Revista Espantapájaros - Cuentos y Ensayos #1

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NOTA DEL EQUIPO (REVISTA ESPANTAPÁJAROS) Antes que nada, un agradecimiento a quienes hacen posible este proyecto; a ti escritor, a ti lector. A ti escritor por crear, inventar, y construir pasajes extraordinarios por medio de las palabras, por hacernos participes de tus poemas, por llevarnos de la mano de un cuento, y sin lugar a duda, por comprometernos con tus maravillosos textos que nos hacen olvidar el tedio, la monotonía, la congoja del mundo en que se vive, y no se tiene otra alternativa mas que vivir, de antemano gracias por confiar en nosotros. A ti lector por la simple razón de robarle un poco de tiempo al tiempo, y permitirte leer esta humilde revista, la cual te hará llegar en cada publicación, un mundo literario con el que se descubre, y se mira de otra forma. Sin ti lector, seriamos nada. A partir de ahora comienza una etapa, un ciclo en donde a través de cada numero, iremos emergiendo y renaciendo, refrescando y renovando el concepto de cada una de estas y claro, manteniéndonos siempre fieles con el objetivo que le da vida a este proyecto; publicar sin excepción alguna, cueste lo que cueste. Así pues dejamos en quien posee ahora este conglomerado de paginas, la voz de nuestros autores. Déjate llevar, el viaje aun es largo. Revista Espantapájaros es: Dirección y diseño – Gerardo Nuñez Guadarrama Revisión de textos y convocatoria – Israel Morante Bravo Vinculación y difusión -Víctor Alfonzo Chino Luis

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índice de contenidos

(Cuento):

Pagina

Se Venden Obleas (Utopía #700) 4 Racconto II 8 El Monstruo de Tres Cabezas 10 Y me dice 14 El Poder Oscuro de la Mascara de Aida 17 Brujas 19 Sangre y Violín 23 El Cuaderno 27 Yin 30 (Ensayo):

¿Por qué amar a México?

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CUENTO (Seg煤n la RAE): Relato, narraci贸n breve. || Chisme | mentira, camelo.


Uno no puede evitar los locales sospechosos o las calles ilegales cuando se buscan ciertos objetos o bienes fuera de toda restricción. Eso tenía en mente Roberto Mundano al caminar por el barrio de La Quincena. Los alcohólicos, malvivientes y múltiples drogadictos invadían los negocios y aceras, dificultando la búsqueda de su preciada droga. Cuando asomó la cabeza al quinceavo negocio que juraba ser Legal, Mundano pateó un cuerpo en la entrada. Una piltrafa pobre con el descaro de posar su cuerpo como si fuera realeza del siglo XVII posando para un famoso retratista. Aún peor, este criminal reemplazaba las delicadas telas y elegantes almohadas por un montón de cartones mal amoldados a su cuerpo y percudidas telas llenas de excremento y semen encima de él. Tenía suerte de vivir en esta magnífica era, de otro modo la realeza lo hubiera hecho ejecutar hace tiempo. Sí, suertudo pordiosero. Mundano tuvo un momento de iluminación o lástima, cualidad muy rara en su tipo de persona, y decidió dar una nimia limosna; algo pequeño pero significativo. Dejó un pequeño frasco enfrente del sucio hombre. El pordiosero levantó la vista a Mundano, el cual esbozaba una sonrisa magnánimamente al pensar en lo buena persona que era. Sus ojos no eran de agradecimiento, todo lo contrario. Se irguió de su suntuoso asiento y confrontó al hombre. — ¿Está usted loco, sucio gonorréico? En estos años me han dejado de todo: dinero, comida podrida, un dedo amputado, costras e incluso un ojo de un animal pero nunca me habían insultado tanto. Llévese su asquerosa botella con usted o le sugeriré diversas cavidades donde puede insertarla. La respuesta fue, por decir lo menos, inesperada. Mundano se giró y confrontó al hombre. Sabía que encontraría gente difícil en el barrio pero un pordiosero fue lo último en su mente y menos cuando le había dado tal regalo. —¿A qué viene tanto grito, pobre pordiosero? ¿No sabe qué tiene esa botella? No es sino una sustancia con la que tragará el resto de su pobre vida. Sólo tiene que poner una gota en un pedazo de papel y podrá comerlo. Podrá comer periódicos, revistas, ¡de todo! No me diga que es una mala limosna. Le salvo la vida.

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Sin emitir ni una palabra, el pordiosero se aventó contra su benefactor con los brazos estirados y el corazón seguramente agitado, listo para lastimarlo o incluso matarlo. Mala suerte para él no tomar en cuenta la ventaja de edad y fuerza de su adversario; en poco segundos se vio proyectado junto con sus andrajos hacia la pared donde se estrelló y se fue desplomando poco a poco, acercándose centímetro a centímetro a la pared hasta que era un guiñapo tirado en el suelo. El hombre volteó de nuevo hacia mundano y le gritó: —Idiota, grandísimo idiota. No necesitas decirme qué es. Yo fui quien inventó esa asquerosidad, esa afrenta. Por eso estoy aquí, por esas malditas hojas comestibles. Yo soy la causa por la cual la gente caga tinta tan seguido en estos días. La cara de Mundano no pudo sino quedar ciega, plantada en un blanco dentro del andrajoso anciano. No sabía qué decir. Calló, entonces. Notó cómo el hombre quería hablar y lo dejó. No podía hacer otra cosa. —Vaya, al menos sabes callarte cuando un anciano habla. Sí, soy ése desaparecido inventor tan celebrado. Quien salvó al mundo de la hambruna. Grandísimos idiotas todos. No sabes cuánto me arrepiento. —No era ingeniero o científico o algo parecido. Vaya, Ahora que lo pienso, creo todo mi propósito detrás de crear ese líquido fue ganar dinero o escapar del hambre. Era un escritor ya derrotado. Había creído que llegaría a algo, un creador de primera línea, lleno de becas y regalías gigantes. Me encontré años después con obras que me parecían despreciables y con la letra persiguiéndome durante todo el tiempo; recordándome mi despreciable calidad de escritor. Decidí rendirme. —Inventé Extracto de palabras con el fin de tener dinero. No tenía dinero para nada. Fue un movimiento desesperado. Hasta hoy sigo sin comprender cómo una combinación de hierbas encontradas en cualquier parque maceradas y calentadas a alta temperatura para luego ser congeladas y después dejarlas a temperatura habitación, pueden tener tal poder de acción sobre unas simples hojas pero así fue. Unas cuantas gotas de la confección y cualquier hoja escrita se vuelve una delgada hoja comestible. Una hoja si quieres. Cuando me di cuenta de lo que podía hacer, sacié mi hambre de un modo esquizofrénico; acallé mis propias voces. Me comí todos mis escritos: todas mis poesías, novelas, ficciones y cualquier pequeño rasguño de lápiz propio que encontré. Vaya que sufrí una endemoniada diarrea esa noche.

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—Mi siguiente paso fue volverme rico con ello. Mi literatura ya no me detenía, era libre para volverme un maravilloso cerdo capitalista. En algún momento debo confesar que, sí, sentí la necesidad de remediar el hambre en todo el mundo pero ello sería al mismo tiempo que volverme rico. Vaya, qué estúpido suena remediar el hambre mundial de ese modo…Y no intentes detenerme con movimientos en medio de mi diálogo. No necesitas romper mi hilo de voz. Yo llevaré todo esto al final. —La respuesta del mundo escrito y literario no se hizo esperar. Estaban horrorizados. ¿Cómo podía tomar un objeto tan valioso como era un magnífico cuento o novela de cualquier autor y volverlo el valioso nutrimento para una persona hambrienta? Era algo nunca antes visto, me retrataron como un malvado fascista a su hermoso Edén. Toda la gente del medio se unió para realizar congresos de condena sobre mi nuevo invento. Irónicamente el reconocimiento contribuyó a hacer éxito el invento y se expandió mucho más rápido de lo que había pensado posible. —Los meses transcurrieron y la derrota de los editores era visible. Mi invento se vendía en los supermercados y conseguía buenas ganancias. No sorprendentes, todo el dinero era para mis socios. Tuve falta de visión empresarial dicen. Al principio la gente se conformaba con comer cualquier papel, les satisfacía y hacía olvidar el hambre. Mas luego empezaron a hacerse gourmets. Entraron al juego los ricos y personas no necesitadas de comida. El punto final lo definieron las ovejas que escaparon del establo de los editores horrorizados. —Los editores que se acercaron me propusieron nuevas ediciones de viejos clásicos en papel ya comestible. Lujosas ediciones de autores clásicos, listas para ser digeridas por el nuevo y prometedor mercado de las clases altas. Fundamos una nueva editorial llamada Dejos. Lejos estaban los congresos y artículos en mi contra. Lejos mi nombre de neo-fascista o Bibliocida, una nueva empresa había nacido. Ellos se encargaron de elaborar las nuevas ediciones, yo de recibir dinero. Los ricos de presumir el sabor de Conrad, Cervantes y Shakespeare. Ilusos, decían poder distinguir los picosos sabores de cada autor. De cómo Conrad sabía profundo y los poemas de Whitman llenaban de una energía extraña además del sabor tan amargo de los autores de superación personal. Uno pensaba que hasta harían congresos y encuentros de sabores literarios. Idiotas. Todos esos sabores eran aditivos y edulcorantes. Todos Elegidos al azar. Idiotas.

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— La caída no necesito decírtela. Fue tan propia del mundo mercantil y tan famosa. No fue sino una recolección de clichés: Mujeres, engaños, toma de la empresa, traiciones, Seguro oíste de ella. Ahora estoy aquí, en este cartón reflexionando en mi poca paz cuando me traes este maldito líquido. Ahora ya no me importa si lo dejas o lo tomas… Todo ha revivido en mi mente. Mundano calló y metió sus manos en los bolsillos. Sacó un cigarro, lo encendió y se puso a fumarlo. Se alejó paso a paso sin mediar palabra. El silencio acompasado de sus pasos delataba un aire de conformidad y meditación por la calle. Dos pasos más y había desaparecido de la vista del viejo. Una fragancia flotaba en el aire. La mente del anciano se tranquilizó cuando llegó a su nariz. Era un olor dulce, un poco picoso pero dulce. Sintió acre la boca y reconoció un sabor de oblea ya olvidado. Recordó el cigarro de Mundano. Entendió. Volvió a recogerse sobre su caja, tranquilo. Se empequeñeció sobre su cuerpo y durmió. Parecía un capullo esperando retoñar en esas infectas calles.

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Para Emeeth (FINAL) Sigo el recuento de tus pasos. Una, dos, tres veces cuento hasta diez y la imagen de tu sonrisa me viene a la cabeza. El día está nublado y parece que lloverá, mi paraguas se ha roto y lo he dejado en casa. En verdad como quisiera que estuvieras aquí, es lo único en lo que puedo pensar porque ya no me importa la lluvia que en un rato caerá sobre mis hombros. La calle se mira solitaria, no hay alma alguna y no existen heridas. El vacío parece no estar aquí, el purgatorio sube más y más desde las entrañas del subsuelo. Me siento sola. Es domingo, me acomodo en la acera y busco en mi reproductor una canción que me recuerde el calor de tus besos. Trato de encontrar en mi bolsa una foto de nosotros y aparece al fondo arrugada. Como anhelo que nuevamente estés a mi lado para mirarnos, sonreír y perdernos entre historias, sin motivos. Inútilmente trato de cerrar los ojos y visualizarte una vez más, pero sé que es imposible. Me es imposible. Extraño cuando juntos hacíamos la comida. El otro día por poco se incendia la cocina y te volviste loco cuando yo muerta de risa trate de calmarte, entonces me miraste a los ojos, callé y comenzaste a reír, me tomaste por la cintura, nos dirigimos al sofá. ¡Qué hermosos momentos cuando me quedaba dormida en tu pecho oyendo el palpitar de tu corazón y sentir tu mirada protectora por las noches! (PRINCIPIO) Mi nariz no se cansa de olerte y mis oídos jamás se cansarán de escucharte. Me preguntan qué veo en ti. Veo lo que siempre quise tener, un alma sólida. Toco fondo porque puedo y no puedo descifrarte, pero la verdad es que sólo puedo quererte. Me encanta que tengas ese misticismo porque de otra forma mi querer sería sin forma. Amo el sabor de tu saliva y el cómo se van juntando nuestros labios para poder jugar, besarnos hasta mordernos y desangrar el amor que llevamos dentro. Día a día me encuentro con el recuerdo de tu presencia y desaparece hasta que tu cuerpo me abraza por las tardes. Te presentas en el limbo de mis mil y un sueños. No sueño en ti, sueño contigo.

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Debo decirte que a veces mi cabeza se llena de pensamientos absurdos y supersticiones tontas, pero tarde o temprano llegas para afirmarme tu querer y es ahí donde todo desaparece y sólo quedamos los dos jurándonos promesas que con el tiempo se fortalecen y nos unen. También me encanta cuando te veo parado en el filo de la entrada esperando a que salga. Yo sólo espero tu llegada. Las noches me las paso frente al televisor en compañía de mi locura oyendo el pitido del celular indicando un mensaje ansiando que sea uno tuyo. (NACIMIENTO) Y ahora sé que te quiero con todo mí ser…

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Despacio, camina despacio Andrés, no hagas tanto ruido. Las pisadas sobre la hojarasca los delataban al caminar, de pronto, -¡Crack!- Andrés pisó una rama. Con cuidado, te dije que te fijes en dónde pisas. Iban subiendo la loma. Era el punto más alto de todo Olinalá. -desde aquí se ve todo el pueblo, dijo Andrés señalando con el índice al horizonte. -¿ya viste la casa? se ve bien chiquita, exclamó José sorprendido. -sí, y entre más arriba más chiquita. -hay que apurarnos Andrés, ya mero va a oscurecer. Habían caminado todo el día, salieron de Olinalá a las cuatro y media de la mañana. Andrés despertó a su primo para ir a buscar a la mazacuata, el monstruo que había matado a su tío Raimundo. Ese maldito animal estaba acabando con los hombres del pueblo. Se iban a trabajar, a ver la milpa y nomás ya no regresaban; al principio todos decían que se los había tragado la tierra, pero ahora en el lugar se sabía que no era la tierra, sino la víbora de tres cabezas, un monstruo que era capaz de tragarse a los hombres enteros. -Ahí está la cueva, gritó Andrés señalando un hoyo negro y monumental que estaba frente a ellos, casi en la punta del cerro. -me voy a ir por arriba, creo que del otro lado tiene salida, dijo José mientras se encaminaba a una enorme roca de la cual podría saltar a la parte superior de la cueva. -¡llévate la escopeta, no vaya a ser que por ahí te salga el demonio! -sí. Quédate aquí Andrés ¡si la vez me chiflas! José empezó a escalar, a cada paso que daba se derrumbaban terrones y piedras. Estaba acostumbrado a este tipo de terreno, desde que

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era más pequeño le gustó andar en el campo, Andrés y él se había perdido ya por varios días en la espesura del monte en más de una ocasión. Cuando José llegó a la parte más alta, vio la salida de la cueva, y le pareció escuchar algo -shshsh, shshsh- volteó la cabeza pero no advirtió nada- aquí está la salida- le gritó a Andrés. Shshsh, shshsh- otra vez el zumbido llegó hasta sus oídos. Andrés empezó a caminar hacia la estrada de la cueva, había que saltar varias rocas y ramas secas que obstaculizaban el camino -¡Crac! ¡Crac!- el ruido de la hojarasca a cada paso que daba. –Shshsh, shshsh- Andrés también escuchó el zumbido, pero tampoco vio nada. Desde arriba, José lo observaba, tomó la escopeta con las dos manos. Apuntó hacia la entrada de la cueva. Andrés estaba justo en la mira del arma, a la sombra de una gran roca. Andrés miró hacia arriba, José apuntando, decidido a disparar y – ¡Puuum!-, el estruendo de la bala hizo eco en las peñas cercanas. Se escuchó el rugido débil del jaguar que cayó justo al lado de Andrés. La fiera estaba sobre la roca en la que Andrés se cubría de los rayos del sol, a punto de atacarlo cuando José lo vio. -sube, gritó José -Pero… -sube, no tengas miedo Habían salido del pueblo a escondidas. Nadie quería ya salir a trabajar, tenían miedo de que la mazacuata los devorara. Andrés y José querían vengar la muerte de su tío Raimundo y de paso, convertirse en héroes. Con sus trece años cada uno, no podían resistirse a una aventura de este tipo. Tomaron la escopeta del papá de José y una mula que los llevó hasta la parte donde iniciaba la pendiente rocosa del cerro, ahí había que empezar a escalar. Bajaron hasta la salida de la cueva, vieron hasta donde la vista les alcanzó dentro de ella y nada, no se veía nada, nada que pudiera parecerse a una enorme víbora de tres cabezas. -¿traes los cerillos?, Preguntó José -Si, aquí están, en el morral, respondió Andrés -hay que prender unas ramas para podernos alumbrar y ver bien -ve tu por las ramas mientras yo busco los cerillos

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Cuando José regresó con las ramas, encendieron la antorcha. Caminaron unos pasos dentro de la cueva, uno junto al otro, hombro con hombro y volteando a cada instante hacia atrás como si alguien los siguiera. De pronto José gritó. -¡qué es eso! -¡vámonos!, exclamó Andrés -No, espérate, ya estamos aquí, hay que ver qué es -son huesos ¿no ves? Había un sinfín de huesos regados a lo largo de la cueva que por dentro era mucho más profunda de lo que parecía por fuera. De pronto escucharon ruido en la entrada, salieron corriendo al mismo tiempo. José tropezó con algo en la huida, levantándose inmediatamente para seguir escapando. Al llegar a la salida, se refugiaron detrás de una roca, Andrés tomó la escopeta y apuntó hacia la boca de la cueva. Jalaría el gatillo en el momento que el monstruo apareciera. -José ¡dicen que tiene alas! -Sí, ya sé, le disparas antes de que vaya a volar -En cuanto salga le clavo la bala entre los ojos, dijo Andrés -no te vaya a ganar, porque nos mata, nos come como al tío Raimundo Esperaron un largo rato, escuchaban como poco a poco el monstruo se iba acercando a la salida. El corazón de ambos estaba a punto de salírseles del pecho, sudaban copiosamente, miraban hacia los lados y hacia arriba como si temieran que el monstruo fuera a aparecer por otra parte. -ya se escucha cerca -está en la salida, cállate, dijo Andrés -Apunta bien, ordenó José -Sí, sí, cállate

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Apareció una sombra en el umbral de la cueva, era enorme. Andrés apuntaba, aunque le temblaban las manos. El monstruo salió del socavón y – ¡Puuum! -, se escuchó el disparo. Efectivamente, Andrés le había dado justo entre los ojos. El monstruo cayó levantando una pequeña nube de polvo. Las miradas de Andrés y José se petrificaron al ver tendido frente a ellos con un manantial de sangre en el rostro a su tío Raimundo.

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Le dije que se quitara la sangre de los labios. Ella me preguntó por qué todo debía ser epítetos conmigo, y me volvió a preguntar qué tenía ella para no merecer un calificativo exacto, y le dije que todo era cuestión de estructurar las oraciones que formulábamos, sólo eso, cuestión de microestructuras. -Querida, nada tiene que ver contigo – dije. Ella frunció el ceño y apretó los labios. Bajó la mirada y una corriente invisible, sin cuerpo ni presencia, movió su cabello un poco, lo suficiente para hacerlo balancear con cuidado, entonces ella se retiró el mechón negro de su rostro y me dijo que era imposible estructurar las cosas cuando no tenían una forma exacta. -¡No podemos seguir de esta manera!, estoy cansada de decirte que “la brisa suave que tu piel exhala me detiene siempre que deseo colocar mis labios en tu badana”, ¡estoy cansada de eso y de tus respuestas!, esas que me dices cuando me volteo para dormir un rato después de tenerte dentro de mí, no me parece humano que me digas, “cariño, el infierno esta dentro de ti, y brota y suelta agua de mar, salada y llena de quehaceres, de incógnitas, de dudas en formas circulares, esas que explotan cada mes como estrellas en extinción”. Pero le he dicho que su naturaleza es hermosa, y nunca me cree. -¡Carlos! –Me dice–, la función del lenguaje es unir a las persona, no separarlas. Y le digo que no soy lenguaje, que soy una forma abstracta, algo ontológico. -¡No comiences Carlos!, me dice casi gritando, no soporto que me digas, y debo decírtelo, que debo ser un poco más métrica, que no soy lírica cuando estoy en la cúspide de tu presencia, ahí, en esa posición desde donde puedo ver tus perlas llenas de vida mientras canto como sirena. Eso me lo haz dicho, sí, aquella vez cuando estábamos en aquel sitio de paso, una noche de octubre me dijiste, y lo tengo en mi mente como algo fresco, que yo era una sirena y que tú no deseabas ser Odiseo, que te encantaba

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escucharme, siempre. Y era cierto. -Así que Carlos, creo me debes una explicación y una enorme disculpa, y por supuesto, debes detener ésta ola desquiciada de teorías enfermas y psicóticas. Le dije que a ella también le había parecido divertido en un principio. -¡Oh, Carlos!, claro que me he divertido, pero quiero que me digas cosas sucias, esas cosas que la gente cotidiana se dice. Eso de ¡te gusta así, perra!, o ¡lo quieres más duro! Le dije entonces que ella deseaba ser humillada. -Carlos, tú me dijiste una noche mientras veíamos Hombre de familia que el sexo ideal debía ser humillante, lo comentaste en la escena cuando la niña toca la campana de su bicicleta, ¿lo recuerdas? (lo negué), no sé por qué me lo dijiste en ese momento, pero me pareció una sentencia bastante cierta. Yo misma, y te lo digo con toda franqueza, he pensando en ser humillada, al principio lo deseaba de tu parte, pero ahora mi criterio se ha ampliado a más personas, representaciones de género como las llamas tú, y es por eso que te pido detengas esta ola enfermiza del manejo del lenguaje, que esta matando mis deseos primarios con esos imaginarios que formulo por la noche mientras tus sentencias discursivas llenan mis oídos de ansiedad académica, es por ti que detesto todo lo que sea formal, todo esto que tiene una metodología... el amor, querido, no puede ser contenido en procesos científicos, no puede ser teorizado, es por eso que ni Campanella, ni Kierkeegard, ni Russell me contienen, prefiero a Schopenhauer. Él es el primero y el único hombre que tal vez me comprendería, él y no Chomsky ni Frege, él, ¡ese alemán!, mira que decir que todo en realidad tiene que ver con los impulsos sexuales. La tomé del rostro cuando ella dejó de ser sonido para ser sólo lenguaje físico. Estaba molesta, lo sabía, pero no podía hacer demasiado cuando ella estaba enfadada. -Te quitaré la sangre de tus labios, y la beberé lentamente hasta llegar a tus entrañas – le dije. -¡Awww, amor! –Dijo–, es por esa única razón que te soporto, ¿sabes?

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Se levantó, la miré caminar y un sonido chillante y constante nos avisó que el té estaba listo. Le dije que prefería café después de tenerla entre arrumacos y chasquidos permanentes, largos y llenos de sonidos cortos, entre su constante tesis romántica y mi rutinaria teoría institucional. Ella me miró y suspiró mientras deseaba le dijera algo, cualquier cosa, pero no supe que decirle. La observé desde nuestro sitio maltrecho de frases pequeñas y discusiones largas, ese sitio donde ella se siente segura y yo me siento Dios. Me vuelve a mirar y le digo: -¡Hey sirena!, nada hasta acá y dime que adoras mi voz, que necesitas de mis sentencias condenatorias, llenas de miseria, de querer, de necesidad por tus reproches mañaneros, por esos ademanes tan peculiares mientras me dices lo que tu alma siente, que por eso los necesitas, porque te son suficientes. Y ella me mira y me dice que se marcha, que ya tiene suficiente.

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Aída observa con minuciosidad su reciente adquisición. Música de Jazz inunda el ambiente, de cuando en cuando se escucha el chasquido de dedos al ritmo de ella; una luz tenue ilumina aquel estudio, sobre el escritorio un cubo de cristal y dentro una máscara. En el mismo bufete se encuentra una carpeta oscura la cual contiene información de la careta. Aída la toma y pasa de una página a otra, hasta detener su lectura. Se ajusta los anteojos, acomodándose a la orilla del asiento, da un vistazo al antifaz negro bordado con fino hilo aceitunado y descubre figuras humanas, algunas son pequeñas. Gira la caja de cristal para observar mejor uno de sus lados, cada forma posee arriba de su cabeza alguna gema: zafiro, rubí, diamante, etc. Al mirar el otro extremo nota que una de las formas no cuenta con la piedra; busca entre las hojas alguna nota aclaratoria, además ella misma había leído en contadas ocasiones lo referente a la máscara. ¿Cómo era posible que algo así se le escapara? Se levanta, va hasta el interruptor de luz y lo enciende. Al regresar abre la última gaveta del secreter, toma unas pinzas quirúrgicas y unos guantes de látex colocándoselos. De la bolsa de su vestido extrae una llave y se dispone abrir el contenedor. Introduce sus manos, saca el soporte que sostiene la máscara acomodándola a un lado. Toma la caja y mira el fondo, pretende encontrar la pieza que falta pero no es así, vira a la base y coge lo que para estos momentos cree un timo. Cómo reconocida historiadora de arte, no acepta la idea de haber sido engañada. Mecánicamente y sin mirar al otro extremo de la mesa, busca hasta obtener una lupa, ya en su mano observa con más escrutinio los cuerpos marcados. Descubre que cada uno pertenece al sexo femenino, imaginó que posiblemente el artista deseaba plasmar el progreso de la mujer; la idea le entusiasmó, mas la duda le perseguía. — ¿Por qué no terminarla? Deja la lupa a un lado y se reclina en la silla. — ¿Por qué? ¿Por qué murió antes?, — se dijo—.

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Mira la máscara y sonríe: — Hace tiempo que no me sentía tan viva, — se la pone en el rostro— Minutos después. Abre los ojos; cree que se ha quedado dormida, pero tal parece estar soñando aún, pues algunas mujeres y niñas le rodean. La máscara está completa.

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I Bajo la neblina, Oriana se veía diminuta. Sentada a la orilla del muelle, mecía los pies y tiraba cáscaras de mandarina al lago reflejo de la noche. A Oriana la arrastraba el deseo de arrojarse. Para evitarlo, olía la mandarina y, si no era suficiente, se concentraba en el aroma del café que se calentaba en casa. Oriana acarició la fruta. Paseó cada pelo blanco de la mandarina entre los dedos, como lo hacía con la cabellera larga de la vieja. Cuando Oriana era pequeña, la vieja le daba gajos de mandarina en la boca. La niña sentía los pliegues arrugados de los dedos y el leve rasguño de las uñas en el paladar. Dejaba el pedazo entre los dientes y lo mordía lento para dejar salir la pulpa. La vieja nunca confesó ese profundo temor de verla ahogarse. Ahora Oriana lo sabía; así sería su final. — ¿Quiere hacerlo ahora o más tarde?— le preguntó a la vieja que estaba parada al inicio del muelle. Otra vez la escuchó murmurando para sí palabras sin sentido. —Tú eres una bruja— alcanzó a oír. Oriana miraba fijamente su reflejo. Quería arrojarse y apretó la mandarina hasta vaciarle el jugo. —Vuela, vuela, te digo— insistió la vieja. —Si pudiera…— contestó Oriana mecánicamente. Las cáscaras de mandarina se iban como balsas que navegan la noche. —Aléjate de mi casa. Vuela, bruja. Te ordeno que vueles—dijo la vieja, pero Oriana la ignoró. — ¡Váyase a casa!— le gritó fastidiada. Oriana podía sentirla acercándose encorvada y titubeante. La vieja había cambiado. Ya no era una mujer sensata. Le exigía atención y ella nunca la

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complacía. El té de un modo y el cepillado de otro; el baño entre tibio y frío; la mandarina pelada de manera exacta, y los gajos siempre a la mitad. La vieja abría la boca destentada y los recibía cerrando los labios sobre sus dedos. —Las brujas se van al infierno— alzó la voz. Las tablas del muelle crujían. Ella se aproximaba con sus pasos torpes. Desde que perdió la razón, la vieja perseguía a Oriana con una antorcha acusándola de bruja. Ella apenas corría lo suficiente para no quemarse. No le era fácil esconder su figura regordeta en las habitaciones reducidas de la casa. Así que bajaba a toda prisa al sótano, mientras la vieja le prendía fuego a la puerta y retrocedía. Oriana atravesaba el umbral con la piel ardiendo. Las heridas que le dejó el fuego nunca sanaron. Permanecían ahí como un recordatorio del juramento que hizo: cuidar de la vieja, como la vieja cuidó de ella. Sí, Oriana quería ser una bruja para escapar volando de ahí. —Estoy en el infierno —murmuró—. Espéreme en casa, voy en seguida —le suplicó. Oriana repasaba su silueta en ese lago insondable. La vieja musitaba sus maldiciones y la interrumpía. Se acercaba más. Oriana la oía y pudo descubrir otro ruido, el del fuego rozando el aire. “No se atrevería”, pensó y se tocó las heridas. —Está enfriando. Debería estar en la cama. —Aléjate… maldita… vuela… arde… —entonó la vieja casi en secreto. Oriana apenas oía su voz. No quería mirarla. “¿Por qué no se calla?”, dijo Oriana para sí. — Voy en un momento, ¿está bien? Oriana sintió un golpe seco en la espalda. —Bruja. Las brujas se queman— le dijo la vieja. Oriana se volvió para mirarla. Sintió el fuego en el rostro, retrocedió y cayó al lago. Solamente emergió la mandarina que tenía en las manos.

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II Bajo la neblina, la vieja sostenía un leño encendido para protegerse de la bruja que mecía los pies al final del muelle. Se había hecho pasar por una niña, pero esta vez no iba a engañarla. La vieja sabía bien quién era y no había otro remedio. Quemada o ahogada. Así sería su final. — ¿Quiere hacerlo ahora o más tarde?— le oyó decir a la bruja. —Tú eres una bruja. Devuélvete a las tinieblas. Vuela. No me vas a llevar. Tú eres una bruja— susurró y avanzó cautelosa para no provocarla. —Vuela, vuela, te digo—insistió la vieja y rezó para sí‒. El fuego me protege y a ti te aborrece. El fuego me protege y a ti te aborrece. —Si pudiera, lo haría…—le contestó la bruja. —Aléjate de mi casa. Vuela, bruja, te ordeno que vueles— dijo la vieja y bajó otra vez el tono de su voz. —Te protege casa el fuego. Te protege alma el fuego—musitó. — ¡Váyase a casa!— le gritó la bruja. Todo este tiempo la vieja la había provocado con pequeños quehaceres para descubrirla. Sí, era obediente, pero hay que desconfiar del carácter sumiso. Las bestias se esconden bajo disfraces inocentes. —Las brujas se van al infierno— la vieja alzó la voz y la bajó de nuevo —y arden—. Debajo de sus pies silenciosos, las tablas del muelle crujían. La bruja había escapado en el pasado, mas había llegado el momento de regresarla al infierno. Regresaría quemada a ese lugar de donde había salido. —Espéreme en casa. Voy en seguida— la bruja quería convencerla. —La bruja blasfema y profana, seduce e injuria. Regresa al lugar de donde saliste—musitó la vieja y caminó más aprisa. El leño seguía ardiendo. —Traigo la luz y te llevo a ella— balbuceó y movió la antorcha que cortaba el aire. —Está enfriando. Debería estar en la cama— la bruja quería persuadirla.

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“No voy a caer en tus trucos”, le advirtió desde el silencio. —Aléjate… maldita… vuela… arde… —entonó la vieja casi en secreto. — Voy en un momento, ¿está bien? —No, nunca estuvo bien— respondió la vieja con su voz apagada y sacó una mandarina de su suéter de lana. No era una fruta, era la luna llena y el sol; era el círculo de fuego donde arden las brujas; era el mundo y se lo lanzó. —Que vueles—le repitió en voz baja y se acercó hasta la bruja. —Bruja. Las brujas se queman— le dijo y movió la antorcha para acorralarla y arrojarla al vacío. El fuego se acabó de tragar el leño y la vieja no lo soltó. Las llamas la cubrieron. Ya no susurraba.

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Una notte con la lune ho encontrado un angelo que no poteva più volar, una notte delle stelle si scordò, e anche senza ali in cielo mi portò… Fueron las últimas palabras de aquel hombre tendido sobre el concreto frente a la catedral. Aquella noche era fría y neblinosa, me hizo pensar que era especial, no sé por qué, pero esa noche sonrío después de no hacerlo en tanto tiempo. Demetrios fue la única persona viva que logró hacerme sonreír en mi “nueva vida”. Su figura bastaba para que mis labios se alegraran ¿y cómo no hacerlo? Un talle largo y delgado, una piel morena que brillaba a la luz de la luna, la barba que dibujaba un perfecto candado, resguardando aquellos carnosos y dulces labios y sus rizos negros, moviéndose al ritmo de las melodías que salían de aquel violín que tocaba con los ojos cubiertos frente a la catedral a media noche. Siempre seduciéndome con su música y yo dejándome. Una noche la sonrisa se borró de mis labios, la felicidad se esfumó al ver que mi amado Demetrios estaba en el suelo bañado en sangre. Por primera vez tenía miedo. En vano fue verter un poco de mi sangre en su boca, ya estaba muerto y no podía revivirlo. Fue un robo, pues su violín no estaba. La furia se apoderó de mí y dediqué toda esa noche a matar uno a uno a cada habitante de la ciudad que me fuera posible antes del amanecer. Mi crimen fue encubierto, le adjudicaron las muertes a una manada de lobos que rondaba la ciudad. Una melodía que suena a lo lejos me saca de mis recuerdos, me es tan familiar que despierta mi curiosidad, sin pensarlo camino guiada por las notas cada vez más deprisa. Pero el pasado me golpea en la cara. Demetrios tocando el violín con los ojos vendados, frente a la catedral, solo para mí. «Pero es imposible», «No aquí», «No en este tiempo», «Demetrios está muerto», «¿Quién es este fantasma o demonio tan parecido a él?» Me acerco cautelosamente para que no note mi presencia, lo observo y escucho detenidamente. La melodía es la que Demetrios tocaba para mí, pero él no era Demetrios. Este hombre tiene el cabello rizado, es castaño y su barba a pesar

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de ser un candado no es perfecta como la de mi antiguo amor, por lo demás es idéntico. Me quedo hipnotizada « ¿Cuánto tiempo he estado escuchándolo?». Casi amanece, regresaré mañana. Comí muy deprisa para venir. Te observo tocar el violín, eres impresionante, incluso más que Demetrios, tocas el Caprice 13 de Paganini, mi pieza favorita y dejo escapar un leve suspiro. Sonríes de repente pero no dejas de tocar… «Me tienes dulcemente atrapada». Esta noche casi no comí, no quiero llegar tarde, quiero verte y escucharte. Me escondo a un lado de la catedral para que no me veas. Llegas y por primera vez veo tus ojos «¡Son grises!» «Eres hermoso». Vendas tus ojos y abres el estuche del violín, lo pones en tu hombro y comienzas a tocar, nuevamente el Caprice 13 de magnifica forma; incluso mejor que ayer. Tengo la impresión de que lo haces sólo para mí. Hoy no ingerí alimento sólo por esperarte, no sé por qué, pero cuando no te veo o escucho tu violín me siento inquieta. La imagen de Demetrios surge en mi cabeza atormentándome y sólo desaparece cuando te veo llegar. Al parecer, “La risa del diablo” de Paganini se ha vuelto un himno para ti, pues la has tocado cada noche, no me importa, es mi pieza favorita. Desde hace un mes vengo cada noche, sin falta, a verte. He dejado de alimentarme, me siento débil, pero no terminas de sorprenderme. Cada nota que creas es una invitación para mí, o eso creo, es una seducción a la que me tengo que resistir, es mi nuevo alimento. «¿Quién necesita sangre para vivir, si te tengo a ti?». Hoy ya no pude resistir, necesitaba alimentarme con urgencia o entraría en un largo sueño y no podría escucharte más. Llegue tarde, no hay música pero estas de pie con el violín preparado, los ojos vendados y, como si me vieras llegar, comienzas a tocar tu himno, «Nuestro himno». Disfruto de la pieza mientras tocas, tu voz me sorprende: -Buenas noches, señorita- me dices dulcemente- llega usted tarde. -No dejes de tocar. Sigues tocando, ahora tocas “La Campanella” para alegrarme y te pregunto: -¿Cómo sabes que he venido antes y que soy una mujer?

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Sonríes sin dejar de tocar: -Mis ojos están vendados, pero no mis otros sentidos; escuche tu suspiro cuando toqué “La risa del diablo” y asumí que te gustaba, por eso la tocó siempre y, ¿cómo supe que eres mujer?-sueltas una risita-, tu suspiro es delicado y el viento se porta bondadoso conmigo y me trae el aroma de tu perfume. Cambias la pieza, una de tu repertorio, es sensual, invita a la pasión, llena cada uno de mis sentidos y me arrastran a ti. Dejas de tocar y bajas el violín. -¿Cuál es su nombre? -No pares, sigue tocando, mi nombre… No importa. Tus manos titubean al acomodar nuevamente el violín sobre tu hombro y sigues tocando; tu mejilla se apoya al cuerpo del violín y la luna se asoma sólo para iluminar tu cuello tan expuesto a mi apetito, a mis deseos. Una gota de sudor que va desde tu oreja lo recorre lentamente, mi lengua vibra dentro de mi boca acariciando mis colmillos, mi garganta se reseca y por primera vez, desde que te vi, me acerco a tu espalda apenas rozándola con mi mano. Dejas de tocar e intentas tomar esta mano que huye de la tuya -No pares- le digo casi suplicándole-, por nada del mundo pares de tocar. Y sigues tocando, beso tu cuello, que se eriza ante el toque helado de mis labios, aun así no fallas ni una nota. Te susurro al oído: -Eres impresionante. -Amo la música. Si la vida me lo permitiera, tocaría el violín hasta el fin de los tiempos. La melodía sigue y sólo opaca su sonido el roce de mi piel sobre tu cuello. El tiempo desaparece por unos minutos o una eternidad, no lo sé y no me importa. «Es mi oportunidad» -¿Es eso verdad? o ¿sólo lo dices para impresionarme? Sonríes y lo piensas, aprovecho esos segundos donde sólo se escucha tu violín, para besar tu cuello. -Es en serio.

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La música sigue cada vez más a prisa, me acerco un poco más a ti, te envuelvo en mis brazos; una cuerda del violín se revienta cortando tus dedos, pero sigues tocando mientras te digo en voz baja: -Cumpliré tu deseo. Abro mi boca y muerdo tu cuello, una última nota se hace escuchar entre dolor y placer, retiro mis labios bañados en tu sangre, te recuesto delicadamente en el frío concreto, mientras me dices: - Una notte con la lune ho encontrado un angelo que no poteva più volar, una notte delle stelle si scordò, e anche senza ali in cielo mi portò. Fueron las últimas palabras de aquel hombre tendido sobre el concreto frente a la catedral. Esa noche sonreí después de no hacerlo en mucho tiempo.

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Veo como transcurren los días, Como las hojas tontas del verano, Como las mañanas más rápidas del mundo, De la existencia. Encuentro varados en un rincón austero, Los sueños que en su momento se alzaban con fulgor y pasión, Con tanta esperanza, Y ahí están, en el borde de la cama, Plasmados en hojas petricas al tiempo, Cubiertas de un capa espesa de polvo y tristeza, Gritando en sollozos cada vez más débiles: -Aquí estamos…Tan carentes de energía, tan atrayentes, Lo tomo entre mis manos delicadas, Una hoja rosa con su ser mi piel, La sangre bendice en un rito rápido, el cuaderno olvidado, Como si le diera parte de mi alma, Como si esos sueños repletos de mediocridad hablaran, Las hojas se inundan con la luz del cuarto, Esas palabras plagadas de poesía de nuevo ven un faro, Comienzo a recitar. Lentamente ingiero cada parte de su cuerpo, Cada rima, cada oración, Cada gota de dolor que plasme en su momento, Mis recuerdos, Un diario ingenuo. Palpo con el sabor de la verdad la añoranza eterna, Esa que se guarda en el ropero, Junto a la basura sentimental. Las hojas continúan su paso, Una mirada vacía las inspecciona a detalle, Mis manos se cubren de polvo, Mi cama de deseo, Cada vez más rápido, trato de ingerirlo como a un bocado,

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Pero es demencial compararlo como tal, E ingenuo hacer esa referencia. -Y me duele… Pues no concebí los sueños de la infancia, Los solape con banalidades absurdas, No cumplí con mis amores platónicos, Las deje tumbadas en una cama sucia, En una habitación hipócrita. Ya no puedo más, Lo arrojo por la ventana, Al ir cayendo, aun lo escucho profesar alegría, Placer, sueños, añoranza. Ha comenzado a llover, Veo como la tinta de ese cuaderno infame cubre lentamente las calles, Como una persona molida a golpes y con muchos cortes. Su sangre es una mancha negra, Su ser lo esparce, hacia una alcantarilla vacía y putrefacta, Una perfecta metáfora para mis anhelos. Todos terminan ahí, viejos o nuevos, Vivirán siempre en una cloaca “limpia”. El tiempo aun se burla de mí, La inclemencia no parece dar tregua a las calles, A las personas que circulan el vecindario, Esos entes que se cubren con un pedazo de cartón la cabeza, Como si esa pequeña lluvia quemara y perforara la piel. Miro extrañado mi deseo de recuperar el cuaderno, - ¿Para qué? - le pregunto a mi alma, - ¿Por qué no? - la maldita me responde. Sinceramente, no pude acertar el golpe de regreso a gusto, No pude quedarme con el sabor dulce de la repetición, Recojo una chamarra mullida, Las llaves frías del bol, Salgo a la tempestad. La lluvia hace una fiesta, junto con el tiempo, de mi esencia, Comienza a escupir en mi rostro, ahora con más entusiasmo, Levanto el cuaderno, Y él me agradece con un –Gracias- mojado, Regreso a mi cueva, Lo coloco en un lugar seco,

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Una hoja se escapa de esa cárcel. Es una carta. Me sorprende mucho saber que la lluvia no toco ni una fibra de su ser, Ni siquiera la humedad vomito en ella, La abro de par en par, Una lágrima es la primera en profanar su virginal cuerpo. Es un mensaje tonto de despedida, de profecías, de amor, La última que no le di a mi amada, A esa persona que me ridiculizo junto a un árbol, Y que a la vez, me robo el primer beso cerca del mismo. No puedo creer que lo olvidara, Un día antes de mi cumpleaños, Esa era la fecha de entrega, Pero no lo hice, por miedo. Un día después, ella me deja hundido en lágrimas, Las personas que pasaban se extrañan, No por ver a la tristeza golpeándome, Sino por qué, es raro ver a alguien gimotear en una tarde hermosa. Te olvide junto con este libro, Trate de romper la carta en su momento, La ingenuidad de que todo iba a mejorar, me lo negó. Los años son sabios y crueles, Quemo la carta junto con esos días bellos, Resguardo el cuaderno unos días más. Al secarse hago que comparta el lugar de esa postal, Lo entierro en cenizas a la luz de la luna, El viento se los lleva, como a las hojas tontas de verano. Y estoy aquí, esperando a que esa brisa se lleve todo lo malo de mi vida, La tristeza, la soledad, la hipocresía y el dolor, Pero hasta la ventisca nos traiciona, Nos promete por venir y esperanza. Hoy, sólo se llevo las cenizas de mis días de juventud, En la noche me abrazo con un frio de los demonios, E hizo de mi mente un mar de pesadillas. Y por la mañana, Me arranco ferozmente las lágrimas del rostro…

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Brotamos de la tierra. Nacimos en la noche pues nuestra piel tan clara no hubiera soportado la potencia del sol. En ese estado primigenio nos revolcamos desnudos y aparentemente inconscientes. La humedad nutrió nuestro espíritu y fue configurando el carácter. Luego, el fuego se encargaría de sellar nuestra piel, pues no éramos como los animales que viven en el agua, y necesitábamos curtir nuestro cuero para que no escaparan los fluidos y perecer en la disolución. Crecimos fuertes y arrogantes. Aprendimos a trabajar. Sentimos nostalgia por la tierra y la penetramos con hierros y azadones, pues sabíamos de su fertilidad. Aprendimos el orgullo y el castigo. Pero al final de la jornada, cuando el sol se pone, una irremediable melancolía nos invade. El ocaso es una hora fatal, donde muere el día y sus motivaciones. Todo se vuelve de un gris azulado que no llega a establecerse jamás. Aunque creemos saber lo que vendrá luego, renace el ancestral temor a lo indefinido. Pero el temor no importa, nos sumergimos en la noche pues necesitamos disfrutar y morir, aunque sea un poco. Sólo así soportaremos vivir al día siguiente. Llega la noche y sólo hay dos caminos. Buscar refugio en la morada que ya hemos construido, donde nos creamos un nicho cómodo, confeccionado de seres y objetos que intentan convencernos de su constancia y previsibilidad. O sumirse en la noche, arremeter de frente contra ella, aunque sepamos que es imposible encontrarle cara y que irremediablemente vamos a sucumbir a la multiplicidad. La noche despliega unas calles infinitas, llenas de sombras, licores humeantes y cuerpos blandos. Es el imperio de lo imprevisible, la naturaleza recobra el poder que parecía haber cedido a la ciudad del hombre y su luminosidad. El hombre domestico buscó refugio en su morada cuando el sol, que lo protege y lo castiga, se ocultó. Obediente y consciente de no poder huir de la oscuridad se internó en ella de la manera más convencional. Entró a la casa que construyó en los días de sol, con ladrillos de tierra. Se acostó con su mujer y se hundió en lo negro de sus entrañas, jurando hacerle un hijo que le sirviera de justificación. Pero este hombre no escogió un destino diferente al del vagabundo o el borracho que se zambullen en la noche, pues él naufragó en los infinitos del sueño y el amor.

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Por eso, al dĂ­a siguiente, el hombre se renueva al tomar otro camino, otro surco en el ciclo eterno. Pues ĂŠl, al igual que todos, fuimos uno y otro hombre, fuimos domestico y vagabundo, y volveremos siempre a serlo.  

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ENSAYO (Según la RAE):

Obra literaria que consiste en la reunión de algunas reflexiones hechas sobre un tema determinado


México es un país marcado por su historia, cultura, sabor, tristeza pero sobre todo de felicidad. Por eso no solo creo yo sé que México es grandioso pero nosotros tenemos que hacerlo mejor, somos esa formula incorrecta para la felicidad. México es una nación de humildad y derroche, es una nación en la que aunque todo te de razones para derrumbarte otras pocas te dan para disfrutar de una buena comida, es una nación de majestuosidad de sus montañas, ríos, mares, desiertos, bosques, cuevas, todos los colores de la naturaleza pintan el retrato del país y que decir de los murales de Diego, de las pinturas de Frida, de la poesía de Sor Juana, la literatura de Octavio, y los cuentos de Villoro. Somos esa fuerza que nunca se deja vencer con la ayuda de grandes mexicanos como Benito Juárez, el presidente indígena, Hidalgo, el padre libertador, Morelos, el padre y genio militar, entre muchos otros contra espala, Porfirio, el PRI y tantas barbaries que controlaron, sometieron y desesperanzaron al país. Los mexicanos somos tan únicos. En una encuesta dirigida al D.F., la mayoría de las personas pensaban que México no iba a mejorar, pero se mostraron optimistas frente a la clonación, tal vez las cosas no puedan mejorar pero nos gusta seguir viviendo en México esa nación de contrariedades con su mariachi y el tri, sus dulces y la comida picante que tanto nos gustan, de edificios enormes y pueblos apacibles, de Cantinflas y Salinas de Gortari, de televisión basura y el laberinto de la soledad, de día de muertos y “jalogüin”, de mangos con chile y caviar para unos cuantos, de carnavales homosexuales y los machos de botas, de borrachos en internet y candidatos al banco mundial. Claro el futuro de México se ha visto ensombrecido, con enormes devaluaciones, con un gobierno basura de 71 años, de una forma errónea de como ser político, con un presidente que intento traer ideas modernas a México pero mantener los viejas formas, con unas ideas inútiles que se siguen usando mientras el país pide a gritos reformas tanto en educación como en gobierno, con una forma de eludir responsabilidades de vivir en la impunidad y de encubrimientos, con dos únicas televisoras publicas que controlan la información que quieren que escuchemos con corrupción en todos los niveles de gobierno así como en los ciudadanos comunes, con mexicanos sin amor a su nación que solo buscan lucrar para ellos y su familia dejando

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a su suerte a muchos mas, con su forma tan conquistada, desesperanzada y sometida de muchos mexicanos. Pero no tenemos por qué ser así los mexicanos hemos sido sabido buscar esperanza en la vida, buscar libertad en el descontento y de eliminar ese conformismo tan maligno para nuestro país como quien lo crea, por ello exhorto a cualquiera a no conformarse a no decir, “al menos no es el PRI”, “al menos trajo trabajo y construcciones”, “al menos no lo hemos perdido todo”, “Al menos no estamos peor…”, y también yo los exhorto no solo a pedir sino exigir un cambio en México, en esa educación arcaica, en esa lucha contra el narcotráfico mal planeada, a ese derroche monumental de la oligarquía mexicana, a esos monopolios que enriquecen a unos pocos y condenan el futuro del país y finalmente te pido que seas un mejor mexicano, no solo para ti, a tu familia, sino para el país que tanto con fervor: México.

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Aprenderemos, dĂ­a a dĂ­a iremos mejorando. InformaciĂłn sobre nuestros colaboradores y los detalles de nuestra convocatoria siempre abierta en; http://revaespantapajaro.tumblr.com/


AGRADECIMIENTOS EN GENERAL. Agradecemos por su confianza, por su todo. De puño y letra.

Callejón del Libro Entre rayón e Hidalgo (centro de cuernavaca) Agradecimientos Gerardo… Escritor, a ti te doy las gracias por confiar en nosotros. De corazón. Lector a ti te ofrezco esta vía de lectura tanto impresa como on-line y agradezco el interés que en estas otorgues.Por tu tiempo., por tu todo. A Facebook, google, photoshop & brushes, indesing. Agradecimientos Israel… En primer plano quiero agradecer a los colaboradores quienes hicieron posible la publicación de éste primer número al enviarnos sus trabajos para ser publicados, sin ellos ésta quimera no podría haber visto la luz, viene después mi agradecimiento a todo aquel que aunque no colaboró de forma directa con una página en ésta revista, se ha tomado la molestia sin menester de interés por éste idealista proyecto. No me queda más que desearte qué disfrutes lo que en éstas hojas impreso está, pues es lo que personas como cualquiera quizá, expresó de su ingenio y tradujo a palabras habiendo ahuyentado los cuervos del temor. Sigamos creciendo como revista, como proyecto, como espantapája ros, como personas... sigamos en pie, sigamos escribiendo. Agradecimientos Víctor… Gracias por siempre acompañarme en este tren y hacer un viaje a al callejón de los sueños, Gracias a mi Familia, mis amigos (Juan †, Saharai, Leslie, Elsita, Verónica, Oscar y los que hagan falta ya saben quienes son) Gracias a todos en General.


Amigos Anexamos un espacio para ti lector, escritor.

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[...] Era un ángulo de aves dirigidas aquella latitud de hierro y nieve que avanzaba sin tregua en su camino rectilíneo: era la devorante rectitud de una flecha evidente, los números del cielo que viajaban a procrear formados por imperioso amor y geometría. [...] Pero en la muchedumbre de las aves rectas a su destino una bandada y otra dibujaban victorias triangulares unidas por la voz de un solo vuelo, por la unidad del fuego, por la sangre, por la sed, por el hambre, por el frío, por el precario día que lloraba antes de ser tragado por la noche, por la erótica urgencia de la vida: la unidad de los pájaros volaba hacia las desdentadas costas negras, peñascos muertos, islas amarillas, donde el sol dura más que su jornada y en el cálido mar se desarrolla el pabellón plural de las sardinas. [...] Migración - Pablo Neruda.



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