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La primera capitana de futbol femenino en Colombia

Desde niña, Miryam Guerrero rompió paradigmas, plantó las semillas de los éxitos de hoy y ganó a pulso un lugar meritorio en un deporte que estaba reservado exclusivamente para los hombres. Su vida refleja la forma en que Dios ha cumplido su propósito de forma extraordinaria.

Como una espectadora más frente a la pantalla del televisor, Miryam Guerrero contenía el aliento. Era el 12 de agosto y la Selección Colombia Femenina de Fútbol se enfrentaba en cuartos de final a Inglaterra.

El país seguía emocionado con cada partido de las “Chicas Superpoderosas” en la Copa Mundial de la Fifa 2023, que se realizó en Australia y Nueva Zelanda. Infortunadamente, en ese encuentro, el seleccionado nacional cayó 2-1 ante las inglesas, pero esa fecha quedó marcada en nuestra historia deportiva como el punto más alto en la que ha llegado, hasta ahora, la tricolor femenina.

Cuatro días después, el 16 de agosto, miles de hinchas ataviados con banderas, pitos y pancartas inundaron las calles de la capital y el Movistar Arena para darles la bienvenida a las jugadoras y al cuerpo técnico de la Selección. Además del amplio despliegue informativo, el homenaje, las condecoraciones, los reconocimientos y los aplausos, cada una de ellas recibió un premio en efectivo cercano a los 350 millones de pesos. Nuevamente frente a su televisor, la misma Miryam Guerrero, la ex futbolista que hace 30 años fue la primera capitana y la primera directora técnica de la Selección femenina de fútbol, profundamente conmovida y con la voz entrecortada dijo: “valió la pena sembrar, aguantar tanto maltrato, derramar lágrimas, trabajar con las uñas. Hoy veo el fruto de lo que con tanto esfuerzo y dolor sembramos nosotras años atrás”.

Corazón de niña

Nació en la Bogotá de los años 60, cuando la ciudad de profundas costumbres parroquiales comenzaba a asomarse a la modernidad. María Aminta, su mamá, era cabeza de familia y sostenía a sus cuatro hijos trabajando como auxiliar de cocina en un restaurante.

Carlos Alfonso, el mayor, jugaba en equipos aficionados los fines de semana. Un domingo llevó a su hermanita menor a un partido, quien tuvo un amor a primera vista con el fútbol. “Me fascinó ver la agilidad de los jugadores en la cancha, la destreza y rapidez de los pies para mover el balón. Yo tenía siete años y le dije a él: yo quiero hacer eso también”.

Los recursos económicos eran muy limitados y ante la falta de juguetes, sus hermanos rellenaban bolsas plásticas a manera de balón e improvisaban arcos con palitos y costales para jugar en las calles del barrio. El juego callejero dio paso a los partidos a la hora del recreo en el colegio y aunque era raro que una niña jugara fútbol, los dueños del balón siempre la escogían porque tenerla aseguraba que iban a ganar. “Éramos unos niños y lo único que nos interesaba era jugar y pasarla rico. Fue un inicio bonito e inocente”.

El problema comenzó a medida que ella crecía al igual que su gusto por el fútbol. “Los profesores me decían que ese no era un deporte para niñas y los adultos que me veían jugar en la calle me gritaban marimacho. Me decían groserías todo el tiempo, mi corazón de niña no entendía tanta agresión y rechazo. Yo no dejaba de ser niña por jugar fútbol”.

Les hizo el quite a las críticas, a los insultos y aprendió a equilibrar la balanza con el apoyo que recibía de su familia y amigos… y seguía jugando. En el colegio organizó torneos femeninos intercolegiales e interbarrios y terminó bachillerato con altas calificaciones y con su imagen consolidada de excelente deportista.

Una colombiana en Moscú

El fútbol hasta ese momento era un pasatiempo que parecía quedar atrás cuando se graduó y decidió presentarse a la Universidad Nacional para estudiar odontología.

“Pero como Dios es quien traza el destino, por sugerencia de una profesora del colegio contemplé como segunda opción estudiar Licenciatura en Educación Física en la Universidad Pedagógica y todo se dio para que así fuera. No eché en saco roto su consejo y finalmente como odontóloga, terminé siendo una excelente educadora física”.

En último semestre le ofrecieron una beca para estudiar Dirección técnica de fútbol en el Instituto central de educación física de Moscú. Con mucho esfuerzo su mamá consiguió el dinero para que sacara el pasaporte, “si ese es su sueño, yo hago lo que sea. Lo importante es que vaya, estudie y aproveche esa oportunidad”, le dijo. Su cuñado y sus hermanos le reunieron 150 dólares con los viajó a Rusia.

De nuevo era la única mujer entre cientos de hombres que la miraban como un bicho raro. En seis meses aprendió a hablar ruso, asistía a clases, entrenamientos y sobrevivía con un estipendio básico de 100 rublos mensuales, de los cuales destinaba 18 para hablar solo tres minutos al mes con su mamá. “Esos minutos no alcanzaban para nada, porque en cuanto ella contestaba nos poníamos a llorar”.

La universidad organizó un campeonato masculino interpaíses de futbol 8 y el equipo colombiano era el único que tenía a una mujer en su nómina. “Un estudiante cubano, que media como dos metros, me dio una patada con el fin de mandarme al otro lado del mundo. Me recuperé, regresé a la cancha y en una jugada muy hábil le pasé el balón entre las piernas. Todo el estadio me ovacionó”.

Técnicos y entrenadores pusieron sus ojos en ella y la convocaron para jugar el Torneo nacional femenino de la Unión Soviética con el equipo de la Universidad de Malajovka, con el que viajó por varias ciudades y repúblicas socialistas soviéticas. Ese es uno de los recuerdos más hermosos que guarda de aquella época: “en Lituania durante la semifinal en la tribuna sabían que yo era extranjera y como no conocían mi nombre se pusieron de pie y gritaban ¡Colombia, Colombia!

Después de dos años y medio de especialización, en 1989, regresó al país sin un peso en el bolsillo y sin oportunidades claras de trabajo. Pero eso sí, con el diploma que la acreditaba como la primera mujer graduada en dirección técnica de fútbol del país.

Los elogios de hoy nacieron de los insultos de ayer

Su primer empleo fueron las categorías masculinas infantiles en la Escuela de fútbol Vida. Luego la contrataron como entrenadora de la selección de mujeres de la Universidad Nacional, que fue el semillero y el origen del futbol femenino en Bogotá y en Colombia.

Eran tiempos de trabajar con las uñas, sin presupuesto, entrenando en estadios a oscuras como forma de sabotearlas. Además de entrenadora fue amiga, consejera y sicóloga, alentaba a las jugadoras a no desistir de sus sueños cuando salían destruidas por los insultos, no solo de los hombres sino especialmente de las mujeres. “Yo les decía: no nos demos por vencidas, algún día esto va a cambiar. Quizás nosotras no lo veamos, pero va a haber futbol profesional de mujeres. Ahora entiendo que las palabras tienen poder”. Para 1991 con otras pioneras habían logrado organizar ligas departamentales y estructurar el torneo anual que sigue vigente hasta hoy. En 1997 la Difútbol anunció que el equipo que saliera campeón ese año obtendría el derecho de ir al Suramericano del Mar del Plata en Argentina.

La selección de Bogotá con Miryam Guerrero como jugadora y capitana logró ganar el cupo y disputó el torneo suramericano en 1998 ocupando el 5º puesto. Los medios de comunicación no cubrieron el evento, no hubo premios, fiestas de recibimiento ni homenajes. Es más, jugaron con uniformes prestados por la selección masculina de mayores, porque no hubo presupuesto para ellas. “Fue una experiencia maravillosa. No hay palabras para expresar lo que se siente cuando se llevan los colores patrios en un uniforme”, recuerda.

El mejor partido

Como mujer y profesional había llegado a lo más alto del pódium. Seguía participando en campeonatos, era la entrenadora de futbol y microfútbol de los equipos masculinos de estudiantes, funcionarios y egresados de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, puesto al que llegó por dos meses y terminó quedándose 25 años. Había comenzado a estudiar comunicación social y era profesora de educación física en un colegio del sur de la ciudad.

Sin embargo, a Miryam le quedaba el partido más importante por ganar: el de su propia vida. Mientras sonreía y llevaba una vida aparentemente exitosa, por dentro estaba totalmente destruida. Sufría profundas crisis depresivas que la llevaban a contemplar el suicidio como única salida.

Sus jornadas comenzaban a las 4:00 de la mañana, cuando salía a dictar clases en el colegio que quedaba detrás de la cárcel Picota. Para llegar tenía que subir por la montaña 288 escalones, “nunca voy a olvidar ese número, porque los mojaba a diario con mis lágrimas”.

Al medio día salía para la Tadeo y regresaba muy tarde en la noche a casa. Un día, agobiada por el dolor emocional atravesó calles con el único propósito de morir. En un hecho sobrenatural nada le pasó. Llegó al lugar donde trabajaba su hermano Jorge Enrique, quien era cristiano y con la voz ahogada en llanto le dijo “Dime que Dios existe y que me puede ayudar”. El la abrazó y le dijo: Dios te ama, Dios es bueno y te va a sacar del pozo profundo en el que estás”.

El 30 de agosto de 2000 Miryam hizo su declaración pública de fe en Casa Sobre la Roca y le entregó no solo su vida, sino también su dolor al Señor Jesucristo. “No comía, no podía dormir, lloraba todas las noches. No sé cómo dictaba clases y lograba hacer mi trabajo. Le pedí a Dios que me regalara una noche de paz y sueño tranquilo y ese día por fin llegó”.

“Sí existes, si me vas a sanar, no sé cuánto te vas a demorar conmigo, pero confío en que lo harás. Me aferré a la promesa que me hizo en aquella época a través del Salmo 32:7-8.

Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y merodearás con cánticos deliberación. El SEÑOR dice: «Yo te instruiré ,yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti.

Y Dios no solo la restauró emocionalmente, sino que tenía aún mucho más para ella. En 2002 la nombraron oficialmente DT de Bogotá, equipo con el que gana el torneo nacional y participa en el Suramericano del 2003. Ese mismo año le ofrecen la dirección de la selección Sub 20 para los juegos nacionales y el Suramericano de Venezuela. Y como si fuera poco, en 2021 durante la final de la Liga nacional femenina, el estadio del deportivo Cali en Palmira llevó temporalmente su nombre y apellido.

Han pasado 23 años y Miryam afirma que la mejor decisión que tomó en su vida fue entregarle su vida a Jesús y la segunda haber estudiado y jugado fútbol.

“A diferencia de los hombres, El Señor no hace acepción de personas. Me hizo entender que fue Él quien me permitió ser la pionera que derrumbó barreras, la primera mujer especializada en fútbol, la primera capitana, la primera entrenadora, la primera DT y la primera que lleva su nombre a un estadio en Colombia.”

“Recuerdo que el pastor Darío Silva nos enseña que el Antiguo Testamento es el edificio en obra negra y el Nuevo Testamento es el edificio terminado. Haciendo una analogía veo que nosotras pusimos las bases muy bien sustentadas del fútbol femenino en Colombia. Las generaciones posteriores lo han ido puliendo y dándole hermosos acabados. Continúo aportándole al fútbol desde mi experiencia, desde mi testimonio y mi ejemplo. Me siento feliz y agradecida con Dios por haberme escogido para ser pionera y parte de esta hermosa historia”.

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