de autoridad o del subjetivismo –o intenta huir de él, aunque pueda terminar cayendo en autoritarismos y subjetivismos-, y se construye como modelo colectivo que se auto-corrige y progresa ininterrumpidamente. Sin error no hay ciencia, como atestigua la ya famosa sentencia de Edison: cuando le preguntaron si había fracasado, respondió que no, que simplemente había aprendido mil maneras distintas de no hacer una bombilla. Por lo tanto, más que el conjunto de su saber o su verdad, lo que verdaderamente define a la ciencia para Bunge (2013a, 2013b), y para muchos otros, es su método. El método científico no consiste forzosamente una serie de pasos sencillos y fáciles como quizás pretendiera Descartes, sino un conjunto de muchas metodologías diversas. Estas comparten, sin embargo, la intención de dirigirse a una verdad, de aceptar el error y la prueba, y estar abiertas a la corrección. De este modo, el método científico se convierte en la marca de autenticidad del proceso científico y el que asegura que exista una validez en los argumentos científicos. El método científico se definiría por aquel conjunto de procedimientos o de mecanismos mediante los cuales somos capaces de definir y plantear problemas en el entramado de una hipótesis, y al mismo tiempo, somos capaces de poner a prueba dicha hipótesis (Bunge, 2013a). El proceso de plantear soluciones y probarlas, asumiendo que pueden ser falsas, y al mismo tiempo, reconocer su posible refutación con el tiempo, permite que la ciencia no esté nunca estática, sino que transmute y varíe para dar lugar a un conocimiento en constante renovación y progreso. El método científico es “intrínsecamente progresivo, porque es autocorrectivo: exige la continua comprobación de los puntos de partida y requiere que todo resultado sea considerado fuente de nuevas preguntas”.4 Mario Bunge
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Bunge, M. (2013a). La ciencia. Su método y su filosofía. Pamplona: Editorial Laetoli.
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