asimismo acercan visualmente a los jóvenes a paisajes, hechos y obras para el establecimiento de una relación con el público que legitima al entretenimiento y al ocio, liberándose del juicio peyorativo que le atribuyó la vieja cultura. 2. LA COMUNICACIÓN SOCIAL DESDE LA UNIVERSIDAD Pese a la trascendencia del campo antes descrito, la comunicación social y el comunicador no tienen en nuestras sociedades un reconocimiento absoluto, dada la escasa tradición académica. En nuestro país predomina la figura profesional de aquél que opera ciñéndose a las posibilidades que el medio le ofrece, al de un intelectual de la cultura. Por este motivo conviven en esta carrera la afirmación teórica sustentada en grandes modelos y que le da fundamento a su existencia, y por otro lado, la necesidad de entrenar a los estudiantes en un oficio en un saber-hacer: producir, escribir, hacer publicidad, trabajar en video, etc. Grave problema pues -al parecer- existiría una oposición irreconciliable entre propuestas que enfatizan la formación teórica y la necesidad de absorber los retos profesionales que el mercado demanda. Y el problema se complica al concurrir a la formación del comunicador una serie de saberes y oficios provenientes de múltiples disciplinas. En tal virtud las tentaciones no dejan de hacerse presentes: desde el énfasis en lo práctico y lo eficaz hasta el refugio en la formación generalista y principista. El razonamiento hiperideologizado dejó su impronta de «denuncismo» en la formación académica. Esta actitud se cubrió de teoría para dar fundamento a esa denuncia a costa de cómodas generalidades. Evitó la mirada a la realidad concreta dejando de lado la creación, el diseño y la elaboración de alternativas. Sin embargo, este comunicador extremadamente crítico de la alienación y de la transnacionalización de la comunicación no tuvo más remedio que ingresar a trabajar dentro del aparato que criticaba. Surgirá más adelante otra figura profesional que Jesús Martín-Barbero llama la del comunicador productor (3), caso en el cual se han mantenido las dificultades y privilegiado las soluciones técnicas, desplazándose la teoría a un lugar instrumental, funcionalizándose la reflexión a lo imprescindible para el aprendizaje del oficio. Dos grandes tensiones en la formación del comunicador, que son definidas de múltiples maneras: entre la ideología y el mercado, entre los hombres y las máquinas, entre la teoría y la práctica. En suma, este entrampamiento no permite mirar el campo que nos ocupa con claridad y desarrollar las herramientas del caso para poder enfrentarlo. Varias concepciones subyacen en nuestras actitudes académicas. Por una parte, aquellas totalistas que postularon la ubicuidad de lo comunicacional: a partir de ella es posible explicar todas las relaciones de la sociedad porque los medios masivos de comunicación son los «aparatos» que movilizan la conciencia; afirmaciones oscuras incapaces de hacer inteligibles las dinámicas internas y su potencial de acción comunicativa. Por otra, aquellas que consideraron que lo auténtico, igual a lo idéntico (de identidad), está en lo alternativo (léase separado) que unido a lo popular (por oposición a lo oficial, masivo), es la salida (léase alternativa). Jesús Martín sostiene que es necesario plantear una ruptura con el «marginalismo de lo alternativo y su creencia en una «auténtica» comunicación que se produciría fuera de la contaminación tecnológico/mercantil de los grandes medios. La metafísica de la autenticidad se da la mano con la sospecha que, desde los de Frankfurt, ha visto en la industria un instrumento espeso de deshumanización y en la tecnología un oscuro aliado del capitalismo; y también con un populismo nostálgico de la fórmula esencial y originaria, horizontal y participativa de comunicación que
se conservaría escondida en el mundo popular» (4). Concepciones, a mi criterio, de una gran miopía social, pues se fascinaron con las tecnologías y se olvidaron del sentido de su uso, de los públicos variados y sus mentalidades. Marginalizaron la comunicación, sobrevaloraron las diferencias y se apartaron del eje del campo de la comunicación: la industria cultural siempre presente, frente a la cual era preciso actuar creativamente. 3. LA INVESTIGACIÓN DE LA COMUNICACIÓN El territorio de la comunicación ha ido estableciendo a lo largo de la década que terminó un campo intelectual que da lugar a una reflexión propia, con áreas temáticas, procedimientos de trabajo, problemas y lenguajes delimitados con relativa claridad y en algunos casos formalizados. Ya no es la reproducción aplicada de los saberes generados en los países de mayor desarrollo. Hoy en día la producción local busca y encuentra respuestas propias, a través de un abundante trabajo empírico que salda cuentas con el trabajo especulativo de gabinete de las primeras épocas. El crecimiento del mercado de la industria cultural durante los últimos quince años y la abundante actividad universitaria, asociada a la dotación de recursos importantes para la investigación en instituciones autónomas han abierto las preocupaciones académicas hacia realidades más concretas. En ese sentido es posible tomar en consideración tres elementos para esta caracterización: primero, la generación de un campo intelectual en la materia; segundo, la interacción de éste a lo largo de su evolución con los sistemas políticos y tercero, la incorporación de los sectores mayoritarios a la cultura de masas generando nuevas visiones y experiencias de lo social y de la cultura. El crecimiento de los medios, su diversificación y los reacomodos entre uno y otro, permitieron no sólo una ubicua presencia del discurso político entre públicos más numerosos y diversificados, sino que éste atravesase fronteras de procesos y géneros comunicativos que antes parecían muy nítidas. En consecuencia, el razonamiento académico tradicional de corte contenidista y «textero» debió volverse hacia la pragmática: buscar más la relación entre lo producido o difundido y la lectura del receptor, recurriendo a una actitud menos generalizadora y más empírica, tomando más en cuenta las lógicas de reapropiación y la especificidad del acto de la enunciación. Esto ha significado refocalizar el proceso de la comunicación social en dispositivos en los que el acto del consumo se vuelve absolutamente estratégico, tanto en lo referente al usuario como a su entorno. De ello es posible subrayar dos elementos: uno, la brecha que había separado grosso modo hasta los setenta el énfasis en el trabajo universitario de gabinete (presente también en cierto «purismo» de la denuncia política contra los medios masivos) del interés por la dimensión instrumental del hacer comunicativo se ha ido cerrando al demolerse los límites canónicos entre lo masivo, lo popular y la alta cultura, lo que origina interés en los géneros masivos; dos, esta transformación de los estudios sobre la mass-mediación en el ámbito académico le ha dado más consistencia material al desplazamiento del foco de atención en las ciencias sociales: los estudios de sociología, educación, antropología, política, etc, están como nunca antes alertas a los fenómenos de la comunicación. De ahí que la investigación en comunicación al mismo tiempo se legitime en estos últimos años englobándose en perspectivas interdisciplinarias, desbordando los linderos académicos para contribuir tanto a trabajos de corte popular o comunitario, como a nutrir la investigación de la opinión o del mercado, necesitada (ante problemas de creciente complejidad o por imperativos de eficacia por la competencia), de un background de saberes y horizontes metodológicos más sofisticados. En suma, existe un nuevo y ampliado tipo de contacto entre los diversos agentes que de una manera u otra concurren a la definición, generación y aplicación de los saberes vinculados a la comunicación. Pero la constitución de un campo intelectual es indisociable de la relación que éste guarda, en la situación latinoamericana, con la marcha del sistema político. La reflexión académica sobre la comunicación se fue abriendo a otros terrenos cuando el ejercicio del poder político progresivamente pasó al dispositivo de los grandes medios. Así, el tema del control de las empresas productoras y distribuidoras y el de la manipulación cobró urgencia con el aumento del quantum de poder del sector información y comunicación que en cierto modo desbordó durante los setenta las prácticas de los diferentes actores políticos. La vertiginosa implantación del mercado, particularmente el de los medios en zonas de escaso o precario consumo, constituye un elemento de primer orden. El crecimiento y descomposición de las grandes ciudades, indisociable en la mayor parte del continente de una crisis con inflación, desempleo y violencia han singularizado la mirada latinoamericana hacia los problemas de comunicación/cultura. En América Latina, a la inversa que en las zonas de mayor desarrollo, un implacable deterioro amenaza la memoria histórica, sin que el eco de una futura «sociedad de información» suene verosímil, más allá de ciertas reducidas audiencias liberales. Dicho de otro modo, el tema de la modernidad latinoamericana atraviesa en nuestro continente todas las ciencias sociales aunque encuentre en la comunicación su pertinencia de predilección. Hoy en día, los temas de la modernidad, la cultura y los procesos de intercambio o circulación del sentido que transcurren fuera o en torno de los medios, son importante objeto de estudio. Ello responde a una interrogación que en conjunto el campo intelectual formula aunque desde distintas valorativas: no es coincidencia que la investigación del público o del consumo al servicio de la empresa o del comercio termine casi dándose la mano en materia de técnicas de investigación o incluso de algunos supuestos de fondo con la investigación académica y crítica. Y es que ambos, aunque con lenguajes y objetivos diferentes, se hallan a la caza del mismo sujeto social. Este nuevo tipo de sujeto social que generó a través de los cambios de la década del ochenta cuando la escena social se torna cualitativamente diferente abriéndose el cuestionamiento a los viejos principios totalistas que definían la cultura política, como los cánones estéticos que estratificaban al folklore frente a las bellas letras y las bellas artes. La atención se vuelca ahora hacia objetos más simples o minúsculos, aquellos que pueblan la vida cotidiana. Existe hoy consenso en que las fuerzas del mercado atraviesan la demanda social, y que en consecuencia la investigación crítica en lugar de ser marginal, debe dar cuenta de los retos del mercado de la cultura de masas. 4. EXPECTATIVAS DE LOS ESTUDIANTES Y REALIDAD DE LOS EGRESADOS Por medio de una investigación que venimos realizando entre los estudiantes y egresados de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima (6) estamos tratando de detectar cuáles son las expectativas con las cuales llegan a la Facultad, si las alcanzaron, o si su ejercicio profesional ha ido por otros rumbos. Se inquiere también acerca de cuáles son los aspectos positivos y negativos que ellos aprecian en la enseñanza recibida y desde el punto de vista del trabajo que actualmente desarrollan, así como cuáles consideran que son los aportes proporcionados por la Facultad para desenvolverse en ese terreno o a qué otros conocimientos o medios han tenido que recurrir para desempeñarse en el medio profesional. Se trata de conocer sus opiniones sobre la necesidad de la especialización vs. la formación general y su opinión desde el campo profesional sobre los tipos de trabajo que existen para el egresado y la apreciación que en el medio hay sobre ellos para diagnosticar tendencias del mercado y expectativas de los egresados aspirantes a trabajar en él. Con este fin se seleccionó a un conjunto de estudiantes de distintos semestres y egresados que se desenvuelven en organizaciones no gubernamentales, universidades, empresas, agencias de publicidad, en periódicos y revistas, radio, televisión y empresas de estudios de opinión y sintonía. A través de una entrevista en profundidad se buscó conocer su visión sobre los problemas mencionados. Conclusiones preliminares de este estudio nos permiten señalar lo siguiente y realizar algunas observaciones. En general los estudiantes valoran positivamente el punto de vista crítico de la enseñanza que reciben, apreciando que ésta les permite una visión de conjunto para desenvolverse en su futuro trabajo profesional. Destacan como un rasgo negativo el corte brusco que se produce -al momento de ingresar al trabajo de Talleres- entre la práctica de producción en medios y la formación inicial, indicando que no alcanzan a integrar, y hacer uso de los conocimientos adquiridos. Les preocupa el aislamiento de
la Facultad y reclaman que esté abierta a la realidad del país, en términos de los retos profesionales que les espera, de acuerdo a las ofertas de trabajo existentes. Todos los egresados que hemos entrevistado opinan que existe un campo de trabajo profesional, particularmente en comunicación organizacional y comunicación para el desarrollo, y que es importante explorar otros en los que aún no se ha incursionado. La crisis, sin embargo ha golpeado duramente las posibilidades de trabajo. Estos exalumnos consideran que en algunos campos no es indispensable ser comunicador social para desenvolverse en él, lo que expresa la escasa legitimidad social de la carrera universitaria. Sostienen que la Facultad debería ofrecer una formación en la cual la teoría y la práctica vayan de la mano y que tome en consideración las demandas que vienen del mercado laboral, que en muchos casos son dejadas de lado. Reclaman la posibilidad de vincularse desde el inicio a la producción, en un proceso de aprendizaje que tome contacto directo con los problemas del país, ubicado más cerca de las preocupaciones del medio profesional y no de esquemas teóricos. En contrapartida, la mayor parte de los entrevistados destacó que la formación general es necesaria porque proporciona un marco desde el cual examinar los problemas y tener una perspectiva, oponiéndose a la especialización en la medida en que podría limitar la cobertura de su saber-hacer en este momento de contracción de la oferta laboral. No obstante, todos ellos insisten en que el comunicador social se encuentra muchas veces desarmado por no «saber hacer cosas». Al momento de enfrentarse al diseño de un proyecto, a la planificación de una campaña, a la organización de un trabajo de producción, se encuentra sumamente limitado. Exigen especialización, entendida como el trabajo en ciertas áreas específicas, el conocimiento del medio y el manejo de instrumentos. 5. ALGUNOS «NUDOS» A DESENREDAR Muchos son los problemas que asoman cuando intentamos evaluar qué sucede en nuestras Escuelas y Facultades y lo que acontece con nuestras prácticas académicas. Subrayo esto último, porque lo que define los modos en que procedemos no son solamente las estructuras universitarias, la legislación vigente o el diseño curricular. Finalmente, son los docentes y sus propias «ideologías profesionales», (cabe destacar que la mayoría no han sido formados como «comunicadores») junto con los estudiantes y sus expectativas, quienes hacemos las Facultades. De allí lo importante que resulta debatir estos problemas con la participación de los involucrados, pues cualquier cambio deberá pasar por un proyecto convocador de la participación docente y estudiantil, y que obligadamente replantee muchas de nuestras formas pedagógicas. Me ocuparé, para terminar, de algunos problemas que en mi opinión están entre los más importantes: a. Entre el comunicador «generalista» y el especialista Muchas razones asisten a quienes defienden cada una de estas posiciones. Los que suscriben la necesidad de volver a la formación humanística, porque temen que los estudiantes se conviertan en simples técnicos y operadores y pierdan el marco general de sus conocimientos y el sentido social de su carrera. Los que sustentan la especialización argumentan la necesidad de enfrentar los retos de una vertiginosa innovación tecnológica y de las exigencias del mercado. Me pregunto si es ésta la verdadera disyuntiva en la cual nos debemos ubicar. Es un error plantear que el modo de evitar el sesgo tecnicista en nuestras Facultades sea dejando de lado las exigencias de especialización que el mercado profesional solicita. Y es que el campo de la comunicación -del cual me ocupé al inicio de este texto- en el cual se expresan las demandas sociales y del mercado, exige un profesional que sea capaz de organizar, operar, diseñar, programar. «De lo que se trata entonces, es de una cuestión de status, de oficio de un intelectual de la comunicación social, cuyo nivel de conocimiento y habilidades es coherente, en tanto que tal nivel con el de un médico, un ingeniero, un arquitecto, un sociólogo, etc. El status de inferioridad que se le reconoce al comunicador social en América Latina respecto de estos otros oficios profesionales mayores descritos, se debe, precisamente, a esta incapacidad endémica que el comunicador social tiene para planificar, para diseñar estrategias, para proyectar en definitiva su oficio con propósitos y objetivos y métodos y capacidad de evaluar en tareas de corto, medio y largo plazo y en una labor inter y multidisciplinaria con otros profesionales» (7). El comunicador social debe asumir su rol como intelectual y trabajar en su campo con la actitud comprensiva que permita darle contexto político y cultural a su ejercicio profesional. Es importante precisar que el mercado no está buscando en realidad «un práctico», pues para esos menesteres no le faltan candidatos. La tarea básica del intelectual es la de «luchar contra el acoso del inmediatismo y el fetiche de la actualidad poniendo contexto histórico, «profundidad» y una distancia crítica que le permita comprender y hacer comprender a los demás el sentido y el valor de las transformaciones que estamos viviendo» (8). Las últimas elecciones presidenciales en el Perú constituyen un ejemplo aleccionador. El candidato que perdió las elecciones y sus asesores hicieron un despliegue propagandístico nunca antes visto en la historia del país. Se contrató consultores internacionales, expertos nacionales en publicidad para diseñar la más costosa y espectacular campaña. Empero fracasaron en su intento de persuadir al electorado. Carecían de un elemento esencial: el conocimiento de los públicos, de sus complejas mentalidades, de conflictos y necesidades de una población pauperizada. En conclusión: para ser un buen publicista no basta conocer las técnicas propias, para diseñar una campaña exitosa es indispensable conocer profundamente el país. Utilizo este ejemplo, porque desde mi punto de vista el imperativo de la formación del comunicador social es el conocimiento de la propia realidad, de sus tensiones políticas, conflictos culturales, movimientos sociales. Y lo que viene ocurriendo, por lo menos en el Perú, es que la formación académica o se deleita con las teorías, o se refugia en el sueño del trabajo experimental o de autor, o bien se limita al trabajo de producción, visto primordialmente como una ingeniería, vale decir, el manejo adecuado de una infraestructura técnica dentro de un marco organizativo y logístico determinado con una asignación ideal de recursos. Emprender proyectos integrales en los cuales se vincule la Universidad a la empresa, a las instituciones locales, al Estado y a los movimientos de base es un asunto capital. Uno de los grandes retos consiste en desarrollar estos proyectos en los cuales se integren la investigación y la producción. Los cambios tecnológicos y sus efectos replantean la relación entre comunicación y sociedad. Sólo pueden ser explicados en el contexto de sociedades que reorganizan sus formas de trabajo y existencia. La relación del público con los medios masivos y las nuevas características, por ejemplo, de los géneros televisivos que llaman al público a participar, es producto no del medio mismo, sino además, de las nuevas necesidades de comunicación de la población. Las formas de organización del espacio y de la vida urbana son el marco para comprender el llamado tiempo libre. Estoy convencida de que tenemos que romper con los límites que las concepciones y las teorías «comunicacionistas» nos impusieron. b. La Transdisciplinariedad Vivimos un campo cuyos límites son muy frágiles. Hoy en el Perú, los sociólogos, antropólogos, psicoanalistas, lingüistas, se ocupan desde su propia pertinencia de la comunicación. El riesgo está en perder ese espacio intelectual obscurecidos por el generalismo de las teorías o el simplismo del reduccionismo tecnológico. Se pierden sin embargo las iniciativas y seguimos encerrados en una urna, privados de trabajar sobre asuntos de primer orden y en los cuales investigación y producción pueden ir de la mano. Por ejemplo, el tema de la violencia y las políticas de pacificación en el Perú constituyen un importantísimo tema de la actualidad y en torno al cual se debaten variadas alternativas. ¿Por qué nuestras Facultades están al margen de ese debate? ¿Por qué los estudiantes en los Talleres no proponen trabajos de producción y uso de medios para pensar en campañas de pacificación? Otro ejemplo es el de la epidemia del cólera. ¿Por qué nuestras Facultades no
contribuyen con las autoridades de salud pública en la propuesta de campañas educativas de prevención para las diversas zonas del país, en las cuales los niveles de desinformación son alarmantes? En el debate sobre la regionalización y la democratización de las decisiones de gobierno ¿acaso no estamos llamados a proponer una serie de criterios comunicativos y a realizar acciones y propuestas? La vinculación de la comunicación con la salud, la alimentación, el desarrollo agrario, las políticas industriales, el crecimiento regional y local, la educación y la alfabetización además del funcionamiento de los medios y los géneros constituyen asuntos sobre los cuales hacerse preguntas y plantear acciones y soluciones. Esta es la demostración de que el problema no se agota en el mercado. c. Investigación/Producción/Experimentación Social Pienso que uno de los problemas más graves en la enseñanza de comunicaciones -visto naturalmente desde mi país- es el fraccionamiento entre las áreas de formación. La investigación puede y debe emprenderse desde cada curso, ya que define una actitud ante el conocimiento, y además permite sacar a los estudiantes y profesores del encierro del aula. La investigación es esencialmente el cuestionamiento de la realidad, la mirada desde diferentes modos y lugares. Es aprender a observar, localizar, seleccionar, procesar y utilizar la información. Por lo tanto, más allá de una serie de acciones destinadas a cumplir con ciertos objetivos, es una actitud permanente, vigilante, sistemática, un modo de definir la relación entre la vida social y el mundo profesional. La investigación cambia los ejes de la enseñanza, ya que el aprendizaje y su proceso se ven desplazados desde la simple reproducción/apropiación de saberes aceptados y consagrados, a la producción de conocimientos. Tanto el docente como el alumno se convierten en sujetos activos del proceso de enseñanza-aprendizaje. En ese sentido, la investigación no es una actividad adicional, sino que se hace parte de la práctica pedagógica. Es evidente que en el quehacer académico existen campos separados y en algunos casos irreductibles. La formación teórica y separadamente la metodológica, el de la producción en medios, esencialmente técnica, y finalmente y en último lugar la investigación. Modelo absolutamente equivocado porque la investigación recrea y da sustento a la teoría, y por otro lado permite que la producción responda verdaderamente a las demandas de comunicación. La docencia estaría llamada a desplegar las estrategias que conduzcan al encuentro de la Universidad con la realidad comunicacional en cada país y esto es posible a través de la investigación. Con ella es posible formular demandas y diseñar alternativas, readecuar marcos teóricos y garantizar el rigor en el análisis y la interpretación. La experimentación social se convierte así, en el espacio del desarrollo de proyectos de comunicación, donde la investigación y la producción tienen su razón de ser y donde las alternativas son planteadas, en diferentes campos, con distintos públicos, en función de las demandas de diversas instituciones. La pluralidad como actitud, es esencial. Esto nos introduce en el tema de las figuras profesionales del comunicador social, que alude al modo en que nuestras Escuelas y Facultades dividieron o seccionaron su trabajo académico. Así, por ejemplo, el trabajo del comunicador de las organizaciones, como del periodista o del publicista se van legitimando profesionalmente. Es sin embargo, el campo del conocedor de los medios audiovisuales uno de los más complejos a ser definidos porque –y en eso hay un acuerdo general-, no es el uso de los medios (televisión, radio o cine) lo que define al profesional, sino el proyecto comunicacional en el cual se va a hacer uso de ellos. Sobre esto se viene avanzando significativamente en la línea de abandonar por ejemplo la concepción de la obra de autor en el trabajo televisivo afirmándose la primacía de la forma seriada, el manejo de los géneros, formatos y tiempos del trabajo de producción televisiva. Debemos evitar a toda costa la distancia entre la práctica televisiva en los talleres de producción y el estudio del lenguaje, en el nivel de las gramáticas y/o reglas de producción del sentido. Hay que sistematizar el análisis y la crítica de la programación y los géneros. Muchas veces ganados por el entrenamiento en los aspectos más instrumentales del lenguaje (planos, composición, encuadre, movimientos de cámara, cortes de edición, iluminación, sonorización), se pierde de vista la problemática dei público, y de los usos que éste realiza de los mensajes. El público es o bien una abstracción, o bien es estudiado con virtual prescindencia de su dimensión cultural. Esto significa que se busque la formación de un comunicador que haga uso de uno y otro medio, de acuerdo a las circunstancias particulares de un proyecto comunicativo específico, según las necesidades de cada público, y en determinado entorno instrumental y operativo, pero que para ello esté lo suficientemente entrenado para ser eficaz. Regreso a la pregunta que dio inicio a este texto: ¿Es indispensable optar entre mantener una actitud crítica y las condiciones que el mercado impone? Estoy convencida de que no. Es imperativo plantear los puntos de encuentro entre uno y otro. La actitud crítica es propia del intelectual, sin ella es imposible sobrevivir y debe acompañar el trabajo creativo, productivo y eficaz del profesional en cualquier medio que se desempeña. Pero este profesional no puede solamente denunciar la realidad (para algunos eso fue la actitud crítica), debe trabajar en ella, definirla y recrearla. La comunicación alternativa se circunscribió a ámbitos que estrecharon la comunicación, y desarrolló la ilusión de que la democratización de la comunicación estaba solamente allí. Salgamos nuevamente a la vida social y formulemos las alternativas en el campo de la comunicación masiva y la industria cultural. Asumamos los retos que el mercado plantea y ofrezcamos la sensibilidad y el talento del profesional. NOTAS.(1) Grossi, Giorgio. La comunicación política moderna: entre partidos de masa y mass media. Milán, 1983. (2) Degregori, Carlos Ivan y Grompone, Romeo. Elecciones 1990. Demonios y redentores en el nuevo Perú. Una tragedia en dos vueltas. Mínima IEP, Lima, marzo de 1991. (3) Martín Barbero, Jesús. Teoría, investigación, producción en la enseñanza de la comunicación. Revista Dia-logos de la Comunicación N° 28, FELAFACS, Lima, noviembre de 1990. (4) Martín Barbero, Jesús. La comunicación desde las prácticas sociales. Cuadernos de Comunicación y Prácticas Sociales. Universidad Iberoamericana, México, diciembre de 1990. (5) Protzel, Javier y Quiróz, Teresa. Teoría e Investigación de la Comunicación en América Latina. Documento previo y parte de una ponencia presentada por Josep Rota en el Congreso de la International Communication Association (ICA) en junio de 1990 en Dublín. (6) Esta investigación se está llevando a cabo con la participación de los estudiantes Adolfo Bazán y María Teresa Cumbe. (7) Torres Acuña, Luis. Post-grados en Comunicación en América Latina. Revista Dia-logos de la Comunicación N° 20, FELAFACS, Lima, abril de 1988. (8) Martín Barbero, Jesús. Comunicación, Campo Cultural y Proyecto Mediador. Revista Dia-logos de la Comunicación N° 26, FELAFACS, Lima, marzo de 1990.
¿MODERNIDAD O ANACRONISMO? EL DILEMA DE LAS ESCUELAS DE COMUNICACIÓN EN BRASIL José Marques de Melo 1. CONEXIONES HISTÓRICAS De la misma manera que la prensa, cuyo nacimiento es tardío (son tres siglos que separan la implantación en el Brasil de su aparición en los territorios coloniales bajo la égida de los españoles), la enseñanza de la comunicación se va a desarrollar tardíamente en nuestro país: Treinta años marcan el desfase entre la aparición de la primera propuesta para el funcionamiento de una escuela de periodismo (lo que ocurre en 1918, en el famoso Congreso Brasileño de Periodistas que se realizó en Rio de Janeiro) y la implementación de esa idea, que se cristaliza en 1947/1948 con la instalación de las dos primeras escuelas; la Escuela de Periodismo Cásper Libelo, en Sao Paulo, vinculada a la Pontificia Universidad Católica, y el Curso de Periodismo de la antigua Facultad Nacional de Filosofía, entonces vinculada a la Universidad de Brasil y que corresponde hoy a la estructura de la Escuela de Comunicaciones de la UFRJ - Universidad Federal de Rio de Janeiro. ¿Por qué ocurre este retraso? ¿Por qué nos llevó tres décadas para implantar las primeras iniciativas en el campo de la enseñanza de la comunicación? Quiero utilizar para el análisis de ese hecho, la misma metodología de que me valí para estudiar el retraso de la implantación de la prensa en el Brasil. Yo diría que ese fenómeno se da por la conjugación de una serie de factores profesionales que tiene como matriz muy nítida la incipiencia del mercado de trabajo de la comunicación en el país. Cuando comparamos con las otras experiencias internacionales en el área, verificamos que la enseñanza de la comunicación nace siempre como una consecuencia, está íntimamente relacionada con las demandas que vienen del sistema productivo y del mercado de trabajo. Por más que 1918, en Rio de Janeiro signifique la presentación de una propuesta que viene de la jerarquía de los periodistas, nosotros no teníamos aún en aquel momento empresas capaces de absorber eventuales formados por una escuela de periodismo. Por lo tanto, el Estado la escamotea. La relación entre el Estado y la prensa, en el Brasil, se da siempre por una especie de convivencia, de cooptación: «los periodistas piden y el Estado hace de cuenta que atiende». Mas en verdad la iniciativa termina muriendo, en la medida en que no había una demanda capaz de justificar su implantación. . Tales escuelas van a aparecer en el período en que Brasil había ingresado efectivamente en la era industrial y el periodismo (la comunicación de masa) ya adquiere la función de empresa. Ellas van a corresponder a demandas efectivas de formación; de cuadros para actuar en la naciente industria cultural. Eso ocurre recién en la dada de los 40. Y sin duda alguna se debe resaltar el pionerismo de Cásper Libero, el empresario que, dedicándose al ramo de la imprenta, tiene en Sao Paulo una organización que funciona con mucho éxito. El identifica en la ausencia de mano de obra calificada un obstáculo poderoso para desarrollar sus actividades. Por eso trata de resolverlo creando una escuela junto a sus empresas. No obstante, es preciso verificar que la formación de cuadros para la industria de la comunicación no se da inmediatamente en la universidad. Esas actividades ocurren inicialmente fuera de la universidad, en todos los sectores. Y lo que vamos a observar es que la universidad tardíamente recoge las experiencias que ocurren fuera de sus murallas. Hay pues una relación directa desde el punto de vista histórico, entre la formación de cuadros para actuar en la industria de la comunicación, y el desarrollo de la propia industria. En ese sentido, quiero mostrar que la universidad brasileña tuvo un papel de omisión en relación a esas nuevas actividades que emergen en la sociedad. En vez de anticiparse para estudiar esos fenómenos y, al mismo tiempo, comenzar a formar cuadros calificados, la universidad va a remolque. Ella va a tomar efectivamente la iniciativa cuando sufre presiones de fuera. En ese punto, necesitamos entender la fisionomía de la estructura universitaria en Brasil. Lauro de Oliveira Lima, en un libro que hoy no está disponible, pero es significativo en la bibliografía brasileña de educación, muestra cómo las diferentes carreras evolucionan en la universidad por presión de las corporaciones profesionales. La actividad empresarial se desarrolla y, como consecuencia de eso, vamos a ver la aparición de profesionales que tienen características determinadas. Esos profesionales luego se organizan corporativamente y tratan de buscar las reglamentaciones profesionales, tratan de crear las reservas de mercado para aquellos que están en ejercicio. La reserva de mercado para el ejercicio profesional se da con la participación de la universidad. De un modo general, son profesiones que aún no tienen legitimidad. Ellas buscan su legitimación a través de la universidad Esas nuevas categorías se organizan, demandan junto a la universidad la creación de cursos específicos, mas para crear cursos específicos es preciso que haya la reglamentación federal. El camino es siempre el mismo: la corporación se moviliza, va al Ministerio de Educación, consigue crear el curso y, consecuentemente, el famoso «currículo mínimo». En seguida viene la presión para instalar esos cursos. Eso significa que la profesión -la categoría- adquiere cierto reconocimiento de la sociedad. Por otro lado, ese es también un mecanismo de control sobre el ingreso de los nuevos profesionales en el mercado. 2. MATRICES FORÁNEAS Quiero proponer una periodización de la enseñanza de la comunicación en Brasil a partir de esas experiencias de cursos superiores, por lo tanto, de cursos realizados dentro de las universidades. Tenemos tres períodos bien nítidos en esa historia de la enseñanza de la comunicación en Brasil. El primer período es marcado por la hegemonía europea que corresponde a los años 50 hasta, más o menos, 1964. Esa hegemonía europea se da a través de dos matrices que son evidentes en Sao Paulo y Rio de Janeiro. En Sao Paulo la matriz es la de la Universidad Pro Deo de Roma. La Facultad Cásper Libero es una facultad que se estructura a partir del modelo de la tipología presente en la universidad creada en Roma en el período pos-guerra por los dominicanos, con la finalidad de formar a las nuevas generaciones de empresarios y profesionales liberales que asumirían el comando de la vida italiana en aquel período. Por tanto es una versión italianizada del modelo americano y, en esa primera fase, con ciertos componentes aún del fascismo italiano. La segunda matriz es la francesa del Instituto Francés de la Prensa, que predomina en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, en el curso de periodismo de la Facultad Nacional de Filosofía, principalmente por la vinculación que el profesor Danton Jobim tenía con el director de aquella entidad, Jacques Kayser. Jobim tenía una cierta ascendencia sobre ese grupo que actúa en la Universidad Federal de Rio de Janeiro y es nítida la influencia del modelo del Instituto Francés de Prensa en la estructura inicial del curso de periodismo de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. El segundo período, aquel que yo llamo de la hegemonía norteamericana, marca los años 60 y se proyecta por los años 70. Esa hegemonía norteamericana traduce un reciclaje de la corporación profesional brasileña, y así mismo, del empresariado, en cuanto a la importación de modelos europeos desfasados en relación a la nueva realidad que estamos viviendo. Es el momento en que Brasil, como toda América Latina, se vincula mucho a la cultura norteamericana. Pero en el caso de las escuelas de comunicación vamos a buscar modelos de pre-guerra que no estaban más en sintonía con la nueva realidad brasileña. Por lo tanto hay una pérdida de compás entre el ambiente cultural que estábamos viviendo y esos modelos que son importados. En los años 60 se trata de hacer una corrección. La búsqueda del modelo norteamericano se da a través del proyecto más importante de transformación universitaria del Brasil, que es el Proyecto Darcy Ribeyro. En la Universidad de Brasilia tenemos la creación de una facultad de comunicación de masas estructurada por Pompeu de Souza, que fue uno de los reformadores del Diario Carioca, uno de los introductores del modelo americano de periodismo en la prensa de Rio de Janeiro. Pompeu de Souza presenta la propuesta de una facultad de comunicación calcada de la School of Mass Communication de la
Universidad de Stanford. Es una Facultad estructurada en cuatro escuelas - escuela de periodismo, escuela de cine, escuela de publicidad y escuela de radio y televisión. Un modelo, sin duda alguna, innovador. Ese modelo americano está presente también en la estructuración en 1966, de la Escuela de Comunicaciones Culturales de la Universidad de Sao Paulo. A pesar de no haber sido un proyecto orgánico como fue el de la Universidad de Brasilia, el proyecto de la Escuela de Comunicaciones Culturales de la USP es un proyecto que, en gran parte, rescata toda esa presión de las demandas que vienen de la industria cultural bastante dinámica que ya existía aquí en Sao Paulo en los idus del 60. La Escuela de Comunicaciones Culturales se estructura con varias carreras, varios cursos, cursos de periodismo, de relaciones públicas, de radio y televisión, de cine, incorporando inclusive el teatro con la intención de atender a las necesidades de formación profesional que ocurren en la industria cultural paulista. El mismo modelo vamos a encontrarlo en FAMECOS, en la PUC de Rio Grande do Sul. Es una escuela que se estructura en los años 60, dirigida para formar profesionales con vocación profesionalizante, en los moldes americanos. Esa hegemonía norteamericana se difunde en Brasil a través de la experiencia implantada en Recife, en la Universidad Católica de Pernambuco, por el profesor Luiz Beltrao. Sin duda alguna, el curso de periodismo de la Universidad Católica de Pernambuco, instaurado en 1961, da un avance en relación a los otros modelos. Yo diría que la estructura que Pompeu de Souza presenta a la Universidad de Brasilia es casi un trasplante del modelo vigente en los Estados Unidos, en tanto que el modelo que Luiz Beltrao propone para el Nordeste es un modelo aculturado, porque hay una preocupación de atender a las características de una región pobre, que no tenía posibilidades de establecer una escuela avanzada y moderna como es el modelo que Pompeu de Souza presenta para la Universidad de Brasilia. El tercer período en el desarrollo de la enseñanza de la comunicación en el país es aquel que yo rotularía como el de la hegemonía latinoamericana. Es el que marca los años 80, básicamente. Los años 80 van a configurar en Brasil, la proliferación de las tesis «ciespalinas». El CIESPAL -Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina-, un órgano creado por la UNESCO en Quito, Ecuador, a fines de los años 50, tiene un papel muy decisivo en esa latinoamericanización de la enseñanza de la comunicación en Brasil. El CIESPAL tiene dos fases. Una primera fase en que funciona como una especie de agencia de difusión de los modelos norteamericanos de enseñanza e investigación de la comunicación; y una segunda fase en que procura hacer una adaptación de esos modelos al propio continente. Esa adaptación fue, en mi manera de ver, bastante equivocada, porque intentó hacer el trasplante del modelo americano a la realidad de América Latina desconociendo la tendencia de internacionalización de las actividades de comunicación que ya eran evidentes en aquel momento y tratando de presentar una fórmula globalizante que tal vez correspondiese a necesidades de ciertas comunidades aisladas, poco desarrolladas, y que no correspondían en absoluto con las expectativas de las metrópolis latinoamericanas (Rio de Janeiro, Sao Paulo, Ciudad de México, Buenos Aires, Caracas...) Sin duda alguna, eso va a generar retraso, un retardo y una serie de equívocos en lo que se refiere a las escuelas de comunicación del continente. Básicamente esa latinoamericanización, esa ciespalización, se da a través del llamado «comunicador polivalente» que es el que predomina en las escuelas de la mayoría de nuestros países. Quiero mencionar que Brasil refluye, hasta cierto punto, a esa latinoamericanización, aboliendo los cursos dedicados a la formación de comunicadores polivalentes e instituyendo un currículo mínimo que establece especialidades profesionales, contemplando aquellos segmentos legitimados por el mercado de trabajo: periodismo, cine, relaciones públicas, editorialización, publicidad y propaganda, radio y televisión. Pero es indispensable entender la presencia de las tesis ciespalinas principalmente a través del llamado ciclo básico. El ciclo básico fue siempre una tentativa de hacer que los diferentes comunicadores orientados hacia diferentes actividades profesionales tuvieran una única formación en el campo humanístico y científico. Ese ciclo básico fue un equívoco en el trasplante del llamado modelo americano. No obstante las actividades de comunicación estén ahí situadas en el mismo espacio que el de la escuela de comunicación, esas escuelas son estructuradas a partir de las demandas, de los perfiles diversificados del mercado de trabajo. Por tanto, yo diría que lo que hay de común en esa formación son aquellas disciplinas de naturaleza científica relacionadas con el fenómeno de la comunicación, de la industria cultural. Comprender, por ejemplo, cómo los media funcionan en la sociedad. Es una comprensión socio-cultural y política que puede ser común al periodista, al publicista, al cineasta, a las relaciones públicas, y así en adelante. Mas el otro conjunto de conocimientos indispensables al ejercicio profesional en los Estados Unidos no se da de forma unificada. El modelo americano es un modelo que, de un modo general, corresponde al ofrecimiento de cerca de un tercio de la formación profesional en la escuela de comunicación, en periodismo, publicidad o en relaciones públicas, y 70% en la universidad. El ciclo básico fue también una adaptación al Brasil de aquella tentativa de crear un espacio en la universidad para recuperar las deficiencias de la instrucción secundaria. Mas en verdad, la motivación ideológica era introyectar la ideología de la seguridad nacional en el momento en que los estudiantes entrasen a la universidad. Y verificamos que la experiencia se reveló poco productiva porque la universidad nunca fue debidamente controlada por los gobiernos militares y, al contrario, ella se transformó en bastión de resistencia. Y el ciclo básico fue utilizado como un espacio de preparación de las nuevas generaciones para resistir al autoritarismo. 3. SÍNTOMAS DE CRISIS Para avanzar en esta reflexión me gustaría presentar aquello que yo llamaría síntomas de crisis en la enseñanza de la comunicación. Estamos viviendo una gran crisis. Nosotros nos legitimamos porque las profesiones fueron reglamentadas, las escuelas fueron establecidas en las universidades y continúan siendo implantadas en universidades públicas; hoy tenemos reconocimiento académico, mas es la enseñanza la que está en crisis, como también otros segmentos de la actividad universitaria. Yo diría que el principal síntoma de esa crisis es el distanciamiento de las escuelas de comunicación en relación a las demandas sociales. Esos cursos surgen por presión de la sociedad, mas en seguida cortan sus lazos con la sociedad, principalmente con las empresas del sector de la industria cultural. Eso se evidencia en los años 80 como consecuencia de la investigación-denuncia, y un cierto estigma que se crea en las escuelas de comunicación en relación a la industria cultural. La industria cultural es «satanizada». Hay un distanciamiento cada vez mayor, en la medida en que las nuevas generaciones son forradas con un antídoto permanente en relación a la industria cultural. Es una contradicción brutal porque esas nuevas personas van a trabajar en la industria cultural y, sin embargo se crea en las escuelas un odio visceral en relación a ella. Ahora, la reacción del sistema productivo no se hace esperar. Tanto que tuvimos en 1980 la necesidad de crear un movimiento nacional, que fue el ENDECOM -movimiento en defensa de los cursos de comunicación- porque el empresariado comenzó a presionar al gobierno todavía autoritario para abolir los diplomas, por un lado o cerrar los cursos de comunicación por otro. Como abolir el diploma era difícil, porque la corporación profesional es muy fuerte, entonces se optó por una tentativa de cerrar los cursos de comunicación. Tuvimos que hacer una gran movilización en el país entero para defender aquel espacio académico. El mismo fenómeno vuelve a ocurrir en 1987, durante la época de la Constituyente cuando hay una gran campaña en defensa del título de periodista. Esos dos episodios traducen el conflicto y la tensión entre la enseñanza de la comunicación y el empresariado y el sistema productivo. Y, por otro lado, traduce la falta de diálogo. Las escuelas de comunicación se transforman en guetos: presionadas por la industria ellas crean sus propias murallas y tratan de defenderse. Esa defensa se da sobre todo por el rechazo a la propia industria cultural y la búsqueda de soluciones alternativas: «vamos a trabajar en las periferias, vamos a trabajar en las zonas rurales, vamos a trabajar en los pequeños proyectos». Se deja de lado la preocupación por la industria.
Tal vez esté caricaturizando un poco, porque ese movimiento no es homogéneo en todas las escuelas. Yo diría que hay diferencias y matices, pero hay una cierta tendencia en esa dirección. El fenómeno no se da sólo por el distanciamiento en relación a la sociedad, sino también como una especie de mecanismo de defensa de las escuelas de comunicación en relación a la falta de legitimidad que ellas tienen en los espacios universitarios. El surgimiento de las escuelas de comunicación va a representar una ‘lucha» por el espacio dentro de la universidad. Son escuelas que se crean y se desarrollan siempre como espacios menores, espacios marginales. Nosotros contribuimos con esa situación de marginalidad, pero ella es consecuencia del prejuicio que las áreas tradicionales tienen en relación a las áreas nuevas. No es tampoco un problema específico del área de comunicación, ya se notaba en el área de las artes y otros sectores de las humanidades. ¿Qué ocurre dentro de las escuelas? Ese repudio, ese rechazo, ese prejuicio en relación a las actividades nuevas, como es el caso de la comunicación, es contornado con la tentativa de buscar un perfil académico que no esté sintonizado con las matrices internacionales del área. Se trata de hacer una especie de legitimación a través de la trasposición de los modelos de las áreas próximas, principalmente de las humanidades. Entonces esas escuelas se estructuran en gran parte minimizando las peculiaridades profesional, las peculiaridades del sistema productivo, y tratan de adquirir un ropaje que yo no vacilaría en llamar de pseudocientífico. Es una tentativa de decir que tenemos paradigmas, lenguajes, modelos e instrumentos semejantes a los de las otras áreas. Y cada vez más éramos marginalizados y repudiados por las áreas limítrofes, precisamente porque en realidad teníamos rara diferencia profunda en relación a ellas. 4. DESAFÍOS PARA LOS AÑOS 90 ¿Cómo superar esas cuestiones? ¿Cómo enfrentar esos desafíos que yo llamaría «los desafíos contemporáneos de la enseñanza de la comunicación?» Voy a anotar algunos elementos. 1) El rescate del intercambio internacional. No es posible seguir siendo provincianos! No es posible seguir siendo regionalistas! Es importante contemplar las peculiaridades locales, regionales, nacionales pero la actividad de comunicación está hoy internacionalizada. Tenemos que recuperar nuestros lazos con los avances en la enseñanza y la investigación de la comunicación en el plano internacional, del cual estamos muy distanciados. Son pocos los docentes que están sintonizados con las tendencias internacionales de la enseñanza y de la investigación en el área. 2) La interacción con el sistema productivo. Tenemos que interactuar con las empresas de comunicación, con la industria cultural más avanzada, la industria de punta, con las empresas de naturaleza media y también con aquellas actividades que ocurren en los movimientos sociales, porque ellos configuran espacios de actuación de los recursos humanos que nosotros formamos. 3) La autonomización de la comunicación dentro de la estructura universitaria. Tenemos que construir y delinear las fronteras del campo de la comunicación en el plano científico y pedagógico, evitando aquello que nos marca hasta hoy, que es el remolque sociológico. Tenemos un estigma de remolque sociológico que es necesario superar. Fue importante en un determinado momento pero no podemos continuar así. Y ahí practicar la interdisciplinariedad, interactuando con la sociología, la historia y con las otras áreas del conocimiento que son fundamentales, en la medida en que la comunicación es un proceso social básico. Lo que no podemos es confundir interdisciplinariedad con «ensalada rusa», haciendo de cuenta que estamos realizando una investigación interdisciplinar cuando en verdad, muchas veces, hacemos una amalgama de cosas que vienen de otras disciplinas científicas y que no poseen identidad alguna con el campo de la comunicación. Eso significa, desde el punto de vista epistemológico y metodológico, un desafío crucial gigantesco. 4) El establecimiento de límites entre actividad académica y militancia política. En esos años de resistencia al autoritarismo fue común que esas cosas estuviesen más o menos imbricadas: es comprensible, en determinados momentos la postura extremadamente ideologizante que nosotros tuvimos, pero no podemos continuar con la misma postura en un período de redemocratización del país. No estoy proponiendo que hagamos investigación neutra o imparcial, porque eso no existe! Pero es preciso establecer el límite entre el científico, el investigador y el militante político. 5) El reconocimiento del carácter especializado de los estudios de comunicación. La comunicación es un campo constituido por diferentes especialidades, no siendo un único fenómeno. La sociología, la psicología y la antropología pueden hasta identificar un fenómeno único cuando analizan los efectos y configuraciones socioculturales. Pero la personalidad de la comunicación se da a través de las profesiones que marcan el ejercicio de la actividad de comunicación cotidiana. Es preciso, en ese sentido, recuperar un poco de la experiencia internacional americana de los cursos vinculados a las profesiones. Y sobre todo, identificar aquellas nuevas profesiones que emergen en territorios limítrofes. 6) El fortalecimiento de la comunicación como actividad-medio. La comunicación no es un fin en sí misma. La comunicación no hace revoluciones. La comunicación no transforma. La comunicación es instrumento. La comunicación hace la mediación. En ese sentido, las actividades de comunicación sólo pueden desarrollarse adecuadamente en la medida en que las personas que la ejercen dominen contenido y conocimientos. Y en un mundo hiperespecializado como el que vivimos no es posible codificar mensajes sin dominar conocimientos especializados. En suma, las carreras de comunicación se encaminan, en las sociedades más desarrolladas, hacia actividades de posgrado. O sea, el dominio de conocimientos comunicacionales presupone una previa competencia en una determinada área de conocimiento. Un periodista que va a trabajar en economía, si no posee sólidos conocimientos económicos, no podrá codificar bien sus mensajes. Un publicista que va a trabajar en ingeniería pesada, si no posee un amplio conocimiento de ingeniería, no podrá codificar bien sus mensajes. Y así en adelante. 7) La valoración de la investigación para acumular conocimientos sobre los fenómenos comunicacionales. Aquí yo me refiero sobre todo a la necesidad de avanzar en la sedimentación de la actividad permanente de investigación en las escuelas de comunicación, porque esta es una actividad residual. Ella es un poco más significativa en las escuelas que poseen programas de posgrado. Pero en la mayoría de las escuelas la investigación no existe o es una actividad profesional de escasa significación. Y no es posible seguir formando recursos humanos y nuevas generaciones para la actividad profesional o para solucionar problemas emergentes, sin conocer, diagnosticar y evaluar críticamente esos fenómenos. Entonces, es fundamental invertir en la investigación. Y esa investigación necesita también sufrir, principalmente en los cursos de posgrado, una revisión, para huir de los reduccionismos de naturaleza teórica o metodológica que privilegian ciertos abordajes, sobre todo los semiológicos o culturalistas. Evidentemente, sin minimizar tales corrientes y tendencias, es importante trabajar por la acumulación sistemática de conocimiento a través de las investigaciones descriptivas. Nosotros no estamos registrando y diagnosticando los fenómenos que están ocurriendo, no hacemos un seguimiento en el tiempo y, por lo tanto, no tenemos capacidad de previsión. En suma, es indispensable combinar las metodologías convencionales, de naturaleza cuantitativa, con las cualitativas, pues de lo contrario, no acumulamos conocimiento y por lo tanto no podemos hacer actividad crítica. Y aquí me gustaría decir que mucha de esa investigación que se llama crítica en verdad no tiene crítica alguna. Ella es tan dogmática y tan poco crítica como la investigación funcionalista que fue abandonada durante mucho tiempo y que ahora retorna con ímpetu. 8) La interacción entre graduación y posgraduación. En las escuelas que tienen esas dos actividades hay un distanciamiento total, no hay vasos comunicantes entre graduación y posgraduación. No hay tampoco una mayor interacción entre los posgrados de las principales universidades con los grados de las demás. Yo veo con mucha tristeza por ejemplo, que muchos de aquellos maestros o doctores que formamos, tanto en Rio de Janeiro como en Sao Paulo o en otras áreas en que existe el posgrado, cuando vuelven a su área de origen no quieren dedicarse a los grados. Vuelven, por lo tanto, con el título superior, van a la burocracia académica o quieren dedicarse a programas de investigación y no van a socializar en los cursos de grado el conocimiento adquirido. Por tanto, ese problema de interacción entre grado y posgrado es fundamental, es un desafío que tenemos que enfrentar.
9) El rescate del interés público en detrimento de los intereses corporativos. Eso vale, principalmente, para las universidades estatales, porque la cuestión en las universidades particulares es un poco diferente. Es preciso rescatar el interés público y combinar las formas de lucha que toda la corporación debe poseer, sin comprometer los intereses mayores de la sociedad: las huelgas prolongadas que sólo perjudican a los estudiantes o perjudica a nuestra propia investigación; la productividad, que es crucial pues en muchas instituciones públicas los profesores y los investigadores no se sienten comprometidos con el entorno social y, por lo tanto presentan una producción de baja calidad o no presentan productividad alguna y tratan de justificar eso con un discurso fisiológico, excesivo. 10) Actuación de vanguardia, superando el gueto universitario. Llegó el momento en que debemos efectivamente, buscar canales de cooperación institucional, superando las murallas que erguimos en torno de nuestras propias instituciones, donde una institución estigmatiza a otra. Es importante que critiquemos abiertamente, que dialoguemos, que convivamos con la diversidad y la pluralidad, mas es importante que cooperemos unas con otras. Ya adquirimos hoy un grado de madurez que nos permite hacer eso, dejando de lado él problema de las rivalidades personales y de los extremismos, porque somos una comunidad que sólo va a crecer si trabajamos cooperativamente. De lo contrario, vamos a continuar configurando un campo de conocimiento marcado por rivalidades que no son divergencias de fondo, sino antagonismos de naturaleza subjetiva y que no hacen avanzar al conocimiento. Estas reflexiones tratan de contribuir en la intensificación del debate sobre la crisis académica que asola las escuelas de comunicación en Brasil. Muchas de las ideas aquí recogidas han sido previamente discutidas con varios grupos de profesores, investigadores, estudiantes y profesionales. Ellas expresan mis dudas e inquietudes, sin ninguna pretensión de alcanzar la certeza o la verdad. Más de un cuarto de siglo de trabajo continuo en el campo de la comunicación formal me impone la obligación de hacer revisiones más realistas y menos triunfalistas. Traducción: Ana María Cano. Bibliografía consultada.- BOWERS, Thomas. Ensino de jornalismo nos Estados Unidos: o caso da Carolina do Norte. Intercom-Revista Brasileira de Comunicacao. Sao Paulo, N° 59, p 72-78, 1988. - CONSELHO NACIONAL DE DESENVOLVIMIENTO CIENTIFICO E TECNOLOGICO. A pesquisa em comunicacao de massa no Brasil: avaliacao e perspectivas. Intercom-Revista Brasileira de Comunicacao. Sao Paulo, N° 62/63, p 5-46, 1990. - FELAFACS. La formación profesional de comunicadores sociales en América Latina. Bogotá, 1985. - FELICIANO, Fátima. CIESPAL: trinca anos de influencia. Intercom- Revista Brasileira de Comunicacao, Sao Paulo, N° 59, p. 55-64, 1988. - FUENTES, Raúl. El estudio de la comunicación en las universidades latinoamericanas. Telos, Madrid, Fundesco, Nº 19 p. 156-159, 1989. - GONZAGA MOTA, Luiz. La crisis de la enseñanza de comunicación: el caso de Brasil. Chasqui, Quito, Ciespal, N° 2, p. 90-96,1982. - MARQUES DE MELO, José. Cómunicacao e Modernidade: o ensino e a pesquisa nas escolas de comunicacao. Sao Paulo, Loyola, 1991, 166 p. - MARQUES DE MELO, José. Sociología da imprensa brasileira. Petrópolis, Vozes, 1974. - MARQUES DE MELO, José coord. O ensino de comunicacao no Brasil: impasses e desafios. Sao Paulo, ECAUSP, IPCJE, 1987. - MARQUES DE MELO, José. LINS DA SILVA, Carlos Eduardo, FADUL, Anamaria. O ensino de comunicacao e os desafios da modernidade. Sao Paulo, ECA-USP,1991. - MARTIN BARBERO, Jesús. Crisis en los estudios de comunicación y sentido de una reforma curricular. Dia-logos de la comunicación, Lima. Felafacs N°-19, p. 24-29, 1988. - MARTIN SERRANO, Manuel, ed. La enseñanza de la comunicación en los países iberoamericanos. Madrid, ICI, 1985. MEC-SESU. Diagnóstico das escolas de comunicacao social. Brasília, 1987. MEC-SESU. Avaliacao do ensino de comunicacao social. Brasília, 1987. - NIXON. Raymond. Education for journalism in Latin America: a report of progress. Minneapoli, Minnesota Journalism Center, 1981. - OLIVEIRA LIMA, Lauro. Estórias da educacao no Brasil: de Pombal a Passarinho. Brasília, Editora Brasília, 1974. - UNESCO. Os profissionais da comunicacao: In: Um mundo e muitas vozes (Relatorio McBride). Rio de Janeiro, FGV, p. 379-389,1983.
PRÁCTICAS PROFESIONALES Y UTOPÍAUNIVERSITARIA: NOTAS PARAREPENSAR EL MODELO DE COMUNICADOR Raúl Fuentes Navarro En el marco de la crisis económica, política y cultural que enfrenta América Latina desde principios de los ochenta, que no se limita a factores ni a manifestaciones nacionales, y de las nuevas corrientes de la globalización y de los bloques regionales que ha traído consigo el término de la guerra fría y el mundo bipolar, se ha ido extendiendo en la comunidad académica del campo de la comunicación la conciencia de la necesidad de una revisión extensa y profunda y de una renovación crítica, quizá radical- de la mayor parte de las acciones que, dentro y fuera de las universidades, contribuyen a la formación de comunicadores, al igual que de los demás profesionistas y agentes sociales. Sin embargo, las propuestas apuntan a direcciones divergentes y a veces opuestas. La universidad misma, como institución social, ha sido puesta en crisis, desde las esferas financieras hasta las ideológicas, ya que parecen haberse desarticulado gravemente sus relaciones y funciones sociales y disminuido drásticamente la calidad de su aportación académica en todos los campos. Las políticas de «modernización» neoliberal imperantes ahora en la actuación de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos han agudizado aun más el debate no sólo en y acerca de las instituciones públicas, sino también en muchas de las privadas. Las maniqueas distinciones entre unas y otras tienden al mismo tiempo a disolverse en la práctica y a revitalizarse en el discurso, ante los rápidos cambios contextuales. En el sector que constituyen las escuelas de comunicación se han conjuntado, además de las bruscas transformaciones económicas, políticas, culturales, los problemas generales de la educación superior con los específicos del campo, muchos de los cuales compartimos con las demás áreas de las ciencias sociales, que atraviesan a su vez, en todo el mundo, una aguda crisis epistemológica y teórico-metodológica. Y si a eso agregamos todavía el hecho de que el crecimiento desmedido de las escuelas de comunicación no se ha detenido y que hay ya más de cien mil estudiantes en más de 250 escuelas en la región (aunque México y Brasil concentran, cada uno; un tercio de esas cifras, el panorama futuro no puede verse con optimismo simplista. Algunos seguimos creyendo, sin embargo, que desde el punto de vista de la planificación universitaria es viable todavía una reorientación crítica que permita reformular y rearticular las intenciones y las condiciones de la formación universitaria de comunicadores. Para lo cual es evidentemente necesario formular claramente unas y otras. La formación de profesionales, una de las funciones «sustantivas» de la universidad, está en el centro mismo de la cuestión. Pero para discutirla, entre otras cosas, es indispensable contar con un conocimiento sistemático y detallado de las relaciones concretas que mantienen los curricula y los ejercicios profesionales de la comunicación en cada país y región. Conceptualmente, el problema va siendo cada vez mejor planteado y ubicado, pero es completamente insuficiente la evidencia empírica que hasta ahora se ha producido en la casi totalidad de las instituciones latinoamericanas. Aunque parece obvio que un análisis detallado de las condiciones en que los egresados se incorporan al ejercicio profesional y de las tendencias que la propia dinámica social va señalando como decadentes, predominantes o emergentes es una fuente imprescindible de información que, en el contexto de los valores y propósitos asumidos institucionalmente en cada universidad, debería fundamentar el perfil del comunicador y orientar dinámicamente el diseño curricular (1), tal conocimiento no existe en la mayoría de las escuelas latinoamericanas, ni parece estar siendo buscado (2). Más bien, parece volver a tomar fuerza la tendencia a declarar inexistente el problema, y en consecuencia adoptar las maneras más eficientes de subordinar la formación universitaria a las demandas, explícitas y tácitas, de los empleadores, es decir, de quienes controlan el «mercado», casi siempre los mismos que controlan los medios de difusión masiva. Por ello, el embate ideológico del neo-liberalismo tiene en los noventa, lamentablemente, condiciones mucho más favorables para predominar sobre otros modelos orientadores de las prácticas universitarias que hace, digamos, dos décadas. De manera que aunque la reducción de «profesión» a «mercado de trabajo» y de «formación universitaria» a «adiestramiento funcional» es vista ahora como más «natural» y «práctica», no por ello la consideramos menos inaceptable. No podemos ignorar que tanto en los sistemas universitarios en general como en las escuelas de comunicación más particularmente, a todo lo largo y ancho de América Latina, hay un gran conjunto de vicios y de insuficiencias, ya muchas veces descritos y analizados, que han contribuido a desarticular la formación de comunicadores del desarrollo de los sistemas dominantes de comunicación y de las transformaciones sociales que, a diferentes escalas, están en proceso y que se conocen en realidad muy poco, a pesar de estar siendo atravesados y reconstituidos por ellas. Pero en esas mismas instituciones se han acumulado también recursos considerables que, crítica y estratégicamente aprovechados, pueden apoyar la renovación desde hace décadas buscada. Es en ese marco que puede replantearse, utópicamente, el problema de la articulación universidad-sociedad en cuanto a la formación de comunicadores y su inserción en las estructuras profesionales: desde las tensiones que han impuesto al trabajo académico los propios procesos de cambio y el insatisfactorio cumplimiento de los ambiciosos -y muchas veces inconsistentes- proyectos sostenidos en las décadas pasadas (3). Para renovarlo sin renunciar a su sentido esencial, tenemos que mantener la convicción de que el trabajo académico, práctica social sujeta a determinaciones específicas, al realizarse universitariamente, distingue el espacio y delimita el tiempo -y con ello la constitución de los sujetos que lo realizan- de una manera diferente a la que exigen otros ámbitos, modalidades de acción e instituciones sociales (4). El trabajo universitario no es, ni puede ser, como el que se efectúa en las instancias del Estado o del gobierno, orientado por las pugnas de intereses políticos, aún en el mejor sentido de la polis o de lo estrictamente público; tampoco como el que se realiza en los sectores productivos, que cada vez tienen menos que ver con el anacrónico concepto de «iniciativa privada», ya que resultan quizás más públicos que las iniciativas gubernamentales al estar orientados por el afán de lucro y la competencia por el mercado. El trabajo universitario no es tampoco, ni puede ser, como el que corresponde a la Iglesia, interesada finalmente en la «salvación de las almas», ni como el que concierne a los partidos o movimientos sociales organizados para la reivindicación de derechos terrenales o la redistribución social del poder. Es necesario sostener que la lógica de la universidad no puede ser ajena ni estar desvinculada de las lógicas de otras instituciones sociales, pero tampoco puede subsumirse a ninguna de ellas, pues entonces no sería más que un camino innecesariamente tortuoso, un medio irracionalmente indirecto, para la consecución de finalidades sociales que pueden perseguirse de maneras más eficientes. Reconocemos que la relación universidad-sociedad es todavía, ciertamente, un problema difícil de plantear, ante el cual abundan intentos tanto conceptuales como prácticos de respuesta. Nos parece claro que ni la universidad ni los demás agentes sociales pueden eludir este problema, pero tampoco solucionarlo «definitivamente»: eso sería sacar a la universidad de la dinámica histórico-social y por tanto cancelar radicalmente el sentido mismo de su existencia. Los amplios procesos de reflexión y de discusión sobre las renovaciones, redefiniciones y rearticulaciones necesarias que hemos visto en los últimos años en muchas universidades públicas y privadas, y dentro de ellas en las escuelas de comunicación, ponen en evidencia, en estos tiempos de crisis, la tensión entre las diversas lógicas en pugna para que la universidad «sirva mejor a la sociedad». Pero es evidente que cada quien ve a la sociedad según su lugar en ella. Aunque es obvio, entonces, que los más recientes acontecimientos mundiales y el impresionante repunte de «el mercado» como motor de la historia, tienden a desprestigiar -aun en círculos intelectuales- cualquier planteamiento que parezca critico, «socialista», teórico o utópico, puede sostenerse que,
pese al riesgo de parecer anacrónico, el espacio universitario debe seguir siendo defendido de las reducciones que tratan de imponerle tecnócratas de fuera y de adentro. Para los estudios universitarios de comunicación esta situación es crucial, ya que como ha dicho Jesús Martín-Barbero, «El recorrido de esos estudios en América Latina muestra las dificultades que encuentra aún la articulación de lo abordado en la investigación con lo tematizable en la docencia, así como la lenta consolidación en propuestas curriculares de la interacción entre avance teórico y renovación profesional. De otra parte, al no estar integrado por una disciplina sino por un conjunto de saberes y prácticas pertenecientes a diversas disciplinas y campos, el estudio de la comunicación presenta dispersión y amalgama, especialmente visible en la relación entre ciencias sociales y adiestramientos técnicos. De ahí la tentación tecnocrática de superar esa amalgama fragmentando el estudio y especializando las prácticas por oficios siguiendo los requerimientos del mercado laboral. Pero en países como los nuestros donde la investigación y el trabajo teórico no tiene, salvo honrosas excepciones, espacios de desarrollo institucional fuera de las universidades, ¿dónde situar entonces la tarea de dar forma a las demandas de comunicación que vienen de la sociedad y al diseño de alternativas?» (5). Siguiendo una línea de razonamiento muy compatible con ésta, Guillermo Orozco argumenta «la conveniencia de abandonar, como objetivo principal, la adecuación de la formación universitaria de profesionales de la comunicación a los requerimientos del mercado de trabajo, para centrar el esfuerzo en captar y traducir adecuadamente en los currícula las necesidades de comunicación de la sociedad civil» (6). Como fundamento de su argumentación, Orozco entiende, siguiendo a Bourdieu, por campo educativo un conjunto de prácticas interrelacionadas entre sí de acuerdo a la función que cumplen en la división del trabajo de producción, reproducción y difusión del conocimiento, ampliamente entendido como un conjunto de saberes y habilidades. La premisa implícita de esta comprensión es que esos saberes y habilidades son «objetivables» y traducibles a planes de estudio concretos a través de los cuales se pueden enseñar y así reproducir. De acuerdo con esto, es posible diferenciar entre los «saberes prácticos», esto es, saberes que se han aprendido pero no se han enseñado y aquéllos que debido a su objetivación pueden enseñarse. Así es posible entender la existencia de comunicadores en la sociedad que no han pasado por la universidad, pero cuya práctica profesional no necesariamente difiere de la de aquellos que sí han cursado la carrera y poseen un título como profesionales de la comunicación. Pero los saberes prácticos del oficio no lo son todo en la profesión, que siguiendo a Pablo Latapí concebimos como estructura social: «Una profesión cualquiera, no es la prestación de un servicio de un individuo a otro individuo. Es un conjunto de relaciones estables entre hombres con necesidades y hombres con la capacidad de satisfacerlas. Por esto las profesiones adquieren modos de funcionamiento acordes con la formación social en que están insertas. Por esto son estructuras sociales» (7). Para explicarnos el proceso por el cual se han ido constituyendo esas «relaciones estables» en el campo de la comunicación, es necesario identificar cómo y quién define las necesidades de comunicación, sobre qué bases y desde qué posición en la sociedad. Hemos reconocido, al respecto, que es una desarticulación múltiple (8) la que caracteriza al campo y la insuficiencia de información concreta que sobre la(s) profesión(es) del comunicador se ha producido. Sin más y mejor información no podremos avanzar siquiera en la formulación del problema, que ya hace más de una década Latapí planteaba en términos complejos: «Cada profesión tiene un específico modo de producción de sus servicios; un perfil de funciones que corresponden a determinados sectores sociales; una implícita jerarquía de las necesidades humanas; una ideología subyacente que le dicta sus normas, sus valoraciones y sus conductas; una pauta para dividir y especializar sus servicios; y una manera correcta de relacionarse con otras profesiones afines. Todos estos elementos constituyen a la profesión en estructura social y hacen que, dejada al libre juego del mercado, refuerce el actual sistema de diferenciación de clases y distribución del poder» (9). La relación entre formación universitaria y ejercicio profesional de la comunicación debe situarse, entonces, en dos niveles: el primero de ellos atendería a la inscripción funcional de los comunicadores universitarios en la dinámica social como profesionales especializados en la satisfacción de ciertos tipos de necesidades, mientras que el segundo correspondería a su constitución como agentes de transformación social, innovadores de las prácticas sociales de comunicación en sentido opuesto al reforzamiento del «actual sistema de diferenciación de clases y distribución del poder». A esta doble consideración de la relación entre formación universitaria y ejercicio profesional de los comunicadores universitarios lleva el planteamiento, al menos discursivo, de la mayor parte de los diseños curriculares vigentes y de casi todos los estudiosos del tema. La utopía de un ejercicio comunicacional democrático y democratizador sigue siendo la orientación predominante en la retórica, aunque habría que analizar hasta qué punto en la mayor parte de las prácticas académicas y profesionales. Para volver con la argumentación de Orozco, el caso de la enseñanza y las prácticas profesionales de la comunicación constituye un ejemplo muy nítido para observar la conformación de un campo educativo. Si aceptamos que siempre ha habido comunicadores, que muchos de ellos de hecho han ejercido la comunicación profesionalmente, pero que es en los años sesenta cuando aparecen las primeras Facultades de Comunicación, resulta evidente que esa fecha sólo marca la constitución del campo educativo de la comunicación, pero no la de las prácticas profesionales de la comunicación, ni mucho menos define la existencia de los comunicadores. La creación de las Facultades de Comunicación muestra simplemente la objetivación de ciertos saberes y conocimientos que constituían las prácticas de comunicación que ya existían y su traducción a un plan de estudios específico. «Sin embargo, y este es un punto esencial, la conformación del campo educativo de la comunicación se realizó a partir de legitimar sólo ciertas prácticas profesionales. En su mayoría fueron aquellas que eran funcionales al desarrollo capitalista de los modernos medios masivos y por tanto eran prácticas que interesaban principalmente a los grupos que controlaban (y controlan) esos medios. Prácticas que deberían posibilitar su expansión y consolidación como empresas económicas y no sólo como instituciones culturales» (10). La conformación de un campo educativo, entonces, no obedece a una necesidad histórica sino a necesidades concretas de ciertos sectores sociales. No todos los sectores pueden por sí mismos conformar un campo educativo que les sea funcional a sus fines. Son principalmente los sectores de la clase dominante los que están en posición de hacerlo. Más aún, estos sectores también definen las necesidades sociales del resto, en este caso las necesidades de comunicación, con la intención de legitimar socialmente la definición del campo educativo conformado. No es difícil ver por qué la perspectiva dominante hasta ahora en la definición del campo educativo de la comunicación ha sido la de tratar de adecuar la formación a los requerimientos del mercado de trabajo. Todavía según Orozco, la teorización actual sobre el papel social de la universidad la ubica como una institución en un proceso dialéctico entre condiciones y límites externos y génesis de alternativas educativas. Las teorías de la reproducción que estuvieron en boga por muchos años han sido muy criticadas precisamente en sus supuestos acerca de una articulación precisa entre la formación de la fuerza laboral y los requerimientos del mercado en las economías capitalistas. Lo que los autores críticos postulan es una articulación, siempre en gestación, que conlleva conflictos y contradicciones y que debido a ello no acaba de ser total y exacta, dentro de un margen para la acción autónoma de la universidad como institución educativa. En parte, esta autonomía relativa se debe a los logros de movimientos sociales y la organización de distintos sectores de la sociedad para hacer oír su voz donde antes no tenía ningún eco. Así, la universidad tiene cierta capacidad de conformar el campo educativo de la comunicación, a partir de la objetivación de saberes y habilidades imbuidos en prácticas de comunicación distintas a las requeridas para los medios y tecnologías de información o para satisfacer los requerimientos comunicativos de los sectores de la clase dominante. La universidad, remata Orozco, puede dirigir su atención a las prácticas de comunicación de otros sectores sociales para conocerlas y luego traducirlas a prácticas educativas que permitan otro tipo de formación de profesionales de la comunicación. Esta utopía universitaria puede tomar la forma de una hipótesis: «El reto de una formación de comunicadores más relevante socialmente no radica en la intención de hacerlo (solamente), sino en la metodología para traducir adecuadamente las prácticas profesionales de comunicación y en general las prácticas sociales de comunicación en campos educativos (11).
Para dar un paso más en el desarrollo de esa metodología renovadora, hay otra aportación de Jesús Martín-Barbero: «Un plan de estudios, un curriculum, articula siempre, de alguna manera, la lógica de las disciplinas a la dinámica de las sociedades, y los modelos pedagógicos a las configuraciones profesionales que presenta el mercado de trabajo. De ahí que no pueda avanzarse en la renovación de los estudios de la comunicación sin que las escuelas construyan y reconstruyan permanentemente el mapa de las prácticas profesionales de comunicador que tienen legitimidad y vigencia en el país, mapa que incluye al menos los siguientes niveles: - competencias y oficios: ¿qué saberes y destrezas conforman el bagaje básico y qué diferentes figuras hegemonizan el campo de la comunicación en el país? - agencias de legitimación: ¿cuáles son las instancias que garantizan o devalúan esas competencias y oficios -las empresas de comunicación, las organizaciones gremiales, las instituciones estatales, las universidades, etc. y cuál es el peso relativo de cada una de ellas? - dinámicas de transformación: ¿desde qué fuerzas, movimientos y actores sociales-políticos, tecnológicos, educativos, intelectuales, artísticos- se activan cambios en las competencias del comunicador y cuáles son las líneas de transformación y los rasgos principales de las figuras profesionales emergentes? La construcción de ese mapa exigirá a las escuelas revisar periódicamente su experiencia académica y sus modelos de formación» (12). Antes de exponer como parte final de estas notas un intento, realizado por el ITESO (Guadalajara, México), de traducir metodológicamente en un nuevo perfil del comunicador la asimilación del diagnóstico disponible sobre las prácticas profesionales y la opción institucional por rescatar el margen de autonomía relativa de que dispone la universidad para conformar el campo educativo de la comunicación, conviene completar el planteamiento iniciado atrás sobre el componente utópico postulado como base para la formación universitaria de comunicadores. Creemos que así como la universidad, el conocimiento y el trabajo académico tienden a ser instrumentalizados según los intereses divergentes de distintos agentes sociales, la comunicación también tiende a ser reducida en algunas de sus aplicaciones funcionales a lo que esos agentes buscan: el lucro, el poder, la reproducción del sistema, el control social. Los usos concretos de la comunicación y sus recursos para la expresión o la autorrepresentación, para conseguir fines particulares, o para generar consenso en torno a la propia posición con respecto a cualquier referente (13), son precisamente los que convierten a las prácticas socioculturales de comunicación en objetos de estudio y de atención estratégica, porque a través de sus redes y sistemas se teje cada vez más la dinámica que conforma el entorno en que vivimos y nuestra propia identidad. Pero estudiar esos procesos universitariamente implica, de entrada, la exigencia de no reproducirlos mecánicamente, ni como forma de las relaciones cotidianas al interior de la institución, ni como modelo de la acción que como profesionales los estudiantes habrán de realizar. Entran en juego aquí dos elementos de la lógica universitaria que son específicos de ella y que no tienen por qué ser tan pertinentes en otros ámbitos institucionales de la sociedad: la crítica y la utopía. La crítica, para desmontar, para «desnaturalizar» las prácticas vigentes, entender los porqués y paraqués de su operación y no sólo los qués y los cómos, de manera que puedan adoptarse, renovarse, reafirmarse o rebatirse conscientemente; pero también confrontarlas con un sistema de valores que se quisieran ver vigentes en la vida y en las prácticas sociales. Si bien la crítica se confunde fácilmente con la descalificación destructiva y dogmática, y la utopía con el idealismo ingenuo y con lo ilusorio, es un desafío estrictamente profesional de los universitarios dimensionarlas en su sentido práctico: la crítica y la utopía como recursos indispensables del conocimiento y de la acción intencionada para la producción de nuevos sentidos, de nuevas prácticas, de nuevas y mejores relaciones sociales que interactúen con las vigentes en la sociedad y concreten opciones de desarrollo de los valores adoptados como fundamento del proyecto utópico. La comunicación como proceso libre de determinaciones entre sujetos sociales que participan equitativa, consciente y responsablemente en la construcción de un consenso, de un sentido común, es una utopía. Pero es un modelo de enorme potencial práctico para entender y para usar críticamente la comunicación y sus recursos. Descubrir y desarrollar esa capacidad (competencia) en concreto, es lo que da sentido universitario al estudio de la comunicación. Para dominar las técnicas, alcanzar posiciones de poder o ejercitar las formas estéticas, hay caminos, también prácticos, más directos. Una manera de intentar concretar curricularmente, mediante el diseño de un nuevo perfil del comunicador, esta concepción, que a nuestra manera de ver establece dialécticamente una base clara para la redefinición de la articulación formación universitaria-profesión, es la propuesta en el ITESO como parte de la revisión curricular en proceso, a partir de la experiencia acumulada a lo largo de casi veinticinco años de operación de su licenciatura en Ciencias de la Comunicación. El perfil propuesto del comunicador egresado del ITESO pretende definir y articular las operaciones profesionales que el egresado debe llegar a ser capaz de desarrollar, en cuatro niveles sucesivos, cada uno de los cuales implica al anterior. El primer nivel abarca el dominio del lenguaje y se sintetiza en la capacidad de representar el acontecer; en otros términos, la competencia para codificar y recodificar con precisión y pertinencia los hechos de la experiencia próxima y lejana, concreta y abstracta, es decir, para ubicarse en el entorno y nombrarlo. Supone el desarrollo, hasta un grado superior al «promedio» de cualquier universitario, de las habilidades de hablar, escuchar, leer y escribir. Parece obvio que un profesional de la comunicación insuficientemente capaz de ubicarse en una situación cualquiera y describirla, no tiene mucho que hacer en un entorno sociocultural cada vez más complejo y cambiante. El segundo nivel, que supone al anterior, concierne al control de la información, es decir, la mediación entre el acontecer y su conocimiento social -amplio o restringido-, operando diversos sistemas de significación (códigos) y distintos sistemas de transmisión de información (canales), desde la totalidad o alguno de los elementos de los sistemas de comunicación (medios), micro-meso-macro- o mega-sociales. Este nivel supone el desarrollo de las competencias para producir y/o desentrañar el sentido de los mensajes en circulación entre sujetos sociales concretos. Un comunicador que no pudiera emplear los medios para expresar mensajes específicos o no supiera reconocer los mensajes de otros, no tendría posibilidad alguna de acceder a los sentidos que los diversos sujetos sociales construyen en sus prácticas cotidianas. El tercer nivel supone los dos anteriores y remite al dominio de los usos sociales de la comunicación y sus recursos. Puede sintetizarse en la capacidad de «generar organización» mediante el diseño, realización y evaluación de estrategias comunicativas que intervengan en situaciones concretas para la consecución de objetivos comunicacionales de agentes sociales determinados. Un comunicador que no fuera capaz de «instrumentalizar» la comunicación y sus recursos en función de fines sociales específicos, no tendría la posibilidad de apoyar la satisfacción concreta de necesidades. Finalmente, el cuarto nivel remite a las competencias necesarias para operar la comunicación educativamente, es decir, para hacer participar a los sujetos sociales, consciente e intencionadamente, en la transformación de sus condiciones concretas de existencia a través de la apropiación crítica de sus prácticas mediante la comunicación. Este nivel es el que con mayor consistencia puede relacionar las prácticas profesionales de comunicación con los procesos de transformación social que puedan hacer vigentes, en ámbitos determinados, ciertos valores contrahegemónicos. Este planteamiento de perfil del comunicador pretende fundamentar una nueva estructura curricular que permita el diseño de las experiencias de aprendizaje que sucesivamente, y en las distintas áreas de conocimiento necesarias para la formación universitaria de comunicadores vaya construyendo en los estudiantes las competencias requeridas para incorporar tanto los «saberes prácticos» de los oficios profesionales (que sólo pueden aprenderse ejerciéndolos), como los saberes y habilidades más específicamente universitarios, que sí pueden enseñarse. Hay que decir que ninguno de los niveles operativos propuestos implica la reproducción acrítica de las prácticas vigentes, ya que todas pueden ser innovadas, propósito que deberá perseguirse en las actividades escolares «experimentales». Por otra parte, ninguno de los niveles operativos propuestos está tampoco circunscrito a las condiciones (actuales o potenciales) de los mercados de trabajo: todos pueden ser ejercidos socialmente. De hecho, la formulación proviene de una exploración empírica de las prácticas profesionales, aunque aparezca expresada en términos teóricos. La formación de las competencias operativas articuladas por una lógica propia de la comunicación que sustente la constitución de los estudiantes en profesionales a lo largo del proceso curricular universitario, es estrictamente un problema metodológico, aspecto estratégico fundamental del trabajo
académico sobre el cual hay todavía mucho que aprender. Una de las cuestiones claras al respecto es que realizar -hacer real- la tarea universitaria, no sólo utópica y críticamente, sino también y sobre todo práctica y eficientemente, exige profesionalidad de alta calificación en quienes la practican. La clave para que la universidad pueda distinguirse en el campo de la producción cultural y desde ahí aportar lo necesario al conjunto de la sociedad, está precisamente ahí: no sólo en la dedicación, capacidad y eficiencia del personal académico, o no sólo en las condiciones laborales y la dotación de apoyos, recursos y reconocimientos adecuados, sino sobre todo, en la ubicación del sentido y de los alcances y límites concretos de la práctica universitaria en términos socioculturales amplios. La tensión profesional, la utopía realizable de un comunicador universitario, que en alguna medida pueden homologarse lógicamente tanto para el personal académico que trabaja en las escuelas de comunicación como para los estudiantes que egresarán de ellas, ha sido felizmente formulada por Jesús Martín-Barbero en términos de un proceso: pasar de ser «intermediarios» a «mediadores», es decir, de reproductores dóciles para la expresión y el logro de propósitos de otros, a interventores responsables del «tendido de puentes» entre sectores socioculturales estructuralmente separados. La utopía puede sintetizarse en palabras de Jesús Martín-Barbero: «Mediador será entonces el comunicador que se tome en serio esa palabra, pues comunicar, -pese a todo lo que afirmen los manuales y los habitantes de la postmodernidad,- ha sido y sigue siendo algo más difícil y largo que informar; es hacer posible que unos hombres reconozcan a otros, y ello en «doble sentido»: les reconozcan el derecho a vivir y pensar diferentemente, y se reconozcan como hombres en esa diferencia. Eso es lo que significa y lo que implica pensar la comunicación desde la cultura» (14). REFERENCIAS.(1) FUENTES NAVARRO, Raúl: «El diseño curricular en la formación universitaria de comunicadores sociales para América Latina. Realidades, tendencias y alternativas». en: Dia-logos de la Comunicación N° 17, FELAFACS, Lima, abril de 1987. p 77-78. (2) Una excepción notable es el proyecto O mercado de trabalho de comunicacoes e artes e os profissionais formados pela ECA nas décadas de 70 e 80, en proceso en la Universidade de Sao Paulo. En otro sentido, los estudios mexicanos de la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco, la Universidad Iberoamericana o el ITESO. (3) CALETTI, Rubén Sergio: «Reflexiones sobre teoría y cambio social.» en: Comunicación y cultura N° 10, UAMX, México, agosto de 1983. p. 169-185. (4) Algunas partes de la conferencia del autor titulada «Comunicación, Universidad, Profesión» (ITESO, Guadalajara, abril de 1991) son resumidas aquí. (5) MARTIN BARBERO, Jesús: «Teoría/ Investigación/Producción en la enseñanza de la comunicación.» en: Dia-logos de la Comunicación N° 28, FELAFACS, Lima, noviembre de 1990. p. 70-76. (6) OROZCO GOMEZ, Guillermo: «La formación de profesionales en comunicación: dos perspectivas en competencia.» en: Las Profesiones en México No. 5: Ciencias de la Comunicación. UAM-X, México, 1990. (7) LATAPI, Pablo: «Hacia un profesional diferente.» en: Política Educativa y Valores Nacionales. Nueva Imagen, México, 1979. p. 200. (8) Cfr, LUNA CORTES, Carlos: La Enseñanza de la Comunicación en México. Revisión Documental. ITESO, Guadalajara, 1991.También FUENTES NAVARRO, Raúl: «El desarrollo, la organización y el uso de la comunicación social en México.» en: PAOLI FJ (Coord.) Desarrollo y Organización de las Ciencias Sociales en México. CIIH UNAM/M.A. Porrúa, México, 1990. (9) LATAPI, op.cit. (10) OROZCO, op.cit. (11) OROZCO, op.cit. (12) MARTIN BARBERO, op.cit. (13) Cfr, HABERMAS, Jürgen: Teoría de la Acción Comunicativa. Tomo I: Racionalidad de la Acción y Racionalidad Social. Taurus, Buenos Aires, 1989. (14) MARTIN BARBERO, op.cit.
PROFESIONES, HISTORIA Y TAXONOMÍAS: ALGUNAS DISCRIMINACIONES NECESARIAS Sergio Caletti Hay dos cuestiones que desvelan desde hace años a las licenciaturas en comunicación, transitando seminarios y congresos, tanto como discusiones de pasillo, sin encontrar terreno para el sosiego. Ellas son: a) ¿cómo articular mejor estas carreras con la realidad ocupacional del mercado? y b) ¿cuál es, en definitiva el estatuto que deben asumir los estudios de comunicación? En ellas, se resumen varias interrogantes ya «clásicas». Entre otras: qué vinculación debe establecerse entre las asignaturas de carácter teórico y de carácter práctico, qué perfil deben tener los egresados, qué papel cumplir en relación a la posibilidad de promover nuevas formas profesionales, hasta qué punto y con qué rostro debe ser concebida la especificidad de lo comunicacional, de cara a otras disciplinas o campos de estudio adyacentes, etc. Seria obviamente exagerado pretender que estas zonas de debate constituyan por igual -en idéntica medida o en idénticos términos- un motivo de intranquilidades para todas. Muchas, sin duda, han dejado atrás las zozobras a través de resoluciones más o menos pragmáticas, en particular aquéllas que han podido o querido organizarse con el mayor ajuste posible a las demandas del mercado. Sin embargo, ni aún en ellas, tal vez, los dilemas planteados se disolvieron definitivamente: son, según parece, dilemas del campo más que de una o varias instituciones en particular. La relevancia de estos asuntos en el diseño curricular es suficiente para justificar el tiempo dedicado a ellos. Pero la dificultad que en general han tenido hoy para arribar a un punto firme invita a una reflexión de otro orden, una reflexión sobre la dificultad misma. EL PAISAJE DE LAS DUDAS Quienes inscribimos nuestra actividad en el marco que, pese a todo, establecen estas carreras ,hemos desarrollado ya el hábito de vivir en una suerte de incertidumbre primaria y, también, la capacidad de avanzar en nuestras actividades por encima de lo que no se logra definir en relación a ellas. Más aún. A tal punto la dificultad parece haberse hecho endémica, que hemos aprendido igualmente a cohabitar la incertidumbre con una rica y diversa gama de posturas sobre las posibles respuestas a ensayar, tanto para lo epistemológico como para lo ocupacional. El hecho no carece de lógica en este contexto. En una misma institución y más allá de los esfuerzos que suelen realizarse para nutrir de congruencia discursiva a cada nuevo plan de estudios (¿qué licenciatura con dos décadas de vida no lo ha cambiado ya sustantivamente al menos una vez?) subsisten a veces -como luego de los grandes movimientos sísmicos- algo así como las huellas superpuestas de las distintas épocas sepultadas. Con una diferencia: en nuestro caso los pasados son insepultos, la historia no ha dejado nunca de ser también presente. Todas las respuestas ensayadas en el último cuarto de siglo, y que tuvieron distintos momentos de predominio, se las ingenian para coexistir en la oferta académica y convergen al debate: desde la concepción deontológica en la instrucción del comunicador como cronista de los acontecimientos de su comunidad, hasta la propuesta llamada apocalíptica para la formación de críticos de la industria cultural, pasando por la de expertos en tecnologías informacionales, o por la producción de egresados capaces de resistir las modalidades transnacionales bregando en la construcción de medios alternativos, o por la capacitación de modernos comunicadores de éxito en la pantalla, o por creativos videastas, guionistas, publicistas, diseñadores de comunicación institucional, etc. Cada una de estas propuestas, en potencia alberga una idea completa acerca de ambas cuestiones centrales, i.e. la articulación al mercado y el estatuto epistemológico. El mosaico insinúa un auténtico abanico de programas alternos que también podrían dar cuenta, cada uno a su modo, de cuál es el lugar que ocupan hoy los procesos culturales massmediáticos y massmediatizados en el escenario global de nuestras sociedades, de las maneras de abordar estos fenómenos, del papel que pueden cumplir las universidades ante ellos, etc. Como es lógico, la existencia en germen de múltiples programas alternativos dentro de cada currículum supone una conexión extensa a diversas raíces, variados desarrollos teóricos, diferentes perspectivas prácticas. Una cierta indefinición que padecemos respecto a la inclinación por alguna se realimenta a sí misma. Así, las carreras de comunicación suelen producir un auténtico efecto de universalidad. Mas allá de que, en ocasiones, sólo se trate de meras tendencias a una generalidad difusa, el punto es que están dadas las bases para una de las críticas más frecuentes: las nuestras son las carreras que todo lo abarcan. Y ésta es una primera observación relevante para el razonamiento que buscamos desplegar. Ocurre así algo curioso con las licenciaturas en comunicación de nuestro continente. Tal vez sean las únicas que en estas dos décadas recientes han crecido sin descanso, pero más que sobre la base de una propuesta sólida, coherente y seductora, lo han hecho junto a inacabables debates acerca de qué es lo que deben enseñar y para qué. Se han desarrollado y siguen desarrollándose en medio de una ebullición de incertidumbres, e incluso de una cierta inconformidad consigo mismas. Inconformidad muchas veces de sus propios estudiantes, otras de sus investigadores y docentes, y con frecuencia de los profesionales que rodean el proyecto pedagógico emprendido. El sentido que anima estas inconformidades está lejos de ser el mismo. Más aún: a poco que se recorran algunos de los términos bajo los cuales suelen aparecer, es posible advertir que las carreras no sólo resultan a veces aquella superposición troyana de programas que no alcanzaron a realizarse a pleno sino que también constituyen, y por lo mismo, una zona de encuentro y choque de distintas configuraciones imaginarias. Para los profesionales empíricos de la comunicación es común el impacto de descubrir que las carreras proveen escasamente la sustitución -temida o deseada- de los años de experiencia práctica. Para los estudiantes, en cambio, la inconformidad tiene múltiples resortes: la padece quien aspira a encontrarse con el mundo de la ciencia tanto como el que sueña poseer las llaves de acceso a las luces de una estelaridad, como el que anhela transformar al mundo por la comunicación, o el que se propone una rápida y competitiva profesionalización de sus capacidades, o el que requiere respuestas eficaces a sus metas económicas. Lo llamativo no es que las carreras de comunicación defrauden tantas expectativas; lo llamativo es que todas ellas puedan confluir sobre un mismo espacio institucional. Otras carreras universitarias tampoco podrían dar satisfacción a tantas demandas diversas y simultáneas. La diferencia es que no se le formulan. Ni sienten obligación de ofrecerlas. Segunda observación: en la misma medida en que parecen abarcarlo todo también puede serles exigido. A 20 o 30 años de sus inicios, las carreras universitarias de comunicación se implantan así en el lugar minusválido de suponerse inhábiles para conducir a sus estudiantes a una inscripción medianamente previsible en un mercado de trabajo -que mientras tanto, continúa expandiéndose y modificándose- o para garantizar una formación en una disciplina que sea claramente reconocida por el resto de la sociedad. Unas dos décadas atrás, precisamente cuando estas carreras comenzaban a generalizarse en las universidades de nuestro continente, la cuestión de sus dificultades para articularse con los mercados de trabajo por una parte, y con el conjunto de saberes y campos adyacentes, por la otra, solían atribuirse a su corta historia institucional. La solución a los problemas planteados vendría dada, por tanto, con su sedimentación. Hoy los estudios de comunicación son un poco más viejos y más sabios, qué duda cabe, pero aquellas mismas preguntas han seguido en pie, incluso han ido cargándose de más y más capacidad de cuestionamiento, ayudando a dibujar este paisaje de dudas infinitas. La conclusión es sencilla: para oferentes y demandantes, las carreras de comunicación corren el riesgo de ser visualizadas como aquéllas que poco es lo que realmente pueden.
TODO POR CULPA DE UN VIEJO MALENTENDIDO Es fácil asumir, en el contexto señalado, que las tensiones y expectativas por una definición (que a veces amenaza no llegar nunca) no hayan hecho sino crecer. Buena parte de estas tensiones se anudan con particular fuerza sobre la base de un malentendido: el que reclama a las carreras de comunicación por soluciones y respuestas que trascienden largamente a su ámbito, en la misma medida en que delatan problemas con asiento en procesos sociales que vienen transformando de continuo y doblemente, tanto las formas mismas en que las mediaciones comunicacionales se instalan en nuestra vida, como las significaciones que les asignamos. En cierta forma, la indeterminación múltiple que pesa sobre las carreras de comunicación de nuestro continente las convierten en efectivos espacios de condensación de otras indeterminaciones, tanto teóricas como históricas, propias de la revolución desatada en la segunda mitad del siglo en torno a los fenómenos de la comunicación y sobre la cual apenas comenzamos a tomar cierta conciencia. Este rasgo es a veces olvidado y caemos en la tentación de creer que la resolución de los problemas planteados es esencialmente interna, o bien a la definición de los conocimientos que se producen, o bien a sus modalidades de enseñanza, y entonces la discusión se carga de tintes ya sea teoricistas ya sea planificacionistas. Todo indica que el problema no se sitúa en discutir y medir el éxito o el fracaso de las carreras de comunicación en abstracto, sino de asumir las dificultades concretas de lograr lo que en ocasiones parecen proponerse y, eventualmente, revisar estos propósitos, repensar cuáles son los espacios en los que efectivamente pueden dirimirse, y plantearse objetivos propios de tan sólo una carrera universitaria, esto es, de una institución que está necesariamente lejos de poder gobernar las vicisitudes del campo. Los propósitos fallidos a los que nos referimos son ambiciosos pero de ningún modo absurdos. Estatuto: definir nuestra identidad ante la fría y exigente mirada de la ciencia. Mercado: definir nuestra identidad ante la mirada estimulante y seductora de la sociedad de nuestros desempeños. Pero corremos el riesgo de poder definir solamente la identidad que se nos juega ante nuestros alumnos y colegas, secuaces y víctimas del mismo drama. De lo que se trata es de situar las demandas e indefiniciones cruzadas que se descargan sobre las carreras de comunicación como el resultado de una verdadera turbulencia cultural que protagonizan por entero nuestras sociedades y que difícilmente pueda «resolverse» ni desde una planificación curricular ni desde el alumbramiento de una nueva formulación académica sobre los fenómenos de la comunicación, aunque ambas aporten contribuciones de valor insoslayable. Tras los debates que muchas veces se verifican en torno a las carreras hay un presupuesto falso: el de suponer a estas carreras como verdadero resumen del ancho campo en el que se producen nociones, conceptos y definiciones acerca de los procesos y fenómenos comunicacionales como si toda la reflexión sobre estos fenómenos estuviese -o debiese estar- en nuestras licenciaturas. La transposición entre campo de producción intelectual o instituciones (que tal vez tenga sentido para la física nuclear) puede ser grave en el caso de los problemas de la comunicación. Discutir la dificultad que enfrentan las carreras de comunicación será entonces discutir su forja social. Se trata de reubicar de una vez este viejo debate sobre otros términos. Y si las carreras de comunicación tienen el raro privilegio de encontrarse ubicadas en este ojo de una tormenta contemporánea, buena parte de la tarea consistiría, en rigor, en desmistificar primero este «fetiche discursivo» acerca de lo que las carreras son o no son, y abrir el camino a la realización de esfuerzos aún mayores por discutir la tormenta misma. SALIENDO DE GUATEMALA PARA CAER EN GUATEPEOR La parábola descripta por las mismas carreras que ahora se preguntan hamletnianamente acerca de su propia entidad resulta algo más que un ejemplo de la amplitud con que el problema rebasa a las instituciones que, sin embargo, tiene por centro. Podría decirse que los cambios registrados en el ámbito de las instituciones fueron, antes que expresión de una inestabilidad en las ideas «internas», efímeras cristalizaciones que trataban de atrapar los movimientos que se producían mientras tanto en el escenario comunicacional mismo y en los climas de época. Hasta mediados de siglo los interrogantes aquí aludidos no se formulaban porque tampoco se concebían. Las carreras eran de periodismo porque así aparecía el problema que planteaban los medios desde el sentido común de la época. La comunicación estaba lejos de poner plenamente en conexión a estos medios masivos con el problema de los lenguajes o con las interrogantes de la producción del sentido o, menos aún, con una revolución tecnológica aún en pañales. La cuestión del sentido remitía a debates metafísicos que se libraban en carreras de filosofía, los códigos y sus usos-restringidos a la palabra escrita se abordaban desde las carreras de letras y los aparatos eran todavía esencialmente una linotipo y un micrófono. Dilemas como los de la vinculación al mercado de trabajo o los del estatuto de los conocimientos puestos en juego parecían capaces de resolverse por caminos naturales. Una ética, un oficio, un saber –del mundo- suponían resumir la identidad del periodista, a la vez portador de ciertos dones mitológicos en la cultura de la primera mitad del siglo, como heredero de las tradiciones decimonónicas del combate por la palabra y la verdad, y que Hollywood estereotipara en aquellos rasgos del personaje romántico, insobornable y comprometido con las circunstancias de su tiempo. Más cerca de la platea que de la pantalla, los periodistas de nuestras licenciaturas debían incorporarse a un mercado que jerarquizaba y complejizaba crecientemente las tareas vinculadas a la información y a la noticia, para lo que convenía munirlos, por un lado, de un conjunto diverso de saberes instrumentales y, por el otro, de información básica sobre la realidad que irían a mediar. Los planes de estudio de la época conjugan con frecuencia bajo esta hipótesis las prácticas redaccionales, de entrevista, de recolección de datos con las clases de historia, geografía, economía, más las cuotas sempiternas de referencias al derecho y a una idea juridicista del estado moderno. El proyecto pedagógico implícito contabilizaba a estos periodistas como una suerte de intelectuales orgánicos de la democracia liberal, garantía de difusión de los conocimientos en sociedades creciente y objetivamente informadas. Es a partir de la quiebra de esta visión que nuestras carreras inician el camino de sus desventuras actuales. Dicho de otro modo: esas indeterminaciones que hoy nos marcan no son el resultado de un «origen maldito» sino, por el contrario, crecen más y más en una historia brutalmente signada por la transformación continua de las prácticas, las tecnologías, las instituciones intervinientes en la comunicación, así como las perspectivas teóricas con que se los aborda, y los mismos escenarios sociales en los que esas prácticas y sus designaciones van a instalarse. Es pues, en buena medida, en el espacio mismo de la sociedad que las formula donde se produce esta ruptura de moldes conceptuales. Tres distintas designaciones adoptadas alternativa o secuencialmente por numerosas licenciaturas van a expresar este proceso luego de la declaración de insuficiencia de las escuelas de periodismo. Ellas son: -Ciencias de la Información, sobre todo atadas al intento de formalización tecnocrática con que llega hasta nosotros, oh! periféricos, el desarrollo de la cibernética; - Comunicación Social, recipendiaria de los impactos acumulados de la sociología de la dependencia, de las nociones críticas sobre la industria cultural, de la brusca inclusión de los sectores populares como actores posibles del drama comunicacional y de los primeros contactos fecundos con el instrumental semiológico para el análisis de este drama; - Ciencias de la Comunicación, tendencialmente vinculada a esa nueva apertura problemática que sucede al agotamiento de los grandes paradigmas omnicomprensivos y que despliega la diversidad de sus objetos posibles como dato irremisible de su propia constitución provisional, al tiempo que regresa a las prácticas específicas a buscar nuevas claridades. A juzgar por esta secuencia, no cabría pues más que una conclusión irónica: todo indica que, si de seguridades se trata, vamos de mal en peor. Si un hilo
enhebra las distintas estaciones de este recorrido, ese hilo es el de un permanente aumento en la apuesta cognoscitiva, una ampliación sistemática de horizontes y, también, una exposición cada vez mayor a nuevas indeterminaciones. MÁS SOBRE LA HISTORICIDAD DE LAS INDETERMINACIONES Estos nombres no respondieron a un patrón estrictamente homogéneo de significaciones: bajo uno de ello podían latir a veces elementos de otro. Pero aún así evocan un arco de horizontes enclavados en una historicidad. Esa trayectoria guarda, a favor de nuestra tesis, cierta conexión íntima con el itinerario que el propio concepto de comunicación registra en la historia reciente de las ideologías sociales latinoamericanas. La hipótesis es que, congruentes con su papel de resumen intelectual del campo, las carreras de comunicación absorbieron pasivamente la sucesiva ampliación de problemas, nociones, expectativas sociales que producía un conjunto de fenómenos de desarrollo explosivo, y que esta absorción se traslada del orden de los problemas y sus designaciones a la órbita de los perfiles de egresados y propuestas profesionales. Así, una vez rota aquella vinculación heroica entre periodismo y democracia, la comunicación aparecerá de modo central como agente del desarrollo (hoy modernización), especie de facilitador de la famosa mancha de aceite que expandiría el progreso en nuestros territorios poblados de tradiciones y hermetismos. Los indicadores de los organismos internacionales computaban aparatos receptores de radio por cien habitantes y la inclusión de cada localidad perdida de nuestras sierras en la red de las ondas hertzianas preanunciaba su inclusión a los circuitos modernos de producción e intercambio. Junto a las escuelas de periodismo declinan también las escuelas de cine, las escuelas de radiofonía y locución que habían comenzado a surgir en algunos países del continente. Las figuras profesionales concebidas desde esta idea de la comunicación serán (y son) las del moderno operador asalariado de los medios masivos, el diseñador de sistemas, el extensionista en comunicación rural. Este operador del desarrollo, por cierto, nunca gozó de anuncios en los periódicos reclamándolo ni se alcanzó a constituir sindicato alguno que lo representara. Y sin embargo, su figura no es sólo del mundo de la ficción, sino que hoy mismo pervive hibridizada bajo diez formas diferentes en otros tantos esbozos reales de articulación al mercado. ¿Qué decir de su parto? ¿Demandas efectivas del mercado? ¿Fruto de una discusión sobre el estatuto de la comunicación? Muy probablemente ni una ni otra, aunque ambas aparezcan implicadas en los climas culturales de una época que, en cambio, fue capaz de instituir y designar necesidades y propuestas. Pero antes de que esta perspectiva pusiese en evidencia su tenaz linealidad, la idea de comunicación devino en nuestras licenciaturas, de manera predominante, palanca de transformación, agitadora de pueblos y liberadora de potencias dormidas y conciencias dominadas. La denuncia, la construcción de dispositivos de comunicación alternativa, las reformas políticas a la búsqueda de participación, y a la vez el desarrollo del ancho alero teórico desde el cual dar cuenta de estas operaciones legitimándolas académicamente fueron algunas de las formas arquetípicas con que la comunicación definía sus tareas en el programa setentista de las ciencias sociales. Esta perspectiva dio a luz, más allá de sus fracasos prácticos, una de las criaturas más interesantes y perdurables de toda la historia reseñada: el crítico cultural. Figura enraizada en algunos ejemplos intelectuales de enorme atractivo (Adorno, Barthes, Eco, Morin, entre otros), de vida paralela a los esfuerzos descriptos por la transformación del mundo y muchas veces en estrecha conexión con estos anhelos, fue también la encargada de comentarlos y de sobrevivirlos. Para entonces, las carreras de comunicación comenzaban a incluir en sus programas de estudio alternativas que vinculaban no sólo a los medios masivos sino a la novedosa comunicación institucional. Vale la pena señalarlo: otra vez la ampliación problemática y de cometidos venía propuesta antes que nada por nuevas modalidades de instalación social de una conciencia difusa sobre los fenómenos comunicacionales. El rápido abaratamiento de los recursos tecnológicos de uso masivo y personal -convencionales y telemáticos- que registró la última década, más la diversificación de los resortes, lenguajes y ofertas vinculadas a la pantalla de teve, más la generalización de dispositivos de alta definición comunicacional en las campañas electorales y, en general, en la vida política de todos nuestros países, más una imprevista heterogeneización de la producción medial, entre otros varios factores, se erigen ahora detrás de una nueva percepción social de la comunicación que a su vez se pone en contacto, en sede académica, con abordajes y cuestionamientos que multiplican los dilemas. Hoy la comunicación tiende a presentarse como clave de inteligibilidad de fenómenos sociales, en un mundo que se inclina por dar cuenta del conjunto de los acontecimientos desde la lógica de la producción social del sentido. En el marco de una apuesta de semejante magnitud, vuelven a quemarnos las manos las multiplicidades de lo posible y las endebleces de lo real, comenzando por las nuestras, las de nuestras carreras, sus articulaciones con el mercado de trabajo y sus andamiajes teóricos. ESE PERTINAZ ESTADO DEL ARTE Hemos partido de suponer que los dos grandes términos de conflicto de los estudios de comunicación-articulación al mercado y estatuto epistemológico constituyen nudos «objetivos» en los que el desarrollo de las respectivas licenciaturas se ha visto trabado. Hemos querido abonar el argumento de que por supuesto son objetivos, pero sólo en sentido literal: yacen fuera de las carreras, en un espacio más vasto en el que ellas sólo ocupan una parte y respecto a los cuales, sin embargo, se interrogan como si lo ocupasen -o resumiesen- todo, para terminar finalmente reproduciendo términos que vienen dados por otros actores del escenario y cuya entidad intelectualmente productiva se ha ignorado. Por cierto, en relación a estos nudos «objetivos», la comunidad académica ha cristalizado a lo largo de estos años dos grandes figuras discursivas en torno a las cuales circulan, se combinan o recortan la mayor parte de las posturas y consideraciones que suelen exponerse: la que pone atención preponderante a la variable del mercado, y coloca sus acentos en los medios masivos y sus posibles requerimientos, y por el otro lado, la que privilegia la cuestión estatutaria y hace entonces centro en la disciplina del conocimiento y su fundación inacabada. Me atrevo a pensar que estas posturas y sus respectivos arsenales argumentativos constituyen la expresión del «estado del arte» respecto del fenómeno de las carreras de comunicación. Un bastante inmutable estado del arte. En etapas anteriores, esas figuras discursivas pudieron también representar ideologías adversarias más o menos coherentes sobre el tema. Hoy lo significativo, a mi juicio, es que ambas figuras discursivas tienden a permanecer, pero lo hacen muy lejos de un status ideológico, en calidad de organizadores semánticos del campo de las incertidumbres. Constituyen en todo caso, y como conjunto, los términos de la ideología en sentido amplio con que el problema es concebido en un terreno de preguntas que se mantienen abiertas. Más aún: aunque del consenso sigamos distantes me parece especialmente significativo que exista, como creo percibirlo, un acuerdo sordo en la validez de la contraposición de alternativas y más allá de que el punto visible de este acuerdo sea su contrario formal, esto es, la retórica de la integración entre las demandas del mercado y la necesidad de una formación teórica adecuada. Veámoslas esquemáticamente para facilitar el análisis. La primera se apoya en el territorio seguro de alguna genealogía irrefutable, que deriva -y busca retener- a las nuevas carreras en el ámbito de «los medios» y toda su compleja y seductora parafernalia de técnicas y adyacencias. Descree del periodismo, en la medida en que la nueva fascinación por los aparatos tiende a sustituir la fascinación por las aventuras románticas. Supone que al igual que en otras actividades, lo que antes se aprendía en el mundo del trabajo, ahora se estudia en la universidad. Acaricia las nada despreciables demandas de un mercado que de manera paulatina y ambigua busca jerarquizarse con apoyo en un andamiaje de sistematicidades. Ambiciona a veces para sí un lugar en este mercado que implicaría ignorar el sudoroso aprendizaje de cualquier oficio. Contrapone producción con reflexión y menosprecia la
segunda. Apunta, acaso, a una definición de las carreras como escuelas politécnicas. La segunda se vincula a un diagnóstico cliché en cuyo enunciado laten las medicinas recomendadas: «son carreras jóvenes», o sea que si sabemos esperar, el enredo se resuelve sólo. El tiempo da lugar a definiciones. Claro está que ellas no son resultado abstracto de su puro transcurrir sino de las cosas concretas que hacen los múltiples actores en escena, sobre un arco incierto de alternativas. Configura un argumento ahora redivivo desde la comunicación, pero que ya había tenido su auge en las primeras décadas de las llamadas ciencias sociales. El ser «jóvenes» remitía a una comparación implícita con las naturales y servía para conmiserar su falta de rigor o madurez. Desde este discurso las carreras de comunicación terminarán con paciencia, por conformar la disciplina anhelada, capaz de devolvernos una clara identidad científica de la que hoy se teme carecer. Rehuye la reconversión profesional a los desempeños que intenta analizar, criticar, desmenuzar. Mitad ingenieros de la electrónica, mitad filósofos de la cultura (o mejor, filósofos de la electrónica, ingenieros de la cultura), la comunidad comunicacional debate también, a través de estas figuras referenciales, la definición y la ratio de su propio lugar social. EL DISCURSO DEL REVÉS Me interesa señalar que este juego de alternativas entre los dos nudos demuestra aparente impotencia («fallamos por el lado del mercado» o «fallamos por el lado del estatuto ausente») es doblemente falsa: falsa por no expresar con cierta veracidad nuestra situación y falsa por no ayudarnos a resolver nuestros problemas y sí en cambio, congelarlos. Se suele desdibujar en ellos la inserción efectiva de los egresados en un mercado laboral vinculado a la comunicación por no corresponder a una cierta expectativa de rapidez o de posicionamiento relativo. Se suele confundir en este sentido, la eficacia de las carreras para volcar personal calificado en el mercado de trabajo -lo que sí se logra en medida no despreciable- con la ineficiencia de las carreras para proponer y legitimar perfiles profesionales que se consoliden como tales en la sociedad y, por ende, también en el mercado. De modo análogo, se minusvalora la riqueza y el estatuto teórico de los problemas y discursos que atraviesan nuestras carreras al superponerlo con la inexistencia de un andamiaje conceptual y metodológico que sea capaz de contener todos los problemas del campo y dar adecuada cuenta de cada uno de ellos. Se confunde con frecuencia, así, ausencia de una disciplina con debilidad o insuficiencia teórica. Ambas confusiones terminan propiciando otras, a partir de las cuales las carreras de comunicación quedan puestas en tela de juicio. Nadie supone ni espera por ejemplo, que la articulación al mercado de trabajo de la carrera de ciencias políticas sea un éxito, ni que la teoría de la administración de empresas constituya una disciplina científica. Pero nadie tampoco considera por ello al licenciado en una y otra un manco social. Pero las carreras respectivas no se debaten en la pregunta por su propia ontología. La articulación al mercado de trabajo de una carrera universitaria y la definición del estatuto teórico que la sostiene en tanto institución, no son sino dos caras de una misma moneda. Y las dos caras saldan, a partir de una de ambas, en la esfera de las figuras profesionales que produce, aquellas que cuajan en un sistema de reconocimientos sociales, se distinguen de cualquier otra por el tipo de formación teórica y técnica que las arquetipiza y cuya solidez - nos guste o no- no se mide por el número de puestos de trabajo entregados al mercado ni por las profundidades de sus conocimientos, sino por el lugar que ocupan en el imaginario de una época. Pero hay algo más respecto a las consecuencias que este juego de alternativas descarga sobre el análisis. La tendencia a vincularlos como si fuesen los dos platillos virtuales de una balanza imaginaria en el diseño curricular de cada institución supone que las insuficiencias en una se deben al peso que ocupa la otra. Feroz tentación diagnóstica: luego de haberse propuesto entrenar a sus estudiantes en los mil oficios de la comunicación, o después de haberlos iniciado en las mil teorías del campo, se descubre que si no se llega en forma a la meta es también por culpa del otro. El enganche que esta ideología binómica juega entre sus términos nubla una consideración más libre de cada cuestión en su especificidad. Así, por ejemplo, en relación a la problemática ocupacional, se desestima la importancia de un mercado de oficios instituidos con orgullo, con una notable anterioridad a que el primer egresado de las nuevas escuelas de comunicación osase asomar su nariz. En relación a la problemática teórica, invita a borrar con el codo las afirmaciones que proclaman el campo de reflexión comunicacional como punto de encuentro de distintas tradiciones y saberes. Hay otra observación que me interesa respecto a esta formulación a dos polos, mercado y teoría, que tantas promesas de integración y tantos desencuentros mudos provoca. Una de ellas es que su constitución binómica esconde el predominio que las organiza y este predominio es el de una lógica disciplinaria. La diferencia radica en que mientras los más preocupados por el polo teórico denuncian o padecen la ausencia de esa disciplina, los más preocupados por el polo del mercado dejan, en la práctica, que de definirla se ocupen otros. LAS RAICES SOCIALES DE UNA ESQUIZOFRENIA En páginas anteriores traté de sostener que nada de original ha tenido, de parte de la comunidad comunicacional, establecer y mantener allí la sede de nuestras dificultades -teoría y mercado- ya que allí también las establecía un cierto escenario social y cultural en el que las carreras se instalan, y que a él debíamos remitirnos. Pero habremos de reconocer que nuestra falta de originalidad no se limita a este punto. Mercado y estatuto, en rigor, vinculan a una discusión que, mucho más allá de lo comunicacional, marca en las últimas décadas la confrontación de dos modelos de universidad, de dos lógicas de conexión entre el desarrollo de los conocimientos y el de sus aplicaciones, entre la problematización de las prácticas y su momento de abstracción. La raíz de ambos modelos se hunde en la universidad del saber, de antecedentes medievales y reencarnación positivista, y en la universidad tecnológica del capitalismo contemporáneo el otro. Esta confrontación tiene uno de sus puntos más claros hoy en las exigencias que se formulan de una universidad directamente vinculada al sistema productivo. Pero en ese proceso de multiplicación asombrosa de carreras universitarias verificado a lo largo del siglo, distintos vectores recogen estas tradiciones. Cada uno plagó de huellas la ideología universitaria y los discursos sobre el conocimiento. En ellos será posible encontrar también las fuentes de la construcción de nuestras propias figuras discursivas. Las carreras de comunicación han abrevado en las dos vertientes. Un par de siglos atrás, esta característica era común a todos los saberes que se organizaban en dirección a lo que hoy se denomina una «profesión liberal». En la actualidad, empero, al contradecir un fuerte conjunto de nuevas normas hegemónicas para la organización de los saberes, más bien tiende a producir una especie de esquizofrenia profesional. El vector que dominó durante la primera mitad del siglo promovió la fundación de nuevas carreras como proyectos disciplinarios a partir de los estudios correspondientes a problemas nuevos, cuya consideración empírico sistemática se desprendía tardíamente de la filosofía. Esta operación apuntó y en buena medida logró reemplazar el viejo espacio de las «humanidades» por las nuevas «ciencias sociales y de la cultura» o «del hombre». Son las ciencias blandas que procuraron completar segmento a segmento el barrido que la gran propuesta unificadora de la ciencia fue realizando sobre ese vasto mural que supone que es la realidad, y de acuerdo a su propia taxonomía. Aquel barrido llegó a los territorios de la comunicación de un modo particular: bastante después de la hora y a los empujones. En parte, porque se habían creído que sus asuntos quedaban resueltos de a pedazos, en los casilleros de una cierta lingüística, de una cierta psicología de la conducta, de una sociología de los massmedia. En parte, porque otra porción numerosa de asuntos seguía desde esta óptica, sin reunir los méritos suficientes para figurar siquiera en el espacio de lo real. Conclusión: los estudios comunicológicos constituyen hoy una más de las difusas disciplinas del ámbito de las ciencias sociales y de la cultura. Recoge las tradiciones del viejo humanista, y de su competidor sucedáneo, el cientista social. Pero por su vinculación a la historia de las letras, por sus herencias
en el campo de las teorías de la cultura, por su conexión estrecha con los recorridos de la semiótica, la filosofía del lenguaje y la estética, durante tanto tiempo inclasificable en el elenco de las ciencias, su hibridez entre aquella clásica figura humanística y la nueva del cientista, de por sí endeble, resulta mucho mayor que en los casos de, por ejemplo, un sociólogo o un antropólogo, cuyos desprendimientos del tronco filosófico fueron más tajantes. (Quizá, en cambio, sea similar a la que el político ostenta con la tradición de la filosofía política). En la segunda mitad del siglo, el eje de las «nuevas ciencias» parece ir dejando progresivamente su lugar a una prevalencia de las carreras instrumentales. En rigor, en este campo, son otros dos los vectores instituyentes de nuevas carreras universitarias. Uno de ellos, resultado del hiperdesarrollo relativo de ramas especializadas de conocimientos ya «clasificados». Se vincula al crecimiento de la demanda de alguno de sus productos de parte del mercado y, consecuentemente, a la consolidación de intereses corporativos de las respectivas profesiones. Este es el vector que explica, por ejemplo, que en algunos de nuestros países odontología o farmacia sean licenciaturas y no, en cambio, oftalmología. Es también la cara universitaria del problema que se alberga en la disputa librada hasta un tiempo atrás dentro del campo de la psicología entre la psiquiatría tradicional con remisión a la neurofisiología y la blanda disciplina psicoanalítica. Es también la matriz de las modernas licenciaturas universitarias en computación. En nuestro campo, da base a las propuestas más informacionalistas, cuyo «target» ocupacional idealmente telemático, aterriza en todo caso más cerca de los aspectos tecnológicos de la massmediación que dentro de su índole social y cultural. El otro vector de este proceso lo conforma la jerarquización de los nuevos oficios profesionalizados. Esta jerarquización se vincula, por una parte, a los anhelos democráticos de distribuir los prestigios del conocimiento e incorporar a amplios sectores cualificados del mundo del trabajo a la «justicia del diploma», ese dispositivo de certificación sucedáneo de los antiguos reconocimientos nobiliarios o del honor. Por otro lado, se vincula también a las necesidades que plantea el establecimiento productivo en el sentido de sustentar, sistematizar, especializar y controlar la calidad de un conjunto de actividades eficaces a su propio desenvolvimiento. Son los casos, en muy distinta clave, de las relaciones públicas, la administración de empresas, o el trabajo social, entre otros. En el ámbito comunicacional se corresponde con ese trayecto que enlaza desde la jerarquización del moderno trabajador de prensa hasta la profesionalización de la cada vez más amplia, heterogénea y tecnologizada variedad de oficios y saberes propios de la comunicación masiva o de las nuevas dimensiones de la comunicación selectiva e institucional. De aquellas y de estas profesiones, la comunicología es hoy obviamente deudora: del periodismo y el viejo publicismo, en primer término, uno de los más viejos oficios de la modernidad, esto es, el del ejercicio técnico de la palabra asociado a procesos industriales y comerciales. Otro tanto cabría decir de la deuda que mantiene para con un vasto conjunto de prácticas, géneros y tecnologías de producción mediática, que produjeron saberes y artesanados: la fotografía, el cinematógrafo, la propia radiofonía, pero también el folletín, el libelo, los anuncios pagos, el cartel, hasta la historieta, etc. De todos ellos nacerá uno de los ámbitos de más nutrida emergencia y florecimiento de actividades de rápida profesionalización del mundo moderno. CARRERAS A CABALLO Ninguna de las licenciaturas que han visto la luz en este siglo repitió la amalgama entre sustentos teóricos e instrumentalidad prestigiada en el mercado que cuentan para sí algunas viejas profesiones liberales. Ninguna, ese peculiar y diríase que irrepetible armado de vínculos entre el conocimiento, su producción, su institucionalización en saberes, sus reglas y sus usos. Ninguna, esa integración «natural» (algunos siglos de historia concreta mediante) entre articulación al mercado y desarrollos conceptuales o científicos. Pienso, por ejemplo en medicina o arquitectura. Visto desde la dilemática de nuestras carreras, el modelo de las profesiones liberales -en todo sentido previo a la moderna universitarización capitalista de los saberes- es el único del repertorio disponible en la ideología de las profesiones en el que carece de sentido cualquier deslinde estricto entre los saberes forjados desde prácticas insertas en el acontecer y desempeños instituidos desde un desarrollo de los conocimientos. Por ello, es atractivo preguntarse cuáles pueden haber sido los nexos de época entre el periodista o publicista del siglo pasado, previos a la fenomenal expansión comercial de la industria gráfica, y las figuras de entonces de lo que luego cristalizaría como «profesiones liberales». Quizá las viejas escuelas de periodismo hayan reproducido a destiempo y fragmentariamente rastros de aquella historia. Pero lo cierto es que hoy, extinguida la posibilidad de aparición de nuevas profesiones liberales, los dos movimientos que parecen posibles para la puesta en conexión de conocimiento y prácticas, de universidad y mercado, tributan a otras lógicas: o se define primero el estatuto teórico de una licenciatura y después se impulsa la capacidad de sus egresados en el mundo del trabajo a partir de una propuesta más profesional que ocupacional -como es el caso de la mayoría de las carreras de ciencias sociales hoy- y se afrontan los obstáculos, lentitudes y peripecias de toda construcción social, o bien, por el contrario, se diseña una licenciatura a partir del esfuerzo por organizar, sistematizar y legitimar un saber ya amasado en los terrenos del acontecer o en los laboratorios de alguna otra disciplina. Según haya sido el movimiento en que cada una fue fundada, será la índole de sus dependencias y la base de su definición suficiente. Esta ha sido y es la propuesta hegemónica. Frente a ella somos la «oveja negra». Nuestra argumentación apunta a señalar que la especificidad problemática de las carreras de comunicación no radica en las insuficiencias de su desarrollo teórico -que vistas las tradiciones que ha hecho propias está lejos de ser escaso- ni en la precariedad de sus aportes al mundo del trabajo. Lejos de cualquiera de ambas amenazas, su intrincada especificidad parece asentarse en una constitución histórica a varias bandas que no ha podido sintetizar ni ha querido discriminar y que encuentra su punto de condensación en la notable inestabilidad de las posibles figuras profesionales que sugiere el escenario social. Interrumpido su desarrollo «liberal» el campo que van a abarcar las carreras de comunicación remite por igual a las dos vertientes principales que dominan hoy el escenario. Modernos oficios que requieren de una amplia diversidad de técnicas que no acaban de formularse pero también, y al mismo tiempo, apuesta siempre renovada a la constitución de una «ciencia» más, pero de objeto cambiante y huidizo. He aquí la contraparte de tanta riqueza: el proyecto que, en conjunto, representan las carreras de comunicación se nutre de las más variadas historias profesionales pero no logra establecer una relación coherente entre los conocimientos, su producción y sus usos de acuerdo a las opciones del repertorio disponible y según el cual está hecho el sistema de designaciones en el que vivimos: ni efectivo cientista social, ni profesionista liberal, ni artesano o técnico delimitable, ni humanista de viejo cuño, ni artista, aunque a caballo de todas ellas. ¿Es posible contraponer a la propuesta hegemónica de zanjar por uno de los términos, una voluntad de síntesis desde esa abstracción de totalidad que abarcan nuestras carreras? ¿No hay otro modo de recortar el campo que no sea entre lo «teórico» y lo «práctico»? ¿No es posible la consideración a problemas que sean capaces de anudar productivamente ambas márgenes? ¿Qué pasaría si no siguiéramos empeñándonos en hacer de las varias cabalgaduras que montamos un sólo y pobre animal? ¿Qué pasaría si admitiésemos de pronto que efectivamente son varias, que cada carrera no tiene por qué ser establo de tantas y, para colmo obligarse a disimularlo? En la decodificación cotidiana esta hibridez viene en apoyo de la discriminación dominante entre teoría y práctica. Discriminación falaz porque, en este escenario, práctica corre el riesgo de ser el nombre de las teorías naturalizadas sobre lo estatuido, y teorías, el de las disquisiciones que no encuentran relación con el espacio social y cultural realmente instalado. Por supuesto que a los riesgos respectivos se opone, de modo enfático, los discursos que convergen en nuestro estado del arte. La pregunta sin respuesta es, en todo caso, y a cada uno, por las operaciones gracias a las cuales apuesta a librarse de semejantes riesgos.
EL MITO DE LA ETERNA, INDISCIPLINADA JUVENTUD Entre los muchos lugares comunes por los cuales trata de zanjarse la discusión del lugar social que ocupan nuestras carreras está, como ya señalamos, el de su juventud. Esta afirmación se encuentra a tal punto generalizada, que vale la pena detenerse unos instantes en ella. Y detenerse ahora, porque la modalidad de atribuir las indefiniciones de nuestras carreras a su corta edad es precisamente un dispositivo ideológico que deriva para mañana lo que convendría que discutiésemos hoy. El recurso discursivo tiene un origen presumible: la «juventud» asociada al conocimiento es la lápida conmiserativa que las corrientes positivistas han echado sobre las llamadas ciencias sociales en alusión implícita a sus hermanas mayores, las ciencias naturales. Así, la nada inocente operación cultural que se realiza sobre las tradiciones de pensamiento que hoy recogen las ciencias políticas, sociales y humanas se realiza también sobre el ámbito de la comunicación. El latiguillo se entrenó por décadas en torno a la sociología que devino licenciatura en América Latina a partir de los 50s y 60s. En cuanto a las carreras de comunicación, sus antecedentes en las escuelas de periodismo se remontan en América Latina a los 30s y hacia los 50s eran ya relativamente frecuentes en algunos de nuestros países. O sea, en rigor, nuestras carreras no son tan jóvenes. Más lo son sin duda las ciencias políticas, sociología, etc., tanto como las de geología, y ni hablar de las de computación. No se me escapa que el auge de las carreras de comunicación es claramente posterior y que muchas del continente cuentan con biografías notoriamente más cortas. Pero es evidente que lo que se discute, en todo caso, no son biografías institucionales sino biografías intelectuales. El argumento de la «juventud» no repara en años sino que, bajo su cobijo, imputa inmadurez. ¿Desde dónde y con cuáles consecuencias? Parece claro que el paradigma de madurez lo da ese concepto de conocimiento que promueven los partidarios de un cientificismo vulgar que ni las propias ciencias duras defienden. Según ellos, para ingresar a la categoría de «socio adulto» el club demanda un objeto, y sólo uno, clara y definitivamente recortado sobre el escenario de los fenómenos «reales», una teoría -y no varias por Dios!- que explique de manera probada las leyes de sus comportamientos, y un método lo más próximo al laboratorio que pueda imaginarse para continuar acrecentando el patrimonio de los conocimientos «científicos» al respecto. Se trata de una vieja discusión que compartimos con otros campos del conocimiento. Pero a nosotros nos compete, por añadidura, un asunto ulterior a ella. Porque en sus entresijos se juega entero el estatuto asignado a viejas y múltiples tradiciones culturales de pensamiento y de acción que hacen sustantivamente a la biografía intelectual del campo y que, mediante el establecimiento de la juventud forzosa, quedan literalmente reducidas a metafísica, a prehistoria o a cenizas. El discurso sobre la juventud de nuestras carreras instituye un mito por el que se perdonan nuestras presuntas faltas. Ello implica, en primer término, considerarlas previamente como tales, y en segundo lugar auto eternizarnos en una adolescencia de las ideas mientras las mantengamos irredentas, a lo cual permanecemos condenados en la misma medida en que insistamos en situarnos en ese lugar de cruce de saberes, problemas, prácticas y fenómenos sociales que hoy es propio del cuestionamiento por lo cultural. Así, al rejuvenecimiento compulsivo, que supuso podar la historia y desmerecer las propias tradiciones, se le añade la inhabilitación: porque el problema crucial, decisivo, que afrontarían efectivamente las carreras es que «aún» no ofrecen los elementos para definir como se debe el estatuto disciplinario de los estudios de comunicación. En el mito de la juventud interviene un amplio esquema de complicidades. Sólo quiero subrayar dos. Por un lado, la de nuestras propias debilidades para desprendernos de la extorsión del positivismo vulgar, hoy por hoy cómodamente instalado en los andamios de un cierto sentido común que cuántas veces no comparten los propios estudiantes de nuestras carreras y sus demandas. Por el otro, la de múltiples colegas de campos y disciplinas afines que, o bien luego de haber librado sus propias y letales batallas por sacarse la juventud de encima se resisten a hacerle lugar a este engendro inclasificable de la comunicación o bien disputan por la apropiación misma del campo para sus respectivos saberes. En todo caso, esta construcción mítica sobre nuestra propia (id)entidad no resulta un cabo suelto. Por el contrario, es una de las varias puntas de ese iceberg que guarda bajo las aguas una notable operación, la que los problemas concretos del campo son primero omitidas y luego reconvertidos a problemas de las instituciones que, naturalmente, éstas deberían poder resolver en el marco de su propia vida interna. La solidez que han mostrado las ideologías disciplinarias entre nosotros es efectivamente notable: durante décadas nos resultó más sencillo perseverar en la búsqueda de la disciplina perdida con la ilusión de, finalmente, fundarla, que permitirnos por una vez formular radicalmente la pregunta de si no habría alguna razón de peso para que semejante búsqueda fuera tan ardua. Es interesante que los estudios de comunicación arrastren esta indeterminación estatutaria aun al cabo del derrumbe de los paradigmas alternativos a la ciencia oficial, derrumbe que hemos visto producirse en los últimos lustros. En el caso de una serie de disciplinas afines, la gran disputa que se verificó en América Latina en torno a los respectivos estatutos tomó la forma de una lucha contra la preceptiva cientificista, en el marco de los años 70s y al compás de otras luchas contra otras preceptivas, en otros órdenes de la realidad. Actualmente, aquel debate ha ido perdiendo vigencia, interés y razón de ser. Para nosotros, en cambio, tuvo antes y sigue teniendo ahora una vigencia y una coloratura particulares: se trata de resolver un dilema casi ontológico. Todo hace pensar que nos pesan todavía demasiado nuestras deudas intelectuales con distintas, y por suerte numerosas, tradiciones de pensamiento «extra» comunicacionales, como si acaso fuesen usurpación. Nos paraliza la ausencia de la Gran Teoría propia, como si por ausencia fuésemos hijos bastardos del conocimiento. Nos quita el sueño la constatación de que entre algunos niveles de nuestra reflexión teórica y las formas concretas que asumen los desempeños profesionales subsisten y subsistirán mediaciones complejas que vuelven imposible una traducción «tecnológica» inmediata de nuestros saberes y, por tanto, tornan esquivas las respuestas prácticas y contundentes a los estudiantes que demandan eficacias para sus futuros. Nos aplasta finalmente, nuestra propia confusión entre las «indefiniciones» que forman parte de un proceso histórico en plena modificación y las indefiniciones de nuestras estrategias cognoscitivas correlato exagerado de las primeras. La resolución a estos lastres culturales no depende tanto de algún gran debate como de la aparición social de otro standard de legitimidad para la vida académica. Corremos el riesgo de sobrellevar esta especie de duda ontológica mientras la ideología de la ciencia campee entre nosotros, porque es en ella donde nuestra entidad no encuentra lugar adecuado. Pero, a su vez, la aparición de ese otro standard de legitimidad académica requiere de la asunción desinhibida de una historia, y el reconocimiento de sus itinerarios particulares, aunque ello implique poner la mano, y sin permiso, sobre distintos saberes privatizados a lo mejor antes por otras disciplinas. HACER DE LA NECESIDAD VIRTUD La historia de los estudios de comunicación pone en evidencia una característica decisiva que informa su peculiar estatuto teórico: que su desarrollo es, en realidad el de varias historias que sólo en tiempos recientes comienzan a conectarse y a reconocerse entre sí, de manera lenta y trabajosa. Esta diversidad es profunda y supuso la constitución inicial de objetos de interés radicalmente ajenos, con la consecuente diversidad de presupuestos teóricos y metodológicos (v.gr. teoría crítica, conductismo, semiología). Como se ha dicho más de una vez, el desarrollo de los estudios de comunicación se asocia así, históricamente, a las trayectorias que describieron otras disciplinas en sus esfuerzos por instituirse como tales a lo largo de este siglo; son, entre otros, los casos obvios de la psicología, la sociología, o la misma semiótica. Estas distintas genealogías pueden empezar a ser hoy vistas desde una perspectiva que las torne convergentes, pero ello no significa de ninguna manera dar por sentado que tradiciones tan vastas y variadas han disuelto sus distancias, ni siquiera que sea posible abordar una reflexión sobre el campo
comunicacional, sus métodos y sus objetos, con omisión a esta pluralidad y a la multitud de huellas que la actualizan ante cada aproximación que realizamos al problema. Un señalamiento de esta índole tiene pesadas consecuencias: no se trata tan sólo de una pluralidad de sus actas fundacionales sino también de sus discursos contemporáneos. La cuestión del estatuto del campo comunicacional viene así, por una parte, a superponerse con los avatares epistemológicos de las distintas disciplinas con las que continúa pues, en un contacto tan estrecho, promiscuo y productivo cuanto inevitable. Por la otra, abre un nuevo capítulo en la discusión de sus fundamentos. Si la cuestión del estatuto «científico» de las denominadas ciencias sociales y de la cultura implica un debate tan arcaico como irresuelto, el campo comunicacional resume en un solo movimiento las deudas epistemológicas de las distintas disciplinas bajo cuyos amparos creció y de las que continúa nutriéndose. Más aún, si algunas de estas disciplinas han finalmente arcaizado aquel debate mediante distintas convenciones que les permiten avanzar suprimiendo el tema, el caso de la comunicación hace patente la provisoriedad instalada al respecto, desde el mismo momento en que definir su existencia como un campo posible requiere aceptar la validez simultánea de lógicas no sólo distintas sino también excluyentes entre sí, en caso de que respetemos los criterios ortodoxos al respecto. ¿Es posible asumir la constitución de un campo en cuyas praderas coexisten -nosotros los hemos hecho ingresar al mismo espacio- proyectos tan diversos? Por supuesto que ello entraña una colisión con premisas largamente aceptadas. Porque asumir este «programa» del campo comunicacional como un campo no disciplinable y conceder validez -como hacemos a diario- a epistemologías dispares como la que se erige tras una investigación de audiencia y un análisis del discurso, desmiente la tantas veces anhelada condición «científica» como dios manda y requiere dar un paso nada sencillo que excede a la problemática comunicacional misma por varios cuerpos: colocar en entredicho la entera taxonomía positivista de las ciencias sociales en cuyas estribaciones continúan edificándose carreras cuidadosamente delimitadas o, en su defecto, proyectos de lograrlo. Más aún, plantea un interesante desafío a la teoría de la ciencia y a sus estrategias de unificación metodológica. No se trata de regresar a viejos términos de discusión ni de empecinarse en un debate que descalifique la manera en que dichas disciplinas se han constituido, o que establezca si efectivamente la defensa de una condición «científica» así entendida tiene el valor que en ocasiones se le asignó. Se trata de asumir, por el contrario, que aquel debate llegó hasta donde llegó -hasta nuevoaviso- y que no tendría mayor sentido reproducir hoy para con la problemática comunicacional aquella discusión ya dada a lo largo del segundo y tercer cuarto de siglo en relación a otras ciencias sociales. Se trata de asumir igualmente, con la mayor crudeza, que el campo de lo comunicacional despliega hoy sus preguntas, reflexiones e investigaciones al tiempo que reconoce la audiencia de cualquier artefacto que pudiese denominarse «teoría propia», así como la carencia de una definición suficiente y excluyente de su objeto o de un soporte metodológico específico. Nada de eso tiene y sin embargo existe. Más aún: los vínculos que sostiene con otros campos de las llamadas ciencias sociales, lo nutren precisamente de herramientas teóricas y metodológicas para trabajar en torno a «objetos « compartidos. Hoy su propia legitimidad viene construida por los conocimientos concretos que añade en una multiplicidad de direcciones, desde hace algunas décadas. La postulación de un campo transdisciplinario en contraposición a la definición convencional de disciplina es actualmente una plataforma de discusión que cuenta con un creciente consenso en la comunidad académica de la comunicación. La estrategia de señalar un carácter «trans» antes que «multi» y que, por supuesto, «inter’», se confunde en ocasiones con una moda lingüística más. Por el contrario, lo que está en juego es ni más ni menos que la insinuación de la necesidad de construir otro patrón definicional de los problemas del conocimiento. Tal vez uno que incorpore desde sus propias bases al sujeto epistémico en los «recortes» de la realidad, reasumidos como «constructos» de una historia. Me interesa señalar asimismo, que precisamente por su carácter transdisciplinar -que es necesario asumir todavía como una desventaja en ciertas luchas para la legitimación pero como una ventaja para la acción teórica- la problemática comunicacional se vincula estrechamente y desde un lugar privilegiado al proceso de recomposición global que viene teniendo lugar en las ciencias sociales y de la cultura, que por sí mismo se encarga de socavar la taxonomía y la lógica cientificistas. La apuesta a esta recomposición subyace en las posiciones aquí sustentadas. El punto merece una breve aclaración. En verdad, la transdisciplinariedad de los problemas comunicacionales puede ser vista como la emergencia de una nueva esfera completa de preocupaciones y conocimientos, cuyo impacto en el cuadro global de las ciencias sociales es ya considerable. Esta «esfera» se vincula a la expansión teórica de un haz de nociones que si bien están lejos de ser novedades, permanecieron durante largas décadas relativamente confinadas, tales como el carácter eminentemente social de la subjetividad y eminentemente transubjetivo de la realidad social, y esto es, la capacidad materialmente productiva del orden de los acontecimientos simbólicos y la entera dimensión de los procesos de producción social de sentido. En el camino de las últimas décadas, esta nueva visión epocal ha trastocado la vieja antropología; ha extraído del arcón, revigorizándola, a la sociología de la cultura; ha puesto el problema de la comunicación en el centro de las principales corrientes contemporáneas del campo de la psicología; ha reorganizado amplias zonas de la teoría política desplazando el eje de la ley y la coacción al de la legitimidad; ha revuelto la problemática comunicológica, claro está. Las nuevas interdependencias que las distintas ciencias sociales han comenzado a establecer entre sí en años recientes en cuanto a sus formulaciones teóricas y a la construcción de sus categorías de trabajo reconoce en este fenómeno uno de sus más interesantes resortes. Pero hay algo más que salta a la vista en función de nuestro tema: el carácter regresivo que, sin proponérselo, pone en juego la estrategia disciplinaria para lo comunicológico, al exigirle que defina y delimite el tramo de mural que le corresponde, el segmento de realidad al que se aboca cuando precisamente lo que se insinúa es la posibilidad de cuestionar por entero la lógica del mural mismo, al hacerse patente que, en rigor, era eso, un mural pintado y no la realidad que representaba. Si el término «disciplina del conocimiento» regresase a su viejo sentido, al margen de las semantizaciones positivistas que lo apresan ¿qué impide pensar que el campo de reflexión sobre los problemas comunicacionales dé a luz distintas, variadas, disciplinas? ¿No es un hecho que lo hace ya? ¿Cuál es el motivo para sostener la cruzada de un perfil de carrera que defina un perfil de egresado que, en lo posible, cuente con un encuadre teórico claro y un ramillete de técnicas y habilidades que se le derivan? Esta paradoja aparente de un campo específico de intereses de conocimiento en el que cohabitan proyectos epistemológicos, remite a un horizonte tanto teórica como pragmáticamente inscrito en un pluralismo epistemológico. La reflexión sobre la investigación comunicacional no puede, en estas condiciones, sino instalar necesariamente entre sus preocupaciones una cierta sociología del conocimiento -y por ende, su propio contexto de producción- antes de avanzar hacia cualquier definición axiomática sobre sus reglas. HACIA UNA DESCONCENTRACIÓN TEÓRICA Y PROFESIONAL Así las cosas, la que protagonizan nuestras carreras ha sido y es una auténtica epopeya. veamosde un golpe el escenario en el que atgerizan y al que ya hemos hecho distintas alusiones: para comenzar, está considerablemente ocupado por oficios y profesiones centenarias; los fenómenos a estudiar han sido radicalmente naturalizados, y no hay, para colmo, quién no crea saber bastante sobre ellos; las designaciones disponibles para su análisis están dadas en préstamo por otros saberes, y no existe ninguna Gran Teoría ni propia ni ajena en qué apoyarse; pero en realidad, todo esto no construye ninguna escena de rígidas quietudes sino que ocurre en medio de un colosal Big Bang de tecnologías, prácticas sociales cotidianas, rutinas y formatos productivos, instituciones y sentidos, entrecruzados en una vorágine que multiplica el volumen y la velocidad de los cambios en una magnitud tal como sólo es propia de los grandes movimientos epocales, y que moviliza y desata una multitud de expectativas, deseos de participación, formaciones imaginarias a cuya caza y pesca se ha lanzado, entre muchos otros, también un pequeño ejército de establecimiento educativos de carácter técnico más o menos especializado.
menudo desafío el que las licenciatuas en comunicación vienen afrontando en este escenario. Las preguntas acerca de qué enseñar y para qué aparecen como las más lógicas y previsibles., No es tampoco un cuadro respecto al cual contemos con demasiadas referencias ejemplares en otras licenciaturas universitarias. Compárense las carreras «liberales» vienen con el problema resuelto. Las careras puramente instrumentales no titnen tiempo para planteárselo: avanzan esperando que otros se ocupen del asunto. Las carreras científicas están llenas de la suficiente fe en un conocimiento que, aseguran, puee mover montañas y se regulan en función de ello. El nuestro es pues, un caso contracorriente, y de allí buen parte de nuestros enredos y desorientación. A lo largo del texto traté de discernir distintas operaciones que tienden a congelar un «estado de complicación». Es ahora el momento de una recapitulación que nos coloque en el umbral de las reflexiones a futuro. En este sentido, me importa subrayar que el papel que cumplen las tres principales transposiciones, a las que nos hemos referido y que suelen hacerse presentes en el debate sobre las carreras, es precisamente el de plantear problemas en términos tales que virtualmente impiden su solución, al tratar de resolverlos en el espacio y con las reglas que son propios de otro. Estas trasposicines son: a) la de ubicar a la institución académica en el lugar del campo intelectual; b) a la disciplina positiva en el de los estatutos del campo teórico; c) al mercado ocupacional en el de las estrategias profesionales. Hay otros rasgos en común entre ellas en la lógica de su operatoria: Hay otros rasgos en común entre ellas en la lógica de su operatoria: * Reduccionismo.- La primera de las tres tiende literalmente a reducir la realidad del campo tratando de abordar sus desafíos como si fuesen aspectos institucionalmente manipulables. La segunda trata vanamente de comprimir lo diverso para consolidarlo en un cuerpo del saber finalmente orgánico. La tercera tiende a reducir los problemas de una articulación productiva con la sociedad a una de sus dimensiones, la inserción ocupacional. * Deshistorización.- En la misma medida en que se avanza en estas reducciones, se cercenan las propias historias que dan sustento a lo diverso. El campo aparece como si hubiese nacido casi con las carreras, y las carreras apenas ayer. Esta operación se traslada a veces hacia adentro de las propias licenciaturas, en relación al propio pasado inmediato: el «plan viejo» parece con frecuencia asimilarse a alguna prehistoria que es mejor olvidar. Llamativamente, la historia de los medios suele ser una asignatura o temática con gruesas dificultades bibliográficas, y la historia de los estudios de comunicación ha sido varias veces hecha... desde los Estados Unidos. Tampoco se tienen muy en cuenta ni una ni otra historia a la hora de formular el diagnóstico de los problemas que enfrentamos o las respuestas posibles. * Vocación ómnibus.- Estamos en proceso de descubrir que prácticamente nada nos es ajeno. Más aún: es necesario que avancemos en esa dirección. Pero de ahí a tratar de abarcarlo todo hay más de un paso. Nuestras carreras tienden a tratar de abarcar, resolver y dar cuenta de más problemas y realidades de las que cualquier carrera razonablemente puede. Desde la estética hasta la economía, desde el sonidista hasta el periodista deportivo o el gerente de comunicaciones, desde el analista crítico hasta el productor publicitario o el comunicador alternativo. La sospecha del campo transdisciplinar se convierte en la propuesta de una «macrodisciplina». * Pasividad política.- Las licenciaturas en comunicación, abiertas sus puertas al gigantismo del campo, preocupados por operar las reducciones que lo vuelvan manejable sin sacrificio de la característica ómnibus, podan sus propias capacidades de incidir efectivamente en las formas que este campo adopta. El resultado es un sometimiento desapercibido para con términos que, finalmente, se definen fuera de su ámbito. Remontar esta problemática implica, quizá, contrariar antes que nada este último rasgo, extirparlo. Se trata de que cada institución pueda pensarse de modo de poner más énfasis en la posibilidad de navegar el campo que en la de constituirse en su vitrina. Pese a sus complicaciones, nuestras carreras están en un lugar de privilegio para ello: por ser el centro de una turbulenta recomposición de los saberes, y por tener ante sí el más dinámico laboratorio de prácticas sociales y productivas quizá, de la sociedad contemporánea. En esta perspectiva, la desconcentración debería ser analizada. Debemos resistir la reducción del campo a una disciplina, a un objeto, a un perfil, etc. ¿Pero cuál es la razón para que tantas carreras de comunicación se resistan del mismo modo, como si de cada una de ellas dependiese todo el futuro? Estimular la heterogeneidad de las múltiples licenciaturas que intervienen en el mismo campo -y que lo pueden seguir haciendo, seguramente mejor, aún heterogéneas- es, por el contrario, un modo de evitar la reducción. No debe sin embargo confundirse deconcentración con especializaciones. No cabría hablar de «especializaciones» respecto a un mismo saber en relación a un cineasta y un comunicador organizacional, por dar un ejemplo entre tantos posibles. Por lo demás, tampoco se trata de echar por la borda aquello que se ha avanzado en la constitución misma del campo como espacio de una cierta unidad. Pero difícilmente podremos aportar a su desarrollo en toda su fecundidad posible si no descongestionamos nuestra propia formulación de cometidos. Comunicador y comunicólogo aparecen en el contexto contemporáneo como dos propuestas profesionales demasiado abstractas, que reclaman una multitud de precisiones posibles antes de poder convertirse en figuras profesionales propiamente dichas. Resultan dos denominaciones que dejan totalmente en manos de una práctica a determinarse por las leyes del mercado ocupacional si aquel egresado sobre cuyo perfil tanto se ha discutido concluirá siendo videasta, lingüista, teórico de los problemas culturales, dedicado a la semiótica del diseño, a la comunicación comunitaria, a la estética de los medios, al guionismo, a la producción radiofónica, al análisis institucional, etc. por dar algunos ejemplos más. ¿Tendrá algo que ver con nuestros problemas del qué enseñar y para qué el hecho de que más de 200 licenciaturas en comunicación en nuestro continente produzcan tan escasas diferencias sobre un terreno como el comunicacional, tan rico en la diversidad de sus carnaduras concretas? ¿Hay alguna razón fuerte que justifique la tendencia a la uniformidad curricular, problemática y hasta bibliográfica entre las licenciaturas que comparten un mismo espacio social y geográfico? ¿Se podría decir de cada una de ellas que tienen una inteligente estrategia de intervención en el campo intelectual y profesional? Estimular un cierto grado de heterogeneización ¿no contribuye a desarrollar andariveles concretos donde tradiciones teóricas y entrenamientos productivos puedan entrelazarse de un modo más fértil? ¿Estamos efectivamente propiciando una reflexión teórica de interés cuando buscamos, de facto, meter en un misma bolsa la estética literaria, el conocimiento de la realidad social latinoamericana y las técnicas de impresión por láser? Nuestras respuestas pueden adivinarse.