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AFGANISTÁN: O DE LA MORAL DEL GUERRERO

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POR DR. MIGUEL RUJANA QUINTERO Director de Investigaciones Universidad del Sinú Bogotá.

La moral de los ejércitos es la fuerza

que sustenta la confrontación y garantiza la expulsión del invasor. Nunca ha sido suficiente la tecnología, es necesario el esfuerzo hasta de morir del guerrero para alcanzar el honor y la gloria. En Occidente es llamada moral, y en Oriente, fundamentalismo.

La salida del ejército norteamericano del territorio de Afganistán, el pasado 30 de agosto de 2021, como resultado de la derrota de su campaña militar, dejó una estela de sangre, dolor y muerte. No solo en vidas humanas sino también en frustración, desamparo y desesperanza. Lo peor, dieciséis días antes, los talibanes ya habían tomado el poder en Kabul, el que le había arrebatado el ejército norteamericano 20 años atrás.

Por la prisa de la retirada, allí quedaron miles de partidarios y asesores de la coalición de la OTAN. En esta evacuación, desesperada y vergonzosa, centenares de personas entraron a la pista de aviones del aeropuerto de la capital para subirse en las llantas de las aeronaves que despegaban. Se podía ver en todos los medios y redes sociales el dramático momento en que aquellas personas caían del cielo al tiempo que se elevaba la aeronave estadounidense.

La astronómica pérdida de dinero invertida en este conflicto, los miles de muertos, huérfanos, viudas y la agonía de un pueblo que perdía la esperanza de ganar esta guerra, son objeto de análisis hoy en el mundo. Sin embargo, hay un aspecto que se ha dejado de lado, el que le ha dado el triunfo ininterrumpido por siglos al pueblo y a los combatientes afganos: la moral del guerrero, para Occidente, o fundamentalismo, para Oriente.

Una breve reseña histórica de la tenacidad moral del pueblo afgano se puede ver en su resistencia contra los imperios ruso y británico que disputaban el control del territorio de Afganistán a principios del siglo XIX. De una parte, por la expansión territorial que iniciaron los zares con el propósito de abrirse paso por Afganistán hacia el Lejano y Cercano Oriente. Por su parte el Imperio Británico que veía con recelo el avance ruso hacia el sur, se propuso ampliar sus fronteras desde la India, a través de Afganistán, para entrar a Asia Central. La competencia diplomática entre estos dos imperios en Asia, estaba destinada a chocar en el futuro en Afganistán. Fue así como la creciente actividad diplomática entre Rusia, Persia y Afganistán, los dos últimos hermanos en la fe islámica, agudizó los recelos británicos dando lugar a la primera invasión de este imperio al territorio de Afganistán.

La primera invasión británica fue entre 1839–1842. Se produce por la manipulación que hacen los halcones británicos de una visita del representante ruso a Kabul que solo traía intenciones comerciales, haciéndola parecer como una incursión rusa. La invasión ‘preventiva’, terminó en una humillante derrota para los británicos que debieron retirarse junto con los aliados indios dejando miles de soldados muertos en territorio afgano. La segunda invasión inglesa se da entre 1878–1880. Este conflicto se inició por la expansión y avance de Rusia hacia el sur con la complacencia afgana. El pretexto fue la aceptación de las credenciales diplomáticas del embajador ruso por parte de Kabul, mientras que las del diplomático inglés le fueron rechazadas. Al poco tiempo, un alzamiento en Kabul llevó a la masacre del representante británico y de sus acompañantes. La invasión terminó con la retirada británica que los hizo renunciar a dejar guarnición o incluso representantes en Kabul.

La tercera guerra entre Inglaterra y Afganistán ocurrió en 1919. Se debió a la reiterada desconfianza de Inglaterra en las relaciones diplomáticas de Afganistán con sus vecinos musulmanes, y el miedo perenne de perder la ruta desde la India hacia Asia Central. El emirato resistió, que los ingleses, debilitados por la Primera Guerra Mundial, se retiraron con un armisticio que significó su derrota.

El conflicto, soviético-afgano, se libró durante 1979–1989. La intervención se llevó a cabo por solicitud del gobierno comunista de Afganistán, instaurado un año antes e inmerso en una guerra civil contra grupos insurgentes muyahidines. La milenaria irreductibilidad afgana y el apoyo internacional norteamericano a los muyahidines, alargó nueve años un cruento conflicto que no solo se saldaría con la derrota soviética, sino que precipitaría la caída de la URSS. También propiciaría el ascenso al poder de los talibanes en 1996, y la implantación de un nuevo orden internacional tras el 11–S de 2001 (la destrucción de las Torres Gemelas), que desató la invasión norteamericana a Afganistán, en esta fecha.

La historia da cuenta de los pueblos que han resistido desde la moral de sus guerreros, la invasión de Estados agresores, como los antiguos griegos a la permanente invasión persa. En la Edad Media, Jerusalén musulmana resistió doscientos años de invasión por los cruzados europeos, hasta que fueron derrotados y expulsados en el siglo XIII. En la actualidad, Siria, Irak y Libia han resistido a la Coalición de Occidente (la OTAN), desde 2001. Afganistán a las tres guerras de los británicos, a la Unión Soviética y a los Estados Unidos. ¿Si no tienen tecnología militar, si sus cuerpos están entre sus armas, a qué se debe su valor? El factor determinante para esta resistencia y, en muchos de los casos, el triunfo, se debe a la moral de sus ejércitos, así conocida en Occidente, o fundamentalismo en Oriente. Pero no cualquier moral, sino aquella inspirada en el islam, que profesan Estados y pueblos anclados en un lejano pasado de fe inquebrantable; con una cultura de tradición y hermandad.

Afganistán cuenta con una base social fundada en la hermandad, en la aldea y la tribu, o mejor aún en el Qawm. Está soportada en el parentesco, la residencia y en función de un interés común y solidario, independiente del poder central. La cultura, la familia y la política están inspirados en el libro sagrado del Corán y en las enseñanzas del profeta Mahoma, que les permite orientar las actividades de la nación. Los afganos cuentan con un factor que marca la diferencia con Occidente: los lazos estrechos de parentesco. Hace que unos pocos grupos familiares sean tan grandes como la nación misma: todos son hermanos, tíos, tías y primos y entre ellos se casan. Su cultura los une igualmente por el parentesco religioso: el islam. Credo que aprenden desde muy temprana edad, primero en el seno de la familia y poco después en las madrasas. Allí forjan su espíritu religioso, su devoción y fe a Alá y a su profeta Mahoma. A partir de este momento su vida se llena de gran religiosidad. Ahora hacen del Corán su forma de vida: el libro sagrado y el ser humano son una y misma forma. Sucede algo así con 1800 millones de musulmanes en el mundo.

En las madrasas se enseña principalmente el Corán en forma oral y escrita. Para facilitar el aprendizaje, desde la época medieval, se acompaña con ritmos corporales y cánticos. En una clase normal los maestros se sientan en el suelo con los chicos y les leen en árabe (lengua original). Los alumnos repiten lo que dice el profesor. La clase puede durar hasta

ocho horas al día. Estos jóvenes asisten a programas sobre la interpretación del Corán, el Hadith (las sentencias del profeta Mahoma), y la yihad. Al tiempo que aprenden asignaturas como gramática, lógica, historia, filosofía, etc.

Estas escuelas parecen tener una profunda fe en la idea de una yihad perpetua. Por ello algunas madrasas, como la de Haqqani, son blanco de críticas por parte de Occidente, porque se piensa que de allí surgen los terroristas. Yihad es un concepto muy mal comprendido. Significa, sobre todo lucha. Y, según las interpretaciones tradicionales del islam existen dos tipos de yihad. La gran yihad, que es la lucha en el alma de una persona para ser mejor y más justo, la lucha contra el demonio interior. Y la yihad por el islam, que es la lucha contra el demonio exterior: el combate militar contra aquellos que sojuzgan a los musulmanes, a sus hermanos en la fe y en el parentesco. La lucha contra el opresor exterior se agota y se desvanece, pero la lucha para suprimir las inclinaciones perversas es eterna.

Ya formados en la fe y tradición de esta confesión, al tiempo que se fortalece su moral, ahora irreductible, las ofensas graves al islam o a su profeta equivalen a la máxima provocación que lleva al límite a algunos de sus fieles. En Oriente islamista la vida pierde sentido si se ofende lo sagrado. Las acciones de estos grupos, que responden a las ofensas, son de un fanatismo ciego que se inicia en la temprana edad y continúa como forma de vida en su existencia. A estas personas no las distrae nada, de su fe. Pues no practican el liberalismo de Occidente ni los valores de las sociedades de mercado donde se elige entre infinitas opciones de vida, parejas, partidos, religiones, éticas, etc. Y no han desacralizado de su mundo de oración y veneración, ni a su dios ni a su profeta; y difícilmente han conocido la modernidad.

Mientras que en Oriente se tarda toda una vida construyendo una sola moral, rígida y convencional religiosa, que les da certeza para elegir y decidir una acción; en Occidente no hay tiempo para fundar una. Se fragmenta diariamente la moral que sea, por el infinito mundo variopinto de opciones que se tiene frente a los ámbitos de la vida, debilitando y vaciando su contenido. Y no quiere decir que Occidente rechace esta forma de ética, pero sí que en Afganistán la forma de crear su moral la hace eficaz para dar la fuerza suficiente al guerrero que combate al invasor.

Las acciones de los Estados invasores contra los fundamentalismos islámicos son inocuas. Pues estos grupos cuentan con una moral irreductible y refractaria a todo castigo. Ellos padecen el sufrimiento, el dolor y la pena por las ofensas. Por ello se “castigan” y se inmolan al momento del acto yihadista por seguir y defender con devoción al credo de su Dios: morir es una gracia divina. En Oriente islamista las ofensas al sentimiento religioso son mucho más que un mal entendido. Allá se paga hasta con la vida, acá con una disculpa, con un gesto coloquial. En Occidente la moral pierde fuerza porque intercambia sus principios, los contemporiza y negocia con todo. Hace que el soldado siempre quiera regresar.

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