Disidia

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EDITORIAL 5 APERTURA Viaje al fondo del espejo 7 Gianmarco Farfán POEMAS Acontecimiento anunciado por un cuervo blanco 11 Cinthya Sarahi Diaz Núñez Invitación al futuro 13 Christian Cachay CUENTOS El golpe definitivo 17 Carlos Enrique Saldívar EUOUAE 19 Jeremy Torres-Montero Los animales 25 Julio Cevasco Caronte 41 Adriana Larco de Zadra Jamás podrás escapar 47 Luigi Ancajima Coyla Cuando los deseos fueron órdenes 55 Juan Pablo Goñi Cronología del incidente Vallejo 59 Giulio Guzmán Accidente en el kilómetro 83 67 Rodrigo Revilla ENSAYOS Visión del futuro 73 Adriana Larco de Zadra Sobre la realidad 77 Renso Olivares RESEÑAS W. Cooling. Los mejores relatos de Roald Dahl 81 Desire Olivares Rojas Carlos de la Torre. Herederos del cosmos: Los viejos salvajes 83 Jorge Orellana Solar


APERTURA


REVISTA DISIDIA N° 1

Editorial Comite editorial Ante una sociedad obsesionada y maravillada de la fantasía y la ciencia ficción los estándares para cubrir dicha sed se vuelven inalcanzables, los recursos literarios se explotan y sobrexplotan con el fin de atraer a la audiencia, los soportes de difusión se extendieron y con ello el público, el receptor empezó a exigir un escape más recurrente de su entorno y con ello la desvinculación con su entorno. Los factores de este comportamiento obedecen a un patrón de sucesos, los continuos pleitos gubernamentales, crímenes diarios, abusos políticos, discusiones explosivas y exhaustivas sobre género, entre otros. Es su mayoría son temas que se convierten en parte del día a día de cada persona, siendo bombardeada por una continua lluvia de ideas y posturas políticas las cuales confunden y hastían al sujeto. Según lo expuesto, la idea de forjar esta revista tiene que ver con otorgar un momento de liberación y relajación al público lector, desde un punto de vista literario y animado. Disidia surge de la palabra “disidir”, la cual simboliza directamente nuestra propuesta ideológica. El ser humano llega a disidir por dos razones: porque se dio por vencido o porque necesita tomar impulso; no-

sotros apostamos por la segunda, la cual expresa un método de acción y de relajación. Del mismo modo, disidir también significa una separación abrupta del objeto que se aleja, por lo tanto, se apunta a un distanciamiento total del asunto. Con ello desprendemos dos tópicos esenciales de nuestra revista: el alejamiento y el compromiso; ambos producidos por el descontento que otorga una sociedad tan saturada en el caos y en la velocidad. Pero con ello no queremos decir que no exista responsabilidad y buen entendimiento desde la visión de alguien que no lea nuestra revista. En este primer número, la revista optó por recrear una vista panorámica a sus lectores, otorgándole una sensación lúdica en sus sentidos, pues se apunta más a la lectura de cuentos y de pensamientos que otras personas, en iguales condiciones, pueden tener con respecto al tema de la ficción y de la realidad. Un punto clave son los trabajos en poesía, los cuales abren un nuevo diálogo sobre el tema, pues resulta difícil afirmar que todo poema es ficción y cuáles son los límites de la realidad representada por el poeta. El tópico de la fantasía y de la ciencia ficción, lejos de agotarse, amplían su abanico conforme pasa 5


los años. No resulta incoherente afirmar que los parámetros establecidos hoy en día para la ficción varíen en algunos años y lo mismo se puede decir del realismo. Por nuestra cuenta creemos que toda palabra que llega a plasmarse en un soporte físico crea su propia ficción.


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Viaje al fondo de un espejo Gianmarco Farfán Cerdán Viéndose fijamente en el enorme espejo de su habitación, Amaya estiró el brazo derecho y decidió avan-

el que ofrecía esta nueva dimensión de la realidad. Además, el rostro gigante, angustiado y oscuro de “La cara de la

zar con firmeza. Conforme ingresaba su mano y el resto de su delgado cuerpo en el espejo, que estaba rodeado de una bella y tenue luz, sentía que un mundo desconocido (pero muy esperado) la recibía. Por unos instantes, mientras daba los pasos definitivos que la llevarían a otra dimensión del universo, todo se volvió de un blanco enceguecedor. Todo se volvió nada y silencio al mismo tiempo. Ella sintió que un espíritu joven (que no era el suyo) la habitó repentinamente, mientras un fuerte dolor en el pecho la invadió y tuvo que toser varias veces para liberarse de la breve asfixia que la asaltó.

guerra” se divisaba al fondo, bajo el telón rojísimo del cielo, y se desplazaba de izquierda a derecha lentamente, como un fantasma sin prisa.

De pronto, la muchacha volvió a ver formas y colores, y todo se volvió un delirante paisaje surrealista, como extraído de una suma de cuadros de Salvador Dalí. El alargado ser con siete pequeños cajones en la pierna izquierda de “Jirafa en llamas” y el horizonte enrojecido de “Los elefantes” aparecieron frente a los atónitos ojos de Amaya. Para sus dieciocho años recién cumplidos, era un panorama muy inquietante

Amaya sintió deseos de retroceder y volver al espejo, pero el impulso hacia lo desconocido (que era parte de su personalidad desde la niñez) le impidió irse. Empezó a caminar y sintió que cada paso le costaba un esfuerzo enorme, realmente descomunal. Conforme avanzaba sobre la arena, sus zapatillas se iban hundiendo más y más. Gritó desesperada cuando sintió que ya no podía dar ni un paso más. Entonces, una mano gigantesca de metal apareció de la nada frente a ella, extendida, y la muchacha se sujetó como pudo. La mano levantó con cuidado a Amaya y la llevó hacia una zona firme, donde ya no se hundiría. Fueron solamente diez las palabras que escuchó de la Mujer de Arena: “No vuelvas nunca más. Este lugar no es para ti”. Apenas la mano gigantesca la dejó en tierra firme, los tres intimi-

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dantes metros de altura de la Mujer de Arena aparecieron frente a Amaya. Este cambio de realidad no era el que ella había soñado. Pensó que podría caminar y saltar en el lugar como la famosa Alicia del libro lo hizo en el país de las maravillas, pero nada resultó como lo había pensado. Amaya tomó aire y le respondió, muy segura de sí, a la Mujer de Arena: “No me iré”. Entonces, sintió que una espiral de viento y arena negra la rodeó, la elevó por los aires y la zarandeó hasta hacerla perder el conocimiento. Cuando despertó, Amaya estaba echada en el piso de su habitación, frente al espejo. Había un poco de arena oscura junto a su cuerpo. Se puso de pie lentamente y, con cierto temor, tocó el espejo con su mano derecha, pero ya no podía atravesarlo. Tampoco había ninguna luz que lo rodeara. El espejo estaba sólido como una roca y un tanto opaco. Además, el cabello negro de la joven ya no era el mismo: ahora tenía varios mechones blancos. Creyó parecerse, por unos instantes, lejanamente, a la Mujer de Arena. Y se preguntó cuánto demoraría en volver a la tierra daliniana, cuándo se abriría de nuevo el portal hacia la otra dimensión.



POEMAS

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Acontecimiento anunciado por un cuervo blanco Cinthya Sarahi Diaz Núñez

El designio en tu vientre abultado, el declive entre tus senos marchitos; invitan a degustar la pútrida esencia oculta entre tus piernas. Deja que mane el néctar profano. Fuertes envestidas sacuden el lecho las ataduras laceran tu piel candorosa. Vómito y saliva reprimidos con mordaza, listos para correr por tu garganta. Sangre y sudor. Sudor y sangre. Pérfidos sonidos Exhalados sin permiso. Reverbera en las entrañas ponzoñosas de tu llanto, oculta tras un velo de miseria. Lágrimas fluorescentes escurren incontrolables al igual que tus gritos ahogados. Mirada de odio disonante entre rasgos primorosos. Lascivo vaivén protagonista de este acto carnal.

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POEMAS

Funestos espectadores de muecas inexpresivas, atestiguan el arcaico rito al tiempo que veneran al maligno. Aromas gemelos inundan la estancia, hieden el pecado y el dolor. Huestes infernales son atraídas por los cánticos. Claman a voces el sacrificio prometido.

Se iza la daga con manos profanas el arrullo del filo cortando el aire acalla el sufrimiento momentáneo de la madre.

Necromantico rito. Loado alumbramiento. Infante anunciado por Aquel. Progenie del Diablo acunando en terso manto, alimentado con fluidos indecorosos. La madre perece y permanece cual ofrenda perpetua ofrecida. Marinada en sus jugos y devorada al tercer día…

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Invitación al futuro Christian Bryan Cachay Luna

primer lugar común (uno)

Crecí creyendo haber nacido y tomé con tres brazos el lago del que creí la vida. En mis manos, el lago se retuerce y dice: “¡Suéltame, ser inerte! He nacido de lágrimas divinas y tú te has creado de su tristeza”.

desde el laboratorio (dos)

Desterrados y exprimidos

antes ocupamos todo el espacio

los prados eran naturales

antes creímos en velas en nombres

El tiempo reveló todos los sueños: Las estaciones no llegan a lugares sin Sol.

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POEMAS

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CUENTOS

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El golpe definitivo Carlo Enrique Saldívar Eleodoro golpeaba incesantemente la puerta de su casa. No le abrían. Él reconocía que se hallaba alcoholizado,

En realidad, la vivienda le pertenecía a su cónyuge, ella era adicta al trabajo y podía comprar grandes cosas y realizar

que su organismo incluso había absorbido otro tipo de sustancias, pero había perdido la dignidad hacía mucho tiempo. Entre uno y otro atisbo de realidad percibía cada una de las perrerías que había hecho las horas pasadas; no obstante, se sentía con toda la libertad de llegar a su residencia en ese estado y de hacerlo con gran desparpajo.

cuantiosos pagos, ¿qué hacía una mujer tan productiva con alguien como él? Tengo buena suerte, se dijo el tipo, son los privilegios de ser afortunado de nacimiento. No importaba que fuese un mísero borracho que se había enviciado como nunca la noche anterior. Solo se vive una vez.

Siguió tocando con fuerza, una y otra vez; qué extraño, se dijo, nunca debía esperar más de cinco minutos para que su esposa le abriese. Sabía que Andrea se encontraba del otro lado, en la sala, de seguro viendo una película o una serie policial en la televisión por cable que ella misma pagaba. Solo se está haciendo la ofendida, como en tantas otras ocasiones. El sujeto no se despegó de ahí durante toda la madrugada, vociferó, pateó, maldijo, le mentó la madre a su pareja; quería que le permitiese la entrada para ingresar a su dormitorio y reposar. Tal era su derecho, pensaba, esa era su casa.

Aunque hacía bastante que había perdido el rumbo, Andrea podría haberlo dejado hace años. Es demasiado tonta para eso, me necesita, sola no puede vivir, además ningún otro la querría con esa cara, pensó él. ¡Abre la puerta! ¡Abre, si no, me vas a conocer, mujerzuela! Carajeó, lanzó piedras, amenazó con las cosas más horribles a su mujer. Tenía deseos de dormir, pero no podía, no hasta que le permitieran el paso a su hogar. En ningún momento le preocupó incomodar a los vecinos, su morada se ubicaba al final de una calle, en un barrio de clase alta, en un sitio algo despoblado. Eleodoro sabía que allí no iban a asaltarlo, la seguridad

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CUENTOS

era extrema; y solo una persona más lo escuchaba a esa hora: el vigilante del lugar, que estaba en su caseta, a media cuadra, y, claro, éste no haría nada al respecto, como no lo hizo en tantas otras ocasiones. Eleodoro pensó por un segundo en que el vigilante y Andrea se llevaban bien, de repente demasiado bien, no, tendría que pedirle explicaciones a ella, zorra infiel, claro, Andrea, por eso te has puesto rebelde: el hecho de no hacerle caso, de dejarlo tirado, era inusitado en ella, pues siempre mantuvo una actitud tolerante, incluso sumisa con él. Maldita, me vas a pagar bien caro esto, habrá nuevas reglas aquí, yo soy el marido, no me jodas, ¿cambiarme por un guachimán? Eso jamás. Ya había golpeado a su esposa dos veces antes, sentía que si se lo proponía la tendría sometida todo el tiempo que quisiera. Pensando en cómo se vengaría de ella, se quedó dormido, echado junto al umbral. Al amanecer, le abrieron. Eleodoro, dolorido y con resaca, penetró con lentitud; al fin podría descansar. Tambaleante, aún tuvo fuerzas para sacar una pequeña botella del bolsillo y beber; no obstante, dejó de hacerlo cuando cayó dentro de la tumba. El enterrador lo miró con lástima y procedió a lanzarle tierra en la cara. Luego lo sepultó por completo. La señora Andrea

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Jiménez había pagado personalmente por esa fosa días antes. Una agradable mujer, cordial y refinada, se dijo el enterrador mientras echaba al cuerpo la última palada de tierra.


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EUOUAE Jeremy Torres-Montero 1 En el cielo se encuentra a Casiopea: víctima de su belleza y boca abajo la mitad del tiempo. Consolándose la eternidad con sus memorias a través de un espejo. Maldice. Quiere gritar pero es en vano. Salta hacia el borde de la azotea, extiende los brazos como un equilibrista y añora pavimento. Sería tan sencillo, piensa, y se sujeta de las varillas de acero de una columna a medio construir, dirían que resbalé. Permanece así durante varios minutos y siente el viento acariciando su rostro. Respira hondo y vuelve al lugar seguro: no quiere ser veinticinco palabras evocando un feminicidio en un titular de prensa amarilla. Pasa los dedos de su zurda por su ojo inflamado y se le crispa la piel. Extraña su juventud. Ella, embarazada, soñando con el futuro. Liu, su marido, ansioso por crear un imperio de abarrotes en el mercado de Unicachi. Cuando sus padres se enteraron del hijo en su vientre le dijeron debía abandonar los estudios de secretariado ejecutivo. Ella se resignó y pensó que quizá, solo quizá, encontraría consuelo siendo un ama de casa y madre ejemplar.

«No importa que dejes los estudios. Tienes que tenerlo. Toda mujer tiene que ser madre», dijo su padre aquella vez. Su madre, con el gesto severo, lo apoyó: «Después de todo nuestro lugar está en la casa, en la cocina, atendiendo al marido y criando a los niños, Susana». Una noche cualquiera, seis meses gestando, su marido llegó borracho y la golpeó hasta noquearla. Él se justificó diciendo que ella saludaba muy coqueta al vecino. Todo en vano. Perdió al niño. Nunca más podría ser libre. Cuando la dieron de alta intentó denunciar a Liu y, en la Comisaría, le dijeron: «No hay legislación para los problemas maritales. Lo mejor que puede hacer es no contradecir a su marido. Sea una buena mujer». Palpa su pómulo y la carne viva la aleja del recuerdo, de aquella mala memoria, de esa vida tan absurda que no reconocía como propia. 2 Liu llega ebrio, como cada quincena. Susana siente un dolor fantasma

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CUENTOS

en el pecho y decide complacerá a su marido. Lo espera en la sala, pone la mejor sonrisa posible en su rostro y lo abraza. Él busca su sexo. Ella se asquea de su olor aguardentoso y hace un gesto que él detecta. — ¿Te doy asco? —El hipo interrumpe sus alaridos—. Soy tu marido y tienes que aceptar callada lo que me venga en gana. —No, mi amor, nada de eso —lo besa efusiva para calmar su ira—. Yo te adoro. Liu la empuja con fuerza y escupe. —Me cago de hambre, tráeme la comida. ¿Tengo que decirte todo lo que tienes que hacer? —En la tarde te dije el dinero que me dejaste apenas y me alcanzaría para el almuerzo. —Ahorra, carajo. No llegamos ni a fin de mes y la plata se te acaba. — Mueve los brazos de un lado a otro—. Trabajo de siete a nueve mientras tú estás en la casa sin hacer ni mierda y para concha dices que no alcanza. Trabajo como negro, por la puta madre, y soy chino. —Te emborrachas cuatro de siete días de la semana. —Susana se muestra firme—. Deja de tomar con tus

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amigos y verás llegar a fin de mes será sencillo. Liu aprieta los puños y suelta un chillido al golpear la pared. Susana retrocede y se pone detrás de un mueble. —Cálmate, por favor. Me sobraron algunos huesitos de pollo. Podría hacer una sopita con ellos. —Susana le da la espalda, confiada de haberlo calmado—. La tendré lista en quince minutos. —¿Huesitos? Acaso soy un perro — hipa y tose luego de una arcada—. Me estás diciendo eso. Que soy un puto perro. Susana siente un escalofrío. Conoce esa mirada. —Chinito, es lo único que tene… Un puñetazo se clava en su mandíbula y la manda al suelo. La sangre chorrea de su boca y mancha el suelo mientras intenta ponerse de pie. Susana lo mira sin derramar una sola lágrima, con los labios sellados y la impotencia haciéndose agua en sus ojos. —No voy a dejar me toques de nuevo. —Susana se pone de pie y lo enfrenta—. ¿Te crees un macho peruano? ¡Cabro frustrado de mierda!


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—Te voy a cerrar el hocico a patadas. Susana atrapa sus brazos y desvía el golpea. Rafael sonríe como un maníaco, la atrapa de la cintura y la estrella en el suelo. Ella se queda sin aire y abre la boca intentando respirar. Hace de su cuerpo un ovillo para protegerse de los golpes y sus antebrazos cubren su cabeza. Los golpes se detienen y piensa la violencia acabaría pero rompe en llanto cuando siente los dedos de su marido dentro suyo. Trata de resistirse pero él la agarra del cabello y golpea su cabeza contra el suelo hasta que la siente desfallecer. Liu la embiste y, cada que siente resistencia, la ahorca. Al terminar de violarla se pone de pie y baila alrededor suyo celebrando su victoria. Se siente un rey castigando al insolente. Susana intenta alejarse a rastras pero el pisa su espalda antes de sujetar su minúsculo pene para orinar sobre ella. 3 —¿Lo asesinarías de tener las herramientas? Susana escucha aquella voz y despierta. Está en un océano dorado, flotando en una balsa que un sujeto cubierto por un largo manto negro dirige a través de un oleaje anómalo. —Sí —responde. Estira el brazo y toca el agua—. ¿Estoy soñando?

—No —el desconocido gira y Susana reconoce en su rostro el de su primer enamorado. —¡Yhonny! El balsero sonríe. —Te equivocas. No soy ese que mencionas. —Deja los remos dentro del bote y se sienta a su lado—. Sin embargo, ustedes los mortales me visualizan como aquello que más añoran. ¿Quién es ese cuyo rostro me da forma? —Fue mi gran amor. Mi primera vez. El atardecer mirando al cerro colindante a la loza del barrio. Él la cargó y colocó con suavidad sobre el maletero de un viejo Oldsmobile abandonado. Torpes y ardientes, descubriéndose en la voluptuosidad que el sacerdote de la parroquia denominaba pecado. Llegó al orgasmo y vio detrás de su rostro un árbol enclenque bebiendo la luz del atardecer. Sucedió aquella única vez, fue una despedida augurando un retorno que nunca se cumplió. Él se enlistó como soldado dos meses antes y al día siguiente embarcaría rumbo a algún pueblito serrano para combatir a Sendero Luminoso. Meses después la madre de Yhonny la buscó y le dijo «los terrucos lo habían quemado».

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CUENTOS

—He visto tus recuerdos, Susana. ¿Por qué has soportado tanta infelicidad? Es decir, conociste algo sublime y te decantaste por la vida con ese animal.

más altos. Yiazmat lo atrapa del hombro y muestra su verdadero rostro: Es similar al cráneo de una serpiente y dentro de sus ojos dos tifones.

—Costumbre. Tal vez. —Mereces más, Susana. Soy Yiazmat y pretendo hacerme con el alma de tu marido.

—No pretendo asustarte. —Una infinidad de tentáculos, que salen del interior del cuerpo de Yiazmat, rodean por completo a Liu. —Pretendo condenarte.

—Eres un demonio. Los huracanes le muestran el rostro de Susana.

—Soy un dios. Susana mira hacia el horizonte. —Dos pájaros de un solo tiro. Me libro del hijo de perra y tú te haces con su alma.

—No fue mi intención. Lo juro. —Sí, lo sé. Los de tu tipo son incapaces de asesinar, prefieren la tortura. 5

Yiazmat le da un beso en la frente. —Tenemos un trato, Susana. 4

Susana encuentra a Liu amarrado a una cruz invertida. Las cuerdas que lo sujetan parecen ser de carne. Su boca tapada, cual cerdo, con una manzana. Detrás de él una pared en la que palpitaban miles de formas apiñadas.

—¿Crees en el ojo por ojo, Liu? —¿Esos son…? El marido de Susana está ebrio. Se tambalea por toda la casa, buscando a aquel que habla. —No me asustas —dice al verlo frente a él—. He golpeado a colorados

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—Bestias —interrumpe Yiazmat—. Como tu marido. Humanos violentos, llenos de complejos. Hoy nada más que un montón de carne.


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—¿Tú los asesinaste? —Sería un honor y, como tal, es algo que te corresponde. —No puedo, Yiazmat. —Claro que puedes —exclama la deidad—. Recuerda cómo te asesinó. Susana tiembla y recuerda aquella noche infame. Se pensó dormida y estaba muerta.

—Primero introduce la punta de la primera espada en sus orejas. Destroza sus tímpanos. Que te vea reír, maldecirlo, y, a pesar de eso, que ignore la realidad de tus palabras. Susana sigue las indicaciones y Liu se caga en los pantalones por el dolor. —Hijo de puta. Tienes un pene diminuto —baila alrededor suyo—. Nunca lograste hacer que sienta un orgasmo, nunca supiste como usar tu boca más que para insultar y maldecir, chino frustrado.

—¿Qué debo de hacer? Yiazmat le alcanza la quijada de un ovino. —Este es el pecado original. Caín asesinó a Abel con este trozo de historia. —Susana observa aquella espada ósea entre sus manos y ve la sangre seca de todos los que fueron sacrificados con ella—. Él dejó de ser humano hace tiempo. Es sólo un montón de rencor en un traje de carne. —Asesinarlo es muy sencillo —dice Susana—. Quiero que sufra. —¡Ese es el espíritu! —Yiazmat aplaude—. Prívalo de sus sentidos. —¿De qué forma?

—Ahora usa esto —le alcanza un pomo rojo—, destápalo en sus fosas nasales. Así perderá el olfato. La nariz se arruga y cae al suelo. —Sujetaré su boca para que destaces su lengua. Yiazmat retira la manzana con cuidado y con la otra destroza su mandíbula. Susana hace tirones la lengua de su marido con la primera espada. —Haz lo que quieras con sus ojos. Ella deja la espada en el suelo y acerca las puntas de sus dedos a los párpados de su marido. Lo acaricia brevemente.

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CUENTOS

Liu ve sus uñas y trata de moverse pero Yiazmat lo sujeta con fuerza. —Nunca te amé, me conformé contigo y me arrebataste todos mis sueños. —Dice mientras hunde las uñas y siente cierta resistencia durante unos segundos hasta que revientan. Liu mueve la cabeza de un lado a otro y la sangre empapa todo—. Ojo por ojo, chino de mierda. —Ahora solo queda su sentido del tacto. Castígalo, que el dolor lo consuma, que su alma se caiga por pedazos. Usa la espada. Usa tus manos. Usa lo que quieras, Susana. Después de media hora lo que quedó de Liu fue sangre, astillas de huesos y tirones de piel y carne regados alrededor de la cruz invertida. Susana abraza a Yiazmat y lo besa como por primera vez a Yhonny. El dios la desviste y alrededor de ellos aparecen docenas de hombres y mujeres, multitud que se les unen en el carnaval.

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Los animales Julio cevasco El caballero crístico miraba la figura clavada en la cruz, delante de la hornacina. Era un esqueleto tallado en piedra, de cabellera larga, corona de ramas con espinas y cuernos arqueados. Le llamaban el Crucificado. Gwÿnwraith suspiró. Pese a su rango, nunca se santiguaba porque sabía que Dios no moraba ahí, sino en cada rincón de la Estepa, fuera de ella y en su corazón. Se dio la vuelta antes de caminar por la nave rumbo a la puerta. Cuando acudía a su Señor, cuando visitaba los templos repartidos por el bosque, viajaba a sus adentros en vez de arrepentirse, como enseñaban en el papado. Los obispos estaban errados, mas no les guardaba rencor. Intentaba comprenderlos. Intuía que los hombres eran lo mismo, un mismo ser con iguales necesidades, capacidad de amar y de sentir compasión, que probaban la experiencia a pasos distintos y en el camino encontraban cosas que los distraían de sus objetivos. «Los soldados me esperan», pensó al ver su reflejo en los vitrales. Un joven alto, de cabellos rubios, largos casi hasta el hombro, con un mechón amarrado en la coronilla.

Gwÿnwraith Bànnon portaba armadura blanca cubierta de una esclavina con la enseña de la fuente en campo de sinoples. «Dios es la fuente inagotable de la que bebemos, mas nadie lo encuentra porque ignoran la gnosis». No lo había entendido hasta la pubertad. En los Tiempos de la Niebla, mientras viajaba con la mesnada, su saber estaba cuajado, pero guardaba silencio debido a los inquisidores. Salió del santuario. Esperaba que sus hombres le procuraran noticias, por lo menos algo, pero en sus rostros intuyó que nada tenían. La bruma cubría el horizonte como una nube grisácea que cabalgaba sobre las brozas, y si los monstruos de piel lechosa volvían, si los no muertos abandonaban sus tumbas para atacarlos, ellos iban a cargárselos. Con sus espadas, mandobles, mazas y alabardadas los despacharían, ya que las imágenes del templo estaban muertas como la fe de los pueblos. —Bebe un poco, Gwÿnn —le dijo un soldado, y le lanzó el cuenco—. Las gitanas pasaron por aquí y nos vendie-

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CUENTOS

ron una nueva mezcla por cinco cuernos de bronce. Tiene cal roja, gurgiente y ponedora para que dure la borrachera. Gwÿnwraith sospesó la bota, destapó y olió. Era una mezcla fuerte que rasparía su garganta. La lanzó de regreso. —Tengo alergia a la ponedora —dijo—. Si salimos y continuamos con lo nuestro, tal vez hallemos cerveza en una tasca abandonada. ¿Me acompañas? El papado les había encargado rescatar norteños y escoltarlos al sur debido a las amenazas. Sin embargo, pasaban las noches purgando el campo de demonios. —Tú te lo pierdes, Gwÿnwraith. —Gracias, pero no quiero que el cuerpo se me llene de escorbutos. — Aguzó la mirada. Uno de los hombres que vestía harapos y discutía con un mi-

de la infancia, eran hombres en los que podía confiar, mas no estaba seguro de cuán lejos llegaría la amistad con Thein, pues este era todo un bigardo, y cuando patrullaba con soldados por las callejas sureñas solían tomarse licencias con pordioseros penadas por el papado. Se encogió de hombros al volverse a la multitud. El de los harapos cayó de bruces sobre el estiércol. Roggi lo había empujado y, antes de que pudiera levantarse, recibió la punta de la espada en la garganta. Fue un roce y a la vez una amenaza. —Un cuerno de bronce. —La expresión de Roggi no era amistosa. No bromeaba—. Si no lo tienes, te rajo el cuello aquí y ahora, frente al santuario. Los ojos de Dios no se fijan en limosneros. «Es la bebida —pensó Gwÿnwraith mientras bajaba los peldaños. Siem-

liciano llamó su atención. Lo señaló con la cabeza—. Oye, Thein, ¿quién es? —Un borracho. Apareció antes que las gitanas y se puso a jugar a las tabas con Roggi. Perdió y desde entonces rehúsa pagarle. ¿Por qué lo preguntáis, ser Bànnon? ¿Lo conocéis? —Te he dicho mil veces que no me llames ser Bànnon. ¿Cuánto tiempo nos frecuentamos y cuántas veces hemos fumado juntos? Solamente ese viejo y el caballero Farnèsse de Poitiers, su compañero

pre trataba de buscar otro sentido de las cosas—. No es la crueldad de Roggi, porque el hombre no es cruel por naturaleza, aunque muchos no lo entiendan. Vamos, compañero, sé que puedes componerte». Se abrió brecha entre la mesnada. El de los harapos se volvió y su boca formó un anillo. Gwÿnn pareció reconocerlo. ¿Dónde lo había visto? Estaba sucio, pero otrora lo recordaba limpio y sonriente, un hombre cuyos trajes despedían bálsamos de las tierras de los

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arrozales. «Un caballero crístico», pareció pensar el mendigo. Y, sin que Roggi se diera cuenta, se arrastró por el lodo como un lagarto. En un momento se aferró a la pierna de Gwÿnwraith, a quien miró para pedir auxilio. —Os lo ruego, ayudadme, mi señor, soy Màol… Màol Mùstard, príncipe estepario de la Gragòria. La milicia se tomó su tiempo para mirar, murmurar y reírse. Las carcajadas resonaron como un ruido estridente. Roggi y Thein rieron. Incluso el mismo Gwÿnn casi se contagia porque las burlas eran pegajosas, y negó con la cabeza antes de indicarle al mendigo que se levantara. —Así que eres Màol Mùstard — susurró. Conocía al heredero del principado gragorino, ya que, tiempo ha, le había servido de escolta—. La última

guardaron silencio ante los sollozos, ante las lágrimas de Màol, que manchaban la hierba mientras este se limpiaba. —Lo siento —contestó avergonzado, y se puso de pie ante todos—. No es la primera vez que escucho mierda sobre mi casa ni será la última. Sin embargo, después de pasar por ciertas cosas, uno suele cambiar. —Roggi susurró algo y Harapos se giró a él con cara de pocos amigos—. También quisiera pagarle a ese tío que está ahí, murmurando, pero lamentablemente no tengo ni un quinto, ni quiero enfrentarme en un duelo, porque de antemano sé quién ganará, y no conviene pelearnos entre hermanos. Si he venido fue de casualidad. Buscaba un refugio. Lo señaló. —Pensé que el Crucificado respondería mis dudas. No estaba manchado de sangre,

vez que te vi te burlabas de todos como un aburguesado, y ahora te acercas en busca de ayuda. Mira cómo son las cosas. Si necesitas monedas para pagarle a Roggi, no haré nada por ti. Tendrás que enfrentarlo. «Pero sus ojos —pensó— me dicen otra cosa». Era fácil reconocer a alguien sin esperanzas. El de los harapos agachó la cabeza, pegado a su pierna, y comenzó a temblar. Los soldados hospitalarios

aunque sus ropas lucían rasgadas y su cuerpo despedía olor a meado. —Es una pena —comentó Thein—. Porque Lord Cuernos no puede escucharte. Continuará en su cruz clavado por siglos, así que responderás ante nosotros —las tropas rieron, y él, tras rascarse la barbilla, continuó—. Dime una cosa, gilipollas, porque es mucho trabajo viajar de señorío en señorío y queremos ahorrarnos millas de camino. Supongo que ahora podemos contar a Gragòria entre los dominios que arra-

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CUENTOS

saron los paliduchos. ¿Cierto? ¿O me equivoco? Dime otra. ¿También llegó la niebla? Los ataques de lechosos son ahora la última moda. —Dicen que lo son, soldado, pero no es el caso de mi país —respondió Harapos sin atender a la provocación—. Estuve ahí hace semanas, y ahora no queda nada. —¿Cómo? —fue Gwÿnwraith quien preguntó. —Eso mismo, mi señor, fue la pregunta que me hice cuando llegué, y por suerte encontré a mi hermana para que respondiera. Creo que usted, ser Bànnon, si mal no recuerdo vuestra casa, debería saber de quién hablo, porque cuando nos visitó el año pasado ambos disteis un paseo por los parterres y la escuchó cantar con el coro en una presentación. Lo invitó ella misma. No era raro que lo invitaran.

comiendo frutas de unas jabas. Para hacéroslo más corto, me contó todo desde el inicio, aunque ella no supo cuándo comenzó. Los gragorinos, de la noche a la mañana, se comportaban como si no pensasen. Era común ver gente desnuda o con ropas de dormir en las callejuelas, peleando con los perros por un maldito hueso, mordiéndose entre ellos, lamiéndose, oliéndose el culo, el pene o los coños como si fuesen… animales. Sibine… se asustó. No me habló de maldiciones ni de nada de lo que se comenta en estos casos, simplemente no tenía ni idea, así que nos largamos tras comprobar que nuestra casa había sucumbido a esa bacteria o a lo que fuera que estaba en el aire. Nuestros sirvientes, nuestros criados, nuestro padre… Nada de lo que conocíamos estaba allí salvo las riquezas, pero no nos llevamos muchas, porque nos dificultarían la hui-

Era un caballero crístico, el más joven de los treinta y tres, y era común que las damas coquetearan en los señoríos. Recordaba que se había acostado con una después de un concierto; recordaba los besos y los abrazos, mas no su nombre ni su apellido. —¿Sibine? —dijo, porque era el más común entre la realeza. —Sibine —respondió Harapos—. ¿Cómo olvidarla? Claro… Sibine. Sibine estaba escondida en un rincón de la ciudad como un puto gato,

da. Lamentablemente, una noche nos robaron al bañarnos en el lago, y para mayor escarnio nos atracaron esos paliduchos. Me cargué a los cuatro, uno por uno, mientras Sibine corría, y nunca más la volví a ver. Desde entonces he recorrido medio sur de la Encrucijada, buscándola, y escuchando historia tras historia sobre estos lugares que se han convertido en tierra de nadie, hasta que llegué aquí mientras buscaba un buen árbol para colgarme porque estaba desesperado, y porque, si somos

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realistas, no creo que mi hermana haya sobrevivido ni pueda pasar una noche en un bosque plagado de monstruos, donde los soldados del papado los despachan junto a todo lo que consideren incorrecto, incluyendo a hombres que nada tienen que ver. Pero luego cambié de opinión y me topé con el templo del Cristo. El viento le echó la capucha a un costado. Los rostros de Roggi, Thein y los otros no eran amigables. De no haberse encontrado Gwÿnn entre ellos, la banda hubiese dejado al príncipe con unos treinta agujeros en la panza sobre un manantial negro, lleno de mierda, por haberlos ofendido, pero no se atreverían, no esa noche. Gwÿnwraith suspiró. Miró a la soldadesca, que aguardaba con sus espadas envainadas formando una media luna. Harapos lo miraba sudoroso.

Le había costado decirlo, casi tanto como guardar silencio. Mùstard lo miró a los ojos. De hombre a hombre. De príncipe a caballero ungido por decreto papal. Y asintió lentamente. Señaló el santuario del Crucificado. Los grabados en los vitrales mostraban a un hidalgo con armadura que acompañaba a un coracero en su peregrinación hacia las míticas tierras de los cuernos. Gwÿnwraith miró la imagen por el rabillo del ojo porque el príncipe la observaba sin disimulo. Conocía la historia. Los crísticos que ayudaron a los cabríos en la cruzada de Ciudad Abisal no habían quebrado su juramento porque antes del papa estaba su voz interior, siempre que estuviesen entrenados en la llamada gnosis, un arte antiguo de su orden que se había perdido, pero que él practicaba gracias a su educación. Sabía qué debía hacer,

«Pese a su altanería quiere que lo ayude pero no se atreve a pedírmelo. Alguno de los dos tiene que hablar pronto. Alguien tiene que romper este silencio incómodo y no seré yo». —Si estás buscando el apoyo de mis hombres, pierdes el tiempo —se contradijo, después de que graznaran los cuervos—. Tienen una misión oficial y abandonarla se pena con muerte tras largas torturas en la torre del inquisidor. Tu hermana Sibine… no es prioridad para mis huestes. Lo siento.

y también que aquel hombre lo conocía mejor de lo que creía. «Sibine… ese nombre… en serio ha sido suerte atinarlo, así que supongo que…». —Mùstard… —susurró, e hizo una pausa. Pensó que sería mejor hablar de su hermana en el camino, por lo que cambió de parecer y se giró a los soldados que lo miraban comentando cosas. —Vosotros podéis esperarme aquí —les dijo— en este santuario, mas

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si no vuelvo en tres noches vais a marcharos. De lo contrario seréis castigados, porque Dios… bueno… vosotros sabéis que el papado tiene espías por allí y por allá, y si os encuentran perdiendo el tiempo os van a zurrar. «En cambio, conmigo es diferente. Mi código de caballero me permite tomar excepciones por compasión, pero no tengo que explicárselo porque no lo entenderían». Los miró. Eran borrachos malolientes que cabalgaban con él desde que se dirigieron al norte. Sabía cómo pensaban. Tíos similares a Thein y a Roggi, blanqueados por el clero, que no comprendían sus obligaciones, pues sus fechorías las concretaban en nombre de un Dios no cuestionado. Él era distinto. Mataba por su deidad interior, y podía negarse a carnicerías que la Iglesia encomendaba,

encaró al resto—, así que debéis obedecer. Antes de que termine la noche iré a buscar a esa tal Sibine, y viajaremos hasta Gragòria, porque alguien tiene que relatarle al papado qué ocurre con lujo de detalles. Le enviaré un palomo, si es que alcanzamos las pajareras, y no os pediré que vengáis con nosotros porque sé que os negaréis, aunque la ayuda siempre es bien recibida. No se movieron. Parecían estatuas. La brisa heló las manos de ser Gwÿnn. —Bien —continuó en voz alta—, parece que está claro, así que cuando regrese quiero que me guardéis un poco de aguardiente. —Pensé que la cal roja te causaba escorbutos —dijo Thein. —Soy un caballero crístico —le contestó—, pero eso no significa que no

ya que conocía la gnosis. —No me jodas, Gwÿnn —escupió Thein tras mostrarle los dientes—, no creo que vayas tras el coño de la hermana de ese príncipe hijoputa. ¿O estoy equivocado? Harapos le lanzó una mirada fría que lo hizo retroceder. Gwÿnwraith, de pie a su lado, le quería decir que se calmase, pero no deseaba mostrar sus colores ante los carniceros de la banda. Thein a veces se pasaba de la raya. —Es una orden —le recordó, y

mienta si no quiero beber alcohol de segunda. Cuando regrese lo haré. Hasta entonces, no os acabéis la botella.

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Màol Mùstard no era quien imaginaba. Pese a su fama, le había salvado la vida mientras corrían por la planicie amarillenta, poblada de verbascos, agitando la espada. Tenía un sexto sentido que les sirvió para orientarse en la niebla, envueltos en mantos, hasta alcanzar la laguna después de cargarse


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a unos cuantos lechosos. La humedad había disminuido. Era inevitable que los acecharan los paliduchos. También lo era tratar temas para bajar la tensión, pues se habían topado con despojos en la pradera de mostazas junto a esqueletos de pequeños pichones. El frío helaba sus labios, y poco a poco disminuían las ganas de marchar campo a través. —No hay noticias de tus amigos —susurró Harapos afilando su espada, apoyado en un pedrusco, en plena conversación—. Oí rumores. Los caballeros hospitalarios están salpicados como pecadores que van en busca de redención. Son patéticos, mas no puedo culparlos porque en el fondo están dormidos. Gwÿnwraith asintió. —Supongo que en estas circunstancias —continuó Harapos— muestran sus verdaderas caras. Sin quererlo se estaba desen-

pensaban que era un lechoso los estudió en la penumbra. El lago regurgitó gracias a un canto ligero como si fuese un aviso, un muévete, cuidado, idiota, y eso que miraba tras los matorrales se fugó como un lobato. Gwÿnn y Harapos intercambiaron miradas y no pensaron al atar cabos. «Los animales», pudieron decirse. «Los animales», pudieron pensar, pero corrieron en pos de la sombra ante el lago silencioso. Las zancadas de Harapos eran impresionantes. No corría, galopaba como un trotón de las planicies sarracenas. Gwÿnwraith era más lento, pues portaba armadura de placas casi completa, así que no podía apresurarse en esa pradera donde las espigas le llegaban al pecho. El polen se le metió en la na-

mascarando. Se mordió los labios. Era suficiente mirarlo para comprender lo que a otros les tomaba vidas, pues la gnosis se lo permitía. «Parece que las circunstancias te han cambiado», pudo decir. Intentaba recordar el rostro de Sibine, aunque ni estaba seguro de habérsela cepillado tras ese concierto en la plazoleta. Sus pensamientos se disiparon como una nube de polvo al ver una sombra gatear por los altramuces. Desenvainaron. Pusieron atención. Lo que

riz. Casi tropieza. Estornudó. El moco se disparó como un proyectil espumoso entre las panojas que agitaba la brisa, al tiempo que un ruido en la tierra bramaba como si las rocas se quebrasen con un relámpago. La trampa se abrió y Harapos, que perseguía a su presa como un rayo, se despatarró hacia la sima. Gwÿnn se detuvo, soltó una blasfemia, no pensó. El trampeo para osos se practicaba en la Estepa desde tiempos milenarios, pero esos hoyos no se excavaban en regiones de escasos ar-

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bustos. Se acercó. Imaginó un cuerpo ensartado en las estacas junto a huesos de animales, pero solo encontró leños y barro. «¿Dónde está? Demonios…». Una respiración entrecortada se alzó ante el aleteo de las zumayas. «¿Harapos?». Lo vio. Con el cabello enredado, cubierto de polvo y el respirar agotado se sujetaba de los pedruscos. Tomó impulso. Trepó. Sus rostros se encontraron entre las briznas que plumeaban mezcladas con polvo. —Esta tierra… —dijo Harapos, todavía colgado— apesta a basura. Ni una palabra. Esbozó una sonrisa. Gwÿnn seguía sorprendido como una estatua de arcilla. —No te quedes ahí. Ayúdame a

en las justas, y no se inmutó cuando las sarracenas lo amenazaron con sus corcescas, menos cuando lo hincaron. —Vas a responder algunas preguntas —le ordenó una a Gwÿnn que aguardaba con la cabeza gacha y los ojos cerrados—, a menos que quieras acompañar al perjuro. ¿Está claro, ser? Asintió. —Todo claro —repuso—. Responderé a lo que digáis bajo juramento papal, y cuando termine tendréis que soltarme o… La mejilla le ardió antes de recular. «¡Auu!». Una lanza lo había cortado. —Dijimos que respondieras ―le recordó la mujer con la alabarda—, no que nos dieras un sermón. Habla otra vez y te vuelvo a marcar la cara, habla dos y…

subir.

No escuchó lo siguiente. Harapos lo miró relajado desde la gramilla. —Mantente callado y todo saldrá bien —comentó—. En estos casos la clave es estar en silencio, porque si respondes, te churretean. Si el hombre conociera su poder, si bebiese la sustancia que guarda en su corazón, te aseguro que el mundo cambiaría para mejor, así que hazme caso, ser, y cierra tu puto hocico o nos cagarán a ambos. Gwÿnwraith respiró.

—Claro. Se inclinó para sujetarlo, pero presintió algo. Los mirlos piaban ante pasos sobre el crujiente ramaje. No había levantado la cabeza ni mirado de reojo, mas se quedó frío cuando unas puntas de lanza empujaron sus quijotes y sus avambrazos. «Nos cagamos». El rostro de Harapos lo confirmó. Tras sacarlo del hoyo lo vio revolcarse sobre la hierba como si hubiese caído

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Respiró ante esas más de dieciocho sarracenas que los rodeaban, armadas hasta los dientes. Era mejor escuchar a Harapos. Era mejor oír los consejos de ese señoritingo con fama de borracho, porque pocas veces lo habían superado en número, y esa noche no importaba su jerarquía. Esas mujeres eran sarracenas. Eran paganas del monte. Estuvo más claro cuando aquella con la corona de ramas y el rostro teñido de blanco lo observó. Gwÿnn agachó la cabeza. Escuchó el caminar de las bandidas mientras hablaban en un oscuro dialecto. Le ordenaron avanzar, empujándolo, y obedeció al dar sus primeros pasos.

Pensaba acudir a las pajareras en Gragòria, pero había terminado en una jaula como un cuervo. Su compa-

lengua incomprensible. Los miraban. Se reían. La sacerdotisa de la tiara comía semillas en una esquina junto a los prisioneros. El rostro maquillado de blanco proyectaba una sombra larga ante los canastos. Esos que otrora fueran gragorinos, desnudos o en andrajos, reptaban sobre la hierba mascando cebollas. Šarcca gateaba con un seno descubierto tiznado de hollín. Era un pecho pequeño que no despertaba su atención, pero era un pecho después de todo. Harapos se volvió con los ojos enrojecidos como si hubiese llorado. —Sibine —susurró—. Me gusta recordarla como Sibine, cuando todavía quedaba alguna ilusión. Era buena compañera, la hermana que te rasca la cabeza mientras lloras en el trullo, porque has metido la pata y estás roto por dentro. Ahora mira en qué se ha convertido. —Le presionó la muñeca y lo miró

ñero de celda miraba en la oscuridad, casi en silencio. —Šarcca. Šarcca —musitaba como si nada importase. Gwÿnn prefería callar. Pensaba que los soldados se habrían marchado del santuario rumbo al norte. Le rugió el estómago. Los pucheros despedían olor a patatas fermentadas, mientras los susurros del andrajoso penetraban en el crepúsculo como un estilete. La luna los saludó al tiempo que las sarracenas conversaban en su

con el rostro inflamado. Gwÿnwraith sintió que el otro no quería vivir, que la vida sin esa muchacha sería una condena. —Dime, caballero —continuó Harapos—, ¿cuál es el castigo de tu dios para los hermanos que se aman más de lo que tu Iglesia manda? ¿Por qué el dios del obispo es tan tirano? Parece que se alimentara de felicidad. «Vivir en el infierno —pudo decirle— ya es suficiente castigo». Calló.

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Había acudido al templo a reencontrarse con Cristo mientras los hospitalarios aguardaban fuera. La sangre de lechoso derramada por la Estepa, ahora pegoteada en el barro, pertenecía a una prosapia que la Iglesia no concebía, así como los pálidos no comprendían a los suyos ni los designios divinos. Pero esa noche no cavilaría. Su compañero estaba desesperado, y un fuego interior le decía a Gwÿnn que no le dejara cometer una locura. —Dios se alimenta de tu dicha siempre que se la des —le respondió. —¿Cómo? —Escucha, anoche me dijiste que guardara silencio. Ahora no te quejes y guárdalo tú. Tenía que ser directo. «Las cosas son como son, tío. Tú ya lo sabes pero se nota que esa chica te tiene destruido. Silencia tu mente y deja

rromatos aparcados ante los maderos delataban su procedencia norteña. Eran gitanas, gitanas de las que Thein, Roggi y otros habían comprado el brebaje con ponedora que quisieron compartir con Gwÿnwraith. Una de las mujeres, de cabellos negros recogidos en una trenza y con los ojos maquillados con sombras, abrió la puerta con una llave de hueso y arrastró a Harapos de los pelos. Tres de sus aliadas lo inmovilizaron pese a que pataleaba y lanzaba gritos. Le metieron un embudo en la boca, tomaron una cuba y vertieron un líquido rojo. Casi se ahoga. Cuando terminó, cuando la sustancia se le escurría por las comisuras de los labios, vomitó tras caer de rodillas sobre el herbaje. Entretanto, las otras batían más mezcla con un cucharón tras echarle polvos color ladrillo. Gwÿnn sería el siguiente. La del rostro ensombrecido se

de echar tu basura en Dios, tal como deberían hacer los caballeros crísticos». Miró sus vestiduras enmohecidas y hacinadas junto a las armas. Respiró con profundad. No era que no le importara, mas no podía contarle de su entrenamiento en la gnosis ni que gracias a ello creía percibir el dolor ajeno como un aguijón en la médula. Se acercaban las sarracenas, vestían tocados y, bajo sus mantos, brazaletes y armaduras de cuero endurecido protegidas con escamas. Los ca-

acercó, pero no abrió. Lo miró desde el otro lado de las rejas. —Deberías escoger mejor a tus amigos —le dijo. No respondió. ¿A qué se refería? —¿Qué te pasa, Gwÿnwraith? ¿Te comió la lengua el lagarto? —continuó la sarracena—. No nos conoces, ni nosotras a ti, pero nuestra maestra nos ha ordenado mantenerte al margen mientras finiquitamos nuestro asunto. Solo nos falta el principucho.

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—Conozco a su familia. —La pausa que hizo fue larga—. Sobre todo la fama que antes tenían, y si elijo rodearme de los peores es para que aprendan algo que sirva. La mujer torció el gesto. —No pienses mal ni pongas esa carita —continuó Gwÿnwraith—, porque no me creo la última sardina de la canasta, pero en este mundo poblado de asesinos muchos caminan dormidos y les falta un empujón para que despierten. Hete ahí a Harapos. Hace poco estuvo a punto de abrir los ojos, pero parece que por culpa vuestra los ha cerrado. La sarracena se volvió a sus compañeras. Intercambiaron palabras en su lenguaje oscuro, y la de cabellos rojos se acercó con una cuba. Le mostró el contenido. —Bueno, bueno, hay cosas que

—Sí… ¿Cómo no? ¿De verdad tienes fe en que las cosas cambiarán, pese a que no han cambiado en lustros ni cambiarán nunca? No me hagas reír. Nosotras viajamos por la Estepa con nuestro granito de arena, intentando reparar la situación. Visitamos a los gragorinos para hacernos justicia, porque esos hijos de perra, cuando éramos pequeñas, dejaron huérfanas a varias de nosotras. Luego nos topamos con los asesinos del papado por casualidad. No somos tan extremas, pues pensamos que matar no es la solución, pero tener a hombres terribles en estado de idiotas sería mejor alternativa. ¿No te parece? No quiso oír. Vio a algunos enterrar la boca en sus propias heces. Su código era su corazón, y este le decía que todos deberían vivir como quisiesen. Miró por encima de las mu-

hablar. Tal vez por eso te reúnes con esos carniceros mal llamados soldados papales, a esos a los que les dimos gato por liebre y que deben estar rumiando cebollinos como los señores de Gragòria. «Maldición». Se contuvo. —No entiendo —continuó la mujer— cómo puedes permanecer indiferente. Porque eres indiferente, no nos mientes. —No miento.

jeres. Sintió un retorcijón en el esternón porque al regresar al santuario encontraría a sus huestes como animales, o quizá no hallaría a nadie. «Olvídate de las cervezas con Thein —pensó—, porque eso no va a ocurrir. Los encontrarás lamiendo la orina de Roggi». La bruja de la corona lo miró. Él frunció el ceño al reconocer una cruz de ramas entre sus medallones. Era del Cristo. —Oye, pagana —habló, al tiem-

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po que esperaba no equivocarse—. Parece que entrenaste bien a las mujerucas. Te felicito. Típico de bruja, pero en el fondo no me engañas, también eres crística. De lo contrario me hubieses dado el bebedizo. No le hizo caso. —¿Lo niegas? Pues tengo una sorpresa. Los partidarios del Cristo, no los del papado, sino quienes conocen la gnosis, comprendemos que todo ocurre por designio divino. La mujer se volvió. Lo miró con sus iris color serpiente. —Y por eso —continuó ser Gwÿnn— te digo que ese hombre ahí rendido merece perdón. No porque yo creo que lo merezca, sino porque Dios lo quiere. Mi virtud me hace un portal de su palabra, uno consciente, así que concédele un juicio justo a cambio de un antídoto.

Harapos se volvió a Gwÿnn. «Gwÿnwraith…», parecía decirle, el brazo estirado tratando de alcanzarlo, pero el caballero permaneció en la pajarera como una roca. Esperaba que ocurriera lo que tuviese que ocurrir, que el antídoto surtiera efecto —si existía— y que, cuando el combate terminase, Dios le indicara cómo seguir con su vida. Seguro que al retornar no quedaría nada de Thein ni de Roggi, ni de los otros soldados del santuario del bosque. Imaginó que hallaría residuos de sangre mezclados con pis en las gradas del templo, junto a fragmentos de vidrios de colores. Imaginó muchas cosas.

No sabía si existía, pero debía arriesgar. Tampoco tenía la certeza de que la bruja conociera la gnosis. Podría ser una vendehúmos, una nigromante o cualquier cosa. La vio estudiar a Harapos desde su caldero. Él oía atento, el cabello hecho remedos y las manos hundidas en el fango. La pagana caminó ante las plantas de matalobos, hizo una seña con su vara y sus gitanas sacaron barricas con cal que vertieron por el llano dibujando un círculo. Había aceptado.

Harapos llevaba desventaja, pero ahora estaban emparejados. El combate se pactó sin armas, a tres caídas. Una bota fuera del círculo contaba como una, aunque estaba desdibujado gracias a la lluvia. Los contrincantes seguían en pie, en medio de un campamento de gitanos que abrazaba la humedad. La pelirroja agitó los puños con trozos de cristales pegoteados mientras Harapos bostezaba. Se había dejado ganar dos asaltos, pues consideraba a las mujeres criaturas no forjadas para el combate a

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Llovía. Gwÿnn continuaba en la pajarera, recostado en la hojalata. Hacía rato,


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menos que padecieran de gigantismo o que tuvieran huesos fuertes. Para emparejar el duelo le bastaron dos fintas y un par de zancadillas, y ahora ganaría tal como sabía desde el inicio, tal como se lo comentara al caballero encarcelado. Se acercó a la reja. —No me gusta golpearlas —susurró sonriente—, pero esa loca dice que mi familia mató a sus padres cuando yo era crío, y que debo pagar por sus pecados. Te juro que no me faltan ganas de romperle la mandíbula a cabezazos para que mida sus palabras. La he sacado de la ronda dos veces, tío, dos veces, pero parece que va a ganarse unos dientes rotos. Esa lluvia de mierda… huele a pis. —Creo que deberías tomártelo con calma. —Ella debería. Se ha engomado cristales en las vendas de las manos.

Y Gwÿnwraith pensó que, de no ser el caso, el deslenguado de Harapos intentaría montársela. No ocurriría. La gitana le lanzó una roca al andrajoso en la crisma. —Mierda. —Se giró. —Terminemos de una vez —dijo ella, que lo miraba en la oscuridad con hambre de batalla. —Bueno —respondió Harapos. Dio unos pasos y desapareció en la penumbra. Gwÿnwraith lo escuchó correr sobre las brozas, los jadeos de ella como si intentara golpear a la mole que era el otro, y se sorprendió al verlo recular hacia la reja, limpiándose la sangre de los labios. Le había cortado. Se volvió a Gwÿnn para susurrar: —Te dije que con tías como esta no me contendré. —Como quieras. Haz lo que ten-

¿Cómo tratar con algo como eso? ¿Qué harías tú? —¿Yo qué sé? Solo hazla caer. Inmovilízala. Nunca he estado en tu lugar, y esa bruja solo me permite ser espectador mientras ella y sus gitanas miran desde los carruajes. Harapos se volvió al horizonte. El viento le sacudía la cabellera mientras la Roja lo observaba con sorna. Era alta. Tenía pechos que invitaban a mirar, turgentes como los de una dama escudera, empapados de lluvia.

gas que hacer, y rápido. Las cosas debían ser como debían ser, y cuando la Roja arremetió con un golpe de nudillos, el gragorino paró con la mano antes de darle un cabezazo en plena quijada. Se escuchó que caían dientes. Continuó. Otro tastazo en la frente y uno más en el triángulo hicieron que la sarracena cayera de rodillas, que se ahogara en sangre. Un líquido rojo manchaba el pecho de Harapos que respiraba agitado mientras la bruja salía del carruaje con su escolta de

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sarracenas. La de la trenza se acercó a la Roja para recogerla no sin antes escupirle al príncipe. No se limpió. Recibió un frasquito de cristal que una gitana le arrojó sin mirarlo. «Buena jugada», pensó Gwÿnwraith, y vio que hacía visera con las manos. Harapos halló a su hermana con la mirada, tomó un hueso, lo movió en alto para atraerla y ella corrió a cuatro patas bajo el chubasco. La abrazó. Era un reencuentro que habría esperado desde que los asaltaran en las llanuras de verbascos. Lo disfrutaban. Pero en medio de las cosquillas soltó el frasquito con el antídoto, que cayó al suelo y se rompió. —Mierda… —susurró Gwÿnwraith y se volvió a la bruja—. ¡Oye, tú! ¿Has visto lo que ha…? —¿Pasado? —adivinó ella tras

golfa y de los otros. Bébelo antes de que sea tarde y dale gracias a Dios. Tal vez te queden cosas por hacer en este mundo de pacotilla. Se marchó. Gwÿnn la miró en silencio hasta que la cochera, encapuchada y envuelta en un capote de plumas de ganso, tiró de los rucios y se llevó a todas consigo. No las volvió a ver. Se quedó pasmado ante los chubascos que golpeaban los armatostes, pensando en las palabras de la bruja. —Oye, Gwÿnwraith. —Era Harapos. Parecía que tenía el alma rota. No supo qué decir. —¿Qué pasa? —susurró. —Hazte a un lado. Esas tías olvidaron quitar la llave a las rejas. Voy a romperlas. Lo había olvidado, y al otro parecía que no le importaba su pérdida,

separarse de sus escoltas—. Sí. Lo he visto. Supongo que es una burla de Dios. El aguacero empapaba su cabellera y se le escurría sobre el rostro sin correrle la pintura. Gwÿnn se estremeció. No sabía si era un tatuaje o piel de verdad. La mujer se volvió a sus escoltas. —Dadle otro antídoto —ordenó, y miró a Harapos, que estaba de pie junto a un charco rojo—, y tú, listillo, mejor úsalo sabiamente. Sirve para evitar que cambies. No revierte el efecto en los cambiados, así que olvídate de esa

que hacía de tripas corazón porque no quedaba salida. Lo vio acercarse al canasto donde guardaban las armas y las piezas de su armadura. Sacó un mandoble y se acercó, arrastrándolo por la gramilla. Los animales perseguían sus propios culos. —Dije que a un lado —repitió Harapos—. Después de todos tus esfuerzos no quiero matarte. Es una madera dura, así que tardaré. —Eso… puedes hacerlo después. ¿Qué harás ahora?

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—Gwÿnwraith, no quieres saberlo, en serio que no quieres saberlo porque tendré que ir contra tu dios, si comprendo bien a qué llamas dios. El bastardo quiere hincharme las bolas y no viviré en su mundo, donde uno sufre persiguiendo lo que ama. Yo solo quería volver con mi hermana, ¿es mucho pedir?, y como no se pudo, quise destransformarla, pero también me lo negó. Si así es como piensa, me cago en su boca. Silencio. El caballero agachó la cabeza y aguardó ante la lluvia. —Entiendo —dijo mientras la sombra se acercaba arrastrando el acero bajo ese diluvio que parecían lágrimas, lágrimas por un hombre que otrora había despertado, pero gracias a otros, sus ojos estaban más cerrados que nunca y el corazón, destruido. Se

que era inútil. Tras despedirse del príncipe en la frontera con Llano Ámbar, había recorrido la Estepa en busca de sus tropas. Tal como imaginaba, los vitrales estaban destruidos y la nave empapada de orines. El silencio reinaba en el púlpito de granito, y ese mismo habría gobernado Gragòria si no fuese por el tamborileo de los chubascos. Se detuvo en una callejuela de ladrillos en donde vio una grieta. Los hermanos Mùstard jugaban en un rincón como dos tiernos gatos, cubiertos de pelo, con las uñas crecidas y unos cuantos raspones en el cuerpo. —¿Estás seguro de que vendrá? —recordó que le había dicho a Harapos antes de separarse, a lo que este asintió sin pensarlo. —Lo hará. Si regresas no olvides pasar por aquí. Construiré una guarida con algunos cartones donde la encon-

hizo a un lado. El mandoble cantó. La madera estaba rota después del segundo espadazo y Gwÿnn, libre como un cuervo sin alas.

tré la primera vez, en un agujero en la pared. Prefiero eso a las riquezas que teníamos. Si te apetece, puedes quedártelas, a no ser que otros las hayan robado. En el fondo, si fui feliz, fue gracias a mi hermana, porque era… En ese momento había sonado un trueno y nunca escuchó qué siguió. «Era más que una hermana — pensó al verlos revolcarse como dos animales—. Era tu mujer, Mùstard. Era tuya y tú le pertenecías. Pero claro, yo era un caballero crístico, soy un caballe-

Gragòria, un principado fantasma. Sus calles, empapadas por un chaparrón de seis noches seguidas, se extendían por caminos estrechos que un caballero errante recorría con una enorme canasta. Llevaba comida cubierta con mantos para no estropearla, aun-

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ro crístico, uno verdadero, no de aquellos que arma la Iglesia para manchar los prados de rojo». Dejó pucheros con leche junto a unas liebres recién cazadas en una de las esquinas. Era la única manera de alimentarlos, aunque sabía que no les quedaba tiempo. Esos animales no tenían pelaje de climas húmedos y Sibine ya esputaba flema con sangre negra, quizá hasta trozos de pulmón. Harapos la seguiría. Se acercaron como perros y él les acarició la cabeza. «Pronto tendré que enterrarlos. Eso me dolerá. Estoy seguro de que dolerá, pero tengo que aprender a desprenderme de las personas». No lo eran. Un trueno barritó en las afueras iluminando el celaje, y él pensó que eran más felices que cuando vivían en el señorío. No conocía qué se tejía tras las paredes del castillo ni qué rumores corrían sobre los príncipes, solo que una pandilla de sarracenas había acordado matarlos por sus abusos y, al final, cumplieron. Pensó que Dios era a veces cruel, o quizá eran los mismos hombres por juzgar sus designios. «Todo se oscurece si nos cubre la sombra —se dijo—, aunque supongo que cuando ocurre ahí estamos nosotros, los caballeros crísticos». Metió la mano en el bolsillo de su capote y sacó un frasquito de cristal.

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El antídoto. Harapos se lo había dado antes de despedirse. «Que lo aproveches —le había dicho—. Consérvalo. Servirá para algo». Gwÿnwraith apartó el recuerdo, vio que los animales yacían juntos, agachó la cabeza y atendió a la lluvia. Tendría que quedarse en el refugio hasta que amainara el temporal, escuchar las lamidas de ambos, sus gemidos, su respiración mientras se revolcaban tras las fuentes con restos de comida. Cerró los ojos y escuchó. La llamada de Dios. «Gwÿnwraith».


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Caronte Adriana Alarco de Zadra Hoy, hace un año que llegamos a Caronte, planetoide binomio de Plutón, y pronto la nave hiperlumínica empezará su viaje de regreso hacia la base interespacial. Es muy largo el recorrido, pero será un feliz retorno, gracias a nuestras exitosas investigaciones. Lara, la bióloga del grupo, ha encontrado ciertos pequeños fósiles que nos han dado la certeza de que en algún momento hubo vida en el lugar. Dejaremos, después de doce meses, este interesante satélite luminoso por la luz que se refleja en los cristales congelados. Hemos recogido rocas blancas en los profundos barrancos cerca al cráter en una de las grutas de la ladera volcánica donde se levanta el refugio, protegido de los vientos, ya que los gases del volcán, aún en estado agónico, producen pequeñas explosiones. El vapor que existe en ciertas zonas internas nos ayuda a no deshidratarnos y a elevar la temperatura de nuestros cuerpos, bajo el cilindro que hemos colocado en una de las cavernas subterráneas de donde salen pequeños chorros calientes que adormecen los sentidos. Yo me siento relajada en medio del vapor. Quizás me entristece alejarme de Caronte, tan resplandeciente y plateado, casi tan grande como el planeta Plutón, entorno, al cual giramos, pero sus temperaturas no son tan bajas como allí. Recogiendo las últimas muestras de rocas, siento que la excitación del viaje me da nueva energía. Hemos trabaja-

do doce meses después de sobrevivir al impacto sobre el hielo. Trinton, el ingeniero del grupo, ha arreglado ciertas averías en nuestro velero solar y parece que ahora todo está resuelto. Aunque soy la co-piloto y tengo experiencia suficiente para llevar la nave de regreso, confío en Flinj. Es un piloto muy diestro y buen viajero. Somos un grupo de trabajo eficiente, aunque no faltan los roces en ciertas ocasiones. —¡Ya tengo casi todo listo, Martz! —exclama Lara, excitada, deslizándose de un lado al otro, cargando pequeñas rocas.—Las profundidades volcánicas ofrecen mucho material. Estos fósiles son maravillosos e increíbles; certifican que una vez hubo vida en Caronte. Algo que es difícil descubrir en otros planetas y satélites, y pocas veces en asteroides o meteoritos. —¿Es una prueba de vida biológica? —Seguramente poco desarrollada. Siento gran emoción al comprobar que ha existido vida aquí. —¡Dejemos el trabajo por un momento!— propongo entusiasmada con las perspectivas del próximo viaje. —¡Claro que sí! ¡Debemos festejar un año de éxitos! Nos acercamos a las grutas volcánicas subterráneas donde el ambiente es vaporoso. La científica me precede y se interna en una de las múltiples cavernas del cráter. Aunque el traje espacial

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es incómodo en algunos lugares porque nos impide grandes movimientos, la poca gravedad que existe nos ayuda a desplazarnos. Lara regresa excitada, subiendo desde una hondonada del recinto, tan profundo y tan vasto que no conocemos aún su inmensidad. Pequeñas explosiones que me inquietan siempre se escuchan en las profundidades. Trae una bola entre sus manos. Parece más suave que una roca; una masa vaporosa que brilla con la luz. ¿Es una roca o es una forma redonda de vapor? Es un objeto extraño y fascinante. —¡Martz! ¡Mira lo que he encontrado!— me comunica Lara con asombro. —¡Es espectacular! - comento sorprendida. —Está formada por una sustancia gelatinosa y el vapor alrededor no es más que eso... ¡vapor! —¡La superficie es resplandeciente, cambia de color con la luz! Estamos encantadas con el descubrimiento. —Observa cuando la giro, cómo altera su forma y titubea centelleante. ¡Esos hilillos rutilantes! ¡Ese vapor inconsistente que la rodea! -grita Lara contemplando el objeto.— ¡Esta forma es algo nunca visto! ¡Flota en el aire y parece que se moviera por sí sola! —¡Sujétala bien para que no se escape! Llegamos a la nave donde hemos dejado a Flinj y Trinton. Estamos decididas a transportar el material extraño en alguna forma y, con gran cuidado,

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tratamos de hacer entrar la bola de vapor en un recipiente para muestras. Es inútil, parece que ha crecido un poco desde que la encontramos pero podría también ser una ilusión porque cambia de forma y de color rápidamente. La dejamos dentro de la nave para que no salga volando. Trinton y Flinj prometen protegerla en alguna forma, mientras Lara y yo reunimos los últimos aparatos que quedan en el refugio. —Hemos sujetado la bola construyendo una especie de jaula,— comenta Flinj bajando del velero solar,— ¡No creo que se mueva! —¿Por qué no sale Trinton? —Está arreglando los equipos y aún no ha terminado. Lara va en busca de Trinton para entregarle los pertrechos que hay que colocar en el depósito. La vemos descender de la nave, ofuscada y preocupada. —¡La bola está creciendo! ¡Ha duplicado su tamaño! —¡Es atemorizante!— exclamo con asombro. —¡Es un problema! Debemos dejarla donde la encontramos,— advierte Flinj preocupado. —¡Eso de ninguna manera!— protesta Lara— ¡Es demasiado valiosa! —No podemos dejar que siga creciendo durante el viaje,—le indico desconcertada.— ¿Podría ser algo vivo, Lara? ¿Podría ser algo que piensa? —¿Cómo es que no hemos visto


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nada igual en todo el recorrido por este extraño planeta?— interrumpe Flinj. —Habrá llegado de las profundidades con el movimiento sísmico que se registró la otra noche, - dice Lara y se detiene abruptamente. Vemos que la bola está dando vueltas por sí sola y se escapa por la puerta del velero solar. Rebota en la superficie rocosa lunar. ¿Dónde ha quedado Trinton, que debía vigilarla? El ingeniero ha desaparecido para nuestro desconcierto. No lo encontramos en la nave y aunque lo llamamos no responde. —Es una forma de vida primitiva. –asegura Lara, recuperando su serenidad. - Su núcleo está compuesto de hilillos brillantes que se mueven, se alargan y revuelven. —¡Es maravilloso, como si algo quisiera salir de adentro!— exclamo asombrada. Flinj, Lara y yo, sobresaltados, observamos la bola vaporosa, centelleante como un crisolito de los volcanes que salta, se menea, cambia de forma, se vuelve un torbellino fulgurante y quiere desprenderse de sí misma. Luego, para nuestro asombro, ¡su núcleo se transforma en dos núcleos que tratan de alejarse y separarse! Maravillados por la explosión de vitalidad que desarrolla la forma después de varias volteretas en el aire, vemos que se rompe el hilo fino que separa las dos masas rodeadas de vapor. Dos burbujas salen flotando por el espacio como globos. ¿Será una célula singular que se

divide? Flinj va detrás de una de ellas, anonadado por la increíble visión que hemos tenido, apresurándose a pesar de su inicial titubeo. Yo, de un salto ligero, puedo atrapar la otra. Lara traerá un recipiente para encerrarla adentro. —¡Sujétala!— me indica— ¡Que no escape! Pero la bola se desplaza y crece. La persigo hasta el interior del cráter donde se escabulle y la atrapo en el cubículo de plástico ultra fino que está lleno de vapor. Ahora me quito los guantes y la abrazo con fuerza porque creo que trata de evadirse porque se menea furiosamente. Entonces, me arrojo encima de ella y la aplasto con el cuerpo. Siento el brazo que va penetrando en ese húmedo vapor y toca el núcleo que palpita. No puedo retirar mi mano y se cubre de una viscosidad gelatinosa y tremolante, lo que me ofusca y atemoriza. Me deshago en parte del traje espacial que me impide el movimiento y aprisiono la bola con mi cuerpo para que no se mueva. Poco a poco penetro en el vapor, me engulle ese ser incomprensible y siento su caricia alrededor de mí. Un dulce sopor me envuelve y un trémulo temblor recorre mi cuerpo que se sacude en un vórtice vertiginoso. Siento la atracción, estoy deslumbrada al fusionarme en una simbiosis que no duele, con un ser que me succiona. ¿Estoy abrazando una sustancia que soy yo misma? ¿Qué será lo que me está pasando? ¿Qué ha sucedido? La esencia me cubre, está alrededor de mí, me llena toda. Estoy abierta como un túnel de luz y en el orgasmo, ¡o, sorprendente descubrimiento!, encuentro adentro del núcleo suave y tibio, otro cuerpo junto

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al mío. No puedo hablar, pero puedo escuchar sus pensamientos. ¡Es Trinton! Es nuestro compañero que flota dentro de la bola que debe ser inmensa ahora, con nosotros dos adentro. Me mira y trata de sonreír, pero sus ojos ya expresan la fascinación que siente. Estamos envueltos de bruma y nos comunicamos con la mente. Quiere separarse. ¡Somos demasiados para una sola bola de vapor! Floto y mi cuerpo se desliza suavemente por esta inconsistencia de una burbuja que se alza en el espacio, mientras observo el mundo desde adentro y contemplo la superficie lunar que se va alejando. Estalla en espasmos intermitentes el núcleo de este ser que también soy yo, y mientras un estremecimiento recorre mi cuerpo, el asombro paraliza mis sentidos y me preparo para un desdoblamiento. Se va alejando parte de mi entorno hasta que un hilillo brillante y nada más nos une y, luego, se desprende. En medio de este ambiente vaporoso y fulgurante que se mece en el aire, distingo la otra bola de vapor que lleva a Trinton. ¡Estoy sola en este globo ardiente, me desplazo volando sobre este extraño lugar llamado Caronte! ¿Será que adentro de este núcleo hay otra vida? Trato de escuchar sus pensamientos y voy entendiendo lo que me comunica la bola de vapor y mientras tanto, floto adentro de ella. —Mi nombre es Qtp y soy de cualquier forma. No todos los seres se comportan como yo por lo cual me compadezco de los otros. En mi largo viaje recorriendo lugares subterráneos, he podido observar cosas interesantes:

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signos, matices, puntos, superficies rugosas y suaves. —¡No tienes brazos ni piernas! ¡No eres un ser humano!— pienso yo, y el ser me escucha. —No lo soy. Pero al viajar me basta desear tener con qué apoyarme y me crecen pies y manos. Me deslizo en forma peculiar, me encojo y me comprimo según los objetos que voy encontrando y también me alargo para llegar más rápido de un lugar a otro. Puedo escoger mi forma, pero generalmente soy redonda. —¡Oigo lo que piensas! ¿Y, cómo te creces y te achicas?— pregunto ofuscada. —Escuchas lo que pienso porque eres ya parte de mí. Atraigo a los seres que se acercan y me aprietan tan fuerte que penetran en mí y así es como yo sigo creciendo. En ese momento siento una fuerza que me aplasta y un brazo que busca en medio del vapor y va entrando en el interior de la masa gelatinosa que es el núcleo de este sorprendente ser llamado Qtp del cual yo formo parte. Tomo la mano que se acerca. ¡Es Lara! Ella también se menea, se zambulle y penetra en la viscosidad de gelatina. Se voltea y nos tocamos. Pregunto con los ojos y escucho lo que me comunica. Flinj ha entrado en la otra burbuja. Estos seres se están multiplicando con rapidez y salen flotando en el espacio. ¿Será también porque se están acoplando con nosotros? Lara piensa que nos hemos incorporado a una ameba. ¿Nos hemos convertido en parásitos de esta ameba gigante que nos succiona y


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luego se reproduce dividiéndose? ¿Es así como sigue creciendo? Pero yo no tengo miedo. Todo lo contrario. Flotamos aturdidas en medio del vapor que nos circunda. Lara también escucha los pensamientos de este ser mutable que nos explica por cuál razón debemos separarnos. —Últimamente he crecido mucho— oigo lo que piensa Qtp. — Siento que de un momento a otro voy a estallar. Reboto pesadamente y me dejo llevar por las corrientes de aire. Si en mi núcleo hay dos seres que conviven, se revienta y se convierte en dos, porque no puedo vivir en paz con dos en mí. ¡Peleo continuamente conmigo misma! Por tal razón me armo de valor, ajusto bastante la cintura, hago fuerza en sentidos opuestos, empujo, cambio de color, me revuelco, hasta que al fin ¡me desprendo yo de mí! ¡me rompo! ¡me divido en dos! ¡Mi otro yo es igual a mí y cada cual tomamos un camino diferente!

Estallo en mil fulgores y salgo flotando por el espacio, como un remolino, más arriba del velero solar que no alzará el vuelo ni seguirá su rumbo. Más lejos aún, contemplo las colinas y montañas rocosas de Caronte cubiertas de cristales de hielo y admiro su infinito resplandor tornasolado. Me alejo lentamente de ese entorno lunar dentro de una burbuja ardiente que es una ameba, orgullosa de ser el principio de otra vida, aún si es primitiva, en el espacio. ¡Adiós, adiós! ¡Ahora, finalmente soy un nuevo ser y soy eterna!

No tengo tiempo de sentir angustia. El parto anunciado no es una tortura, es un alivio. El aturdimiento nubla mis sentidos. ¡Siento una voluptuosa ansia de vivir y de abrazar, de devorar y consumir, de dividirme y repartir! ¡Nunca imaginé este desenlace! Vibro de excitación y de alucinaciones en medio de esta vorágine convulsionada, y entiendo que estoy empezando una nueva vida. Me despido de Lara con el pensamiento antes de romper el hilo que nos une. ¡Adiós! Se desprende y se aleja de mí la otra bola de vapor.

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Jamás podrás escapar Luigi Ancajima Coyla “Te explicaré todo acerca del sistema de la distribución. Si volteas a tu derecha, podrás mirar que del auto rosado bajará una señorita vestida de manera elegante, le entregará las llaves al asistente del estacionamiento para que estacione el auto; ella entrará al restaurante. Dentro del llavero rectangular hay una nota. Presta atención, porque es aquí donde comienza tu trabajo. En la nota están escritas de manera encriptada las coordenadas de tu primer encuentro. El asistente del estacionamiento se contactará contigo cuando termine su turno de trabajo. Debes ir al lugar indicado en las coordenadas. Entregarás el producto a los distribuidores. Recuerda: estas sensaciones artificiales, en su forma física, son muy frágiles, así que ten cuidado al momento de transportarlas. Repetirás este proceso siete veces por semana y durante todo el año”. Si hubiese sabido que años después seguiría yendo a los mismos lugares y con los mismos propósitos, habría escapado corriendo aquel día. Hoy repito la misma rutina. La diferencia es que ahora soy yo el que da las instrucciones y son otros los que las reciben. Con el tiempo pude hacerme de un nombre, gracias a que cumplí al pie de la letra las dos normas fundamentales de la organización. La norma número uno: lealtad. Nunca abandones a nadie, nunca delates, es la ley general en el mundo del crimen y nosotros nos

encargamos de cumplirla; si la rompes, considérate acabado. La norma número dos la implementé yo desde que estoy al mando: nunca eliminar a un inocente. Una vez que le quites la vida a una persona inocente, nadie volverá a verte de la misma manera. Suelen preguntarme cómo es que este tipo de tecnología ilegal puede distribuirse a precios tan bajos. Respondo que por simple ley de oferta y demanda. Sí, hay algo de verdad en ello. Pero lo que permite que nuestras sensaciones artificiales, contenidas dentro de estas esferas de material gelatinoso, sean un negocio rentable, es el sencillo proceso de producción y distribución. Hace al menos uno setenta años las drogas ilegales se distribuían mediante un sistema manual que requería de un proceso de planeamiento logístico complejo. El sistema de distribución resultaba el más seguro, sin embargo, para abaratar los costos, se debía disminuir la calidad de los productos. Existió un primer intento de crear estimulantes virtuales y distribuirlos a través de internet. Se trataba de nanotarjetas que eran impresas mediante impresoras 3D. Estas tarjetas, cuyo tamaño no sobrepasaba el milímetro cuadrado, contenían un circuito programado para ser asimilado por el cuerpo humano y recrear los mismos efectos que produce una droga en el sistema nervioso. El

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usuario debía comprarlas a través de internet, imprimirlas, y consumirlas vía oral, de manera similar a la que se solía consumir drogas como el LSD. La ventaja: Se logró la unificación de las formas de los estimulantes, lo único que variaba era el código de programación. Debido a ello, el proceso de producción pudo simplificarse. El error: utilizar redes de fácil acceso para la policía. Bastaba un simple error que produjera la filtración de información para que toda la red ilícita comenzara a caer. Se descartó la idea debido a sus altos costos, a la inseguridad de la red, y a que, al considerarse un método invasivo en el cuerpo humano, no distaba mucho de las drogas comunes en el mercado. El logro de nuestra empresa ha sido unir lo mejor de ambos sistemas: la efectividad de la producción tecnológica y la seguridad de la distribución manual. De esta manera, nos mantenemos alejados de cualquier tipo de rastreo virtual, y mantenemos un estándar de calidad altísimo. Muchos años antes de que yo comience a trabajar aquí, nuestra compañía, New Sense, puso a la venta la versión de prueba de una plataforma de videojuegos altamente desarrollada. El funcionamiento era similar al de cualquier consola. El dispositivo, que era parecido a los típicos lentes de realidad aumentada con auriculares incorporados, tenía una cavidad de entrada que coincidía con el centro de la nuca del usuario. Es en esa cavidad en la que se introducían las unidades contenedoras de los juegos, y mediante impulsos eléctricos se lograba estimular

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áreas específicas del sistema nervioso. En los primeros modelos de la consola, la experiencia de inmersión virtual se limitaba solamente a lo visual y a lo auditivo. Después de años de arduo trabajo, lograron recrear experiencias cercanas a las experiencias reales del olfato, gusto y tacto. Los videojuegos mediantes los cuales se podía tener estas experiencias fueron un éxito entre el público, incluso desde antes de que se lanzaran al mercado. Además, se implementó un sistema integrado de compras con dinero real, mediante el cual los usuarios podían adquirir accesorios y complementos útiles, como balones exclusivos para juegos de futbol o mejoras para el armamento de juegos de guerra. Estos estaban contenidos dentro de pequeñas esferas de material gelatinoso. Los códigos de las esferas que contenían las sensaciones artificiales que produjo la empresa eran interpretados por la interfaz de las consolas de la misma manera en la que interpretaba el uso de los accesorios. La idea de las sensaciones artificiales surgió de los experimentos de Marco para dotar de mayor realismo a los juegos de video. Desarrollaron los primeros prototipos en total confidencialidad. Funcionaron bien. Lograron recrear sensaciones que se asemejaban al placer, a la alegría y a la satisfacción. El primer paso es asociar un recuerdo en específico con el sistema. Luego, este realiza un análisis de tu perfil psicológico actual, y en base a ello el algoritmo regula la posterior liberación de sustancias químicas en el


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cuerpo, como la dopamina, endorfina, oxitocina, serotonina, entre otras. De la misma manera, el cuerpo del usuario puede producir también sensaciones similares a las del dolor o la adrenalina. Al inicio, Marco se negó a distribuirlas de manera libre. “Esto sobrepasa los límites de lo natural”, decía. Se realizaron pruebas con usuarios reales, también en confidencialidad. Pronto, el rumor se extendió en las calles. Marco y su equipo se convencieron de que esta era una idea de negocio perfecta. Las ganancias llegaban de manera directa, sin intermediarios, sin competencia. La realidad aumentada de los videojuegos ha sido tan exitosa que en los últimos años se ha implementado su uso en plataformas de internet, como en redes sociales o sitios de contenido multimedia. Recientemente, una de las grandes empresas fabricantes de ordenadores ha anunciado el lanzamiento de dispositivos de inmersión virtual, con un diseño similar a una gargantilla metálica. A este paso, no me sorprendería que comience a utilizarse incluso dentro del sistema judicial y penitenciario, aunque no se me ocurre de qué manera. Comencé en la empresa como uno de los distribuidores mayores. Nos encargábamos de transportar el producto a distribuidores secundarios, quienes, a su vez, lo distribuían a vendedores minoritarios. Antes de que Marco, mi hermano y exjefe, muriera, dejó escritas todas las claves de programación para las esferas en un cuaderno verde que tengo guardado en una caja fuerte. Desde entonces, yo

dirijo todo el sistema de la producción y distribución de esferas. A través de los años, todo ha marchado a la perfección. Sin embargo, un incidente, que en un inicio parecía un hecho aislado, ocurrió ayer. Fue hallado el cuerpo de una anciana de aproximadamente setenta años, que había adquirido algunas esferas mediante un nieto suyo. Murió mientras permanecía inmersa en la realidad virtual de nuestra consola. Yo supongo que el placer generado, tal vez por el recuerdo de su familia, fue tan grande que la anciana se negó a desconectarse. La consola permaneció encendida durante días. Su cuerpo real no pudo resistir la deshidratación. ¿Podemos llamar a esto una muerte por sobredosis? O podemos considerar esta muerte como una muerte más digna de lo que podemos imaginar. Las esferas le dieron la oportunidad de ser feliz una última vez antes de la muerte. Sin embargo, nos acusan de propiciar las condiciones para nuevos métodos de suicidio. Cuando estás sumergido en esta segunda realidad, los límites entre ambos mundos pueden difuminarse dentro de tu mente. Yo probé cada prototipo final de las consolas antes de que salieran a la venta. La experiencia de inmersión es distinta a la de los videojuegos producidos a inicios de los años 2000. Antes, te colocabas algún dispositivo externo que te permitía experimentar una realidad aparente, pero esta era percibida por los sentidos más básicos, y podías controlarlo todo con movimientos del cuerpo. El desarrollo

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de las nuevas consolas posibilita una inmersión más completa, similar a la de permanecer en un estado onírico, con la diferencia de que puedes controlarlo todo a tu voluntad. Esto ocurre dentro de tu mente, pero las sensaciones en el cuerpo físico son reales. Esto debido a las conexiones nerviosas activadas por el cerebro mediante impulsos electromagnéticos. La mente humana es incapaz de asimilar conceptos tan complejos como “tiempo”, “infinito”, “realidad”. Necesitamos convencernos de que son conceptos que podemos manejar. Inventamos relojes, recreamos fotografías limitadas del espacio exterior, aceptamos que la realidad que vivimos al estar despiertos es la verdadera por simple contrariedad a estar dormidos. Pero lo cierto es que ni siquiera podemos estar por completo seguros de que la realidad que vivimos sea la única y verdadera. La finalidad de las drogas es funcionar como un medio de escape que te transportarte a algún lugar en el que la realidad exterior deje de parecerte una ficción, y te da la capacidad de construir tus propias realidades, incomunicadas con el resto del exterior. Al igual que cuando el cuerpo permanece en un estado de sueño, eres incapaz de percibir lo que sucede a tu alrededor. Y si, por alguna razón, mueres mientras permaneces en este estado, es probable que ni siquiera tengas conciencia de ello. Hoy han muerto tres personas más. Sus fotografías están impresas en todas las portadas de los diarios. El caso se ha extendido internacionalmente.

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Es de dominio público la existencia de la esferas, llamadas las “drogas tecnológicas” por la prensa. Llego a casa. Enciendo el televisor… Más de lo mismo. Mateo, mi hijo de cinco años, viene corriendo para abrazarme. “Bienvenido”, me dice. Han sido días largos de trabajo. Necesito dormir y una ducha urgente. “¿Cuándo más va a durar esto?”, me pregunta papá. No lo sé. De verdad, no lo sé. *

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El humo invade todo el recinto. Los gritos desesperados se acrecientan. Niños, ancianos, hombres y mujeres intentan escapar por todas las puertas. Mientras, el ruido de las balas me aturde tanto que me quedo petrificado. Dos de mis guardaespaldas me sujetan uno de cada brazo y me sacan del lugar. Mi cuerpo no puede reaccionar a voluntad, mi cabeza se inclina de atrás hacia adelante, miro todo alrededor, la gente corre. Siento el pálpito de mi corazón como si estuviese a punto de estallar en mi cabeza. Esta mañana desperté con un dolor apenas soportable en el lado izquierdo de la cara y empapado de la sangre que recorría desde mis fosas nasales. Me levanté de la cama y me miré en el espejo. Hace varios años que no puedo reconocer mi figura cuando me miro en el espejo. Y no es solamente por las canas que comienzan a salir, también porque no reconozco el semblante de aquel joven ambicioso que alguna vez fui; admito que con los años me he vuelto una persona débil. Mateo entró a mi habitación para avisarme


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que ya estaba listo para ir a la escuela. En ese preciso instante, me desvanecí. Apenas me repuse por completo del desmayo, pedí a mis hombres que me llevaran al hospital. Ingresé por la puerta trasera de la unidad de emergencias. En apariencia, solo se habría tratado de una descompensación, como consecuencia del estrés (o de la culpa); sin embargo, me indicaron que lo mejor era que me realizara exámenes de rutina. Los médicos me recomendaron que debía descansar, que la pastilla contra el dolor era esta, y que el jarabe para el dolor era este, y que el dolor para el dolor debía tomarse cada seis horas y después de cada comida. Abro la puerta para salir del consultorio del médico. Desde el frente, cinco agentes policiales mostraron sus armas y me apuntaron. Dos de mis hombres me cubrieron y mostraron sus armas también. Comenzaron los disparos. No pude distinguir de qué lado se disparó primero. La policía despejó el lugar, ayudaba a los pacientes del hospital a salir. Mientras seguía cubierto por mis hombres, intenté correr junto a los pacientes. De esta manera me aseguraba de que la policía no pueda dispararme directamente. Logramos escapar algunos de mis hombres y yo. Subimos al auto. El auto acelera. El plan para esta situación: llegar a casa, empacar y huir. Escapar tan lejos como se pueda. Llegamos. Subo las escaleras, abro la puerta. Cuaderno verde. Cuaderno verde, listo. Camisa de cuadros, camisa de rayas, camisa sin cuadros ni rayas. Tarjeta de

crédito. Reloj. Dinero suficiente. Celular cargado al noventaisiete por ciento. Todavía son las diez de la mañana. Supongo que mañana a esta misma hora estaremos lejos. Mañana. ¿Qué día es mañana? Pantalones. Mañana es miércoles. Miércoles, calendario, zapatillas. Audífonos. ¿En dónde dejé los audífonos? Estaban sobre la cama. Están en el suelo. Están en la maleta. Listo. Cuaderno verde, no olvidar el cuaderno verde. Listo. Subo al auto. Mateo y mi padre me esperaban allí. Nos largamos, o al menos esa es la intención. Sin embargo no podemos avanzar lo suficiente para alejarnos del sonido de las sirenas que llegan desde todas las direcciones. Se acercan. Nuestro auto acelera. Lo único que quiero en este momento es regresar en el tiempo para escapar de todo esto antes de haber iniciado. Me rodean. Unos diez autos de policía nos rodean. Mis hombres cargan sus armas. Les digo que no disparen. Repito: no disparen. Alguien baja de uno de los vehículos policiales. Una voz de mujer que puedo reconocer grita: “Baje de su vehículo”. Obedezco y bajo; mantengo la cabeza agachada. Me explica de memoria mis derechos como detenido. Levanto la mirada y puedo comprobar lo que he venido pensando: María. Ella me mira. Por fin me has atrapado. Me ordena recostarme en el suelo. Procede a colocarme las esposas. Una vez más, todo se sale de control. Oigo un primer disparo que viene desde atrás. Uno de mis hombres es el que ha iniciado la balacera. Entiendo ahora que es la misma situación que se

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propició en el hospital. Entiendo ahora que ellos solo responden a la naturaleza de su entrenamiento, para lo único que han sido instruidos, para resguardar mi vida sin importar quien se interponga en el camino. El estruendo del intercambio de balas impide que me oigan cuando grito que se detengan, que me he rendido, que escapen, que se lleven a Mateo de aquí. Escucho a Mateo llorar desde adentro de nuestro auto. Me arrastro rápido por el suelo. Siento un impacto de bala en la pierna derecha. Sigo. Un segundo impacto. Sigo. María y dos agentes de la policía vienen corriendo hacia mí. Me sujetan en el preciso instante en el que puedo abrir la puerta trasera del auto. El ruido no cesa. Mis manos se tiñen de sangre. Pero no es mi sangre.

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—El motivo por el cual decidí no escapar de este negocio hace años, en la primera y única oportunidad en la que pude hacerlo, fue porque tenía la necesidad de sobrevivir. En el sentido más estricto de la palabra: sobrevivir. Acababa de llegar a esta ciudad junto a Mateo, quien para entonces tenía un año de edad. Escapamos. Bueno, yo escapé y lo llevé conmigo. — ¿Y su madre? —No he sabido nada de ella desde que nos fuimos. —Yo sé perfectamente por qué escapaste, pero dilo frente a la cámara.

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—Formé parte de una red de tráfico de drogas. Cocaína, para ser precisos. Después de largas investigaciones dieron con nuestros paraderos. Llegué a esta ciudad porque Marco ofreció resguardarme. Además, estaba comenzando con la distribución de las esferas. Acepté su oferta. — ¿Por qué lo mataste? —Yo no lo maté. — ¿Por qué mandaste a matarlo? —Yo no lo hice, María. — ¡Dímelo de una maldita vez! ¡¿Por qué mandaste a matar a nuestro hermano?! Yo lo sé todo. Lo hemos investigado por años. Tenemos las pruebas suficientes para condenarte. Pero quiero saber por qué lo hiciste. ¿Por dinero? ¿Por poder? —Por el dinero. Por el poder. Por todo. Estábamos revolucionando la tecnología y él se llevaba todo el crédito. Si el negocio de las esferas prosperó de la manera en la que lo hizo fue por mérito de ambos. Sí, yo mandé a matarlo. Y si te reconforta, ahora, por culpa de las balas policiales, ha muerto mi hijo Mateo. ¿Te parece algo moral ordenar disparar cerca de un auto en el que se encontraba un niño? — ¿Cómo puedes hablarme tú sobre moral? Abandonaste a la madre de tu hijo hace años. Además, mandaste a matar a tu propio hermano sin ninguna justificación. Huyes de tus responsabilidades y abandonas a quienes dependen de ti, y luego


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matas a una persona inocente. No eres precisamente la mejor persona para hablar sobre moral… ¿Y los suicidios por culpa de las esferas? Te vanaglorias de proveer a las personas del placer que buscan. Dices que los salvas de la infelicidad. La única verdad es que ni tú mismo puedes evadir tu infelicidad. ¿Qué has logrado con todo esto? ¿Muertes? ¿Es así como imaginaste que acabarías? Lloras a diario la muerte de tu hijo. Sabes que perderlo ha sido el dolor más fuerte que has podido sentir. Revives ese dolor una y otra vez en tu cabeza. Ese ha sido el desenlace de todo. Lo único que te queda de aquí en adelante es sufrir en silencio.

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Después de un largo proceso, mi condena está dictada. Me llevarán a una habitación que puedo mirar desde este lugar. Hay una silla. Abren la cerradura de mi celda. Un reo jamás está preparado para recibir su condena. De la misma manera en la que nadie está preparado para la muerte. Ni para la propia ni para presenciar la de alguien más. Ay, mi Mateo, mi pequeño; ¿por qué te habré abandonado? Sin tan solo hubiese podido evitar tu muerte, hoy no se me haría tan difícil afrontar esta condena. Te he llorado cada día de mi encierro, y me he repuesto una y otra vez para seguir viviendo. ¿Cómo afronto el hecho de darme cuenta de que todo este tiempo estuve del lado equivocado? Pensé que había comenzado una revolución, que

había marcado un hito en el desarrollo de la tecnología. La verdad es que no se pueden suplir los sentimientos ni las emociones ni las sensaciones con simples impulsos generados por códigos virtuales. El placer de una sensación artificial solo es momentáneo, en algún punto terminas siendo dependiente. En ese sentido, lo que piensas que es la solución de todos los problemas termina siendo otra sucia adicción, como si se tratara de una droga de la peor de las calidades. De esta manera el ciclo se repite, se vuelve a generar la violencia, el terror, la muerte. Ahora camino hacia mi condena perpetua. Me liberan de las esposas solo para esposar cada mano por individual en la silla. Me colocan una gargantilla de metal, y la sensación de frío me devuelve a un momento de lucidez: intento detectar si algo ha cambiado desde la última vez que viví este preciso instante. Al parecer todo se ha mantenido tal cual. Me dicen que pudieron salvar a Mateo. Mi padre está siendo procesado. María se ha retirado del cuerpo policial. Y yo sigo aquí, sumergido en esta realidad aparente, porque los individuos condenados a la soledad no tienen ninguna oportunidad sobre la tierra. Cierra los ojos. Repites el ciclo. Jamás podrás escapar. *

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Te explicaré todo acerca del sistema de la distribución…

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Cuando los deseos fueron órdenes Juan Pablo Goñi Capurro Callin y Starbling habían culminado su exposición. Ante ellos, los jerarcas de Robocorp no movían una ceja, los ojos concentrados en Viber. Los científicos disimulaban como podían su impaciencia; la suma requerida para profundizar la investigación era exorbitante, dudaban que la muestra de su prototipo hubiera ganado la simpatía de esos tres señores de panzas hinchadas —aunque fueran esos mismos señores quienes requirieran el desarrollo del producto, superficial en consideración de sus creadores. Jarmisch, presidente de Robocorp, dio un puñetazo sobre la mesa; consultó con la mirada a sus compañeros de directorio y expresó la frase que los hombres de guardapolvo no previeron escuchar. —Perfecto, mañana se inicia la fabricación en serie y la semana próxima salimos al mercado. Pasen las indicaciones al departamento correspondiente, sin demoras. Los tres señores abandonaron el laboratorio antes que Callin o Starbling comprendieran lo que acababan de oír. Viber requería muchas pruebas más, a su entender. Era muy arriesgado ponerlo a disposición de los millonarios ávidos de novedades. Tanto, que lo habían apagado una vez finalizada la breve demostración de sus habilidades. Visto lo sucedido, la decisión resultó una buena

idea, quién sabe cómo hubiera reaccio nado el robot a leer sus pensamientos tras la frase de Jarmisch. En ello radicaba la diferencia entre Viber y los demás robots inteligentes instalados en el mercado. Viber entablaba un proceso telepático con sus propietarios; a diferencia de los más avanzados productos cibernéticos, no precisaba siquiera una orden dada en alta voz. El sumun de la comodidad, sus dueños no necesitaban siquiera abrir la boca para que cumpliera sus tareas; ¿menos esfuerzo? imposible. Dotado de brazos extensibles, propulsor con batería de extensa autonomía e incluso armas de defensa como los modelos destinados a la seguridad, era un artefacto muy sensible para lanzarlo sin más estudios al mercado. Mercado que estaría reducido a las viviendas de las capas más enriquecidas de la población, los consumidores alfa, los que necesitaban imperiosamente poseer algo superior al resto de sus contactos. Y los únicos que poseían el dinero para pagar los absurdos precios de esos productos. —Si no nos envían la orden, no moveremos un dedo, no quiero cargar con la responsabilidad. Callin asintió. Antes que se pusieran de pie, llegó el mensaje al

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intercomunicador. La orden estaba enviada, ya no podían oponer más obstáculos al proceso. Starbling se dirigió a su escritorio como si caminara hacia su propio velorio. Callin quedó tieso, observando los caracteres del mensaje. Tenía que remontarse mucho en la historia para recordar la última vez que recibió una orden con tanto riesgo potencial. Las pruebas de Viber habían sido efectuadas con ellos mismos como sujetos, en el ambiente cerrado y controlado del laboratorio de acciones. Ellos eran científicos, poseían claridad en el pensamiento y capacidad de concentración para formularlo sin dar lugar a equívocos. ¿Qué resultaría de los robots al enfrentar a personas que cambiaban constantemente de idea? Podían llegar a quemarse sus circuitos ante el inicio de procesos opuestos. Y las demandas contra Robocorp serían exorbitantes, la culpa recaería sobre ellos como autores del proyecto y las consecuencias en sus carreras científicas resultarían devastadoras. La concentración era un punto central. Mientras experimentaban, poniéndose al alcance del lector de pensamientos de Viber, eran muy conscientes de lo que hacían. A poco tiempo de poseer un aparato así, la gente común olvidaría su presencia; ellos ingresaban en un área limitada y por un lapso determinado para interactuar con el robot, en cambio, el público conviviría las veinticuatro horas con sus aparatos. ¿Cómo actuarían los robots ante pensamientos elaborados

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sin intención de ponerlos en marcha? Callin había bosquejado un manual de procedimiento; recomendaba apagar el Viber cuando no se iba a utilizar. Pero su encendido obedecía también a una orden cerebral —si es que recordaban apagarlo—. Callin y Starbling pretendían desarrollar palabras claves que indicaran con claridad la voluntad de los humanos, limitando los conflictos; ya no podrían hacerlo. El flaco Starbling regresó junto a su ensimismado colega. El entusiasmo con que trabajaran en el proyecto se había esfumado ante el temor por las consecuencias de su obra. —Toy, un café para Callin y otro para mí. Toy era su asistente cibernético; había aprendido sus gustos, sabía que el café de Starbling incluía crema y edulcorante, mientras que el de Callin era negro. Toy efectuaba labores que hubieran requerido la contratación de media docena de asistentes. Trascribía los estudios y registraba los procesos sin dejar de atender a funciones propias de un camarero. Él mismo revisaba el stock de provisiones y se encargaba de los pedidos. Pero siempre a partir de una orden dictada oralmente por alguno de los dos jefes del laboratorio. Nunca se les ocurriría cambiarlo por un Viber; ¿qué le pasaba a la gente de dinero que se embarcaba en adquirir productos innecesarios? —Que los disfruten —dijo la voz engolada de Toy al colocarles en la mesa los dos cafés solicitados.


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Esta vez, sus buenos deseos no encontraron acogida. *

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El lanzamiento de Viber resultó un éxito, excediendo las expectativas más exageradas. Vendieron la producción inicial y tomaron pedidos que les llevaría un año completar, sólo en los primeros tres días desde la presentación. Los departamentos involucrados celebraron los resultados con una gran fiesta; los creadores del robot declinaron las invitaciones. Callin y Starbling estaban pendientes de las noticias, no durmieron casi esa primera semana. Esperaban reclamos y quejas en los comentarios de las redes —estimuladas por la compañía a través de un conjunto de regalos y promociones—. Sin embargo, sólo recibieron felicitaciones y excelentes críticas de los usuarios. Las únicas quejas provenían de quienes esperaban su modelo, angustiados por no tener un Viber en su sala. La alta sociedad se revolucionó. Proliferaron las cenas en casas de los adquirentes del nuevo robot telepático. Los anfitriones colocaban sus artefactos en modo abierto, para que pudieran captar los pensamientos de todos los que estuvieran presentes, y luego disfrutaban con los rostros de asombro de sus invitados; cada Viber se adelantaba a los pedidos, traían las bebidas que planeaban pedir, les conectaban los visores, les alcanzaban y hasta les encendían los vaporizadores de pruggy —la droga del momento—. Cada concurrente, apenas regresaba a su casa, encargaba un Viber, para acabar frustrado al

conocer los lejanos plazos de entrega. La compañía destinó dos alas más a la fabricación, triplicando la producción, pero aun así no podrían abastecer la demanda con la prontitud requerida por los ansiosos consumidores. Hasta que llegó la noche del equinoccio. *

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Jeremy Pottes era un hombre duro. Sus empresas procesaban alimentos para quinientos millones de personas y proveían el armamento de la flota aeroespacial de la Confederación de Naciones. A diario lidiaba con los máximos jerarcas del planeta y su ambición de obtener prerrogativas. Jeremy Pottes jamás cedía cuando estaban en juego sus márgenes de ganancias; y, conforme sus principios, siempre estaban en juego sus márgenes de ganancias. Pero Jeremy Pottes tenía una debilidad; su esposa, Lidia Platarotti. Por insistencia de ella había adquirido un Viber; le enviaron uno de la primera partida que salió de la fábrica. Jeremy Pottes bebía un whisky artesanal mientras observaba los desplazamientos en su apartamento. Poseía quinientos metros cuadrados en el piso superior del edificio Máximum, dentro de la exclusiva zona protegida por la cúpula anticontaminación. Eran contadas las personas que accedían a su privacidad; esa noche, también por insistencia de su esposa, la mayoría de ellas se encontraban disfrutando del ágape en su terraza, disfrutable los trescientos sesenta y cinco días del año. La concurrencia

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estaba integrada por su suegra, Lorena de Platarotti, heredera de un imperio de finanzas y las dos cuñadas del anfitrión, con sus esposos.

Lidia, inmóvil, miraba fijo a su marido, los ojos ganados por el espanto. Recién entonces Jeremy asumió que estaba ante la peor noche de su vida.

Jeremy Pottes sintió un golpe de emoción al oír la magnífica risa de su esposa. Y no pudo negar que disfrutó la cara embobada de su suegra cuando el Viber —aún no lo habían bautizado— le acercó su Martini con las proporciones exactas preferidas por la bruja. El placer creció al notar las miradas de envidia que las hermanas lanzaban a Lidia, y la estupidez reflejada en los rostros de los esposos, unos inútiles conchabados en la firma Platarotti. La velada hubiera continuado dentro de la placidez y el aburrimiento, de no ser por la desagradable Lorena de Platarotti y su ocurrencia.

Ignoraba que lo sería también para la máxima jerarquía de la corporación Robocorp. Si el accidente en casa de Jeremy Pottes hubiera sido un hecho aislado, se hubiese podido controlar. Pero esa noche del 21 de marzo, novecientas treinta y una personas fueron incapaces de reprimir sus pensamientos, sus hasta entonces ocultos deseos de matar a las personas que odiaban.

Tras aplaudir la actuación del Viber, la odiosa suegra alzó la copa en dirección a Jeremy. —¡Quiero que me regales uno de estos o dejarás de ser mi yerno favorito! Y yo quiero que te mueras, pensó el aludido en tanto alzaba la copa. Lorena de Platarotti cayó con un agujero humeante en la sien; en el Viber parpadeaba aún la señal del lanzamiento del rayo. Cuñadas y esposos iniciaron un carnaval de aullidos; justo a tiempo, Jeremy ordenó el apagado del robot, ya estaba girando en dirección a una de las jóvenes. En el medio del caos, entre las corridas inútiles y los gestos vanos,

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El Viber resultó el robot inteligente con menos vida de la historia; apenas diez días.


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Cronología del incidente Vallejo Giulio Bettino Guzmán Arce Más de cien años atrás la inteligencia artificial (IA) había irrumpido en el campo creativo, siendo uno de esos remotos ejemplos la composición de canciones realizada en los laboratorios de Sony CSL. El hombre no solo tuvo que abandonar la exclusividad del manejo de los autos, el diagnóstico de enfermedades o de la traducción de idiomas, sino también del arte. Una de esas demostraciones tecnológicas ocurrió este año en el que cinco versos fueron el primer producto que se consiguió con el uso de una IA más avanzada, aplicándola a la replicación de la creatividad del poeta Cesar Vallejo, es decir, para copiar su virtudes artificialmente. Este programa nació en el departamento BASys (Bidirectional Analysis Systems) de la empresa RSS (Resource for Social Strategies) de Inglaterra, la cual desarrolla estrategias para influir en el comportamiento de la gente, sean por motivos de marketing o para el desarrollo de políticas estatales. Las restricciones del pasado, que produjeron los escándalos de los usos inadmisibles de la información de las personas, se han ido desvaneciendo ante el poder de las corporaciones, siempre, claro, con la ayuda de justificaciones sobre el progreso o la asistencia estatal. Trajectory, que es el nombre del programa de IA, es conocido para la reproducción biográfica más detallada y para la previsión de lo que un ser humano hará en cualquier punto del tiempo. Usando esa capacidad puede realizar además actividades de-

rivadas de la imitación de la habilidad o del genio de una persona específica. Su bidireccionalidad abre las puertas a los tiempos pasado y futuro, en los que se puede reproducir o prever el comportamiento y los sucesos de un ser vivo, en una forma que a veces parece mágica. ¿Se puede decir que todo ya está determinado? ¿Trajectory se ha perfeccionado hasta alcanzar un nivel en el que sus posibilidades resultan inaceptables? Una pequeña cronología de los principales sucesos, ocurridos en la brevedad de un año, será útil: 11 de abril: Mariano López, estudiante de ingeniería informática usa el programa Trajectory, que la UNMSM (Universidad Nacional Mayor de San Marcos) adquirió para el análisis del comportamiento social y el diseño de experimentos en microtargeting. Es aplicado, a pedido de su amigo el escritor Alfonso Lajo, en la creación de cinco versos que hubieran podido ser escritos por Vallejo, replicando su genialidad. El software usa para esta invención una base de datos de toda la producción poética conocida de Vallejo, y la información cosechada con el buscador de Trajectory y que nunca antes estuvo disponible. Su funcionamiento se inicia encontrando patrones poéticos mediante cadenas de Markov, y basado en esa información decide en la construcción de versos, a esto se une el importante análisis con algoritmos de la personalidad del poeta para identificar sus preferencias personales, sus intereses, su visión

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de la vida, siendo útil también para la creación literaria. Finalmente utiliza los métodos y la teoría de la poética. Mariano López aceptó el uso del programa solo por un breve entretenimiento, Alfonso Lajo pretendía llamar la atención y bromear con la comunidad académica, inspirado un poco en el engaño de Sokal a la revista Social Text del año 1996. Esta primera aplicación tuvo como elemento inicial para su análisis la información obtenida de todas las entrevistas que Vallejo dio hasta 1971 y en especial, la que ofreció a la Revista Ínsula de España, publicada en el nº 81 de 1952. En ella expone su recurrencia a los sueños y otros detalles que podrían ser insignificantes, los cuales fueron aprovechados fructuosamente por el programa de IA para iniciar sus composiciones y, que eran en general, datos más específicos sobre sus métodos de creación. 15 de abril: Trajectory en menos de dos horas de trabajo, culmina 258 páginas de un poemario y una obra teatral que serán atribuidos a César Vallejo. 7 de Mayo: Un artículo de Alfonso Lajo se publica anunciando el reciente hallazgo de poemas inéditos de Vallejo y la versión completa de su drama Mampar, aquella obra que nunca fue puesta en escena, pero por el que le preguntaron muchas veces (la última que se conoce en una conversación con el poeta Rafael Alberti). Según su ficticia investigación, Raquel Laínez, la segunda esposa del poeta jamás tuvo en su poder esos papeles (Georgette Philippart no tuvo conocimiento según Lajo de esos escritos tampoco). La vía de este hallazgo se explicó que fue por la cooperación del crítico literario y traductor francés,

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Alain Cloutier, quien halló los manuscritos guardados en los sótanos de un antiguo hotel en Paris, donde Vallejo vivió con Georgette hasta 1939, cuando fueron expulsados por la acusación contra el poeta de actividades comunistas. Lajo dijo desconocer los motivos por el que el poeta dejó sin publicar esa obra. 10 de mayo: Dos escritores y estudiosos de la literatura de Vallejo, profesores de la UNMSM visitan a Lajo para entrevistarlo y obtener precisiones y confirmación sobre la obra inédita. Ninguno de los dos cree en las explicaciones de Lajo. 15 de Mayo: Alain Cloutier niega haber hallado tales manuscritos y acusa a Alfonso Lajo de llamar la atención sobre una falsedad además de criticar el poemario, siendo para él, de la peor calidad y diciendo que Vallejo jamás escribiría semejante “adefesio garabateado por un mono”. 8 de junio: Alfonso Lajo revela en otro artículo, de menor extensión, que el poemario y el supuesto hallazgo del original de Mampar son solo productos artificiales elaborados por el programa de IA Trajectory. Pide disculpas por las molestias causadas en el público lector y en la comunidad académica literaria. 14 de agosto: Mariano López cede a la curiosidad, y aplica la bidireccionalidad de Trajectory para reproducir los sucesos más significativos en la vida del poeta, partiendo de su nacimiento. Alfonso Lajo va para presenciar la información biográfica que está brindando la aplicación. Confirma que la reproducción de la vida de Vallejo hasta el año 1922 es correcta, según los conocimientos que cualquier motor de búsqueda puede lograr, pero Trajectory va


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más allá reconstruyendo perfectamente cada suceso importante de la vida del poeta, llegando a los que son desconocidos, por vías que usan protocolos especiales de internet o por páginas no indexadas e incluso por la materia. Detalles de la muerte de su madre, de su encarcelamiento hasta 1921, etcétera. Mediante Trajectory se obtienen particularidades de cada suceso que antes no se tenían. Algunas de ellas, la forma y la imagen exacta de cómo era la celda de Vallejo en el momento en el que entró, haciendo un recorrido tridimensional. 15 de agosto: Alfonso Lajo le pide a Mariano López que continúe con la reproducción. Dos horas aproximadamente después, el software se detiene. López y Lajo observan que Trajectory solo ha alcanzado el año 1938. Hacen la revisión del último suceso viendo que termina ahí porque según el programa Vallejo muere aquel año. 20 de agosto: Retoman el uso de Trajectory para entender porque el software no ha llegado al año 1974 en el que falleció realmente Vallejo. Casi dos horas más de aplicación vuelven a presentarles el mismo resultado: Vallejo ha muerto el 15 de abril de 1938. 9 de setiembre: Personal especializado de BASys, con conocimiento de la RSS, llegan para reunirse con investigadores de ingeniera informática de la UNMSM entre los que esta Mariano López. Uno de los especialistas, Mikael Liukkonen explica que esa reproducción podría ser solo relativamente equivocada. Liukkonen cree que el programa ha progresado en su aprendizaje y que usando vías como la radiación ionizante o la luz ha recopilado datos de fuentes que pueden pertenecer a dimensiones o

a universos con los que supiestamente no se puede interactuar. ¿Ellos sabían que esto pasaría? 25 de noviembre: Aparece un artículo sobre este tipo de problema en la revista ACSI (Applied Computational Science and Information) y registrado (no solo en el Perú) en muchos países. El artículo planteaba, principalmente, las posibles fuentes de información que Trajectory podría estar recibiendo y conservando para su análisis de datos del internet (de todo lo que ha sido digitalizado, un trabajo que prosigue vertiginosamente hasta digitalizar toda la realidad), de la materia conocida y de otros universos, y explicándolo mediante vías de sistemas desconocidos que usan emisión de fotones, (a la manera en que lo hacia la lejana tecnología de LIFI, con la transmisión de luz), ondas sonoras principalmente por perturbación del aire, radiación, etcétera. 13 de diciembre: Jimena Bustamante (La primera noticia del poemario falsificado de Vallejo llegó a mí por ella) organiza un conversatorio sobre el poeta aprovechando la actualidad de estos sucesos, además de la ayuda que proporcionaba tener la atención, no solo de los académicos y de los amantes de la literatura, pues la extrañeza de lo que nos decía Trajectory estaba desconcertando no solo a los científicos informáticos sino a todos los que habían leído estas noticias por los diarios. El evento alcanzó una audiencia mayor a las que tuvieron las pasadas conferencias y conversatorios. Se habló sobre los detalles de la niñez de Vallejo ofrecidos por la IA, se trató también su obra de género fantástico, empezando por aquella prosa de Numeral, aquél libro de relatos

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que podía desconcertar y, que era un reflejo de su poesía, basado en las imágenes fantásticas de sus versos (donde está la hermosa versión cuentística del poema Masa). Se repasaron sus poemarios, especialmente desde Traspié entre dos estrellas, el tercero. Después de las exposiciones, uno de los asistentes llamado Luis Ávila se acercó a Jimena y le dijo que sabía de la existencia de unos papeles donde se registraba una pequeña conversación que aparentemente ocurrió el año 1955, entre Vallejo y David Reyes, un antiguo escritor limeño. En él, Vallejo comentaba sobre un relato que estaba empezando y en el que un poeta moría en el año 1938. Ávila, que había trabajado para uno de los descendientes del escritor David Reyes, halló mientras tasaba libros y otras publicaciones del siglo XIX, unos papeles escritos a máquina, que no estaban digitalizados y cuya información jamás estuvo en internet. Ningún motor de búsqueda podría haberla hallado. Encontró además unas cintas de casete, una de las cuales tenía una etiqueta donde leyó: “C. Vallejo – 23 Set. 1955”. Le parecía que las mencionadas hojas podrían ser la transcripción de esa grabación, pues tenían la misma fecha. La inexplicable imposibilidad de la IA no permitía registrar esos datos sobre Vallejo en la reproducción de su vida, de los años posteriores a 1938 (antes del uso que Mariano López hizo de la bidireccionalidad en el poeta, el programa podría haberlos obtenido, pero con su aparente evolución han sido relegados por información de una fuente desconocida, priorizándola en la reconstrucción biográfica). Un buscador común lo hubiera hecho teniéndolos disponible en la

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red, pero Trajectory no llegaba a ellos, deteniéndose en ese año, en el que Vallejo, según la certeza que tenemos, no murió, pero si padeció un tiempo internado en la clínica Arago de Paris por una anemia causada por la deficiencia de vitamina B12, cuyo tratamiento llevó a que sus amigos insistieran en que cuidara su alimentación. Sabemos de esos años aciagos en sus ingresos, pero gracias a la colaboración de sus amigos y a la oportuna y mayor demanda de sus reportajes de los sucesos en Rusia y en España, Vallejo pudo mejorar un poco su situación e invertir mejor en la preservación de una buena salud. Luis Ávila nos llevó, a Jimena y a mí, ese fin de semana, a la casa de Fernando Martinelli Reyes, lejano descendiente del escritor David Reyes quien tuvo la casi increíble conversación con Vallejo y que resolvería el caso o complicaría más nuestra labor de entendimiento. Su casa estaba en el antiguo distrito de Surco en Lima. Nos recibió cordialmente, aunque sin ninguna emoción particular por lo que estaba sucediendo en relación a Vallejo. Parecía más interesado en deshacerse pronto de la gran cantidad de libros que tenía y que estaban alejados de sus intereses. Habló un momento con Ávila y luego nos dejó solos para realizar la revisión de los papeles de la entrevista. Pero yo no estaba tan interesado en eso en aquel momento, pensaba en el contenido de la cinta con la etiqueta que tenía el nombre de Vallejo. Esto ya se lo había dicho a Ávila pero él me dijo que las cintas estaban completamente deterioradas con su recubrimiento magnético desprendido, después de casi doscientos años de su grabación. Mi descono-


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cimiento de la tecnología de esa época me dio la breve esperanza de escuchar la voz de Vallejo en esa entrevista. Teníamos la suerte de tener su voz en formatos digitales, de verlo en muchas entrevistas que dio, sobre todo en España, EEUU y Perú, pero tener la seguridad de escucharlo diciendo que había pensado crear un relato sobre un poeta que fallecía en 1938 iba a ser indescriptible. Los papeles fueron encontrados con brevedad por Ávila, quien me alcanzó las cuatro páginas engrapadas que contenía la supuesta conversación de David Reyes con Cesar Vallejo. Me provocaba leer con rapidez el contenido de aquellos papeles casi amarillentos y con los caracteres propios de las máquinas de escribir mecánicas. El título era simplemente Conversación con C. Vallejo y estaba la fecha indicada por Ávila. Quería hallar la parte donde el poeta afirmaba haber pensado en la creación del cuento que estaría vinculado a los resultados que Trajectory estaba insistiendo en ofrecer. Ávila me señaló la cuarta página, y ahí estaba, sucediendo a la pregunta de Reyes: ¿Piensas hacer otro libro de relatos? Numeral fue bien recibido sin contar que el prólogo de Antenor Orrego hace una buena teorización literaria. Sí, me gustaría. Aunque ahora solo tengo la idea inicial para un relato que no creo que me demande la escritura de muchas páginas. Pensé en ese año en el que caí enfermo, en el que sentí que ya me iba (1938), un año en realidad doloroso para todos…pues, me imaginé las vicisitudes de un poeta que viaja a Paris y que moría tal vez por no presenciar la caída de los republicanos en el Ebro, o debería decir, la caída del

ideal que ya estaba presintiendo. Es un comienzo…veremos. Para mí era muy real aquella entrevista. Lo vinculé de la forma en que ya lo había hecho, pero con un mayor convencimiento, a una explicación de los resultados de la reproducción de su vida por el Trajectory. Esa información era la lectura que estaba haciendo el programa, pero insistentes dudas volvían a mí, la primera ¿Cómo es que Trajectory no puede recibir esa información? o ¿Cómo es que no puede extraerla? Y la segunda, si es que Trajectory tiene esa información ¿Por qué se queda en ese año? ¿Por qué insiste en que la vida de Vallejo culmina ahí, como si fuera un hecho real? El proceso de búsqueda que hace ese software, y que ya ha sido de mayor conocimiento con estos hechos, usa toda la información que recopiló mediante un tipo de búsqueda que algunos llamaron de line search (término tomado de técnicas de búsqueda de la policía), donde se fue cubriendo todo el planeta en pocas horas, y que en muchos casos se consideró ilegal. Fue realizada según lo indiqué parcialmente, por fotones, ondas sonoras en cualquier material, radiación ionizante, el reconocimiento óptico de caracteres OCR que alcanzó la tridimensionalidad y que tal vez, para explicar lo que sucede, alcanzó dimensiones superiores desde donde pudo decodificar más información. Un paso más desde donde los especialistas de BASys quieren obtener una solución es la recepción de información de universos alternativos, desde los cuales se abren vías similares a los que he mencionado, y por los que este abrumador programa digitalizó este mundo, y posiblemente otras realidades.

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Pudimos contactarnos con Mariano López, y acompañado de Jimena fui a reunirme con él en la UNMSM. Le comuniqué antes de la posesión de las hojas de David Reyes y que podrían ayudarlo a resolver el problema. No pareció interesado cuando hablé con él por teléfono, pero aun así me dijo que le permitiera la lectura de esas páginas. Supuse que se adelantó prefigurando un esclarecimiento relacionado a una posible información que no fue extraída o barrida por la IA. Fue así, López sospechaba eso, por una hipótesis que sugirió Liukkonen, uno de los especialistas de BASys que no solo estaba estudiando el caso peruano sino la de nueve países más en Europa y Latinoamérica, donde resultados históricos considerados erróneos seguían apareciendo y señalaban sucesos falsos sobre presidentes, escritores, cantantes, etc. El ciudadano común no veía amenazante esta situación, pero para algunos, y para mí mismo, era el acercamiento de una clase de fin del mundo. ¿Qué resultaría después de esta sobre información? ¿Hasta qué punto podíamos decir que podríamos manejar el conocimiento? López revisó el contenido de las fotos que tomé de las hojas en mi dispositivo, los leyó rápidamente y me lo devolvió, pidiéndome antes una copia. Dijo que era posible que una deficiencia en el código dejara que ese dato invadiera los resultados y obstruyera el trabajo de Trajectory creando una ficción sobre la vida de Vallejo y mezclando su respuesta a David Reyes con la reproducción de esos años de su vida. Era la única explicación hasta el momento, pero una oscura suposición percibí en su reacción. Se abrían más posibilidades que él no quería aceptar

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y que yo estaba tal vez empezando a entender. Esa noche yo volví a mis soluciones imaginarias del problema. No puedo decir lo que piensa Mariano López, no puedo saber si fue orgullo, o si en realidad no significaba mucho para él la aparición de pruebas que pueden haber influido o “trastornado” los resultados del amado programa de IA de BASys. ¿Es posible que haya aprendido tanto que el ser humano ya no podría alcanzarlo? Una última y persistente hipótesis que no sé si han considerado ellos es que Trajectory ha cosechado o extraído la información de una realidad más poderosa, quiero decir de una realidad que es digna de ese nombre. ¿Si la insistencia del programa en el final que tuvo Vallejo en 1938 es una señal de que nos está mostrando la realidad? ¿Si nosotros somos la ficción o la invención? Trajectory en el primer barrido de la superficie del mundo se llevó tanta información que era inconcebible pensar que algo se le escaparía. El escándalo inicial fue aminorado por innumerables justificaciones en favor del desarrollo humano. Las grandes corporaciones conocen, sin comparación alguna a las antiguas recolecciones de nuestra información, toda nuestra vida, todos los rastros de nuestro paso por el mundo, donde todo se hace casi a nuestra medida, desde el trabajo hasta el entretenimiento, donde ningún password está a salvo y los keyloggers más avanzados son insignificantes. Pueden predecir cada decisión, incluso las reflexiones con una precisión que estremece pero que la mayoría, supongo, ya encuentra normal. La bidireccionalidad del programa le permitía avanzar o retroceder


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o simplemente partir desde cualquier punto del pasado para reconstruir la vida de una persona. Pero poco a poco, habiendo alcanzado un poder que ya no es mensurable, esta inteligencia se ha escapado de las manos de sus desarrolladores. Han llegado a límites que no se podían imaginar en los años en que nacían esas pretensiones de anticipación a los hechos, como los de Recorded Future en el lejano 2009. Pero con todo ese poder continuamos en esa incertidumbre. Supongo que ya aparecerán las explicaciones correspondientes, usando o no ese pequeño gran hallazgo. Aun no sé si atribuir la condición de real a lo que vivimos o a aquella fuente desde donde posiblemente estemos recogiendo hechos que aquí nunca existieron. Pero prefiero esta realidad, donde Vallejo estuvo más tiempo con nosotros. Escucharé un rato Spanish Bombs de The Clash, esa vieja canción que supongo a Vallejo le hubiera gustado.

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Accidente en el kilómetro 83 Rodrigo Revilla Tenía que llegar a la ciudad lo antes posible. El señor Terris no podía demorarse mucho, le había prometido a su jefe y a su esposa que no les defraudaría esta vez. Su turno había expirado y no tenía problemas para enfrentarse al inacabable camino que le deparaba hasta la ciudad. Sin embargo, se quedó pegado al timón unos cuarenta y cinco minutos. En el tramo que conectaba el kilómetro doscientos con un pueblo de las cercanías hubo un accidente, y no pudo moverse hasta que retiraran los coches. Se quedó mirando cómo una grúa se llevaba una camioneta Chevrolet azul, y luego tuvo el acceso libre. No le importaba llamar a su jefe y decirle que se demoraría, y a la esposa para que no calentara la cena y se fuera a echar a la cama. No hizo lo uno ni lo otro. En efecto, se dejó llevar por la monotonía incierta del deslizamiento de la pista en la noche, hasta que pudo alcanzar a ver, por fin, un rastro de esos destellos de los edificios en el horizonte. No aceleró, sabía que tenía que ir a cierta velocidad, y el camino estaba vacío. Llegó al kilómetro 83 cuando tuvo que pasar por una zona casi desierta a ambos lados de la pista. Vislumbraba fábricas apagadas en las laderas de los cerros, y extensiones remotas de cultivo que no sabía dónde terminaban. El auto que manejaba era un Nissan Centra del 95, color azul, y en ese momento, eran cerca de las nueve de la noche, viajaba a una velocidad de sesenta y nueve

kilómetros por hora, tenía las luces delanteras encendidas. A las nueve con cinco minutos, al no tener señal de radio, conectó su teléfono móvil al equipo estéreo del auto que había comprado hacía unos meses, y escuchó Smells like teen spirit de Nirvana cuando vio una luz revolotear delante del auto, haciendo piruetas. Se frotó los ojos y bajó el volumen a Nirvana. De pronto la luz se apagó y en su lugar apareció un objeto metálico en forma de disco que se dirigía hacia él. El señor Terris presionó el freno pero fue muy tarde, porque el objeto impactó con el chasis del Nissan produciendo un ruido acentuado, como vidrio siendo raspado. El objeto, que para el señor Terris no le cabía duda que era un disco volador, comenzó a bambolear hacia un costado de la carretera y cayó a unos veinte kilómetros de la posición final en la que quedó el Nissan. El señor Terris detuvo el auto inmediatamente y escuchó una explosión que provenía del fondo de los campos, cerca de un cerro abrazado por una densa niebla. Entonces pensó que lo mejor era bajarse y caminar hasta el lugar del impacto, pero un temor indescriptible se concentró en su pecho, sabía que ir hacia el cerro donde estaba el platillo volador en llamas le resultaría una locura, a pesar que había una curiosidad en él que revoloteaba como un animalito inquieto. Decidió bajar del auto y observar la fisura en el capó. El metal estaba agolpado, como si alguien le hubiese

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dado con un mazo. Había rayones y algunas manchas negras, pero nada que pudiera verificar su encuentro cercano con una nave de otro planeta. El humo continuaba formando una espiral en el cielo nocturno. Regresó al auto, buscó una linterna de mano y caminó a través de los frondosos cultivos que parecían alejar aún más el sitio donde estaba la nave. Por un instante perdió la dirección, ya no sabía dónde estaba la carretera, ni el cerro, la señal de humo había desaparecido. Se fijó que tampoco había dejado huellas en la tierra como para seguir el rastro de vuelta. Escogió una ruta al azar y avanzó con la mano delante, haciéndose espacio entre la maleza que, extrañamente, crecía sin detenerse. A continuación, el bosque malva oscuro de los campos de cultivo dio paso a un terreno llano y extenso de tierra y rocas que formaban una pendiente hacia una colina cercana. Los parajes abruptos y las formaciones naturales eran como pequeñas obras de arte, como abstractas esculturas, que permitían observar unos minutos la fisiología del lugar, y pudo ver de nuevo la columna de humo inalcanzable. Escuchó el rumor de agua, un río estaba cerca, pero no lo podía ver. Tenía que llegar hasta el humo, percibió crujidos y supuso que era el fuego rodeando el accidente. La linterna no le ayudaba en nada. Cuando por fin llegó, había un camino de llamas y rocas ardientes. El objeto era plateado y enorme. El disco inferior despedía destellos de electricidad, y la caperuza superior que formaba la arquitectura de un usual platillo volador mostraba luces azules y amarillas, salía humo blanco de una

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abertura en la superficie horizontal del disco, y el señor Terris apuntó con la luz de la linterna. No alcanzaba a ver mucho, solo escuchaba un bullicio tenue que venía del interior, a través de la puerta, algo que se arrastraba produciendo una sonoridad líquida. Después un bramido que se repetía en intervalos, un brazo alargado y aceitoso, flaco, pálido y gris, se extendía por la abertura. El señor Terris retrocedió dos pasos, viendo cómo una criatura similar a un cangrejo, pero con extremidades inferiores iguales a las de un saltamontes, salía por lo que sería el escape de emergencia de la nave. La cabeza de la criatura era ovalada y plana, la frente romboide rociada con un líquido transparente. Los ojos eran de un negro profundo y la boca exhibía unos dientes filudos y blancos. Apenas la criatura logró asomarse al extremo del disco de la nave, cayó de bruces al suelo pedregoso, impulsada por lo que sería una segunda criatura que de igual modo se arrastraba con dificultad para salir de la nave dañada. El señor Terris dio media vuelta y comenzó a correr. De pronto, una detonación sacudió el lugar y la nave extraterrestre se convirtió en un amasijo de fuego. Pero no había perdido su forma peculiar, por lo que la caperuza superficial del objeto debía ser lo suficientemente resistente como para soportar una explosión interna, que solo logró hacer volar por los aires a los remanentes pilotos que se arrastraban implorando auxilio. Corrió hacia la carretera, apagó la linterna, pensó que lo seguirían los animales babosos, esos monstruos húmedos y atemorizantes, aunque no había nadie. Estaba a unos metros, de


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su auto y apenas distinguió el potente rugido que vino como eco desde algún lugar de los cerros ahora ya apartados. En la cálida seguridad del Nissan se quedó pensando en las criaturas y en cómo explicaría el hecho a su esposa, debido a que la mayor parte del capó tenía abolladuras. Debía mencionarlo de algún modo, o tal vez vender el auto sin que su esposa lo supiera. En las semanas que siguieron, el señor Terris, ya curado de la conmoción acelerada que le produjo un súbito encuentro con seres de otros planetas, no pudo dejar de recordar a las criaturas y su aspecto demacrado. Esos parásitos, decía en voz baja, cuando nadie podía oírlo, esos monstruos, eran como pulpos grises, llenos de furia, quizás me estaban pidiendo ayuda. Por entonces, lo mejor era no hablar del tema, y aprovechó la considerada falta de atención de la esposa hacia los asuntos automovilísticos, pues raramente visitaba el sitio del coche en el garaje para echarle un vistazo, o bien limpiarlo, alegando que no era de su preocupación tener que mantener semejante carro que jamás pidió. Tampoco lo usaba, no tenía licencia de conducir, se estaba mejor tomando un bus. Nunca hablaron del accidente. El señor Terris se mostraba callado cuando lo debía e interesado cuando le convenía estarlo. Las conversaciones con su esposa se llevaban a cabo con normalidad. La vida de la pareja Terris no tuvo muchos problemas para traer a colación las extrañas marcas en el capó del auto y sus orígenes. Una vez la esposa quiso revisar el garaje porque decía que se le había extraviado un arete, y buscó por

ahí. Observó detenidamente las marcas en el auto, las tocó como quien pasa la mano levemente en la frente perlada de un enfermo de fiebre, y le preguntó al señor Terris qué era lo que había pasado, porque hasta donde tenía entendido, el carro estaba en óptimas condiciones. El señor Terris, al verse envuelto en un problema del que tenía una salida, optó por la vía sensata: la mentira. Comentó que, eventualmente, había encontrado el carro así cuando lo dejó estacionado al aire libre en uno de sus trabajos fuera de la ciudad: Habrá sido un animal, a lo mejor, tengo que ir a repararlo, una pintura vendría bien. La esposa no insistió con más preguntas, dejó el asunto zanjado, era lo conveniente. No obstante, pasados siete meses del accidente en el kilómetro 83, el señor Terris se atrevió a regresar al lugar, con la certeza de que hallaría al menos los fragmentos de la nave y sus tripulantes, si es que nadie había dado con ellos en ese periodo interino de más de medio año, lo que consideraba nada probable puesto que había sido él el único que había visto la nave caer, y el lugar estaba lo cuantiosamente separado de la carretera donde, tal vez nadie, podía fisgonear. No era zona poblada, por lo que sí, pensó que la nave todavía seguiría allí. Pero se dio cuenta que no, ni cuerpos, ni nave, todo había desaparecido. En su lugar resaltaba un rastro negro en el suelo y parte de la vegetación se encontraba chamuscada y muerta. Tomó un puñado de tierra y olió, detectó un aroma parecido al azufre, puede que lo era. De inmediato se limpió la mano en el pantalón y no se tocó la cara hasta llegar a casa. ¿Será que alguien se había llevado

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CUENTOS

los cuerpos? No pensó en eso, siguió investigando. Por un momento, se dirigió a su carro con la decepción de no haber hallado absolutamente nada. Iría a casa con su esposa, se tomaría una copa de vino con ella, la llevaría al cine y verían una película romántica, se acabaron las especulaciones, se olvidaría del asunto. En alguna parte de su mente, el choque con la nave y los tripulantes moribundos estaba rasgándole la consciencia. En alguna parte, recordaba, alguna fracción minúscula del cerebro. Pasaron unos meses, la vida corriente que tenía la llevaba con la habitual sensación rutinaria, el trabajo, echar gasolina, ir de un lado a otro y finalmente estar con su esposa los fines de semana a menos que lo llamaran para algún encargo inesperado. Un día salió con su esposa, fueron al centro comercial a hacer unas compras. Luego pasaron por el cinema, vieron una película sobre la segunda guerra mundial, al señor Terris le gustó, a su esposa no tanto, decía que era mucha matanza, mucha muerte, mucho sufrimiento; pero así fue la guerra, amor, le consolaba el señor Terris, dándole un beso en la frente, vamos al carro. ¿Estás bien?, preguntó la esposa, Sí, todo está formidable. No hubo necesidad de hablar del encuentro del hombre con el platillo volador. No le dijo nada, el secreto pereció en sus labios, lentamente se fue borrando hasta quedar tan solo un recuerdo ínfimo que dolía al traerse a colación. Nunca lo mencionó, a veces soñaba con eso, pero descartaba la idea de que su esposa lograra conocer la mística de aquel fortuito momento.

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Visión del futuro Adriana Alarco de Zadra Cada lector, ansioso por entrar en mundos incógnitos, debe descubrir la ciencia ficción según su propia capacidad. No necesariamente la visión del futuro en este tipo de literatura es la correcta, pero seguramente no trata de magos, ni de fantasmas, ni de hechicerías sino del futuro de la tecnología como es la automatización del trabajo y los transportes, así como el desarrollo de la química, la ecología, la ingeniería y de otras ciencias. Al escribir sobre estos temas, no basta una incógnita para que el cuento tome el nombre de ciencia ficción. La novela policial también tiene incógnitas, así como la de fantasía. La diferencia es que en la ciencia ficción, el relato puede contener todo el espacio del universo y todo el tiempo del mundo, tanto pasado como presente y futuro. Por ejemplo, un agujero que nos muestre lo que ocurre al otro lado de una pared, en el caso de la ciencia ficción puede suceder al otro lado del espacio y en otro tiempo, cualquiera que ese sea, y no en la habitación de al lado. Pero la incógnita debe ser resuelta en la misma narración proponiéndola como algo irreal maravilloso, aún si toma lugar en un espacio desmedido o en un tiempo desmesurado. La incógnita de la metafísica, de los detalles técnicos, del universo absurdo, de la velocidad supersónica, del viaje en el tiempo y de los confines del universo, no tiene nada que ver con la magia, con lo sobrenatural y con el espiritismo con lo cual está en perpetuo

conflicto. El cosmos, con su inaudita geografía de mundos y submundos biológicos, monstruosos, horrendos, degenerados, góticos, que tienen una concreta racionalidad fundamental de lo incógnito científico, suscita en el lector el antiguo terror hacia lo desconocido. Produce emociones contrarias cuando se llega a plantear la diversificación de la tecnología, el desenvolvimiento de la materia y la articulación científica de la mente. Esa es la atracción y la respetuosa reverencia que los admiradores de la ciencia ficción prestan a esta forma de literatura. Lo que hoy en día se ha vuelto más popular es el texto breve que el lector absorbe entre una partida de juego cibernético, un video, el chat, el deporte y la T.V. El lector los lee en la pantalla entre los sucesos tecnológicos del día, las noticias de la política, deportes, sociales. La diferencia entre los ensayos y los relatos de fantasía y los de ciencia ficción es que cuando se trata de víctimas y culpables, muchas veces este último, el culpable, no siempre, pero muchas veces es el humano y no el monstruo más horrible y espeluznante contra quien combate. La razón es que ese ser humano contamina su mundo o lo destruye y así también, en estas historias, conquista, viola y esclaviza la vida en otros planetas y otros espacios. Estos relatos de ciencia ficción son también un llamado de alerta ecológica a la destrucción de nuestro propio hábitat, de nuestras selvas, de nuestros océanos y

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ENSAYOS

la vida que alojan. El futuro lo estamos viviendo en estos momentos, hoy mismo, aún si se cree generalmente, que la ciencia ficción es cosa de otros mundos. Hace 50 años, sólo nos imaginábamos el viaje a la Luna o fuera del planeta Tierra. Basta ver la transformación de los viajes, desde el globo y la carroza de hace 100 años hasta el cohete espacial. Las comunicaciones a larga distancia eran casi inexistentes, comparados con los actuales teléfonos celulares de bolsillo. Increíble es, también, lo que se ha avanzado en medicina y en la salud, basta averiguar la edad promedio del hombre de hoy con la del hombre de hace 100 años. Es notorio que la ciencia médica está avanzando por lo que es mayor el porcentaje de gente anciana en vida que no de jóvenes, cosa que no ha sucedido nunca antes en el curso de la historia. Hoy en día las naciones organizan sus finanzas y se preocupan por las jubilaciones y los seguros de salud para sostener cada vez a un mayor número de ancianos jubilados. Pero la ventaja de hoy está en la tecnología y la instrucción se vuelve fundamental. Si la creatividad y la vitalidad mental no nos abandonan en la edad madura, podemos permanecer productivos. La instrucción ayuda a las personas a través de la computación, en los trabajos de creatividad en todo tipo de artes. La instrucción es una necesidad de la vida humana y la peor situación es la ignorancia, que es el enemigo mayor contra el cual debemos combatir. Se puede seguir aprendiendo mientras uno sea capaz de pensar y el internet es una gran ayuda. No existe en la tierra otro ser que

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use el cerebro con tanta eficacia como el hombre, con el que inventa, construye, compone, guía, dirige, cocina, trabaja, cosecha y descubre. En todo lo que hace, el hombre piensa continuamente en cómo hacerlo mejor o más hermoso, más sólido, más eficaz o más fácil. Seguramente con la ayuda de la tecnología enfrentamos el universo con más seguridad que antes y somos más capaces y más versátiles. Hace unos años se creía que el papel iba a ser siempre necesario para escribir y comunicarnos, por lo que se arrasaban bosques enteros por el bien de la sabiduría, sin imaginar que hoy toda una biblioteca cabe en un micro chip y los mensajes llegan inmediatamente a su destino a través del internet. Porque estamos viviendo en lo que ayer se llamó el futuro de la ciencia ficción o la era incógnita. Para los niños que nacen delante de una pantalla y que llevan la voz de la madre perennemente en la oreja mientras van creciendo, ya viven dentro de la ciencia ficción de ayer, o sea, en el futuro. A ellos les será más fácil creer y entrar en un mundo incógnito o en un mundo paralelo, en una máquina del tiempo, en el ciberespacio, con nuevos medios de transporte y con la automatización de las funciones. Sobre todo, si se piensa que aún el día de hoy se pierde tiempo inútilmente cuando se estudian materias inútiles en algunas escuelas, absurdamente sobrevaluadas y obsoletas, o cuando se encuentran largas colas de automóviles en las carreteras al término de un fin de semana fuera de la ciudad. Usar la tecnología no deshumaniza a las personas como antiguamente se afirmaba. Es como usar el automóvil


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para viajar a otra ciudad en vez de ir a pie. Hubo un momento en que se decía que el refrigerador era para quien no deseaba ir al mercado todos los días, o que el horno a leña era más saludable que el horno eléctrico, el horno a gas o el horno a micro hondas. Sin embargo, ahora que estamos viviendo esa ciencia que parecía ficción, de preservar los alimentos sin hielo y de cocinar con rayos en el micro hondas, no nos hemos deshumanizado. Ya pasó la época en que las mujeres se fingían estúpidas para agradar al hombre. La liberación de la mujer ha liberado también al hombre. La compatibilidad mental es agradable cuanto la física y es más fácil compartir las tareas domésticas y aprender juntos como pareja en la edad madura. Por eso, no dejo de pensar que estamos viviendo en el futuro y que debemos apreciar lo que tenemos alrededor, los avances tecnológicos que nos ayudan a vivir y a estar mejor comunicados, ya que todo esto es el producto de lo que ayer se llamó ciencia ficción. Aprovechemos de nuestras ventajas y aprendamos todo lo que se ofrece, ya que hoy vivimos en la Era Incógnita donde cualquier cosa puede pasar.

Nació sobre el río Loira, en Nantes, en 1823, y falleció a los 82 años. Fue concejal en Amiens, cerca de Paris y gran amigo de Víctor Hugo y de Alejandro Dumas, padre e hijo. Sus ideas políticas fueron conservadoras y, sin embargo, su literatura fue futurista y de desarrollo científico. Con sus aventuras a la luna, al centro de la tierra, al fondo del mar, que siguen deleitando a una generación detrás de la otra, nació lo que hoy llamamos la ciencia ficción.

Nota: Julio Verne y la ciencia ficción Ya se cumplió el centenario del fallecimiento de Julio Verne. Este prolífico escritor francés, escribió obras premonitorias que hacen la delicia de niños, jóvenes y adultos desde que los concibió con empeño y fantasía creativa. Sus casi 80 historias han sido traducidas a más de 100 idiomas.

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Sobre la realidad Renso Olivares La literatura se caracteriza por jugar con los referentes ficticios y verdaderos, por crear contextos artificiales que gusten a su público y por llevar una enseñanza a sus lectores. Pero de todas, la que más atrae es el escapismo producida por la recreación de situaciones imposibles para el hombre común: montar un hipogrifo, ir y volver a la luna como si se tratase de un viaje de todos los días, beber una coca- cola con el diablo, ser invisible u otras posibilidades; pues gracias a estas alternativas el ser humano puede seguir imaginando, no solo en el campo letrado, también en el científico. Hace 150 años rodear el mundo en 80 días era una locura y hace 100 el hombre ni se imaginaba llegar a la luna; actualmente ambos casos son posibles, todo gracias a la iniciativa de algunos inventores que se inspiraron en los escritores que imaginaron un mundo diferente. Hay que recalcar que existen diferentes niveles de ficción dentro del ámbito literario, pero en este ensayo me centraré en lo básico para todo espectador y lector: “entender que todo lo que se ve y se lee no es cien por ciento verdad”. Desde el momento que comenzamos a leer, a ver una película o una obra de teatro, sabemos que nos enfrentamos a simulaciones actuadas, simuladas o escritas para crear un impacto sobre nosotros, una emoción o sensación de satisfacción que nos haga olvidar de nuestros problemas. Si bien la despreocupación conlleva a la auto-

destrucción de la sociedad, este no debe ser el caso de la ficción; muy bien lo decía Gabriel García Marquez en Cien años de soledad, este se refería al teatro como una gran pérdida de tiempo y que solo ingenuos podrían sentir lástima de personas que fingían estar mal, mientras que el observador vivía en peores situaciones. Si bien el arte es un instrumento poderoso de creación, también es símbolo de destrucción. El uso y abuso de la ficción como narcótico que nos hace olvidar nuestra realidad, es el resultado de un mal manejo del consumismo, impulsado por las grandes compañías con ayuda del gobierno que promueven el slogan: “comprar es ser feliz”, el cual puede ser reemplazado por “la felicidad está en la ignorancia”. Este asunto no es tan actual como parece, ya el Quijote nos enseñó que fueron los libros de caballería los que enloquecieron a nuestro caballero andante favorito. Ante esto, el punto medio resulta ser lo adecuado, pero cómo encontrar el punto donde lo real se vuelve irreal, cuál es el límite. Cuando una historia verdadera ingresa al mundo escrito deja de ser real y se imprime dentro de los códigos de lo irreal, pues resulta imposible recrear tal situación a la perfección, siempre existirá cierta característica que se escape de la percepción humana. Lo mismo sucede con las obras de teatro, en su mayoría son adaptaciones de grandes clásicos y, por ende, resultan ser ficciones de ficciones. Con ello queremos decir

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que lo único real, es el momento exacto en que se vive, excluyendo todo futuro y, hasta cierto punto, todo pasado. Pero tal razonamiento es de tendencia suicida, no es nuestro fin destruir toda ficción tildándola de innecesaria o frívola, por lo contrario, se trata de transportar lo irreal a los hechos. Es obvio que jamás podremos volar sobre un dragón o mover objetos con la mente, pero cuál es la diferencia si el dragón está hecho de acero y motores o si ese objeto, imposible de mover por la fuerza humana, es transportado por un tractor; lo importante es lograrlo. Pero en una sociedad tan voluble como la nuestra la ficción es un arma de doble filo; ya no se trata de volver los sueños realidades, sino de luchar contra el sueño embellecido del cual es casi imposible escapar. Los ejemplos más comunes se encuentran en los dibujos animados norteamericanos, tales como Los Simpson o Futurama; programas televisivos que disfrazan la estupidez de su personaje principal (Homero Simpsom o Philip J. Fray) con momentos de ciencia ficción que tanto asombra al público infantil o de situaciones fantásticas que resultan incoherentes y absurdas, pero que resultan graciosas si les agregas un poco de daño físico (golpes, ahorcamientos, atropellos, entre otros). La ficción pasó a ser un asunto de moda, primero con los programas de televisión y ahora con las producciones en masa de series que se transmiten en Netflix, el cual se convirtió en un símbolo de status social. Estas nuevas creaciones ficcionales se ven opacadas por la cantidad de las mismas y solo tienen su momento de fama mientras son transmitidas; por tal razón, la calidad va

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decayendo y cuando se les terminen las ideas harán una serie sobre la vida, pasión y muerte de una piedra cantante. Hasta tal punto de ridiculez ha llegado la ficción, ya no se puede escapar de, lo que se suponía, debía darnos una esperanza frente a la cruda realidad, ahora solo es un producto que se comercializa, un instrumento que se usa y nunca más se vuelve a ver. A todo ello, la faceta crítica de la ficción debe ser revivida. Los viajes interplanetarios debe ser una razón para cuidar nuestro medio ambiente, no una excusa para justificar las talas de árboles o la sobreexplotación minera. Los códigos de la ficción deben regirse por la fantasía y la ciencia, promover la creación de un público activo y producir una cultura de valores, siempre buscando un punto media para retribuir a su sociedad; todo lo contrario de lo que hacen ahora, una ficción de lo absurdo, donde nos muestran lo encantador que sería vivir en un mundo repleto de zombis o lo fantástico que sería ser el único varón sobre la tierra.



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Cooling, W. (2003). Los mejores relatos de Roald Dahl. Madrid: Alfaguara Serie Roja. Desire Olivares Rojas Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle A lo largo del tiempo somos conocedores de varios relatos que de diferentes formas calan en uno para llegar a ser parte de nuestra historia. Así es el caso de Coolling, quien comparte, más que cuentos, la satisfacción de darnos la oportunidad de apreciar el ingenio de uno de sus escritores favoritos en una antología que acertadamente nos propone. Es indiscutible el talento de Roald Dahl, sus obras como Charlie y la fábrica de chocolate y Matilda fueron llevadas a la pantalla grande; en ellas se puede notar el gran gusto que a sus lectores les da leer sus obras. De los cuentos que trataremos, se nota la experiencia ganada en la vida del autor, ya que en ciertas tramas muestra un notable conocimiento de temas que a la persona común le sería difícil conocer, estos son los temas bélicos y automotrices. En Katina, nos evoca con gran detalle los diversos diseños de aviones que él posiblemente haya conocido durante su participación como piloto de aviación en la Segunda Guerra Mundial. Además, conserva su afición por los Cadillac, puesto que los describe en dos cuentos como autos de lujos apreciados por sus personajes. El horror, que habita dentro de los códigos de la fantasía y que no es comúnmente explorado, también se penetra de una manera sutil en los cuentos

de Dahl; sin embargo, en algunos casos llega a acoplarse de una manera ordinaria. Al terminar de leer cuentos como La patrona y El hombre del sur, se siente el placer, en un vano sentido de cobardía, de que sea así, ya que nos deja un sabor de turbación, miedo y temor de una posible continuación. La consternación es tanta que el mejor camino sería el rechazo a seguir la historia, con argumento a un posible afán de seguridad. Por otra parte, el horror, en amplitud, pareciera que actúa con doble filo, en ambos casos se nos presenta e impregna en la parte final y a la misma vez lo termina. Tal vez el desconcierto al no saber qué continúa causa en el lector, según Lovecraft, el tipo de miedo más poderoso el temor a lo desconocido; llegándose a plantear situaciones peores que el autor podría imaginar. En Katina, el horror se torna común, debido a que se contextualiza en un periodo de guerra donde la muerte y el abandono es visto con naturalidad, a los personajes nada les parece insólito, por ello, la indiferencia y falta de solidaridad es regular, seguramente porque es el carácter congruente que merece tal situación, donde tener sangre fría es preciso lo que se necesita para sobrevivir. En los cuentos de Dhal, está presente la locura como eje movilizador de las acciones. Este comportamiento se ve

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reforzado en El gran gramatizador automático, El hombre del sur, La subida al cielo y La patrona. En este último la muestra de una manera diferente a las demás. En El gran gramatizador automático, la locura tiene un matiz que balancea entre lo positivo y negativo de acuerdo al punto de vista en que uno se quiera ubicar. En este parte de la reseña me ubicaré en lo positivo. El delirio al que llega Knipe, en su anhelo de realizar lo que supuestamente le interesa, lo conlleva a manipular y tergiversar sus propias ideas llegando combinar lo que odia con lo que ama. El diseñar máquinas y el escribir cuentos son extremos en cuestión de creación, uno es mecánico, el otro es espontáneo, entonces intentar ligarlos cae en mera locura impropia de la realidad. En los dos cuentos siguientes, se nota la autodestrucción de sus personajes a través de la locura que los embarga. Refleja la capacidad y el poder que tiene la demencia en la naturaleza de las acciones, de los cuales son a ellos mismos quienes perjudica. Es notorio que los personajes no advierten el daño que se causan, sin embargo, sus allegados sí, pero estos con poca piedad tratan de ayudar. La falta de mesura es vista como simple adicción temporal, causando una incomprensión del hecho. Por último, La patrona es inicialmente tomada como un cuento fuera del tema de la locura, sin embrago inesperadamente se reflejan acciones asociadas a padecimientos mentales, el cual no es visible a quienes causa un efecto negativo. La vesania se retiene en la última parte para darle un toque de terror y contribución a la imaginación del lector.

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En contraste, con lo dicho anteriormente sobre El gramatizador automático en esta parte veremos el lado negativo. La locura se incorpora dentro de la sociedad al intentar cambiar el talento humano, propia del hombre por el de las maquinas, contribuyendo a una desolación y un desequilibrio social. Aquí el autor refleja una crítica justo en la última oración del cuento, donde la necesidad puede llegar a cambiar los principios de una persona. Desde mi punto de vista, concuerdo con la atinada recopilación de cuentos, pues en los relatos el placer de la lectura es avalado por la riqueza de hechos en que se desenvuelven los personajes, manteniendo una prudente ambientación del contexto; así todo lector puede asimilarlo a su situación. También, como lectores nos propone un papel activo dentro de la narración, el cual se realiza de manera impensada, súbita; de tal modo que nos refleja lo macabro de podemos llegar a ser.


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De la Torre, C. (2016, 3ra edición). Herederos del cosmos: Los viejos salvajes. 158 pp. Jorge Orellana Solar Universidad Nacional Mayor de San Marcos “Puerta Interestelar Alfa 4 – Erín 9. Prepárense para entrar. Desactive sus armas”. Son con estas palabras con las que Carlos de la Torre Paredes nos recibe en el universo de la saga Herederos del Cosmos, la cual es iniciada con este libro, Los viejos salvajes, novela de ciencia ficción por la que recibió el reconocimiento de la Cámara Peruana del Libro y con la que da evidencia de una temática que ha sido apartada del foco en el escenario peruano. Nacido en Lima en 1988, Carlos de la Torre Paredes es Licenciado en Ciencia política por la universidad Nacional Federico Villarreal, con maestría en Gestión de políticas públicas, y especialista en gestión cultural en el ámbito local por la Universidad de Girona y la OEI. Escritor, guionista y actor, utiliza su vasto campo de conocimiento para enriquecer su obra más allá de la generalizada idea que se tiene de este tipo de literatura. A primera vista, el libro se nos presenta como una historia más, sigue los pasos de Rick Gonzales, mercenario espacial, en su recorrido por el casi inexplorado sistema solar Gredo-1. Mas, si bien la obra está cargada de acción, su protagonista no es el arquetípico aventurero sin miedo a nada. Lejos de esto, De la Torre nos trae a un protagonista cansado, entrado en años, ya no el

joven aventurero sino el viejo veterano, diestro en los combates espaciales pero cansado de una vida donde es matar o morir. Si bien no llega al nivel de una novela puramente psicológica, el trabajo que realiza sobre la psique de sus personajes no solo es uno de los puntos más llamativos de la obra sino que es uno de los ejes principales de su trama, sin descuidar la acción de la ópera espacial se nos presenta al héroe no como sus logros sino como persona, como hombre con un pasado, con arrepentimientos y con esperanzas de un futuro distinto, lejos de la violencia entre el orden y el caos con los que se rige el nuevo territorio del hombre a través de las estrellas. Y es el universo que ha creado dentro de su obra el punto más fuerte del libro, distanciándose de otros textos creados De la Torre no trabaja únicamente sobre “futuro distante” donde la tecnología del hombre lo ha llevado más allá de los límites del planeta azul, sino que realiza una ardua tarea por configurar la jerarquía que existe dentro de este universo, los modos de vida que se tienen e incluso las ideologías y creencias de sus habitantes. Pero esto no lo hace de manera directa, no, no dedica párrafos o hojas enteras a explicarlo sino que tiene cui-

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dado al hacerlo, se asegura de que no interrumpan el ritmo mismo de la obra, de que no quiebren la acción sino que otorga al lector la información necesaria para que este mismo llene los huecos y pueda crear en su cabeza la imagen mental de un mundo en conflicto, a partir de notas, de las interacciones mismas de los personajes, de las razones por las que se encuentran en Gredos-1 en ese preciso instante, zona irradiada donde se encuentran involucrados los intereses de distintas facciones y organizaciones en búsqueda de nuevas rutas comerciales y sus posibles recursos. Peor no hay que olvidar la acción, porque de acciones está hecha esta obra y todos los demás elementos presentes solo son capaces de presentarse a través de ella, en cuanto se asegura de que el lector ha logrado asentarse en su universo es que el autor arremete con una constante tensión, aquel peligro que mantiene a sus personajes atentos incluso a lo que pasa por el rabillo del ojo y al lector incapaz de despegar sus ojos de la lectura. No sería erróneo que la obra es como una película, más que esto, podría considerarse como una película completada con la capacidad de la novela. Un ritmo constante que narra perfectamente los sucesos y combates, donde el lector puede encontrarse a sí mismo a bordo del Destructor X3, al control de su armamento de nivel 9 mientras combate los diversos peligros que le presenta la última frontera, o a bordo del Crucero de Batalla CESAC 4, visualizando las computadoras y sus extensos pasillos interconectados, donde uno no está nunca seguro de que hallara al otro lado de la puerta o que se oculta en cada es-

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quina, y aun así ser capaz de entender, incluso identificarse, con lo que sucede por la cabeza del viajero de la Federación Latina. En conjunto, la obra posee una gran riqueza visual que nos recuerda que la novela no son solo las calles de una ciudad sino la infinidad de colores del espacio, de la tecnología y de lo desconocido. Del mismo modo, no puede uno olvidarse de señalar la belleza del libro mismo, producto del trabajo de Jhosep Abarca Gómez y Carlos Yañez Gil, con una llamativa portada que encierra los hermosos contrastes del azul y el negro, colores tan aclamados por las representaciones artísticas de lo tecnológico, y las bellas ilustraciones en blanco y negro presentes entre cada uno de sus capítulos que, semejantes fotografías, le dan forma a los escenarios que marcan el tiempo de la obra, pero que le permiten al lector rellenar con su propia inventiva. Obra perfecta para cualquier interesado en la ciencia ficción en nuestra región, e incluso para aquellos que no lo están, porque esta obra nos recuerda que la creación literaria y las buenas historias no ocurren únicamente en una Lima, en un Perú o en una América sino que también en el espacio, que no necesitamos reconocernos en un espacio para poder encontrar la interioridad del hombre puesta en peligro porque incluso fuera de nuestro planeta la sociedad sigue existiendo y seguimos tratando de lidiar con ella, nos recuerda que detrás de toda historia puede haber algo más y que detrás de todo héroe hay siempre un hombre.


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