Mamรก La
bendiciรณn de ser
Lic. Guillermina Deniz
S
er madre significa, al principio, el temor a lo desconocido, pero con actitud de apertura hacia el nuevo ser que se está gestando. Después, al nacer, el dolor del parto es sentir que la vida se te va para dar paso a una vida nueva, y la alegría de dar vida a un ser indefenso, dependiente de ti en todos los aspectos. Ser madre es un acto de amor por el amor. Es amar a alguien que no conoces, pero que lo sientes dentro de ti y necesita de ti. Es sentir que la vida cambia radicalmente para ir aprendiendo a ser mamá, un nuevo rol que desempeñarás durante toda tu existencia, con la esperanza de ir educando y acompañando integralmente a los hijos, junto con el padre, cuando lo hay.
El don de la maternidad Cuando reflexionamos y profundizamos en la frase “la bendición de 2
ser madre”, se agotan las palabras para expresar toda la gama de sentimientos, emociones, de decirle sí al Señor que nos invita a participar de su obra creadora. Dice el libro del Génesis, Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense” (1, 28). La maternidad como don de Dios es una bendición, porque los hijos son el mejor fruto que puede nacer del amor; porque para ser madre se necesita también un padre; ante esto, “la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida” (Familiaris Consortio, n. 28)
Una verdadera vocación Es complejo hablar de la vocación de ser madre porque no es sólo la alegría de recibir al nuevo miembro de la familia que llega a renovar el entorno familiar, sino que el generar vida también implica dolor y preocupaciones.
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En todas las etapas de la vida de los hijos la madre está presente; llora y ríe con ellos, se alegra de sus éxitos y sufre con sus fracasos, aprende diversos oficios y profesiones según lo necesiten su hijos (en la enfermedad, en la salud, en las actividades cotidianas). Se puede afirmar que el amor de una madre es verdadero y eterno porque ama incondicionalmente; su fuerza moral y espiritual le viene de Dios, porque Él le ha confiado generar vida aún en las condiciones adversas en que pueda haber concebido.
Santa Mónica, modelo para las madres cristianas
que el obispo de Tagaste le dijera: “Es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”. El propio Agustín,
tras su conversión, rezando a Dios dice: “mi madre, fiel sierva tuya, lloraba en tu presencia mucho más que las demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos, porque veía ella mi muerte con la fe y espíritu que había recibido de ti. Y tú la escuchaste, Señor; tú la escuchaste y no despreciaste sus lágrimas que, corriendo abundantes, regaban el suelo allí donde hacía oración; sí, tú la escuchaste, Señor” (III, 11, 19).
El único deseo de santa Mónica, durante años, había sido la conversión de su hijo, a quien ahora veía orientado, incluso a una vida de consagración al servicio de Dios. Por lo tanto, podía morir contenta.
El Papa Benedicto XVI, en agosto de 2010, Ejemplo de madre recordó la figura de santa constante, orante y con Mónica. “Considerada carácter, tenemos a santa modelo y patrona de Mónica; ella sufrió con su madres cristianas, ella hijo Agustín, a quien por se caracteriza por su años vio perderse; lloró y actitud orante por la oró por él. conversión de su hijo, y El libro Las Confesiones tuvo el consuelo de verlo (III 12, 21), narra la frase regresar a la fe y recibir www.lasenda.org.mx 3
el bautismo. Dios oyó las plegarias de esta santa mamá. Santa Mónica ya había llegado a ser, para este hijo suyo, más que una madre, la fuente de su cristianismo; san Agustín repetía que su madre lo había “engendrado dos veces”.
Reflejo del amor de Dios
cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el período prenatal. La mujer es “la que paga” directamente por este común engendrar, que absorbe las energías de su cuerpo y de su alma. El hombre debe ser consciente de que en este ser padres en común, él contrae una deuda especial con la mujer.
Juan Pablo II, en su Carta apostólica Mulieris Dignitatem, nos dice: “La maternidad es fruto de la unión matrimonial de un hombre y de una mujer, es decir, de aquel conocimiento bíblico que corresponde a la unión de los dos en una sola carne (Gén 2, 24); de este modo se realiza –por parte de la mujer– un “don de sí” especial. Las palabras de María en la Anunciación, “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), significan la disponibilidad de la mujer al don de sí, y a la aceptación de la nueva vida”. En la maternidad, unida a la paternidad, se refleja el eterno misterio del engendrar que existe en Dios mismo (Ef 3, 14-15). Si la mujer, guiada por el amor hacia su marido, dice: “te he dado un hijo”, sus palabras significan al mismo tiempo: “éste es nuestro hijo”. Pero, aunque los dos sean padres, la maternidad constituye una parte especial de este ser padres en común, así como la parte más 4
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Madre que acepta y ama La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. A la luz del principio la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona. La educación del hijo debería abarcar en sí la doble aportación de los padres. Sin embargo, la contribución materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana (MD, n. 18).
Contemplando a María Madre, a la que “una espada ha atravesado el corazón” (Lc 2, 35), el pensamiento se dirige a todas las mujeres que sufren física y moralmente. En este sufrimiento desempeña también un papel particular la sensibilidad propia de la mujer, aunque a menudo ella sabe soportar el sufrimiento mejor que el hombre. Es difícil enumerar y llamar por su nombre cada uno de estos sufrimientos. Baste recordar la solicitud materna por los hijos, cuando están enfermos o van por mal camino, la muerte de sus seres queridos, la soledad de las madres olvidadas por los hijos adultos, la de las viudas, los sufrimientos de las mujeres que luchan solas para sobrevivir y los de las mujeres que son víctimas de injusticias o de explotación, los sufrimientos de la conciencia a causa del pecado que ha herido la dignidad humana o materna de la
mujer; son heridas de la conciencia que difícilmente cicatrizan (MD n. 19).
Haciendo de su hogar un santuario de vida
Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque ellas saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral. Las madres transmiten también el sentido más profundo de la práctica religiosa: la semilla de la fe está en esos primeros valiosísimos momentos de la infancia. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. Es necesario tomar conciencia de lo que significa ser madre, que los hijos las valoren, reconozcan el esfuerzo y entrega de cada una, con sus aciertos y errores, ya que por el bien de ellos, algunas dieron lo que tenían y otras trataron de ejercer una maternidad responsable haciendo de su hogar un santuario de vida. Agradezcamos a Dios la bendición de ser madre.
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Papa Francisco (Audiencia del 11 de septiembre de 2013) “Una madre genera la vida, lleva en su vientre durante nueve meses al propio hijo y después lo abre a la vida, generándolo; ella no se limita a dar la vida, si no que con gran cuidado ayuda a sus hijos a crecer, les alimenta, enseña el camino de la vida, les acompaña siempre con sus atenciones, con su afecto, con su amor, también cuando son mayores. Y en esto sabe también corregir, perdonar, comprender, sabe estar cerca en la enfermedad, en el sufrimiento. En una palabra, una buena madre ayuda a los hijos a salir de sí mismos, a no quedarse cómodamente bajo las alas maternas, como una cría de pollo que está bajo las alas de la gallina.”
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