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La tristeza de Circe – Poema

Louise Glück La tristeza de Circe*

Finalmente, me di a conocer a tu mujer como corresponde a un dios, en su propia casa, en Ítaca, una voz sin cuerpo: ella detuvo su tejido, y movió su cabeza, primero hacia la derecha, después hacia la izquierda, aunque sin esperanza, por supuesto, de asociar ese sonido con una fuente concreta: dudo que ella vuelva a su telar sabiendo lo que sabe ahora. Cuando la vuelvas a ver, decile que es así como un dios se despide: Si estoy en su cabeza para siempre, estaré en tu vida para siempre.

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Versión al español de Isaias Garde. Bajada de Internet por Google, Revista Altazor https://www.revistaaltazor.cl/louise-gluck-2/

Homenaje a Quino

Silvia Milena Rueda Navarro Homenaje a Quino (2020) Técnica mixta.

Silvia Milena Rueda Navarro Añoranza (2020) Técnica: Marcadores sobre papel.

Dossier

Sonia Torres Rincón* Ideas sobre educación y desigualdad en tiempos de pandemia

Desde que inició el 2020 una pandemia del Coronavirus recorre el mundo; conocido también como COVID-19, su expansión ha sido definida por la Organización Mundial de la Salud “como una emergencia en salud pública de importancia internacional” debido a la identificación de casos en todos los continentes, confirmando el primero en Colombia el 6 de marzo (Ministerio de Salud 2020). Lo cierto es que, de una semana a otra, estábamos bajo la declaración de distanciamiento social y aislamiento en casa con restricción de la movilidad. Colegios, universidades, centros médicos, parques, bares, restaurantes, centros comerciales, entre otros, cerraron las puertas mientras el miedo y la falta de información, empezó a hacer parte de nuestras vidas.

Pero no es propósito de estas líneas describir cada uno de los ámbitos que ha afectado esta pandemia, sólo quiero compartir algunas ideas alrededor del impacto que esta coyuntura sanitaria ha develado en el ámbito educativo, hilando la reflexión desde una perspectiva interseccional que pone de relieve las desigualdades sociohistóricas no resueltas aún, bajo ningún proyecto de construcción de nación que se haya podido inspirar en Colombia. Una situación que devela el despojo social, económico, emocional y mental que atraviesa los cuerpos en todas sus formas normadas y disidentes. Una exclusión que se disimula detrás de las frías paredes de las periferias en las urbes y entre los intersticios de las zonas rurales de este país, y que ha estado presente a través del tiempo.

Frente a la rápida expansión del virus y el crecimiento imparable del número de personas fallecidas en el mundo, las autoridades nacionales decretaron un simulacro de aislamiento, y solicitaron inicialmente el desarrollo de estrategias virtuales a las instituciones educativas en todos sus niveles de formación, entre el 16 y 20 de marzo. De la solicitud se pasó a la orden obligatoria de cumplir esta medida hasta el 13 de abril, y desde entonces se prorroga por periodos de dos semanas, de manera ininterrumpida.

Así, en casi quince años de experiencia como maestra un día, junto a otras, fuimos desterradas del escenario de lo público y confinadas al mundo de lo privado. Claro, no sólo nosotras,

Maestra, feminista. Integrante del grupo Provocaciones Feministas. somitori@yahoo.com

pero quienes vivimos la experiencia histórica de la existencia en cuerpo de mujer, valoramos particularmente el viaje sin retorno que se inicia al irrumpir en la esfera pública. Desde este lugar de enunciación escribo esta reflexión, intentando tejer una recapacitación sobre una problemática social estructural que se evidencia en la coyuntura actual, y que se encarna en la corporalidad de ser mujer, maestra y feminista.

Durante los últimos cuatro meses han aflorado situaciones que evidencian las debilidades y fracasos de un sistema educativo que profundiza las desigualdades, vulnera la universalidad de los derechos y afecta la calidad de los procesos formativos. El derecho a la educación no se limita a la interpretación lineal de las dimensiones de la garantía en el acceso y la calidad, las cuales se ven claramente afectadas en la actual coyuntura, sino que para su plena vigencia se deben garantizar procesos de inclusión, de igualdad de oportunidades real y no solo formal, porque la igualdad real potencia la justicia social (García-Gómez citado en Cáceres, 2020 ), teniendo en cuenta los enfoques de género y diferenciales para la lectura de realidades e implementación de las políticas.

En este sentido, el derecho a la educación como opción de justicia desde una perspectiva integral e interdependiente, contempla la dimensión del acceso y la cobertura para lo cual en el país se han establecido avances importantes para los niveles de formación básica y media, en donde incluso podemos advertir índices de matrículas paritarios entre mujeres y hombres. Sin embargo, en el nivel superior las desigualdades se examinan no sólo con las marcas de género, sino también las pertenencias étnicas, de clase, de ubicación territorial e incluso generacional. Pero en cualquier nivel de formación existen otros aspectos consustanciales para el pleno ejercicio del derecho a la educación, por ejemplo, el componente de seguimiento nutricional a través de alimentación regular en los comedores y refrigerios escolares y universitarios, el acompañamiento y vinculación de apoyos pedagógicos de las familias en casa, y el acceso a equipamientos y procesos de actividades pedagógicas, artísticas y deportivas que favorecen una formación integral.

Sin embargo, se debe reconocer que bajo el influjo de las políticas neoliberales se ha profundizado el deterioro de los sistemas educativos, la desfinanciación de la educación pública y la garantía universal del derecho desde antes de la pandemia, sólo que quizás el silencio producido por la reducción de la ruidosa dinámica económica permite ahora prestarle más atención.

La situación educativa previa a la aparición del Covid-19 estaba representada bajo una dicotomía en la que, por un lado, se establecían ciertas aspiraciones para mejorar el acceso y la calidad de la educación en los sistemas educativos mundiales, y por otro, la incapacidad para acometer ciertas deficiencias endémicas que no acababan de encontrar solución (universalización de la educación infantil, escolarización plena en educación primaria, elevación del grado de adquisición de competencias, dotación de recursos para el acceso a una educación de calidad en los países más pobres). (Cáceres, 2020).

La dinámica social de movilización del último año amplió su repertorio de protesta para exigir el desmonte de las políticas neoliberales y reclamar una mayor inversión en los aspectos estructurales, que profundizan las brechas de desigualdad y exclusión. Una realidad oculta bajo las falsas expectativas de ascenso social que cimentó el acceso a la educación en otros tiempos.

En este sentido, se presentan a continuación algunos elementos de reflexión sobre el impacto en los contextos, los procesos de formación y los sujetos, el paso abrupto de un modelo educativo presencial a la implementación de clases remotas con el uso de mediaciones tecnológicas, que se sitúa como alternativa para la garantía del derecho a la educación, pero que en ningún caso, en coincidencia con Cáceres, “la enseñanza online es el paradigma del progreso ni, en los casos en las que ésta tenga una mala implementación, debe dejar de ser un horizonte por perseguir”. (2020).

Los contextos de desigualdad educativa y tecnología

En el contexto de la pandemia y desde nuestros lugares de privilegio (hay millones de personas que perdieron su empleo u ocupación económica) se asumió el teletrabajo como alternativa para mantener las dinámicas de la educación formal. Así pues, se diluyó el límite de las acciones y organización espacial y temporal de la vida productiva con la reproductiva; los días se fueron haciendo planos e indistinguibles; se rompió la posibilidad del encuentro para conversar, soñar, planear y conspirar. Y de un momento a otro, millones de mujeres y hombres de todas las generaciones en el mundo, terminamos en confinamiento obligatorio, con una particular carga social y emocional para la población femenina que continuó asumiendo la triple jornada, sin salir de casa.

Los propósitos de encaminar el país hacia la cuarta revolución industrial y de avanzar en el cierre de brechas digitales, son cuestionados por las profundas desigualdades en materia educativa, alfabetización digital y acceso a las Tic develadas en el contexto de la pandemia; a pesar del incremento de la participación en la matrícula, en la modalidad virtual para la formación en educación superior, que de acuerdo con los reportes del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior -SNIES, la población pasó de 16.042 estudiantes en el año 2012 a 200.742 en el año 2018 (Ligarreto, 2020).

La conectividad digital entendida como la disponibilidad que tiene un dispositivo (teléfono móvil, tablet, computador) para ser conectado a otro o a una red, está transformando la forma de comunicación e interacción de los seres humanos, en un contexto donde el acceso a la información fluye en tiempo real. Hasta hace poco, para varias personas esta dinámica no excedía la posibilidad de consultar documentos, revisar las redes sociales, saludar amigos y amigas, sin que fuese el centro de la vida. Sin embargo, la coyuntura generada por el Covid-19, unificó, homogenizó y hegemonizó el uso de estas mediaciones virtuales para todo tipo de encuentro social.

No obstante, se ha develado el déficit que existe en el país en materia de conectividad digital. En Colombia el 96% de los municipios tienen déficit de recursos tecnológicos, y según lo ha establecido el Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (MinTIC), en el país existen siete millones de accesos fijos a internet y 28,9 millones de accesos móviles, es decir, que casi veinte millones de personas no tienen conexión a banda ancha (Ascun, 2020). De igual manera, las diferencias entre el campo y la ciudad son profundas. El Departamento Administrativo Nacional de Estadística -DANE estima que sólo el 26% de estudiantes de zonas rurales tiene conectividad, frente al 89% en zonas urbanas (Ligarreto, 2020).

Así mismo, se ha podido establecer que en Colombia en los dos últimos años ha aumentado el acceso a dispositivos electrónicos y digitales, sin que eso represente un impacto proporcional en la conectividad. Así por ejemplo, los colombianos y colombianas registran los siguientes niveles de consumo de dispositivos tecnológicos: “Teléfono celular (cualquier tipo): 96%; Teléfono inteligente (smartphone): 93%; Teléfono móvil sin características “inteligentes”: 17%; Laptop u ordenador de escritorio: 79%; Tablets: 42%; TV inteligente para ver contenido en línea (como Netflix): 13%; Consola de videojuegos: 35%; Dispositivo inteligente para el hogar (Smart Home): 11%; Relojes inteligentes: 15%; Dispositivos de realidad virtual: 3.1%”. (Cubica, 2020).

Sin embargo, el consumo de dispositivos tecnológicos no constituye un indicador directo para el cierre de brechas en alfabetización digital. Lo anterior se hace visible frente a la transformación de escenarios educativos presenciales a entornos virtuales o de formación remota con mediaciones tecnológicas, donde contar con un celular no implica necesariamente conectividad y esta es la situación más común que enfrentan estudiantes, maestros y maestras, para dar continuidad a los procesos de formación. Así como la existencia del número de computadores o laptop en las viviendas, no es suficiente para cubrir todas las necesidades, más aún cuando en la actualidad un gran porcentaje de actividades académicas en todos los niveles de formación, laborales, de comercio, trámites institucionales y de información se realizan vía internet.

En otras situaciones y lugares del país, muchas familias ni siquiera contemplan la posibilidad de contar con un dispositivo digital para acceder a la conectividad. No es excepcional, ni materia de orgullo sino de vergüenza, la imagen que se repite en estos días y en diferentes lugares del país, de niños y niñas jugando con computadores dibujados sobre un cartón, o construidos con cajas y materiales reciclables. Más que una apología a la creatividad, la situación constituye una evidencia de la desigualdad social que enfrenta una amplia capa de la población, especialmente en edad escolar, que está quedándose por fuera de las alternativas de mediación virtual implementadas ante esta coyuntura de suspensión de las clases presenciales, sin contar la pérdida del complemento nutricional con el cierre de comedores escolares y la ausencia de escenarios de prácticas deportivas y artísticas, para su desarrollo integral.

Al problema de conectividad digital se suma la disposición y habilidades del grupo familiar para acompañar a los niños y las niñas en los procesos de formación remota, sumado a las dificultades del contexto, como la pérdida de capacidad de recursos económicos, la recarga de las labores del cuidado principalmente para las mujeres y las niñas, las presiones de las instituciones académicas y las herramientas de soporte emocional para enfrentar la convivencia en condiciones de aislamiento. “Las tareas las hacemos las tres desde el comedor de la casa (…) Para hacer casi todas las tareas necesitamos internet, por lo que usamos el celular de mi papá que tiene datos para hacer consultas específicas, pero no tanto porque no podemos gastarnos todos sus datos” (Carreño, 2020).

Como muchas maestras y maestros, se ha intentado conservar la calma y especialmente no perder de vista el propósito de transformar la cultura, y en este caso, de transmitir una voz de tranquilidad para que en medio de la adversidad

que se vive, las personas al otro lado de la pantalla, es decir los y las estudiantes, puedan resguardar un poco de esperanza para continuar. Sin embargo, en más de una ocasión la desidia se extiende ante la sensación de impotencia para atender las situaciones reales de depresión, violencias, ausencia de trabajo, desinterés y falta de entusiasmo, que se alcanzan a percibir a través de la realidad virtual.

Pero las dificultades no se limitan al escenario de la educación formal, son numerosos otros procesos de formación agenciada por organizaciones comunitarias en los barrios y territorios periféricos principalmente, que no cuentan con ningún apoyo del Estado, sino que se sostienen a partir de la dinamización de procesos de autogestión. Y es allí, donde también florece la esperanza.

En medio de este contexto de desigualdad que la pandemia ha visibilizado a través de la denuncia de los trapos rojos, y las condiciones de acceso a la conectividad específica, las iniciativas comunitarias han impulsado el fortalecimiento de la solidaridad en tiempos de pandemia. Las ollas comunitarias, el cuidado colectivo de los hijos e hijas, la delegación de trámites para quienes no pueden movilizarse, el desarrollo de emprendimientos, entre otros, demuestran de nuevo que la precarización de las condiciones de vida antecede a la pandemia, y se enfrenta con las expresiones más sencillas y amorosas de solidaridad.

Procesos de formación

El segundo aspecto educativo que recibió el fuerte impacto del cambio abrupto de la modalidad presencial a la modalidad remota con mediaciones virtuales tiene que ver directamente con los procesos formativos. Y es que no se trata sólo de la conectividad que, como se mencionó anteriormente, intenta mantener los niveles de acceso y cobertura del sistema educativo, sino que se relaciona con la calidad de los procesos formativos.

Y es que la nueva modalidad remota de educación “rompe con muchos de los paradigmas de la educación presencial, entre otros, las nociones de espacio y tiempo. Además, los roles del profesor y del estudiante se modifican porque este último tiene un mayor margen de maniobra sobre los objetivos, contenidos y estrategias de aprendizaje” (Henao, citado en Carreño, 2020).

Pensar una propuesta de educación flexible, que no es sinónimo de laxitud, en la coyuntura de aislamiento derivada del Covid -19 implica repensar los objetivos, los contenidos, en la perspectiva de generar procesos viables de integración curricular por proyectos, temas, intereses, entre otros. Sin embargo, el reclamo en la vida real es que en numerosas instituciones educativas públicas y privadas, y en los diferentes ciclos de formación, no ha sido posible lograr dicha articulación, sino que el personal docente y estudiantes trasladaron los tiempos, rituales y ritmos de la educación presencial a la interacción vía pantalla. “En muchos casos, el paso a la docencia online se hizo de manera prematura, acelerada, sin la preparación adecuada y sin la reflexión pedagógica necesaria para acometer el paso a los entornos virtuales de enseñanza” (Carreño, 2020).

En algunos casos, niños, niñas y jóvenes toleran jornadas entre seis y ocho horas sentados frente a un computador, con el cansancio físico y emocional que produce esta dinámica. La

responsabilidad no sólo recae sobre los equipos de maestros y maestras, sino que en muchas ocasiones responde a la incapacidad institucional y familiar para superar la idea de que aprender es estar ocupado.

Estos métodos excepcionales se traducen (en la mayoría de los casos), en la enseñanza secundaria, en un aluvión de deberes, test, trabajos y actividades suministradas por profesores apáticos, que saturan con una cantidad ingente de trabajo completamente insustancial, a sabiendas de que ni ellos mismos leerán o corregirán dichas actividades y (lo que es más preocupante), teniendo claro desde el principio que estas tareas serán o bien hechas por “ayudantes” del alumno. (Carreño, 2020).

A las dificultades de la flexibilización curricular se suman las condiciones materiales de los estudiantes y sus familias para asumir los retos del trabajo autónomo que requiere cualquier modalidad de formación: “Usamos el de ella [celular] para abrir el correo, ver las tareas que nos dejan, tomarles foto y luego sí nos devolvemos a hacerlas. Nos turnamos cada una por día para ir donde mi tía porque ella también tiene hijos y tienen que salir a la calle. Pero es un ritmo muy duro” (Carreño, 2020). Los maestros y maestras hacen esfuerzos importantes, para mantener el vínculo de interacción social con los estudiantes, vía correo electrónico, plataformas virtuales, mensajes y audios de whatsapp, webinars, etc., pero continúa siendo insuficiente.

Dentro de la formación, además de las dificultades de flexibilización curricular, de las metodologías y el apoyo familiar, se encuentra la evaluación, como otra dimensión fundamental que permite identificar las necesidades, fortalezas y acciones de mejora del proceso.

Hay cierta representatividad en torno a evaluar a través de las tareas que se están enviando desde diferentes medios, síncronos y asíncronos, para que los estudiantes realicen en sus hogares. No obstante, existe una percepción generalizada ofrecida por los informantes de la que se deriva que no existen instrucciones oficiales, claras y homogéneas respecto a la evaluación y mucho menos sobre la calificación y promoción de los estudiantes. (Cáceres, 2020).

Son varias las voces que se pronuncian desde diferentes escenarios académicos y políticos, advirtiendo la necesidad de transformar también el paradigma evaluativo como la medición de los logros y resultados, más aún en un contexto de total desnormalización como el presente; “[mi hija] no ha podido estudiar casi y sería muy injusto una mala nota para ella, porque no es que no queramos ayudarla ni que ella no quiera estudiar, sino que no se ha podido” (Carreño, 2020). Quizás debamos parar, respirar y pensar que el aprendizaje mayor circula en la posibilidad de valorar la vida para seguir luchando, como dicen las zapatistas.

Los sujetos

La coyuntura de emergencia sanitaria mundial no sólo ha evidenciado las brechas socio económicas del contexto, el impacto en los procesos educativos, sino que también visibiliza las condiciones de desigualdad respecto a la estabilidad emocional de los sujetos.

Primero, hablaremos de las condiciones emocionales y de salud mental de maestros y maestras, a quienes se les duplicó el trabajo al tener que recurrir a las mediaciones virtuales para conservar la interacción social con los y las estudiantes, como ya se expresó anteriormente. Se ampliaron

los tiempos de dedicación para la preparación temática y didáctica de las sesiones previamente, pero además se enfrenta la sensación de frustración que alcanza a generar el no contacto visual y emocional, que permite la presencialidad.

Así mismo, las habilidades de debate, argumentación y de comunicación con estudiantes, se ven limitadas por las dinámicas propias de la conectividad digital precaria con que contamos, además de la falta de capacitación y actualización pedagógica para el desarrollo de ambientes de aprendizaje virtual, contemplando las condiciones diferenciales de los sujetos y sus contextos.

La educación resiente el escenario tradicional que durante años le ha acompañado, la presencialidad. (…) era más humana, más deliberativa, más profunda, más comunicativa, y porque permite una mejor formación del estudiante como ser ético, demócrata y social. (Carreño, 2020).

Es claro que se resiente el escenario de la educación presencial como escenario posible de encuentro y de vínculo social, sin que ello signifique obviar la crítica a la institución a la que durante mucho tiempo se le ha endilgado la responsabilidad de la debacle social y humana: la escuela, en la que hoy la agencia de los sujetos continúa profundizando las grietas para su transformación. Sin embargo, no se trata de anular ni idealizar en absoluto la virtualidad, sino justamente de no perder la posibilidad del encuentro presente para la reconstrucción del tejido social.

La no diferenciación de los espacios de la vida productiva de los escenarios de la vida reproductiva ha generado una percepción compartida de docentes, padres, madres, y estudiantes, de disponibilidad permanente para el trabajo que en muchas ocasiones se conjuga con la empatía y deseo de colaborar a las familias, que enfrentan todas las dificultades de recursos económicos y de conectividad que ya se abordaron.

Luego están también los y las estudiantes, los millones de niños, niñas y jóvenes que sostienen el sistema educativo y quienes no escapan a los impactos emocionales que han generado estos cambios. Lo primero que habría que decir, es que esta población es quizás una de las más afectadas e ignoradas en materia de las acciones y medidas paliativas de las condiciones del confinamiento.

En el apartado psicológico, el impacto en niños y adolescentes se manifiesta desde una situación de estrés provocada por esa duración prolongada sin contacto con sus iguales, con elevadas tasas de aburrimiento, información inadecuada, miedo a la enfermedad, al contagio de sus seres queridos y a la pérdida de empleo de sus progenitores (Wang et al., 2020). Se ha detectado cómo los síntomas de aburrimiento, irritabilidad, inquietud y sensación de soledad estuvieron bastante presentes, viéndose acrecentados cuando los padres no conseguían manejar ciertas situaciones; dando como consecuencia episodios emocionalmente problemáticos que afectaron al bienestar psicológico del núcleo familiar (Orgilés et al., citado en Carreño, 2020).

Se hace necesario entonces, generar acciones de contención y acompañamiento psico y socio emocional para esta generación niños, niñas y jóvenes, que logren brindar herramientas para fortalecer sus proyectos de vida, en medio de un contexto adverso que no logra trasmitirles esperanza ni perspectiva de futuro.

En varios escenarios familiares la ausencia de recursos económicos ha obligado a los y las jóvenes a desertar del sistema educativo, confirmando una vez más que la moratoria social no existe para los sectores de las clases oprimidas y excluidas.

Ojalá logremos desnormalizar nuestras rutinas previas y las que hemos aprendido en estos tiempos de pandemia, pues las desigualdades ya fueron develadas y también los impactos en las vidas de los sujetos de estos cambios abruptos de un modelo hegemónico de educación presencial a la modalidad de trabajo remoto con mediaciones tecnológicas, constituyendo una grave vulneración del derecho a la educación y al trabajo digno.

Lo cierto es que para ninguna persona ha sido totalmente fácil enfrentar la situación de confinamiento y aislamiento físico. Como mujer, maestra y feminista guardo el compromiso de aportar a la transformación de la cultura, de brindar una perspectiva de encuentro y fortalecer el vínculo social, incluso a través de la pantalla, con el propósito que toda acción pedagógica, nos permita sanar la vida.

Bibliografía

Cáceres-Muñoz, J. Jiménez Hernández, A., y Martín-Sánchez, M. (2020). “Cierre de Escuelas y Desigualdad Socioeducativa en Tiempos del Covid-19. Una Investigación Exploratoria en Clave Internacional”. Revista Internacional de Educación para la Justicia Social, 2020, 9(3e), 199-221. Universidad de Extremadura, España. https://doi.org/10.15366/riejs2020.9.3.011

Carreño, C. (2020), “Sector educativo. Voces y senderos posibles durante y post Coronavirus Covid-19. https://d1wqtxts1xzle7.cloudfront. net/63319021/Sector_educativo_Voces_y_senderos_posibles_durante_y_post_Cronovarirus_Covid-1920200515-106101-19be60e. pdf?1589543559=&response-content-

Cúbica, (2020), https://www.cubica.co/marketing-digital/estadisticas-situacion-digital-colombia-2019-2020/

Ministerio de Salud de Colombia, (2020). https:// www.minsalud.gov.co/salud/publica/PET/Paginas/Covid-19_copia.aspx

Guiomar Dueñas Vargas* Covid-19 y equidad de género en Estados Unidos

La grotesca desigualdad

El Covid-19 ha trastornado todos los aspectos de la vida diaria de los norteamericanos. En muchos estados de la Unión se ha ordenado la reclusión de las familias, se han cerrado las escuelas y los jardines infantiles, los negocios no esenciales. Las cocinas se han convertido en oficinas y en salones de clase y la separación de lo público y lo privado se evaporó. Todo esto ha impuesto presiones en el hogar, erosionando soportes de cuidado y demoliendo barreras entre los roles del trabajo y de familia. La pandemia ha exacerbado las inequidades de género en la sociedad norteamericana, pero también ha llevado a denunciar la grotesca desigualdad de género en el espacio doméstico, y a vislumbrar cambios que el agitado mundo pre-pandemia impedía ver. ¿Cómo ha afectado a las familias el Covid-19?

A pesar de que las mujeres norteamericanas han alcanzado y superado a los varones en áreas que hasta hace pocos años se consideraban dominio exclusivo de hombres, y de que algunas se han ubicado en las altas esferas del periodismo, la ciencia, el derecho, la tecnología y la industria con éxito, en el imaginario colectivo pervive la idea de que el marido sale a trabajar y a ganar el pan para la familia, y que debe haber alguien en casa siempre disponible a cuidar y hacer el trabajo que requiere el hogar. Entre las familias que gozan de poder, privilegio e ingresos altos, las esposas se han liberado de la carga contratando el servicio de latinas, usualmente inmigrantes ilegales, con las que establecen relaciones carentes de transparencia laboral, marcadas por el racismo, la xenofobia, y clasismo y obstaculizadas por barreras culturales y lingüísticas. 1 En hogares de clase media el peso del cuidado recae sobre la esposa, que usualmente sale a trabajar todos los

1 Pierrette Hondagneu-Sotelo, Doméstica: Immigrant Workers Cleaning and Caring in the Shadows of Affluence (Los Angeles: University of California, Press, 2001). El estudio se refiere a las mujeres migrantes y empleadoras de la Costa Occidental.

Profesora de Historia. Universidad de Memphis, TN.

días como su marido. Pero el cuidado, que recae principalmente sobre las mujeres, involucra muchas cosas más como lo señala la premiada periodista del The Washington Post, Brigid Schulte, en su último libro en el que denuncia el exceso de trabajo de las mujeres en el hogar. 2 En el mundo en que vivimos se ha duplicado el trabajo de las mujeres que, sin dejar de responder por la carga doméstica, han salido a la esfera del trabajo asalariado, duplicando su carga laboral. Esta inequidad ha llevado a cuestionar las verdaderas ganancias de las mujeres en el campo de sus derechos, y la denomina en su libro, grotesca desigualdad de género en el hogar, a la que atribuye la rabia permanente de las esposas.

Escrito antes de la pandemia, Schulte describía su situación personal, “Sentía que estaba haciendo prácticamente todo, llevando a los niños al pediatra y al dentista, cocinando, limpiando y organizando cada cosa,” además del exigente trabajo en el periódico. La autora –que no oculta el enojo que siente cada mañana cuando su marido, reportero del mismo diario, sale dejando una estela de cosas a medio hacer–investiga la inmensidad de la inequidad de género en el hogar, injusticia que afecta no solamente a las norteamericanas de su clase social sino a todas las mujeres del mundo. La rabia, el sentimiento de que no es apreciada, el cansancio de la jornada repetitiva de cada día a la que se suma el trabajo invisible – el que ningún hombre ve– que se refiere a toda la información que tienen que registrar, recordando cumpleaños, citas médicas, vi-

2 Brigid Schulte, Overwhelmed: Work, Love & Play when No One has the Time. (Picador, 2015). sitas a familiares, reuniones con los maestros de sus hijos, etc. Parte de esa carga mental se refiere a la protección del estado anímico de la familia. Las esposas deben prestar atención a la “temperatura” emocional de los hijos, del marido y de los parientes; debe satisfacer las necesidades de todos y ha de destinar tiempo para cada uno. Estas obligaciones, que se adicionan a las rutinas domésticas de cocinar, limpiar, ordenar, lavar, no se reconocen ni se valoran. La pandemia ha aumentado las obligaciones de las mujeres, pero ha creado una oportunidad de empezar un diálogo sobre la distribución de las tareas domésticas bajo diferentes premisas. El énfasis en la separación de los espacios doméstico y de trabajo ha ahondado desigualdades de género y es hora de pensar en la falacia de que lo que se considera trabajo serio que genera salario, es del dominio de los hombres, y que el área del cuidado, del trabajo que no tiene horarios, que se considera de inferior rango, y que no se paga, es del espacio de las mujeres. Dice Schulte que la crisis por la que atravesamos debe servir para pensar una humanidad futura capaz de integrar trabajo-vida-y equidad de género para una vida auténtica y llena de sentido.

Covid-19, oficios domésticos, cuidado de la prole y educación en la casa

No sorprende que en estos días de desconcierto las mujeres sigan realizando la mayor parte del cuidado de los hijos. Su ingreso al mundo laboral “formal” en la década de 1950, después de la Segunda Guerra Mundial, se hizo bajo la premisa de que ellas continuarían manejando sus hogares, y realizando la mayoría de los

quehaceres diarios de la casa. En la crisis actual, son las mujeres las que continúan ejecutando los trabajos de cocinar y limpiar la casa, aunque sigan realizando trabajo fuera de ella. Las estadísticas señalan que aunque ambos esposos trabajan a través del medio virtual desde la casa, el 67% de las mujeres siguen realizando las tareas domésticas en su totalidad, y solo el 29% de los hombres colabora activamente con los oficios domésticos. Con respecto al cuidado de los hijos el 70% lo hacen las madres. Siendo la función reproductora “lo propio de las mujeres”, era “natural” que sobre sus hombros recayera por defecto todo lo relacionado con el cuidado de los hijos aun en estas circunstancias tan especiales.

Ahora, cuando de repente se suma la enseñanza formal en casa al cuidado de niños pequeños, una nueva carga les ha caído encima a los padres. La cantidad de tiempo invertido en estos menesteres ha variado de acuerdo con la clase social. Entre los grupos con ingresos altos a los que estoy haciendo referencia, se ha adoptado el sistema virtual y los padres se han convertido temporalmente en maestros. Aunque el padre suele intervenir, algunas mujeres profesionales que ganan más que sus maridos dedican más horas del día a la enseñanza, como se aprecia en la siguiente información de prensa.

Para Justin Levinson, un bibliotecólogo de Queens (New York), las cosas no han cambiado bajo el Covid-19 ya que él continúa su trabajo desde la casa, sin ninguna interrupción. Para su esposa, que es abogada y trabaja tiempo completo desde la casa, sus obligaciones se han duplicado. En su hogar todos los días hay trabajo por hacer. Ahora que no cuentan con niñera, ni con empleada doméstica, ella ha tenido que asumir todo el trabajo del hogar. El señor Levinson confiesa con cierta sinceridad su escasa participación en las áreas domésticas: “Para ser honesto, es menos del 50% y no han cambiado gran cosa. Los hijos de 10 y 14 años todavía le piden ayuda a la madre para hacer sus tareas, aunque ella esté trabajando en cosas de su profesión.” 3

Pero, aunque el marido participa, las estadísticas demuestran que la educación en casa está siendo asumida en mayor medida por las mamás, aunque los papás piensen lo contrario. En encuesta del periódico The New York Times sobre este tema, la mitad de los padres de niños menores de 12 años percibía que ellos estaban asumiendo toda la carga educativa; solo el 3% de las madres encuestadas estaba de acuerdo con esta afirmación de sus maridos. Estudios de la Universidad de Utah confirman la apreciación de que son las madres las responsables de la educación en casa, aún en los casos en que los dos asuman el cuidado de los hijos.4

Se observa pues que la crisis, en lo referente a la participación masculina en las tareas domésticas, el cuidado y la educación en casa, al parecer ha cimentado los tradicionales roles de género. La creencia generalizada de que los hombres deben realizar oficios que generen pago, conduce al desprecio de trabajos relacionados con el cuidado. La crisis actual llevará a replantear no solo

3

4 Claire Cain Miller, “Nearly Half of Men Say They Do Most of the Home Schooling. 3 Percent of Women Agree.” The New York Times, Mayo 8, 2020. Ibidem.

estas inequidades sociales sino las inequidades estructurales referentes a lo que valoramos y a quienes valoramos.

Veamos ahora que ha pasado con las mujeres de los estratos socioeconómicos bajos cuyas condiciones son infinitamente más difíciles en tiempos del Covid-19.

Covid-19 e inequidad de género en la población afroamericana y latina

Tania Fields tenía todos los síntomas asociados con el Coronavirus: se sentía letárgica, tenía escalofríos, dolores en el cuerpo, fiebre y tos seca. Pero, en vez de ir al hospital, decidió quedarse en su apartamento del sur de Bronx (Nueva York). No podía dejar solos a sus 6 hijos. Sabía que en el hospital la tratarían mal. “Si me quedo en la casa y me mejoro para qué diablos voy al hospital?” 5 Rana Mungin, una maestra de Brooklyn (Nueva York) que sufría de asma, no fue admitida en el hospital por síntomas de Covid-19 hasta el tercer intento, cuando escasamente podía respirar. Su hermana Mía, enfermera de profesión, comentaba que, en su segundo intento de ser atendida en el hospital, el asistente de la ambulancia no tomó el caso de Rana seriamente, insinuando que lo que ella tenía era un ataque de pánico y trató de disuadirla de ir al hospital. En su tercera visita tan pronto llegó al hospital fue entubada, y así permaneció por el lapso de 30 días. Rana murió el 27 de abril. 6

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6 Entrevista a Tania Fields, activista social, en el canal de television ABC News Prime: Covid -19 and Health Distrust: Stories of Coronavirus, May 25, 2020, 9:00 am. Ibid, 9:40 am. La pandemia entre los sectores de bajos ingresos es asunto de vida o muerte. La tasa de mortalidad de la población afroamericana es el doble de la del resto de la población, exceptuando a la indígena– la más golpeada por la pandemia–. Este dato revela la vulnerabilidad de los afroamericanos e indígenas, particularmente de las mujeres, que en su gran mayoría responden por su núcleo familiar.

En la estructura familiar norteamericana las mujeres de bajos estratos económicos juegan un papel vital por ser ellas, con mucha frecuencia, el soporte económico principal de sus hogares. Cualquier erosión de sus ingresos puede ser desastrosa, empeorando la inestabilidad familiar –otro rasgo de estas comunidades– y despojando a las familias de recursos esenciales para vivir durante la crisis. El Covid-19 ha afectado en mayor medida a afroamericanas e hispanas debido a la confluencia de factores de género, clase, raza y etnia que determinan el tipo de trabajo, educación, salud y servicios a los que pueden acceder. Es así como gran mayoría de mujeres negras y latinas tienen que tolerar estereotipos negativos que afectan la manera como son tratadas en el trabajo, y que determinan la clase de seguridad médica que reciben. La pandemia ha castigado a empleadas de servicio doméstico, aseadoras de oficinas, asistentes de enfermería en entidades de salud, proveedoras de atención domiciliaria y cuidado de enfermos crónicos, etc., quienes representan la mitad del empleo en estas ocupaciones. Por ejemplo, el 60.3% de empleadas domésticas, un 50.3% de asistentes de enfermería y un 45.7% de ayudantes que proveen cuidado de salud, son mujeres de color.

En lo referente a su mundo doméstico hay que anotar que estas mujeres juegan un papel esencial en la estabilidad económica de sus familias. Encuestas de población demuestran el importante papel de las mujeres negras e hispanas para el sostenimiento del hogar al ser las principales o únicas proveedoras de recursos económicos vitales. En 2018, los hogares liderados por mujeres negras constituían el 67.5% del total y representaban el 41. 2% en hogares de familias hispanas, mientras que en solo el 12.7% de hogares de familias blancas los mayores ingresos provenían de sus mujeres y el 11.7 % de hogares de familias asiático-americanas. Ahora bien, el porcentaje de mujeres únicas proveedoras, alcanzó al 70% en los hogares de las familias negras de menores ingresos económicos.7

Esta pandemia/recesión ha afectado en forma desproporcionada industrias donde la mayoría de la fuerza laboral está constituida por mujeres. 2.5 millones de trabajos se perdieron en el sector de la salud y educación, donde las mujeres constituían el 74.8% del empleo. El sector de ventas al por menor cuyo empleo femenino constituye el 73.2 %, ha sido también fuertemente golpeado. Ni qué decir de los jardines infantiles, donde la mayoría de los trabajadores son del sexo femenino, o las mujeres que trabajan en el servicio doméstico, en los salones de belleza y en las peluquerías.8

7“The impact of the Coronavirus (Covid-19) on the employment situation by May 2020)” Current Population Survey Annual Social and

Economic Supplement. 8 “The Industries Hit Hardest By The Unemployment Crisis’ ABC

News, May 15, 2020 1:34 pm; Michelle Cheng, “Unlike the Great Recession, Covid-19 has been harder on jobs held by women,” Quartz,

May 11, 2020.

Conclusión

El género, el origen étnico, la raza, la ocupación, son categorías a tener en cuenta a la hora de explicar la pandemia en la sociedad norteamericana. En la abundante producción escrita de los últimos meses es evidente el impacto desproporcionado del flagelo sobre las mujeres sobre todo de las negras y latinas.

Si bien la infección ha creado conflictos en hogares de clase alta y media –a los que alude Schulte– cuya población es mayormente blanca y generalmente solvente, -por la multiplicación de las cargas laborales de las esposas, que han visto triplicarse sus tareas: oficios domésticos, trabajo pago y educación escolar de los hijos. La conversión de la casa en la oficina del marido ha acentuado la valoración diferencial del trabajo de acuerdo al género. Un efecto recurrente del nuevo escenario en la vida de las mujeres es la mayor carga de responsabilidades domésticas simultáneamente con su trabajo a distancia. Los hombres han cambiado de escenario, pero siguen dando prioridad a su trabajo a distancia, a sabiendas que las mujeres responden por el entorno familiar. Los efectos de Covid-19 sobre las mujeres de sectores populares se debe analizar no exclusivamente desde la óptica del hogar doméstico, pues por razones analizadas arriba, la gran mayoría sostiene económicamente el hogar.

Esta pandemia ha puesto en el microscopio a la sociedad norteamericana, y lo que se ha visto es una línea de fractura socio-racial, ahondada por

una administración que abiertamente representa a la parte derecha de la fractura-la población blanca y solvente–y fustiga a la porción izquierda-liberal, multipinta, y casi siempre urbana. Es esta parte de la sociedad la que ha recibido el castigo y la responsabilidad de la pandemia. A la vista de todos está el trabajo esencial que hacen las enfermeras, asistentes de droguerías, cajeras de supermercados, y las trabajadoras del campo, en su mayoría mujeres negras y Latinas. Paradójicamente, aunque su trabajo es esencial, los salarios que reciben son los más bajos en la escala laboral. Aurora Ozanick, la hija de cinco años de una enfermera y de un obrero de la construcción en Pittsburgh, describe el trabajo de sus padres así: “Mami arregla a la gente“, “Papi arregla cosas.”9 La profesión de la madre de Aurora se ha convertido en uno de los tres tipos de trabajo más importantes en tiempos de pandemia, de acuerdo con el gobierno federal y la oficina del censo: El trabajo social, el trabajo hospitalario, y las ventas de productos al por menor. Estos oficios en gran parte son realizados por mujeres. Lo que revela el papel fundamental de las mujeres en estos tiempos de pandemia.

9 “How Millions of Women became the most essential Workers in America” The New York Times, April 18, 2020.

Doris Lamus Canavate* Historias de mujeres: Envejecer en tiempos de pandemia

Escribir historias de mujeres en tiempos de coronavirus es una tarea que no me había planteado pese a haber recogido, descubierto y narrado muchas, tantas que perdí la cuenta, durante mi labor como investigadora y narradora de relatos de vida de mujeres en Colombia. De hecho, de alguna manera, sigo haciéndolo pese a mi desinstitucionalización de hace ya un quinquenio, pero no se me ha pasado por la cabeza hacer relatos desde mi experiencia personal.

Y no sé si llegó el momento, pero pienso que no dejar un registro de cómo este confinamiento voluntario/obligatorio ha afectado a las mujeres y sus familias, pasa por nuestras propias vidas. Así, pues, es imposible escapar a la impactante cantidad de iniciativas para responder a las infinitas necesidades de toda índole de la población en general y de las mujeres en particular, en campos y ciudades, desde la más expuesta por la precariedad de su propia existencia y la de los suyos, pasando por las que lidian día a día con tareas de cuidado no pagas o mal remuneradas, las que a pesar de tener un oficio y un trabajo, hoy confinadas, no reciben ningún ingreso, hasta la profesional, la educadora que desde casa hace maravillas con su vida y su tiempo: es madre, esposa, ejecutiva o investigadora de alguna universidad, o miembro de una red de organizaciones sociales que trabaja por el bienestar o los derechos de otros y otras. Y ese número incierto de mujeres padecen, además, los malos tratos, de la pareja y la familia. Seguro que hay más, pero de ahí para arriba seguro tienen mejores alternativas para sobrellevar el confinamiento.

También se multiplican como COVID 19, las conferencias, los conversatorios, las conexiones remotas para verse, contarse, saludarse, pontificar sobre lo divino y lo humano en tiempos de pandemia; aconsejar qué y cómo hacer, e imaginar o pronosticar, cómo será cuando salgamos

Socióloga, politóloga, estudioculturalista, feminista, narradora de historias, des-institucionalizada. Cofundadora de la ONG feminista Mujer y Futuro, 32 años en Bucaramanga y Santander. Colombia.

de esta encerrona mortal, el mejor y el peor escenario posible, el romanticoide, bucólico, y el apocalíptico y las variaciones entre ambas posturas. Desde Sopa de Wuhan hasta la Sopa de Caracol, versión de Dhayana Carolina Fernández (“Confinadas mas no silenciadas”, Encuentro virtual de la Red Hila, Universidad Simón Bolívar, Barranquilla, 4-7 de mayo 2020).

Con ese escenario de fondo, ¿qué historia hace la diferencia?, ¿cuál no ha sido contada y merece ponerla en papel? ¡Muy difícil! Pero fue precisamente en uno de estos espacios de amigas y colegas, donde me sacudieron la silla, al abordar un tema que no se nombra en tiempos de pandemia, salvo para contar los fallecimientos en las casas geriátricas en Europa y USA, o por las normas de confinamiento radical para mayores de 70, hombres y mujeres, que fijó el gobierno colombiano desde el día cero, pero que con unos pocos años menos, atemoriza y auto-encierra a los que conviven con padecimientos de salud como la hipertensión, problemas respiratorios y otros males que son frecuentes en estas edades. A veces basta con tener miedo, no solo años. Envejecer en tiempos de pandemia.

Envejecer es vivir más y, para las mujeres, muchas mujeres, ese vivir más se convierte en la prolongación ad infinitum de buena parte de las cargas, físicas y emocionales, y las circunstancias que han tenido que vivir a lo largo de su historia. Con cifras y detalles, datos más o menos, esta era una de las líneas del relato de las panelistas del evento virtual de la Red Hila. Envejecer es también correr el riesgo de vivir la vida, decía Elisa Dulcey citando a algún autor que ahora no recuerdo, y seguían su deshilvanada reflexión -ella lo dijo- preguntándose ¿cómo caminaste por la vida?, ¿con quién o quiénes?, ¿a dónde nos llevó ese camino? Te dejo sus preguntas… pueden servir para iniciar o continuar una conversación en cuarentena con veteranas como nosotras.

Envejecer es también, pienso, entrar en una especie de limbo donde todavía no has muerto, pero ya eres fantasma para una sociedad que te pone la etiqueta de viejo o vieja, o el eufemismo de adulto mayor, varón o mujer, no importa. ¡Mentira, sí importa! a Anna Freixas le enardece la homogenización, la estandarización de las personas mayores, bajo cualquiera de esas etiquetas que borra la historia, la personal y la de sus países, sus guerras, glorias y victorias y su compromiso con ellas.

Esas historias, las de España, en el caso en referencia, hablan de un enorme grupo de pioneras que consiguieron la aprobación de leyes que transformaron la nación, “mujeres que hemos conseguido que se aprobaran leyes que nos han permitido ser dueñas de nuestra sexualidad, nuestros cuerpos, vidas y afectos, y también librarnos de nuestros desafectos. Gente mayor hoy que con nuestro trabajo hemos transformado este país de alpargata y hatillo, al espacio europeo e internacional de mochila y doctorado. Gente de una pieza, a la que ahora se la somete por su propio bien”. Gente que ha conseguido todas las libertades de las que hoy disfrutan quienes —en nombre del amor— tratan ahora de limitárnoslas. Ver en: https://elpais.com/sociedad/2020-04-20/ no-por-nuestro-propio-bien-no.html La consigna de Ana Freixas es resistir a la

declaratoria de incapaces, resistir a la benevolencia de limitar esos derechos que costó tanto y durante tantos años, obtener. Queremos justicia, respeto a mi mente, a mi dignidad, a lo que digo, a lo que hago –insiste–. No es el abandono –ese que es tan frecuente en países latinoamericanos–, no es el olvido, es el reclamo a los Estados y a la sociedad, acerca de la necesidad de pensar y diseñar políticas en las que se fomentaran la libertad, la justicia y los cuidados eficientes y generosos que nos permitieran vivir con dignidad y respeto, concluye contundente.

Y este es un reclamo desde España, pero también desde nuestro contexto y de otros, con suficientes matices por supuesto, con sus particularidades, pero tenemos una demanda general de fondo : reconocimiento al aporte de las generaciones mayores, a los logros y las libertades de que gozamos hoy gracias a su lucha, así como respeto y dignidad para lo que hacemos, decimos y aportamos, aun en tiempos de cuarentena. En la Amazonía, en el Chocó, en la Guajira, en cada rincón donde se sigue sobreviviendo gracias al trabajo de millones de mujeres, muchas de ellas mayores de 60.

Para terminar, traigo al cuento una historia contada por un hombre: el domingo 10 del mes en curso, mayo, circuló en las redes un artículo de Daniel Samper Pizano titulado La jaula de los abuelos, escrito en masculino, desde la experiencia de los hombres, pero con el mismo sentir de las mujeres de cuya voz me apropié aquí; él coincide en alguna de las cosas que antes mencionaba. Retomo, para cerrar, con el problema de los estereotipos, o la homogenización que se hace de la población mayor, pero en el tono de Daniel Samper Pizano, y del DANE, con su representación de “algo más de 4 millones y algo menos de 5. Pero el problema no es la aritmética sino el enfoque. Las páginas del DANE representan a los niños con dos muñequitos radiantes; a los adultos menores, con una pareja fuerte y esbelta; y a los mayores con dos viejecitos jorobados que se apoyan en un bastón. Así nos ven. Y así nos tratan”.

No sin un dejo de ironía concluiría diciendo que, en alguna medida, a las mujeres nos va mejor, podemos ser medio fantasmales en la vejez, pero también ser de los mejores apoyos que las familias extensas puedan tener cuando se nos requiere. Y, a veces, hasta dejamos notas para una historia de la vejez en cuarentena.

Doris Lamus Canavate Piedecuesta, Santander, Colombia Mayo 13 de 2020, año del Covid 19

Elisa Dulcey y Ana Freixas, selfie tomada por Doris Lamus, mayo de 2019

Yolanda Puyana Villamizar* Las mujeres malabaristas: cuidar niños, niñas y adolescentes en épocas de pandemia A veces despierto y la realidad es más tenebrosa que los sueños. (La autora)

Introducción

Estamos viviendo una realidad tenebrosa, porque exaltados con el mercado y los datos que mostraban las bajas en la mortalidad y el aumento de la esperanza de vida, creímos que las pandemias eran situaciones de épocas ya pasadas. En efecto, como las últimas habían sido en el África o cuando homosexuales se impregnaban de Sida, nos sentíamos ajenas a ello. Esta situación sumada al encierro en Bogotá, nos lleva a estar por momentos desesperados, en otras ocasiones con ánimo y cuando oímos noticias sentidos miedo de no ser nosotras las contabilizadas en las listas de muertos. Sin embargo, la posibilidad de vernos por la virtualidad, recordar la amistad y pensar en quienes están peor que nosotras, nos consuela.

Ante la agresividad del virus, la mortalidad que provoca, quienes son expertos en epidemio-

logía, las y los gobernantes nos recomiendan: Quédese en casa y viva en familia. Es la única

vacuna contra el desastre. Pero nos preguntamos ¿qué pasa con las mujeres malabaristas por tradición, por cuanto han estado a cargo del cuidado de la familia y al mismo tiempo de generar recursos para el mantenimiento del hogar? En este texto voy a tratar de abordar estos interrogantes, teniendo en cuenta que el impacto de esta situación es heterogénea según las clases sociales, las regiones y en general, la situación laboral y las edades de los hijos o hijas, entre otras.

Sobre estos interrogantes y la impresión que me provocaban las inequidades causadas por la pandemia, decidí consultarles a madres profesionales y no profesionales 1, que están apoyando hijos menores de doce y a la vez, deben responder por los ingresos familiares. Al tiempo, revisé los últimos datos de la evolución laboral de las mujeres en el 2020, para compararlos con los años anteriores. Finalmente, obtuve catorce relatos cortos

1 Quiero agradecerles a quienes me escribieron sus experiencias y aportaron a este artículo.

Trabajadora social, Magister en Estudios de Población.

de madres que estuvieran afrontando el cuidado, devengando ingresos o desempleadas.

Los diálogos, las cifras, me indujeron a enunciar problemas en los que se observa claramente que las mujeres madres y cuidadoras han estado especialmente afectadas en el mercado laboral y además, sobresaturadas por las responsabilidades del cuidado y entre ellos, el aumento de las cargas domésticas. A esto se suma la sobrecarga de quienes han asumido sin los padres el cuidado de las nuevas generaciones. Las situaciones están concatenadas y las convierten en más malabaristas, deteriorando parte de lo logrado en el campo laboral los años anteriores, porque tener que asumir estas tareas, dificulta su movilidad en el mercado laboral, estabilidad en los empleos formales y mejoramiento de la autonomía y de sus ingresos. Desarrollaremos dos formas de afectación enlazadas a partir de la pandemia: la desvinculación del trabajo que afecta los proyectos de vida construidos y por ende obligan a las familias a disminuir sus ingresos y cómo se concentra aún más el cuidado en las cuidadoras, sin que se observe un cambio en la tradicional división sexual del trabajo.

La desvinculación del trabajo, disminución de ingresos y frustración de sueños para las mujeres

Antes de iniciar la pandemia se afirmaba sobre la grave situación del trabajo remunerado de las mujeres y su tasa de desempleo en Colombia que era el más alto de Latinoamérica (Lasso, 2016). Si bien su participación laboral había aumentado en una línea ascendente respecto a los hombres, aún buena parte de las mujeres se encontraban dentro del grupo de población llamado inactivo a cargo de la familia, no contaban ni con reconocimiento social, ni con derecho a la jubilación y, muchas, sin un proyecto de vida propio.

Además, buena parte de quienes laboraban se insertaban en el sector informal o en los sectores más afectados por la pandemia actual: hotelería, ventas ambulantes, restaurantes, actividades domésticas remuneradas o servicio doméstico en hogares2. Ya López y Lasso (2016) afirmaban que los problemas laborales más graves se concentraban en las mujeres sin educación superior, y entre quienes apenas alcanzaban la primaria, jóvenes, tuvieran hijos o no. Además, los autores indicaban que la mayoría de las mujeres que participan laboralmente, tienen hijos y están en las edades reproductivas, sumado a que cuando el padre no colaboraba para la manutención de estos, la situación acrecentaba la pobreza externa. Según el DANE, las mujeres han ganado en promedio un 20 % menos que los hombres (DANE, 2018) y acusan un mayor desempleo, oscilando las proporciones entre 4,0 o 5,0 a favor de las mismas. En el 2018 por ejemplo, la tasa de desempleo de los hombres fue 18,6% y de las mujeres, 25,4% y en mayo de 2019, estas tasas fueron 8,3% y 13,4%, respectivamente.

2 Esta población ha visto sustituir sus fuentes de ingreso por las otras mujeres que salían a laborar. Su situación es especialmente dramática como ha manifestado el sindicato de trabajadoras domésticas de Antioquia.

Durante la pandemia los problemas laborales de las mujeres se han acentuado. En primer término, como se observa con la siguiente cifra, los estragos de la pandemia en el desempleo fueron brutales: el desempleo se incrementó de 12% en 2019, a 20% en mayo del 2020, y el de las mujeres fue más alto, alcanzando 27,2%, mientras el de los hombres llegó a 22,2% ( DANE, 2020). Sin embargo, lo más grave es el incremento de un millón de mujeres que retrocedieron del mercado laboral y debieron volver a formar parte de la población económicamente inactiva dedicadas a oficios del hogar. Esas mujeres representan a quienes, ante el cierre de empresas, de jardines infantiles y escuelas, debieron volver a su casa, tuvieron que dejar sus empleos y perder sus sueños de autonomía, asumir de nuevo el aumento de la carga doméstica, porque los niños y niñas durante seis meses no tendrán más escolaridad. Situación abrupta, no planeada, que además obliga a la mayoría de los hogares a sobrevivir con solo un salario mínimo o perder negocios que significaban proyectos sustanciales en sus vidas.

¿Cómo lo han sentido algunas madres? Veamos algunos casos: Adriana, psicóloga, tenía un centro de formación alternativa para niños y niñas con el cual sentía que podía desarrollar sus múltiples facultades artísticas y mejorar el manejo de su emocionalidad. “Todo se derrumbó”, sin que después de varios meses de pandemia, le haya llegado un apoyo para su situación como emprendedora:

“Perdí todo de un plumazo. Siento una carga emocional terrible, por la pérdida del trabajo. Tengo dificultad para dormir, me levanto aún más cansada y con sentimientos de impotencia. Ahora mi vida se reduce a hacer el 90% de las tareas domésticas, pues quedé totalmente endeudada, no consigo trabajo y lo peor, me siento lenta e insegura para abordar otros trabajos”.

Lola, trabajadora social, convivía con su hijo y desarrollaba un cargo complejo en una entidad estatal, había logrado independencia de sus padres y construir un estilo de educación al hijo, de acuerdo a sus criterios. Sin embargo, debió volver al hogar de origen, dada la carga de trabajo virtual que le demandaban:

“24 horas frente al computador, mi vida ha dado un giro vertiginoso, desde acomodarme al estilo de vida de mis padres, que para mí ya era extraño, hasta soportar el regaño colectivo para mi hijo y para mí sobre la crianza y las actividades que yo tenía normalizadas. Pero de la otra forma nos habríamos enloquecido. A veces siento que pasé de cuidar a un niño de 6 años a cuidar tres (mamá y papá)”.

Estos dos casos expresan situaciones de mujeres profesionales, sin embargo la situación es más crítica para los sectores populares. Alejandra, cuyo hogar se encuentra en estrato 2, perdió el trabajo y deben vivir sólo del sueldo del esposo, debió retirar la hija del jardín. Laydis, perdió la esperanza: “Estaba buscando trabajo, ahora menos voy a conseguir”. María, labora como cuidadora de una sobrina aun bebé, a la vez cuida de su madre, ya mayor, y así refiere: “La angustia que se comenzó a dar por la comunicación, carecíamos de internet, llamar a un operador fue labor titánica, se me aumentó el trabajo”. Marcela, cuidadora de la mamá, con enfermedad terminal y de su hija de siete años, aumentaba ingresos con trabajos ocasionales e informales.

“Todos se acabaron”. Cecilia, habitante de la localidad de Usme, con cinco hijos escolarizados sin computador ni internet, debe por turnos usar el whatsapp del plan de datos del padre. Me pregunto así ¿qué logros en la escolaridad pueden alcanzar estos menores?

Los problemas aquí planteados constituyen un contexto agobiante para las madres, que con menores ingresos y esperanzas frustradas deben abordar la situación. Todo esto se hace más angustiante porque ellas se consideran el centro del hogar y el soporte emocional de la familia, expresión que varias veces surgió en los relatos. Por ello, deben hacer un nuevo juego al malabarismo que ya venían haciendo.

Aumento de la carga del cuidado para las mujeres al interior del hogar, sin un cambio sustancial en la división sexual del trabajo Como venía afirmando nos dicen: Vivan en fa-

milia, sean familia, cumplan con los hijos e hijas, tengan paciencia, no hemos llegado al

pico. Nadie se pregunta ¿cuál familia?, ¿qué pasa en su interior? Contestamos que en familia se hace el cuidado y que éste ha sido silenciado por milenios, desvalorizado como consecuencia de una división sexual del trabajo patriarcal.

El cuidado es la base del mundo social porque contiene las actividades que sustentan la reproducción social. Esta opera en los grupos familiares, donde también persiste una dinámica política porque involucra una ancestral división sexual del trabajo entre lo público y la privado. Han sido la mirada feminista y de las ciencias sociales, quienes señalaron como falsa esa división entre estas dos instancias. Cuidar ha implicado para las mujeres pérdida de participación en el mundo de lo público, en especial, porque de esta polaridad se deriva una jerarquización de las actividades en la sociedad: unas, subordinadas propias de las mujeres, quienes por encargarse de la maternidad y la familia son menos valoradas, como si fueran fruto del amor materno y, otras, asociadas a los hombres que han facilitado el dominio de la ciudadanía política, la ciencia, el arte y el conocimiento. Otro aporte central del feminismo ha sido el de afirmar que el cuidado es un trabajo (Carrasco, 2011), una actividad que crea valores de uso, utilidad social que conlleva toda la creatividad y transformación de la naturaleza, un desgaste de energía, de tiempo y, por las actividades continuas y reiterativas que conlleva, ocasiona el cierre de otras posibilidades en la vida social.

Ante la invisibilidad del cuidado en los hogares, en Colombia por iniciativa de las mujeres feministas el Congreso aprobó la Ley 1413 del 2010, que fue la base para la aplicación de la encuesta de uso del tiempo de la Enut (2016), en el 2013 y el 2015. Los datos nos muestran que mientras ellas gastan en promedio siete horas y catorce minutos en estas labores, los hombres tres horas y veinticinco minutos, es decir las mujeres realizan el doble de estas actividades. Además, señalan que concentran el suministro de alimentos con el 74,4 %, y la limpieza del hogar con el 69,9 % (Onu Mujeres, 2018). En consecuencia, en el país no se ha cambiado sustancialmente la ancestral división sexual del trabajo, así las mujeres hubieran avanzado en su participación laboral.

Como consecuencia de la pandemia se ha aumentado sustancialmente la concentración del trabajo en las mujeres y además, esto ha generado en ellas más temores, impotencia y dolor: las profesionales con niños menores se sienten “agotadas” y perciben su labor como “agobiante”. Así afirma Lida: “Siento que nada en estos tres meses lo he hecho bien”. Agustina, madre de un niño de dos años, escribe:

“Uno observa que vamos perdiendo la fuerza, energía, entusiasmo y creatividad. Lo que genera un sentimiento de culpa y pensar que son meses que se pierden en su desarrollo y crecimiento. Me siento agotada y este agotamiento lo he visualizado en ser más severa con mi hijo y perder la paciencia con cuestiones que antes no ocurría o, por el contrario, más permisiva porque entiende que el niño se encuentra afectado”.

Helena, docente universitaria – quien ha tenido que asumir un intenso trabajo virtual y de orientación escolar a sus tres hijos-, se siente sobrecargada de tareas domésticas así su esposo conviva con ella:

“La situación ha sido muy compleja, pues él asume lo que a él le parece y en su concepción machista la responsabilidad del cuidado está en cabeza de la mujer y me la pone a mí. Aunque creo que lo más molesto es ver que la repartición de los quehaceres domésticos tiene una carga patriarcal y de poder. Me encuentro a un esposo que acepta apoyar a empujones….Me cuestiono ¿por qué me casé con un hombre machista? me respondo que lo descubrí machista luego de la boda. En estos tiempos he hecho crisis al querer organizar el tiempo entre mi trabajo, los quehaceres y el acompañamiento… ha sido estresante y desbordante… Crisis que desafortunadamente, he desbordado con los niños. Yo me veo dictando un seminario virtual sobre el buen trato y al tiempo, queriendo pegarle un grito al niño por no tener paciencia. He desbordado mi capacidad de escucha, de empatía, mi paciencia. Aunque es mi mayor virtud, no me alcanza para ser totalmente coherente. No he podido hablar, exteriorizar, pues soy muy reservada y tampoco he tenido la posibilidad de conversarlo con alguien”.

Estos relatos, destacan un aumento del estrés en las mujeres, en especial, por el impacto del contexto en la vida emocional, pero además, por no cumplir con el diccionario “emocional del cuidado”3, ya que éste al ser atribuido como propio de la feminidad, de la maternidad y natural a su ser femenino, incide en que las cuidadoras se culpen cuando expresan hilaridad, rabia o descontento. Al pensar que ellas no alcanzan el patrón preestablecido, sus culpas aumentan y aflora el sentirse “malas madres”, creer que van a perjudicar más a los niños o niñas, ya que constatan que la pandemia les ha afectado.

Otra tensión que se incrementa es la expresada por Helena, quien ahora en la cotidianidad diaria, al verse cara a cara todas las horas y todos los días con su pareja, descubre sus creencias patriarcales que eran soterradas, cuando se podía contratar a empleadas domésticas o el trabajo fuera de la casa hacía invisible esta situación. Entre los sectores populares, el aumento de la carga del cuidado a partir de la pandemia es evidente.

3 Término desarrollado por Hochschild, A. R. (2008) al demarcar cómo en nuestra cultura el cuidado está asociado a la represión de las emociones hostiles y a presentar una cara agradable así sean adversas las situaciones. En el caso de las madres esta situación se acrecienta e impide que se toleren situaciones ambiguas de rabia y felicidad, propias de cualquier relación humana, en especial los sacrificios que genera la crianza.

Julia por ejemplo, cuida al tiempo una menor de un año y la madre con discapacidad, así me escribió:

“Mi trabajo aumentó considerablemente, desde el inicio de la mañana, ayudarlos a organizar temprano para que a las 7:00 a.m. estén sentados frente al computador. Se despierta la niña, hay que cambiarla enseguida, asearla y preparar su tetero, por fortuna su padre está en casa, cumpliendo con la cuarentena y él se hace cargo, mientras yo preparo desayunos, alisto meriendas, inicio la elaboración del almuerzo, mientras voy adelantando otros arreglos de casa. Mi madre se levanta y debo atenderla con un tinto inicialmente, luego su desayuno. Los niños demandan inquietudes, debemos ayudarles en ocasiones con resolución de problemas, trabajos y demás. Mi madre tiene un carácter incontrolable por momentos, hay que tener mucha paciencia para poder manejar la situación con su incomodidad, en ocasiones no entiende la magnitud del problema e insiste en que la dejemos dar una vuelta. Debo buscar el momento oportuno para explicarle casi a gritos, pues se ha quedado sorda. Por ratos me lleno de angustia, viendo como el reloj no se para un momento, el tiempo es inexorable y no me da tregua”.

Para Carmen aumentaron sus labores:

“Debo al tiempo estar haciendo los oficios y ayudar a las tareas de los niños porque se las mandan por Wasap. Me ha afectado mucho la pandemia, porque como no pueden salir se desesperan más. El no tiene trabajo, está nervioso y frustrado, es muy difícil”

Marcela vive con su madre que tiene una enfermedad terminal, su hija de siete años y un hermano adulto. La cuarentena le ha aumentado el trabajo doméstico, el temor ante el riesgo y además, en la división sexual de funciones no aparece el hermano, ni en el apoyo para los oficios domésticos, ni como proveedor. Ella dice: “me toca de profesora, cocinar, ayudar a mi mamá que se desmaya con frecuencia, ser psicóloga”.

En estos casos el trabajo del cuidado ha sido el más intenso, porque no acceden al mercado para el apoyo en los oficios domésticos, además carecen de tecnología virtual, naturalizan el cuidado como propio de la mujer y se degastan aún más cuando hacen una actividad cuidadora doble porque comprende a niños y personas mayores ambos en situación de dependencia, sin que tengan un subsidio mínimo que les facilite un sistema de jubilación para que ya mayores alcancen una protección, con un mínimo vital.

En un estudio reciente sobre el Cuidado de Niños, Niñas y Adolescentes (Puyana et alia, 2020), vemos cómo continuamos siendo familiaristas en el cuidado y aunque el Estado ha avanzado en la prestación de servicios de atención a la infancia de los sectores populares para el cuidado, aún no logra jugar un papel más central. Ante esta nueva situación de crisis, considero que las inequidades de género ya estructurales se incrementan ante la pandemia y las mujeres se convierten en más malabaristas.

El lenguaje familiarista de los epidemiólogos y el Estado con frecuencia desconocen que en nuestra sociedad aún es fuerte el imaginario que solo asocia la mujer con la madre y se asume, y es peor pues ellas lo creen que el eje de la familia es la mujer. Nosotras constantemente hemos

tratado de garantizar la sobrevivencia de la familia, sin que la sociedad nos reconozca y el Estado garantice nuestro bienestar.

Por ello, las propuestas que se hacen para solventar la crisis - incluso la de la renta mínima básica- deben considerar las condiciones inequitativas y de poder que al interior de los hogares se padece e incluir dentro de ellas, la democratización de las inequitativas relaciones familiares.

Bibliografía

Carrasco, C., Borderías, C. y Torns, T. (eds.) (2011): El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas. Madrid, Los Libros de la Catarata.

Dane, Nueva Encuesta integrada de Hogares. Julio 2020. Congreso de la República, Colombia. Ley 1413 del 2010.

López, H. y Lasso, F. Diciembre de 2016. El desempleo femenino en Colombia. Banco de la República.

Hochschild, A. R. (2008). La mercantilización de la vida íntima. Apuntes de la casa y el trabajo. Madrid: Kats Editores.

ONU Mujeres. (2018). El progreso de las mujeres en Colombia. 2018. Bogotá.

Puyana, Y., Hernández, A., Gutiérrez M.L. (editoras). (2020) La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en cinco ciudades colombianas. Universidad Javeriana. Bogotá. Junio 28/06/2020

Liubka Buitrago* Transferencias monetarias condicionadas. ¿Es posible una fórmula diferente?

La pandemia por coronavirus ha desenmascarado las distintas desigualdades que las mujeres enfrentan en su cotidianidad, independientemente de su lugar de residencia, su procedencia, su pertenencia étnica o su etapa de ciclo vital.

Distintos organismos como OMS, CEPAL, PNUD y ONU Mujeres fueron reiterativos en señalar los distintos efectos de esta crisis en las mujeres y en las niñas el mayor riesgo de contagio por estar sobrerrepresentadas en la primera línea de la respuesta y en los sectores de limpieza, lavandería y provisión de alimentos del sector de la salud; las medidas preventivas de aislamiento obligatorio incrementaron los riesgos frente a la violencia intrafamiliar, evidenciando de qué forma los hogares pueden constituirse en los lugares menos seguros para las mujeres y las niñas. Este tipo de medidas también tuvieron repercusiones en las posibilidades de las mujeres de los sectores informales para generar ingresos propios, con la crisis derivada del surgimiento y propagación de la enfermedad, las actividades económicas de subsistencia se redujeron ostensiblemente impactando particularmente en la situación de las mujeres jefas de hogar. Aunada a lo anterior está la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados que debieron asumir las mujeres por cuenta de que son ellas las principales responsables de la provisión de cuidados en sus hogares y quienes además, en la medida en que las condiciones lo permiten, también realizan trabajo remoto.

Los análisis sobre los efectos de la crisis en las mujeres ya han evidenciado que en materia de igualdad de género ha habido retrocesos importantes. Según Naciones Unidas la crisis sanitaria global por Covid-19 puede representar un retroceso de veinte años en la lucha contra la pobreza (CODS, 2020). Para el caso colombiano el Departamento Nacional de Estadística -Dane ha publicado informes en los que se muestra de qué manera se han ampliado las brechas en el mercado laboral. Actualmente la tasa de desempleo femenina, uno de los indicadores más demostrativo en materia de las barreras que enfrentan las mujeres para acceder al mercado laboral, se sitúa 8,5 puntos porcentuales por encima de la masculina,

Economista feminista. Octubre 2020.

diferencial que era de 5,1 puntos hace un año (Dane, 2020), lo cual es indicativo de los retos que encaramos para revertir los retrocesos que se han venido dando por cuenta de la pandemia y las estrategias implementadas para enfrentarla.

Si bien es cierto la crisis derivada del Covid-19 ha desenmascarado aquellos aspectos estructurales que sustentan las desigualdades de género, como por ejemplo la división sexual del trabajo, no es menos cierto que esta se constituye en una oportunidad para repensar las cuestiones de género de cara a las reformas y las transformaciones que es imperioso desplegar si queremos no sólo superar la situación actual, sino también situarnos en sociedades distintas, igualitarias, incluyentes y democráticas.

En ese sentido, en materia económica y específicamente en lo relativo a las estrategias de lucha contra la pobreza, es preciso reenfocar los instrumentos que tradicionalmente se han concebido para su tratamiento. La economía feminista y el enfoque de género e interseccional buscan posicionar el mensaje acerca de por qué la incidencia de la pobreza, específicamente para las mujeres, es distinta; las construcciones de género han determinado por ejemplo que, al ser ellas las principales responsables de llevar a cabo el trabajo del cuidado, de las personas enfermas, la formación de las(os) hijas(os), y la realización de los oficios domésticos en su hogar, limita su disponibilidad de tiempo para realizar trabajo remunerado, educarse e incluso de esparcimiento; para sectores específicos de mujeres esto ha significado mayores riesgos de enfrentar una situación de pobreza, el ver limitadas sus posibilidades de generar ingresos propios, ya que al encontrar restricciones para desarrollar sus capacidades o de acceder a oportunidades de generación de ingresos, las coloca en condiciones precarias de sobrevivencia y de dependencia de terceras personas o de la asistencia estatal.

Lo anterior es determinante para el análisis y tratamiento de la pobreza desde una perspectiva de género, hay dimensiones relacionadas con la pobreza que atañen a las mujeres en particular: la imposibilidad de generar ingresos propios o la pobreza de tiempo son algunos ejemplos.

La pobreza no abarca únicamente la insuficiencia de ingresos para poder satisfacer un conjunto de necesidades mínimas, incluye también aspectos como: acceso a recursos y oportunidades, carencia de poder de decisión, falta de autonomía sobre la propia vida y privación de vínculos sociales, condiciones que en conjunto colocan a las mujeres en situaciones de desventaja.

Tradicionalmente en el país y en la región se ha recurrido a los Programas de Transferencias Monetarias Condicionadas -PTMC como mecanismos de lucha contra la pobreza. Sin embargo, una implementación de este tipo de iniciativas, carente de un enfoque de género y de derechos de las mujeres, ha desencadenado que a través de estas intervenciones se refuercen aquellas concepciones según las cuales es en las madres en quienes recae principalmente el cuidado de sus hijas e hijos; así mismo, bajo este planeamiento se perpetúan ideas fundamentadas en que las mujeres deben anteponer a sus propios intereses y necesidades el atender las necesidades de otras personas de su entorno cercano. Un imaginario que está implícito en esta clase de programas tiene que ver con la noción de elasticidad y subvaloración del tiempo de las mujeres. Algunas

analistas han señalado incluso que este tipo de programas ha tenido un efecto en términos de desincentivar la búsqueda de empleo por parte de las beneficiarias, lo cual por supuesto las aleja de alcanzar su autonomía económica.

Transferencias monetarias condicionadas: hacia otra generación

La crisis desatada por la pandemia demanda por parte de los gobiernos el diseño de medidas que se adapten a las condiciones que están enfrentando los distintos grupos de población. Los rigores impuestos por las acciones gubernamentales establecidas para prevenir el avance de brote y mitigar los impactos de la pandemia han exacerbado las desigualdades y desventajas que enfrentan cotidianamente determinados colectivos, entre quienes están las mujeres. Con frecuencia los mecanismos diseñados para las poblaciones consideradas como las más vulnerables han carecido de creatividad y lectura de contexto, perpetuando así la lógica asistencialista que ha caracterizado las políticas sociales implementadas en el país. Lo anterior además supone que la voz de las redes comunitarias de cuidado de la salud, las lideresas y líderes sociales y militantes comunitarios no es escuchada para el diseño de las respuestas de política a esta crisis.

No obstante lo anterior, las transferencias monetarias pueden convertirse en un instrumento innovador a la hora de contrarrestar los impactos económicos y sociales creados por la pandemia por Covid–19. Este instrumento se ha utilizado ampliamente en escenarios de atención humanitaria y algunas experiencias han sido ilustrativas; este tipo de apoyo puede favorecer que mujeres en riesgo por violencia de pareja o lideresas sociales que están siendo amenazadas puedan ser reubicadas por encontrase en peligro su vida.

Paradójicamente el contexto de la pandemia puede ser la ocasión de eliminar los preconceptos de género que generalmente acompañan el diseño de estos programas. Un primer aspecto que debería tenerse en cuenta como punto de partida tiene que ver con hacer que las mujeres sean las beneficiarias directas de este tipo de iniciativas, es decir que los recursos estén destinados a revertir el hecho de que ellas no tengan posibilidades de acceder a un ingreso propio, bien porque su actividad principal sea la provisión de trabajo de cuidado no remunerado, lo que le impide acceder al mercado de trabajo, o porque se encuentren en una situación de desempleo.

La condicionalidad de la ayuda puede estar sustentada en la realización de actividades que demanda una alta carga de trabajo y de tiempo por parte de las mujeres. Es por ello por lo que es preciso revisar el diseño de estas intervenciones de forma que no reproduzcan la división sexual del trabajo en los hogares o que no refuercen los estereotipos frente al papel de mujeres y hombres en el cuidado y educación de sus hijas e hijos.

Otro elemento para tener en cuenta tiene que ver con los mecanismos de dispersión de este tipo de ayudas. Con el propósito de minimizar el tiempo que destinan las personas beneficiarias a la recepción de este apoyo, y partiendo del reconocimiento del valor que tiene el tiempo de las mujeres, es preciso habilitar otro tipo de canales de distribución de los recursos que vayan más allá de los habilitados por la banca tradicional, corresponsales bancarios, iniciativas Fintech

o aplicaciones para pagos con el teléfono celular, son algunos ejemplos1 .

Las evidencias empíricas han mostrado que las transferencias monetarias condicionadas logran mejores resultados cuando se implementa de forma complementaria con otro tipo de iniciativas, entre ellas se encuentran los programas diseñados para que las beneficiarias accedan a alternativas de generación de ingresos u otras relacionadas con la creación de estrategias para garantizar su seguridad alimentaria; también aquellas formaciones orientadas a generar capacidades para el manejo y administración del dinero o el impulso a iniciativas comunitarias de ahorro, pueden multiplicar los resultados obtenidos con este tipo de programas. Así mismo, los impactos pueden ser de más largo aliento si paralelamente se llevan a cabo intervenciones enfocadas a generar cambios y transformaciones culturales frente a las concepciones tradicionales de los roles de género, incluyendo lo relacionado con la autonomía en la toma de decisiones económicas y prácticas de ahorro (Care, 2019) y el involucramiento de los varones en la realización de trabajo doméstico no remunerado (Cepal, 2011).

Por supuesto, no hay que olvidar que un reto que se enfrenta a la hora de gestionar este tipo de ayudas tiene que ver con garantizar las condiciones de seguridad para que las personas beneficiarias no se vean expuestas a la delincuencia o a maltrato y explotación en el contexto familiar por cuenta de los dineros que reciben, frente a lo cual es imperioso adaptar las estrategias de entrega a

1 Las iniciativas Fintech: hacen referencia a los mecanismos tecnológicos para el diseño, oferta y prestación de productos y servicios financieros. las situaciones particulares de las beneficiarias y trabajar en los entornos familiares acerca de la participación compartida en las decisiones sobre el manejo de los dineros entregados, lo cual toma mayor relevancia en comunidades en las que aún están muy arraigadas prácticas que asocian la masculinidad con el rol del hombre como proveedor del hogar.

Así mismo la participación de las personas beneficiarias en el diseño y evaluación de este tipo de intervenciones, en los que la recolección de información se haga a partir de técnicas mixtas, permite generar insumos para adaptar los programas a los cambios del contexto y a las características, necesidades y especificidades de las personas hacia quienes se dirige la ayuda. Generar dinámicas de participación e intercambio contribuye a concienciar a las mujeres acerca de su papel como interlocutoras válidas ante los implementadores de estas iniciativas lo cual a su vez es una expresión del ejercicio de ciudadanía activa.

A manera de conclusión

Es evidente que la crisis por coronavirus ha puesto de presente las desigualdades que enfrentan las mujeres por cuenta de las normas tradicionales de género que determinan que el trabajo de cuidados es de “dominio de las mujeres”, lo cual restringe su participación en ámbitos externos al hogar, las sitúa en una posición de dependencia para su supervivencia y genera barreras sociales que impiden que los hombres asuman actividades de cuidados. El contexto de la pandemia también ha desencadenado la ampliación de las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres; una consecuencia de esto tiene que ver con la incidencia de la pobreza en las mujeres. Según los

cálculos de ONU Mujeres y el PNUD, “para 2021, por cada 100 hombres de 25 a 34 años que viven en la pobreza extrema (es decir, con USD 1,90 o menos por día), habrá 118 mujeres, una brecha que se espera que aumente a 121 mujeres por cada 100 hombres de aquí a 2030” (UNDP, 2020).

En este contexto los programas de transferencias monetarias se constituyen en una alternativa para que determinados grupos de mujeres accedan a recursos que les permitan solventar un conjunto de necesidades mínimas, pensarse en su condición de ciudadanas y adquirir capacidades para potenciar habilidades y talentos propios. Sin embargo, para lograrlo las intervenciones de este tipo deben promover la igualdad de género tanto en su diseño como en su implementación y favorecer entornos de transformación cultural a fin de evitar la transmisión intergeneracional de estereotipos asociados a los roles de género.

Referencias bibliográficas

Care (2019). Programación de Transferencias Monetarias que funciona para mujeres: 6 lecciones del terreno. Disponible en: https://reliefweb. int/report/world/programaci-n-de-transferencias-monetarias-que-funciona-para-mujeres6-lecciones-del

Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina – CODS (2020). Las Consecuencias del Covid-19 en la Equidad de Género. Disponible en: https://cods.uniandes.edu.co/lasconsecuencias-del-covid-19-en-la-equidad-degenero/ Cepal (2011). Programas de transferencias condicionadas de ingreso e igualdad de género ¿Por dónde anda América Latina? Serie Mujer y Desarrollo. Disponible en: https://www.cepal.org/ es/publicaciones/5836-programas-transferencias-condicionadas-ingreso-igualdad-generodonde-anda-america

Dane (2020). Mercado laboral según sexo. Trimestre móvil mayo 2020 – julio 2020. Disponible en: https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/segun-sexo.

Dane (2020). Mercado laboral según sexo. Trimestre móvil mayo 2020 – julio 2019. Disponible en: https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/segun-sexo

ONU Mujeres (2020). Transferencias Monetarias e igualdad de género: cómo mejorar su efectividad para enfrentar la crisis del Covid-19. Disponible en: https://lac.unwomen.org/es/digiteca/publicaciones/2020/05/respuesta-covid19-transferencias-monetarias

UNDP (2020). COVID-19 ampliará la brecha de pobreza entre mujeres y hombres, según los nuevos datos de ONU Mujeres y el PNUD. Disponible en: https://www.undp.org/content/undp/ es/home/news-centre/news/2020/_COVID-19_ will_widen_poverty_gap_between_women_ and_men_.html

María Cecilia González Montoya* Cómo afrontan la ciencia, la educación y la cultura el coronavirus

Se nos pide a las integrantes del Grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional escribir un artículo sobre cómo hemos visto y vivido la pandemia, además de cómo afectó nuestras vidas; como bióloga genetista, pedagoga y amante de la vida cultural afloran en mi mente tantas preguntas, dudas e incertidumbres en el confinamiento y la situación mundial que me llevan a escribir sobre estos temas.

La humanidad ha vivido muchas pandemias, pero ninguna de características globales como ésta en acciones, manejo de la información por los medios, los efectos del miedo, el confinamiento, la soledad, el desempleo, la confusión y la desesperanza.

La Covid-19, enfermedad infecciosa causada por el virus SARS COV-2 con síntomas parecidos a la gripe, con fiebre, tos seca, neumonía, dificultad respiratoria aguda, choque séptico que causa la muerte a 4,3% de los infectados, según la OMS. Este virus tiene un genoma RNA que lo hace altamente mutable o cambiante y por eso es más difícil obtener una efectiva vacuna en corto tiempo, tiene mayor variabilidad genética que los virus ADN, su forma es de corona solar. Los RNA positivos son traducidos por las células hospedadoras y son infecciosos. Poseen una envoltura o cápside que los hace más resistentes; no hay tratamiento específico, solo se alivian los síntomas y se mantienen las funciones vitales. Israel asegura que logró desarrollar un anticuerpo para neutralizar el coronavirus ya que reduce la capacidad de replicación del virus y la destrucción de células infectadas; el medicamento se utiliza para la enfermedad rara y genética de Gaucher. Rusia asegura haber encontrado un medicamento que pronto compartirá a muchos países.

Frente a cuál fue el origen y cómo se dio la expansión hay hipótesis que deben resolverse para establecer la verdad de esta pandemia que ha golpeado devastadoramente a la humanidad en

Maestra en Biología celular y genética. Integrante del Grupo Mujer y Sociedad.

todos los aspectos en el planeta; como lo demuestran las estadísticas de la Universidad Johns Hopkins, hoy 17 de julio de 2020, los infectados a nivel mundial son 14.000.000 y 600.665 muertos , siendo en su orden los diez países más infectados: 1.Estados Unidos; 2.Brasil; 3.India; 4.Rusia; 5.Perú; 6.Suráfrica; 7.Chile; 8.México; 9.Reino Unido; 10.Irán. Colombia ocupa el puesto 19 con 173.000 infectados y 6.394 muertos, con un alto ritmo de crecimiento ocupando el quinto puesto y duplicando la cifra de contagios cada 19 días, mientras el resto lo hace en 32.

Esta pandemia nos demuestra que el virus ataca sin discriminación, y de acuerdo a las condiciones socioeconómicas, políticas, el desarrollo biotecnológico, la calidad de vida y de los sistemas de salud, la preparación y reconocimiento de los profesionales de la salud, y el desempleo en cada país se le ha hecho frente; no hubo un actuar global para mitigar los estragos, siendo los países pobres los más golpeados en todos los campos y los que más sufrirán en la post-pandemia. El haber convertido la salud en un negocio lucrativo y no ser un derecho garantizado para toda la población y las manifestaciones violentas y discriminatorias a todo nivel, especialmente hacia quienes se juegan la vida en primera línea por salvar vidas, el creciente rebrote en varios países, las numerosas marchas, las protestas por la intolerancia y abuso de poder han aumentado los efectos nocivos de la pandemia y el manejo, acertado o no.

Volviendo a buscar el origen del virus, las teorías sobre” el misterio chino” plantean que el virus del SARS en animales fue estudiado y manipulado genéticamente en laboratorio buscando la vacuna contra el sida, y ya sea por error o con alguna intención, crearon el SARS CV-2 en Wuhan. El doctor José Antonio Molina de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiológicas, afirma que hay una amplia variedad de coronavirus, y aunque muchos de ellos producen enfermedades respiratorias, el que surgió de Wuhan “ha saltado de una especie a otra y en el organismo humano es más virulento, no me extrañaría que simplemente fuera un virus mutante, ya saltaron las alarmas desde otro centro de investigación de EE. UU. sobre una posible carencia de requisitos de seguridad con virus patógenos”.

La segunda teoría, un complot de Bill Gates con las “elites globalistas” que pretenden debilitar a Trump, crear el caos en Estados Unidos, sabotear su reelección y obtener un alto rendimiento económico a sus inversiones con vacunas que alteran el ADN humano. Además, denuncian el daño causado por las vacunas del polio y papiloma nocivas en niñ@s y adultos en África y Latinoamérica financiadas por el filántropo, y el deseo de control global de los países del nuevo orden mundial a la libertad de las personas con tecnologías 5G nocivas para los seres vivos del planeta.

La tercera teoría: el virus inventado por los medios de comunicación, sembrando el miedo y creando pánico en el mundo.

La cuarta, decir que el mercado de mariscos era el origen del virus y el murciélago el portador; el neumólogo Zhong Nanshan, jefe de expertos chinos que investigan el coronavirus afirmó que el virus era muy similar a uno encontrado en un

mercado en 2017, precisando que el virus no había llegado directamente a los humanos sino a través de un mediador no identificado.

Como podemos ver son muchos los intereses y las hipótesis sin resolver, pero eso sí poco a poco la verdad se mostrará y la humanidad sabrá qué fue lo que pasó, cuál es la aplicación de la Bioética en la manipulación genética, y como especie humana elevaremos nuestro nivel de conciencia, estaremos abiertos al cambio para construir un mundo mejor.

Por ahora solo nos queda seguir con el autocuidado, aplicando las normas de bioseguridad, guardando el manejo de la cuarentena y resistiendo crítica y creativamente cada día. Hasta que con el desarrollo de la biología molecular y la ingeniería genética se obtenga una vacuna que no será tan efectiva, porque como la de la influenza los virus RNA mutan con frecuencia, y que no sea manipulada como control de la población, o se adquiera la inmunidad de rebaño, conviviendo con el virus.

Retos que plantea el coronavirus para la educación

Sabemos que el mundo vive uno de los momentos más difíciles de su historia; la pandemia de la Covid-19 replantea el estilo de vida, le coloca grandes retos al sistema educativo; según Naciones Unidas cerca de 1.370 millones de estudiantes de 138 países se han visto afectados por el obligado cierre de jardines escolares, colegios y universidades y se imponen las lecciones virtuales en todas partes. En Colombia, el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana revela que los municipios del país no podrán implementar lecciones virtuales, ya que menos de la mitad de los diez millones de estudiantes de colegios públicos (cerca del 37%) no tienen la dotación tecnológica adecuada.

Las aulas quedaron vacías, los estudiantes y profesores cambiaron un espacio físico por uno digital, poniendo a prueba la innovación educativa y tecnológica del país, reinventándose todos y todas; en el proceso se visualizaron las falencias, los recursos y las metodologías para asumir la enseñanza virtual. Los alcaldes buscan estrategias para mitigar el impacto de la crisis en la escolaridad de niñ@s y jóvenes en el país; Bogotá tiene 790.253 alumn@s de colegios públicos y la Secretaria de Educación, Edna Bonilla, implementó la estrategia Aprende en casa, para orientar cada institución; es un gran reto para l@s docentes, las familias y para l@s estudiantes que deben implementar nuevas formas de enseñanza y aprendizaje, aplicando los avances tecnológicos, nuevas maneras de evaluar los procesos educativos, de participación, de relacionarnos, de compartir y comunicarnos; igualmente los tiempos presenciales, que son tan importantes para socializar, sentirnos y enriquecernos afectivamente. Tod@s, se han tenido que enfrentar en el proceso a la agudización de la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, la desnutrición, la drogadicción, la depresión y la deserción de los estudiantes más pobres por no poseer lo necesario para la educación virtual y los docentes han duplicado las horas de trabajo buscándolos, elaborando guías para ellos y sus familias evaluando

y construyendo formas, espacios, compromisos y metodologías pedagógicas que eleven la calidad del proceso educativo buscando la excelencia , y la implementación para regresar pronto a las aulas.

El mundo de la cultura floreció con la literatura, los conciertos, las exposiciones artísticas y el cine virtuales acompañándonos en medio del coronavirus

Lluvia de interesantes libros en variados temas: ensayos, novelas y videos, muchos de ellos sobre cómo impacta esta pandemia y sus consecuencias a nivel personal, desnudando nuestros miedos y vacíos, nuestras grandezas y fragilidades, permitiéndonos la introspección, la reflexión, la autoevaluación, la inspiración, a nivel de nuestro cuerpo, vida, sociedad, derechos, evidenciando las falencias de nuestro sistema económico, sociopolítico y cultural e invitándonos a revisar, a cambiar nuestros hábitos en la forma de acercarnos, de relacionarnos, de interactuar con los demás, a romper los límites y barreras reales o imaginarias, a vivir la igualdad, la solidaridad, la conexión respetuosa y armónica con el planeta.

Destacamos los siguientes aportes de la pluma de grandes mujeres con diferentes miradas y sentires.

La ventana, relato escrito en polaco por la Premio Nobel de Literatura 2018 Olga Nawoja Tokarczuk y traducido al español por Michal Goral. En su relato la escritora en confinamiento describe desde la ventana de su hogar en Wroclaw, cómo transcurre la cotidianidad en tiempos tan diferentes, ahora detalla y valora muchas cosas: las plantas, las aves, la primavera, el inicio del verano, el trabajo y vida de los vecinos, el dolor ante la pérdida de sus empleos; ubica el mundo con su andar rápido y ruidoso, un antes y un después de la cuarentena, cómo el virus nos mostró que somos seres frágiles y mortales, que somos una gran red conectada por hilos invisibles de dependencias e influencias, que sentimos y somos iguales ante el virus, evidencia la desigualdad social, las fronteras reales o culturales, y el saber que no somos los dueños de la creación y que se acercan nuevos tiempos .

Nosotras, las mujeres, libro escrito por la reconocida psicóloga francesa Florence Thomas, Magister en Psicología Social de la Universidad de París y Coordinadora del Grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional, profesora titular y emérita del Departamento de Psicología de la Universidad Nacional Colombia. Obra personal, de reflexión, autoevaluación y accionar de una feminista comprometida que evalúa el progreso de las mujeres en Colombia en estos últimos cincuenta años.

EL feminismo, el género y la profesionalización del Trabajo Social en Colombia (1936-2004) Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, 2020, escrito por María Himelda Ramírez, docente e investigadora de la Universidad Nacional, con Maestría en Historia y Doctorado de la Universidad de Barcelona, España. El libro versa sobre sobre la caracterización de las diferentes etapas de la profesión.

El mundo que viene, videoconferencia AFP de la escritora chilena Isabel Allende Llona, donde imagina un nuevo mundo y espera que la pandemia marque el fin del patriarcado. Manifiesta que la pandemia evidencia las desigualdades que siguen provocando protestas en Estados Unidos y el mundo por el problema racial y la pobreza. Dice que los jóvenes trabajarán por una nueva normalidad, en la que hombres y mujeres comparten la gerencia del planeta. Este momento que vive la humanidad nos ha enseñado a darle prioridad a lo verdaderamente importante, a ver nuestras realidades, que somos una familia planetaria interdependiente, temas que son motivo de su próximo libro; mientras tanto releeremos sus obras fascinantes: La casa de los espíritus, Eva Luna, Más allá del invierno, El amante japonés, Retrato en sepia.

Mujeres sin receta: más allá de los mitos,hermoso libro con sello de Evas & Adanes, de la escritora guajira Fabrina Acosta Contreras, quien escribe desde el amor, la fe por un mundo de equidad con igualdad de derechos. Ella es una tejedora de sueños.

La literatura y la pandemia. Video conferencias de la historiadora Diana Uribe. Reflexiones en estos tiempos de encierro, donde nos vemos obligados al confinamiento del cuerpo, pero no de la mente ni del espíritu que no deben confinarse, deben ser libres, para ir a donde quieran a fantasear, pensar, soñar y elevar el espíritu.

La literatura nos acompaña en estos momentos y salva el alma de la gente. Hoy se nos muestra que somos frágiles como especie humana y nos toca ser conscientes de todo. Nos deja claro que es por el apoyo y la solidaridad que hemos sobrevivido.

Nos recrea e invita a leer libros que hablan sobre la pandemia como Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, El amor en los tiempos del cólera y Cien años de soledad, de nuestro Premio Nobel Gabriel García Márquez.

Durante estos días el arte se exhibe virtualmente: hay conciertos, exposiciones de pintura, visita a museos, danza, lanzamiento de libros, ferias del libro en diferentes países, muestras de cine, gastronomía, autocine, eventos folclóricos, celebraciones nacionales, empresariales y personales vía virtual.

¿Como viví yo esta pandemia?

Para mí este 2020 ha sido una gran oportunidad para crecer, cambiar, reconciliarme conmigo misma, con la vida, mi familia, el planeta y con Dios. Un tiempo de profundos cambios materiales y espirituales, plenos de luz, sabiduría, alegría, amor y compasión.

Aproveché el tiempo para ir a mi interior: meditar, pintar al óleo, acrílico, acuarela, grabado; leí, participé en clases de Pilates, yoga, rumba, zumba; escribí, soñé, amé, hice mis días felices y me casé en plena pandemia porque el amor mueve el mundo. ¡SIMPLEMENTE FUÍ!

Silvia Milena Rueda Navarro Identidad (2020) Técnica: Marcadores sobre papel.

Crónicas

Márvel Barón Medina*

“Las palomas tienen hambre”. Una mirada a las violencias de género en el sistema de salud en Colombia

La anécdota

En el inicio, según la tradición judeocristiana, se habla de una paloma blanca, con una rama de olivo en el pico, que vuelve tras el fin del diluvio universal, como un símbolo de reconciliación entre el Dios castigador y la humanidad. Los egipcios y los babilonios fueron los primeros en criar palomas, seguidos por griegos y romanos. Estos últimos desarrollaron la cría de palomas como complemento de la agricultura, para consumir su carne, pero también era destinada para rituales religiosos. Más adelante, en la Edad Media, la cría de palomas se consideraba un privilegio reservado a la nobleza y se extendió por toda Europa comenzando un interesante proceso de selección de razas que perdura hasta hoy. Las palomas se usan como mensajeras desde la antigüedad, es así que los romanos las utilizaron desde la época de la república. En la Edad Media se las usaba con fines militares comunicando alertas y movimientos de tropas. También tenían funciones en el ámbito del comercio como mensajeras regulares, práctica que llegó hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando cayó en desuso ante la aparición de nuevos, más rápidos y fiables medios de comunicación a distancia, como el telégrafo. Otra función de ellas era llevar cartas de amor de enamorados separados por grandes distancias o razones de desavenencia familiar, razón por la cual se le asignó la representación del amor romántico. Finalmente, es reconocida como símbolo de paz tras las guerras del siglo XX y hoy en día se encuentra como parte del logo de numerosas y diversas instituciones incluyendo la Defensoría del Pueblo de Colombia. Según algunos ornitólogos, es el animal más representado en imágenes. Está presente en plazas de todo el mundo, excepto por supuesto en la Antártida. En Latino América las vemos en la plaza mayor de la mayoría de los municipios, rodeadas de las instituciones de poder local: alcaldía, iglesia, policía, etc. Además, son parte del atractivo turístico: las personas se toman fotos dándoles de comer o haciendo movimientos bruscos que las llevan a levantar el vuelo ruidosamente.

Médica patóloga, Universidad Nacional de Colombia. Cormujer, Caquetá. cormujercaqueta@gmail.com

Florencia, Caquetá, no es la excepción. En el Parque Santander, el principal del municipio (curiosamente aquí no hay parque o plaza de Bolívar), hay cientos de palomas que madrugan a buscar su alimento. Se lo dan los comerciantes circunvecinos y las personas que se ganan la vida vendiendo el maíz trillado que ofrecen a turistas y transeúntes mañaneros. Pero llegó la pandemia de la Covid 19. Ya no había comercios abiertos, no había transeúntes mañaneros, no había turistas ni quién les vendiera las bolsas de maíz trillado. Tampoco había comida para las palomas. Ellas seguían madrugando con la esperanza de encontrar algún grano comestible, pero terminaron comiendo piedras y muriendo muchas de ellas. Después de una dura pelea con la Policía Nacional que afortunadamente estuvo respaldada por la Defensoría del Pueblo, logré que me dejaran seguir saliendo, como lo he hecho desde hace 26 años, a caminar con mis perros de seis a siete de la mañana. Así que a diario me enfrentaba al drama de las aves simbólicas. Hablé con autoridades eclesiásticas y civiles sobre el hambre de las palomas, pero a nadie pareció importarle. Luego de las primeras seis semanas de pánico social, alguien decidió sacar maíz trillado y dejarlo en el piso para las palomas, pero en una acción aún no entendible para mí, lo dejaba en el Parque San Francisco, sitio no frecuentado por los animalitos.

La pandemia

Esta anécdota me ha llevado a reflexionar sobre el impacto de esta pandemia en el personal femenino de salud, toda vez que las mujeres que laboran en el sistema de salud poseen una carga simbólica que es reconocida por muchas culturas: profesión tradicionalmente ejercida en un uniforme blanco que es símbolo de auto cuidado, de limpieza, pureza y la cofia que representa la sencillez, el servicio, la abnegación y la paciencia del personal de enfermería (ya que se origina en la cofia que usaban las monjas). Pero más allá de este simbolismo, ¿cómo las ha afectado la pandemia de la Covid 19? ¿Quién se ha preocupado por el impacto de la pandemia en sus vidas? Son mujeres que a diario arriesgan sus vidas en el cumplimiento de su trabajo, no solo por las precarias condiciones de protección personal en que laboran, sino por la falta de información adecuada que posee nuestra sociedad sobre el tema. Ellas son la primera línea de exposición al riesgo de contagio con el Coronavirus. Esta realidad aumenta las posibilidades de contagio no solo de ellas, sino de sus núcleos familiares. Además, la gran mayoría del personal que labora en salud es femenina (en algunos estudios el 86%) y más de la mitad de ellas se asumen como jefes de hogar. Sin embargo, seguimos pensándolas como una trabajadora “champiñón”1, es decir como mujeres “perfectas”: de blanco impecable, siempre sonrientes, amables, otorgando cuidados, cariño y esperanza. Jamás se quejan, invariablemente dispuestas al sacrificio e incansables.

Violencia intrafamiliar

El cuatro de abril los noticieros del mundo titularon con un “Ciao Lorena” el feminicidio en Italia de una médica por su compañero enfermero

1 Trabajadora “champiñón” definido por Amaia Orozco como “aquel(la) que brota todos los días plenamente disponible para el mercado, sin necesidades de cuidados propias ni responsabilidades sobre cuidados ajenos, y desaparece una vez fuera de la empresa”.

Antonio, quien al entregarse a las autoridades afirmó: “La maté porque me pegó el coronavirus”. Lo más irónico del hecho es que ni Lorena ni Antonio arrojaron resultados positivos para la Covid 19. Este caso pone en evidencia una realidad no mencionada hasta ahora: el ejercicio de violencia intrafamiliar del personal masculino de salud sobre sus parejas femeninas. Menos sabemos acerca del de mujeres sobre hombres, o en el seno de parejas homosexuales. El patriarcado a través del paradigma del amor romántico ha vendido el concepto del “hogar” como un espacio idílico, seguro, con un hombre proveedor quien ejerce la autoridad y una mujer cuidadora, sumisa y doméstica. Es decir, el concepto del “amor” es uno altamente generizado que establece de forma diferencial la elección del objeto de amor, la expresión del mismo y las funciones que se requieren para desempeñarlo de manera “correcta”.

Aquellas relaciones de pareja que han logrado un nivel de funcionalidad social se basaron en estas premisas. Es decir, cuando se cumplen las expectativas generizadas, la pareja es funcional, “feliz” en el lenguaje romántico. Independientemente de las relaciones de poder que estén concertadas (aunque generalmente son impuestas), las familias funcionales tienen una capacidad de cumplir los roles sociales asignados: procreación, cuidado de la progenie, asumir su educación y liberación para la formación de nuevos “hogares”. Pero la coyuntura de la Covid 19 afecta este balance, precario la mayoría de las veces: limita la autonomía de movilidad, una de las primeras en ser obtenida, así como el contacto social. Disminuye la autonomía económica, o la capacidad de proveer la familia, cuestionando el rol tradicional de hombre proveedor. Genera una fuerte pérdida de la intimidad al estar permanentemente en contacto con las otras personas con quienes convivimos; ya no hay espacios ni tiempos privados. Si a esto le sumamos el miedo a contraer la infección, enfermar y morir, podemos reconocer varios eventos estresantes que, sobre un sustrato patriarcal hegemónico, con procesos de socialización bipolares excluyentes, facilitan la expresión de la violencia intrafamiliar2 .

Esta es una cara oculta de la pandemia. Ya desnudó las inequidades sociales y económicas, las inequidades en salud, el efecto devastador del modelo capitalista reinante sobre el medio ambiente, ahora las cifras nos develan esta vieja pandemia: ONU Mujeres ha informado un aumento del 25 al 60% en las quejas de violencia ejercida contra las mujeres, y eso que el 86% de ellas NO denuncian los actos de violencia. En China aumentaron en un 90% las llamadas de las mujeres denunciando la violencia en su hogar. Inclusive, hogares funcionales no violentos, comienzan a expresar eventos de violencia, y eso que hasta ahora comienza la pandemia en América Latina. ¿Cuántas de estas violencias suceden en hogares del personal que labora en salud?

Violencia genérica y sexual en las instituciones de salud

Desde hace algunos años he venido investigando el tema de acoso sexual y acoso genérico en las

2 Se emplea el término de violencia intrafamiliar como una forma de expresión de las violencias basadas en géneros que se da entre parejas en el núcleo familiar.

facultades de medicina encontrando que el 30% de las mujeres y el 4% de los hombres refieren haber sido acosados en algún momento de su formación. Un estudio nos dice que las estudiantes de medicina tienen un riesgo 220% mayor que en otras facultades de reportar acoso sexual por docentes y personal de rangos superiores, y que las internas son el grupo más afectado. También se conoce que hay especialidades donde este acoso es mayor, estando cirugía y anestesia en los primeros lugares. Los efectos a corto, mediano y largo plazo se evidencian desde el rendimiento académico, el éxito de la profesional y la aparición del síndrome de burnout. La expresión de esta violación a los Derechos Fundamentales es diversa: una es el acoso genérico que incluye comentarios y actuares sexistas que buscan menoscabar la dignidad de la persona. Por otro lado, se considera el acoso sexual que incluye atención sexual no deseada y la coerción sexual. ¿Pero qué fenómenos confluyen en una facultad de ciencias de la salud para que esta situación sea tan grave?

Según Roberto Castro, el Corpus Médico está formado por “el conjunto de instituciones políticas que regulan, mediante leyes y reglamentos, la cuestión sanitaria de la sociedad; por las instituciones de salud y seguridad social que prestan servicios directamente a la población; por las instituciones que capacitan a los nuevos cuadros profesionales que eventualmente pasarán a formar parte del campo; por los agentes que operan aquellas y estas instituciones, como los formuladores de políticas, los médicos, el personal de enfermería, el personal paramédico, así como los profesores y estudiantes de todas estas especialidades; por los centros de investigación que generan el conocimiento legítimo y hegemónico (científico) del campo; por los representantes de las medicinas subalternas (desde la homeopatía hasta las diversas modalidades de medicina tradicional); por las diversas industrias (de aparatos, farmacéutica, de seguros), y finalmente por los y las usuarias y las y los clientes de toda la gama de servicios existentes en el campo”. Es decir, la amplia y diversa conformación del Corpus Médico facilita la permeación del Habitus Médico en todas las esferas y niveles de la sociedad.

El Habitus Médico según Castro, es “Un conjunto de predisposiciones, que producto de los arreglos estructurales del campo médico, hacen posible un acumulado de conductas represivas muy eficaces en cumplir con los fines y agenda de la institución médica. Es producto de la incorporación de la estructura social y de los arreglos de poder que la caracterizan. Se desarrolla durante los años de formación académica profesional sobre todo a través del currículo oculto e incluye: la imagen personal, el papel de los castigos y el disciplinamiento corporal en la formación del médico, el orden de las jerarquías dentro de la profesión y el disciplinamiento de género”. No debe sorprender que en la propia operación de los servicios de salud se vean reproducidas todas las inequidades de género que se han cultivado y promovido desde el salón de clase.

Agreguemos a esto un aumento de la carga laboral para todo el personal de salud durante la pandemia, incluyendo no solo la atención de mayor número de pacientes, sino nuevos y estrictos protocolos de protección personal a seguir; ver con mayor frecuencia de lo habitual pacientes

fallecer; enfrentar decisiones difíciles que pueden inclusive cuestionar profundas creencias religiosas y morales… Además, la crisis financiera en el sistema de salud ha generado retrasos en los pagos al personal: en promedio se adeudan tres meses de salario u honorarios por servicios prestados, llegando en muchos casos a deberse hasta siete meses.

Si a esto le sumamos el miedo (propio de cualquier ser humano en estas condiciones así sea un profesional de salud) a contraer la infección, enfermar y morir, podemos reconocer un sinnúmero de eventos estresantes que, sobre un sustrato patriarcal hegemónico introspectado en las facultades de medicina como el Habitus Médico, facilitan la expresión de la violencia genérica y sexual en las instituciones de salud. Estas violencias no son impulsos sexuales acumulados, son formas violentas de ejercicio de poder, poder autoritario y controlador. Y el sistema de salud es uno altamente jerarquizado con una estructura de poder casi castrense.

Violencias hacia las usuarias

Pero este poder autoritario y controlador no solo se expresa entre el personal de salud, sino entre este y las y los usuarios: se asume que el personal de salud posee “el conocimiento” sobre la pandemia/enfermedad y por lo tanto puede requerir de manera exegética el cumplimiento de sus “órdenes médicas”, que no recomendaciones.

Podría plantearse paralelamente al Habitus Médico un Habitus de las Usuarias: dentro del proceso de división sexual del trabajo se instauró el concepto del Amor Romántico ya que mitificar el amor ha servido para que las mujeres interioricemos los valores del patriarcado, obedezcamos los mandatos de género y cumplamos con nuestros roles de mujeres tradicional, moderna y posmoderna a la vez. Esto implica la idealización del proceso reproductivo (en vez de reconocerlo como una opción ciudadana) y del proceso salud/ enfermedad como el de una relación víctima/salvador. Estos imaginarios que de alguna manera moldean nuestra personalidad, generan un estado de hipersensibilización emocional durante la enfermedad, y mayor durante la gestación, parto y aborto (no solo atribuible al concepto biomédico de los cambios hormonales), que amplifican el malestar producido por la vulneración de nuestros derechos por parte del personal de salud y definen profundas y dolorosas huellas.

Las instituciones públicas de salud son un espacio de ejercicio de la ciudadanía, en tanto que constituye un derecho social el acceso a ellas. Pero, por otra parte, la participación de las mujeres en estos espacios de salud es problemática, pues en ellos funciona una estructura disciplinaria diseñada para mejorar la eficiencia de la atención que se brinda, y que presupone la obediencia y la conformidad de las usuarias con los dictados del poder médico. Es por esto que los encuentros médicos/mujeres en general constituyen formas de interacción social asimétricas, pues en ellas uno está legitimado como el detentador del saber/ poder, y la otra es “solo” una paciente. Es decir, las usuarias de los servicios de salud acceden a ellos desde una posición varias veces subordinada: desde su posición generizada, desde su condición de opresión, como paciente/usuaria, y por

su estatus socio-económico, su etnia, su edad, su orientación sexual, su estado marital, etc. En ginecobstetricia la asimetría se hace mayor por la vulnerabilidad física y emocional de la mujer que pare/aborta: la violencia ginecobstétrica es una violencia de género.

En un extremo del espectro están las formas graves de abuso que son claramente penal, civil y éticamente objetables, pero que aun así en la mayor parte de los casos pasan silentes: acoso y abuso sexual, etc. Solo algunas se ponen en evidencia por la denuncia de la usuaria o de su familia, por los medios de comunicación o por las asociaciones que trabajan por la defensa de los derechos de las mujeres.

En el otro extremo están las formas habituadas de abuso, expresiones de maltratos no tipificadas como delito y tampoco reclamables al interior de la propia institución de salud, que pueden no ser percibidos como tales por el personal de salud y a veces ni por las mismas mujeres debido a su cotidianización que las invisibiliza al naturalizarlas. Surgen de la desigualdad de género, pero a la vez tienden a perpetuar dicha desigualdad, y generan cicatrices en la dignidad de las mujeres.

Al final tenemos una apropiación del cuerpo y de los procesos reproductivos de las mujeres por parte del personal de salud. Las mujeres que “cooperan”3 tienen la recompensa a su sufrimiento

3 “Cooperar” es un término que se emplea por parte del personal que labora en las instituciones de salud para referirse a la obediencia irrestricta de las denominadas órdenes médicas, no cuestionar procedimientos ni quejarse por dolor. Facilita a su vez la posibilidad de culpar a la paciente en caso que algo salga mal. y a su obediencia; las que no cooperan (formas de resistencia) sufren las consecuencias en su cuerpo, la falta de disposición del animus del personal para atenderlas y los riesgos para ella y el bebé (si es el caso). Las que son clasificadas como mujeres que no cooperan generalmente se encuentran en situaciones que constituyen una agresión al orden dominante: mujeres jóvenes, mujeres no dóciles, madres solteras sin pareja formal, bajo nivel educativo, embarazo rechazado, etc.

Muchas mujeres lo asumen como el “costo” de ser atendidas por “profesionales”, entendiendo que la profesionalización no hace referencia solo a un nivel académico, ya que la violencia puede ser ejercida por otros miembros del corpus médico, incluyendo jefes y auxiliares de enfermería, parteras y doulas, camilleros, etc. Pero, además, hay otras formas de agresión a través de formas implícitas y taxativas de intimidación: la mujer que se queja probablemente volverá en cualquier otro momento a buscar la atención de la institución de salud, y el antecedente de la queja puede incidir negativamente en la calidad y oportunidad de la atención que recibe. Como consecuencia muchos casos no se denuncian y la mujer carga con su malestar y su dolor sola y en silencio. Por esto, no es mediante criterios numéricos como se determina la trascendencia de ciertos problemas sociales ni cómo la cuarentena y la pandemia pueden estar aumentando de forma silente este tipo de violencias.

Algunas consecuencias

La pandemia de Covid 19 ha puesto en evidencia las inmensas inequidades sociales (de género,

salud, educación, trabajo, etc.) de las que nadie quiere hablar ya que se aceptan “porque sí”, desatando así una crisis sanitaria, emocional, social y económica sin precedentes en la historia reciente que afecta con mayor saña a las mujeres.

Inicialmente se silenció la protesta social por el miedo al contagio, pero a medida que la gente ha ido asimilando la nueva realidad, esta forma de hacer política, de tener voz, se ha ido recuperando: se protesta por el encierro y por el no encierro, por el hambre, por los costos de servicios públicos, por los salarios no pagos, por equipos de protección personal, por la violencia contra niñas y mujeres…

Pero esta realidad nos ha devuelto por lo menos veinte años en los luchados avances que se tenían sobre los derechos de las mujeres, incluyendo la coercitiva limitación de la movilidad, el autoritarismo de las fuerzas policiales y militares, el aumento de la carga de trabajo no remunerado, la pauperización de los hogares, el aumento de la violencia intrafamiliar, y el aumento de la violencia genérica y sexual, entre otros asuntos.

La pandemia al mismo tiempo ha generado nuevas formas de violencia: la estigmatización4 sobre el personal de salud, más frecuente hacia el personal médico. Algunos han planteado que se da por personas posiblemente agredidas previamente por las inequidades económicas, sociales, étnicas y/o el conflicto armado,

4 En sociología, estigma es una condición, atributo, rasgo o comportamiento que hace que la persona portadora sea incluida en una categoría social hacia cuyos miembros se genera una respuesta negativa y se les ve como inaceptables o inferiores. agresión que puede generar estados de resentimiento que facilitan la expresión violenta, emocional, no racional, del dolor ante la muerte de un ser querido, o ante el miedo de enfermar o morir. Debemos agregar la desconfianza en el sistema de salud y en el gobierno, que es reafirmada por noticias falsas que fácilmente se difunden por las redes sociales y noticiosas, incluyendo la información no asertiva de altos funcionarios del sistema que hablan públicamente de eventos de corrupción en salud como si esta fuera la norma general. Otra forma de nueva violencia es la que surge del protocolo de atención y posterior disposición del cadáver en personas asumidas como Covid positivos, que niega a sus dolientes familiares la posibilidad de acompañamiento al ser querido, despedida y cierre del duelo con rituales profundamente arraigados en las diferentes culturas. También aporta la gota que rebosa el vaso el hecho que algunas personas se niegan a aceptar su corresponsabilidad en la posibilidad de infectarse y enfermar. Todo esto ha generado una situación que ha desmejorado la calidad de vida del personal que labora en salud, en muchos momentos ha obligado al desplazamiento forzado desde su lugar de residencia, y en ocasiones ha llegado a amenazar su integridad física.

Como si esto fuera poco, el Estado ha tratado de compensar su ineficiencia e ineficacia denominando “héroes” al personal de salud promoviendo en el imaginario social la idea de que son prescindibles y que su muerte por razones de mayor exposición al riesgo de contagiarse es esperada, nada que deba sorprendernos. Por esto su protección personal no es prioridad.

La pandemia también ha generado un cambio en el paradigma de las relaciones humanas por cuenta del distanciamiento social: cómo expresar afecto, amor, cariño, sin contacto físico es algo que reta la tradición de la mujer afectuosa, amorosa, generando nuevos malestares en ella. El reto es cómo amar y mantenernos unidas en la distancia.

Esto sin pensar en la Covid ´baby boom´ que estaremos experimentando a fin de año, incluyendo un vertiginoso aumento de embarazos en niñas y adolescentes.

Finalmente, ha evidenciado además lo distante que está la teoría de la práctica en cuanto a intervención social se refiere: la actitud paternalista del Estado y de algunas ONG refuerzan con el sistema de donaciones la codependencia de las mujeres en lugar de promover su autonomía. Y cuando llega el momento de pensar en propuestas de “empoderamiento” de las mujeres, se reproducen las prácticas patriarcales de división sexual del trabajo preferenciando las actividades de servicios, así como de manualidades, que no facilitan el ascenso laboral, económico y creativo de ellas. Es como dar piedras a las palomas: se llena el buche, pero las mata.

El cuidado es un asunto político

Joan Tronto sugiere que el cuidado sea visto como una actividad de especie que incluye todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo para que podamos vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestro ser y nuestro entorno, todos los cuales debemos entrelazar en una red compleja que sustenta la vida. Considera que el cuidado es una parte esencial de lo que significa ser humano: no se puede entender la humanidad sin entender lo que significa cuidar de los demás. Nos recuerda que los humanos somos dependientes desde el nacimiento, y que necesitamos a la gente incluso para sentirnos seguros. La antropóloga y poetisa Margaret Mead consideraba que el primer signo de civilización fue “Un fémur fracturado y sanado”. En la vida salvaje, un fémur nunca sana porque solo puede hacerlo si alguien se preocupa de cuidar al herido.

Sin embargo, Tronto aclara que de ahí viene la opresión de la mujer, de entender el cuidado como algo natural en ella, pues los roles sociales los creamos nosotros: la división social del trabajo establece que las mujeres cuidan mientras los hombres proveen y protegen, división que favorece la explotación social de la mujer.

Considera que el cuidado se desarrolla en cinco fases: (1) la necesidad de interesarse por una situación de cuidado, con la “atención” como el requisito moral para dicho interés; (2) alguien necesita encargarse, “asumir la responsabilidad” es la cualidad moral; (3) el trabajo real del cuidado con la “competencia” como noción moral necesaria; (4) recepción del cuidado, que requiere la cualidad moral de “capacidad de respuesta”; (5) cuidar con, es decir mientras ocurre y se mantiene el cuidado, las personas tienden a confiar en la provisión continuada del mismo, esto implica las condiciones morales de confianza y la solidaridad. Por ello es imperativo erradicar el rol exclusivo del cuidado asignado a las mujeres para

que empecemos a reconocer cuánta de nuestra felicidad viene de los cuidados...

Los modelos de cuidado «paternalistas» y «parroquiales», patrones que reafirman los tradicionales roles de género, crean mayor desigualdad: quienes cuentan con los medios económicos acceden a un «mejor cuidado». En contraposición, su teoría del cuidado plantea un modelo que discute el poder y los «privilegios de la irresponsabilidad de los varones». Plantea que se amplifica la democracia al pretender no reproducir los sistemas tradicionales con la asignación equitativa de responsabilidades de cuidado, a lo cual denomina «cuidados democráticos», bajo la idea de que nadie debería ser excusado de cuidar por tener otras responsabilidades.

Si bien es evidente que hay que preservar el cuidado, la capacidad de cuidar y favorecer las condiciones que hacen posible su organización social y la continuidad de provisión, la gente debe democratizar y cambiar cada institución de la que forma parte: familia, amistad, trabajo, comunidad. Aquí reside el cambio. El poder de la ética del cuidado reside en cómo entiende la vida cada uno: cuidarse es lo más importante. Nada más congruente con la actual pandemia: si yo me cuido, también cuido la salud de los demás; si los demás se cuidan, simultáneamente cuidan mi salud.

Joan Tronto defiende la importancia del cuidado en las sociedades democráticas. Permite cuestionar el discurso del empoderamiento individual y la competitividad dentro de estrategias de desarrollo y de transversalidad, al plantear una ética del cuidado feminista que reta los valores del neoliberalismo al dotar de un leguaje moral alternativo que hace énfasis en nuestra vulnerabilidad compartida y provee una nueva solidaridad global entre mujeres, y más aún, una nueva propuesta de equidad de géneros al proponer una repartición equitativa del cuidado. Marian Barnes ya nos había planteado que “el cuidado es un asunto político”.

El sistema de salud debe repensarse. Hay que considerar un cambio en las necesidades y capacidades para el cuidado: todas las personas somos, en diferentes momentos de nuestras trayectorias vitales, dadores de cuidado o sujetos del mismo, nos interesamos, nos encargamos, recibimos cuidado, respondemos a él y confiamos en que pueda seguir siendo provisto. Pero el sistema de salud actual no está diseñado para que la salud dependa de él: es ineficiente, indigno y violento, no solo para las mujeres que acuden a él, sino para las mujeres que participan en él. Se basa en principios de asistencialismo y en algunos casos lo que realmente interesa es el fortalecimiento de redes clientelares, de cacicazgos.

El re-conocimiento de parte del Corpus Médico en tanto que identifica un conocimiento que poseen por experiencia, y en tanto que se admite que las cosas suceden así (Habitus Médico), constituye uno de los fundamentos para la transformación efectiva de las condiciones que posibilitan la violación de los derechos de las mujeres de y en los servicios de salud.

Según Andrés Restrepo, enfermero jefe del Hospital San Ignacio de Bogotá, se debe cuestionar

no tanto la falta de formación del personal de salud como el tipo de formación recibida ya que el discurso médico tradicional es eminentemente biologicista, hegemónico (niega los demás saberes) y patriarcal, y se refuerza a través de la denominada “objetividad científica”. Es necesario reconocer relaciones ciudadanas con las usuarias de los servicios de salud, es decir, relaciones basadas en la igualdad y en el conocimiento y reconocimiento de los derechos de salud y reproductivos. Esto implica además reconocer el parto como un evento fisiológico y no un evento patológico y no penalizar la violencia ginecobstétrica5 sino entender sus orígenes culturales e incidir en ellos. Por lo tanto, las intervenciones para prevenir las violencias basadas en género en salud, incluyendo la violencia médica y ginecobstétrica, deben ser a estos dos niveles: no es solo plantear la realización de posgrados en Derechos Humanos, Derechos Sexuales y Reproductivos, sino incluir en todos los niveles de formación la perspectiva de género que nos permita desaprender lo que aprendimos mal y aprender nuevas pautas de relacionamiento, por medio de una reflexión individual que nos lleve al reconocimiento de una “biografía machista (patriarcal)”.

Está claro que las condiciones de posibilidad del ejercicio de la violencia médica y ginecobstétrica contra las mujeres están dadas no solo por el habitus autoritario generizado del personal de

5 La violencia ginecobstétrica es aquella ejercida por un profesional de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de la mujer, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales. Constituye una violación a los Derechos Humanos tanto como manifestación de la violencia de género contra las mujeres como desde el enfoque del derecho a la protección de la salud como un derecho humano. salud, sino por la condición de opresión desde la que actúan las mujeres que acuden a estos servicios. Por esto es necesario promover la ciudadanización de la salud, es decir la subjetivación de los derechos por parte de las mujeres que participan y las que acuden a los servicios de salud, que conlleve a una ciudadanía que implique la apropiación, ejercicio y defensa de sus derechos en materia de salud, salud sexual y reproductiva, sin olvidar que dicha subjetivación está atravesada por las desigualdades de género, clase, etnia, etc. La cuestión no es solo mejorar las condiciones de acceso a servicios de salud, sino mejorar la calidad de estos.

Para ello es necesario generar propuestas desde las pedagogías feministas que promueven la deconstrucción de las categorías identitarias hegemónicas, de los mandatos de género asociados y las narraciones androcéntricas. Como parte de la subjetivación de los derechos se debe reconocer y fortalecer la categoría de resistencia/agencia o capacidad de las mujeres frente a la violencia patriarcal/machista (individual e institucional), a través del empoderamiento entendido como el reconocimiento de la mujer como sujeto de derechos, con su capacidad de denuncia y organización social, reconociendo la diversidad de las mujeres, pero haciendo énfasis en la inclusión6. Esto implica un cuestionamiento de la expectativa de cuidar que se hace para no repetir la asignación generizada del cuidado, es decir, aprendamos de experien-

6 Diversidad: rasgos y características que hacen a las personas únicas. Inclusión: normas y comportamientos sociales que aseguran que todas las personas son bienvenidas.

cias pasadas para no repetir los errores en la intervención social y así evitar poner el maíz en el lugar equivocado.

Finalmente, es necesario visibilizar el fenómeno de la violencia genérica y sexual en el sistema de salud, incluyendo la violencia médica y ginecobstétrica, crear grupos de apoyo a sus víctimas y producir investigación social alrededor del tema. Es decir, generemos acciones que nos permitan salir de la pandemia como mejores personas, como mejores ciudadanas y con mejor salud.

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