Un mundo sin rostro
Aland Bisso Andrade (Médico Internista)
F
ue un sábado cálido y alegre. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que compartimos mesa con Lucía, Juan Carlos, y el “Tato” Jiménez. Blanca se lució en la cocina. Qué tal ceviche de pato. Jamás imaginé que con un buen aderezo se podía sacar el aroma de leña en una cocina a gas. Dos buenas botellas de vino supieron a gloria y el resto de la tarde un Pisco Mosto Verde coronó la reunión. Fotos y selfies a discreción. Recuerdos, anécdotas y uno que otro chiste de variado calibre. Se me ocurrió sacar a la luz un pendrive que guardaba un pequeño tesoro: canciones con nuestras voces destempladas de la década del 70, cantadas a capela o acompañadas por alguna guitarra mal afinada y que habían sido registradas con una grabadora portátil. Felizmente las cintas no se habían deteriorado y pude hacer la conversión digital. Las visitas dejaron la casa y al poco rato caí rendido. Hacia la madrugada desperté sobresaltado. Myriam dormía apacible y apenas emitía un fino murmullo. Ya no pude cerrar los ojos. Fue inútil. Sin despertarla me levanté, busqué mi buzo y salí para trotar un rato aprovechando los primeros rayos de Sol y la brisa fresca que llegaba desde la playa. Era domingo; sin embargo, no veía a nadie por el malecón. Cuatro o cinco
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AÑO11 Nº Nº33 NOVIEMBRE NOVIEMBRE2020 2020 AÑO