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Cinco tensiones. Héctor Soto
from Dossier 23
presentación
Mi tarea como presentador es relativamente fácil. Si hay alguien que no necesita presentación, ese es precisamente Alberto Fuguet. Y no la necesita porque es un pájaro demasiado conocido en nuestra escena cultural. Eso me ahorra tener que contarles de dónde viene, qué es lo que ha hecho o cómo ha evolucionado su obra. De lo que no me exime, creo, es de la conveniencia de anotar algunas tensiones que la distinguen. Posiblemente en esas tensiones, a mi modo de ver, se juega lo más vivo, lo más intenso y lo más jugado de la literatura de Fuguet.
Yo diría que la primera gran tensión de su obra está asociada a la cultura pop. Buena parte de los libros y de los relatos de Fu guet responden a la conjetura de si acaso es posible rescatar algún destello de verdad, de humanidad, de emociones genuinas incluso, entre el caudal de basura y banalidades de la cultura provista por los medios masivos, que él y sus personajes consumen como peces nadando en un acuario de aguas envenenadas. ¿Cabe hacer literatura, cabe hacer humanis mo, allí donde pareciera no haber cabida sino para Hollywood, para la tele, para el rock, para la publicidad y para las expresiones más degradadas de la industria cultural contemporánea?
La apuesta de Fuguet es que sí, que se puede. La apuesta de Fuguet es que puede haber vida después de la estupidez, puede haber verdad después de las mentiras y puede haber emoción bajo el cretinismo y la basura. Varios de sus relatos son un potente esfuerzo por demostrar que en estas tierras baldías en términos de lirismo y destituidas de todo renamiento e inspira ción puede haber un encuentro con emociones auténticas y con verdades dolorosas y sentidas.
Advierto un segundo frente de tensiones en la obra de Fuguet, en función del espacio donde se levanta. Esta no es la obra de un escritor que se retira del mundo para connarse en las capillas de la literatura y el arte. Este no es el trabajo de quien rechaza por anticipado, sea por ideología, sea por sensibilidad, las corrientes más globalizadoras, más enaje nantes y más estandarizadoras del consumo cultural contemporáneo. Esta es la dimensión seguramente más equívoca de la obra de Alberto. Es la dimensión, sin ir más lejos, que llevó en su momento a Ignacio Valente a considerarlo un bicho despreciable en la república de las letras, un producto desechable y deleznable del márketing y la publicidad, un portador de los peores virus del materialismo zao y de una sociedad extraviada y descreída. Es curiosa esta lectura. Es curiosa porque confunde la mirada con lo visto, el lugar desde donde se parte con el lugar a donde se llega. Sí, es cierto, los héroes de Fuguet no son poetas ni revolucionarios que quieran cambiar el mundo. No son apóstoles ni profetas de una renovación. No son reden tores de las disociaciones de la modernidad ni de la degradación capitalista. Al revés, son más bien víctimas, son más bien re- ejos, son más bien excrecencias.
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Solo que ellos no lo saben. Solo que ellos son como esas polillas descerebradas que, atraídas por la luz –la luz artificial, no la luz de las verdades eternas–, se acercan demasiado a la ampolleta hasta quemarse. Corren la misma suerte de Alsino, pero no porque tengan las alas de cera, sino por que tienen demasiadas hamburguesas en el cerebro.
S u tercera brecha de tensión está, diría yo, entre la inspiración y la experiencia. Como Germán Marín, como Carver, como Gonzalo Contreras, como Bukowski, co mo James Ellroy, como Carlos León, como Joyce –por poner en el mismo saco, y con absoluta arbitrariedad, escritores de muy distinto peso y pelaje, chilenos y extranjeros, moros y cristianos que comparten, creo yo, este rasgo–, Fuguet no puede escribir sino a partir de su experiencia. Yo diría que tampoco lo podía hacer Roberto Bolaño, no obs tante la enorme amplitud de su paleta de color es y de los mundos de los que sus libros hablan. F uguet no es como Vargas Llosa, que es capaz de novelar distintos mundos. Fuguet novela solamente el suyo. Fuguet no hace in vestigación para escribir los libros. No necesita ir a las bibliotecas. No es de los que andan busc ando testimonios postreros y directos de lo que ocurrió. Entre otras cosas, porque su mejor archivo y sus mejores fuentes están en su memoria. Su mejor fuente e interlocutor es él mismo. Desde luego, esta corre lación entre la inspiración y su pr opia experiencia no es literal. Por cierto que Fuguet inventa, agrega y distorsiona. Por cierto que adultera los hechos. Pero la base de todo está en lo que él vio, en lo que él conoció, en lo que él experimentó, en lo que él percibió o advirtió. Debe ser por esto que su m undo se le parece tanto. Debe ser por eso que por su prosa circula tanta sangre. Debe por eso –supongo– que es un escritor con tanta convocatoria generacional, puesto que siempre escribe desde sí, desde su época, desde su generación. ¿Es bueno o es malo esto? Un escritor que escribe básicamente desde el yo (la verdad es que todos lo hacen desde ahí, esta es solo una cuestión de percepción), ¿será necesariamente más limi tado que otro que puede escribir sobr e faraones, que puede volar al siglo veintitrés o sumergirse en los últimos secretos de los monasterios de la Edad Media? Yo diría que no es ni bueno ni malo: que se puede hacer buena literatura con lo que me ocurrió ayer y con lo que le ocurrió al bueno de Tutankamón. Bueno, con eso también se puede hacer muy mala literatura. En rigor, entonces, esta no es exactamente una limitación. Pero claro, el registro de temas y de mundos de los escritores como Fuguet es mucho menos variado que el de quienes van a mundos y a tiem pos enteramente distintos del suy o y a voces también distintas de la suya.
No sé cómo decirlo sin que suene a reduccionismo. De alguna manera, todos los escritores están liquida dos. Tienen que lidiar con la imaginación, con la prosa, con la voz, con el punto de vista, con su pasado, con su futuro, con la fidelidad a sus personajes, con la verosimilitud, con la autenticida d, con la conexión con su público, con la fidelidad a ellos mismos. Es un trabajo de mierda, perdónenme la expresión. Pero están mucho peor los que no saben escr ibir sino desde sí y desde lo que a ellos les consta. En ese sentido quizás sea cierto que están más limitados.
La cuarta brecha de tensión del mundo creativo de Fuguet se origina en su doble militancia en la literatura y el cine. Esto, al menos en Chile, es bastante atípico. La cinefilia es una pes te de la cual nuestros hombres de letr as –con alguna que otra excepción– se han mantenido en general inmunes. En Chile no tenemos un Cabrera Infante. Tampoco un Manuel Puig. N uestros escritores son gente sensata que va al cine a divertirse, pero no a cortarse las venas por S corsese, David Fincher o Gus Van Sant. Bien podría ser otro motivo fuguetiano de soledad. De soledad y de confusión. P orque a este respecto él ha dicho leseras algunas veces. Ha dicho que nunca quiso ser escritor sino cineasta. Ha dicho que escr ibió cuentos y novelas porque no podía hacer películas. Y la v erdad es que en esto a veces se pierde. Se pierde quizás porque ama demasiado el cine. Se pier de porque se deja llevar por el entusiasmo. Se pierde también –él mismo lo dijo por ahí– por que la literatura es un oficio demasiado exigente, demasiado solitario, demasiado absorbente y el cine, en cambio, a veces da la
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sensación (yo creo que un poco engañosa) de ser un desafío más plural, más acompañado, más arropado en términos de apoyos, de respaldos, de complicidades con otros o en términos de diná mica de grupo. Para un solitario como Alberto, para un artista de contextura a veces autista como la suya, esta dimensión no es un pelo de la cola y no es tampoco anecdótica. Al contrario: es una dimensión que importa y que para él vale mucho.
Sirvan estas consideraciones, entonces, para excusar las decla raciones de Alberto que inducen a creer que él está de prestado en el mundo de la literatura porque su verdadera patria es el cine. Nadie que haya escrito Mala onda o Missing está de prestado o de picnic en el mundo de las letras. Estas son obras intransfe ribles. No son obras construidas en subsidio. Si no puedo con las imágenes, qué diablos, intentemos con las palabras. Como diciendo, peor es mascar lauchas.
La última zona de fricción que yo veo en el trabajo de Alberto se relaciona con los impensados senderos a través de los cuales ha estado desarrollando su obra creativa. El que alguna vez fue presentado (y satanizado) como el más marquetero de los escrito res nacionales, el chico digitado por la industria de Hollywood y el imperialismo gringo, el escritor inmaduro y facilón alguna vez expulsado del taller de Donoso por no conocer a Dostoievski, ha venido levantando a pulso una obra que tiene orientaciones extrañas, desarrollos raros, registros minoritarios y pulsiones a lo mejor poco vendedoras y extremadamente personales. ¿Qué es Las películas de mi vida sino una sistemática demolición del sueño americano, del que en principio Alberto Fuguet era el gran agente en Chile? ¿Qué es Missing, una novela, un libro testimonial, un reportaje, una transacción entre el periodismo y la cción? ¿Qué es Locaciones, la película que Fuguet lmó en Tulsa sobre lo que signicó para él y su grupo de pertenencia generacional la película La ley de la calle, de Ford Coppola? ¿Es un documental, es una confesión, es un reportaje jugado a fondo en las licencias de la subjetividad? Yo creo que estas obras raras son todo eso y más. Por lo mismo creo que Fuguet, como quiera que sea y lo que sea que eso signique, es un artista que ha corrido fronteras.
No tengo imparcialidad para hablar de Alberto Fuguet. Debo reconocer que nada de lo que he dicho hasta aquí está libre de los sesgos de la amistad y el cariño que le tengo. En el prólogo que escribí para mi libro Una vida crítica, que Alberto y Christian Ramírez seleccionaron, editaron y produjeron, dije –y lo leo tex tual, porque no creo que pueda decirlo mucho mejor– que «no creo haber conocido a un cinélo más compulsivo y entusiasta de lo que era él a los veinte años. Lo veía todo, lo consumía todo, lo leía todo. Sigue igual, pero, claro, los años le han dado más dis tancia. Un poco, no tanta. Solo cuando odia o ama una película con la pasión que sabe hacerlo él vuelve a ser la era que era entonces. Yo tenía de Fuguet la idea de un chico que se comunicaba mucho mejor con las películas que con el mundo. Bueno, pocas emociones respecto de un amigo he tenido más intensas que el día en que fue a mi casa a conversar de estrenos o de películas viejas, como ya era habitual, y al irse me dejó un sobre en una mesa lateral que yo creo que vine a ver al día siguiente. Lo abrí con curiosidad y contenía varios de sus primeros cuentos. No solo me impresionaron y me remi tieron a los terrenos de las emociones más descompensadas. No tenía la menor idea de que escribía cción. Me recriminé por no haber sabido darme cuenta de que el joven que yo conocía era mucho más que un tragapelículas y que tenía un enorme mundo interior que le secretaba literal mente por todos lados».
Me emociona que Alberto llegue hoy a esta Cátedra constituida en homenaje a Roberto Bolaño, por la que han pasado tantos y tan distinguidos escritores. Y creo que no es una casualidad que venga a hablar de él, a partir de un artículo buenísimo que gura en su libro Tránsitos, donde ha reunido la totalidad de los artículos que ha escrito sobre literatura y escritores. Es hora entonces de terminar esta presentación y cederle la palabra a él.
Héctor Soto es abogado y periodista. Divide su tiempo entre el análisis político contingen te, la edición cultural y la crítica de cine.