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El viaje

Algunas veces se sorprendía con la ensoñación de ser una partícula del universo, cuyos átomos parecían venir de estrellas que habían grabadas en su ser. Su cuerpo planeaba en el universo y desde lo alto divisaba la tierra como un santuario lleno de sueños que debía cumplir. Sentía que había un hilo que le conectaba al universo, un cordón umbilical difícil de romper.

Conservaba una maleta antigua en la que guardaba cada uno de sus sueños, escritos en unos papeles diminutos. Nadie conocía el secreto que preservaba. Su mayor ilusión era encontrar el hilo rojo, sentir la unión con alguien y emprender un viaje. Pero ella de hilos sabía poco, siempre los tensaba cuando cosía o ataba algo y terminaban rotos. Temía que si hacía un viaje al cosmos se quedara sin compañía, si el hilo se rompía. Puede que se encontrara con un agujero negro, la atrapara con su compañero de hilo y se rompiera el destino; sabía que el campo gravitatorio agarra cualquier partícula material. Su pensamiento, a veces, era caótico: pasaba de desear un sueño a otro con facilidad. En una ocasión el vértigo invadió su cuerpo, se veía gravitando rodeada de planetas con la sensación de que alguien quería tragársela. Cayó de la cama. Despertó sudorosa. Su universo era tan pequeño que no había espacio para gravitar.

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Abrió la ventana, la línea del horizonte se dibujada en el océano. Sintió que debía desplegar su maleta y esparcir sus sueños en las olas. Al deshacer los pequeños papeles con cada sueño, algas mariposa aparecieron en el cielo, columpiándose en un tenue hilo rojo que alumbró el agua. La silueta de un hombre la iluminó. Tenía su propio universo: el mar.

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