Dossier 22

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Lo último que ejercité fue «Pdte. Aylwin sufre» arriba y «percance automovilístico» abajo (…) Contaba que, según testigos, cuando un patrullero le pidió sus documentos Aylwin le hizo ver que era el Presidente de la República, a lo que el oficial respondió volteándolo enérgicamente contra el vehículo y separándole las piernas, para registrarlo.

LARRY MOE

Sobre los editores tengo algo que decir. Siempre he pensado que son una raza maligna. Se interponen entre redactor y lector y, blandiendo más escrúpulos de los que sentirán en toda su vida ambos conjuntos, tuercen el destino a su amaño. Parecieran gozar tijereteando oraciones, desfigurando analogías, malogrando conceptos y arruinando ironías mediante el torpe expediente de intercalar innecesarias explicaciones en todo momento. En una oportunidad comenté un espacio de moda del cable y rematé con un juego de palabras que creí deliciosamente detectable a simple vista: «En síntesis, un programa como Dior manda». Claro, al editor de turno no se le ocurrió nada mejor que creer que me había equivocado de tecla y al día siguiente todo el país asistió al cierre de columna más desabrido de la historia mundial de la crítica de televisión (firmado por mí, por supuesto): «En síntesis, un programa como Dios manda». Si serán.

fui con una compañía femenina al restaurante El Parrón de Providencia (hoy demolido) y adivinen con quién me encontré en la mesa contigua. Estaban Raquel Argandoña, el Lolo Peña, la señora Maldonado y su marido Jorge Pino. En un momento dado, Patricia empezó a buscar con la vista, al borde de la desesperación, a su garzón. «No nos puso sal este huevón», se le escuchó claramente. Como un rayo, me levanté de la mesa, tomé el codiciado condimento y se lo facilité, mirándola a los ojos. Ella, de cuyo cuello colgaba su famoso corvo, me sonrió toda cocoroca. Al día siguiente, le respondí vía columna su bravuconada televisiva: «Pero, Patricia, si anoche en El Parrón te pasé la sal y no me dijiste ni pío». Ahí quedó tirada. Me sentí como Manuel Rodríguez cuando le abría la puerta del carruaje a Marcó del Pont. Heme aquí. Tras dieciséis años y dos meses de ver ininterrumpidamente televisión chilena en cinco televisores, y llenar 2.494 videocassettes VHS y 873 discos DVD, que se traducen en 16.710 horas grabadas y almacenadas en bodegas de diferentes edificios del Gran Santiago, puedo decir que después de todo mi vida no es tan aburrida como sugiere mi caminar cansino y mi vista perdida en las próximas columnas. En todo caso, no ignoro el daño que una televisión como la chilena puede causar en la salud mental de alguien que ha estado expuesto a ella sistemáticamente, como yo, por lo que estudio por estos días la presentación de la primera querella criminal contra los que resulten responsables de semejante agresión. No se la van a llevar pelada. Y si no gano en tribunales, por lo menos que se cree conciencia para que algún día esto sea cubierto (o cubrido, como dicen los estadistas de ahora) por el AUGE.

Un salado encuentro

Roberto Rivadeneira Martínez, alias Larry Moe, es periodista de la U.

El 2005, en el programa Mucho gusto, la excantante y hoy opinóloga Patricia Maldonado me encaró mirando a cámara. Me dijo que era un cobarde por ocultar mi identidad y exclamó: «¡Cuánto daría por tenerlo al frente cinco minutos!». Algo en su tono encolerizado me decía que sus intenciones no eran tan sugerentes como las de Soledad Pérez hacía unos años. Ese mismo día

de Chile. Ha trabajado en El Mercurio, CONAF y Terra. Actualmente es crítico de televisión de Las Últimas Noticias.


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