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Máskara: Año 3, Número 11,Marzo 2022
Excentricidades de la historia y de la medicina
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Oscar Vidarte Gonzales
Cirujano General
Calaveras vigilantes
E n el contexto andino existe la costumbre de tener calaveras en los hogares, las “ñatitas” en Bolivia, y las peruanas, muchas de ellas con nombre propio, “Pepe”, “Panchito” u otros. Algunas pueden estar protegidas en urnas o permanecer al aire libre. Alrededor de ellas se han urdido mitos y creencias: hablan de noche, recuerdan su vida, nos protegen, salvan matrimonios, curan enfermedades y otros miedos relacionados a la condición humana. En nuestro país hasta tienen una festividad propia (tullupampay) en Chongos Bajo, Chupaca, Junín. Allí las calaveras son llevadas al cementerio y esperan la aspersión con agua bendita por el cura. La Iglesia católica se ha expresado en contra de estas costumbres, pero poco puede hacer, y terminan “tolerando sin compartir”. De este modo, se evidencia una muestra más del sincretismo cultural existente, el cual ha seducido a las clases bajas y medias de la costa; por ello, podemos encontrar estos restos óseos en los centros de trabajo de abogados, médicos, policías, o en los domicilios de amas de casa “creyentes”, entre otros. El origen se encontraría en la creencia andina de que la cabeza es fuente de poder y que puede trasmitir fuerza y sabiduría.
Polvo de momia
Parece que esta historia se teje por un error de traducción que nace en Persia. Es conocido que los persas comerciaban con betún, conocido en su lengua como “mummia” y que le atribuían propiedades milagrosas para la salud. Al producirse, tiempo después, el contacto con el mundo egipcio, los mercaderes orientales encontraron que los cadáveres estaban cubiertos con resinas parecidas al betún (en realidad las resinas trasudaban y se ponían negras). Creyendo que las momias también tenían las propiedades saludables del betún, se inició un error histórico que fue en aumento con el transcurrir del tiempo. Los sabios árabes recomendaban el polvo de momia para heridas, fracturas, epilepsia, hipocondría; realmente, para todo, incluso en contra de los venenos (la triaca que tenía componentes como benjuí, goma arábiga, mirra, canela, aloe, betún, entre setenta productos). Los cruzados llevaron las creencias acerca del uso medicinal de la “mummia” a la Europa medieval. Apareció un nuevo uso del polvo como rejuvenecedor, elogiado por Paracelso y denigrado por Ambrose Pare y los médicos galenistas. Y empezó el negocio, si no había momias —que ya empezaban a escasear por la demanda para convertirlas en polvo—, se utilizaba todo lo que estuviera disponible como animales, esclavos, ajusticiados. El apogeo en Europa se ubicó entre los siglos XII y XVIII. Posteriormente, fue mezclado con resinas y disolventes en la pintura artística. En el lienzo, el color “marrón de momia” no se agrietaba y tenía buen brillo. Un ejemplo: en “La libertad guiando al pueblo” de Delacroix, los expertos sugieren que hay “marrón momia”. A pesar de su desprestigio creciente y al poco número existente de momias, en el siglo XX todavía se podía conseguir mediante los catálogos de venta de las compañías farmacéuticas de renombre (mejor no citarlos). En pleno auge, el consumo se realizaba esnifándolo, o mezclando el polvo con miel, vino; recordemos que las cápsulas aparecen en la primera mitad del siglo XIX. Hoy sabemos que es un producto irritante, tóxico y cancerígeno (¡la verdadera venganza de la momia!).
En la corte de los borbones
La declinación y ocaso en las cortes europeas llegó a extremos como algunos ejemplos que veremos a continuación.
Luis XIV. La coloproctología de manera empírica siempre estuvo presente en la historia. Los faraones tenían un médico para esa área, quien era llamado “oculista del ano del faraón”. Hipócrates pensaba que las fístulas eran producidas por cabalgar en las ancas del caballo. Numerosos famosos de la historia las han sufrido: Schubert, Iván el Terrible, Federico II de Prusia, Casanova y, en épocas recientes, la cantante Madonna. Pero regresemos a Versalles, a la corte del Rey Sol. Luego de varias pruebas con sumisos vasallos y esclavos, aceptó la cirugía; la operación fue exitosa, por lo cual el cirujano recibió una cuantiosa recompensa en dinero y propiedades. No deja de llamar la atención la extraña satisfacción de las personas que sufrían de fístulas, como su venerado rey; en cambio, aquellos que no las tenían buscaban con vergüenza a barberos y cirujanos para que les hicieran una falsa fístula.
María Antonieta
La reina se había casado a los 14 años con Luis XVI en 1770 y durante ocho años, hasta 1778, no pudo concebir. Hasta que comenzó a engordar y a sentir las molestias propias del embarazo. Las damas y cortesanas de Versalles se colocaron cojines sobre el abdomen para estar igual que su reina y acompañarla en el embarazo. Al nacer la bebé, sin dificultades, ayudada por el comadrón Vermond, los tintoreros y tejedores de Paris pusieron de moda el color “caca de delfín” (tono entre beige, dorado y verde). Señalaremos que María Antonieta tuvo cuatro hijos. El primer hijo varón murió a los pocos años; el segundo varón fue proclamado como Luis XVII, luego del guillotinamiento de Luis XVI. Éste acompañó a su madre en la prisión de Temple, continuó detenido después del ajusticiamiento de su progenitora, y murió en prisión de una probable tuberculosis con desnutrición y sarna a los 10 años de edad.
Las manos de Juan Domingo Perón
Juan Domingo Perón, tres veces presidente y dictador de la Argentina, murió en 1974. Sus restos embalsamados fueron enterrados en el cementerio de La Chacarita. En 1987, el Partido Justicialista, al cual pertenecía, recibió una carta donde se indicaba que las manos de Perón habían sido sustraídas y se pedía un rescate. Se especuló mucho sobre la identidad de los autores, cada quien tenía una hipótesis: obra de los militares, de los masones de la logia P2, de la oposición antiperonista (aduciendo que Perón había dicho: “primero me corto la mano antes que prestar dinero al Fondo Monetario”); de personas que querían sus huellas digitales o el anillo que portaba y poder abrir sus cuentas en Suiza, o de simples ladrones que profanaron la tumba por el rescate equivalente a ocho millones de dólares que nadie pagó. Muchos de los que participaron en la investigación han fallecido, incluso un vigilante del cementerio que fue encontrado cerca de su tumba. En el 2008 fue sustraído todo su expediente de la casa del juez a cargo de la investigación.
¿Llegaremos a saber algún día que pasó? Mientras tanto, las manos tienen la eternidad para escribir la historia de estos sucesos.