REVISTA
EXOCEREBROS
Bienvenidos, buscadores de mundos ucrónicos. En esta oportunidad, damos a conocer el cuento de Isabel Pedrero (M.H. Heels): Autora de fantasía y ciencia ficción. Admiradora de la forma cruda y directa de la literatura pulp, en cuyas revistas underground publicó algún relato en su adolescencia, sus historias suelen huir de lo cotidiano y los finales felices. Publicó bajo el seudónimo M. H. Heels un relato en la antología Fieles, en la revista online Círculo de Lovecraft, colabora en la revista online Valencia. Escribe y se encuentra terminando su primera novela.
Pasen adelante y muchas gracias por viajar con nosotros.
Combustible. Isabel Pedrero
Llevaban diez días dando vueltas a aquel planeta y parecía que nada podía ir a peor. Los niveles de combustible estaban al mínimo y era casi imposible que pudieran dar otra vuelta más y conseguir aterrizar sin problemas, ni siquiera aprovechando su propia gravedad. La alarma de los niveles de oxígeno les taladraba el cerebro con su pitido incesante y ninguno de ellos pensaba ya con claridad. —Debemos descender, comandante Alrazi. —¿Te he dicho alguna vez que odio que me llames comandante? —respondió irascible. —Todas y cada una de las veces. —Rió.
Alrazi sopló para quitarse de la cara un mechón de pelo y puso los ojos en blanco. Hacía meses que el comandante de la nave había muerto por la fiebre. Después, murió el segundo de abordo y luego todos los demás, hasta que únicamente habían quedado los siete tripulantes Zanobi. Parecía una broma de mal gusto. Llevaban una cápsula de hospitalización de última generación que podía incluso regenerar un miembro cercenado —siempre y cuando no hubieran transcurrido más de tres horas— pero había sido incapaz de quitar aquella fiebre. No sabían qué era lo que la causaba pero, al parecer, la raza Zanobi era inmune.
—Tienes razón, Badus, debemos bajar. No nos queda otra opción, pero… Alrazi puso la mano en el cristal de la nave sin poder quitar la vista del planeta. Badus colocó la suya encima. —Lo sé.
Ambos inspiraron al mismo tiempo, compartiendo sentimientos por el tacto. Estaban asustados. Todos lo estaban. Se miraron a los ojos y Badus sintió el impulso de abrazarla, desoyendo su propia naturaleza. El sentimiento que Alrazi le devolvió dejó claro que estaría fuera de lugar. Caminaron en silencio hasta el módulo de descanso, donde les esperaba el resto. Era una ironía que se llamase así, hacía tiempo que ninguno descansaba. Los Zanobi eran una raza que no necesitaba más de dos horas de sueño al día pero, desde que empezaron las muertes, ninguno de ellos había conseguido dormir más de quince minutos. —Debemos descender a Ayvinn —informó Badus nada más entrar por la puerta. —Es un suicidio —murmuró Groann, el enfermero del grupo.
—¿Y qué pretendes que ¿Quedarnos aquí y morir?
hagamos?
Groann se retorció un mechón de cabello entre los dedos. Sabía que tenía razón, aquel pitido se lo recordaba de forma incesante. —Si bajamos, tendremos una oportunidad de sobrevivir. Ayvinn está en guerra y eso es evidente. Además, sus habitantes odian a los Zanobi tanto como nosotros a ellos…, pero, si conseguimos que uno de los bots de combate Navzar nos localice a tiempo, ellos nos llevarán a su base y estaremos a salvo —explicó Taffey. — ¡Claro, los Navzar! —Exclamó Alrazi—. Estaba tan absorta en la batalla de Ayvinn que olvidé contra quién estaban luchando. Si fuera humana te besaría en la boca. —Pues agradezco que no lo seas —replicó con un gesto de asco.
—Menos mal que llevar a una historiadora en el grupo ha servido de algo —bromeó Badus. Taffey sonrió. —Bien, pues interesante.
vamos
allá.
Será…
Se dirigieron al puente de mando en un silencio tenso. Nadie se atrevía a decir nada, ni siquiera Badus. Aquella era una nave humana y, aunque era bastante similar a las naves Zanobi, ninguno de ellos había pilotado antes y mucho menos, había tenido que aterrizar. El último de los ingenieros que tenía una remota idea de lo que hacía, había marcado aquel rumbo antes de morir. Por eso llevaban diez días dando vueltas. Se colocaron frente al panel de mando. No podía ser tan difícil. Allí no había más que una docena de botones y dos palancas,
¿qué podría salir mal? Todos miraron hacia Alrazi. No sabía por qué, pero habían decidido que ella estaba al mando. Era absurdo, no era más que una bióloga. Quizás Badus, que tenía un pasado militar, tuviera más idea de lo que debían hacer. Miró hacia él y le puso la mano sobre el brazo. El sentimiento de pánico que le devolvió por el tacto era incontrolable, estaba a punto de derrumbarse. Miró hacia el resto y todos le devolvieron una mirada de esperanza. Inspiró profundamente y contuvo el aire en los pulmones. Los demás, uno a uno, colocaron sus manos sobre su cuerpo enviándole toda la esperanza y calma de la que eran capaces. Respiraron como un único ser durante un instante y se fueron separando poco a poco. Cuando el último de ellos dejó de tocarla, sintió un vacío inmenso y tuvo la premonición de que
sería la última vez que les sentiría. Deseó que fuera porque ella moriría y no por ser la única que quedase con vida y se sentó a los mandos. Alrazi despertó en una cama que no era la suya. Una figura alta le quitó el pelo de la frente con unos dedos extremadamente largos. Alrazi miró a aquellos ojos rectangulares. —No eres Nazvar… —dijo con una voz ronca que le rasgaba al hablar—. ¿Quién eres? La figura tocó los botones de una máquina que le bombeaba en el pecho, ignorando la pregunta. La visión de Alrazi se hizo más clara y pudo apreciar las marcas en la piel amarillenta. —Carroñeros Nagysh… —dijo con una mezcla de pánico y odio—. ¿Qué hacéis en Ayvinn? —Se envalentonó.
—Siempre necesitamos combustible — respondió chasqueando las consonantes. Alrazi miró alrededor. Desde donde estaba, pudo ver a Badus y otros dos cuerpos más que no pudo identificar. Todos estaban conectados a máquinas de las que salían unos tubos que se incrustaban en la pared. Se miró a sí misma y pudo ver los mismos tubos que subían desde su caja torácica. El Nagysh se inclinó hacia ella y sonrió de manera macabra, inundándola de su aliento dulzón. Una lágrima cayó por la mejilla de Alrazi y no pudo evitar pensar que su premonición se había cumplido.
Ilustraciรณn portada e ilustraciรณn interior: Froy Balam
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Idea original y revisiรณn texto: Marilinda Guerrero