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La culpa te aísla

La culpa es una emoción poderosa que puede tener efectos significativos en nuestras vidas. Cuando experimentamos culpa, podemos sentirnos avergonzados, ansiosos e incluso deprimidos. En algunos casos, la culpa puede llevar al aislamiento emocional, social e incluso espiritual.

En la Biblia, la culpa se presenta como una consecuencia del pecado. En Génesis 3, podemos ver cómo después de que Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido, experimentaron vergüenza y culpa y se escondieron de Dios. Fue un momento de quiebre en el privilegio que tenían de compartir cercanía e intimidad con Dios por su pureza de corazón.

Fue el pecado el que trajo ese sentimiento de culpa que no solo separó a Adán y Eva de Dios, sino también entre ellos. Porque la culpa lleva a la vergüenza y la vergüenza al aislamiento.

En la época bíblica, la ley judía condenaba públicamente a los pecadores. Las personas que eran culpables de pecados como el adulterio, la idolatría o el robo eran expuestos ante la comunidad y a menudo eran marginados y rechazados. En la actualidad, aunque muchos pecados ya no se condenan de la misma manera, el temor de que sean descubiertos y el remordimiento puede llevar a la persona a sentirse aislada y separada de los demás.

Hace un tiempo conocí a una mujer que había sido alcohólica. Era madre de cinco hijos, pero por su adicción no se había hecho cargo de ninguno de ellos. Habían crecido en casas de familiares, criándose prácticamente solos e incluso, uno había muerto en su niñez. Ahora todos eran grandes, algunos tenían hogares con hijos, pero uno de ellos era alcohólico como su mamá y también drogadicto.

Por diferentes razones, esta mujer había llegado a una fundación cristiana de rehabilitación y estaba descubriendo el poder de Dios. Ya lo había aceptado en su corazón, pero estaba en proceso de sanar su pasado.

Había dejado de beber, pero aún no era libre.

Me contó que sus hijos no querían saber de ella. No la habían perdonado y ella misma sentía culpa por todas las veces que la habían buscado necesitando una mamá y ella les había dado la espalda. La culpaban de la muerte del hermanito pequeño y de la fuerte adicción del otro. Lo más triste es que, aunque estaba arrepentida y había pedido perdón, seguía cargando con la vergüenza y el remordimiento. Es verdad que esta mujer necesitaba sanar la relación con sus hijos, pero lo primero que necesitaba era reconocer que Jesús había muerto en una cruz para limpiarla de todo ese oscuro pasado. Ella no tenía que llevar más la tristeza de lo que había ocurrido antes, era el momento de liberarse de la culpa.

El aislamiento y sus consecuencias

De acuerdo con la Academia Nacional Científica Colectiva de los Estados

Unidos (NASEM), el aislamiento social está asociado con un aumento de casi el 50 % del riesgo de demencia, 29 % del riesgo de enfermedad cardiaca y a un aumento del 32 % del riesgo de accidente cerebrovascular.

Y es que ese es precisamente el plan que Satanás tiene para nosotros cuando nos llena de culpa y nos hace sentir sucios e incapaces de convivir con los demás, pues nos muestra poco merecedores de amor, compañía y apoyo.

Como creyentes, sabemos que tenemos un enemigo que anda como león rugiente buscando a quien devorar (1 Pedro 5:8). Él busca engañarnos para que vivamos sumergidos en la culpa, viviendo en la mentira de que somos sucios, malvados, como mercancía que se echó a perder y así evitar que cumplamos con el propósito que Dios nos ha entregado.

Es verdad que el pecado nos ha manchado, pero debemos comprender que hemos sido lavados de ese pecado (sin importar cuál sea) para vivir vidas que impacten. Aislarnos por cuenta de la culpa que sentimos, solo hará que nuestras vidas sean miserables, pues Dios nos hizo para cumplir propósitos de la mano de otras personas.

¿Cómo eliminar la culpa?

La Biblia ofrece una solución a la culpa y al aislamiento. 1 Juan 1:9 dice: Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad. La confesión es la clave para liberarse de la culpa y la vergüenza. Al confesar nuestros pecados a Dios y arrepentirnos, podemos ser liberados del peso de la culpa.

¿Confesar a quién? Primero que todo a Dios, reconociendo nuestra condición de pecadores y nuestra incapacidad para dejar de pecar, pero con una actitud de arrepentimiento genuino. También, después de buscar sabiduría en oración, se puede confesar el pecado a las personas ofendidas, aunque se hace necesaria una guía, pues no en todos los casos es sabio confesar los pecados a los implicados, pues les hará más daño que traerles bienestar. En esos casos es mejor buscar apoyo en consejería y en oración para que sea Dios quien revele el paso a seguir.

MIENTRAS GUARDE SILENCIO, MIS HUESOS SE FUERON CONSUMIENDO POR MI GEMIR DE TODO EL DIA. SALMOS 32:3.

También podemos confesar el pecado en busca de ayuda. A veces nos cuesta dejar de pecar y mantenernos en silencio ahonda más la herida.

Jesús también nos dio una solución a la culpa y al aislamiento que trae consigo. En Marcos 2:17, Jesús dijo: —No son lossanoslosquenecesitanmédico,sino los enfermos. Yyo no hevenido a llamar a justos, sino a pecadores. Él vino a salvar a los pecadores ya restaurar la relación del hombre con Dios. A través de la fe en Jesús, podemos ser reconciliados con Dios y restaurados a una comunidad de creyentes.

Aunque la culpa puede aislar a las personas de Dios y de los demás, la confesión y el arrepentimiento, así como la fe en Jesús, pueden liberarnos de ella y restaurar nuestras relaciones con Dios y con los demás. Como creyentes, debemos recordar que el perdón y la restauración están siempre disponibles a través de la gracia y la misericordia de Dios, solo debemos aceptarlas para que sean una realidad en nuestras vidas.

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