EDITORIAL Hemos querido ensayar en esta ocasión una forma de descentralización de nuestra revista que permita recoger también las propuestas de diseño temático y coordinación que puedan surgir de destacados investigadores de América Latina identificados con la experiencia de creación y desarrollo de nuestra revista «Dia-logos de la comunicación». Dos de las cuatro ediciones correspondientes a 1991 han sido encargadas, con todo éxito, a nuestros entrañables colaboradores: Jesús Martín Barbero (Colombia) y Beatriz Solís (México). Referirse a los muchos méritos que reúnen ambos resulta un exceso, por lo que preferimos mostrar directamente este nuevo aporte que habla no sólo de sus capacidades sino también de su permanente compromiso con la enseñanza de la Comunicación Social en América Latina. La edición que ahora entregamos ha sido pensada y coordinada por el profesor Jesús Martín-Barbero pero su colaboración ha ido más lejos todavía, al encargarse de la recepción y ordenamiento de los ensayos que aquí aparecen. Ciertamente la presentación de este número, a cargo del propio profesor Jesús Martín-Barbero nos exime de toda necesidad de sustentar el sentido de la presente edición. Sólo nos resta agradecerle a él y a todos los investigadores que hicieron posible esta nueva entrega. Walter Neira Bronttis Director
SITUACIÓN DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA EN AMÉRICA LATINA Valerio Fuenzalida LA ACTUAL CRISIS DE LA TEELVISIÓN PÚBLICA En América Latina bajo el nombre de Televisión Pública se engloba una gran variedad de televisoras con diferente estatuto de propiedad, con diferentes formas de financiamiento y con diferentes énfasis en su programación: propiedad estatal con dependencia o con autonomía del Gobierno, propiedad del Gobierno estatal (Brasil), propiedad del Estado pero administración superior por parte del Gobierno Regional (Colombia), propiedad universitaria; financiamiento total o parcial con fondos públicos, autofinanciamiento total o parcial. Ante esta diversidad aquí se entenderá por TV Pública aquella estación que no tiene finalidad prioritaria de lucro sino otros objetivos. Como excepción, Paraguay y Ecuador no tienen TV Pública. Pese a esta gran diversidad, una revisión somera de los más importantes canales de TV Pública en América Latina constata situaciones estructurales muy similares entre ellos. Por otra parte, al depender de los gobiernos del momento-democráticos o no-, estos canales han estado marcados por una dirección cambiante e inestable, lo cual vuelve tortuosa su historia. Este anecdotario histório es menos pertinente para nuestro objetivo, dirigido más bien a un análisis estructural de las estaciones públicas. 1. Diversidad y semejanza a) ATC es una red televisiva del Estado argentino que cubre íntegramente el territorio; inicialmente nace como la empresa privada Canal 7 de TV pero es estatizada en 1953 y en 1978 se fusiona con la productora TC de programas televisivos a color, con ocasión del campeonato Mundial de Fútbol organizado por Argentina. En 1996 la participación promedio en la sintonía (share) alcanzaba un 12% ubicándose en un cuarto lugar frente al 82% que totalizaban las tres grandes redes privadas en Buenos Aires (canal 11, canal 13 y canal 9, Cfr. La Industria audiovisual iberoamericana, 1997). La inestable administración y corrupción han llevado a ATC a un déficit de unos 75 millones de dólares, según estimaciones de 1996. Frente a este hecho, el Gobierno del presidente Menen decidió intervenir la empresa para sanear la situación. Luego de la intervención el destino de ATV ha sido incierto. Un sector propuso sanear económicamente el canal, y programarlo con una mezcla de canal tradicional de entretención, con información gubernamental y con algunas inserciones «culturales»; el sector del gobierno proclive a esta postura estimaba que existía un acoso comunicacional contra el gobierno y una desinformación interesada. La mala relación entre el gobierno de Menen y los medios periodistas y empresarios- ha sido un tema continuamente presente en la opinión pública argentina. Otra postura buscaba mantener la información en manos del Gobierno pero privatizando el resto de la programación. Esta solución se ha ensayado en otros canales públicos de América Latina para intentar resolver la crisis de carencia de recursos y creatividad; como se verá, la solución se inspira en el modelo colombiano de TV pública y consiste en licitar espacios a programadoras privadas, quienes producen los programas y venden publicidad para financiarlos. Otro sector deseaba transformar ATC en un «canal cultural», posición resistida por quienes estimaban inviable competir con la variada oferta cultural del cable; además el alto costo de una posible producción «cultural» argentina no se estimaba financiable con fondos del gobierno. Un sector empresarial proponía la reducción de la empresa, entregando una parte considerable de su amplio espacio físico al cercano Museo Nacional de Arte, entidad que no puede exhibir importantes colecciones por carencia de espacio. Finalmente, en enero de 1998 el gobierno de Menen decidió privatizar ATC; en el momento clásico esto es cuando el gobierno se acerca a su término y prevé altas posibilidades de un triunfo político opositor. Posteriormente a este anuncio se ha desatado una fuerte lucha de influencias entre varios grupos económicos por quedarse con ATC (Cfr. Un Ojo avizor en los medios 1998). b) El Gobierno de Uruguay opera a través de la empresa estatal SODRE el canal 5 de TV. El canal recibió inicialmente un pequeño aporte publicitario para el financiamiento de una programación cultural con películas clásicas antiguas, documentales. La oposición de la Asociación Nacional de Radiodifusores (ANDEBU) se impuso para eliminar ese aporte publicitario, con lo cual el canal entró en gran precariedad; la empresa también sufre los vaivenes administrativos en su dirección superior, de acuerdo con la orientación política del Gobierno Ejecutivo (Fox, 1990). Según el reciente estudio de Roque Faraone (Faraone 1998) sobre la TV uruguaya, en la actualidad el canal público ocupa un lugar ínfimo frente a los tres canales privados. c) El Gobierno de Bolivia opera la Empresa Nacional de TV que cubre todo el territorio vía satélite. En La Paz opera el
canal 7 de TV. Su financiamiento es mixto: publicidad y asignación de recursos fiscales. Tiene poco rating y grandes limitaciones económicas. El canal goza de baja credibilidad por su clara orientación pro-gobierno de turno, quien nomina y retira al director de la estación. Canal 13 de TV en La Paz es la estación de la Universidad estatal de San Andrés, de corto alcance en cobertura y con programación preferentemente educativa y cultural. Es una estación limitada en su equipamiento tecnológico. Por mucho tiempo ha existito el deseo -no logrado- de formar una Red Nacional Universitaria que interconectaría a estaciones de once universidades del país. d) El Gobierno peruano opera la red Televisión Nacional del Perú (TNP) que cubre el 80% del país, red encabezada por el canal 7 de Lima. Este fue el primer canal de la TV peruana, fundado en 1958; su dependencia del gobierno de turno afecta su credibilidad, por lo cual tiene baja sintonía en la capital y considerable rotación de personal; en el hecho, según Time-Ibope ocupa uno de los últimos lugares de la sintonía, la cual es encabezada por estaciones como América TV, Frecuencia Latina, Red Global, Panamericana y otras. Se financia con fondos asignados por el Gobierno y con una cierta cantidad de publicidad y promociones, fondos insuficientes que le otorgan una precaria subsistencia. e) Venezolana de TV (VTV) es una empresa televisiva gubernamental que no tiene cobertura nacional. Dispone de dos redes diversas en infraestructura técnica (canales 5 y 8), las cuales transmiten actualmente la misma señal por incapacidad de producir dos programaciones diferentes. Ambas muestran problemas de administración con fuerte inestabilidad y graves problemas económicos, con baja sintonía y crediblidad por ser canales del gobierno. En el hecho el duopolio formado por los canales privados Venevisión (Grupo Cisneros) y Radio Caracas TV (RCTV) reúnen alrededor del 80% de la audiencia (Cfr. Díaz Rangel, Safar, Colominas, en ODCA, 1997). La Comisión Presidencial para la Reforma del Estado de Venezuela (COPRE) -con apoyo de UNESCO, PNUD y la Fundación Konrad Adenauer está elaborando un proyecto de Reforma de la estación pública VTV Para analizar el pre-proyecto de reforma se convocó a un pequeño grupo de expertos en el Seminario Internacional «Hacia un sistema de radiodifusión de servicio público en Venezuela» (Caracas, 27-28 de abril de 1998). El Cónsul General de Bolivia en Caracas fue comisionado a asistir a todas las reuniones para reunir información útil a un posible proyecto de reforma de la estación pública, Canal 7 de La Paz. f) El Gobierno de El Salvador opera como señal nacional canal 10 -TV Cultural Educativa- a través de CONCULTURA, organismo cultural del Ministerio de Educación. Esta estación fue creada en la década de los 60 como Teleescuela con ayuda de la Alianza para el Progreso. A su inauguración asistió el Presidente Lindon B. Johnson de USA para destacar la intención de que fuese un modelo para América Latina en una TV educativo-escolar. Así, la Reforma Escolar de 1967 convertía a la TV Educativa en la columna central de ese esfuerzo. El proyecto resultó tanto desde el punto de vista de inadecuación como teleescuela, como por las condiciones socio-políticas del país. Ahora la estación está siendo reequipada técnicamente y en búsqueda de un nuevo rol educativo. g) El Gobierno de Guatemala opera la Red Televisión Cultural y Educativa con canal 5 de Guatemala. Muestra problemas similares a los anteriormente descritos. h) El Gobierno de Nicaragua tiene el sistema Nacional de TV con canal 6 de Managua. A1 igual que en El Salvador, la estación fue creada en la década de los 60 como Teleescuela, con ayuda de la Alianza para el Progreso. Igualmente no resultó el proyecto que convertía a la TV Educativa en la columna central de la reforma escolar. La estación presenta actualmente graves problemas de sintonía, financiamiento y administración. En marzo de 1997 estaba técnicamente quebrada. i) El Gobierno de Costa Rica dispone a través del Sistema Nacional de Radio y TV Cultural (SUNART) de la Red Nacional de Televisión con canal 13 de San José. j) En México la desorganización, la corrupción y pobre desempeño de las redes nacionales constituidas por canal 13 y canal 7 llevó a la privatización para conformar la empresa privada TV Azteca. E1 Gobierno ha mantenido como TV pública los canales 11 y 22 (UHF) que cubren parte del territorio por aire y cable canal 11 es la más antigua estación pública cultural en América Latina operada por el Instituto Politécnico Nacional y con una cobertura parcial de los hogares de México. Emite una programación sustantivamente cultural, en el sentido tradicional de la expresión, con película clásicas, documentales y series, programas de información e infantiles; de esta programación se han excluido las emisiones deportivas y las telenovelas Su sintonía promedio es alrededor de 2-4% de rating Canal 22 depende del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
organismo del Ministerio de Educación y opera en al banda UHF como estación regional para la capital federal, lo cual unido a su programación cultural elitista le otorga escasa penetración. Existen también otras pequeñas estaciones públicas regionales -fundadas en la década de los 80- con graves problemas de finaciamiento y sometidas a los vaivenes políticos de los Gobernadores de turno en cada Estado. En México la TV broadcasting es claramente dominada por la competencia entre el duopolio de las dos empresas privadas con cobertura nacional: Televisa que opera cuatro canales y compite con los dos canales de TV Azteca; en conjunto ellos concentran el 90% de la audiencia en el Prime Time (Cfr. La Industria audiovisual iberoamericana, 1997 Acosta, 1997). Ante esta situación la Cámara de Diputados de México se ha empeñado en una refoma del sistema televisivo, para lo cual organizó una amplia conferencia internacional «El derecho de la información en el marco de la Reforma del Estado en México» (Ciudad de México, 6-9 de mayo de 1998). Como preparación a esta conferencia todos los diputados mexicanos integrantes de la Comisión de Radio, TV y Cinematografía viajaron a Caracas para asistir a la reunión de discusión del pre-proyecto de reforma de Venezolana de TV. k) FETV en Panamá es una fundación sin fines de lucro que opera una red de TV que se ha expandido hasta cubrir íntegramente el país. Fue creada en 1990 por la Iglesia Católica pero con una perspectiva ecuménica. Ofrece una programación cultural, educativa, informativa y recreativa dirigida a una audiencia familiar y a la luz de los principios de la moral judeo-cristiana. Por otra parte, el Gobierno de Panamá opera a través del Mnisterio de Educación y de la Universidad de Panamá RTVE canal 11 como canal educativo, cultural e informativo. La estación cubre el área metropolitana de ciudad de Panamá. En una época se inspiró en la NHK japonesa para intentar producir una TV escolar didáctica. Ha ido evolucionando hacia una programación con un sentido educativo más amplio. l) Brasil presenta una situación más compleja: de las seis cadenas nacionales existentes en 1996 dos grandes estaciones privadas en conjunto totalizaban alrededor del 86% de la participación (share) en sintonía televisiva) la Red Globo con un 64% y SBT con un 20% de share; La industria audovisual iberoamericana, 1997); junto a esas televisoras privadas existen importantes estaciones públicas educativas de propiedad estadual en Rio de Janeiro, São Paulo, Porto Alegre y en otros estados; estos canales estaduales trabajan en coordinación, intercambiando algunos programas. Por otra parte, algunas universidades brasileñas también operan pequeños canales de TV. Además, el Ministerio de Educación del Gobierno Federal emite satelitalmente desde Rio de Janeiro programas de capacitación para maestros, lo cual ha supuesto dotar a las escuelas de antenas parabólicas y equipos de grabación en VHS; este esfuerzo de capacitación es evaluado muy disparmente, con defensores y detractores. Las estaciones estaduales de TV Educativa en São Paulo y Porto Alegre producen un interesante material infantil de tipo lúdico y de alta calidad en su realización televisiva (colores, disfraces, música y sonidos, animación y actuación, dibujos, ritmo agilísimo), programas bastante difícil de imitar ya que se alimentan del background cultural brasileño (el carnaval, la música rítmica popular, festival internacional de marionetas en Gramado, etc.) Estos programas infantiles brasileños son más de entretención lúdica y de estimulación afectiva de la fantasía que de apresto didáctico al estilo de Plaza Sésamo; en los horarios infantiles, estas estaciones alcanzan su mejor audiencia (alrededor de 4-5% de rating). El Castillo Rá Tim Bum, un exitoso programa infantil de la TV de São Paulo está siendo distribuido en cable por Nickelodeon hacia América Latina. Sin embargo, el decreciente aporte de fondos públicos está impulsando a algunas estaciones a reformas legales que permitan evolucionar desde una TV educativa hacia una TV pública con una programación más amplia y atractiva a variados segmentos de audiencia, y que permitiría el financiamiento con publicidad, donaciones y comercialización de programas. Según Flávio Dutra, Director de Programación de TVE en Porto Alegre, la aspiración es invertir la proporción actual de un 90% de aporte económico público y un 10% de recursos de mercado a un 10% de aporte público y un 90% de recursos del mercado. m) Colombia tenía un sistema televisivo inspirado en la especial condición de la TV privada británica. El Estado es propietario de la infraestructura de telecomunicaciones a la cual postulan por licitación programadoras privadas de TV cuya función es producir y programar espacios a ser transmitidos por la infraestructura televisiva estatal. Las programadoras se financian vendiendo publicidad en sus espacios. Se creía que el modelo inicial produciría una gran diversidad de «voces» sociales. Pero el alto costo de la produción y la necesidad de grandes inversiones ha producido el efecto de concentrar en pocas programadoras la capacidad real de programar y postular a estar en pantalla. Esa situación fue impugnada con razones muy diversas; por una parte, desde un punto de vista industrial, porque permitía la existencia de televisoras privadas, entrababa el desarrollo de estaciones con identidad corporativa propia, restaba competitividad internacional a la producción y dificultaba el desarrollo de la industria en TV y en telecomunicaciones. Por otra parte, desde un punto de vista social, muchas organizaciones civiles estimaban que una oferta televisiva diversificada
garantizaría mejor la participación social que la actual representatividad política. Por ello en diciembre de 1996 el Congreso aprobó una Ley para introducir reformas que diversifican la oferta de canales televisivos, introduciendo TV privada, ampliando la TV regional y creando la TV local y la TV comunitaria. Se estima que en 1998 habría cinco cadenas nacionales: dos cadenas nacionales de operación privada1 (RCN y Caracol,propiedad de los dos grupos económicos más importantes de Colombia), dos cadenas nacionales de operación pública -la cadena UNO y la cadena A, que seguirán con el actual sistema de licitación de espacios a programadoras privadas- y la señal Colombia de Interés Público, estación responsable (a través de INRAVISION) de programas educativos y culturales. Los cuatro canales públicos regionales (TeleCosta, TelePacífico, TeleAntioquia y TeleCafé) seguirán operando bajo el régimen de licitación de programadoras privadas pero se agregarán otros nuevos canales regionales públicos y se permite la creación de TV privada regional y local sin fines de lucro. Se permite también la creación de canales comunitarios sin fines de lucro en manos de municipios, universidades o agrupaciones comunitarias. Sin embargo, la infraestructura de telecomunicaciones seguirá siendo propiedad del Estado. Se crea también la Comisión Nacional de TV (CNTV) organismo regulador de todo el sistema televisivo. A raíz de esta reforma, Colombia presenta una gran diversidad en la propiedad y tamaño de los canales de TV; sin embargo los próximos años serán decisivos para evaluar la capacidad económica de país para sustentar esa enorme oferta. n) Chile ha tenido también una situación especial en América Latina, pues no hubo TV estrictamente privada con fines de lucro hasta el año 1989 cuando en las postrimerías del régimen militar se vende la cadena pública 9 para constituir la red nacional privada Megavisión. Hasta la fecha los canales de TV broadcasting estaban en manos de universidades y del Estado los cuales operaban inicialmente con financiamiento publicitario, con resultados muy diferentes. E1 agravamiento deficitario en el canal de la Universidad de Chile condujo a su venta a Venevisión; en cambio canal 13 de la Universidad Católica de Chile (UC TV) ha sido siempre un exitoso canal desde el punto de vista de audiencia y autofinanciamiento publicitario. Televisión Nacional de Chile (TVN) fue creada en 1969 como empresa del Estado y en el hecho fue dependiente del Gobierno hasta que fue reformada por iniciativa del gobierno democrático del presidente Aylwin en 1992 para constituirse como un medio plural independiente del gobierno. Con la reforma, TVN se ha transformado en una empresa con un nivel inédito de autonomía del gobierno, dirigida por un Directorio pluralista, seis de cuyos siete miembros son designados consensualmente entre el Poder Ejecutivo y el Senado. El Presidente del Directorio es designado por el Presidente de la República, quien no tiene facultad legal para removerlo. Los demás miembros del Directorio, una vez designados, son también inamovibles políticamente; es decir, están protegidos de las presiones y amenazas de remoción por mayorías políticas ocasionales. A través de la reforma TVN dejó de ser una red gubernamental y se transforma en una red Pública del Estado, gobernada superiormente de modo autónomo y consensual; es decir, una red que debe dedicarse a una comunicación televisiva al servicio de los chilenos y no al servicio de los intereses políticos del gobierno de turno. La reforma también obliga a la empresa a la autonomía financiera. Según la filosofía del nuevo estatuto de TVN el autofinanciamiento y la competitividad de la empresa constituyen el fundamento material para su independencia política del Gobierno y de otras instituciones, y posibilitan el pluralismo ideológico-cultural en favor de los intereses nacionales; así mismo, ellos impulsan la modernización hacia una administración profesional y tecnificada. TVN no tiene fines de lucro, pero tiene necesidad de una eficiente administración profesional para autofinanciar su operación y su futuro desarrollo como empresa (Ley Nº 19.132 de 1992). Desde su creación TVN siempre ha sido un canal en disputa del liderazgo con canal 13, situación que se ha intensificado luego de la reforma en el periodo democrático. El caso chileno es único en la región, ya que los dos canales líderes, UCTV y TVN son propiedad de una Universidad Católica y del Estado; y ante la mayor competencia con los nuevos canales privados introducidos en la década de los 90, son estos quienes han sufrido graves problemas financieros y baja sintonía, por lo cual han debido ser total o parcialmente vendidos a las grandes cadenas Televisa, TV Azteca y Venevisión. 2. Los objetivos de la programación El aspecto de la programación televisiva en estos canales públicos es también complejo, pues las estaciones exhiben grandes diferencias en el énfasis de sus objetivos prioritarios. En efecto, es posible identificar varios objetivos programáticos, explícitos o encubiertos en ocasiones, y a menudo entretejidos unos con otros. A algunos canales se les asignó principalmente y de modo más o menos encubierto, funciones de persuasión política hacia las opciones gubernamentales; pero los canales propagandísticos en competencia con otros canales televisivos y con otros medios (masivos y grupales) de comunicación más bien han obtenido una escasa audiencia por su carencia de credi-
bilidad. Y los ingredientes más cercanos a la entretención resultaron, en general, de escaso atractivo. El objetivo programático de escolarización formal por TV se ha demostrado como una ilusión modernizadora tecnocrática, incoherente con la capacidad semiótica del lenguaje audiovisual y con el carácter industrial del medio, incoherente con la mayoritaria recepción en el seno del hogar, con escasa audiencia, e inviable ante la real situación económica y socio-política de la región2. Hoy en día, a diferencia de las décadas 70-80 se estima que la mejoría en calidad de la Escuela tiene que provenir desde su propia reforma y se ha superado la fantasía que la técnica televisiva remediaría los males propios de la educación formal. Tampoco goza actualmente de legitimidad social el modelo de TV Pública orientado a minorías, a las cuales se ofrecerían contenidos elitarios de alta cultura (Orozco Gómez, 1996). Desde un punto de vista económico, la oferta cultural de esos canales públicos es criticada como un subsidio estatal justamente a los sectores con mayor poder adquisitivo. Además ya ahora -y más acentuadamente en un futuro próximo- algunos ingredientes programáticos que le han dado un carácter «cultural» a algunas estaciones públicas van a enfrentar una dura competencia en el cable y en DTH. La programación infantil se enfrentará crecientemente con elatractivo del materia exhibido por el Cartoon Net work, el Discovery Kids, Nickelodeon, Metrokids, Fox Kids Warner, etc. Los canales que han exhibido cine clásico se enfrentan al éxito de los canales especializados en cine y con cinematecas mejor surtidas como HBO, Fox Cinecanal, Cinemax, Fox TNT, Space y otros. El material documental que también ha sido un ingrediente distintivo de alguna estaciones públicas hoy es presentado por el Discovery Channel, Travel Channel Infinito y por Animal Planet de la BBC Worldwide en español para América Latina La programación de alta cultura y bellas artes hoy se enfrenta a canales de cable segmentados en esa temática; canales nacionales como el ARTV en Chile y el Canal Arte en Argentina, y los canales internacionales como Film & Arts o People & Arts de la BBC Worldwide. La competencia no sólo será por audiencia sino, más grave aún, también por surtirse de esos géneros de programas, concebidos como el aporte diferencial y marginal de las estaciones públicas, y que ahora tienden a ser comprados por estaciones segmentadas en el cable. Las estaciones públicas generalistas y masivas generan críticas en cambio porque su programación no es percibida como un aporte diferencial a las estaciones comerciales. 3. Las bases estructurales de la crisis La mayoría de estas estaciones presenta, pues, graves problemas de sobrevivencia y esta situación de crisis puede ser interpretada en base a tres tipos sustanciales de razones estructurales coalescentes (Fuenzalida, 1997; Fox, 1990). - la mala administación industrial-empresarial. Los canales en crisis muestran una dirección ejecutiva superior cambiante según los vaivenes políticos; tal inestabilidad ha generado discontinuidad en metas y planes empresariales-industriales, y en muchos casos corrupción e irresponsabilidad impune. Los pocos canales que subsisten exitosamente demuestran estabilidad en la dirección, y continuidad para desarrollar planificación estratégica en el mediano y largo plazo; esto ha implicado profesionalización en la dirección empresarial administrativo-ejecutiva y en la realización programática. - la no-sustentación económica. Las estaciones en crisis no lograron crear un eficiente sistema de sustentación económica. Se intentó en la mayoría de los casos subsistir ignorando los intereses de la audiencia y fuera de la competencia por fondos económicos. Tampoco se logró insertarse en las redes de comercialización y doblaje para programas posibles de ser vendidos internacionalmente, en especial en América Latina. La comparación entre los canales universitarios 13 de Bolivia y 13 de Chile (TVUC) muestra el éxito de este último al insertarse en el mercado publicitario y la precaria sobrevivencia del canal boliviano. La reciente reforma de TVN en Chile buscó también autonomizarla administrativamente para robustecerla como empresa e insertarla mejor en el mercado por la audiencia y por los recursos extraestatales. Los canales educativos estaduales brasileños buscan también una reforma que les facilite la competencia por fondos económicos. La reforma de la TV Pública en Colombia busca vigorizar el desarrollo de la industria diversificando la competencia. Esto es, los canales que sobreviven exitosamente lo hacen en elmercado, luchando por conquistar audiencia, por obtener recursos, y buscando insertarse en el intercambio internacional. - la programación televisiva ha resultado ser, en general, poco atractiva y de escasa audiencia. Los canales que subsisten son aquellos que ofrecen una programación que seduce masivamente a la audiencia; esto es, son aquellos que no se conforman con una audiencia marginal hacia una programación de atracción minoritaria sino que compiten por tener una preferencia destacada en la sintonía. Así, las estaciones públicas subsisten hoy en América Latina por razones que no coinciden con las expectativas de su
fundación hace 30-40 años; pues la revisión de su estado actual muestra más bien el fracaso en las funciones propagandísticas o escolarizadoras asignadas, y en la escasa sintonía a las emisiones elitiarias de alta cultura. Según Rafael Roncagliolo (1996, p. 177) en América Latina las estaciones públicas de radio y televisión «ante todo han sido instrumentos políticos, más que estar orientadas al servicio público, y han fallado en tener un impacto sociocultural importante». En una época de disminución del tamaño del Estado y con focalización del gasto público en áreas que demuestren rentabilidad social, empresas televisivas mal administradas insolventes e irresponsables, sin una programación percibida con utilidad social carecen de legitimidad y no parecen tener futuro. En el actual contexto de desconfianza en el Estado tanto en su capacidad administrativa como en su paternalismo cultural, tienen muy poco respaldo político las propuestas -como fueran propugnadas en la década de los 70 y 80 por el llamado Nuevos Orden Mundial de la Información (NOMI)tendientes a reforzar con enormes cantidades de dinero una TV Pública operada ineficientemente por los gobiernos de modo insatisfactorio para la audiencia. La TV Pública si quiere, entones subsistir, deberá proponerse un reperfilamiento muy sustantivo tanto como empresa como en una programación televisiva con nuevas funciones sociales, con una utilidad ético-social que la legitime pública y masivamente, o los canales inevitablemente serán sometidos a las presiones privatizadoras. La reciente propuesta de privatización de ATC en Argentina muestra claramente esta tendencia; y adicionalmente, tanto lo inconvincente de las posturas convencionales sobre la TV Pública como la carencia de propuestas novedosas y socialmente útiles. Pero según Magdalena Acosta (Acosta, 1997) la privatización mexicana de los canales 13 y 7 y la constitución de dos grandes empresas competitivas en TV como son Televisa y TV Azteca, tampoco ha procurado una mejoría sustantiva en la oferta televisiva ni una programación socialmente útil. Lo único que ha logrado la privatización es desembarazar al gobierno mexicano de una industria que no supo administrar eficientemente ni programar televisivamente. ¿Es posible entonces formular un nuevo modelo de TV Pública para América Latina, con una programación socialmente útil, con legitimidad social y económico-administrativamente autosustentado en una empresa eficiente? DIFERENTES PROYECTOS DE PROGRAMACIÓN PARA UNA TV PÚBLICA La actual sobreoferta de canales de TV (VHF, UHF, cable, DTH) está obligando a los canales públicos a buscar un nicho diferencial que los distinga del aporte programático de otros canales, y que satisfaga las expectativas diferenciales que también la audiencia elabora frente a esa enorme oferta. En este sentido se puede distinguir al menos tres tipos de canales que deberán elaborar y ofrecer su respectivas ofertas programáticas diferentes: - pequeños canales públicos locales o comunitarios municipales, regionales (técnicamente en VHF, UHF cable local, cable comunitario); - canales segmentados hacia contenidos de difusión académico-científica, capacitación profesional Bellas Artes y alta cultura (educativos formales universitarios, culturales, canales del Congreso y Senado, técnicamente de preferencia en cable); -canales públicos broadcasting, nacionales, masivos generalistas. Un canal broadcasting general opera con un menú televisivo diversificado para responder a las demandas de un público amplio y no segmentado; la programación por ejemplo, de la misa y el programa evangélico Puertas Abiertas en TVN responde a servir las demandas de un público diverso religiosamente, a diferencia de la legítima segmentación del canal católico por cable EWTN, canal de la Madre Angélica; otros canales se segmentan hacia intereses especiales, como documentales en el Discovery e Infinito; música en MTV y Solo Tango; cine en HBO, TNT, etc. Un canal general no puede segmentarse con preeminencia de la cultura en sentido clásico -como ocurre en el cable con ARTV, Canal Arte, Film and Arts, etc. o como ocurre con algunas radioemisoras. En un canal general la alta cultura será una sección minoritaria, tal como son los suplementos culturales y de libros en la edición de fin de semana en mucho diarios generales. Un canal general constituye entonces una unidad amplia de programación con contenidos y géneros diversificados; su valor es el peso del conjunto y no la preeminencia de un contenido segmentado; al igual que un diario general, un canal general no puede desconfiar a priori de ciertos contenidos o géneros (la seriedad de un diario chileno como El Mercurio no excluye secciones de espectáculos, deportes, vida social, humor, etc.). La diversidad trae una exigencia de excelencia para cada género-punto en el cual se insistirá más adelante.
El valor público de un canal general en TV broadcasting aparece al compararlo con otros sistemas de distribución de canales: el servicio satelital DTH es de muy alto costo; el cable está presionado por los mayoristas para abandonar el sistema de Big Basic operante en la mayoría de los países latinoamericanos; al ocurrir aquello los canales de cable se escalonarán en paquetes diversos (básico, premiun, super premiun, etc.) y los de mayor interés tendrán un precio muy superior al actual, lo cual excluirá a grandes segmentos de la sociedad del acceso a valiosos programas televisivos. Precisamente en este contexto de creciente segmentación dada la amplia oferta de canales televisivos, Dominique Wolton reivindica el rol de aportar a constituir el espacio público por parte de los canales generales de TV (Wolton, 1992). En las siguientes secciones nos referiremos de modo específico a una TV Broadcasting pública de carácter general. 1. La TV pública general se legitima por una programación diferente y masiva La razón por la cual se justifica y se legitima la existencia de una TV pública general es porque puede ofrecer una programación * relativamente diferente a la de otras estaciones, * pero masivamente apreciada y sintonizada por la audiencia. Al ser diferente se puede considerar complementaria y no sustitutiva a la de otras estaciones de TV nacionales o internacionales. El punto es cuáles deberían ser los ingredientes programáticos diferenciales. Sin embargo ella debe ser masivamente apreciada y sintonizada por la audiencia; en este sentido ella debe ser atractiva para el televidente y capaz de competir con el atractivo de otras programaciones elegibles. Una TV broadcasting pública sin programación atractiva para la audiencia, cae en la paradoja de intentar constituirse en un servicio público sin público o con una audiencia elitaria y marginal; en este caso difícilmente tiene respaldo del público masivo y legitimidad sociopolítica, ya que los servicios públicos tradicionalmente se han concebido como bienes o servicos masivamente proporcionados a la población (educación, salud, seguridad, infraestructura, etc.)3. E1 problema se focaliza entonces en si es posible proponer una programación televisiva de servicio público que cumpla con las condiciones de ser relativamente diferente y atractiva masivamente. 2. No existe un modelo único de TV pública general Para avanzar en contestar esta pregunta primeramente es necesario señalar que los estudios sobre este tema concluyen que no existe un modelo esencialista y único de servicio público televisivo, ni de programación. Es una decisión histórica, que ha tenido y tiene respuestas relativamente diferentes (Fuenzalida, 1997). Los modelos europeos que algunos han considerado paradigmas inmutables y necesarios de imitar se muestran en realidad cambiantes de un país a otro, y también en adaptación según las diversas condiciones históricas (González Encinar, 1996). Por tanto cada país latinoamericano tendrá que hacer un esfuerzo de creación relativamente original, buscando responder a sus necesidades, tomando en cuenta su tradición cultural, y sus condicionamientos actuales. De esta forma se puede evitar un esfuerzo vano por imitar lo inimitable, o de hacer planificaciones In vitro». 3. TV pública general y ethos europeo La mayoría de los modelos europeos de TV pública (cfr. UNESCO, 1996) se ha caracterizado por buscar una programación que ha enfatizado deliberadamente ciertos contenidos temáticos como - la educación vinculada a la enseñanza formal - la información política - la alta cultura - el debate académico-intelectual Además de los actuales problemas que tienen las estaciones públicas europeas con este tipo de programación (insatisfacción del público, escasa audiencia, crisis de financiamiento), esta programación responde a un ethos europeo, definido como de inspiración racionaliluminista y que no es el mismo ethos de América Latina; ethos que no fue considerado en las tendencias reformadoras del NOMI. Tampoco la programación de las estaciones públicas de países desarrollados toma en cuenta las necesidades sociales de una audiencia en regiones pobres y subdesarrolladas. Por tanto, no se puede ser sino profundamente escéptico ante toda propuesta de imitar o de adaptar una programación televisiva racional-iluminista europea en América Latina. La crisis de la TV pública en América Latina no se resolverá con
propuestas ingenuas que no han revisado la propia situación crítica de la TV pública europea, ni tampoco su inadecuación al ethos y a las necesidades sociales de América Latina. 4. TV Pública general latinoamericana Como se ha dicho, los pocos canales públicos latinoamericanos de TV con una programación orientada sustantivamente a la educación formal y a la difusión de la alta cultura están en grave decadencia por su escasa audiencia y sus problemas económicos. Igualmente las estaciones gubernamentales programadas con una función propagandística, más burda o más encubierta, no sólo no tienen credibilidad ni sintonía sino además graves problemas financieros. La revisión de Elizabeth Fox (1990) a los intentos de reforma de la TV pública latinoamericana en la década de los 70-80 muestra que ellos fracasaron por proponer una programación que ignoraba a la audiencia (tanto en su ethos cultural como en sus expectativas subjetivas) y por desatender completamente la base industrial-empresarial de la TV. Aquí se propone avanzar hacia un modelo latinoamericano de TV pública con una programación que se fundamente más bien: - en un acuerdo de política televisiva de Estado (base socio-política), - en las necesidades y expectativas de la audiencia televisiva (base en la audiencia), - en el ethos latinoamericano (base cultural), - y en el carácter lúdico-afectivo del lenguaje televisivo (base semiótica). Una programación que asuma estas condiciones debería proponerse como objetivos: a) la formación de la audiencia familiar, más en la línea de una educación extraescolar, la cual responde mejor a las necesidades existenciales latinoamericanas y a las expectativas de la audiencia concreta (educación para la vida cotidiana), en lugar de proponerse la escolarización formal de la TV. En efecto, los estudios de recepción de la TV por parte de la audiencia han revelado que una de las grandes expectativas de utilidad educativa se relaciona con la mejoría de la calidad de vida en el hogar y la familia. Esta expectativa es consistente con el hecho que la recepción televisiva ocurre sustancialmente en el hogar (y no en la escuela, como es el supuesto de la escolarización de la TV). Se requieren entonces, programas capaces de satisfacer la nueva demanda socio-cultural donde las personas reaprecien la vida cotidiana del hogar, la familia, la calidad de las relaciones afectivas, la lucha por mejorar la calidad de vida en su dimensión de consumo de bienes materiales junto con bienes afectivos y estéticos. Tal nuevo contexto aparece como una reacción a la anterior concepción iluminista en la cual el ámbito de la vida cotidiana privada fue relativamente desvalorizado, e incluso descalificado como el espacio de la alienación sicológica e histórica. Desde un punto de vista formal, la expectativa de la audiencia se relaciona con géneros habituales, a menudo descalificados como de «mera entretención», pero desde cuyo interior la audiencia tiene la expectativa de extraer elementos útiles para enfrentar las necesidades de la vida cotidiana. Es decir, los estudios indican no sólo contenidos sino también géneros y formas televisivas educativamente útiles a la audiencia, los cuales deben ser revalorizados y perfeccionados para hacerlos más satisfactorios a las demandas de la gente. Este incremento de la calidad de vida familiar puede, entonces, comparece televisivamente a través de muy diversos magazines familiares y de salud, en tal shows, en breves o grandes reportajes. Este nuevo objetivo de formación puede beneficiarse de la acumulación efectuada por la educación popular latinoamericana y debería tener como prioridad fortalecer la calidad de vida cotidiana en el hogar y en la familia; esta es una expectativa y una demanda subjetiva de la audiencia; además, objetivamente se ha constatado que la baja calidad de vida familiar contribuye decisivamente a graves problemas sociales como la violencia intrafamiliar, maltrato infantil, deserción escolar, drogadicción y alcoholismo, enfermedades, depresión e incapacidad de relaciones afectivas, pobreza, niños de la calle y delincuencia juvenil, etc.4 Es elocuente la revalorización de la vida de la familia como espacio de prevención de problemas sociales en la reciente campaña electoral (1997) y en el gobierno laborista de Tony y Blair en Inglaterra. b) Generación de una cultura del protagonismo social para el desarrollo y para la superación de la pobreza en lugar de una TV al servicio del protagonismo de los líderes socio-políticos y la descalificación de sus adversarios. En efecto, los estudios de recepción televisiva (Cfr. Fuenzalida, 1997) también permiten concluir que un importante esfuerzo educativo necesario de efectuar con el mundo campesino y popular es una comunicación televisiva para robustecer su autoconfianza personal y grupa¡, como productores y como actores sociales. Se ha detectado que la necesidad educativa
más importante para la audiencia campesina va más por el lado actitudinal de su autoeestima que por transferencia tecnológica, o contenidos escolares formales. Ya no se trata de que expertos traspasen información y conocimientos técnicos sino potenciar el factor humano («self-empowerment») en su capacidad de protagonismo. La autoestima de los niños puede ser fomentada a través de su protagonismo exhibido en secciones de programas infantiles y en algunas series extranjeras, como El mundo de Bobby o Pinocho. El gran valor social que niños y jóvenes pueden esperar de la TV va mucho menos por el lado de entregar conocimientos escolarizados y más por programas que incentiven afectivamente estimulando la curiosidad, la seguridad en sus capacidades, confianza y energía para crecer ante los adversarios y la dureza de la vida. El protagonismo juvenil es posibe reforzarlo con su incorporación a programas de debate y conversación con adultos, como forma simbólica de valorización social (esto es, identidad y capacidad) en su transición al mundo adulto. c) Reforzamiento de la identidad a través de la presencia de la cultura lúdica y festiva de la entretención popular latinoamericana, en lugar de privilegiar la presencia de la alta cultura en la TV. Desde un punto de vista cultural hoy se constata en América Latina un proceso que reaprecia muchos productos y mensajes culturales cuya circulación con popularidad masiva se estima que ha constituido el más importante cauce para mantener una identidad cultural-regional por encima de los límites geográficos y de los conflictos entre los estados, y por encima de las disputas ideológicas que han dividido a las elites académicas; entre ellos la radionovela y la telenovela; el bolero romántico, la música popular bailable como el tango, la samba, el corrido, la cumbia, los ritmos centroamericanos y caribeños; el rock latino, en particular entre los jóvenes de sectores populares urbanos5; el antiguo melodrama cinematográfico producido en Argentina y México; el cine de personajes como Cantinflas; las formas populares de religiosidad cristiana; el arte religioso popular barroco y la música religiosa popular, las fiestas populares y carnavales; las artesanías regionales y locales, etc. La mayoría de estos bienes culturales han sido sucesivamente descalificados como «vulgares» por las elites latinoamericanas, añorando productos similares a los europeos. El hecho de que las elites políticas y académicas de América Latina no sepan reconocer las señales de identidad cultural que millones de latinoamericanos reconocen en la telenovela y en otros productos culturales populares sólo concluiría en la alienación estética y el racismo cultural de esas elites en relación al pueblo latinoamericano. La actual revalorización de estos bienes culturales no significa excluir la alta cultura de la TV pública sino otorgarle un valor complementario a estas otras más importantes manifestaciones de identidad cultural masiva. d) Espacios de información y discusión de problemas sociales para avanzar hacia políticas nacionales para enfrentarlos, en lugar de pretender instrumentalizar la TV como propaganda ideológica gubernamental6. En efecto, con el descrédito de los dogmas ideológicos han perdido credibilidad los catecismos políticos con respuestas prefabricadas a cada situación social; la mayoría de los problemas hoy se reconocen complejos y multisectoriales, con lo cual se vuelve condición de comprensión de la realidad y condición de operatividad la discusión de puntos de vista discrepantes. Sin el movimiento ecologista no habría conciencia de la contaminación y de la depredación, sin la discusión con sus oponentes se caería fácilmente en el fundamentalismo ecológico. Así, la información adquiere un estatuto más modesto, cual es evitar la desinformación interesada. Este objetivo informacional dispone de un gran repertorio de géneros, como el noticiario, la entrevista, el debate, el reportaje, el documental, el magazine periodístico los cuales se pueden entremezclar para adaptarse a los intereses de la audiencia. Una programación con estos objetivos de utilidad públicocultural sería un modelo latinoamericano relativamente diferente a otras programaciones de canales comerciales, nacionales o internacionales y diferente a los proyectos europeos clásicos de programación en TV pública. Y al estar realizada en formatos atractivos para la audiencia puede proponerse ser masivamente apreciada y sintonizada, en lugar de constituirse en elitaria o marginal. Adicionalmente, al ser masiva puede ser atractiva para el avisaje comercial, en tanto fuente de recursos económicos. Con lo cual sería posible rescatar a muchas estaciones públicas de TV del marasmo en que se encuentran y encaminarlas hacia una comunicación televisiva actualizada, masiva y socialmente útil a las necesidades existenciales de la audiencia en nuestras sociedades latinoamericanas. 5. Modernización televisiva y conflicto cultural Es preciso reconocer que la modernización de la programación en una TV pública general involucra no sólo una evolución conceptual sino un conflicto social por el poder de expresarse televisivamente. Así, la comparecencia televisiva involucra
una lucha por la identidad y por la capacidad como actor socio-cultural (Cfr. Mumby, 1997). Pero ahora el conflicto es más complejo pues trasciende ampliamente la antigua lucha por la expresión televisiva entre los actores políticos en disputa por el poder. La vida política pública intenta erigirse como la única valiosa y quiere desplazar a la vida cotidiana privada; la expresión más analítico-conceptual de algunos sectores académicos se resiste a la comparecencia televisiva de los géneros más lúdicos; la alta cultura se molesta con las expresiones televisivas de la cultura popular masiva; los actuales géneros más cotidianos concitan el rechazo de ciertos sectores intelectuales por la comparecencia en ellos de la gente común y corriente. Y entre estos, los sectores populares, las mujeres y los jóvenes, intentan ser excluidos por los sectores que se consideran con mayor derecho a la expresión televisiva. El conflicto por la expresión adquiere un carácter más global. En cada país de la región los canales nacionales soportan la fuerte competencia de los grandes canales transnacionales latinoamericanos o extraregionales accesibles al cable. La descalificación europea como «baja calidad cultural» para la telenovela latinoamericana intenta ocultar la crisis de su propia industria narrativa para la TV y su pánico ante el desplazamiento de sustanciales recursos económicos hacia USA y hacia América Latina. 6. Una TV pública con dos señales y una red regionalizada Frente a estos conflictos por la expresión cultural una TV pública puede operar en la actualidad con dos señales, una de las cuales puede ser programada con una programación general como la propuesta anteriormente y la segunda puede destinarse a una señal especializada en contenidos de alta cultura, artes y letras, ciencia y tecnología, etc. Tal es la solución británica, donde junto a la BBC 1 existe la BBC2, canal más elitario y donde junto a la ITV privada existe un canal gemelo (Channel Four) destinado a laexperimentación audiovisual; semejante es el canal público franco-alemán ARTE. En Francia la red pública generalista Antena 1 se complementa con la red pública segmentada FR3; así mismo en España la red general TVE1 coexiste con la red especializada TVE2. Así la TV pública puede aspirar a ser dotada de canales locales en UHF o en cable, donde se puede realizar una TV narrowcasting de alta cultura, tal vez en asociación con estaciones regionales o universitarias. La tecnología digital permitirá próximamente que la actual señal televisiva de un canal broadcasting sea dividida en otras varias señales; ante este futuro muy próximo una estación pública como la BBC está planificando la espcialización de su actual programación para emitirla en diferentes canales: como un canal noticioso durante las 24 horas, un canal para niños, un canal general, un canal de alta cultura, un canal de documentales, etc. Las aspiraciones hacia una TV pública general en red interconectada entre una emisora central y sus locales regionales y entre locales entre sí aparecen muy complejas en la realidad. Por el enorme costo de infraestructura, por la carencia de profesionales en las regiones, por el costo de producción, el cual difícilmente será costeado por las propias regiones, pero también por las nuevas expectativas que comienza a formular la audiencia hacia una programación nacional para diferenciarla de una programación local, y de una programación internacional. A diferencia de unos diez años atrás, la actual sobreoferta de canales torna la interconexión de una red nacional con espacios regionales en una más compleja aspiración. Por otra parte, algunos países aparecen ya disponiendo de un considerable número de estaciones regionales; las estaciones públicas regionales de Colombia y Brasil son un interesante ejemplo; tal vez sería más viable y más enriquecedor el fortalecer las actuales emisoras locales, promover la coordinación y el intercambio entre ellas, que levantar una Red Pública paralela, competitiva por audiencia y por recursos para su financiamiento. ESPECIFICIDAD DE LA TV Aquí se profundizará en un aspecto ya mencionado, pero que requiere ser aclarado aún más para evitar extraviarse asignándole al medio televisivo objetivos y tareas que por su carácter semiótico específico no puede realizar bien. 1. El lenguaje lúdico-afectivo de la TV La concepción tradicional de la TV como un medio básicamente de información y formación de opinión supone, sin mayor examen, que la TV es una prolongación de la prensa escrita, es decir, que el lenguaje analítico-conceptual de la escritura no es cualitativamente diferente del lenguaje lúdico-afectivo de la TV.
Esta conclusión lleva a acentuar en la TV principalmente el ingrediente de la información periodística y a asignarle las tareas socio-políticas que en especial se le asignó en el siglo pasado a la prensa escrita. Pero la semiótica específica del medio televisivo constata que la TV tiene un lenguaje más lúdico que conceptualizador, y más afectivo que emocional que analítico-racionalizador. El lenguaje lecto-escrito es analítico, diferenciador, abstracto, racionalizador, lineal; ha requerido elaborar una lógica formal para garantizar sus raciocinios; constituye la base semiótica de la filosofía y la ciencia por 2,500 años en la historia de Occidente. Mientras el lenguaje verbal se objetiva en los libros y se institucionaliza en la enseñanza escolar o universitaria, el lenguaje televisivo se objetiva más adecuadamente en la ficción narrativa y en el espectáculo lúdico. Este lenguaje audiovisual polisémico y glamoroso afecta más a la fantasía y a la afectividad que a la racionalidad humana; se rige más por la retórica que por la lógica formal. Hemos necesitado crear la expresión «lúdico-afectivo» para dar cuenta de ciertas peculiaridades diferenciales del lenguaje audiovisual. El lenguaje lecto-escrito es el fundamento de la cultura racional interesada en la causalidad científica y en la elaboración de teorías políticas, filosóficas y teológicas; el lenguaje televisivo por el contrario, es más proporcionado a la narración de historias, al espectáculo y a la entretención lúdica. Por ello el recuerdo de los textos escritos es más preciso y mejor diferenciado (articulado, en el sentido de su etimología latina: unidad diferenciada) que el recuerdo de los mensajes audiovisuales; en este caso, como a menudo se ha constatado, el recuerdo es más afectivo, difuso y globalizador. También se ha verificado que la mayor comprensión de la información noticiosa televisiva -el área más racional de la TV- se rige más por las reglas de la narración dramática que por la lógica conceptual. 2. Tendencia semiótica hacia la ficción, la fantasía, el ludismo Esta diferencia en los lenguajes provoca un enorme choque cultural, no sólo de obras distintas sino de incomprensiones y resentimientos y de exigencias inadecuadas. La cultura racional-conceptual exige una TV que difunda la alta cultura y la escuela, la filosofía y la ciencia; pero los códigos visuales y musicales del lenguaje televisivo internamente tienden a la ficción, a la fantasía y al ludismo. La arquitectura ordenada del curriculum escolar aparece como la antítesis de la diversidad fragmentada de una programación televisiva, y esas diferencias son el resultado de lenguajes diversos. Muchas asignaciones de objetivos que «debería» cumplir la TV o un programa son infactibles porque sus autores consideran el lenguaje televisivo como una externalidad neutra que no afectaría al objeto en referencia; es decir, el lenguaje audiovisual sería algo así como un envase de vidrio que puede contener vino, aceite, perfume, veneno o un ácido corrosivo; o como un envoltorio de papel usado indiferentemente para diversos objetos. Varios analistas norteamericanos, entre ellos Neil Postman (1985) consideran el lenguaje lúdico-afectivo de la TV intrínsecamente perverso porque tendría una supuesta tendencia interna a la degradación de la racionalidad. La reciente crítica de Pierre Bourdieu a la televisión no toma en cuenta el carácter inédito del lenguaje lúdico televisivo y esta distorsión básica lo lleva a considerar sólo el aspecto informativo del medio, descuidando completamente la relación primaria lúdica y de entretención que establece el público con la TV en tanto ella es mediada por el propio lenguaje (Bourdieu, 1997). Asumir, en cambio, la diferencia cualitativa de lenguajes, plantea el desafío de comprender (y revalorar) la socialización que efectúa una nueva agencia cultural con un lenguaje «lúdico-afectivo», el cual se expresa en varios géneros televisivos que han sido desprestigiados por el racionalismo como «meramente» lúdico, de entretención ligera, o narrativa distractora de «las cosas importantes de la vida». Pero si profundizamos en la apropiación del lenguaje «lúdico-afectivo» de la TV, podremos generar programas socializadores, diferentes y complementarios al aporte socializador del lenguaje verbal y escolar. 3. El televidente establece un «contrato» de entretención afectiva Esta constatación de las características específicas de este lenguaje tiene varias consecuencias: - El televidente establece con la programación televisiva primariamente un «contrato» de entretención afectiva; el televidente siente si un programa le entretiene y entonces lo ve, si le aburre se cambia de canal. - La entretención engloba un conjunto muy variado de emociones diversas -que el televidente pone en actuación ante géneros diversos y en diferentes momentos anímicos: compañía, humor, energía, curiosidad cognitiva, exploración de otros modelos, relajación ficcional, suspenso, emoción épica, miedo y terror, excitación erótica, etc. - La programación televisiva elaborada con este lenguaje lúdico-afectivo no se puede imponer obligatoriamente al televidente; si ella no seduce al televidente no hay coerción posible.
- La situación de recepción al interior del hogar, con el tipo de atención más bien de monitoreo, refuerza la tendencia hacia la compañía afectiva. - Una programación televisiva sirve mucho menos que la palabra escrita para analizar y conceptualizar. - La TV obliga a valorizar y a recuperar el valor formativo de lo lúdico-entretenido, que antes del racionalismo ha tenido un importante rol educativo en la historia de la humanidad. Esta conclusión es importante pues asume explícitamente la diferente semiótica de la TV y de su especial situación de recepción; y las consecuencias de esta especificidad para la programación televisiva. Por el contrario, los supuestos implícitos habituales (en algunos modelos públicos europeos y en el NOMI) son que la TV es nada más que una prolongación de la prensa escrita, por lo cual se le asignan a la TV pública los objetivos político-culturales de la información escrita. 4. El concepto de calidad en la TV E1 concepto de calidad televisiva es muy usado por todo el mundo. Sin embargo es un concepto que alude a realidades muy diferentes. Tal vez el uso menos problemático se refiere a calidad técnica y ello significa equipos de última generación o equipos obsoletos, también se refiere al cumplimiento de normas y estándares técnicos internacionales. Existe también el concepto de calidad profesional, el cual es especialmente usado por pares y alude a la realización televisiva en tanto se adecúa a ciertas prácticas emanadas de codificación de la imagen, de estética o de estructura narrativa, etc. Aquí el concepto evoluciona para incluir amplias cuotas de legítima subjetividad personal y social. En tercer lugar, el concepto incluye prioritariamente significaciones sociales (de contenidos temáticos y de formas estéticas) como cuando se dice que una serie dramática de la BBC es de mayor calidad frente a una telenovela latinoamericana. O que una entrevista a un notable literato es de mayor calidad que una transmisión deportiva; o que la música selecta es de mayor calidad que la música popular bailable, etc. Aquí aparecen gustos personales (buen gusto o mal gusto) y especialmente valoraciones que están socialmente segmentadas (intelectuales, políticos, grupos de presión, etc.). La moderna investigación de la recepción muestra que programas que ciertos estratos estiman como sensacionalistas otros estratos los leen como educativo-culturales. En cuarto lugar, el concepto de calidad se aplica a la capacidad productiva de variedad en géneros televisivos en un canal o en la industria televisiva de un país. La industria es de mayor calidad cuando es capaz de producir géneros complejos, como grandes reportajes, documentales, ficción narrativa y telenovela. Estos son géneros de creciente complejidad y suponen no sólo equipos técnicos sino especialmente un kaow how profesional en los recursos humanos. En quinto lugar, recientemente algunos canales públicos, en epecial en los países desarrollados, han definido mayor calidad como la máxima variedad en la oferta televisiva, pero sin considerar la mayor o menor audiencia efectiva a esos programas (Godoy, 1996, 1997; Ishikawa, 1996). Esta definición, al no incorporar la respuesta cuantitativa de la audiencia a los programas, más que la variedad establece más bien la fragmentación como ideal teórico de calidad; así esta definición es ya técnicamente incongruente con la limitación en los canales VHF Broadcasting y lleva entonces al cable como el ideal donde técnicamente es posible una mayor dispersión de ofertas. Pero más grave que lo anterior es la inconsistencia entre una TV pública y el ideal teórico de la mayor fragmentación de la audiencia; en este sentido el ideal teórico de esta oferta fragmentada se metaforiza en la Guía Telefónica que exhibe una dispersión casi total de la oferta en números telefónicos con un interés preponderantemente individual. Según esa concepción de calidad el ideal sería, entonces, un programa para cada persona, lo cual es completamente contradictorio con el ideal tradicional de mensajes públicos, esto es, que convocan audiencias colectivas en torno a ciertos mensajes comunes. La variedad en la oferta televisiva de un canal y de un sistema de TV se puede constituir, en cambio, en un importante indicador de calidad en tanto sea apreciada con sintonía por la audiencia. En el uso indiferenciado del concepto de calidad éste aparece como un paradigma asociado a la alta cultura europea y a la realidad de países desarrollados, que no internaliza el lenguaje específico de la TV, es descalificador de la entretención lúdica popular y se desinteresa por las necesidades subjetivas de la audiencia y por la respuesta de satisfacción de ella. Pero es muy cuestionable que existan naturalísticamente géneros de mayor calidad frente a otros de menos calidad; esta es una calificación que supone valoraciones desde puntos de vista; esto es, introduce la legítima subjetividad personal y grupal. Más bien existen diversos géneros para referirse a diferentes realidades y cada uno tiene diversos ámbitos de
referencia y de utilidad social. Por tanto, todo género tiene su utilidad y su dignidad; el tema es más bien realizar con calidad técnico-profesional y excelencia cualquier género que se decida programar por su valor para la audiencia. DIFERENTES AUTONOMÍAS 1. Independencia política de una TV pública Como se ha visto, una TV pública en América Latina hoy en día ya no resiste su dependencia del gobierno de turno, ni la función propagandística que se le asignaba y complementariamente de descalificación de la oposición política. Es una contradicción que la vuelve inviable, pues no goza de credibilidad ni de legitimidad social ni se comporta como empresa responsable ante sus usuarios. La experiencia histórica latinoamericana con este tipo de estaciones muestra un espiral descendente de discontinuidad en la gestión, deslegitimidad ante la audiencia, carencia de sintonía, crisis económica. Esta experiencia de fracaso industrial y en el objetivo de persuasión propagandística lleva a nuevas conceptualizaciones sobre los objetivos necesarios en una comunicación televisiva a la sociedad latinoamericana; la comunicación televisiva se concibe más secular que propagandística, más nacional que partidaria, con una influencia más modesta hacia evitar la desinformación que omnipotente en la persuasión. Por tanto el estatuto de TV pública de Estado -y no de gobierno- es otra condición de viabilidad en el mediano y largo plazo. Un estatuto autónomo de TV pública de Estado supone: - que la TV pública. sea materia de un consenso político muy amplio, en tanto comunicación televisiva útil a la sociedad y trascendente a los gobiernos; - distinguir la Dirección Superior de la empresa de su administración ejecutiva, como dos instancias integradas por personas con funciones diversas; - la Dirección Superior representa la legítima diversidad ante las sensibilidades político-culturales de la sociedad; y por ello debe ser efectivamente autónoma del Gobierno. Si los miembros de un Directorio o Consejo directivo dependen del poder político ejecutivo, son entonces representantes políticos normalmente removibles en cada cambio de gabinete ministerial y de gobierno. Autonomía es la capacidad real de actuar desde su autedofinición e interdependencia con la sociedad (expresada en el Directorio) en lugar de una actuación definida externamente según su instrumentalidad a un gobierno, a un partido politico, a una clase social, a una iglesia, a grupos corporativos, etc. La real autonomía (no sólo declarativa) se logra a través de un conjunto coalescente de atributos: -designado por consenso entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, - votado en lista única cerrada, -con periodos de largo plazo, - renovación por parcialidades, - con inamovilidad política7. Los integrantes de la Dirección Superior deberían ser pocos (7 - 9) para constituir una efectiva dirección y no una asamblea, pero la industria televisiva no sólo exige diversidad en las sensibilidades político culturales sino también capacidad empresarial -como se insistirá más adelante- es objeto de muchas disputas si, además, se debería exigir cierta formación profesional (periodismo, educación sicología, etc.) a los integrantes para introducir mayor complejidad en las decisiones. En la BBC y en la ley chilena de TVN se desestimó tal calificación como requisito para los miembros del Directorio y se prefirió integrantes elegibles por su confianza pública y por su capacidad para articular diversas posiciones culturales y profesionales. - La función administrativa ejecutiva requiere de un personal ejecutivo profesional y estable, responsable ante la Dirección Superior y evaluable según indicadores económicos y de audiencia. El carácter industrial de la TV obliga a una administración empresarial eficiente y con la continuidad necesaria para gestionar planes de desarrollo de mediano y largo plazo, lo cual no es factible con una administración política, sujeta a la natural inestabilidad de esa función social. Modelos a ser comparados son el de la BBC y el de TVN en Chile, en los cuales se busca el consenso amplio, la estabilidad e inamovilidad, el largo plazo y la renovación parcial. 2. Organismo nacional regulador Existe una tendencia creciente en varios países a establecer un Consejo Nacional de Televisión, con el objetivo de incentivar la propia autorregulación de los canales (a través de códigos éticos internos), precaver los excesos de la competencia, con
autoridad para proteger a la audiencia infantil y cautelar excesos de violencia, sexo, truculencia, etc. En algunos casos el Consejo intenta también el objetivo de promover el fortalecimiento de la industria audiovisual como conjunto económicocultural, y la competencia leal. La tendencia general ha sido evolucionar hacia consejos con características similares a las ya señaladas; esto es un Consejo efectivamente autónomo, designado en lista cerrada por consenso entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, con periodos de largo plazo, con inamovilidad política y renovación por parcialidades. Igualmente la tendencia muestra que es deseable formular una ley amplia y general, y entregar al propio Consejo el reglamento concreto de la ley. De este modo se privilegia una ley con criterios generales más perdurables, mientras que el reglamento permite el cambio y la evolución adaptativa en lo concreto (Brunner-Catalán, 1995). 3. Autonomía financiera Este es uno de los puntos más complejos para una TV pública: - El pago por receptor que se practica en Inglaterra, Alemania e Italia, se ha deslegitimado con la sintonía mayoritaria que se le otorga a la TV privada. Más grave aún, el sistema rendía económicamente en tanto creciera el parque de televisores; en la medida que se satura el parque se estabiliza el ingreso, con consecuencias desastrozas para una industria con «inflación televisiva». Esto se puede paliar parcialmente en la medida que el pago se establece en unidades de valor constante, sistema ampliamente impopular y resistido conjuntamente por los usuarios y por los gobiernos (cfr. Anexo 1).- La asignación de recursos anuales a la TV pública en la Ley de Presupuesto de la República se encuentra con un ambiente poco favorable; la TV es una industria de alto y creciente costo y asignarle cuantiosos fondos se encuentra con la oposición de graves necesidades sociales (salud, educación, seguridad, infraestructura etc.) y con las tendencias actuales a reducir y focaliza el gasto del Estado. En los casos anteriores estos fondos son asignados por el Parlamento o manejados por el Gobierno con lo cual se abre un importante flanco para las presiones políticas se debilita la independencia de una TV pública8. - La autogestión económica de la TV pública es el ideal por lograr. Si ello se intenta por vía de ingresos publicitarios se generará un fuerte oposición de otras estaciones de radio y TV, las cuales temerán nuevos comensales de la torta publicitaria y la posible práctica de competencia desleal de parte de un ente estatal. Aceptar fondos publicitarios implica evolucionar hacia una desdemonización de la publicidad y aprender a manejar su carácter ambiguo (cfr. Etica en publicidad, 1997). En efecto, si la publicidad corrompe a la TV entonces corrompe a todos los medios: diarios, revistas, radios, etc. Por otra parte, la publicidad es una fuente fluctuante de recursos no sólo por los fenómenos de dispersión de la inversión en diferentes canales de TV y en otros medios sino por la baja en la inversión publicitaria en los periodos de ajuste o recesión económica. Si se acepta una programación diferente y masiva como la planteada anteriormente para una TV pública, ella no sería difícil de financiar con ingresos publicitarios, por lo cual la resistencia de los canales comerciales será enorme. Una negociación posible en este caso es incluir una normativa que impida a la TV pública la competencia desleal, esto es, no puede hacer traspaso de fondos estatales encubiertos excepto servicios públicamente licitados a varios canales, pagados a valor de mercado y sujetos al libre escrutinio para asegurarla transparencia. Es probable que se requiera un sistema mixto: - con alguna asignación de fondos públicos para programas específicos, - publicidad y patrocinios - e ingresos por otros negocios (venta de programas, inserción en el cable, etc.) pues hoy en día ni la publicidad ni los fondos estatales son suficientes para solventar el alto costo de la programación, ni la permanente renovación física y tecnológica, ni las inversiones de largo plazo. Esta realidad señala que el concepto de autofinanciamiento es muy atrasado, y se requiere una modernización administrativo-empresarial para encarar la autogestión económica de la TV en su compleja dimensión actual. Cuando un Directorio autónomo y plural de una TV pública es responsable económicamente de la empresa rápidamente se
producen consensos editoriales para tratar de balancear temas idológico-políticos controvertidos, y así el Directorio se aboca a su tarea de dirección empresarial. Esta dinámica acontece en cualquier empresa privada. Una TV profesionalmente administrada es rentable y el excedente se debe destinar a inversiones, renovación industrial y producción de programas de costo no financiable con publicidad. Garantizar el pluralismo es pues sólo una de las funciones de un Directorio en una TV pública autónoma. La otra es garantizar el desarrollo industrial empresarial por lo cual los integrantes deben tener tanto confianza política como capacidad empresarial. Un Directorio con estas características tiene la doble tarea de garantizar una política televisiva nacional y de generar industria televisiva, generación que es de mediano y largo plazo. Por el contrario, las tareas de un político son realizar cierto planes en el corto plazo, con la legítima oposición de otro políticos, y para ello se le asigna un dinero que él debe gastar adecuadamente al cumplimiento de esos planes pero a diferencia de un director de empresa, un político no se preocupa de generar ingresos. Aquí aparecen dos lógicas de acción muy diferente, cada una legítima en su propio ámbito. 4. Re-capitalización Si un Gobierno acepta la autonomía para una nueva TV pública y actúa consensualmente con el poder Legislativo, éste adquiere una importante cuota de influencia consensuada. Es pues posible negociar también, a cambio, un aporte de dinero si es requerido para un saneamiento económico y constituir un capital inicial en una estación que necesita un re-lanzamiento. 5. Autonomía profesional La realidad latinoamericana señala que es preciso lograr otra condición de viabilidad para una TV pública; la dotación de un personal - con capacidad profesional, - con movilidad laboral por desempeño, - removible por mala evaluación del desempeño profesional, -con salarios competitivos en la industria televisiva. Aquí aparece la necesidad de negociar consensos laborales, los cuales pueden ser asignar salarios y derechos competitivos en la industria televisiva pero con una situación legal equivalente. CONCLUSIÓN En este texto se ha hecho hincapié en la necesidad de tres elementos básicos es un proyecto de renovación de la TV pública en América Latina: - una política nacional de Estado sobre comunicación televisiva pública (condición política); - un proyecto de programación televisiva (condición televisiva) con base social en las necesidades y expectativas de la audiencia, con base cultural en el ethos latinoamericano y con base semiótica en el carácter lúdico-afectivo del lenguaje televisivo; - un proyecto de gestión administración (condición industrial-empresarial). Operacionalizar el esfuerzo de reforma de una televisora pública implica constituir un pequeño grupo de trabajo dedicado a definir un proyecto concreto que debería culminar en una primera redacción de un proyecto de ley. Tal grupo debería ser presidido por una figura de alta relevancia y confianza pública, y conocimiento empresarial de TV, de tal manera de comenzar un proceso de consensuar una política ético-cultural de Estado para una TV pública. Anexo 1 LA REVISIÓN DE LOS SISTEMAS PÚBLICOS DE TV En las últimas décadas desde 1975 en adelante, se ha efectuado una revisión de los sistemas públicos de televisión en Europa y también en otros países que organizaron de manera similar su TV, como Israel, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y otros. Es necesario mencionar esta revisión puesto que esos sistemas a menudo se han exhibido como paradigmas inmutables de una TV deseable por su perfección.
Las causas de esa revisión son de diversa naturaleza. Cada país presenta rasgos característicos en la organización de su sistema público de TV y también motivaciones y modalidades específicas en sus transformaciones; a primera vista la reforma de la BBC tendría poco que ver con la introducción de la TV privada en Italia. Sin embargo, una mirada más comprehensiva y algo más distante históricamente muestra que tras los rasgos específicos en cada proceso de crisis y transformación de los sistemas de servicio público de TV yacen algunas características comunes a todos ellos, como la organización centralizada y un desenfadado desinterés por la audiencia. Equipamiento y centralización La organización centralizada de la TV de servicios públicos tuvo un fundamento material en las características del primitivo equipamiento técnico para producir y transmitir; este equipo era de voluminosas dimensiones y exigía enorme infraestructura de espacio físico y recursos. También tuvo un fundamento económico ante la escasez de la post-segunda guerra mundial; los Estados europeos proporcionaron los enormes recursos exigidos para la introducción de la TV legitimada como un servicio masivo de entretención y de educación en esas difíciles circunstancias de reconstrucción ante la devastación. También los servicios públicos deben ubicarse como continuación de la anterior organización radiofónica, pero ahora legitimada políticamente por la amenaza de la guerra fría, cuyo campo primero de combate era justamente Europa; esos servicios aparecían contribuyendo a la sustancia política y a la identidad cultural de la Europa occidental, lo cual le valió el ataque de la izquierda prosoviética. Este tipo de tecnología de alto costo y de costosa operación estructuró una organización centralizada geográficamente en las capitales de los países, relegando a las provincias al rol de receptor pasivo de las emisiones. Centralizada también creativa y culturalmente, pues pocos emisores y creativos podían acceder al medio, la función de programar una estación de TV y emitir esa programación estaba unida a la tarea de producir el material que sería difundido. Centralizada políticamente, pues la TV era controlada por el Gobierno, sobre la base del financiamiento público que demandaba esta industria de alto costo. El caso de la BBC en Gran Bretaña es una excepción pues presenta una gran independencia política frente al Gobierno y al Parlamento, heredada desde la formación de la cooperación radial en los años 30, y que no es habitual en los países europeos9. Frente a la mayor autonomía de la TV pública británica, Francia y en general los países europeos han ofrecido una TV pública controlada políticamente por el Ejecutivo; Italia evolucionó hacia una RAI controlada proporcionalmente o «cuoteada» políticamente por el Parlamento. La dependencia de la TV pública del Gobierno la convertía fácilmente en un instrumento al servicio de la políticas del Ejecutivo instrumento que las teorías televisivas de la época consideraban de una eficacia persuasiva omnipotente. El rasgo del centralismo político y cultural ha sido determinante en la aspiración hacia una TV descentralizada y con un acceso más plural para permitir mayor variedad de expresiones. En los años pasados la disponibilidad de un nuevo equipamiento televisivo más pequeño y de menor costo (desde las antiguas grabadoras de video Ampex de dos pulgadas se ha llegado a media y a un cuarto de pulgada sin mencionar los recientes equipos digitales) ha socavado la base tecnológica de los sistemas públicos centralizados de TV, y ha influido notablemente para redistribuir la capacidad tecnológica de emisión y de producción televisiva; así la nueva tecnología en broadcasting y en cable ha presionado por nuevos emisores. La crisis administrativo-financiera En las empresas originales las metas televisivas de servicio público debían cumplirse a través de un sustancia financiamiento con fondos públicos y extra publicitarios tal financiamiento aseguraría -se suponía- estabilidad económica, el sano funcionamiento de estos servicios los mantendría incorruptibles y de alta calidad. La BBC (y otras estaciones públicas en Alemania, Italia, etc.) se financia sustantivamente con un impuesto a la tenencia de receptores de TV ( license fee o canon). En Alemania se cobra aproximadamente 20 dólares mensuales por este concepto esto es 240 dólares anuales; en Gran Bretaña se cobra 125 dólares anuales por cada televisor. Pero este sistema sufre actualmente un progresivo deterioro. En efecto, a medida que se satura la tenencia de receptores, el rendimiento del impuesto tiende a desestabilizarse, lo cual genera graves problemas económicos pues los ingresos se mantienen relativamente constantes frente a una industria de costos crecientes. Tampoco el impuesto a los televisores se
reajusta automáticamente según la inflación anual; la BBC no tiene autonomía en ese respecto, sino que el reajuste es otorgado discrecionalmente por el gobierno británico; el gobierno de Margaret Thatcher reajustaba el impuesto a los televisores en porcentajes inferiores a la inflación, con el objeto de presionar económicamente a la BBC para reducir su exceso de personal, bajar su déficit y racionalizar sus costos. Finalmente, el impuesto se ha deslegitimado socialmente en la medida que los canales privados financiados con publicidad tienen igual o mayor preferencia por sobre la BBC. Ante estos problemas ya desde 1986 el informe Peacock buscaba otras formas de financiamiento para la BBC, examinando también la alternativa de inclusión de publicidad. Los anteriores son problemas de macroeconomía para la empresa británica; desde el nivel más concreto de la programación televisiva The Times (1985) diagnosticaba escuetamente: «para la BBC, a diferencia de sus competidores, cada hora extra de emisión no representa ingresos (publicitarios) sino sólo costos adicionales». Adicionalmente a estos problemas económicos, el transcurso del tiempo fue mostrando que este tipo definanciamiento tenía tendencias internas a la perversión del sistema, la falta de competencia y el desinterés desdeñoso de los directivos de la TV pública por los intereses de la audiencia generaron una amplia burocracia poco creativa y costosa. En efecto, aquellos servicios públicos de TV centralizados fueron también creciendo hasta constituir enormes burocracias con alto costo de operación y producción y con diversos grados de anquilosamiento por la falta de competencia. A mediados de los 80, la RAI en Italia totalizaba alrededor de 14,000 trabajadores, para transmitir unas 19,600 horas anuales de TV La Radio TV española tenía unos 11,000 empleados para sus 7,700 horas anuales de emisión. La BBC tenía en 1981 unos 25,000 empleados para sus servicios radiotelevisivos nacionales, locales y de ultramar. La Canadian Broadcasting Corporation (CBC) tenía en 1980 unos 8,800 empleados en sus servicios de TV El gobierno de Chirac como Primer Ministro en Francia explícitamente quiso legitimar la privatización de TF-1 por el altísimo número de empleados que trabajan en la empresa. En todos los casos el costo no guardaba relación con la cantidad de horas de producción doméstica. Incluso elevar la producción de programas de origen nacional se hizo imposible por el crecimiento exponencial del costo. Un factor agravante fue la gran dificultad para flexibilizar las normas laborales tomadas originalmente de una industria y una oficina tradicional, con jornadas determinadas que permiten diferenciar entre horas ordinarias y extraordinarias de trabajo, en lugares físicos para tareas limitadas y previsibles, sin desplazamientos azarosos, con productos finales tangibles y producidos en tiempos continuados (jornada de ocho horas, marcar tarjeta, rendimiento cuantificable en número de unidades de un producto, etc.). La industria televisiva, por el contrario, dificultaba diferenciar entre las horas normales y extraordinarias de trabajo para sus equipos humanos habitualmente en terreno por varios días y semanas, con una condición habitual de imprevisibilidad del lugar y el tiempo laboral en que ocurre una noticia por reportear, permanente cambio en los lugares fisicos de producción y grabación y con ciclos discontinuos de trabajo diversos (serie de 12 0 18 capítulos o seis meses de grabación), todo lo cual dificulta los contratos temporal y espacialmente definidos. A1 aplicarse las normas laborales habituales los costos se volvían insostenibles y los déficit se trasladaban al Estado. Pero frente al desempleo y otras urgencias sociales, los gobiernos no tenían legitimidad para seguir destinando enormes sumas de dinero a un deficitario sistema televisivo público que tenía decreciente público televidente y en un ambiente social que presionaba por un rápido desarrollo de la televisión por cable para disponer de una oferta más amplia y diversificada. Las medidas correctivas han sido introducir la TV privada abierta, la TV por cable, favorecer las emisoras regionales, fomentar la producción televisiva independiente para que la competencia obligara a la innovación cultural y a bajar costos, introducir financiamiento publicitario parcial en estaciones públicas (TF-1 y A2 en Francia) y reducir el frondoso personal en la TV pública. Tal argumentación fue explícitamente mencionaba por el gobierno de M. Thatcher y por el gobierne del Premier Chirac en Francia. El proyecto de introducir TV privada en España fue planteado después que el gobierno de Felipe González fracasó en su intento de modernizar y acionalizar la RTV1 española, empresa que arrastraba por años «situaciones de pésima administración y corrupciones» (El País, 1983). Sin embargo hasta el momento en España no ha existido la voluntad política parece introducir una reforma sustantiva de la RTVE, empresa que ha proseguido en un proceso de endeudamiento completamente irracional que alcanzaba en 1998 a 4.600 millones de dólares. (El Mercurio, 1998). Las nuevas condiciones tecnológicas, el alto coste deficitario, la ineficiencia en la operación y en algunos casos la corrupción, la incapacidad de innovar, y el desinterés por la audiencia han sido los argumentos fundamentales que han llevado a los Estados a introducir competencia televisiva privada, y a reformar las empresas públicas deficitarias. Como resultado de la reforma prácticamente en todos los países se ha introducido la competencia entre canales privados y estaciones públicas.
Más allá de las primeras aproximaciones, excesivamente ideologizadas sobre estos procesos de reforma los rasgos descritos constituyen los vicios básicos relativamente comunes que están en la base de la crisis de los servicios públicos de TV En cambio, un estudio de Diego Protales (1986,1987) sobre la TV en Argentina, México y Chile en la misma década de los 80, mostraba que el sistema televisivo chileno al introducir competencia entre los canales universitarios y TVN había sido exitoso en constituir una industria relativamente vigorosa e innovadora, lo cual no se constataba entre los canales privados en Argentina. El éxito del caso chileno se relacionaba con la competencia entre varios agentes públicos. Siendo en esa época toda la TV chilena un sistema relativamente público, tenía sin embargo, diferentes agencias propietarias, que competían entre sí por la audiencia y por el financiamiento. El estatuto público expresado en las corporaciones públicas propietarias de los canales, y en las funciones asignadas y supervisadas por el CNTV precavía de los excesos de un sistema competitivo sólo por el máximo lucro. El análisis de Diego Portales mostraba adicionalmente que el factor recursos económicos era menos decisivo para la innovación que la competencia; la TV chilena había sido más innovadora en periodos de escasos recursos y por el contrario, en periodos de abundancia los recursos habían sido dilapidados sin creatividad. La competencia por la audiencia y por las fuentes publicitarias de financiamiento habían sido beneficiosas para la TV chilena y habían permitido evitar los vicios y la corrupción constatados en otros servicios públicos de TV. NOTAS.1. Las licencias a las cadenas nacionales privadas son por diez años y renovables por otros diez. 2. La semana del 12 de octubre de 1972 se celebró en Viña del Mar el Seminario Latinoamericano de TV Educativa, organizado por la Universidad Católica de Valparaíso y la Fundación Konrad Adenauer, donde expertos norteamericanos difundieron los proyectos de reforma escolar para América Central articulados centralmente en torno a la TV educativa. Según esos proyectos, las teleclases serían elaboradas en una Unidad Técnico Televisiva Central y teledifundidas a las escuelas de todo el país; el rol de los maestros quedaría bastante reducido -deliberadamente, pues se había diagnosticado su deficiente preparación profesional- a encender y apagar los televisores, a entregar y recoger las evaluaciones, a guardar el orden y absolver alguna duda; las evaluaciones serían enviadas a la Unidad Técnica Central para su corrección estandarizada para todo el país. Los planificadores no previeron en toda su magnitud el costo de mantención y reposición de los equipos de emisión y de los receptores de TV, el deterioro y robo de estos aparatos, la carencia de energía eléctrica y de un eficiente sistema de baterías, el desfasado funcionamiento del servicio de correos para el reparto y remite de los materiales escritos, la pérdida significativa de estos materiales, la oposición de los maestros a su disminuido rol, las recurrentes huelgas de los maestros y de los servicios de correos y transporte que, junto a algunas catástrofes naturales, como inundaciones y terremotos caotizaban el sistema y la grave situación político-social que culminaría con la guerra civil que devastaría varios países de la zona en la década de los 80 (cfr. UNESCO, 1977, 1980; Wagner, 1982). 3. Según James Day, quien ha sido por años presidente de la Public Broadcasting Service (PBS) en Estados Unidos, esta red pública no ha logrado presencia masiva en la sociedad americana constituyéndose como un sistema marginal y con baja relevancia socio-cultural (Day, 1995). 4. Se constata una reciente tendencia en todo el espectro político chileno a revalorizar la acción cívico-cultural de la familia para contribuir a resolver graves problemas sociales. Es decir, se deja de considerar que la influencia de la familia se restringe al ámbito privado. En la presentación del libro «La familia chilena del 2000» el ex-ministro Ricardo Lagos acentuó «la importancia estratégica de la familia en la prevención y superación de los riesgos sociales, como la drogadicción, la delincuencia y la violencia». (La importancia de la familia. Discurso en la Universidad Diego Portales, 12 de mayo de 1998. Marras, 1998). Ver también las palabras introductorias del expresidente Patricio Aylwin al libro «Regreso a casa. La familia y las políticas públicas» (Kaluf y Maurás, 1998). Pero la cantidad y calidad de programas dirigidos a la familia no garantiza que ésta evolucione hacia conductas deseables. La TV en la realidad se nos presenta con una influencia social benéfica mucho menor de lo que vulgarmente se afirma; las carencias sociales aparecen de una enorme envergadura y los problemas familiares de una complejidad ignorada por quienes ingenuamente fantasean sobre la omnipotencia mágica de la TV. El realismo, en cambio, nos señala que estos programas son necesarios justamente para alimentar en pro de una calidad de vida familiar difícil de alcanzar. 5. Ver la oposición de Fernando Rozas a la distinción entre música «docta» y música popular y a proyectos legales que privilegiarían la primera; según Rozas la única distinción real que existe es entre buena y mala música (El Mercurio. Artes y Letras, p. E3. Agosto 3 de 1997).; Rozas es un conocido musicólogo chileno, director de orquesta de música docta, organizador infatigable de conciertos y creador de Radio Beethoven,una radioemisora FM privada especializada en música clásica. 6. En Chile TVN tiene asignado el deber legal de fomentar el pluralismo (art. 39 de la Ley 19.132) como base del sistema democrático. La estación pública intenta equilibrar un sistema de medios -especialmente prensamuy concentrado, que no permite una adecuada diversidad en la expresión de las diferentes sensibilidades político-culturales, situación que atentaría contra la estabilidad democrática. 7. Los miembros de un directorio no deberían tener relaciones familiares ni enlaces económicos con otras personas del sector de telecomunicaciones. Hay que agregar otras inhabilidades «a posteriori» con el objeto de evitar el tráfico de influencias: un miembro deldirectorio no podría asumir tareas de dirección o gerencias en otras estaciones de TV hasta un año después de su retiro de la TV pública; igual restricción vale para los gerentes de la TV pública. Igualmente los gerentes y ejecutivos de la TV pública no deberían tener relaciones de negocios personales con clientes y proveedores de servicios (sean personas o agencias) a la TV pública.
8. James Day ilustra en su libro testimonial como presidente del Public Broadcasting Service de Estados Unidos, las presiones políticas a través de la negociación del presupuesto para la PBS (Day, 1995). 9. El gobierno británico influye políticamente en la BBC en tres áreas: en la designación de los miembros del Directorio y su Chairman (Board of Governors) en el monto del impuesto a los receptores de TV (license fee); la cláusula 13 (4) del Reglamento de la BBC (License Agreement) permite al gobierno «require the Corporation to refrain...from sending any matter of any class». Así la independencia de la BBC es menos un asunto legal y mucho más una tradicional práctica en la política británica. BIBLIOGRAFÍA.ACOSTA M. 1997. En defensa de la teelvisión pública. En: Hacia la normatividad de los medios de comunicación. Zamarripa J.G. (compilador) Grupo parlamentario del PRD. Cámara de Diputados, Congreso de la Unión. México, D.F. BABIN P. 1991. Langage et culture des media. Editiones Universitaires. Paris. BOURDIEU P. 1997. Sobre la televisión. Anagrama. Barcelona. BRUNNER J.J. - CATALÁN C. 1995. Televisión, libertad mercado y moral. Ed. Los Andes. Santiago. DAY J. 1995. The vanishing vision: the inside story of public television. University of California Press. EL MERCURIO. 20 de junio 1998, p. D 10. Santiago. EL PAÍS. 3 de octubre 1983, p. 15. Madrid. Etica en la publicidad. 1997. Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales. Ciudad del Vaticano. FARAONE R. 1998. Televisión y Estado. Cal y canto. Montevideo. FOX E. 1990. Días de baile: el fracaso de la reforma de televisión en América Latina. FELAFACS-WACC. México. FUENZALIDA V. 1997. Televisión y cultura cotidiana. CPU. Santiago. GODOY S. 1996. Public Service Broadcasting in a developing country. The case of Televisión Nacional de Chile. Tesis presentada a la University of Westminster. London. GODOY S. 1997. Chiles market oriented model of public television. Tesis presentada a la University of Westminster. London. GONZÁLEZ ENCINAR J.J. (ed.) 1996. La televisión pública en la Unión Europea. McGraw-HIII. Madrid. IPAL. 1988. Políticas de televisión en los Países Andinos. IPAL. Lima. Perú. ISHIKAWA S (de). 1996. Quality assessment of television. John Libbey Media University of Luton Press. Luton. United Kingdom. JENSEN J. 1991. Redeeming modernity. Sage. Newbury Park. California. KALUF C. y MAURÁS M. 1998. Regreso a casa. La familia y las políticas públicas. UNICEF-Santillana. Santafé de Bogotá. KUNCZIK M. 1985. Communication and social change. Friedrich Ebert Stiftung. Bonn. KUNCZIK M. 1992. Comunicación y desarrollo. Friedrich Ebert Stiftung. Bonn. La industria audiovisual iberoamericana. 1997. Media Research and Consultancy. Madrid. LEWIS J. 1986. Decoding television news. En: Drummond Ph. Paterson R. Television intransition. p. 205-234. BFI. London. LINDLOF Th. R. 1987. Natural audiences: qualitative research of media uses and effects. Ablex. Norwood. MARQUES DE MELO. 1998. Los desafío. comunicacionales del Mercosur Chasqui Nº 61. Marzo de 1998 CIESPAL. Quito. MARRAS S. (comp.) 1998. La familia chilena del 2000. Universidad Diego Portales-Las ediciones de Chile 21 Santiago. MUMBY D. K. 1997. Modernism, postmodernism and communication studies: a rereading of an ongoing debate. Communication theory. Seven One. Feb. 1997. ODCA 1997. Sociedad y televisión Seminario Internacional. Caracas. OROZCO GÓMEZ G. (1996). El rescate televisivo, un desafío cultural de la audiencia. En: Orozco Gómez G. (ed.) 1996. Miradas latinoamericanas a la televisión. Universidad Iberoamericana. México. PORTALES D. 1986. Televisión latinoamericana: entre el burocratismo y la innovación. ILET Santiago. PORTALES D. 1987. La dificultad de innovar. Un estudio sobre las empresas de televisión en América Latina. ILET Santiago. PORTALES D. 1994. Utopías en el mercado. Ornitorrinco. Santiago. POSTMAN N. 1985. Amusing thereselves to death. Viking Press. New York. RONCAGLIOLO R. 1996. Latín America: community radio and television public service broadcasting. En UNESCO. 1996. Public service broadcasting. Cultural and educational dimensions. París. ROZAS F. 1997. ¿Existe la música docta? El Mercurio. Artes y Letras. p. E 3. Agosto 3 de 1997. Santiago. THE TIMES. 1985.14 January. London. Un ojo avizor en los medios. Mayo/ junio 1998. Nº 5 Buenos Aires. UNESCO. 1997, 1998. The economics of new educational media. Vol. I: 1997; vol. II: 1980. Paris. UNESCO. 1996. Public service broadcasting. Cultural and educational dimensions. Paris. WAGNER L. 1982. The economics of educational media. McMillan. London. WOLTON D. 1992. Elogio del gran público. Una teoría crítica de la televisión. GEDISA. Barcelona.
MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y VIOLENCIA EN MÉXICO María de la Luz Casas Abstract En este trabajo se hará referencia primordialmente a la transmisión de violencia a través de la televisión y a sus posibles repercusiones sociales. Asimismo hará referencia a los avances en materia de investigación y medios de comunicación, pero también a aspectos poco tratados por los investigadores. Una de las temáticas que mayormente ocupa los titulares de los periódicos, los noticieros de radio y televisión e incluso las conversaciones privadas es la violencia. Resulta casi inevitable que en cualquier plática de sobremesa algún amigo o familiar relate el último acontecimiento violento, o bien se refiera a algún episodio reciente de criminalidad. Quizás uno de los aspectos que más duramente apuntan a fenómenos de descomposición social sea precisamente la violencia. La ciudad se transforma, la calle se vuelve territorio de nadie, y el hogar que pudiera parecer el último reducto para la seguridad personal y familiar ha sido vulnerado ya por los delincuentes. El narcotráfico, la corrupción, el desgaste de las instituciones políticas y sociales han creado un marco propicio para cometer actos delictivos. Al mismo tiempo, los medios de comunicación han encontrado tierra fértil para sus programaciones en aquellos ilícitos que se cometen a diario. Así la violencia se presenta cada vez de manera más frecuente en los medios de comunicación como parte de noticieros o reportajes especiales. Los ciudadanos llevados tal vez por el morbo o por la desesperación, se contemplan a diario en las pantallas televisivas para ser testigos directos de las transformaciones sociales que está viviendo el entorno, un poco para constatar lo que está sucediendo, otro poco para tener tema de conversación con los demás y aprovechar para lamentarse del futuro que vendrá para sus hijos. ¿Será cierto que al igual que en muchos de nuestros países latinoamericanos, en México, en los últimos años hemos experimentado modificaciones crecientes a los índices de criminalidad? Según los datos proporcionados por las autoridades de la Ciudad de México «en los últimos años, sobre todo después de la grave crisis económica de 1995, la criminalidad en el D.F. ha crecido notoriamente. En este período los delitos denunciados se duplicaron hasta llegar a 706 delitos diarios en noviembre de 1997»1. Las autoridades nos dicen, sin embargo, que a partir de diciembre de este año «... ha habido una disminución de 8.4 por ciento en las denuncias por delitos con violencia, así como una baja del 4% en las demandas en general2. Las autoridades frecuentemente argumentan que la criminalidad en la ciudad de México no es notablemente superior de la que puede experimentarse en cualquier otra de las grandes metrópolis de nuestro planeta, y que de acuerdo con el incremento de la población que ha experimentado el país en los últimos años, es normal que se perciba un aumento en la tasa de delitos violentos. Sin embargo, si la ciudad de México está haciendo esfuerzos por disminuir la criminalidad urbana, ésta se ha multiplicado de una manera atroz en otras ciudades del país. En fechas recientes, por ejemplo, un personaje casi mítico apareció en las primeras planas de los periódicos y en las pantallas de los televisores de todo el país. Le apodaron «el mochaorejas». Se trata de Daniel Arizmendi, nacido en el poblado de Miacatlán en el Estado de Morelos, quien encontró una verdadera industria en el negocio del secuestro y que para presionar a los familiares de las víctimas se dedicaba a amputarles orejas o dedos y a enviárselos a los familiares con el propósito de presionarles para que le entregasen rescates millonarios. Con el dinero se dedicó a comprar residencias, automóviles y otros lujos que mostraba abiertamente. El caso fue cubierto ampliamente en los medios en todo el país y en el extranjero, pues la operación de este criminal llegó a vincular a distintos niveles a funcionarios del gobierno estatal. Es evidente que los altos niveles de corrupción de las instituciones hicieron posible que este criminal operara desde distintos ámbitos y llegara a afectar a un sinnúmero de personas, desde pequeños y medianos empresarios de la localidad, cuyos hijos fueron secuestrados, hasta importantes hombres de negocios en las ciudades de Querétaro, Puebla, y en la propia Ciudad de México. Los medios de comunicación dieron cuenta de las más de trece residencias de propiedad de Arizmendi, en las cuales mantenía a sus víctimas y en las que también almacenó más de un millón de dólares producto de sus rescates. Cuando la policía detuvo a uno de sus hijos, su esposa y nuera, Arizmendi advirtió que no se entregaría. Detenidos posteriormente su hermano y algunos otros de sus cómplices, proporcionaron datos que finalmente redituaron en la captura del asaltante3. Cuando Arizmendi fue detenido la cobertura de los medios fue excepcional. Televisión Azteca, una de las principales televisoras en México con cobertura nacional, proporcionó la primera entrevista. En ella Arizmendi aclaró que no se arrepentía de lo que había hecho y que no sentía remordimientos. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho, dijo que primero había sido por necesidad, luego por darle a su familia todo aquello de lo que siempre había carecido y luego
conforme iba obteniendo ingresos astronómicos dijo que se había convertido en un reto, a ver cuántos secuestros más podía lograr sin que lo atraparan. Indicó que para él se trataba de un trabajo como cualquier otro, y que a él le daba satisfacción hacerlo bien, que le daba satisfacción personal hacer la negociación con los familiares y ver hasta dónde podían llegar. Se trataba pues, de una habilidad. La difusión masiva del caso Arizmendi provocó todo tipo de delitos relacionados, desde los autosecuestros a través de los cuales algún político o empresario atraía la atención de los medios, los secuestros por un día, en que las víctimas eran obligadas a ir al banco a retirar sus ahorros para entregarlos directamente a los secuestradores o bien los secuestros fantasma en los cuales los familiares eran avisados que la víctima había sido secuestrada, obligándolos a entregar en cuestión de horas el rescate, precisamente cuando sabían que la víctima se encontraba sana y salva en otra parte. (En una ocasión el supuesto jovencito plagiado simplemente habría ido al cine con unos amigos sin comentarlo a sus padres). La descripción detallada de la mecánica del secuestro provocó alud de ilícitos. Los medios mexicanos dieron cobertura amplia al caso con el fin de alertar a la población sobre las prácticas regulares de los secuestradores, pero al mismo tiempo «educaron» a criminales potenciales, instruyéndolos acerca de cómo cometer sus fechorías. En suburbios pobres de la capital mexicana se dio el caso de jovencitos que secuestraron por unas cuantas horas a niños, con el fin de poder pedir rescate a sus famliares. Así pues la criminalidad, como una de las tantas manifestaciones que existen acerca de la violencia, puede recibir distintas explicaciones: hay quienes asocian el incremento de la criminalidad justamente a la crisis económica. El desempleo, dicen, es una de las razones fundamentales por las cuales aquellos que han sido desprovistos de la posibilidad de proveer para su familia, han recurrido a la criminalidad como última o quizás única vía para su sustento. Otra tesis, que complementa la aseveración anterior, tiene que ver con los bajos niveles de educación formal que padece nuestro país y con una alta deserción a las aulas; así los jóvenes desorientados recurren al crimen, a la drogadicción y a la violencia como única solución a sus problemas. Adicionalmente estaría el hecho de que la violencia viene asociada a distintas otras formas de criminalidad; hoy en día por ejemplo, difícilmente se da un asalto o robo que no esté acompañado de violencia extrema, y lo que es peor, la impunidad de la que gozan los delincuentes acrecienta las posibilidades de que la violencia se perpetúe. Finalmente estaría la tesis que asocia la violencia al ritmo de los tiempos. Las sociedades modernas, desprovistas de un sentido último para su existencia, recurren a la violencia como explicación o como manifestación de repudio ante los bajos niveles de libertad y equidad que nos ha traído este fin de siglo y de milenio. ¿Y qué hay de la violencia política? ¿de la lucha por el poder? ¿de la posibilidad de una nueva guerra sobre Irak o de la violencia interétnica que afecta a gran parte de nuestras sociedades? ¿qué hay de la violencia intrafamiliar y del maltrato a los niños? Todas ellas también son algunas de las tantas manifestaciones que afectan a nuestras sociedades en este fin de siglo y fin de milenio. ¿Y qué sucede con los medios de comunicación? ¿Serán los medios meros retransmisores de lo que sucede a nuestro alrededor, o serán ellos mismos una de las causas del incremento de la violencia social? ¿Cuáles son los medios que mayormente causan conductas violentas en los receptores? Ya desde la década de los 30 los científicos sociales habían comenzado a atribuir cierta influencia a los medios de comunicación en la conducta de los receptores; cuestiones como el incremento en la votación por cierto candidato, campañas propagandísticas a favor o en contra de determinada ideología política, o el impacto de la publicidad, particularmente en la radio, habrían sido temáticas que habían permitido pensar en la existencia de una influencia razonablemente fuerte de los medios de comunicación hacia los receptores. ¿Por qué no pensar entonces que la violencia también tendría impactos específicos? ¿Por qué no pensar sobre todo que, siendo la radio exclusivamente un medio auditivo, el impacto de la televisión como medio audiovisual sería aún mayor? Algo que siempre ha preocupado a los investigadores de los medios de comunicación ha sido el papel que éstos juegan frente a la sociedad. Es innegable el amplio poder de los medios en cuestiones de socialización, retransmisión de la herencia cultural, formación de opinión pública, etc. Un asunto que no puede pasar desapercibido es que, sean o no espejos de la realidad, los medios de comunicación juegan un papel preponderante en las sociedades modernas. De hecho, el avance acelerado de las sociedades modernas puede asociarse directamente a la velocidad en la capacidad de retransmisión de la información esencial para la sociedad en cuestión; aquello que importa es qué tan rápidaent puedan ser informados los centros principales de poder para la toma de decisiones, en esa medida dicha sociedad tendrá una capacidad de respuesta adecuada para satisfacer los requerimientos de su entorno. En el caso de la violencia, ¿es la violencia uno de los tantos factores que rige nuestro mundo moderno y por lo tanto los medios deben exponerla? O bien ¿son la violencia y la criminalidad hechos reprobables y por lo mismo los medios deben de fungir como censores sociales?
Así, podemos sintetizar la principal preocupación de los científicos sociales básicamente en dos sentidos: ¿son los medios un simple reflejo de la violencia que existe en la sociedad? o bien, ¿la violencia social es producto de la violencia que transmiten los medios? Esta es una problemática para la cual no es posible proporcionar una respuesta única. El impacto que la descripción de la violencia ha causado sobre la conducta del público es un tema que ha apasionado a los investigadores desde la década de los 60, especialmente debido al advenimiento de la televisión4. Estados Unidos es probablemente el país que mayor cantidad de contenidos violentos produce para la televisión y el cine, es decir, es un país en donde la violencia ha encontrado inclusive una forma importante de comercialización, y es en este país donde sistemáticamente se ha venido generando información científica sobre los efectos violentos de la televisión en respuesta a contenidos violentos5. Sociólogos, psicólogos sociales, investigadores en el campo de la comunicación, educadores, representantes religiosos, padres de familia y numerosas instancias a nivel social se han manifestado en contra de la violencia en los medios6. ¿Qué dice la ciencia de la comunicación sobre la violencia y los medios? Existen algunas teorías genéricas en relación a la percepción y a los medios de comunicación que establecen que las diferencias en la percepción de los mensajes de los medios (percepción selectiva) depende de factores tales como la edad,el sexo, las relaciones sociales con sus grupos de pares o iguales, la influencia de los líderes de opinión en la comunidad, etc. A nivel general existen los siguientes planteamientos en torno a la violencia y los medios de comunicación: Algunos de los primeros estudios, realizados en los años 60, establecen que e: acto de presenciar conte nidos violentos aporta a público experiencias agresivas indirectas, y que éstas sirven como vehículo inofensivo para aliviar sus sentimientos de hostilidad c frustración, esto es, el vivir una experiencia violenta vicariamente disminuye la probabilidad de que los espectadores incurran direc tamente en un acto de tipo violento.7 Un aspecto relacionado directamente con esta teoría tiene que ver con los niveles de frustración acumulados por el individuo que son los que lo llevan a cometer actos violentos. Al quedar expuestos a conte nidos violentos por parte de los medios, lo único que sucede es que se desata un proceso catártico que permite exteriorizar dichos niveles de frustración. Así el medio funciona como simple vehículo o mediador de la experiencia violenta, en donde aquellos individuos que posean niveles de frustración y hostilidad considerables serán quienes estén más proclives a expresar comportamientos violentos. En Estados Unidos se hicieron algunos esfuerzos de investigación, incluso en términos de comparar los efectos de la exposición a contenidos violentos, en sujetos provenientes de distintas clases sociales. Los investigadores concluyeron que las personas de clases sociales bajas pueden tener mayores necesidades de catarsis que las personas de clase media o alta; así los contenidos violentos en los medios de comunicación pueden ser «especialmente útiles» a los individuos de clases bajas, quienes no han aprendido a «moderar sus impulsos agresivos y a externarlos por otras vías».8 Algunos otros investigadores trabajaron la hipótesis de que la exposición a los estímulos agresivos incrementa la susceptibilidad de una persona para la excitación fisiológica y emocional, lo cual a su vez incrementa la probabilidad de que ejercite una conducta agresiva9, e incluso llegaron a sugerir que los medios de comunicación audiovisuales son provocadores de una excitación fisiológica tal que aumenta los niveles de intensidad emocional en los espectadores y por tanto la probabilidad de intensas reacciones de conducta. Nuevamente el grado de la agresividad relacionada con la conducta depende de la frustración existente en el momento en el que se presencia, por ejemplo, un contenido violento en la televisión10. Ahora bien, pese a los contenidos eminentemente conductistas del enfoque anterior, muchas de las acciones emprendidas por la sociedad civil en relación al control de los contenidos violentos de los medios en distintas partes del mundo emanan de la base teórica anterior, es decir, la presentación de contenidos violentos en los medios puede tener distintos orígenes, como pueden ser el demostrar los efectos de una guerra por ejemplo, o el hacer vivir una experiencia vicaria al seguir a nuestro héroe cuando se deshace de veinte enemigos, él sólo y sin ayuda. El contexto en el que es presentado el contenido violento puede variar y desde luego el espectador podría discernir cuándo éste es producto de la realidad o de la ficción dependiendo desus experiencias personale anteriores, pero lo que est teoría plantea es que independientemente de contexto, observar un act violento provoca cierta respuestas del cuerpo al más estricto nivel fisiológico; razón por la cual los contenidos violentos deben ser cuidadosamente dosificados. Otros planteamientos bastante generalizados apoyan en el supuesto de que las personas pueden aprender una conducta agresiva al observar la agresión que surge en descripciones hechas por los medios de comunicación, y bajo ciertas condi-
ciones, modelar su conducta sobre los personajes que surgen de estos medios11. Así la violencia en televisión, o en otros medios, aumenta la probabilidad de conductas agresivas en los espectadores. Los actos violentos aprendidos, sin embargo, no son puestos en operación a menos de que se suscite una situación que los provoque, pero sí pasan a formar parte del bagaje socialmente aprendido por el sujeto. En tal circunstancia se ubican, por ejemplo, los aprendizajes que los espectadores pueden s a1 o s realizar al estar en contacto con la descripción de crímenes o asesinatos violentos. Esta teoría se basa en la capacidad de aprendizaje de individuo y relaciona las características de soporte de la televisión o de diversos medios audiovisuales como factores decisivos para la obtención de aprendizajes significativos. De tal suerte, así como los niños son capaces de aprender los colores, a hablar o a comportarse a través de la televisión, un adulto por ejemplo, que nunca hubiese imaginado la forma de cometer un asesinato, quizás aprenda a cometerlo a partir de la descripción de un crimen o de los contenidos a los que estuvo expuesto. De acuerdo con esta teoría sin embargo, la utilización de los contenidos derivados del aprendizaje depende, evidentemente, de la capacidad del individuo para discernir su aplicación en la realidad y de los niveles de maduración que le permiten observar en qué medida dicha conducta es aceptable socialmente. Por otra parte, quienes toman en consideración esta capacidad didáctica de los medios, afirman que una dosis de violencia es aceptable siempre y cuando el resultado se presente asociado a la conducta violenta reprobable. En otras palabras el medio de comunicación esta autorizado a presentar el hecho violento siempre y cuando la presentación vaya acompañada de censura al acto, o muestre sus consecuencias sociales12. Los investigadores también han planteado la posibilidad de que la presentación de contenidos violentos en los medios no sea la causante de las respuestas violentas en el público, sino que las imágenes de violencia simplemente refuercen los niveles de violencia que los espectadores poseen de antemano. En otras palabras, las verdaderas causas de la violencia en los individuos son los valores sociales y culturales, las características de la personalidad, la influencia de la familia, etc. Así, la percepción de contenidos violentos en los medios simplemente reforzará los patrones de conducta previamente establecidos en el sujeto por intermedio de otras instituciones sociales como la familia, la escuela, los pares, etc.13 La ausencia de normas o patrones sociales estables, sin embargo, puede ser también la causa para los comportamientos violentos. Es decir, la desintegración familiar, la crisis social de los valores, la crisis económica y otras constituyen parte fundamental de las razones por las cuales el sujeto puede reforzar conductas violentas a través de los medios, como forma de aminorar cuestiones no resueltas. La programación violenta en la televisión puede llenar un vacío en las vidas de estas personas, al punto en que lleguen a apoyarse en las creencias y en los actos de los personajes de la televisión, como guías para la conducta propia; en dado caso, el efecto de los programas televisivos iría más allá del refuerzo, provocando aumentos significativos en la probabildad de conducta agresiva en esos espectadores14. Sin embargo, si las relaciones sociales de las personas, en su hogar, en su trabajo, son estables, la conducta agresiva será suprimida a favor de comportamientos socialmente aceptados. Por supuesto, en general la respuesta de los propietarios de los medios de comunicación se ubica en este sentido, al establecer que el papel de los medios de comunicación es simplemente el de mostrar lo que sucede en la realidad; que los contenidos violentos que se suceden en la misma no son responsabilidad directa de los medios, y que en todo caso, las respuestas de los receptores a los contenidos violentos de la comunicación dependen de la estabilidad de otras instituciones sociales como la familia o la escuela. Un enfoque más establece que el mundo simbólico de los medios, y en particular la televisión moldea y cultiva las concepciones que los espectadores pueden tener sobre el mundo real15. El caso de los niños es especial ya que la interpretación que ellos obtienen, especialmente del cine y la televisión, es que en este mundo simbólico es posible utilizar la violencia como forma para obtener ventaja en las luchas por el poder, que la violencia está permitida y que puede ser un arma muy poderosa para resolver conflictos, independientemente de la causa original por la cual se llega al conflicto16. Por otra parte, la actividad violenta que presentan los medios se expresa como una actividad emintentemente masculina, ejercida primordialmente por unas clases sobre otras, por unos grupos sobre otros, relacionada con determinadas manifesta ciones socialmente válidas de manera que los individuos aceptan los contenidos violentos que les aparecen en los medios
como naturales en la realidad. En suma, los antecedentes teóricos que existen sobre el papel de los medios en su relación con la presentación de contenidos violentos van desde la elaboración de que los medios en su gran capacidad de penetración pueden lograr el aprendizaje violento, hasta que el origen real de la violencia se encuentra en el individuo y en sus frustraciones más hondas, sean éstas de tipo familiar, social, económico o de otro tipo. No hay, sin embargo, ninguna evidencia empírica determinante que permita llegar a una conclusión definitiva al respecto. Como en todos los casos, cuando se estudia la realidad social, mucho depende del contexto y de las circunstancias. No es posible decir que los medios de comunicación no transmitan violencia, tampoco es posible decir que la violencia no existe más allá de lo que presentan los medios de comunicación. Lo que sí es un hecho es que la realidad medial es decir, la realidad media que presentan los medios, es una realidad tan real como la realidad misma, y que es determinante para muchos miles de mexicanos. ¿Qué dicen las investigaciones recientes acerca de la violencia en los medios de comunicación? A partir de las investigaciones realizadas en otros países se ha venido desarrollando un debate a escala mundial que todavía no esclarece el papel de los medios de comunicación, especialmente el de la televisión, en su relación con la violencia. Algunos gobiernos han integrado comisiones de estudio, o bien códigos de comportamiento, con el fin de frenar los ingredientes violentos como parte de las programaciones de las principales cadenas televisivas internacionales. Es un hecho que la violencia vende, convirtiéndose así en el bien comercial más preciado que existe. En abril de 1993 se llevó a cabo en Montreal, Canadá, un coloquio internacional sobre la violencia en la televisión, que reunió a estudiosos de la comunicación, funcionarios gubernamentales y medios de varios países del mundo. Sin detenerse ya a establecer si los medios de comunicación son o no causantes de la violencia, los participantes al coloquio simplemente expusieron lo que cada uno de sus países se encuentra haciendo en la materia algunos presentaron lo códigos de ética que regulan los contenidos de los programas y los sistemas de clasificación de los mismos otros apelaron a los padres de familia para normar la programación a la que tiene acceso el público infantil; otros más demostraron dispositivos que permite bloquear la programación no deseada; por su parte los países de la Unión Europea indicaron que ya han puesto en marcha normas colectivas morales que obligan a los radiodifusores públicos privados a respetar ciertos valores17. Países como Francia, Gran Bretaña Nueva Zelanda han hecho adoptar lineamientos al respecto con la aplicación de sanciones mayores en el caso de no respetar ciertos lineamientos en la programación para menores de edad. Japón por ejemplo, indicó que inició desde 1980 estudios sobre el impacto de la violencia a largo plazo entre la población infantil, estableciendo una relación entre agresividad y exposición a contenidos violentos e incluso entre algunos estímulos televisivos y desórdenes de la conducta o psicomotores18. No obstante lo anterior, poco se ha hecho en países en desarrollo; pareciera que la investigación sobre el particular no resulta prioritaria para algunos gobiernos. Sobresalen entre ellos los países latinoamericanos, en los que no existe investigación empírica sistemática sobre los contenidos de la televisión o del cine en su relación con comportamientos violentos19. Ante la preocupación de que por distintas vías se esté haciendo una campaña generalizada de promoción y de la violencia o publicidad para el crimen, es que sectores sociales interesados han exteriorizado sus opiniones para lograr que sus respectivos gobiernos hagan algo al respecto. Países como Chile Argentina o México, reconocen que el tema de la violencia preocupa a los espectadores y están pugnando ante las instancias correspondientes, sobre las instituciones de medios y sobre los gobiernos nacionales para que los porcentajes de violencia, por lo menos en televisión que es el medio que incide más directamente en los hogares, se controlen. Ya en la Consulta Pública en materia de Comunicación Social realizada en Ciudad de México en octubre de 1995, se decía en relación a la violencia en los medios de comunicación, particularmente en la televisión: «En los medios de comunicación la violencia se presenta continuamente, pero el problema no es que se presente, sino la manera y la cantidad en que se presenta: no hay diferencia entre la violencia defensiva y la violencia ofensiva, entre la violencia que hace reír y la que aparece en una noticia, por ello proteger el desarrollo de la niñez y de la juventud, es una responsabilidad social que todos los sectores tienen y deben cumplir».20 El problema es que la referencia al control en los contenidos de los medios se hace exclusivamente en el caso de la programación infantil, olvidando que niños, jóvenes y adultos tienen acceso a un cúmulo de informaciones violentas en el transcurso de una programación regular.
En investigaciones recientes realizadas por el periódico Reforma21 en relación al consumo cultural de los habitantes de la Ciudad de México se obtuvieron los siguientes datos: 87% de los entrevistados declararon acostumbrar ver televisión en 1996; 93% dijo hacer lo mismo en 1997, lo cual indica un incremento en la cantidad de población que recurre a la televisión como medio de comunicación. En 1995, 47% de los capitalinos veían en la televisión un medio especialmente de diversión y entretenimiento, sólo un 14% encontraba en él posibilidades informativas; en 1998 se registra un cambio sustancial: el 20% considera que la televisión sirve para entretenerse, mientras que el 47% piensa que es un medio importante para informar o educar. En 1996 los habitantes de la Ciudad de México prefirieron en un 21% al Canal 13 de Televisión Azteca y en segundo lugar, con un porcentaje mínimo de diferencia, el 20% dijo gustar de Canal 2 de Televisa; en 1997 el 28% dijo tener como canal favorito a Canal 2 y el 18% mencionó a Canal 13. Con respecto a la violencia: siete de cada diez capitalinos opinan que la violencia influye en la conducta de los niños y que éstos deben ser educados para poseer una mirada crítica frente a la televisión22. En una segmentación más precisa, los resultados fueron los siguientes: 91% opina que la percepción de la violencia en televisión es una fuerte influencia negativa en el público; 24% opina que lo que más le disgusta de la televisión es que tiene mucha violencia. La mayor parte de los encuestados de la Ciudad de México se manifestó a favor de la censura (70% en contra de las series violentas y 59% en contra de escenas de violencia real en los noticieros)23. Al respecto de los contenidos violentos, especialmente en noticieros, el Noticiero de Guillermo Ortega Ruíz de Canal 2 de Televisa,quien reporta ser el más visto de los noticieros nocturnos con un promedio de 14.43 puntos de audiencia frente a los 10.69 puntos del Noticiero Hechos de Canal 13 de Televisión Azteca, declaró lo siguiente: «De 22 emisiones nuevas que lleva el Noticiero de Guillermo Ortega, que sustituyó a 24 Horas de Jacobo Zabludovsky en Canal 2, únicamente se ha dedicado el 5.3% del total de las notas a hechos violentos. Ello significa que de 894 noticias que se difundieron hasta el miércoles 18 defebrero de 1998, sólo 48 fueron hechos de sangre». Asegura Guillermo Ortega que pasan muy pocas informaciones al aire, sin embargo, como tienen un gran impacto, se quedan en la memoria y la gente relaciona el noticiario con lo rojo y se inconforma, pero como parte de su rechazo general hacia la violencia». Y continúa diciendo «Sí tuvimos un contenido más alto de notas rojas, pero fue producto de la enorme carga informativa de ese tipo. Nadie en nuestro equipo tiene predilección por transmitir hechos sangrientos»24. Lo que sí es un hecho, es que sea cual sea el canal de televisión más visto por los mexicanos, debido a distintas circunstancias-puede ser que entre ellas se cite la crisis económica, o los altos índices de criminalidad yviolencia-el hecho es que los mexicanos pasamos gran parte de nuestro tiempo libre en casa frente a la televisión en donde por supuesto, somos testigos de más violencia. El análisis sobre el consumo cultural en la ciudad de México, realizado por el antropólogo Néstor García Canclini, indica que uno de los factores sociales que destaca durante la década de los 90 es el papel protagónico de los medios de comunicación como proveedores de información y entretenimiento articuladores de la ciudad dispersa y organizadores de la esfera pública. De acuerdo con García Canclini, la mayor parte de los habitantes de la ciudad de México dedican su tiempo libre: a ver televisión 21%, convivir con la familia 17% descansar 10%. Decrece con respecto a años anteriores el salir con amigos, ir a fiestas salir de compras; apenas el 4% de los entrevistados dijo ocupar su tiempo libre en ir al cine. De aquellos que gustan ver películas, el 59% dijo ser cinéfilo, y el 49% dijo ser videófilo, lo cual indica que un buen porcentaje de lo que se ve en televisión es cine. Los filmes más socorridos en la encuesta fueron de acción, suspenso y terror con su correspondiente dosis de violencia cada uno. Así por ejemplo, las películas más recordadas fueron: Anaconda, Batman, Scream y El mundo perdido, mientras que entre los actores más admirados estuvieron Jean Claude Van Damme, Silvester Stallone, Brad Pitt, Steven Segal, Arnold Schwarzenegger entre otros25. Paradójicamente según arrojan los datos de la propia investigación, los mismos encuestados que dijeron tener estas preferencias, juzgan negativo el que el cine genere violencia. Lo anterior se explica, según opinión del analista Sergio González a Rodríguez, por la existencia de una doble moral, según la cual cada espectador se siente responsable de sí mismo pero desconfía de los demás ante una situación idéntica. Así por ejemplo, los encuestados reconocieron el valor informativo y educativo de la televisión (47%), se declaran críticos ante la violencia (91%) pero no gustan de los programas culturales,
informativos y educativos, sino que prefieren telenovelas, películas y otros de entretenimiento. Por supuesto que los datos anteriores corresponden a la Ciudad de México y no son generalizables a otras poblaciones o al país entero, también es importante tomar en cuenta algunas otras consideraciones de tipo metodológico sobre quién realizó la encuesta, el tipo de preguntas elaboradas, etc. Sin embargo, si recordamos y que en la Ciudad de México y zona conurbada habitan más de 20 millones de mexicanos como dato conservador, estamos hablando de más de un 20% de la población nacional, cifra nada despreciable si tomamos en cuenta que el fenómeno ha sido poco investigado en nuestro país. En todo caso, y en relación a investigaciones pasadas sobre el consumo de medios en México, ésta es la primera ocasión en la que aparece de manera tan marcada una preocupación recurrente en relación a la cantidad de violencia expresada en los medios. El caso de México es particularmente interesante a ojos de los investigadores: somos una sociedad que retransmite ciertos niveles de violencia importada, es decir, contenidos violentos originados en otros países y comprados como parte de un paquete informativo o de entretenimiento que se transmite a través de nuestros medios masivos; pero además, somos una sociedad naturalmente violenta. No necesitamos ver violencia en la televisión para saber que la violencia en México existe. En los últimos años los niveles de violencia real que se han sucedido en la sociedad mexicana han sobrepasado por mucho a la violencia ficticia que crean los medios: asesinatos políticos, encarcelamientos, narcotráfico, etc. son solamente algunas de las manifestaciones de violencia que los mexicanos vivimos día con día; resulta comprensible por tanto, que el mexicano promedio se encuentre tan comprometido y, por otra parte, tan preocupado por la violencia. De alguna manera el ciudadano promedio llega a su casa después de una agotadora jornada de trabajo, con la esperanza de que podrá sentarse frente al televisor y relajarse un poco, para en cambio, encontrarse con que la televisión despliega una serie de contenidos violentos que le aterran, pero al mismo tiempo le atraen. Ya no es exclusivamente la violencia del programa de acción la que observamos por la televisión, también es la violencia real, la del noticiero que nos informa noche a noche sobre la realidad del país . En el caso de la violencia que se presenta en televisión, ésta puede revestir diferentes manifestaciones: desde la violencia que aparece de manera natural en el noticiero, la violencia de la película de acción o de las series de suspenso, o bien la nota roja televisada. La Revista Electrónica de Nota Roja, como también se le ha dado en llamar a la televisión que explota el amarillismo, es una característica que hemos comenzado a explorar en México, pero que corresponde a un género ya trabajado en otras partes del mundo al que también se conoce como Reality Show, es decir, la presentación de hechos reales que se destacan por su sensacionalismo, morbo, violencia y criminalidad26. Es un hecho que cuando programas como Ciudad desnuda, A sangre fría, Primer impacto, A través del video y otros salieron al aire, contaban con uno de los ratings más altos de la televisión mexicana27, pero es un hecho también que existe una preocupación creciente acerca de lo que nuestros hijos ven en las pantallas caseras. A1 mexicano promedio le preocupa qué tipo de mundo y qué tipo de país es el que les va a heredar el día de mañana a sus hijos. En términos generales los medios de comunicación, y particularmente la televisión, han comenzado a jugar un papel preponderante en la formación de la conciencia nacional y de la opinión pública; reconocemos en ellos sus capacidades para entretenernos y divertirnos,pero también para informarnos, el problema ahora radica en encontrar la credibilidad perdida en los informadores; consideramos que ciertas formas de control pueden ser bien ejercidas si apelamos a la ética de los informadores en relación con su responsabilidad pública hacia la niñez y la juventud, pero despreciamos a la censura como actividad represora del poder. Como ha dicho recientemente el escritor Carlos Monsiváis: «Es preferible que se difundan emisiones basadas en hechos violentos a que sean suprimidas de la programación, pues ello significaría censura y es el ejercicio de ésta lo que realmente ofende la inteligencia de un país.»zs En todo caso, en términos empíricos no nos hemos movido mucho más allá de lo que planteaban las teorías sobre medios de comunicación y violencia durante los años 60 y 70, tampoco hemos descubierto una relación causal entre el aumento de la criminalidad y la presentación de contenidos violentos en la televisión o viceversa; lo que sí podemos atestiguar es el movimiento de reconversión de los sistemas de medios, en particular la televisión, y especialmente en México. Lo que sí podemos afirmar es que hoy más que nunca los medios de comunicación están jugando un papel importante en la recomposición del entramado social y que vivimos tiempos violentos.
La violencia no es una opción, ni debe ser una opción para México, y en ese sentido los medios de comunicación tienen una grave responsabilidad: no en el sentido de dejar de reflejar la violencia que nos circunda, o que existe en la realidad, sino en el sentido de hacer una reflexión sobre sí mismos y sobre su actuar cotidiano en la forja de México y de las nuevas generaciones de mexicanos. Una re-flexión (vuelta a reflexionarse, verse a sí mismos) para, plegándose sobre sus prácticas, a través de la autocrítica y de la crítica de la violencia sin sentidorealizar una labor permanente de deconstrucción de los valores sociales y políticos de los ciudadanos que les permitan, por la vía de formar auténticos puentes de comunicación entre las personas, lograr la articulación de nuevas y positivas formas de construcción de la realidad. NOTAS.1. Declaraciones del Ing. Cuahtémoc Cárdenas en la a reunión de trabajo de la Comisión del Distrito Federal de la Cámara de Diputados con el Jefe del Gobierno Capitalino, reportado por Adriana Bermeo y Miguel Angel Juárez en el periódico Reforma, martes 24 de febrero de 1998, sección B. Ciudad, pág. 1. 2.Ibid. 3. http://serpiente.dgsca.unam.mx/ jornada/1998/980819/ mochaorejas.html. Versión electrónica del periódico mexicano La Jornada, que como tantos otros medios, cubrió la captura del Mochaorejas. La Jornada 19 de agosto de 1998; primera plana. Incluye notas adicionales en páginas interiores. 4. En opinión de algunos investigadores, la televisión ha hecho accesibles a numerosos sectores de la población contenidos que anteriormente no hubieran sido posibles a través de otros medios. Además ver televisión es una actividad que no requiere mayor esfuerzo, mientras que el consumo de otros medios como pueden ser los medios escritos, requiere mayores niveles de preparación y concentración acerca de lo que se lee. 5. Por lo menos un par de comisiones del Congreso de los Estados Unidos se encargaron durante la década de los 70 de analizar el problema, mismoque a últimas fechas ha vuelto a ser retomado como una de las preocupaciones personales del vicepresidente Al Gore y del presidente William Clinton. Ante la imposibilidad de prohibir la presentación de contenidos violentos en los medios de comunicación (incluyendo internet), a lo más que se ha llegado es a emitir una recomendación presidencial apelando a la responsabilidad social y moral de los programadores de los medios. Veremos posteriormente que una recomendación muy similar fue expresada por el presidente Ernesto Zedillo en fechas recientes, y que ésta dio como resultado el que algunas emisiones de la programación televisiva salieran del aire, como Ciudad desnuda de Televisión Azteca. 6. En México en fechas recientes algunos grupos empresariales incluso llevaron a cabo una campaña a nivel nacional, en la cual solicitaban el apoyo de la sociedad civil para la erradicación de la violencia en los medios. Algunos sectores de la sociedad se unieron a dicha iniciativa, pero otros la interpretaron como un movimiento de censura moralista proveniente de la ultraderecha. En todo caso, con algunas décadas de distancia, en México comenzó a hablarse al menos por primera vez con una actitud crítica, de los contenidos de los medios y de sus posibles consecuencias en el aumento de la criminalidad y de la violencia. Aquí podemos hacer mención de la campaña En favor de los medios lo mejor que fue iniciada y promovida por el grupo empresarial Bimbo, S.A. de C.V. 7. Seymour Feschbach. The stimulating vs. cathartic effects oí a vicarious agressive experience. Journal of abnormal and social psichology 63, (1961) pp.381-385. 8. Seymour Feschbach y Robert Singer. Television and agression, San Francisco, 1971. 9. Leonard Berkowitz. Agression: a social psychological analysis, Nueva York, 1962. 10. Percy Tannenbaum. The entertainment functions of television, N.J., 1980. 11. Albert Bandura y Richard Walters. Social learning and personality development. Nueva York, 1963. 12. En México fue muy sonado el caso de una pequeña que se suicidó accidentalmente al tratar de reproducir la escena final de la telenovela «La dueña», en donde la villana se quita la vida ahorcándose. 13. Joseph Klapper. The effects of Mass Communication. Nueva York, 1960. 14. Joseph Klapper. Statement before the National Commission on the Causes and Prevention of Violence. Washington, 1969. 15. George Gerbner y Larry Gross. The violent face of television and its lessons en: Edward Palmer y Aimee Dorr (comps.). Children and the faces of television: teaching, violence, selling. Nueva York, 1980. 16. Así por ejemplo, en los medios norteamericanos se nos presenta que el uso de la violencia puede ser justificable para resolver la crisis de Irak, y bajo este mismo razonamiento lógico, dependiendo de la forma de argumentación en la que se presente, la violencia podría ser justificable para resolver el problema de Chiapas. 17. En términos generales estamos hablando de países democráticos que valoran sobremanera la libertad de expresión y de información, por lo que la adhesión a estos códigos de comportamiento se hace sobre una base estrictamente voluntaria. 18. Sachiko Kudaira. Comentarios sobre los estudios realizados por el Instituto de Investigación de Radiodifusión Cultural del Japón, emitidos en la Conferencia Anual del Instituto Internacional de Comunicación (CIIC), México, setiembre de 1993. 19. Algunos estudios aislados, como el realizado por las universidades de Quilmes y Belgrano en Argentina, encontraron que sobre una muestra de 534 emisiones correspondientes a 47 programas para niños exhibidos entre el 16 de abril y el 25 de setiembre de 1994 y sobre 242 horas estudiadas, se detectó 4,703 escenas violentas, ¡lo que equivale a una escena violenta por cada tres minutos de programa! Otro estudio realizado por la Universidad Nacional Autónoma de México aseguró que los jóvenes ven un promedio de 2,001 horas de televisión al año y que a los quince años de edad ¡un joven ha visto ya aproximadamente 7,301 crímenes en televisión! 20. Comisión Especial de Comunicación Social. Relatoría Foros Regionales de Consulta (versión preliminar) Cámara de Diputados, octubre de 1995, pág. 155. 21. Los datos metodológicos de la encuesta fueron los siguientes: 800 entrevistas en la ciudad de México personas mayores de quince
años del 10 al 17 de enero de 1998. La muestra se diseñó considerando el Distrito Federal y los municipios conurbados con una estratificación para representar a los distintos niveles socioeconómicos de la población según los criterios trazados por el mapa BIMSA. Realizada por el periódico Reforma. Coordinación Rafael Giménez y Norberta Juárez. 22. Luis Enrique López. Televisión «(Mucho) Más de lo mismo». Reforma. Sección Cultura. Lunes 9 de febrero de 1998. Sección C, pág. 1. 23. Guillermo Orozco. «El espectáculo continúa». Reforma. Sección Cultura Lunes 9 de febrero de 1998, pág. 3C. 24. Adriana Garay. A un mes con Ortega. Reforma. Sección E, pág. 1. 25. Néstor García Canclini. «Análisis Espectadores que pueden ser ciudadanos». Reforma. Sección C.Cultura. Sábado 14 de febrero,1998, pág. 2C. 26. Al respecto de la transmisión de programas de este tipo, ver por ejemplo el trabajo de Claudia Benassini Félix. «De cámara escondida a Ciudad desnuda: un estudio de la televerdad en la televisión mexicana». Anuario de investigación de la comunicación CONEICC IV, CONEICC, 1997, pp. 107-126. 27. Según datos proporcionados por la compañía IBOPE, de noviembre de 1995 a abril de 1996, dichos programas registraron uno de los más altos índices de audiencia de la televisión mexicana: Primer impacto logró 10.8 puntos de audiencia; A través del video 25.9; Expediente 13/ 22.30 logró un 8.9 y Ciudad desnuda alcanzó un 8.3. Ligia María Fadul Gutiérrez, Fátima Fernández Christlieb y Beatriz Solis Leree. La pantalla se pinta de rojo en: Revista Nexos n° 224, pp. 89-89. Dichos programas fueron retirados de las pantallas caseras, pese a su popularidad, luego que el Presidente Ernesto Zedillo externó su preocupación por el contenido violento de los medios, especialmente de la televisión, razón por la cual las organizaciones productoras de Televisa y Televisión Azteca declararon solidarizarse con la sugerencia de la Secretaría de Gobernación y decidieron voluntariamente sacar sus emisiones del aire. 28. Comentario del escritor durante el debate «Los medios de comunicación, los periodistas y la democracia» Universidad del Valle de México. Plantel San Rafael, febrero de 1998. Publicado en el periódico Reforma, el sábado? de febrero de 1998, sección E pág. 8E.
MEDIOS YVIOLENCIA: ACCIÓN TESTIMONIAL, PRÁCTICAS DISCURSIVAS, SENTIDOS SOCIALES Y ALTERIDAD Elizabeth Rondelli EL DISCURSO DE LOS MEDIOS SOBRE LA VIOLENCIA El aumento de los registros de episodios de violencia, particularmente de homicidios, en las últimas dos décadas en el Brasil hizo que el noticiario migrase de sus tradicionales reductos en las editoras y en los periódicos especializados en crímenes y ganase relevancia, de manera generalizada, en todos los medios de comunicación. Analizando la cobertura periodística dada a la criminalidad y a la violencia -entendida aquí estrictamente como el uso de la fuerza para causar daño físico a otra persona- se nota una característica importante: aunque los que la practican y las víctimas pertenezcan mayoritariamente a las clases de bajo nivel socioeconómico, los crímenes destacados en los medios y que generaron intensos debates en los dos últimos años fueron aquellos en que la policía estaba involucrada. De un modo general se puede decir que el aumento de la violencia fue acompañado en esta década no solamente por el énfasis de la cobertura de sus episodios, sino también por un intenso debate sobre la naturaleza y las consecuencias de este aumento. Este exceso de tematización tuvo el efecto de construir un determinado imaginario sobre la violencia que pasó a informar y a producir actitudes sociales en referencia a ellas. En el Brasil, al contrario de los Estados Unidos, por ejemplo, poco se discute la influencia de los programas de contenido violento sobre los telespectadores y hay poca investigación para develar los efectos más propiamente psicológicos de la vehiculación de la violencia por los medios. Sin que algunos sectores releguen totalmente la cuestión de la influencia de la vehiculación de la programación violenta sobre su práctica, lo que la televisión y los periódicos muestran y exponen al conocimiento y al debate no es propiamente la violencia de los filmes o de los programas ficcionales sino aquella real de las calles, mostrada en los telenoticieros, a la que están sujetos principalmente los habitantes de las grandes metrópolis. Aquí los crímenes con existencia duradera en los medios no son exactamente los pasionales que envuelven a personas famosas, aquellos de los exóticos e inusitados serial killers o los asesinatos de importantes líderes políticos. En el Brasil, además de exhibirse una violencia banalizada, ordinaria y trivial, ha sido mostrada también la violencia policial, practicada de forma ilegal o ilegítima. En el centro del debate nacional sobre el tema están las escenas de una violencia real y cotidiana transmitidas por los telenoticieros, violencia que emerge de forma difusa y desordenada aunque no deje de ser crónica en su realidad de manifestación, y de convocar principalmente una interpretación socioeconómica del fenómeno. En el Brasil tampoco se discuten las causas propiamente políticas de la violencia pues, de modo diferente a lo que ocurre en algunos países europeos, por ejemplo, aquí los criminales pueden ser hasta poderosos pero no luchan por ningún ideal político, étnico o religioso, ni son portadores de ningún discurso articulado sobre sus acciones tácticas y objetivos. Se asiste a una disolución del tejido social tan notoria que para explicarla nos vemos tentados a resbalar por el tradicional concepto de «anomia» tan caro a la sociología durkheiminiana. Los episodios de violencia en el país, nombrados como tales, y que ganan presencia en los medios, además de poseer todos los ingredientes para convertirse en hechos periodísticos -escandalosos, crueles o inusitados- son episodios cuya repercusión ocurre porque revelan otras cuestiones que no están propiamente en ellos. Las imágenes de los medios más notorias en los dos últimos años, si consideramos el ángulo del impacto y de la movilización que provocaron en el debate sobre la violencia fueron: las matanzas de los presidiarios de Carandiru, de los niños de la calle en Candelária, de los pobladores de Vigário Geral y de Nova Brasília; el asesinato de un asaltante frente al Shopping Rio-Sul en Rio de Janeiro, después de estar totalmente sometido, delante de la cámara de televisión; la masacre de los trabajadores sin tierra en Eldorado; algunos secuestros y saliendo de la regla de la efectiva participación policial en el episodio, el asesinato de la actriz Daniela Perez1. Más que meras imágenes expuestas al voyeurismo público, estas imágenes de la violencia ganan relieve y emergen como hechos de interés porque exponen públicamente a la opinión, reflexión y juicio un cierto carácter sociocultural de nuestras prácticas violentas -con menos fundamento psicológico, político e ideológico. En estas imágenes densas y particulares, que quedan acuñadas en el imaginario colectivo se visibilizan los conflictos marcadamente sociales, crónicos y casi insolubles. A partir del registro y transmisión mediáticos de estas imágenes de
extrema violencia es que irrumpen, en la escena pública, la existencia de niños y adolescentes viviendo en las calles, exhibido en el episodio de la Candelária; la compleja convivencia entre pobladores de favelas, traficantes y policías, expuesta en las imágenes de Vigário Geral y de Nova Brasília; la existencia de los recónditos presidios superpoblados y de condición subhumana, revelados en Carandiru; la certeza de la impunidad policial que lleva a prepotentes asesinatos como el de Rio-Sul; la extrema vulnerabilidad a la que los miembros de las elites del país están expuestos en las calles de las ciudades por donde circulan muy próximos a traficantes, secuestradores y tantos otros tipos de criminales, exhibida en la cobertura de los numerosos secuestros2, cuya sospecha de eventual participación de policías aún está por ser debidamente investigada; y la extrema concentración de terrenos, denunciada en Eldorado. Tales imágenes apuntan a aquello que caracteriza, de algún modo, la existencia social en este país -la desigualdad brutal, estructural, tan atávica que pasa a ser, en cierta manera, naturalizada. Desigualdad que se precipita como actos de violencia física, con derecho al uso de las armas y a la producción -de dimensión casi bélica- de muertos y heridos y que estalla en el cotidiano de las imágenes de los medios. En ese sentido la violencia aparece no sólo como mero fenómeno de agresión física sino también como lenguaje, como acto de comunicación. No por alguna decisión consciente de sus víctimas o quienes la practican sino por ser expresión límite de conflictos para cuya solución no se puede contar con formas institucionalizadas de negociación política o jurídica legítimas. Para explicar la violencia de esos actos los medios de comunicación raramente buscan la motivación marcadamente psicológica, que seduce a los espectadores de los noticieros y de los filmes. Como no buscan tampoco, porque no la hay, la explicación heroica de los terroristas con sus bombas, que cargan manifiestos e ideologías más o menos coherentes con algún fin político. En los episodios referidos lo que se expresa es una determinada forma de cultura política, donde la práctica de la violencia ha sido el recurso tradicionalmente usado ante la imposibilidad de establecer negociaciones o consensos sociales mínimos, aunque tal imposibilidad no se traduzca, necesariamente en lucha política claramente definida y demarcada, con banderas a desplegar. Los episodios de esta violencia cotidiana, banal y ordinaria no tienen la inspiración y la explicación secreta y macabra de los serial-killers ni la sagacidad, la inteligencia o el poder de convencimiento de los personajes de ficción, ni tampoco los ideales, la determinación o causas por qué luchar, actos que, en el modo bruto como se expresan, con precarísimas mediaciones institucionales, revelan no sólo el aislamiento de los sectores sociales involucrados en ellos, sino la impotencia de la sociedad para resolver sus conflictos. Por eso, para reprimir tal violencia no se sabe qué hacer. Llamar al ejército para proceder a pequeñas intervenciones quirúrgicas es (y fue) inocuo, porque éste fue entrenado para misiones de guerra, para luchar contra enemigos políticos en posiciones territoriales consolidadas, y no para reprimir simples agentes aleatorios y criminales, esparcidos en innumerables lugares de una metrópoli. Matar de forma más o menos indiscriminada y encubierta, traficantes, asaltantes, secuestradores o simples sospechosos, ignorando el veto constitucional a la pena de muerte, no sólo confirma la incapacidad del Estado y de sus políticas de seguridad para gerenciar el problema, sino que expone una cara ilegítima y autoritaria de este Estado, que aunque se quiere de derecho, está aún marcado por su hábito dictatorial y arbitrario, que le dejó secuelas aún no totalmente extirpadas, principalmente en sus aparatos policiales. Sin importantes motivaciones psicológicas, morales o políticas que explicar, los episodios brasileños -y sus respectivas imágenes- seleccionados para destacar y permanecer en las pautas de edición de los medios son aquellos de una violencia practicada, sobre todo, por la policía, responsable de inhibirla, pero que de forma sospechosa o declarada ha aparecido como la mayor responsable del uso de una violencia física desmedida, desproporcionada, inadecuada así como ilegítima. Episodios que provocan aplausos o indignación debido, entre otras cosas, al modo como los telespectadores son llevados a enfrentarse con sangrientas imágenes como las de los sintierra muertos en Eldorado, que merecieron carátula de impacto de la revista Veja. Esas prácticas violentas son contestadas, de forma más vehemente, por algunos sectores sociales organizados, lo que aumenta su repercusión en los medios, porque aun cuando tales sectores deseen la represión del crimen, de la criminalidad y de la violencia, parecen concordar en que tal acción deba ser ejercida por instituciones y por prácticas de derecho.
Las acciones del Ejército, poderosamente armado en la represión del crimen en las favelas y colinas de Rio de Janeiro, ampliamente anticipadas y reportadas por los medios, aunque se hayan revestido de extrema visibilidad, no produjeron -o no buscaron producir, precisamente por causa de este exceso de visibilidadactos de violencia desmedidos o espectaculares. Sin discutir sobre la propiedad de la intervención de las Fuerzas Armadas en estas esferas de la seguridad, tal acción no dejó de ser un acto pedagógico de cómo debería ser una acción policial ostensiva y preventiva. Y para estos objetivos -ostentar seguridad y prevenir la ocurrencia de crímenes- las imágenes vehiculadas por los medios tuvieron algún efecto casi tan sólo por el hecho de exponer a la vista esta fuerza inhibidora en la realidad menos real y presente en todos los locales de la ciudad y más real y presente en las imágenes de los medios lo que generó la noción de que la ciudad estaba efectivamente bajo una vigilancia policial actuando bajo el control militar de las Fuerzas Armadas que no tienen una tradición de proximidad y convivencia con la criminalidad común de las calles y no bajo el control de la Policía Civil o de la Policía Militar que, en el imaginario de los cariocas, significa la confrontación con acciones arbitrarias, porque es esto lo que se ha visto en el cotidiano de las acciones de estas Policías. Los actos de violencia aun cuando sean adoptados por una autoridad policial o militar que tiene legitimidad para practicarlos, generalmente exigen una justificación, como por ejemplo el hecho de que se presenten como inevitables, lo que permite que se alegue tal legitimidad. Por eso lo que todavía sorprende y sensibiliza a los medios, lo que repercute en ellos en su papel de mediación cultural y política es cuando la autoridad la utiliza en forma desmesurada o ilegítima. La asidua violencia policial contra los pobres, pobladores de las favelas, negros u otras minorías, estalla en estas imágenes registradas por los medios, que acaban produciendo un debate público que se extiende más allá del interés cotidiano de la producción mediática y más allá del espacia noticioso. Con eso, otros actores sociales son convocados a pronunciarse, voluntariamente o por la fuerza de sus funciones y responsabilidades, lo que engendra una cadena de sentidos sociales inflamados por la violencia, que así se hacen lenguaje. Y en este caso no se discute si estos episodios deberían ser mostrados o censurados, tal como ocurre con el debate en relación a las escenas de violencia de programas ficcionales, sino que se cuestiona, sobre todo, la legitimidad de su práctica. Con esto se acentúa el debate público sobre la cuestión. Un debate que puede politizarse, no solamente por una mera actitud moralista y/o pedagógica, sino por reivindicar el establecimiento de límites al empleo del papel del Estado, de sus políticas y de sus agentes directamente involucrados con la violencia y el crimen. Curiosamente, poco se discute en estos casos, si la exhibición de escenas violentas sirve para banalizarla tal como ocurre en relación con las escenas de violencia de los programas ficcionales. Por el procedimiento de la amplia visibilización, los medios de comunicación actúan como constructores privilegiados de representaciones sociales y, más específicamente, de representaciones sociales sobre el crimen, la violencia y sobre quienes están involucrados en sus prácticas y en su inhibición. Estas representaciones sociales se realizan a través de la producción de significados que no sólo nombran y clasifican a la práctica social sino que, a partir de esta denominación, pasan a organizarla de modo de permitir que se propongan acciones concretas en relación a ella3. Por lo tanto, el modo como los medios hablan sobre la violencia hace parte de la propia realidad de la violencia -las interpretaciones y los sentidos sociales que serán extraídos de sus actos, el modo como ciertos discursos sobre ella llegarán a circular en el espacio público y la práctica social que será informada cotidiana y repetidamente por estos episodios narrados. Se revela aquí el carácter estructurado/estructurador de los discursos. Los medios son un determinado modo de producción discursiva, con sus modos narrativos y sus rutinas productivas propias, que establecen algunos sentidos sobre lo real en el proceso de su aprehensión y relato. De este real ellos nos devuelven, sobre todo, imágenes o discursos que informan y conforman este mismo real. Por tanto, comprender a los medios no deja de ser un modo de estudiar a la propia violencia, pues cuando estos se apropian, divulgan, espectacularizan, sensacionalizan o banalizan los actos de violencia están atribuyéndoles un sentido que al circular socialmente induce a prácticas referidas a la violencia. Si la violencia es lenguaje -forma de comunicar algo- los medios al reportar los hechos de la violencia surgen como acción amplificadora de este lenguaje primero, el de la violencia. LAS IMÁGENES COMO MACRO-TESTIMONIOS DE LA VIOLENCIA El alto poder de generalización de la imagen televisiva sobre la realidad ha sido señalado por algunas investigaciones. Carlson4 relaciona la exposición a escenas de crímenes con la aprobación de la brutalidad policial contra las libertades civiles. Zillmann y Wakshlag5 estudiaron la relación entre la visión de la televisión y los sentimientos de ansiedad y el
miedo de volverse víctimas de ataques terroristas. Haney y Manzolati (6) han llegado a la conclusión de que la televisión cultiva la presunción de culpabilidad más que la inocencia sobre un sospechoso, la creencia de que los derechos legales protegen a los culpables más que a los inocentes, y de que la policía no tiene restricciones legales en la persecución de los sospechosos. En general las investigaciones sugieren que los programas de ficción y de entretenimiento cultivan un sentido de peligro y de vulnerabilidad que invita no sólo a la agresión sino también a la represión y a la explotación. Todo esto tendría como consecuencia hacer a las personas más temerosas y más dependientes, más fácilmente manipulables y orientables a posturas rígidas en el campo religioso y político (Signorelli7). La repercusión de algunos episodios ocurre porque revelan cuestiones sociales que están más allá de los límites de los espacios de su ocurrencia. O sea, los actos de manifestación de la violencia, aunque provengan de una fuerza física que es empleada contra alguien, revelan también una dimensión expresiva y simbólica en ellos existe algo, una diferencia, conflicto u oposición que se expresa a través de esos episodios. En este sentido, tales actos son lenguajes -modos de expresión de aquellos que los practican- y sus debidos grados de impacto provienen del hecho de que se presten a la elaboración de un texto periodístico y de imágenes televisivas, que pasan a comunicar sobre algo más-allá-del-episodio diferencias o conflictos inherentes a las relaciones sociales que los determinan y los estructuran. El poder de la violencia reside por tanto no sólo en sus intenciones prácticas o instrumentales, sino también en las simbólicas o expresivas8. La intención instrumental es un medio de transformar el ambiente social. La expresiva y simbólica es una manera de dramatizar la importancia de las ideas sociales, trayendo los conflictos a la superficie. La acción terrorista que utiliza una acción práctica -un atentado por ejemplo- para ser visulizado y que logre obtener resonancia para la expresión de una idea es un ejemplo prosaico de este poder de la violencia. En este sentido, no se puede atribuir a la violencia y a los relatos de sus episodios por los medios, el mero carácter de epifenómeno, o sea, en el sentido estricto, de un fenómeno apenas derivado, cuya presencia o ausencia nada revela sobre el fenómeno o sobre su futuro desenvolvimiento. La interposición del relato de los medios entre el acontecimiento y sus modos propios de reportar la violencia física y cotidiana a un público más amplio, que lo atestigua, crea un circuito de producción de sentidos. Con eso, esos discursos antes constituidos por la naturaleza del fenómeno narrado y por las características del medio comunicativo se hacen constitutivos en la medida en que pasan a configurar opiniones, juicios, valores, y prácticas adoptados a partir y/o con referencia a esos relatos sobre la violencia. La fuerza expresiva de este lenguaje de la violencia viene del desplazamiento de los episodios al dejar los lugares particulares o privados de su ocurrencia para desbordarse en una dimensión pública donde se encuentran, sobre todo, con instituciones y discursos preexistentes, pasando a producir sentidos y a orientar prácticas sociales sobre la violencia. De ahí que la violencia sea movilizadora y fundadora -expresa conflictos, da visibilidad a cuestiones sociales o políticas latentes, provoca la producción de sentidos en diversas instancias discursivas y acciona prácticas institucionales y políticas. En ese transcurso las imágenes televisivas operan sobre todo como macrotestigos privilegiados de los acontecimientos debido a su poder de visión, de ubicuidad, y de conferir el estatuto de veracidad o de verosimilitud a los hechos, episodios o fenómenos de la violencia. Adicionándoles aun, la repercusión pública, retirando los fenómenos de su posible cenicienta oscuridad y expandiéndolos de tal manera que exija el pronunciamiento de otros actores situados en varios lugares sociales, cuyos discursos los incorporan o interpretan, lo que torna a la violencia eficaz en la acción y potente en el imaginario. Si los medios son los principales testimonios públicos de los actos de violencia, ellos son también el lugar hacia donde convergen y se explicitan varios otros discursos que pasan a ser configurados por ellos y o normatizados (institucionalizados) a través de un orden narrativo propio. Debido a esta dinámica los medios de comunicación tienen la capacidad de operar como productores de consenso, porque agregan y componen varios discursos y porque reflejan producciones culturales, definiciones y representaciones sociales. La definición del crimen no es dada solamente por los periodistas que lo relatan sino también por sus fuentes de información -personas o representantes de instituciones que aparecen en los noticieros a través del habla directa o indirecta. En esta dinámica de mediación se aparta poco de ciertas representaciones y definiciones previamente existentes en la audiencia -de modo de atraerla, chocarla hasta ciertos límites, reafirmar aquello que piensa. Más que una actitud soberana e impositiva de una cierta visión del mundo, los medios -mediadores- negocian con estas diversas instancias sociales y discursivas, de modo de producir consensos. Y es de ahí que deviene su fuerza hegemónica. Los medios constituyen un campo -el campo de los media-, un lugar donde se da visibilidad a los diversos discursos y donde cada uno de estos se articula, no sólo con el discurso mediático, sino con los otros discursos presentes en este espacio
de mediación. Así, hay un discurso político, un discurso religioso, un discurso jurídico, un discurso médico, un discurso científico articulándose simultáneamente al y en el campo mediático. Este a su vez no sólo los recodifica, sino que los procesa de modo intertextual, relacionando cada discurso con el otro y todos ellos con el discurso de los medios, deviniendo, de este entrecruzamiento o intertextualidad la producción de sentidos. La eficacia social de esos otros discursos depende de su articulación con el discurso mediático, pues es de esta forma que dejan sus regiones de secreto, y logran ganar visibilidad en la escena pública. Luego, la construcción de los sentidos sobre el crimen, la violencia y la punición, así como sobre una determinada definición del orden social es articulada y configurada por esta relación intertextual de un conjunto de discursos que necesitan de los medios, no sólo para encontrarse, sino para publicitarse y ganar adeptos o adversarios9. Afirma Ericson que «la ley y las instituciones de noticias se unen en conversaciones públicas perpetuas sobre la justicia o la autoridad. Trabajan conjuntamente para privilegiar significados particulares, para promover ciertos intereses políticos. Los medios y las leyes conjuntamente constituyen la justicia, transformando los acontecimientos de lo que son en historias de lo que deberían ser, fundiendo hechos con compromisos normativos, valores, creencias y mitos»10. LA DEFLAGRACIÓN DE SENTIDOS Y DE PRÁCTICAS SOCIALES En relación a la violencia, los medios, en su condición de macrotestigos privilegiados, pasan a ser actor social importante de los hechos, en el acto de exponerlos más allá de los estrechos límites donde efectivamente acontecieron. Así, los medios no sólo atribuyen sentidos propios a los actos de violencia (al seleccionarlos, editarlos, clasificarlos y opinar sobre ellos) como al testimoniarlos, exponer los hechos a otros actores sociales posicionados de forma diversa frente a los hechos, a los fenómenos o a los individuos o grupo deflagradores de violencia y tales actores son constreñidos/convocados a producir sentidos sobre ellos, sentidos que no sólo denuncian sus específicas visiones de mundo, sino que orientan prácticas sociales, políticas culturales. Así la violencia y sus imágenes tienen el poder de convocar a los sujetos en dirección a alguna acción social11. El poder de estas imágenes es el de hacer que los actos disyuntivos y erráticos de la violencia se amplifiquen y se extiendan a la discusión en el espacio público. Su significado social y político adviene del acto de ser mediatizados, o sea, apropiados no sólo por el orden discursivo de los medios de comunicación sino también, a través de estos, por los ideales de orden social inherentes a otros discursos y a otros sujetos que también públicamente, pasarán a manifestarse sobre ellos. Buscando problematizar la manera en que son construidos los sentidos de la violencia, examinaremos algunas formaciones discursivas: lugares iniciales de producción de discurso en los cuales ciertas representaciones se tornan instituyentes de un imaginario social. Son prácticas discursivas productoras de sentido y de ordenamiento, de afirmación de distancias, de divisiones, de orientación a la acción y la reflexión de los agentes sociales. Se trata de un movimiento discursivo que busca volver inteligibles los actos de violencia, articulando explicaciones e interpretaciones. Así la emergencia de actos o fenómenos entendidos como violentos moviliza a actores sociales, sea para encuadrarlos discursivamente o para evaluarlos a partir de nuevas interpretaciones capaces de dar cuenta de la complejidad del fenómeno. Así, lo que se produce sobre la violencia son representaciones múltiples, discursos polifónicos, a veces contradictorios, pero coherentes con requisitos institucionales diversos. Para una breve categorización podemos indicar cinco formaciones discursivas actuales, matrices a partir de las cuales se engendran explicaciones y sentidos referentes a la violencia. La matriz privilegiada es la de los medios, y su modo propio de hablar y de representar la violencia, espectacularizándola a partir de una lógica de la visibilidad, del sensacionalismo, de la fascinación y de la banalización. En este proceso, los medios además de encuadrar la violencia según sus propios requisitos y de acuerdo con sus necesidades de rutina productiva, la ofrecen a la visión, al conocimiento y al juicio de otros sujetos sociales. Así, los medios tienen un papel importante en relación a esta producción de sentidos ejercida sobre la violencia, pues al ofrecerla a la exhibición pública convocan a los demás actores a pronunciarse y a establecer sus juicios de valor sobre ella y a construir una opinión colectiva, un cierto consenso social que puede llevar a manifestaciones sociales y políticas. En ese sentido, los medios se colocan como dispositivo que pauta la violencia en la agenda diaria de la constitución de los discursos y/o de los sujetos sociales. Así, hay inicialmente dos sentidos inmediatos construidos a partir de las imágenes de la violencia. El que le es dado por los
actores-practicantes directamente envueltos en ella, y uno segundo, dado por los medios, cuando el fenómeno es reportado por ellos para un público más amplio. Es a partir de esta resonancia pública adquirida con la cobertura de los medios que son alimentados los discursos y las prácticas de otros actores situados en el amplio espectro social. Las imágenes de la paliza al motorista negro Rodney King, ocurrida en Los Angeles, a manos de policías blancos, ampliamente mostrada por la televisión, y los posteriores conflictos violentos de protesta realizados por la comunidad negra, tal vez sean el ejemplo contemporáneo más explícito de esta cadena de interaccciones entre el fenómeno violento, la vehiculación por los medios y las manifestaciones consecuentes, y en este caso específico, generando más violencia. En este sentido, la vehiculación de los fenómenos por los medios gana importancia porque hechos aparentemente aislados, al obtener resonancia, fundan otras prácticas y políticas que los extrapolan, no sólo denunciando aquel conflicto inmediato, sino haciendo emerger toda la situación social que lo envuelve. A su vez tal situación pasa a ser enfocada a partir de la emergencia de un episodio particular de conflicto amplificado por los medios. En ese sentido, los medios son uno de los actores sociales con gran potencialidad para convocar a los demás actores a un posicionamiento -y lo hace con enorme potencial dramático12. La segunda importante matriz discursiva edificada a partir de la construcción de este imaginario sobre la violencia es aquella que inspira y orienta la elaboración de políticas públicas, más específicamente de políticas sociales las cuales engendran la organización legal y racional de la sociedad. En este campo, de interpretación más sociologizante, los discursos se bifurcan: de un lado surgen aquellos enfocados a las políticas asistenciales o del bienestar, que buscan identificar las condiciones de la génesis de los comportamientos violentos, así como sus consecuencias, con el objetivo de imposibilitar o interceptar su emergencia, amparar a sus víctimas, proteger individuos expuestos a ellos; de otro lado están los discursos dirigidos a las políticas de seguridad, que buscan justificaciones para legitimar la criminalidad, la prohibición o la punición de la práctica de actos violentos. Tales políticas están generalmente en el ámbito del Estado, encargado de mantener los principios de justicia social, de la ley y del orden. Un Estado que busca ampliar su legitimación al empeñarse en políticas sociales, y que frente a la violencia social adquiere legitimidad para ejercer sus políticas de seguridad. Relacionada a esta matriz, pero con peculiaridades propias, aparece una tercera, la del discurso político empresarial que afirma la necesidad de modernización económico-social y la adopción de una política de inversiones como modos de crear alternativas de trabajo y de vida y así minimizar la exclusión social, y consecuentemente, la violencia. Discurso orientado por la visión de la ciudad como lugar de consumo, de actividad comercial, de ocio, de turismo, atendiendo a los requisitos del mercado, y que intenta preservar sobre todo, la imagen de las ciudades aquí pensadas como polos de inversiones empresariales. Tal discurso se asocia en gran parte a las políticas del Estado -a veces intentando orientarlas a partir de una lógica propia, la del mercado. Aquí la violencia es principalmente vista como obstáculo a la expansión de la producción y circulación de los bienes y servicios que se realizan en el espacio urbano, de ahí la necesidad de desestimularla. El reciente episodio ocurrido en Rio de Janeiro de la grabación de un video-clip de Michael Jackson en el Morro Dona Marta explicitó ese discurso, sustentado en el empeño de preservar la imagen de la ciudad -esto implicaría no mostrar imágenes de favelas. La polémica fue destacada en la prensa nacional y se desarrolló entre representantes de pobladores del Morro, las autoridades públicas municipales, estatales y federales, y el equipo de filmación de Spike Lee, el director del video-clip que contó con el apoyo y seguridad de personas ligadas a los traficantes del Morro, con la declarada oposición de algunos políticos de la ciudad sintonizados con este sector empresarial13. En oposición directa, o de forma asociada con las tentativas legitimadoras del Estado, encontramos una cuarta matriz, que identifica en las manifestaciones de la violencia formas de explicitación de las injusticias sociales -de clase, de etnia, de género, etc.- y que claman por la igualdad y por el reconocimiento social y político de las diferencias, con el objetivo de edificar y/ o reforzar la ciudadanía y la democracia. Para esta matriz la conquista de tal igualdad y reconocimiento no se da solamente a través de los clásicos recursos viabilizados por las instituciones del Estado. Por eso emergen en el plano societario y político, nuevos agentes encargados de viabilizarlos. Los movimientos sociales y las Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) aparecen como los lugares plurales y privilegiados de la construcción de estos sujetos regidos, sobre todo, por la afirmación de las diferencias, por las luchas por la equidad social, y guiados generalmente por una visión asistencialista, romántica y/o religiosa. Tales sujetos tienen en común la aspiración a la igualdad y la creencia en las posibilidades de revitalización de los principios de solidaridad social, de recontrucción de procesos sociales desgarrados, y para el caso que nos interesa, la confianza en la virtualidad de una convivencia menos agresiva y violenta. Los sujetos que emergen en la Caminata por la Paz14, por ejemplo, son típicos de esta fuente discursiva que, además de fundarse en la esperanza de un porvenir, se anuncian como sujetos activos, afirmativos de su construcción. La quinta matriz, para identificarla de modo bastante genérico, se sitúa en la constatación crítica y pesimista de la falencia
del Estado, del fin de las utopías, del ocaso de las ideologías, y de un notorio sentimiento de deterioro de un orden normativo legal en un tiempo en que la historia parece haberse agotado. En estediscurso se explicita la visión de flaqueza de la experiencia colectiva de este fin de siglo para responder a sus fuerzas retrógradas. Al contrario de la matriz anterior, domina aquí la percepción de un mundo de implacable trayectoria, donde están cada vez más estancadas las posibilidades de las relaciones sociales solidarias, de la superación de los preconceptos y la expresión de las diferencias. Percepción sustentada por la constatación de la emergencia de los separatismos, de los fundamentalismos y de la purificación de las alteridades. Este discurso avala el nacimiento de sujetos sociales dispersos, desmovilizados para la acción, desencantados con el futuro, incrédulos respecto a una ética. Sujetos sin potencia política transformadora que se ven justificados y legitimados por esta visión esencialmente negativa de la condición humana contemporánea. La violencia y más aún, el aumento de los crímenes violentos también en países ricos, aparece para esta construcción discursiva, como elemento natural de este mundo de final de milenio, regido por intolerancias, por la existencia de desigualdades perennes y por luchas de poder insolusionablescuya superación no se alcanza a ver-, y como la principal fuente de los conflictos irresueltos que se expresan de modo errático, irracional, violento. La violencia indiscriminada pasa a ser apenas uno de los símbolos de esta experiencia de la contemporaneidad y no requiere necesariamente acciones que la cohiban porque se presenta como inexorable revelación de fuerzas más profundas que corroen antiguos órdenes. Aquí los individuos paralizados por un super-poder tecnocrático que gobierna sus vidas en todas sus dimensiones se vuelven espectadores de la violencia y sorprendidos, buscan refugio en los pequeños placeres egoístas y solitarios. En todas estas cinco matrices la violencia y sus imágenes son fuente de significaciones culturales, pretextos para sustentar visiones de mundo y prácticas sociales, traduciendo la fuerza de la producción de sentidos, la vitalidad de los discursos que, al inducir tales prácticas, ganan materialidad. Así engendran acciones, seducen y/o construyen sujetos, implementan y legitiman políticas. No sólo las irrupciones o manifestaciones de actos violentos se configuran como disputas. En el plano de las representaciones la producción discursiva sobre la violencia ocurre en un terreno de embates, de relaciones de poder, donde se lucha también por una hegemonía discursiva. Tales órdenes discursivos son relacionales y/o reactivos. Por eso la importancia de cada una de ellas oscila, la predominancia de una u otra acontece en el plano de las orientaciones y de las disputas políticas. LAS REPRESENTACIONES CONTRASTANTES DEL PAÍS La violencia que más incomoda y convoca acciones reactivas es aquella mostrada, que se hace visible a través de las imágenes que los medios tienen el poder de producir. La violencia que no se ve no conmueve y no reclama, necesariamente, acciones sobre ella. La existencia de niños de la calle, de presidiarios, de trabajadores sin tierra o sin techo que hacen parte del cotidiano del país -aparecen como numéricamente significativos en las ascépticas estadísticas de los llamados ‘problemas sociales’, y de forma dramática y conmovedora cuando algunos de esos individuos se envuelven o son envueltos en actos de violencia- más precisamente cuando tales actos son diseminados por las cámaras de los telenoticieros. La crueldad de las escenas de violencia a veces mostradas hasta la extenuación, además de conmover y de convocar una opinión pública, operan como fragmentos de imágenes de un cotidiano que compone un mosaico mayor de auto-imagen del país y de sus representaciones en el exterior. Imagen ésta que se quiere ver preservada para que se pueda ‘negociar’ mejor con las ventajas de las inversiones financieras. Al final, los acuerdos económicos y políticos de la globalización exigen socios sin problemas y la imagen de un país cumplidor de los derechos humanos exigidos por los organismos internacionales. O sea, lo que se requiere también en el plano del Estado es una imagen de no-violencia exigida al país para los contratos oficiales y de propaganda externa, que las imágenes de violencia contrarían15. Aunque el Estado brasileño a veces reconozca y sea sensible a la violencia practicada contra los pobres, de un modo general no ha sido capaz de castigar en forma adecuada las violaciones practicadas por sus agentes con su connivencia, lo que lo hace ilegítimo interna y externamente, en cuanto poder y en cuanto Estado que debe responder por la seguridad pública. Emerge aquí la oposición entre sectores democratizantes, nacionales e internacionales que aspiran construir, para el mundo, la imagen de un país partícipe de las conquistas civilizatorias. Tales sectores consiguen colocar en discusión, anunciar providencias y hasta editar leyes que buscan ampliar las garantías a los derechos humanos. No obstante, al mismo tiempo que se amplía el número de leyes e instituciones en pro de los derechos humanos -Código de Defensa del Consumidor,
Fiscalías de la Mujer, Estatutos del Niño y el Adolescente, para citar los más conocidos-, por otro lado, no sólo es mantenida, sino que se amplían los actos de violencia contra los pobres, los sospechosos, los marginales -cuyo mayor indicador de sospecha es el hecho de aparentar ser pobres- conducidos, principalmente por agentes policiales y por algunos sectores de la sociedad que practican y/o apoyan actos como los linchamientos y los llamados crímenes de pistoleros; enfrentamiento revelador de una actitud contradictoria y que se hace evidente, por ejemplo, en el reconocimiento que el Estado hace recientemente de su responsabilidad por los presos, muertos y desaparecidos en el período del Gobierno Militar, una forma de admitir -y de ‘autocastigar’- la violencia estatal practicada contra los presos políticos. VIOLENCIA, ALTERIDAD Y MEDIOS Se puede identificar también en la acción discursiva de los medios la elaboración de imágenes sobre el Otro, en un escenario que intenta producir imágenes positivas y normalizadoras del orden. El hecho cotidiano de que los medios presenten conflictos, tensiones y rupturas puede construir como contrapartida, la imagen de un supuesto tejido social cohesionado. Al exponer los desvíos del Otro, afirma los valores de la homogeneidad social y, por su reiteración constante, puede apagar los elementos desagregadores de aquello que es diferente, y por eso, cuestionador, como puede también crear una cierta insensibilidad social a los fenómenos de la violencia. Insensibilidad lograda a través del modo como son presentadas las imágenes del Otro, en el modo de construirlo en el imaginario social. En el Brasil, la transición de un régimen político autoritario hacia un Estado de derecho democrático no significó un cambio radical en los discursos sociales, cuyo autoritarismo aún aparece en muchas de las acciones institucionales, particularmente aquellas ligadas al aparato policial. La construcción demonizada del Otro que así puede justificar contra él actos de violencia bruta, han permanecido, aunque con nuevos personajes -antes los comunistas, nombre genérico del mal, ahora los pobres-negros-jóvenes o los trabajadores sin tierra- las imágenes más nítidas de este Otro descalificado y demonizado. Un Otro localizado y determinado de tal manera que puede servir para esconder las tensiones y fracturas de la desigualdad social. En la performance enunciativa de los medios hay un yo narrador implícito, que comunica a un tú un saber que tiene por objeto poner en escena un él -o ellos-, o sea, una tercera persona, anónima o famosa, figura individual o colectiva, construida como familiar o desconocida para el lector/receptor. Este tercer objeto del discurso (él/ellos) puede, por su lugar social e histórico, surgir marcado por una diferencia que tiene que ver con que no se puede integrar en una idea de norma social; y tal diferencia es actualizada por los relatos informativos de los medios. Ese Otro es presentado por los medios como una imagen símbolo de una diferencia que se quiere eliminar en pro de una visión de orden. El encuentro con ese Otro es solamente el consumo de su imagen -algo puesto para ver, para ser exhibido, por ser exótico, pintoresco, alienado, monstruoso, brutal o anómalo. Un Otro que habita las regiones de la marginalidad, de la enfermedad, de la pobreza y de la muerte. Uno nunca se encuentra con las figuras o la idea de la alteridad, sino por el contrario, un alejamiento. Para qué sirve este Otro (diferente) que escapa a las normas y las reglas de la sociedad? La mayor parte de las veces para reconstruir en negativo, a la inversa, los trazos constitutivos de una identidad social normatizada. Y este acto de exponer al Otro permite que sobre él se construyan juicios. La detención de un supuesto culpable pone en escena tanto la capacidad de represión del crimen -y la posibilidad de control de una sociedad dominada por la violencia y por las armas- como expande, sobre tipos iguales a él, estereotipos, preconceptos, irguiéndose más altas las barreras de una exclusión estructural y permanente. Asociados a la transgresión de la ley, se justifica más que la sanción, la expulsión de esos individuos del espacio social de la libertad y de la normalidad. Se repele así, por procedimientos de descalificación social, todo lo que no corresponde a la identidad. Se mutila a ese Otro de cualquier integridad, y se justifica la intervención de otros humanos sobre este cuerpo mutilado. Lo que los medios exponen en estas imágenes de la violencia es el desmantelamiento real de la tela de la sociabilidad. Desmantelamiento producido por esta emergencia de una violencia que ocurre en la realidad, se expande por el imaginario social a través de los medio y que instaura, sobre todo, e miedo al Otro. Una violencia difusa, molecular de la que no da cuenta ninguna Carta de Derechos Humanos como declaración universal de propósitos y que nos plantea un desafío de interpretación en relación a las nuevas reglas de sociabilidad que están siendo construidas, no aquellas de una sociabilidad que implique respeto mutuo, aceptación del Otro, principios fundadores de una vida efectivamente asociativa, sino reglas nuevas que toman la negación y el distanciamiento de las diferencias como principio. En ese sentido, los códigos de la
violencia abren perspectivas para indagar no sólo sobre los matices de la sociabilidad contemporánea, también permiten vislumbrar la posibilidad de una nueva definición de lo humano, en que el mal se vuelve una constante. (Texto publicado en la revista Comunicaçao & política vol. IV N° 3, de setiembre-diciembre 1997. Traducido del portugués por Ana María Cano Correa.)
NOTAS.1. La razón de la intensa cobertura de este episodio se debió sobre todo al hecho de que las personas involucradas en el crimen eran actores de televisión, y a las circunstancia inusitadas en que ocurre. 2. Particularmente el de Eduardo Gouveia, hijo del Presidente de la Federación de las Industrias de Rio de Janeiro. 3. Dice Melossi (El estado del control social. México: Siglo XXI, 1992): «Hay imágenes de control que tienen un desempeño no solo descriptivo, sino que también organizan la sociedad. El control de tal conjunto de imágenes es el control del mundo social -siempre y cuando se tenga presente que la creación de imágenes socialmente pertinentes es una operación compleja y restringida, que tiene lugar dentro de las fronteras de determinados escenarios de acción. En las sociedades democráticas contemporáneas el crecimiento del conjunto de imágenes constituye una parte integral de la realidad social, en lugar de ser una mera representación de ella». 4. Carlson, J. M. Crime show viewing by pre-adults, the impact on attitudes toward civil liberties. Communication Research, N° 10 (4). 5. Zillman, D.; Waschlag, J. Fears of victimization and the appeal of crime drama. In: Zillman, D.. Y Briant, J. (eds.). Selective exposure to communication. Hillsdale: J.J. Lawrence a Erlbaum, 1985. 6. Haney, C., Manzolati, J. Television criminology: network illusions of criminal justice realities. In: Aronson, E. (ed.) Reading about the social animal. San Francisco: Freeman, 1980. 7. Signorelli, N. Television’s mean and dangerous world. Cultivation analysis. Londres: Newbury Park, 1990. 8. Riches, David. The phenomenon of violence. In: Riches, D. (org.) Anthropology of Violence. 9. Este procedimiento puede ser bien comprendido cuando analizamos la estructura, por ejemplo, del programa O Grande Júri (El gran jurado), exhibido por la TV Manchete, que simula la realidad de un tribunal de justicia para juzgar algunas cuestiones polémicas (pena de muerte, eutanasia, aborto, unión civil entre homosexuales), donde están presentes un juez, abogados y promotores de causa, testigos de acusación y de defensa -todos reclutados generalmente entre especialistas (médicos, psicólogos, sociólogos, religiosos, juristas, invitados a evaluar la cuestión discutida a partir de sus propias ópticas discursivas). 10. Ericson, R. Mass Media, Crime, Law and Justice. An institutional approach. British Journal of Criminology v. 31 (3). 11. El caso de los linchamientos es el más evidente y ejemplar de esta relación entre los medios reportadores del hecho y los medios inductores del hecho. Entre el 79 y el 94 hubo más de 4001inchamientos en el Brasil, algunos con buen éxito, otros fallidos. La mayoría de ellos ocurrió en São Paulo, Rio de Janeiro y Bahia. En el caso de los linchamientos los sospechosos son acusados de crímenes violentos u horrendos (homicidio, estupro seguido de muerte, algunas veces de niños). Un linchamiento ocurre tanto cuando los acusados son encontrados in fraganti como si sólo son sospechosos. Si fueran negros y sus crímenes relacionados con la violencia sexual, están totalmente justificados. Reporteros de radio y de televisión divulgan ampliamente la captura de los sospechosos, revelan a la población el lugar donde están y los detalles del crimen. De este modo es convocada la acción de los pobladores que se sienten con derecho a actuar como linchadores. 12. La noción de agenda setting, que busca explicar cómo los medios tienen este poder de tematizar la realidad, está desarrollada en el libro de Mauro Wolf, Teorías de la Comunicación (Lisboa: Editorial Presenta, 1987, p. 128 y siguientes). 13. Durante la Operación Río, firmada por un convenio entre los gobiernos estatal y federal, los empresarios de turismo de Río de Janeiro temieron que tal acción militar en la ciudad alejase al turista extranjero durante la temporada de verano. El mayor temor de los empresarios fue que las imágenes de los tanques en las calles de Rio provocase en los extranjeros la idea de una guerra civil o un golpe militar. 14. La Caminata de la Paz fue un movimiento organizado por varios segmentos de la sociedad civil que movilizó a la ciudad de Rio de Janeiro contra la violencia. 15. Aunque esta investigación no se haya propuesto dar cuenta de este periodo, la posibilidad de que Rio de Janeiro fuera sede de las Olimpíadas en el año 2004 hizo aflorar de manera bastante nítida la cuestión de la violencia urbana, ahora vista como un fenómeno que puede haber sido uno de los motivos que impidió a la ciudad ganar la disputa.
BIBLIOGRAFÍA.CARLSON, J.M. Crime show viewing by pre-adults; the impact on attitudes toward civil liberties. Communicaton Research N° 10 (4). HANEY; Manzolati J. Television criminology: network illusions of criminal justice realities. In: Aronson, E. (ed.). Reading about the social animal. San Francisco: Freeman, 1980. MELOSSI, D. El estado del control social. México: Siglo XXI, 1992. RICHES, David. The phenomenon of violence. In: Riches, G. (org.). Anthropology oí Violence. Ericson, R. Mass Media, Crime, Law and Justice. An institutional approach. British Journal of Criminology, v. 31 (3). SIGNORELLI, N. Television’s mean and dangerous world. Cultivation analysis. Londres: Newbury Park, 1990. WOLF, Mauro. Teorias da Comunicação. Lisboa: Editorial Presenta, 1987. ZILLMAN, D.; Wakschlag, J. Fear of victimization and the appeal oí crime drama. In: Zillman, D. Y Briant, J. (eds.) Selective exposure to communications. Hillsdale: J.J. Lawrene Erlbaum, 1985.
SOBRE ÉTICA Y VIOLENCIA EN LA INFORMACIÓN Cristina Romo Para abordar este tema hemos de discurrir primero sobre el concepto de violencia, la violencia sobre la que se ocupan los medios de comunicación, la realidad que da lugar a esa característica muy propia de los tiempos que vivimos y la atención que los medios de comunicación social le prestan. Aristóteles distingue entre movimientos naturales y movimientos violentos. En los primeros, las cosas siguen la dirección natural o tienden a ocupar los lugares que les corresponden. En cambio en los movimientos violentos se trastoca la trayectoria natural. Los actos naturales, por más imponentes, extraordinarios y destructivos que sean, siguen su propia condición, devienen violentos cuando la mano del hombre modifica lo natural; por ejemplo cuando se cambia el cauce de un río, o cuando se destruyen casas y se pierden vidas a causa de un huracán no previsto, o cuando lo edificado estuvo mal hecho. Los actos violentos son ejecutados por seres humanos, tanto en sus relaciones interpersonales como -y sobre todo- en sus relaciones sociales. Dice el filósofo José Ferrater Mora que «desde el momento en que se constituye un Estado, con un aparato de gobierno, aparece el fenómeno de la violencia, ejercida por los que detentan el poder». En su utilísimo diccionario, Maria Moliner dice que el adjetivo VIOLENTO se aplica a cualquier cosa que se hace y ocurre con brusquedad o con extraordinaria fuerza o intensidad. Consiste, dice, en la utilización de la fuerza sin basarse en la ley o la justicia. Coincidiendo con Aristóteles, caracteriza a lo violento como lo realizado contra la tendencia natural de la cosa de que se trata. Con Ferrater, señala que la violencia es la manera de proceder, particularmente un gobierno en que se hace uso exclusivo o excesivo de la fuerza. Se puede hablar de clases de violencia: física, económica, ideológica, mental, intelectual, anímica, etcétera; de grados de violencia y de grados de justificación de la violencia. El mundo contemporáneo, el del final de siglo, difícilmente puede definir a la violencia como algo asible, unívoco, que se puede detectar con facilidad en su origen y en sus soluciones. La comunicóloga Rossana Reguillo explica: «en la complejidad de la modernidad, la interculturalidad, los procesos de desterritorialización económica, la velocidad con la que se desplazan bienes, informaciones y personas, el avance tecnológico, multiplican y diversifican las fuentes de peligro y amenaza; además, con la aparente conquista de la razón moderna, se pierden los espacios y las prácticas rituales para domesticar el caos (...) La violencia no es homogénea ni unívoca, sus escenarios son múltiples y es, desafortunadamente, ubicua». En consecuencia, con la diversidad de la violencia también los medios de comunicación la tratan de muy diversas maneras. Cada uno de ellos se ocupa de este fenómeno en forma diferente de acuerdo con la peculiaridades y el código propio, sus intencionalidades, sus destinatarios y la actitud que éstos tienen frente a cada uno de lo medios. El usuario es audiencia distinta ante la televisión, la radio o la prensa. Con la televisión el público suele ser un ente pasivo sentado (echado), que ve transitar ante sus ojos ficciones o aconteceres, con el objetivo, casi exclusivo, de terminar de distraerse y relajarse. Reconozco que esta percepción es una generalización, con los defectos e imprecisiones que tiene una afirmación de esta naturaleza, que no toma en cuenta a la audiencia infantil que tiene un acercamiento diferente ante el medio, ni las personas que tienen a la televisión como su único universo de significaciones. La infancia como público de la televisión es otra historia. Ante la radio el oyente suele estar activo; pero no como «oyente activo» sino que, usualmente se encuentra realizando otra actividad cuando escucha la radio, lo que le puede permitir estar alerta si se emite alguna información que le interese o lo impresione. No hay que olvidar que la función informativa de la radio en la última década se ha incrementado en forma sustancial y el público recurre a ella para estar enterado del acontecer. Por supuesto, frente a la prensa escrita el lector es un sujeto dispuesto, interesado, tanto así que ha hecho un acto de selección al escoger el periódico o la revista que mejor responda a sus intereses, necesidades informativas, modo de pensar, y etcétera.
Cuando se trata el tema de la violencia en los medios de comunicación hemos de diferenciar tres ámbitos. El primero es el de la violencia de ficción, es decir la que narra incidentes imaginados por un escritor que crea un hecho, en una situación supuesta, con personajes creados, en espacios irreales (aunque tengan elementos de la realidad) que suelen presentarse principalmente en la televisión y el cine. Otra es la violencia real; la transmisión o información de hechos delictivos que ocurren en una sociedad injusta, donde reina el autoritarismo, y el poder económico, social o político son ejercidos en forma impune. Este tipo de violencia, privada o pública, suele ser acontecer del cual se ocupan los medios que tienen como prioridad la información. Últimamente se han hecho populares en la televisión y en la radio, en los noticiarios o en programas policíacos o de nota roja, que eran materia de la prensa escrita. La tercera posibilidad es la violencia que los propios medios pueden generar, por su actitud prepotente, por la parcialidad al infomar, amariIlismos, escándalo ola conquista implacable del rating. LA VIOLENCIA DE FICCIÓN Principalmente la televisión es el blanco de las acusaciones que diversos sectores de la sociedad le hacen como causante de conductas antisociales en los televidentes, por la emisión de programas de entretenimiento, series filmadas, proyección de películas y también dibujos animados o caricaturas que hacen apología de la violencia. Se publican resultados de estudios estadísticos (a los doce años un niño norteamericano ha acumulado 13 mil 500 horas de televisión en las que habrá visto 101 mil episodios violentos, entre ellos 13 mil 400 muertes, dice uno de tantos informes); se elucubra sobre los efectos de situaciones contadas y medidas en campo; se llevan a cabo movimientos ciudadanos, o se crean asociaciones que resultan nuevas ligas de la decencia, encaminadas más bien a ejercer la censura y recolectar firmas de adhesión que a educar a la gente para convertirse en audiencias inteligentes, razonadas, con capacidad de opción y discernimiento. De la misma manera que se atribuye a la televisión la posibilidad de favorecer el aprendizaje de conductas antisociales se le puede asignar la posibilidad de enseñar conductas positivas, creativas, de convivencia social. Lo que sí es un hecho es que la televisión está dando lugar a generaciones de hombres y mujeres que no leen y que aprenden a partir de lo que ven en una pantalla. Este mes comenzó a circular el libro de Giovanni Sartori titulado Homo videns. La sociedad teledirigida, en el que demuestra que la televisión está produciendo una nueva metamorfosis (no es la primera) en los seres humanos: de «homo sapiens» a «homo videns». En realidad es la nueva forma de aprender que tendrán los hombres y las mujeres que habitarán el próximo siglo. LA VIOLENCIA REAL Esta violencia atraviesa los medios de comunicación electrónicos en los informativos de información general, y también a través de programas que tienen como materia prima los sucesos importantes (por eso Primer Impacto) en los que corre sangre, se evidencia la opresión al débil por parte del poderoso, se constata la violación de derechos y se presenta todo tipo de desgracias personales y sociales. Se asoma aquí una vieja discusión: ¿Es legítima la acción de informar sobre hechos violentos, sangrientos, criminales, cuando se está afectando el buen nombre de las víctimas, personas inocentes o implicados fortuitos? ¿Cuál es la intención o el propósito de informar acerca de la escalada de violencia, el incremento de hechos delictivos? ¿Denunciar? ¿Escandalizar? ¿Concienciar? ¿No estaría yo mejor ignorando todas esas cosas horribles que suceden de la puerta de mi casa para afuera? ¿Cuándo, cómo y por qué estos hechos pasan a ser de pertinencia e interés público? ¿Dónde está o qué marca la frontera entre lo privado y lo público? El tema de la violencia real nos remite, necesariamente, a discusiones no acabadas, sin cerrar, respecto a asuntos tales como el derecho a la información, la libertad de expresión, el mismo concepto de libertad, y, sobre todo, la espinosa cuestión de la ética. Debemos tener claras estas ideas para continuar una reflexión que, al parecer, no puede agotarse porque es difícil arribar a consensos; son muchos los elementos, las perspectivas personales y los intereses que hacen rica esa discusión. Comencemos por uno de los conceptos más difíciles: la libertad. Se trata de un «concepto inagotable, complejo, polisémico, permanentemente en mutación, que resulta imposible condensar en una fórmula rígida que a todos satisfaga» (José Luis Cea Egaña). Asociados al término libertad se encuentran igualdad, democracia, justicia y poder. Todos estos conceptos, por su ambivalencia o equivocidad, son reivindicados por personas de diversas tendencias que al confrontarlos resultan contradictorios.
La libertad es la facultad humana que nos permite disponer de nosotros mismos para elegir una línea propia de conducta, como consecuencia del ejercicio de la autonomía de la voluntad. Esa es la libertad individual y es la base de la libertad social que requiere de igualdad de oportunidades para todos. Una sociedad es libre si puede ejercer la libertad política, la libertad de pensamiento, la libertad de expresión. Si puede reclamar el derecho a la comunicación, a la información y si puede ejercer el derecho de réplica. El jurista chileno Cea Egaña completa esta idea cuando afirma que «una sociedad es libre cuando libres son los hombres de plantearse una y mil interpretaciones de los hechos que viven, una y mil teorías que expliquen, una y mil soluciones a los problemas que se derivan de los mismos hechos sociales concretos». La libertad de expresión es un derecho fundamental cuyo concepto amplio utilizan las personas desde su propia situación para defender posiciones que resultan estrictamente contradictorias a las posiciones que otras personas defienden. Con frecuencia el argumento de la libertad de expresión coarta ese derecho en los contrarios. La libertad de expresión es el derecho a emitir opiniones, proporcionar información, comunicar las ideas propias sin permiso, licencia o censura, sin ser molestado o limitado por la autoridad pública, con base en la libertad de pensamiento y de conciencia. En términos comunicativos, la libertad de expresión corresponde al emisor, quien expresa sus ideas y desea construir sentido con otros; para ello selecciona el medio, el espacio, el tiempo, el código que mejor se lo permitan, y el o los receptores o destinatarios con quienes puede establecer un diálogo. En este orden de ideas, el derecho a la información se plantea desde los receptores que quieren ser enterados y pueden solicitar, pedir, reclamar la información que otros poseen y ellos necesitan. Así las cosas, la libertad de expresión es un derecho individual que se ejerce también en sociedad, y el derecho a la información es una atribución comunitaria que se enmarca en relaciones sociales propicias para la convivencia humana. El derecho a la información es el derecho que tienen los ciudadanos a ser enterados de los actos de gobierno, de tener acceso a las fuentes y de recibir la información que permite la mejor convivencia humana y la construcción de una sociedad igualitaria y democrática. No ejercer el derecho a la información propicia el rumor, que no es otra cosa que «la información mal emitida, peor recibida, pésimamente interpretada, que corre de boca en boca sufriendo alteraciones incontrolables durante su circulación». Así como la libertad de expresión -decíamos- es básicamente un derecho individual para la manifestación de las ideas, el derecho a la información es también un derecho individual, pero sobre todo, un derecho social. Como lo es también el derecho de la comunicación, que, entre paréntesis, está siendo promovido a través de la «Carta de comunicación de los pueblos» para que se firme en la ONU como un derecho más, al celebrarse en octubre de este año el quincuagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En esa carta se afirma que la comunicación es fundamental para la vida de los individuos y sus comunidades y que toda persona tiene derecho a participar en la comunicación dentro de las sociedades y entre ellas en igualdad de condiciones. Lo que quiere decir que todas las mujeres y todos los hombres tengan la oportunidad de constituirse tanto en receptores como en emisores, derecho este último, que se ha reservado para unos cuantos detentadores de los instrumentos de comunicación social. Fin del paréntesis. LA VIOLENCIA QUE GENERAN LOS MISMOS MEDIOS Algunos medios de comunicación producen programas que trascienden el interés de la sociedad por estar informada de la realidad, y por ende, de la situación de la violencia, y llegan al escándalo o la imprudencia en sus emisiones. Más aún, tienen por objetivo alimentar el morbo popular, con lo que aumentarán sus audiencias o sus lectores. Tales son los casos de publicaciones como Alarma, las páginas de nota roja de algunos diarios, los reality shows en televisión o los programas policíacos en la radio que hacen descripciones detalladas de los hechos de sangre. Es el periodismo amarillista y sensacionalista que exagera y deforma las informaciones, exacerba los sentimientos, se regodea en la desgracia, se entromete en la privacidad y sobre todo, no aporta nada; bordea la legalidad escudándose en argumentos falaces y explota sólo el lado oscuro de la naturaleza humana, para obtener unas cuantas monedas. Escasea la reflexión sobre el sentido de la ética y el trabajo de los medios, ética del periodista y ética de su centro de trabajo. Entendida la ética como la forma coherente y permanente que tenemos los individuos y los grupos sociales de ser y de actuar en la convivencia con los demás, en relación con lo que es correcto y bueno para todos, sobre la base de valores compartidos y asumidos, en algunos casos constatamos que frecuentemente los periodistas y comunicadores de los medios no asumen su compromiso real con la gente, cuando no disciernen si lo que hacen, escriben o dicen sirve al ser humano y fundamenta la sana convivencia social. El profesor alemán Hermann Boventer, en su artículo «La impotencia de los medios de comunicación. Su capitulación frente a la realidad» establece que los periodistas moralmente responsables son los que comunican noticias ciertas, verda-
deras, en un marco de libertad servidora hacia los demás, por lo tanto «se trata de confiabilidad y exactitud en las investigaciones y en la observación, de fidelidad a la realidad, de un uso preciso del lenguaje y de una información, en lo posible, imparcial». Si la libertad de los medios debe ser «servidora» se exige que el periodismo -y toda la comunicación social- que se considere ético «ha de enlazarse con los principios de humanidad y democracia (partiendo) del supuesto que podemos vivir bien, actuar en forma justa y juzgar en forma razonable, (y agrega Boventer) que también lo deseamos como ciudadanas y ciudadanos». Para terminar quiero narrarles un hecho ocurrido, por desgracia, en la realidad y transmitido por la radio en el momento en que ocurría.En febrero de 1996 -todavía nos acordamos y lo lamentamos- una chica preparatoriana fue secuestrada a la salida de un prestigiado colegio de Guadalajara. Siguiendo las pistas, varias corporaciones policíacas encontraron la ubicación del lugar donde la tenían escondida. Desde afuera de la finca se entabló un diálogo entre un comandante de la policía y los secuestradores. Con el afán de resolver el asunto y salvar a la joven, se accedió a proporcionar un automóvil en el que saldrían los raptores y la secuestrada. Para entonces, reporteros de diversos medios presenciaban la negociación y una emisora de radio narraba al aire los hechos. El coche sale, seguido por diversos vehículos de la policía, en uno de los cuales viaja el procurador de justicia del Estado. Se inicia una persecución al más puro estilo hollywoodense, en un largo trayecto que culmina en una balacera, misma que no se sabe todavía quién ordenó por parte de la policía, en la que muere la chica y uno de los secuestradores. Mientras tanto la radio transmitía todo, sin información precisa de lo que ocurría, sin medir las consecuencias. En esa oportunidad escribí en un periódico local la siguiente reflexión: «La radio es instantánea, la radio es inmediata, pero de pronto estas dos características que son algunas de sus grandes ventajas revierten en su contra. A veces los acontecimientos se van sucediendo uno a uno sin mediar un lapso para que se asiente el anterior, y la radio debe cumplir su deber. Si bien es cierto que el reportero de cualquier medio tiene la obligación de buscar, reunir y trabajar la información, el reportero radiofónico tiene también la obligación de darla a conocer inmediatamente. Pero cómo, si no tiene suficiente tiempo para meditar sobre la pertinencia, la oportunidad o las consecuencias de su transmisión. Los acontecimientos en los que perdieron la vida una chica inocente y un presunto culpable abren perspectivas de discusión por diferentes frentes. Uno de ellos es la reflexión acerca de la incapacidad, prepotencia, falta de visión que mostraron las policías implicadas y el mal manejo de la operación. Otra área de debate es las derivaciones políticas y el manejo de los hechos por parte del gobierno del Estado. Una controversia más surge al considerar delito a toda negociación que se entable durante un secuestro; esto en algunos países se ha prestado a cosas peores. La discusión sobre la pertinencia de informar o no informar instantáneamente vuelve a surgir. Los medios impresos y aun la televisión tienen un tiempo para confirmar la información, sopesar consecuencias y tomar decisiones a la luz de una línea editorial. Pero el periodista radiofónico, que atestigua un hecho ¿debe transmitirlo como lo está viendo? y si no lo hace ¿estaría censurándose? Si el hecho que observa tiene implicaciones de éxito o de fracaso sobre una operación policíaca, de vida o muerte, de alarma social, de seguridad pública y además están comprometidas sus emociones, no tiene por qué transmitirlo. El derecho a la información no puede estar, en este caso, por encima de la integridad de una persona, que puede verse afectada por ejercer el primero. La característica de inmediatez y de oportunidad de la radio eleva la responsabilidad del medio. La transmisión de la negociación entre policías y secuestradores, de la persecución del automóvil en el que va la víctima del secuestro, de la ruta que va siguiendo, la balacera con la que culmina la carrera y el desconcierto y emociones de los testigos, entre ellos los propios reporteros, no debieron ser emitidos al aire sin una buena edición y una rápida reflexión para no afectar la integridad de la familia de los personajes, la alarma social y el propio éxito de la operación.» Hasta aquí lo escrito entonces. El informador radiofónico debe ser más cauteloso, más rápido al tomar sus decisiones por la inmediatez de su trabajo. Por lo tanto debe tener presente siempre a quién y cómo sirve su tarea. A la luz de estos hechos y otros similares nos queda en la agenda una serie de asignaturas pendientes. No se trata de decretar la desaparición de la violencia de los medios de comunicación. Lo que queremos es que desaparezca la violencia de la intimidad y de la sociedad. Lo que hace falta es saber cómo, cuándo, por qué, para qué informar de este tipo de hechos. Lo importante es que el comunicador público sepa en cada situación, con criterio, buen juicio y sentido ético, qué es lo pertinente. No se trata -y ojalá nadie lo intente- de redactar un recetario, un decálogo de normas, porque eso apesta a censura y se puede contagiar a otros ámbitos de la información noticiosa. No le temo a la información sobre violencia, ni siquiera a la ficción violenta que más fácilmente se podría suprimir. La sociedad debe estar enterada del estado
que guarda esta situación, de otra manera no podrá estar alerta y cautelosa. Le temo a la mala calidad de la información, a lo burdo, a lo grotesco, ya que, desgraciadamente, estas características suelen estar presentes. Le apuesto más bien a la discusión de los límites. A la pertinencia y oportunidad de esos contenidos informativos; a la actitud profesional, ética y servidora o servicial de los informadores, y sobre todo, a la educación de las audiencias para la recepción inteligente de los mensajes de los medios de comunicación. Nos hemos de constituir en públicos activos que hagan reclamos a los medios; que podamos discutir en la familia, en la escuela, en los grupos comunitarios, lo que recibimos por los medios. Insisto, en este tema hay asignaturas pendientes: * la frontera entre lo privado y lo público; * los límites y alcances de la información pública; * las medidas que debemos tomar para evitar la censura, que es siempre impuesta y carente de reflexión. En un periódico argentino leí hace poco este párrafo: «‘¡La violencia! ¡La violencia! No sé si es un tema de todos los tiempos. Lo que sí sé es que los violentos, por ser activos, sobresalen en la comunidad!» Y buena parte de ello se debe a la cobertura que reciben por parte de los medios de comunicación.
BIBLIOGRAFÍA BOVENTER, Hermann. «El poder de los medios de comunicación. Su capitulación ante la realidad», en Josef Theasing y Wilhelm Hofmeister, Medios de comunicación, democracia y poder, CIEDLA/ Konrad Adenauer-Stiftung, Buenos Aires, 1995. CADAVID, Amparo. «Para un estudio sobre los medios de comunicación y la violencia en Colombia», en Signo y Pensamiento n° 15/ segundo semestre 1989, Facultad de Comunicación Social de la Universidad Javeriana, Bogotá. CEA EGAÑA, José Luis. «Teoría de la libertad de expresión», en Tomás P. Mac Hale. Libertad de expresión, ética periodística y desinformación, Centro de estudios de la prensa, Universidad Católica de Chile, Santiago, 1988. FERRATER MORA, José. Diccionario de Filosofía, Alianza Editorial, Madrid, 1979. FRAÇA-TARRAGO, S.J., Omar. «Pensar la comunicación en perspectiva ética», en Prisma nº 2/1994, Universidad Católica del Uruguay. LINN, Tomás. «Consideraciones sobre la práctica profesional de los periodistas», en Prisma, op.cit. REGUILLO, Rossana. «Ensayo(s) sobre la(s) violencia(s): breve agenda para la discusión», en Signo y pensamiento nº 29/segundo semestre 1996, Facultad de Comunicación Social, Universidad Javeriana, Bogotá. SCHRANK, Jeffrey. Comprendiendo los medios masivos de comunicación, Publigrafics, México, 1989. SUNKEL, Guillermo. «Medios de comunicación y violencia en la transición chilena», en Contratexto nº 7, febrero 1994, Facultad de Ciencias de la Comunicación, Universidad de Lima, Lima.
SOCIEDAD, VIOLENCIA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN Friedrich Hagedorn Los posibles efectos de la violencia televisiva sobre las audiencias, las políticas de programación de las empresas mediáticas, el rol del Estado en torno al tema..., son asuntos que ante la visible escalada de violencia social -inédita en muchas de sus manifestaciones- han redoblado su vigencia en todo el mundo. Este número de Dia-logos de la Comunicación recoge diversas perspectivas latinoamericanas y un artículo de Ellen Wartella con una visión desde norteamérica, sobre el problema. Hemos considerado de sumo interés complementar nuestro tema central con el aporte de un experto europeo que investiga sobre el mismo tema en Alemania. Lo que sigue es un breve texto del profesor Friedrich Hagedorn y el extracto de una amplia entrevista realizada vía Internet por el Dr. Eduardo Rebollo desde Montevideo, Uruguay, al profesor Hagedorn, del lnstituto Adolf Grimme de Westfalia del Norte, Alemania. ¿Realmente existe en nuestra sociedad actual más violencia que en tiempos pasados, o es que uno se entera más de hechos violentos? La pregunta sobre si en la sociedad actual hay más violencia que en la pasada es muy difícil, incluso imposible de responder, en términos generales. Primero debería uno aclarar si «la» sociedad actual, es «la» sociedad universal. Pues ésta se compone de sociedades y culturas muy diferentes (que por otra parte, tienen diferentes conceptos y diferentes relaciones con la violencia). Así es que, seguramente en nuestro tiempo existen sociedades y regiones que están en gran medida marcadas por conflictos violentos -pero esto, más que menos, ha existido en todos los tiempos. En segundo lugar, tiene que ver con lo que nosotros entendemos por violencia, de lo que nosotros encontramos violento. ¿Se trata solamente de formas de violencia individuales e ilegítimas (y un poco en el sentido de criminalidad)? ¿Cuentan también las guerras, las guerras civiles y los conflictos étnicos, o se quiere incluir también las llamadas violencias estructurales (por ejemplo de tipo social, económico, político)? Justamente estos tipos de violencia no son posibles de cuantificar con datos empíricos y tampoco se los puede comparar con tiempos pasados (en los cuales no existía ni siquiera una estadística de criminalidad realista). Por lo tanto sólo se puede hacer comparaciones cuantitativas dentro de determinados lapsos de tiempo y/o entre sociedades que estén en condiciones comparables que tengan un concepto de violencia (o criminalidad) similar. Así es que, por ejemplo, en la historia de la República Federal de Alemania se ha dado en general, y con oscilaciones, un leve ascenso de los delitos criminales. De todos modos, en los últimos años es significativo el aumento de la disposición hacia la violencia en niños y jóvenes, y esto se relaciona a menudo con la violencia que se representa a través de los medios. Paso a referirme por lo menos rápidamente a la segunda parte de la pregunta: seguramente hoy nos enteramos de hechos violentos que suceden en todo el mundo, a través de la globalización de la comunicación de masas, siempre que estos sean adecuados y lo suficientemente espectaculares para que los medios masivos los tengan en cuenta. No obstante de este modo probablemente se hicieron transparentes los peligros potenciales y se redujeron las ideas amenazadoras (en parte imaginarias y difusas) ¿Existe una relación entre los hechos de violencia infantil conocidos mundialmente y el consumo de los medios masivos? Frente a estas nuevas formas de violencia social ¿se puede hablar de un efecto de los medios? Según un reciente estudio de carácter mundial1, realizada por encargo de la UNESCO, acerca de los niños y la violencia de los medios, hoy en día los niños viven realmente múltiples situaciones que ellos sienten amenazadoras. Casi la mitad de los niños consultados (más de 5,000 escolares en 23 países) son miedosos; un 47% preferiría vivir en otro país, y no pocos vivieron en su entorno más cercano hechos violentos mortales. Sobre todo en las situaciones de violencia social, étnica, económica y política, son los niños los que más sufren y esto marca su relación con la violencia y su comportamiento (el miedo, la disposición a la agresión). Justamente en estas situaciones de vida, sobre todo la televisión ofrece figuras conductoras a lo Rambo o A. Schwartzenegger, que permiten a muchos niños proyectar sus deseos y huir a mundos de fantasía. De acuerdo con el estudio de la UNESCO, la violencia como modelo impuesto y principio de éxito, es confirmada y revalorizada a través de esas orientaciones mediales. Según se puede concluir de investigaciones realizadas hasta el momento, por regla general esto no parece influir en niños que vienen de situaciones familiares y sociales ampliamente intactas y que han aprendido otras posibilidades de elaborar los conflictos. Pero también estos niños sienten fascinación por el «thrill» que les trae a la pantalla acción y violencia (un 88% de los niños en todo el mundo conocen «Terminator»).
En resumen, la violencia en televisión tiene por consiguiente, claros efectos fortalecedores de los sentimientos de amenaza y la disposición a la agresión de los niños que viven en situaciones problemáticas, que muchos niños los sienten, pero también cada vez más en las sociedades de bienestar. No obstante la violencia de los medios (exceptuando casos individuales) no puede verse como la razón principal para los actos violentos infantiles. Parece haber una contradicción entre el aparente rechazo del público a los contenidos violentos, por un lado, y el recurrir a la violencia en las producciones de televisión por el otro. ¿Dónde está el problema? ¿Hay una estética de la violencia que reacciona al gusto del público? Lo que en la pregunta se formula como una contradicción es para mí una relación complementaria. Justamente la «tabuización» social y la represión (necesaria) de inescrupulosas actuaciones de agresiones y fantasías de violencia llevan a la fascinación ante las representaciones de violencia mediales (esto vale de igual forma para la sexualidad). Así la discusión sobre la violencia es un tema central de los medios, desde que existen los medios de comunicación: desde los primeros dibujos de las cavernas al teatro antiguo, la crucifixión de Cristo, las pinturas medievales; desde las primeras novelas y periódicos hasta los medios electrónicos; hoy con Internet en la cima del desarrollo. Y también en las historias individuales se puede ver desde pequeños una gran atracción, hacia todas las representaciones de violencia. Toda esta atención que se le da a la violencia (por otra parte no sólo a la medial sino a la real: ejecuciones públicas, peleas de boxeo o accidentes de tránsito), está como quien dice «programada» en los hombres como un seguro de vida, o de sobrevivencia existencial. La cuestión es cómo se logra civilizar, social y personalmente, esta disposición de principio a la violencia. Y una «civilización» de la violencia no puede de ningún modo dejar afuera a los medios. Esto quiere decir que un orden social comprometido con la humanidad y con soluciones a conflictos no violentos, debe también aclarar/explicar en qué medida y con qué posibles consecuencias un sistema de medios, orientado solamente al negocio, debe en su programa/ oferta estético respetar o violar principios éticos y civiles fundamentales de una sociedad. ¿Qué mecanismos se deben utilizar para contrarrestar estas tendencias? Los canales de televisión que emiten programas violentos, ¿deben ser regulados? ¿Con qué criterios? ¿A través de una política de Estado? ¿A través de asociaciones de televidentes? ¿Dentro de cada familia? ¿Deberían fomentarse campañas de educación para el consumo de los medios? Esto no debe provocar ambiciones de regulación, o incluso de censura apresuradas (sobre todo porque en un sistema mediatizado cada vez más globalizado sería imposible ponerlas en práctica); ya que la libertad de prensa y de opinión es un derecho básico de las sociedades democráticas. Las regulaciones legales sirven entonces para sancionar los extremos (por ejemplo la producción y difusión de pornografía infantil) y para definir determinados marcos de condiciones de derecho radiofónico (por ejemplo: prohibición de programas que exaltan la violencia y menosprecian al ser humano, cumplimiento de leyes de protección al menor). Estas leyes nacionales a la larga sólo pueden ser efectivas cuando están asociadas a convenios internacionales. El mencionado estudio de la UNESCO señala sobre todo: - la discusión pública con políticos, productores de medios, pedagogos y los implicados (como asociaciones de consumidores de televisión) - autocontroles y asociaciones voluntarias («codes of conduct) en el ramo de los medios -actividades educativas para los medios Esto quiere decir que aquí no se trata de alternativas, sino de iniciativas complementarias y entrelazadas unas con otras, que además deben ser ampliadas a través de la formación y el perfeccionamiento de los periodistas, así como de aportes científicos complementarios. Las campañas de educación no deberían considerarse exitosas cuando solamente buscan una restricción del consumo de los medios basados en una tradición pedagógica conservadora. Deberían tender mucho más a promocionar ampliamente la competencia de los medios en una sociedad cada vez más mediatizada. Por último, todas las acciones que busquen la limitación de la violencia en televisión y sus efectos van a conseguir muy poco, si paralelamente no se esfuerzan decididamente por contrarrestar la violencia real y sus causas fundamentales. ¿Cómo se trata este problema en Alemania?
En la República Federal de Alemania existe un variado espectro de leyes, determinaciones, acuerdos y acciones para limitar las representaciones de la violencia a través de los medios y los potenciales efectos relacionados con ésta. En parte estos se basar en la constitución específica de Alemania (federalismo) y su ordenamiento radiofónico (sistema «dual» de derecho público y privado). A continuación un panorama de las medidas más importantes: a) Determinaciones legales: La Constitución garantiza la libertad de prensa y prohibe la censura. Igualmente garantiza la dignidad de los hombres y la protección del menor. Esto se concretiza a través de penas y otras leyes de tal modo que está prohibida la producción y divulgación de medios que exalten la violencia. También se crearán diferentes instituciones que controlarán aquellos medios escritos o audiovisuales que puedan poner en peligro al menor. b) Organos de control: Aquí hay que mencionar sobre todo, una organización creada por la industria del cine, llamada «Autoncontrol voluntario de películas». Esta se encarga de probar todas las películas que se exhiben en los cines alemanes o que se encuentran a disposición en las diferentes videotecas, a fin de determinar para qué franja etárea son adecuadas. De esto también depende a qué hora pueden exhibirse dichas películas en la televisión (por ejemplo, los filmes para mayores de 18 años recién luego de las 22 o 23 horas). Desde hace algunos años esta organización ha sido complementada por un órgano de control propio de las instituciones de televisión, «Autocontrol voluntario de televisión». Esta trabaja en todas las emisoras junto con encargados de la protección del menor, y prueba antes de la emisión si determinados filmes son objetables. Esto quiere decir, si deben pasarse a otra hora, deben cambiarse o no deben emitirse (en tres años se llegó a aproximadamente 850 películas). Por último, las instituciones de radiodifusión, públicas y privadas, son controladas por consejos de radiodifusión o comisiones, en los que están representados los grupos sociales más importantes. c) Acuerdos: Además de esto, hay acuerdos y convenios voluntarios entre productores de medios, asociaciones de periodistas, iglesias, sindicatos, organizaciones de protección de la infancia -entre otros- que buscan respetar determinados fundamentos éticos, especialmente en el campo de los programas para niños. Estos son más efectivos cuando han llegado a institucionalizarse en programas propios. Así, hace aproximadamente un año y medio en la televisión pública existe un canal de niños extraordinariamente exitoso que tiene el lema de «Gewaltfrei -frei ab drei» («Libre de violencia -libre desde las tres»). En otras palabras, poder ofrecer a los padres y a los niños programas responsables y cualitativamente beneficiosos es un componente esencial de todo acuerdo efectivo para limitar las presentaciones de violencia a través de los medios. d) Iniciativas: Por último, se debe hacer referencia a una serie de iniciativas y acciones que fueron creadas en parte por espectadores, pero también por periodistas comprometidos. Se han hecho campañas contra la violencia en los medios que han logrado mucha atención, entre otras cosas porque han puesto en la picota a firmas que insertan publicidad en los filmes de violencia. También han desafiado directamente a los responsables del programa, a que den su opinión públicamente. Hay una asociación de consumidores de medios que siempre llama la atención sobre hechos irregulares; hay interpelaciones políticas y comisiones para la responsabilidad pública de los medios. También existen iniciativas periodísticas contra la violencia en los medios, de las cuales han salido una serie de spots antiviolencia (ejemplos en el paquete de medios del Instituto Goethe2). En otra oportunidad podría tratar sobre programas y proyectos en el campo de la pedagogía de los medios, ya que una presentación de esta área de acción sin duda alguna llevaría mucho. En conclusión, quiero anotar que, a pesar de que todas estas medidas son importantes, también en Alemania tienen un efecto limitado. No pueden poner en duda por principio las reglas de un sistema medial orientado al éxito económico. Por otra parte, dicho sistema expresa en el contenido de sus programas tendencias generales y posiciones fundamentales en la sociedad, porque, precisamente los medios no son mejores que su sociedad. (Artículo y entrevista traducidos del alemán por María Ximena Bervejillo).
NOTAS.1. Joe Groebel. The UNESCO Global Study on Media Violence. En: Children and media violence. Yearbook from the UNESCO Clearinghouse on Children and Violence on the Screen, 1998. 2. Otros comentarios sobre los efectos potenciales y sobre las ideas populares de los efectos de la violencia en televisión se encuentran en el Broschüre del Instituto Goethe para el paquete de medios “Feria de crueldades”, Munich 1996.
TELEVISIÓN Y VIOLENCIA Este artículo presenta una reflexión sobre los programas televisivos emitidos en Uruguay cuyas tramas contienen alguna forma de violencia en su desarrollo. El planteo pone en relación a empresas mediáticas y sus políticas de programación, contextos de consumo y comportamiento de audiencias. Presenta finalmente puntos a debatir sobre posibles estrategias a seguir para potenciar la calidad del flujo televisivo. El análisis de las relaciones entre la violencia y la televisión tiene casi tantos años como la televisión perc ha cobrado enorme vigencia y tiene al menos tres justificaciones en el Uruguay de hoy: -la irrupción de nuevos tipos de actos violentos que crecer en número y «creatividad» y que son protagonizados por actores cada vez más jóvenes; - el alto rating del snuff movie género audiovisual que se erige como expresión paradigmática de «lo medial violento» superador del reality show; - la creciente atribución de responsabilidades de que es objeto la televisión por parte de diversos sectores de la sociedad, y finalmente, - el desconcierto generalizado para analizar este asunto tanto por el Estado, los políticos, la academia, como por la sociedad civil. TELEVISIÓN & VIOLENCIA Apuntes para el debate a partir de un diagnóstico de situación: «...la tele enseña a matar», «se dan como en la tele», «... cuando no había tanta televisión había menos vandalismo...» Son estos algunos lugares comunes cuando se intenta explicar un clima que, según se escucha cada vez más, se ha vuelto característico de nuestra época. Así, las complejas relaciones entre televisión y violencia aparecen como una dupla con que cualquier ciudadano interpreta de forma reduccionista y en términos de causas y efectos, males de una sociedad cuya hostilidad está presuntamente en alza1. Los propios medios son vehículos habituales de tales conclusiones relacionales. Prácticamente el cien por cien de lo publicado en diarios y revistas o tratado en radio y televisión sobre la violencia durante 1997 en Uruguay, hizo alguna referencia a los posibles efectos de la televisión respecto a la violencia en la sociedad. Televisión y violencia social en general aparecerán una y otra vez en esta nota, pero queremos hacer constar nuestra preocupación particular por los hechos en que los niños aparecen en estosea como víctimas o como victimarios. Strictu sensu no hay datos para cuantificar el supuesto aumento de conductas violentas de hoy respecto al pasado. Por un lado, no hay categorías analíticas estables2 ni investigación acumulada, por otro, es seguro que hoy existen mecanismos y oportunidades que permiten que salgan a la superficie un número mayor de hechos. Pero aun cuando tuviéramos datos históricos y constatáramos aumentos en los comportamientos violentos, estaríamos enfrentados al mismo problema de establecer determinismos relacionales. Una comparación de variables de estudios empíricos diversos como los hay, tampoco sería garantía para evitar las actuales tautologías populares. Nos vamos a guiar por las cifras que indican que al menos en estos últimos cinco años el número de denuncias de hechos violentos ha experimentado aumento considerable3 y en las informaciones que cada vez con mayor frecuencia difunden hechos vandálicos en los que aparecen implicados niños cada vez de menos edad. Pero además, es fácilmente constatable que han aparecido nuevos tipos de actos violentos y que como preocupación, como asunto de actualidad, la violencia/lo violento, es tema que atraviesa el debate público buscando explicación y remedio. Así, como estudiosos de la comunicación nos encontramos ante un escenario de alta sensibilidad por un espacio en que violencia real y violencia catódica se asemejan a tal punto que nos resulta difícil descartar, al menos como hipótesis, que las acciones violentas -reales y virtuales- se fabrican con los mismos moldes. Vamos a intentar, entonces, analizar desde dónde y a partir de qué opina la gente, repasando brevemente el protagonismo de la violencia en la televisión.
La banalización de la violencia El objetivo primero de toda empresa mediática es captar, mantener y, en lo posible, incrementar sus públicos. El desarrollo de tecnologías de la comunicación, los satélites, los cableados cada vez más extendidos... multiplican una oferta cuyos límites son difíciles de predecir. Públicos sobreofrecidos, cada vez más caprichosos y exigentes hacen más compleja la carrera de las empresas por un punto de rating. Una lucha que se ha vuelto obsesiva en términos de estrategias de competencia y en ello -por algo que no trataremos aquí- se sabe que la violencia «vende». Todo parece valer. No hay «propuestas indecentes» si son capaces de elevar puntajes. Últimamente han aparecido los snuff movies, a los que se clasifica como blandos o duros. Los primeros corresponden a la tendencia informativa que muestra de forma exacerbada la sangre y desgracia reales en telediarios y reportajes y los duros que son, ni más ni menos, secuestros, violaciones y asesinatos reales también, pero filmados para ser comercializados en circuitos por ahora- clandestinos. Estimaremos las estrategias que apelan a la irracionalidad más ruda para la captación de audiencias, pero nuestro propósito es sólo indagar en las posibles relaciones entre los fluidos de las pantallas chicas y los actos de violencia real. Con sus frecuentes tramas argumentales la televisión ha hecho de la violencia algo habitual, sin consecuencias dolorosas, (la mayoría de los muertos ni siquiera tien velorio ni entierro) ..., y así ha integrado a nuestro entorno cotidiano. ¿Es posible que esa cotidianidad alimente en parte la impronta exterminadora de las «barras bravas» en los estadios de fútbol, la agresividad de los conductores, el vandalismo en las discotecas, el ánimo aniquilador de algunas peleas en las escuelas y hasta los sueños de los niños?... Es lícito al menos suponer que la banalización de la violencia puede volver insensibles a sus recursos, al tiempo que está haciendo cada vez más familiar un mundo que en la realidad no necesariamente se estructura sobre fobias y golpes. Estadísticas Valerse puramente de las cuantificaciones en los análisis comunicativos encierra riesgos importantes. Conduce con frecuencia a conclusiones equivocadas por exactas que sean. Son útiles sin embargo para describir escenarios sobre los cuales reflexionar. Una serie de números van a permitir aquí determinar de qué hablamos cuando nos referimos a violencia y televisión en el Uruguay. Tomaremos de partida entonces, distintos datos ‘exactos’. La primera cifra de interés es que en el 98% de los hogares uruguayos hay al menos un televisor, la segunda, es que el consumo de televisión promedio entre niños y jóvenes en nuestro país ronda las tres horas diarias3; el tercer dato significativo es que antes de cumplir los dos años, un niño es capaz de distinguir preferencias por un determinado programa y por tanto convertirse en «cliente» de un espacio de televisión5. Si se toma el dato del tiempo de consumo en proyección se obtiene que la permanencia media de un niño ante el televisor es de unas 1,100 horas al año. Como información complementaria tenemos que el tiempo de permanencia en un aula de la escuela pública de un niño uruguayo es de aproximadamente 700 horas. Al llegar a los doce años y tener concluido su ciclo primario de formación, habrá visto entonces alrededor de once mil horas de televisión, mientras que en la escuela habrá estado unas cinco mil horas, más o menos. Esta comparación cuantitativa no presupone ni otorga un potencial pedagógico a la televisión equiparable al de la escuela. La calidad de las horas no habrá sido la misma y las condiciones, actitudes y predisposiciones para el aprendizaje habrán sido otras. Sin embargo, ello no obsta para afirmar que la televisión sea el medio a través del cual los niños reciben la mayor cantidad de información sobre su entorno6 y que a través de la misma «los niños logran un conocimiento sobre aspectos del mundo con el que no tienen un contacto directo» (Halloran, 1974). Pero no se trata de sustitución o yuxtaposición y complementariedad cognoscitiva7. Interesa ahora imaginar un par de ejes de abscisas y coordenadas para cruzar los datos anteriores con perspectivas de otro estudio. Una investigación -también de corte cuantitativo- revela que en los programas infantiles se emiten un promedio de veinte escenas de violencia cada hora8. Si concordamos esos datos con los porcentajes apuntados arriba tenemos que, en un año, un niño ve a través de la pantalla
chica más de veinte mil (21,840) escenas violentas. Esto es, más de doscientos milhechos irascibles al acabar el periodo de escolarización primaria ... mucho más de lo que vio el más experimentado guerrero de toda la historia. Un último dato cuantitativo que interesa señalar está referido a que, a pesar del peso específico de la televisión en la vida de los niños y jóvenes, más del 70% de ellos declara no haber tratado ni curricular ni sistemáticamente el tema en su centro de formación escolar9. Hasta aquí cifras. Ahora es necesario preguntarse ¿qué ocurre, cómo actúa aquella experiencia en las formas de pensar, sentir y actuar de cualquier muchacho? Lo primero a señalar es que la influencia de la exposición a los medios no tiene en todos idéntica repercusión. Cualquier efecto varía según las condiciones y ámbitos de recepción, cambia según las personas, las culturas, de un barrio a otro, etc. La televisión se ve desde un contexto que actúa sobre las maneras de percibir, de generar emoción, de sentir, de creer... lo cual produce diferentes impactos. Acaso los efectos deben relacionarse siempre a factores sociales, culturales, políticos y económicos particulares. Hay circunstancias en que el ambiente es más propicio que otro para que la violencia pueda ser vista, por ejemplo, como un mecanismo válido para la resolución de conflictos o logro de objetivos. Hay variables múltiples que inciden en eso: hogares con necesidades básicas insatisfechas; según las segmentaciones etáreas; según la solidez de los sistemas de valores, etc. En un proceso comunicativo mediatizado por la televisión, la diversidad de códigos, la verosimilitud de las representaciones, la apelación a las emociones más que a las lógicas... favorecen la confusión de fronteras entre textos y contextos. El inconveniente de eso es que se conoce el mundo a través de realidades construidas, de tercera mano, pero se actúa sobre el mundo de los hechos, donde los simulacros cobran vida. Entonces ¿cómo opera la virtualidad de la pantalla en el mundo no virtual? si se consume tanta violencia ¿qué consecuencias son posibles? Las teorías de los efectos Existe un debate consuetudinario en torno a los efectos de los medios en relación a la violencia. Hay quienes defienden su inocuidad sobre actitudes u opiniones, e incluso encuentran resultados terapéuticos en el visionado de violencia, y quienes por un amplio espectro de razones hablan de sus «probados» perjuicios. Buena parte del primer grupo de teóricos suscribe en líneas generales la perspectiva que da cuerpo a la teoría de la catarsis. El núcleo de estos postulados radica en la idea de que las personas generan y acumulan en su vida cotidiana diversas frustraciones que, por mecanismos indirectos, se transforman en conductas violentas. Así, mediante un proceso de participación por delegación en la agresividad de otros, la catarsis operaría como mecanismo de alivio de aquellas frustraciones. De esta manera las «tendencias belicosas» de cualquier individuo se verían aplacadas o neutralizadas por mecanismos psicológicos y sociales en una experiencia de proyección o delegación. El visionado de violencia según esta corrientetraería aparejada una disminución o anulación de la necesidad de incurrir en acciones violentas. De ahí su acción terapéutica. En la acera de enfrente se sitúan quienes piensan que el visionado de violencia tiende a generar conductas violentas. Aquí hay matices Se ha afirmado -DeFleur y Ball-Rokeach10, entre una gran diversidad de autores- que la exposición a la violencia aumenta la susceptibilidad de la gente para la excitación fisiológica y emocional, y ello incrementa la posibilidad de efectuar acciones agresivas en lo que se conoce como teoría de los efectos de estímulo. Por otro lado se ha hecho hincapié en los efectos cognitivos de los medios, (Saperas, 1987). Esto es, que las personas aprenden -entre otras cosas- conductas violentas, no sólo por las formas concretas en que la violencia es percibida, reconocida e integrada, sino por la identificación con los protagonistas violentos que actúan como modelo para un buen porcentaje de espectadores. Otro supuesto, el de la teoría del refuerzo, sostiene que el visionado de violencia da vigor a pautas de conducta violenta que los espectadores ya poseen al exponerse a los medios. Así, estos últimos no aumentarían las cotas de agresividad de los espectadores sino que las validaría en el caso de que existieran y acaso, excepcionalmente, apoyaría las actitudes violentas en aquellos individuos faltos de estabilidad personal y social, fundamentalmente niños y adolescentes.
Existe también la llamada teoría del cultivo, cuya idea central es que el universo simbólico de los mass media cultiva las concepciones que sobre la realidad poseen las audiencias. En la perspectiva de esta tesis está encerrada la idea de que la televisión, más que una «ventana al mundo» o un «espejo de la realidad», constituye un elemento de primer orden en la construcción de la realidad. Más que espectadores violentos, se estarían generando espectadores con determinado tipo de emociones -miedos, ansiedades..- que confundirán el mundo real con el simbólico representado por los medios de comunicación. Así, tenderán a confundir el espacio de lo vivo con el de los escenarios ficcionales. Este sumario breve nos sitúa fundamentalmente ante dos posiciones marco que, como señalo más arriba, se han enfrentado en un debate ya clásico. Una única afirmación válida sobre los efectos es que deberían atenuarse las expectativas concluyentes y ponderarse mucho más el terreno de las hipótesis. Además, las distintas perspectivas no son excluyentes y pueden aparecer mezcladas y en todos los casos es preciso tener presente-como anotamos al principio- las condiciones particulares de cada contexto desde donde se decodifican los textos. Las sociedades, los grupos humanos, tienen sus sistemas de valores y creencias con los que construyen sus propias realidades, desde donde observan el mundo. No existe un mundo objetivo desde donde generalizar, existe más bien un «complejo de significados subjetivos» como proponen Berger y Luckmann, mediante el cual se realizan interpretaciones (Berger y Luckman, 1994). Así, los resultados terminantes, categóricos o irrebatibles de efectos tanto cognitivos, como emotivos o conductuales -por las dificultades que encierran- son aún y lo serán por mucho tiempo, una asignatura pendiente de las ciencias sociales. Sin embargo, lo probado permite conclusiones que son per se suficientes como para generar preocupación: con la exposición a productos televisivos y como consecuencia de un visionado sostenido se generan efectos cognitivos; con un impacto emotivo del tipo que produce la televisión se pueden producir percepciones del entorno que pueden diferir del real y que ello, a su vez, posibilita conductas aberrantes; dichas conductas pueden emerger en cualquier momento, ante cualquier situación, aunque racionalmente se expresen opiniones contrarias. Así, la televisión, puede ser fuente (no necesariamente ni suficiente pero coadyuvante) para lograr comportamientos, enseñar valores y formar o reforzar mitos y estereotipos negativos. De allí que muchas conductas violentas pueden ser aprendidas a través de la televisión. Entonces, a juzgar por el contenido de la programación y considerando particularmente lo que ven los niños, estamos ante una dificultad seria a solucionar. ¿Desde dónde pensar el problema? Nos situamos de partida ante una ecuación que interrelaciona políticas comunicacionales, empresas productoras, empresas emisoras y públicos. Allí se entrecruzan intereses del más variopinto espectro cuya complejidad impide pensar en resultados exhaustivos, mucho menos inmediatos. ¿Es un problema político? ¿cultural?, ¿a quién compete? Por otro lado, ¿es un problema de cada país? En fin, las interrogantes pueden prolongarse ad infinitum. Es preciso situarse ante nuestro escenario finisecular con su complejo y exhaustivo proceso de transformaciones. Cualquier discurso que intente mínimas pinceladas sobre el momento actual aparecerá teñido por una idea dominante: la globalización. Esta implica todos los ámbitos, incluido el de la comunicación. La globalización genera una lógica que parece si no querer aniquilar, al menos disminuir cualquier posibilidad de determinación autonómica, en claves de predominio de una dimensión económica transnacional. Sin embargo hay otros discursos: el de quienes sostienen que se puede y se debe ser impermeable al proceso anterior y propugnan paradigmas anti-globales, basándose en enfoques fuertemente ideologizados que otorgan a lo local todos los atributos positivos amenazados por la globalización. Una tercera vía para situarse ante el problema planteado, es la que articula las tensiones de la antinomia global-local expresándose en términos de oportunidades y desafíos al interior de una consideración compleja de la sociedad actual (Arocena, 1996). Toda respuesta al problema del estado actual de la emisión-recepción televisiva debe dar cuenta del escenario descrito. No es propósito de esta nota proponer alternativas, pero desde la responsabilidad que nos compete como teóricos de la comunicación, podemos quizá intentar simplificar algunos apuntes para el debate.
Hay medidas a tomar tanto a nivel privado como público. A pesar de que la televisión sea después del sueño la actividad que más tiempo recibe por parte de los niños (la sexta parte del total de sus horas libres) (Vilches, 1993), no es objeto de tratamiento sistemático. A nivel de lo privado, entendemos que es preciso proponer una pedagogía para el consumo de la televisión. Es necesario que se enseñe a ver la televisión11. Son auspiciosas las iniciativas de algunas escuelas en las que el tema como fenómeno de nuestra cultura- se ha incorporado en sus estructuras curriculares. A nivel de estrategias sociales más amplias la cuestión es más compleja. ¿Cómo hacer para que la televisión mengüe su contenido de violencia? Lo primero es evitar el irracional simplismo de la censura. Pero más allá de ese dilate, no ausente del discurso de algún jurista sensibilizado en el asunto ¿sería posible pensar en políticas restrictivas en las estaciones emisoras nacionales bajo un espacio cada vez más satelizado? De suyo el asunto es supranacional, pero primero depende de cada país. Políticas nacionales articuladas con una política global. Toda propuesta propenderá mecanismos de regulación que tengan origen en las propias fuentes emisoras y no intentar limitar el derecho de los ciudadanos a elegir lo que quieran ver. Existe la tecnología necesaria de uso discrecional que permite bloquear horarios, canales, programas, etc. La injerencia de una política pública podría buscar subvencionar o facilitar la difusión de ese tipo de tecnología. Por otro lado, apoyar la producción de programas alternativos. Las ideas aquí son, con lo primero posibilitar la selección de lo que cada uno crea oportuno y con lo segundo, intentar que con productos de buena factura, el público acabe modificando sus actitudes de consumo. Hoy que el Estado deja su antigua omnipresencia, que privatiza parte de sus servicios tradicionales, y que existe un proceso creciente de protagonismo de la sociedad civil organizada, es posible pensar en una asociación de consumidores de medios que articule con el Estado acciones de interés recíproco. De esa forma Estado y sociedad civil compartirían el desafío de desarrollar la conciencia de que en la televisión, como en cualquier otro servicio público, los ciudadanos tienen derecho a incidir para lograr su excelencia. Resta agregar la visión de los psicólogos que afirman que la televisión propende al aislamiento de las personas, que genera actitudes individualistas, que quita espacio a la lectura u otras formas de recreación o entretenimiento y que distorsiona las relaciones familiares..., entonces el dibujo que se hace de un precioso medio parece definitivamente oscuro. 1. Nos centraremos en este artículo en los tipos de violencia de corte microsocial, individual o grupal, dejando de lado lo que tiene lugar en escalas mayores como las luchas étnicas, identitarias, las guerras modernas y demás fenómenos colectivos. Así, nos referiremos más a hechos de violencia no instrumental, gratuita y sin motivos aparentes, que invade nuestra cotidianidad: violencia familiar, a los nuevos tipos delictivos, actos violentos infantiles, a lo que ocurre en los estadios de fútbol, en el tránsito, en las discotecas, etc. y no a asuntos vinculados con fenómenos sociopolíticos o ideológicos, aunque presenten pautas de acción inéditas, dignos de estudios particulares. 2. Acaso hay una gran diversidad de estudios que han abordado el tema desde perspectivas múltiples, y ello ha impedido una acumulación lógica que permita hoy análisis comparativos coherentes. Cincuenta años de historia no han permitido consolidar una teoría madura desde la cual poder obtener conclusiones contundentes. 3. Según estadísticas hechas públicas por el Ministerio de Interior uruguayo en abril de 1998. 4. Según datos de Equipos Consultores de 1996. 5. Neil Postman, La desaparición de la infancia, Barcelona, 1995. 6. Y ello no involucra únicamente a la violencia, refiere a asuntos tan variados como la forma en que, por ejemplo, se muestran los roles de la mujer, los valores éticos que aparecen muchas veces solapados en los filmes, los roles de las minorías, el papel de las culturas no occidentales, el desempeño de los latinos en las series norteamericanas... 7. Hace cien años los niños se formaban fundamentalmente en el seno de las familias, hace cincuenta, sin duda era la escuela la que jugaba en ello un papel central, hoy son los medios quienes posibilitan el mayor caudal de información a las nuevas generaciones. 8. Según investigación realizada en las universidades de Quilmes y Belgrano de la ciudad de Buenos Aires, sobre una programación similar a la emitida por la televisión uruguaya. El estudio discriminó cuatro categorías de escenas violentas: «mayor», violencia física seguida de muerte o hechos de sangre; «media», actos violentos sin muerte; «menor», peleas, empujones, cachetadas y patadas; y una cuarta categoría que incluía agresividad verbal sin violencia física. El análisis se realizó sobre 534 emisiones correspondientes a 47 programas de televisión abierta y de cable, entre abril y setiembre de 1994. Revista La Maga, nº 192, setiembre de 1995. 9. Datos de encuesta publicada en el suplemento D+ del diario El País, Montevideo, nº 23, junio de 1995. 10. Estos autores plantean sintéticamente pero con precisión algunas de las teorías más conocidas en relación a los efectos de la violencia televisiva. Su esquema de resumen es válido para repasar aquí las referidas líneas teóricas. DeFleur y Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas. Paidós Comunicación, Barcelona 1982.
11. En el seminario «Medios de comunicación y prevención de violencia doméstica», llevado a cabo en mayo de 1997 en el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay se recomendaba entre otras cosas: «... en cada hogar pueden seleccionarse horarios; programas, aportarse, en clave lúdica, visiones críticas de los programas; ayudarse a deconstruir historias; intentar que se relaten verbalmente las historias consumidas, mostrar cómo los textos televisivos son construcciones y no realidades... A la vez, no debe perderse de vista que -aunque no siempre son las más cómodasexisten alternativas a la televisión para el entretenimiento infantil. BIBLIOGRAFÍA Arocena, J. Globalización, integración y desarrollo local. Universidad Católica del Uruguay-Claeh. Montevideo 1996. Halloran, J. Los efectos de la televisión. Ed. Nacional. Madrid, 1970. Vilches, L. La televisión. Los efectos del bien y del mal. Ed. Paidós Comunicación. Barcelona, 1993. Saperas, E. Los efectos cognitivos de la comunicación de masas. Ed. Ariel Comunicación. Barcelona, 1987. Berger, P. y Luckmann, T. La construcción de la realidad. Amorrortu editores. Buenos Aires 1994.
VIOLENCIA EN PANTALLA: TELEVISIÓN, JÓVENES Y VIOLENCIA EN COLOMBIA Jorge Bonilla / Omar Rincón
Este trabajo tiene como propósito presentar algunos de los resultados mas relevantes de una investigación exploratoria sobre el consumo y la recepción que jóvenes entre quince y veinte años de cuatro ciudades del país (Bogotá, Cali, Medellín y Barranquila) realizaron de la programación televisiva en Colombia durante los años 1996 y 1997. El objetivo central del estudio fue conocer las opiniones y percepciones de los jóvenes sobre las violencias que ven en la televisión y la relación que ellos establecieron con las violencias que vive el país. Para dicho cometido esta investigación pretendió no sólo describir las tendencias de recepción televisiva en los jóvenes, hombres y mujeres de las tres clases sociales, sino también reconstruir las formas en que ellos y ellas percibieron las violencias en la televisión. Para explorar la relación entre televisión, violencia y jóvenes en Colombia, a partir del consumo y la recepción, este estudio se basó en dos procesos metodológicos. Por un lado en el diseño y aplicación de una encuesta estructurada mediante la cual se indagó por: a) las tendencias de consumo televisivo en los jóvenes; b) las formas en que ellos perciben y comprenden las violencias televisivas; c) las opiniones que los jóvenes tienen de las violencias en la sociedad colombiana. Por otro lado, la investigación acudió a la realización de varios grupos de discusión, cuyo objetivo fue conversar con los jóvenes acerca de la televisión y de las formas como se perciben y tematizan en su vida cotidiana las violencias presentadas en la televisión. ¿Por qué desde el consumo y la recepción de la televisión? Porque los programas de televisión no actúan en el vacío social. La televisión propone formas de interpretar el mundo que las audiencias interpretan desde sus experiencias cotidianas y desde sus concepciones políticas y culturales. Por eso, el propósito de esta investigación fue averiguar qué percepciones tienen los jóvenes de la televisión y cómo usan sus contenidos en la vida diaria. Se intentó conocer los lugares sociales desde donde son «leídos» los mensajes de violencia, las complicidades y resistencias que allí entran en juego, las pautas culturales que permiten la identificación con los contenidos de violencia o que propician su rechazo, por ejemplo. En este estudio se comprendió a la televisión como una institución social y profesional que participa en las producciones de sentido de la sociedad y como un escenario de representación de las violencias que suceden en Colombia. De este modo, el trabajo consideró que hoy no podemos comprender la influencia que la televisión ejerce en las conductas y mapas mentales de los más jóvenes, si además noconocemos las demandas que ellos le hacen a la televisión y el papel que ésta desempeña en los procesos de recomposición de lo social en países con niveles de violencia homicida, miedos ciudadanos y vacíos institucionales tan marcados como Colombia. Pero además está investigación asumió que ser joven no sólo responde a parámetros biológicos sino a factores culturales que emanan de ser socializado con «nuevos» códigos, destrezas, lenguajes y formas de percibir, apreciar, clasificar y distinguir. En este contexto, el joven no se puede definir de una manera sino como una multiplicidad de formas de ser, actuar y participar en la sociedad. Ser joven es una condición que se articula social y culturalmente en función de la edad con: la generación a la que se pertenece, la clase social de origen, el género y las instituciones sociales (familia, escuela, partidos políticos, medios de comunicación). LOS JÓVENES, LA PANTALLA Y LA VIOLENCIA Algunos resultados de la investigación: 2.1 Tiempo libre, televisión y familia Ante la pregunta sobre «cuál era la principal actividad que los jóvenes realizan en su tiempo libre» se encontró que el 26.2% prefiere hacer deporte. Los jóvenes de las tres clases sociales coinciden en afirmar que su principal actividad en tiempo libre es hacer deporte y ejercicios. Esta actividad la prefieren el 21.5% de los jóvenes de clase alta, el 27.9% de los jóvenes de clase media y el 26.9% de los jóvenes de clase baja.
Sin embargo, a pesar de que el deporte es la principal actividad realizada en el tiempo libre por los jóvenes, sobre todo por los hombres, y que éstos también dicen salir a la calle con sus amigos, lo que caracteriza el tiempo libre de los jóvenes es el repliegue hacia lo domiciliario. Escuchar música (17.2%), ver televisión (17.2%), leer y/o estudiar (15.4%) y descansar (4.0%) son actividades que tienen su eje en el hogar. A este respecto hay que señalar que son los jóvenes de clase alta y clase media los que más preferencia muestran por vivir su tiempo libre en calidad de consumidores de productos culturales domiciliarios como la música, la televisión y la lectura. Los jóvenes ven televisión principalmente por distracción y entretención. El 46% de sus respuestas apuntan en este sentido. Así mismo, se encuentra que el 28.5 % de los jóvenes encuestados afirma ver televisión para informarse y actualizarse. Sin mayor explicación, el 28.2% de los jóvenes afirma que ven televisión porque no hay nada más que hacer. En su gran mayoría los jóvenes acostumbran ver televisión en compañía de su familia. Para los jóvenes de clase baja, por ejemplo, el porcentaje de ver televisión con la familia es del 72.6% frente a un 29.1% que respondió que acostumbra ver televisión sin compañía. Para los de clase media el porcentaje de ver televisión con la familia es del 68.8% frente al 38.6% que respondió que acostumbra ver televisión solo(a). Por su parte, los de clase alta manifestaron que ven televisión en compañía de su familia en un 51% frente a un 48.0% que respondió que lo hace solo(a). Para los jóvenes de clase alta ver televisión nacional representa el 36.3% de sus respuestas, mientras que la televisión por suscripción (31.9%) y la televisiónparabólica (31.9%) representan en conjunto el 63.8% de sus preferencias. Es decir, ven más televisión por estos dos sistemas que por el sistema nacional de televisión. La televisión regional es poco vista por el conjunto de los encuestados. Los jóvenes que más ven este tipo de televisión son los de clase baja. Aunque apenas el 10.3% de los jóvenes de clase baja ve televisión regional, ésta es la cifra mayor en comparación con las de las otras clases sociales. Así mismo, son los jóvenes caleños los que más televisión regional ven: 6.8% acostumbra hacerlo. Los jóvenes prefieren por un alto margen las películas: el 61.9% seleccionó a las películas como sus preferidas. En segundo lugar de preferencia aparecen los musicales con 42.5% de las respuestas. Los telenoticieros ocupan un tercer lugar de preferencia con un 34.8%. Aunque en el porcentaje global las telenovelas ocupan el quinto lugar de las preferencias televisivas de los jóvenes, con el 26.9%, son las mujeres quienes acostumbran ver más este tipo de programas. El 40.6% de ellas afirma ver telenovelas en comparación con el 13.0% de los hombres que lo hace. Entre las clases sociales, son los jóvenes de clase alta los que menos ven telenovelas (18.3%), en contraposición a los jóvenes de clase media que lo hacen en un 25.3% y los de clase baja que afirman ver este tipo de programas en un porcentaje del 36.1 %. Llama la atención que los programas de opinión se encuentren entre los menos vistos por las tres clases sociales. Así, para los jóvenes de clase alta, sus preferencias alcanzan el 16.1 % respecto a este tipo de programas. Para los jóvenes de clase media los espacios de opinión representan el 13.7% de sus preferencias y para los de clase baja el 10.1 %. Vale destacar que para los hombres los noticieros son considerados como programas que no se parecen a la/su vida cotidiana (éstos ocupan la octava opción dentro de las respuestas de los hombres). Sólo el 1.5% de los hombres afirma que en los contenidos de los noticieros existe alguna relación con la cotidianidad de ellos y/o de las personas. Las mujeres en cambio consideran a los noticieros como su segunda opción dentro de los programas que más parecido tienen con el diario vivir. El 16.3% de ellas está de acuerdo con esta afirmación. 2.2 Televisión y violencia Los jóvenes mencionaron 67 programas considerados como violentos. Entre estas menciones los noticieros obtuvieron el primer lugar con 12.9% menciones, le siguen las películas con 11.9% «Los Simpson» con 11.4% . «Los caballeros del zodíaco» con 8.5% y «El renegado» con 5.5%. En un segundo grupo tenemos a «Hombres de honor» con 3.5%, «Los power rangers» con 3.2%. «E1 correcaminos» obtuvo el 2.7% y «Fuego verde» el 2.5% de las menciones. Entre los 24 programas mencionados por los jóvenes de clase alta, el 18.3% de estos jóvenes considera que los noticieros son los programas más violentos de la televisión. Por su parte, los jóvenes de clase media mencionan 32 programas, de los cuales consideran como el más violento a la serie de dibujos animados «Los Simpson», con un 15.2% de sus respuestas. El 13.6% de estos jóvenes menciona a los noticieros y el 9.4% a «Los caballeros del zodíaco». Los jóvenes de clase baja
mencionan 36 programas de los cuales consideran como el programa más violento a las películas, con un 15.3% de sus respuestas. A éstas les siguen, conjuntamente, los noticieros (8.4%) y la serie «Los Simpson» (8.4%). El 24.9% de los jóvenes encuestados considera que la principal razón para catalogar a un programa como violento es la presentación de escenas de guerra o escenas fuertes de violencia. El 18.9% de los jóvenes indica que un programa es violento cuando expresa violencia juvenil o peleas entre pandillas. Para el 14.5% de los jóvenes encuestados la violencia de un programa de televisión se debe a que éste presenta violaciones contra los derechos humanos. Para el 14.3% de los jóvenes las razones están en que los programas de televisión presentan muchos asesinatos. La mayoría de los jóvenes afirma no saber o no recordar una escena de violencia que los haya impactado. Sin embargo, cuando señalan alguna escena violenta cabe destacar que la mayor parte de ellas se refiere a hechos de sangre; terrorismo y masacres (10.4%) mutilaciones de personas (7.5%), muertes provocadas (7.0%), escenas crueles de guerra (6.7%) y torturas (6.5%). Entre los jóvenes de clase alta, el 11.8% coincide en nombrar a las muertes provocadas como las escenas de violencia que mayor impacto les ha causado. El 9.7% señala a las muertes por incineración como las que más los ha impactado mientras que un 7.5% nombra a las escenas que muestran actos terroristas, masacres y mutilaciones. Entre los jóvenes de clase media el 13.0% afirma que las escenas que muestran actos terroristas y masacres son las que más los ha impactado, el 9.7% señala a las mutilaciones de seres humanos y el 5.7% nombra a las muertes por armas de fuego como las escenas de violencia con mayor impacto. Los jóvenes de clase baja, por su parte, señalan en un 10.9% que las escenas de violencia que más los ha impactado son las que contienen torturas contra seres humanos, el 8.4% afirma que las que muestran acciones terroristas y masacres, mientras que otro 8.4% señala a las escenas crueles de guerra como las que más impacto les ha causado. 2.3. Sociedad colombiana Los jóvenes coinciden en calificar a la sociedad colombiana privilegiando puntos de vista negativos. El 22.1% describe a nuestra sociedad como corrupta. El 17.4% afirma que vive en una sociedad con desigualdades sociales y pobreza. El 16.9% opina que esta es una sociedad mediocre y conformista, mientras que el 15.9% considera que nuestra sociedad es violenta. El 20.4% de los jóvenes de clase alta opina que Colombia es una sociedad corrupta; igual opinión tiene el 21.6% de los jóvenes de clase media y el 24.4% de los jóvenes de clase baja. Así mismo, ambos sexos destacan a la corrupción como la principal característica que identifica a nuestra sociedad. Así lo afirma el 23.0% de los hombres y el 21.3% de las mujeres. En general, sólo el 17.9% de los jóvenes considera que vive en una sociedad trabajadora (10.0%), amistosa (6.2%) y normal (1.7%). En cuanto a la primera opinión positiva sobre la sociedad colombiana, la descripción de los jóvenes de las tres clases sociales coincide en afirmar que ésta es una sociedad trabajadora. Así opinan el 8.6% de los jóvenes de clase alta, el 9.5% de los jóvenes de clase media y el 11.8% de los jóvenes de clase baja, siendo estos últimos los que más destacan este rasgo positivo de nuestra sociedad. En cuanto a las percepciones sobre la violencia, los jóvenes asocian lo violento no sólo con actos físicos como los asesinatos individuales, las masacres, el terrorismo, las muertes provocadas, etc. sino con otras realidades asociadas con problemas de tipo social y político. Cuando a los jóvenes se les pregunta por lo que ellos consideran como acciones de violencia en nuestra sociedad, es interesante encontrar que el 78.2% de sus respuestas se refiere a violencias qu atentan contra la vida o la integridad de las personas, relacionadas básicamente con hechos de sangre. Pero también es interesante observar que un 60.7% de sus respuestas señala como acontecimientos de violencia aquellas situaciones que tienen que ver con problemas estucturales e institucionales de la sociedad colombian como la intolerancia (18.7%) la corrupción política (14.6%) la falta de educación (12.9%) la agresividad (14.7%), la injusticia (9.5%) y la indiferencia (3.0%), entre otras. Para los jóvenes el narcotráfico no aparece como un actor importante de violencia, al menos no cuando se le señala con nombre propio. El porcentaje de respuestas que ubican al narcotráfico en relación con la violencia, o con acciones directas de violencia en el país, es mínimo: sólo el 6.0% de los jóvenes así lo considera en comparación a las acciones de la guerrilla que son consideradas como violentas por un 26.1% de los jóvenes.
Para los jóvenes de las tres clases sociales existe violencia en nuestra sociedad cuando ocurren acciones que tienen que ver con la violación de los derechos humanos fundamentales de las personas. Así lo manifiesta el 34.4% de los jóvenes de clase alta, el 30% de los jóvenes de clase media y el 31.1 % de los jóvenes de clase baja. Según los jóvenes, la violencia también tiene lugar cuando existe la intolerancia, la corrupción, los asesinatos, la injusticia, la falta de educación y la presencia de actores armados al margen de la ley. Vale la pena destacar que para los jóvenes de las tres clases sociales los movimientos guerrilleros y los paramilitares representan un importante factor de violencia en nuestra sociedad. De acuerdo con las respuestas, las acciones de la guerrilla y de los paramilitares son consideradas como violentas para el 22.5% de los jóvenes de clase alta, para el 29.47% de los jóvenes de clase media y para el 23.53% de los jóvenes de clase baja. Este dato se contrapone con la calificación que reciben las acciones del narcotráfico en cuanto otro actor de violencia en el país. Las acciones del narcotráfico no son percibidas tan violentas como las de la guerrilla o los paramilitares. Sólo el 5.3% de los jóvenes de clase alta señala que el narcotráfico es un factor de violencia en el país, mientras que para los jóvenes de clase media el porcentaje es de 5.7% y para los de clase baja es de 6.7%. No obstante, es en Barranquilla donde los jóvenes más destacan el narcotráfico como otro factor de violencia en Colombia: el 21.6% de ellos así lo considera. Este porcentaje se reduce notoriamente entre los jóvenes de las otras ciudades. En Bogotá sólo el 1.8% afirma que el narcotráfico es un factor de violencia en Colombia, en Cali el porcentaje es del 5.5% y en Medellín ni se menciona. La opinión mayoritaria entre los jóvenes es no justificar laviolencia en ningún caso. Así lo considera el 56.2 % de ellos. El 21.4% de los jóvenes opina que la violencia sí se justifica en caso de defensa propia. Los jóvenes de clase alta son quienes más justifican ejercer la violencia en caso de defensa propia (29.0%). Entre tanto, son los jóvenes de clase baja los que menos de acuerdo están con acudir a la violencia en caso de defensa propia, sólo el 15.9% se muestra a favor. Los jóvenes de clase media opinan en un 21.0% que la violencia sí se justifica para tales fines. Para los jóvenes de clase alta utilizar la violencia con el fin de ejercer justicia por cuenta propia y/o para cobrar venganza representa el 16.2% de sus opiniones. En la clase media los jóvenes que justifican la violencia para ejercer justicia por cuenta propia y/o para cobrar venganza representa el 7.8% de sus opiniones. En la clase baja estas mismas opiniones representan el 11.7%. La mayoría de hombres y mujeres concuerdan en que la violencia no se justifica en ningún caso, sin embargo la proporción de respuestas entre los hombres sobre este punto es mucho menos que la de las mujeres. Así, mientras el 48.5% de los hombres no justifica ejercer la violencia en ningún caso, la cifra de mujeres es mayor: el 63.9% de ellas no la justifica. El 22.5% de los hombres justifica la violencia cuando ésta se relaciona con la defensa propia. El 20.0% de las mujeres está de acuerdo con dicha apreciación. Son los hombres quienes más justifican acudir a la violencia en casos donde haya que castigar a los delincuentes. El 11.0% de ellos opina afirmativamente sobre este punto, en contraposición a las mujeres que opinan lo mismo en un 4.5%. 2. IMÁGENES PÚBLICAS, TEMORES PRIVADOS Algunas conjeturas en torno a la investigación: Las siguientes conjeturas sobre los datos arrojados por la investigación Televisión, violencia y jóvenes en Colombia tienen como propósito fundamental relacionar la percepción que los jóvenes tienen de las violencias diarias del país con las violencias que ven en televisión. Dicho de otra forma, ¿qué hechos de violencia cobran fuerza en las representaciones que los jóvenes hacen de esta sociedad? ¿y de qué mediaciones televisivas están hechas hoy nuestras violencias? 2.1 Violencias reales: de la violencia a las violencias Para iniciar, resulta elocuente que los jóvenes perciban la violencia no sólo desde el daño contra la integridad física de las personas, sino desde sus vinculaciones con problemas de tipo social, cultural y político que hoy vive el país. En este sentido, hay una preocupación de los jóvenes por las violencias que atentan directamente contra la vida. No en vano son las violaciones contra los derechos humanos ocasionadas por muertes provocadas, asesinatos con armas punzocortantes y de fuego, masacres, incineraciones, torturas, actos terroristas, entre otras, aquellas situaciones que adquieren bastante protagonismo en las percepciones juveniles sobre la violencia.
Es muy sintomático que cuando se les pregunta a los jóvenes por las imágenes de violencia que más recuerdan aparecen las figuras asociadas al terror corporizado, las mutilaciones, los cuerpos destrozados o los instrumentos que los explotan o los abren (desde las bombas a los cuchillos). Como bien sostiene el investigador colombiano Germán Rey, «hay aquí una terrible persistencia en la memoria que recoge los rituales macabros de las muertes llegando a recomponer, en el caso de la violencia colombiana, una cruenta simbología de la agresión ejercida con sevicia sobre el cuerpo del otro». Sin embargo también se evidencia por parte de los jóvenes la tematización de otras realidades que ellos relacionan con la violencia aunque no sean acciones de violencia física- asociadas con la desintegración y la desigualdad social, la corrupción política y la intolerancia de los colombianos. Más allá de objetar esta confusión para designar la violencia, sobre todo en un país donde este término se utiliza para nombrar múltiples agentes y procesos: guerrilla, paramilitares, delincuencia común, asesinatos, corrupción política, inseguridad ciudadana, falta de educación, etc. consideramos que lo que allí emerge es una doble concepción de la violencia. En las respuestas existe una relación muy estrecha entre las violencias más físicas que los jóvenes perciben como una amenaza que pueden sufrir en carne propia, es decir, de las que pueden ser víctimas a través del homicidio y el daño físico, y las violencias más estructurales que ellos asocian con la desigualdad y la desintegración social, las carencias colectivas y la crisis de legitimidad institucional. Lo anterior no fuera objeto de atención si además no constituyera un elemento clave en la percepción negativa que los jóvenes tienen de la sociedad en la que les ha correspondido vivir. Sociedad y violencia van de la mano en los datos arrojados por la investigación. En efecto, la mayoría de ellos considera que viven en una sociedad, la de sus ciudades y su país, a la que califican a partir de estas mismas concepciones de violencia: corrupta, intolerante, mediocre, desigual, indiferente, individualista, sin educación y, como si fuera poco, violenta. De ahí que a la hora de los balances el porcentaje de los jóvenes que piensan lo contrario, valga decir, que percibe pasivamente a la sociedad, es mucho menor. En general, sólo el 17.9% de las respuestas de los jóvenes apunta a que viven en una sociedad trabajadora, amistosa y normal. También llama la atención en las percepciones que los jóvenes tienen de la violencia, la relación que allí podríamos establecer con los actores que la protagonizan y los escenarios donde ésta se realiza. En cuanto a lo primero, los jóvenes perciben como actores de violencia en nuestra sociedad a los guerrilleros, los delincuentes, las pandillas juveniles, los políticos y los narcotraficantes. Si articulamos las respuestas sobre violencia y sociedad encontramos que los actores más violentos son la guerrilla y los paramilitares, en la medida en que sus acciones son las más calificadas. Respecto a los otros actores de violencia surge una pregunta fundamental: ¿a quiénes se dirigen los jóvenes cuando hablan de la corrupción como un tipo de violencia? La respuesta, a costa de simplificar el análisis, pensamos está dirigida a tematizar tanto el poder corruptor del dinero del narcotráfico como las costumbes políticas de la dirigencia nacional, en tanto ambas aparecen asociadas con violencias de carácter estructural e institucional y no necesariamente con acciones directas contra la vida humana. Nuestra conjetura es que la corrupción a la que los jóvenes se refieren se encuentra asociada con la utilización del poder en beneficio privado, o como diría uno de ellos, «a espaldas de los demás». Esto por medio de prácticas como el chantaje, el soborno, la intimidación, el clientelismo, la malversación de fondos y el abuso de autoridad en los cuales estarían involucrados sujetos públicos como los políticos y sujetos al margen de la ley como los narcotraficantes. No obstante, es necesario precisar que para los jóvenes el narcotráfico no aparece como un actor importante de violencia, al menos no cuando se le señala con nombre propio. El porcentaje de respuestas que asocian al narcotráfico con la violencia o con acciones directas de violencia en el país es mínimo: sólo el 6% de los jóvenes así lo considera. Esta contradicción pensamos se debe a que el actor narcotráfico es percibido más en términos de la violencia relacionada con la corrupción que de la violencia asociada con situaciones que atentan contra la vida de las personas. En cuanto a los escenarios de la violencia, aparece una constante que se puede inferir de las respuestas de los jóvenes. Si nos detenemos en los principales hechos de violencia que atentan contra la vida y/o afectan la convivencia democrática de nuestra sociedad, y que según los jóvenes son las masacres, los asesinatos, los actos terroristas, las violaciones, los secuestros, las riñas, la corrupción, la intolerancia, etc. encontramos que por simple asociación los escenarios donde estos hechos acontcen son, en su mayoría, los espacios públicos de la calle, el barrio, la ciudad, el campo, los pueblos, pero también los de las instituciones públicas y políticas del país. Muchas menos son las respuestas que relacionan este tipo de violencia con los espacios privados de la casa (peleas familiares, insultos, agresiones, castigos, maltrato, etc.). Nuestra conjetura en este aspecto es que la percepción social que los jóvenes elaboran sobre las acciones de violencia en el país marcha paralela al reconocimiento que ellos efectúan de los espacios sociales donde estas acciones se presentan. Y esos espacios son los que se refieren a la vida pública donde se tramita la convivencia colectiva de los colombianos. A
nuestro entender, esto significa que para los jóvenes la violencia que más impacta por el miedo a la desintegración social que produce es aquella que tiene que ver con lo que sucede afuera de los espacios privados de la casa y el hogar, es decir, la violencia que está relacionada con ámbitos públicos de la ciudad o de la vida institucional del país. 2.2 Violencias televisivas: las mediaciones de la pantalla Así como los jóvenes distinguen dos tipos de violencia en la sociedad, también diferencian dos tipos de violencia en la televisión: aquella que está presente en los géneros narrativos y formatos televisivos tradicionalmente asociados con la entretención; y aquella otra que tiene que ver con los sucesos que presenta la información. En el primer caso se trata de una violencia que los jóvenes consumen a través de géneros provenientes del drama, el suspenso y la ficción, y de narrativas que hacen del conflicto -y la violencia- una forma privilegiada de relatar historias y de resolver problemas en ciertos programas de la televisión. En el segundo caso se trata de una violencia que se expresa en situaciones reales, y cuya forma de contar está básicamente relacionada con géneros informativos y formatos televisivos propios de los noticieros de televisión. A riesgo de simplificar, detendremos la mirada en la violencia que se presenta en los espacios informativos, a partir de su relación con el ámbito de lo público y la sociedad colombiana. ¿Por qué los jóvenes afirman que los telenoticieros son los programas más violentos -o que muestran más violenciaen nuestra sociedad, incluso más que las películas, los dibujos animados, los seriados, los dramatizados y las telenovelas? Habría dos hipótesis que intentar. La primera de ellas es que esta afirmación de los jóvenes sobre la contundente presencia de las violencias informativas en las percepciones que ellos elaboran de la realidad apunta a un hecho fundamental: que los procesos de comunicación son el campo clave de reconocimiento social y cultural. En los telenoticieros los jóvenes reconocen las violencias con que están hechas sus realidades locales, nacionales y mundiales. Las que allí ven, a pesar de las mediaciones que produce el relato informativo y de las imágenes construidas por la televisión, son violencias reales. Nuestra segunda hipótesis es que en Colombia hace rato que asistimos a un «posicionamiento» de la violencia y de la crisis política como los insumos principales de la agenda informativa de los noticieros de televisión. Que los telenoticieros sean considerados por los jóvenes como los programas más violentos tiene que ver, por una parte, con que la información televisiva ha desempeñado un papel fundamental en la presentación de la violencia como noticia de interés público, logrando con esto un elevado protagonismo informativo que se evidencia en su capacidad para organizarle y decirle a la audiencia joven los asuntos de violencia sobre los cuáles hay que pensar. Si se revisa buena parte de las informaciones televisivas y se compara con las imágenes de violencia que a juicio de los jóvenes son las más impactantes, es posible constatar que los temas de violencia en los que confluyen los telenoticieros y los jóvenes son aquellos que se traducen en guerras, terrorismo, asesinatos, masacres, corrupción política e inseguridad. Por otra parte, este «posicionamiento» de la violencia y de la crisis política del país tiene que ver con la tematización que hoy en día adquieren en las agendas públicas ciudadanas asuntos que hasta hace poco no figuraban en las agendas informativas de los medios de comunicación. En este sentido, temáticas como los derechos humanos y la corrupción política han logrado, al menos, una mayor visibilidad ciudadana, que no es atribuible exclusivamente a la conciencia democrática que viene de la escuela, la familia o las relaciones cotidianas, sino también a la teleinformación. ¿No será acaso que la televisión no sólo ha posicionado la violencia como temática central en la agenda informativa sino que ha permitido visibilizarla como un problema para los colombianos, sobre el cual se forman percepciones, juicios de valor, opiniones, temores y apatías acerca de lo que nos sucede como sociedad? En este orden de ideas surge otro interrogante: ¿Por qué si los jóvenes gustan de programas repletos de violencia, la mayoría de ellos no justifica ejercerla en ningún caso? A nuestro juicio, el papel informativo de las violencias televisadas no sólo se reduce a confirmar que allí existe mucha violencia, y que la cantidad de los disparos, las víctimas y la sangre puede afectar la psicología de losmás jóvenes, convirtiéndolos en delincuentes o terroristas en potencia. Los datos arrojados por la investigación nos invitan a pensar que en la televisión también se está mostrando un problema sobre el cual es necesario hablar y debatir. Y con esto no estamos tratando de disculpar la responsablidad pública que tiene la televisión en la conformación o deformación de las imágenes que nos hacemos como sociedad, a través de un protagonismo informativo que ha corrido paralelo a una visión «callejera» de la violencia, según la cual ésta se asocia cada vez menos con los «macro-conflictos» que vive la sociedad colombiana, y cada vez más a hechos de criminalidad y delincuencia que aluden a la «inseguridad ciudadana» y al temor colectivo. Como tampoco se trata de ignorar la espectacularización y la banalización con que buena parte de la información televisiva aborda los hechos de violencia reduciéndolos a un reality show que grita a los cuatro vientos ¡Abajo la información! ¡que viva la conmoción y sus discursos lastimeros! Lo que queremos afirmar es que no basta con denunciar
lo violenta que es la televisión si a la vez no se intenta preguntar cómo están elaboradas las mediaciones televisivas que se refieren a la violencia y de qué manera éstas retoman y procesan formas de comunicación que desde la vida cotidiana (escuela, familia, amigos) y escenarios de lo público (instituciones políticas, sociales, culturales) promueven el autoritarismo, la exclusión y la negación de formas dignas de convivencia en sociedad. Es justamente en esta relación donde la televisión adquiere sentido cultural y los jóvenes se sienten partícipes del acontecer público, así sólo sea desde el «espejismo» y el simulacro de la información y la entretención. Pues lo que las mediaciones televisivas nos advierten es sobre la enorme desproporción existente entre el espacio ocupado por la televisión y la notable ausencia que hay en nuestro país, para decirlo en palabras de Jesús Martín Barbero, de «lugares adecuados para la expresión y negociación de unos conflictos que desbordan lo institucionalmente representable, esto es, la no representación en el discurso de la política y de la cultura de dimensiones claves de la vida y de los modos de sentir de las mayorías». 2.3 Miedos juveniles: televisión y espacios de lo público ¿De qué tienen miedo los jóvenes y por qué? En un interesante análisis sobre los miedos como problema político, el investigador Norbert Lechner destaca la existencia de ciertos «peligros mortales» que son percibidos como amenazas comunes -reales o imaginarias- por los diferentes grupos sociales. «¿Qué percibe la gente como una amenaza vital?», se pregunta Lechner. «En primer lugar, desde luego, toda amenaza a la integridad física (asesinatos, tortura, asalto). En segundo lugar, lo que pone en peligro las condiciones materiales de vida (pobreza, desocupación, inflación, etc.)». Justamente, son estos miedos los que también caracterizan a las respuestas de los jóvenes. Para decirlo en otras palabras, los jóvenes se refieren no sólo a las violencias que ven sino a las violencias que temen. Y esas violencias no son otras que las que guardan relación, como ya se ha dicho, con la vida pública de los colombianos. Más allá de la evasión psicológica que pueden representar las violencias que los jóvenes consumen en los espacios privados de la casa, y de gusto que dicen sentir por ellas (en la medida en que sus decisiones mayoritarias no son cambiar de canal apagar el televisor), lo que aquí nos interesa es llamar la atención sobre una clave fundamental: en los jóvenes las percepciones más visibles de violencia son las que advierten un miedo hacia los ámbitos públicos de la ciudad o de la vida institucional de la sociedad: es la vida pública -aquella que implica convivir con otros- como sinónimo de los peligros que acecha (asesinatos, masacres, actos terroristas, muertes provocadas, agresividad, corrupción etc.). Esta sensación de vulnerabiliad y temor hacia la violencia tiene que ver además con que para los jóvenes las imágenes televisivas qu contienen hechos violentos no son percibidas como algo lejano. La violencia que ellos ven en la televisión es incorporada como un reflejo real de la sociedad y de las relaciones de poder, expresión, información y entretenimiento que en ésta se verifican: «sirve para entender -como diría uno de los jóvenes lo que está pasando» O como afirma otro, «en los noticieros uno ve tantos muertos que le da remordimiento». Sin embargo, resulta significativo que a pesar de este reconocimiento de la violencia en la sociedad, la mayoría de los jóvenes afirme que no identifican su cotidianidad con los programas de violencia que ven en la televisión. ¿Por qué esta paradoja? Porque referirse a la violencia, así sea la televisada, también (re)produce miedos reales en los jóvenes. Su deseo, el de ellos, es no reconocerse en los hechos que, si bien permiten conocer lo que sucede a su alrededor, amenazan su sentido de realidad y su instinto de seguridad. Para ellos la violencia ocurre en la pantalla o afuera en la sociedad; que ésta llegue a sus vidas cotidianas es una posibilidad de la que hablan como una amenaza real, mas no la desean. Por eso tampoco es gratuito que cuando los jóvenes se refieren a la utilización del tiempo libre, el número de actividades que se relacionan con salir y usar la ciudad para hacer deporte, caminar, parcharse o divertirse con los amigos, represente en conjunto (sobre todo para los jóvenes de clase media y alta) un porcentaje menor que escuchar música, leer y/o estudiar o ver televisión. Actividades estas últimas que, por cierto, muestran una preferencia hacia el consumo domiciliario. Aquí cabría preguntar: ¿cuánto de este temor a la violencia que sucede afuera, en la ciudad, los pueblos o el país, está asociado con un repliegue de los jóvenes hacia lo privado? De ahí que la presencia y la capacidad de interpelación social que gana a televisión sea proporcional a la pérdida de representación, identificación y apropiación ciudadana que experimentan otras esferas de la sociedad como los partidos políticos. Quizás sea por eso que la televisión se constituya no sólo en un instrumento de ocio, como los jóvenes afirman, sino en un escenario de rconocimiento y encuentro cultural, desde donde éstos se conectan a través de la sala de estar con las violencias que ocurren en su ciudad, su país y el mundo. Todo lo cual nos lleva a pensar en el papel constitutivo que la
industria cultural del audiovisual está desempeñando en la reconfiguración del tiempo libre y en los modos de sentir, sobre todo de los más jóvenes. De suerte que es la televisión la que pasa a a ser mucho más que entretenimiento, estupidez o superficialidad, pues allí también habita esa pesadez que se esconde tras las bambalinas del desencanto y los miedos de la juventud. Ni la televisión es un chivo expiatorio que por sí mismo se sobra y se basta para explicar las violencias que nos desintegran como país, ni su papel se reduce a un simple aparato, transmisor inocente de las violencias que nos destruyen como sociedad. A MODO DE FINAL Una agenda para la discusión Investigar la relación entre televisión, jóvenes y violencia en Colombia es de vital importancia para nuestra convivencia democrática. Y no lo es sólo porque la juventud expresa una serie de demandas específicas en las áreas de la educación, la recreación, el tiempo libre, la cultura, la familia, la seguridad social y el deporte, sino porque asistimos a un protagonismo de la televisión en la reconfiguración de las propias formas de pensar, sentir y actuar en sociedad. Los resultados arrojados por este estudio apuntan a un hecho fundamental: la necesidad de esbozar una agenda de discusión para asumir políticas públicas y culturales en torno a la juventud y a los medios de comunicación. Esto es necesario porque los problemas de desempleo, delincuencia, drogadicción, falta de participación e indiferencia que afectan a los más jóvenes también pasa por la ausencia de políticas adecuadas para abordar el crecimiento y la complejidad de esta población que no se reduce a ser considerada como un recipiente que debe ser «educado», «entretenido» y «controlado». Sabemos que los jóvenes de hoy deben integrarse a una sociedad mucho más compleja que ya no puede ser representada desde una única esfera social, política o cultural (la familia, la escuela, los partidos políticos) ni desde esquemas de «administración de la población» que confinan a la juventud a ser tratada como una simple población de consumo y/o peligro social. Esto también es importante porque implica pensar y repensar políticas públicas en torno a instituciones de socialización y reconocimiento cultural de tanta presencia en la vida cotidiana de las personas como son los medios de comunicación. En Colombia insistir en políticas públicas y culturales para la televisión pasa por asumir en serio- la responsabilidad social de los medios de comunicación, la democratización y la pluralización efectiva de las representaciones mediatizadas que dan cuenta de lo que somos y deseamos ser en tanto sociedad. Pues lo que en este país se pone en evidencia es que las violencias no sólo están atentando contra la vida física de las personas sino también contra el tejido comunicativo de la democracia, es decir, contra el reconocimiento, la solidaridad y la posibilidad de compartir con otros sin que el miedo se apodere de nosotros. Si algo queda claro en los datos presentados en este estudio es que los jóvenes quisieran que sus obsesiones y sentimientos, sus sueños y saberes tuviesen un lugar en la pantalla. El hecho de que los jóvenes no sean considerados como sujetos plurales del relato televisivo y sólo lo sean en cuanto significan una población que hay que entretener desde el consumo o a la que hay que esquematizar desde el peligro social, es una forma de violencia que se ejerce sobre ellos. Ellos y ellas sólo piden que se les represente como ellos son, con sus conflictos, contradicciones, sueños y debilidades, que la televisióncomo el país los tome en serio y no sólo como problema social o lugar de consumo. En este sentido los jóvenes reconocen que la televisión es una práctica donde se negocia los significados comunes pero inscritos desde y en la cultura. Por esta razón, casi que piden que los noticieros y el país tomen una actitud distinta de resolver los problemas, que se les reconozca como sujetos activos en la construcción de la democracia. Ellos y ellas insisten en que los problemas a resolver son los derechos humanos, la corrupción, la pobreza, la injusticia y la intolerancia. Afirman que mientras la sociedad colombiana no sea justa, honesta y equitativa las violencias seguirán apareciendo en televisión... «así uno se aburra de ver siempre lo mismo». Lo anterior se complementa con lo encontrado en los grupos de discusión donde los jóvenes definen a la violencia como nuestra incapacidad de resolver los conflictos por vía pacífica y del diálogo. Y aunque reconocen que la violencia se presenta en la televisión porque existe en la vida colombiana, critican a este medio por abusar de ella (en los diálogos, los personajes, los periodistas) y nunca presentar otras formas de solucionar los conflictos. A este respecto, en las percepciones de los jóvenes parece existir un carácter de inevitabilidad en la violencia televisiva, pero sobre todo, una doble relación por una parte con la realidad y por otra con la formación social y familiar que se tenga para saberla descifrar. Es explicable que cuando se les pregunta para qué sirve la violencia en la televisión respondan que es un ejemplo de lo que no se debe hacer,
una ayuda para el entendimiento del propio fenómeno o que es un espejo de nuestra sociedad. «Los programas violentos sí son necesarios porque permiten conocer» dice uno. « Con la violencia en televisión se está atajando la otra violencia: si a los niños no les dejan ver esos programas, los ven por la calle. Lo que hay que hacer es dejarlos para que ellos entiendan lo que está pasando», dice otro. No sobra recordar que tenemos el deber de respetar y comprender el derecho de los jóvenes a producirse desde sus formas y sensibilidades. Es el deber de la sociedad para cambiar sus prácticas de corrupción e intolerancia. Es la urgencia de que los productores de televisión representen el ethos juvenil en sus pluralidades y conflictos. Es la honestidad de reconocer que las violencias son múltiples y que la televisión las representa y podría ayudar a comprenderlas y transformarlas democráticamente. Y es la importancia de tomar a los jóvenes como un otro que requiere ser reconocido como interlocutor política y culturalmente competente. Enfrentar por tanto, las banalizaciones y los miedos producidos por los contenidos de violencia que presenta la televisión requiere contar con un Estado con capacidad democrática de mediación institucional, de una sociedad civil informada y con iniciativas ciudadanas y de unos sistemas comunicativos en los que se realice y se reconozca la diversidad de los temas, protagonistas y escenarios que participen en la sociedad. Parafraseando a Norbert Lechner, si nuestra democracia no puede responder a estos interrogantes, estaremos abocados a caer en el peor de los miedos: el miedo a imaginar otras televisiones posibles, más plurales, así como nuevas maneras democráticas de enfrentar las violencias que nos están destruyendo como sociedad.
VIOLENCIA EN LA TELEVISIÓN NORTEAMERICANA Ellen Wartella Durante el año pasado los norteamericanos se han visto conmovidos por asesinatos cometidos por adolescentes en los colegios, en perjuicio de niños y profesores, de pequeños poblados de Arkansas, Mississippi, Pennsylvania y Oregon. Esta ola de violencia sólo subraya los casi constantes antecedentes de violencia en la vida de los norteamericanos. Pero esta ola también ha revivido el análisis de las causas de violencia en la sociedad norteamericana. ¿Qué puede generar esta violencia? La mayoría de nosotros acepta la noción de que la conducta violenta es un problema complejo, multivariable, compuesto de muchas influen cias. Racismo, pobreza, abuso de drogas, abuso infantil, alcoholismo, analfabetismo, bandas, armas enfermedad mental, el declive de la cohesión familiar, la ausencia de elemento disuasivos, el fracaso d modelos positivos ... todo interactúa para afectar la conducta antisocial. Como señala Rowell Huesmann, la agresión es un síndrome, un patrón de comportamiento que puede prevalecer desde la infancia hasta la adultez. Claramente un número de factores contribuye a la violencia en la sociedad norteamericana, pero ignorar la violencia televisiva sería una grave superficialidad. La violencia se presenta en la pantalla de televisión a través de muchos tipos de programas, desde videos musicales y espectáculos de entretenimiento hasta programas de actualidad y los informativos nocturnos. Cuando el niño norteamericano promedio se gradúa de la escuela elemental, él o ella ha visto más de ocho mil asesinatos, y más de cien mil otros actos diversos de violencia (Huston et al., 1992). Aunque ver la violencia en los medios puede no ser la única contribución a la conducta violenta, ni tiene el mismo efecto en todos los que la observan, más de cuarenta años de investigacion indican que sí existe relación entre la exposición a la violencia de los medios y conductas agresivas. Cabe considerar que Estados Unidos es un país de muy alto consumo televisivo: 90 por ciento de los 95 millones de los hogares norteamericanos tiene receptores de televisión y casi las tres cuartas partes tienen más de uno; dos tercios tienen cable y cuatro quintos tienen VCRs. El receptor de televisión está encendido más de siete horas diarias en el hogar norteamericano promedio (Broadcasting and Cable Yearbook, 1996). Lo más importante es que la televisión que los norteamericanos ven -y cada vez más la programación televisiva vehiculada alrededor del mundo vía los conglomerados norteamericanos y otras multinacionales de televisión como Rupert Murdoch’s Sky Television- es una programación muy violenta. Entre 1994 y este año, he estado comprometida en el más amplio estudio sobre representaciones de violencia en la televisión norteamericana, el NationalTelevision Violence Study que se realizó como consecuencia de la preocupación pública y política acerca de la relación entre violencia televisiva y violencia en el mundo real. En 1993 el Senador Paul Simon manifestó su preo cupación por la pasividad de las cadenas y empresas de cable después de 1a legislación federal anterior que exceptuaba a las redes de radiodifusión de las regulaciones antitrust, para permitirles acuerdos de autoregulación en materia de violencia televisiva. Simon propuso enérgicamente que las cadenas y las empresas de cable designaran grupo independientes para monitorear la violencia en la televisión por tres años. El incumplimiento de esto -dijo Simon- llevaría al Congreso establecer audiencias y legislación tendientes reducir la violencia televisiva. Las cadenas designaron un monitor y las empresas de cable, a través de la National Cable Television Association otro, la National Television Violence Study (o NTVS). A cada una se le pidió que monitoreara la programación televisiva por tres años y cada una de ella esperaba evitar la regulación posterior. Sin embargo, la U.S National Telecommunications Act de 1996 sí elaboró una regulación posterior en la forma del V-chip, un dispositivo de bloqueo para los aparatos de televisión, y un sistema de rating para toda la programación televisiva, que permitía a los televidentes eliminar de sus pantallas los contenidos no deseados, presumiblemente violentos. La NTVS ha informado sobre cómo se ha presentado la violencia en la televisión por cable y en las cadenas de televisión en cada una de las tres temporadas y brindó recomendaciones a los políticos, a los industriales y a los padres de familia. Nuestro primer reporte, en febrero de 1996, informó sobre la programación televisiva de la temporada de 1994-95, el de marzo de 1997 se refería a la programación de 1995-1996 y el tercer informe, de abril de 1998 cubrió la televisión de 19961997. El análisis del contenido de la televisión fue sobre una semana de muestra (elegida de más de dos docenas de semanas de octubre a junio) de la programación de 6 a.m. a 11 p.m. en 23 canales; entre estos canales se incluía a las principales cadenas de radiodifusión, tres estaciones independientes, la radiodifusión pública, doce de los más populares cadenas de
cable básicas, y los tres principales (premiun) canales de cable: HBO, Cinemax y Showtime. En total examinamos más de 9,000 programas y sus representaciones de violencia, a lo largo de tres años de estudio. En nuestro estudio encontramos muy poca variación de un año a otro. La mayor parte de los shows televisivos norteamericanos tienen por lo menos un acto de violencia en ellos; por lo general la violencia es presentada en contextos de cordura; pocas veces es castigada en el contexto inmediato en que ocurre; y rara vez resulta en daño evidente para las víctimas. Por ejemplo, en todos estos tres años encontramos que los perpetradores de la violencia no son castigados en más del 70 por ciento de las escenas de violencia aunque puedan ser castigados al final del programa. Más aún, las consecuencias negativas de la violencia -daño a las víctimas, sus familias, así como el psicológico, no son presentados, sino a través del daño físico real a los perpetradores de la violencia. Por ejemplo, casi la mitad de todas la interacciones violentas no muestran daño a las víctimas y más de la mitad no muestran sufrimiento. Y muy infrecuentemente, en menos de una quinta parte de los programas violentos; se presentan las repercusiones de la violencia a largo plazo, tales como daño psicológico, financiero o emocional. Aparecen armas en casi una cuarta parte de los programas violentos, y muy pocos programas (estimamos que 4% al año) tienen temas anti-violentos. En el lado positivo, con excepción de las películas para televisión, la violencia televisiva no es explícita o gráfica. Y hay diferencias entre los canales (siendo los canales de televisión pública norteamericanos los menos violentos y los canales principales de cable (premiun) los que más programas violentos transmiten). En resumen, NTVS ha comprobado a lo largo del estudio que es bastante consistente la presentación de violencia en la televisión norteamericana. La televisión norteamericana es efectivamente un medio violento. En los pasados cuarenta años más de 3,500 estudios de investigación sobre los efectos de la violencia televisiva en los espectadores han sido realizados en los Estados Unidos, y durante los 90' han circulado muchas revistas conteniendo esta literatura, incluyendo el informe de 1991 del Centers for Disease Control, que declaró a la violencia televisiva como enfermedad de riesgo público; el estudio de 1993 sobre violencia en la vida norteamericana de la National Academy of Science, que incluía a los medios junto con otros factores sociales y psicológicos como cooperantes a la violencia; y el estudio de la American Psychological Association de 1992, que también incluía la violencia de los medios. Estos tres informes sustentaban la conclusión de que los medios masivos contribuyen a conductas y actitudes agresivas así como propician la desensibilización y el miedo. Ningún estudio afirma que ver violencia a través de los medios sea el único ni siquiera el más importante coadyuvante de comportamientos violentos. Además, no es cada uno de los actos de violencia en los medios lo que despierta preocupación, ni cada niño o adulto que es afectado, aunque hay clara evidencia de que la exposición a la violencia en los medios contribuye de manera significativa a la violencia en el mundo real. Los tres principales efectos de ver violencia a través de los medios, con especial precupación por los niños televidentes son: el efecto del aprendizaje social, el efecto de desensibilización y el efecto del miedo. El informe de 1993 de la American Psychologycal Association concluyó que: «no cabe ninguna duda que quienes son espectadores intensivos de esta violencia demuestran una mayor aceptación de actitudes agresivas y mayores conductas agresivas» (American Psychological Association, 1993). Esta conclusión se basa en el examen de cientos de estudios experimentales y longitudinales que apoyan esta posición. Por otra parte, estudios de campo y estudios a nivel nacional indican que el ver las agresiones por televisión aumenta la subsecuente agresividad y que tal conducta puede convertirse en parte de un patrón de comportamiento duradero. Tres modelos teóricos básicos se han propuesto para describir el proceso por el cual ocurre este apendizaje e imitación de la violencia televisiva: la teoría social del aprendizaje, la primera teoría de los efectos y el modelo del desarrollo social del aprendizaje. La teoría social del aprendizaje, propuesta inicialmente por Albert Bandura en los años 1960s es tal vez la más conocida explicación teórica sobre los efectos de la violencia. Bandura señala que al observar modelos televisivos los espectadores aprenden qué comportamientos son apropiados; es decir, qué comportamientos van a ser recompensados y cuáles van a ser castigados. De esta forma, los espectadores están atentos a las recompensas y por eso quieren imitar esos modelos. Cuando tanto a niños como a adultos, se les presenta modelos agresivos que son castigados o premiados por sus conductas agresivas, los modelos que son reforzados positivamente inducen a la imitación por parte de los espectadores. Incluso la investigación de campo ha demostrado que la agresividad se aprende a edad temprana y se hace más difícil de cambiar a medida que el niño crece. En un estudio longitudinal para examinar a largo plazo los efectos de la violencia televisiva en conductas agresivas y criminales, Huesmann, Eron, Lefkowitz & Walder (1984) estudiaron a un grupo de jóvenes por un periodo de 22 años, a las edades de 8, 18 y 30 años. Para los hombres (y en menor medida, aunque a pesar de todo en magnitud significativa también en las mujeres) el ver violencia en la televisión a edad temprana se correlaciona con agresividad a la edad de 30, y agrega significativamente la predicción de serios arrestos criminales acumulados hasta los 30. Estas investi-
gaciones encuentran una relación longitudinal entre la habitual exposición infantil a la violencia televisiva y el crimen adulto y sugieren que aproximadamente el 10% de la variablidad en conductas criminales posteriores se pueden atribuir a la violencia televisiva. La teoría de los efectos inmediatos, contribuye a la más tradicional explicación de la teoría social del aprendizaje, respecto a los efectos de la violencia televisiva. En el trabajo de Leonard Berkowitz y sus colegas, esta explicación teórica afirma que los efectos de los medios son inmediatos, transitorios y breves (Berkowitz, 1984). Berkowitz sugiere que cuando la gente ve la violencia a través de la televisión, se activan otros pensamientos semánticamente relacionados que pueden ejercer influencia en cómo responde la persona a la violencia televisiva: espectadores que se identifican con los actores de la televisión pueden imaginarse a sí mismos como los personajes que desarrollan las acciones agresivas del personaje de la televisión, y la evidencia obtenida a través de la investigación sugiere que la exposición a la agresión de los medios de hecho remueve otros pensamientos agresivos, evaluaciones e incluso conductas tales, que los espectadores de violencia reportan una mayor disposición a usar la violencia en situaciones interpersonales. Sólo la formulación teórica de Rowell Huesmann (1986), del modelo de desarrollo social de los efectos de la violencia, ofrece una verdadera explicación teórica recíproca de cómo el interés de los espectadores en la violencia medial, la atención a ese tipo de violencia y las características individuales de los espectadores pueden interactuar en una teoría de los efectos de la violencia medial. Aplicando conceptos de la teoría social de la cognición, él desarrolla un complejo mapa cognitivo o modelo del guión. Sostiene que el comportamiento socia está controlado por «programas» de comportamiento que son establecidos durante la infancia. Estos «programas» o «guiones» están archivados en la memoria y son usados como guía. de la conducta social y para resolver problemas Huesmann y Miller (1994; sostienen que «un guión sugiere qué eventos van suceder en el ambiente, cómo debe comportarse el sujeto en respuesta a estos eventos y cuáles serán los resultados de este comportamiento.» La violencia de la televisión es «encodificada» en el mapa cognitivo de los espectadores, y la subsecuente visión de violencia televisiva ayuda a mantener estos pensamientos agresivos, ideas y comportamientos. A través del tiempo la continua atención a la violencia televisiva puede, de este modo, influenciar las actitudes de las personas hacia la violencia y el mantenimiento y elaboración de guiones agresivos. Esta teoría sugiere que, si bien ver violencia puede no derivar en conductas agresivas, ciertamente tiene un impacto en la formación de los guiones cognitivos para mapear cómo comportarse en respuesta a un evento violento y cuál será probablemente el resultado. Las representaciones televisivas, entonces, están entre las fuentes mediales y las fuentes personales que proveen el texto para el guión, que se mantiene y se expande por la exposición continua a guiones de violencia. Huesmann ha demostrado que hay factores clave que son particularmente importantes para mantener la relación ver televisión agresividad, en los niños: el nivel intelectual del niño, la popularidad social, la identificación con los personajes de la televisión, la creencia en el realismo de la violencia televisiva y la cantidad de fantasía sobre la agresividad. Según Huesmann una dieta pesada de violencia televisiva pone en movimiento una secuencia de procesos, basados en estos factores personales e interpersonales, que da como resultado que muchos espectadores no sólo se vuelvan más agresivos sino que desarrollen mayor interés por ver violencia a través de la televisión. Otros dos efectos de ver violencia a través de la televisión, que han sido identificados en la literatura investigativa son la desensibilización y el miedo. Estos efectos pueden influenciar tanto a aquellos espectadores que no se comportan violentamente como a los que tienen actitudes positivas hacia el uso de la violencia. La investigación ha demostrado que la prolongada exposición a la violencia televisiva puede conducir a una desensibilización emocional frente a la violencia del mundo real y a las víctimas de la violencia, lo que a su vez puede conducir a actitudes duras hacia la violencia dirigida a otros y una decreciente disposición para tomar acción en beneficio de la víctima cuando ocurre un hecho violento (Donnerstein, Slaby & Eron, 1994). A lo largo del tiempo, aun aquellos espectadores que inicialmente reaccionan con horror ante la violencia medial, pueden habituarse a ella o acomodarse psicológicamente, al punto que juzgan menos severamente los actos de violencia y pueden evaluarlos más favorablemente. Con el tiempo la desensibilización puede afectar a todos los espectadores. Un tercer efecto de espectar violencia a través de la televisión ha sido estudiadc extensamente por George Gerbner y sus colegas (Gerbner, Gross, Signiorelli y Morgan, 1986). Ellos demuestran que los espectadores pesados de violencia televisiva se vuelven desconfiados de mundo, temerosos de ser víctimas de la violencia, y con el tiempo desarrollar conductas autoprotectivas y muestran mayor desconfianza respecto a los otros. A punto que los espectadores equiparan el mundo ficcional de la televisión -con sus sobre-representaciones de la violencia- con el mundo real en que viven. Así estos espectadores pesados tienden a ver su mundo comio un lugar temible y de alta criminalidad. Es probable que tanto los programas de ficción como los realistas (incluyendo los noticieros satura-
dos de crímenes) contribuyan a este efecto de temor entre los espectadores. La investigación de contenido en los Estados Unidos en los últimos cuarenta años ha sido revisada y el público norteamericano y los políticos la encuentran persuasiva. Fueron reseñas y conclusiones tales como las presentadas aquí las que animaron al Senador Simon y al Congreso de los Estados Unidos a considerar iniciativas políticas contra la violencia televisiva en los últimos cuatro años. La preocupación se dirige preferentemente a los niños como audiencia y así el dispositivo de bloqueo V-chip se considera un remedio razonable para que los padres puedan proteger a sus hijos de la programación televisiva con contenidos violentos. No está totalmente claro si es poca o mucha la magnitud en que la violencia televisiva, en comparación con otras causas de violencia norteamericana, determinan la violencia en la sociedad. Sin embargo, en lo que se refiere a los niños y la violencia televisiva, la pregunta que subsiste no es si la violencia medial tiene un efecto sino cuán importante es ese efecto en comparación con otros factores, en el desencadenamiento del nivel de criminalidad en los Estados Unidos y otras naciones industrializadas. Los niños y la violencia de la televisión es un asunto público que no se puede dejar de lado y que vincula a todos los que están comprometidos con el bienestar de los niños. (Traducido del inglés por Ana María Cano C.)
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