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dijo Alcalde en una entrevista a la revista Apsi en enero de 1988. En su archivo se refiere a una segunda versión de ¿Quién soy?, y luego anota que el trabajo «fue suspendido por falta de tiempo de MK». Por esos años, y con esa doble vida de guionista y escritor, comenzaba la segunda parte de La consagración de la pobreza, obra teatral cuya escritura había iniciado en los 60. En la prensa anunciaba que la obra tendría 248 personajes. En su archivo anota: «La representación de esta obra se prolonga 27 horas continuas». Finalmente, la obra fue estrenada por el director Andrés Pérez y el Gran Circo Teatro, en octubre de 1995. «Hace poco me llamó una amiga desde Canadá para decirme que ella tiene la última versión original de La consagración de la pobreza. La obra en un inicio duraba 24 horas, y entiendo que Andrés Pérez la montó en tres horas. Pero resulta que es la sexta vez que me llaman, seis personas distintas, para decirme lo mismo. Todas las versiones dicen “original”. Es algo que no termina», cuenta Hilario Alcalde sobre la pieza teatral más popular de su padre. Lo mismo sucede con otros materiales de su archivo: hay más de una versión. «Trabajaba obsesivamente sus textos hasta deformarlos y a veces hacía varias versiones de un mismo trabajo», corrobora Cristian Geisse. Comienza el regreso de la democracia en Chile y Alcalde está instalado en Tomé, donde su producción literaria sigue creciendo. Ordena proyectos, pero no se concretan las publicaciones. Entonces le escribe una carta a la agente literaria catalana Carmen Balcells, la más conocida en esa época en el ámbito hispanoamericano, y apunta en su cuaderno la dirección de opciones para sus obras: «Editorial Travesía. Mosquito Editores. Editora Aníbal Pinto (Concepción). Fondo de Cultura Económica de México». «Yo a él, en el último tiempo, lo eché de la casa», cuenta Hilario. «Alfonso se dedicó mucho más a la literatura que a sus hijos. Y eso cuesta entenderlo para poder perdonar y estar tranquilo. Alfonso tenía otras prioridades en la vida. A mí me escribió unas cartas muy duras, y yo también... Y en el último tiempo, el glaucoma, el copete, la lluvia, los años, el encierro, hicieron su pega». El escritor está alejado de su familia, vive solo en una pensión. Es 1992 y en uno de sus últimos
cuadernos se lee, escrito con letra temblorosa, el nombre de Irene C., «Instituto de Normalización Previsional, Alameda 1373», y aparece un número: «6725959, anexo 207». El poeta espera la aprobación de una jubilación. El escritor de vida errante se comunica con Don Francisco y el animador le envía dinero. Pero ya es tarde. Alcalde está cansado, triste, escribe la carta destinada a su familia que dejará rota. Se acerca el martes 5 de mayo: el día final. «Estaba con mucha pena. Sus problemas a la vista no le permitían escribir y decía que ya no tenía más sentido la vida», dice Hilario. Le concedieron una pensión de gracia, pero el cheque llegó dos días después de su muerte.