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Génesis, por Jesús Valdemar Pool Canul - Cuentos
Génesis
Jesús Valdemar Pool Canul
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No podía precisar el origen de aquella frase. Frase como párrafo inicial de cuento o novela que furtivamente acudía a su cabeza en últimas fechas. Era difícil de ignorar: su estructura gramatical y sintáctica bien construidas, su ritmo, su contenido sugerente, la convertían en una melodía que su mente repasaba en los momentos solitarios y de silencio, que eran los más. En ocasiones, cuando se hallaba absorto en un pensamiento distinto, aquella frase como génesis de libro le asistía de forma abrupta, como una sensación de algo ya vivido pero, a diferencia del deja vú , no se trataba de una imagen concreta, sino de un fenómeno abstracto, narrativo, y le producía una sensación similar a cuando se tiene una palabra en la punta de la lengua, o en este caso en la punta de la mente, o del cerebro, si es que tal área encefálica existe. En vano pasaba días en vela intentando rastrear el origen de aquel extracto misterioso, y la ansiedad le hacía figurarse a sí mismo como un niño perdido en el bosque que encuentra una larga cuerda que discurre entre las dendritas de los árboles como una promesa de salvación y que, al tomar la cuerda y seguir todo su trayecto, encuentra que el cabo final termina en un paraje igual de confuso y espeso que aquel en el que inició el recorrido. No estaba seguro de que aquello se tratase de una idea, el creía que las ideas se gestaban en la mente de su creador, y el no se creía capaz de formular ni la mitad de lo que aquella hermosa frase expresaba, por lo que estaba convencido de que la recordaba de alguna de sus vivencias externas. Tal vez la había escuchado, o leído, y por alguna razón desconocida ahora se insinuaba en su mente, exigiendo atención. Al no hallar respuesta en sus ejercicios introspectivos, decidió volcar sus esfuerzos, su búsqueda, en el exterior. Dado que el hombre hablaba poco y no tenía amigos, consideraba poco probable que la frase aquella la hubiese escuchado en alguna conversación, además de que su contenido literario poco tenía que ver con el habla cotidiana, y creía que lo más seguro era que una persona de su carácter, tan individual, la hubiese interiorizado a partir de una experiencia solitaria, como la lectura. Por ello consideró que un repaso de los ejemplares de su pequeña biblioteca sería un buen comienzo para hallar la página definitiva en la que se hallaran las líneas que en su mente repasaba y le parecían tan ajenas y a la vez tan familiares. En vano agotó los libros que poseía, mas encontró estimulante el tacto del papel y las historias que releyó que, lejos de desanimarse, decidió acometer la tarea con más ímpetu. Guiándose por los párrafos ya leídos, por los versos explorados, por los argumentos memorizados, su búsqueda en la lectura se hizo más profunda, ramificada, siguiendo un flujo de un autor a otro, de una vanguardia a la siguiente, de una época remota a otra, de un ejemplar a otro ejemplar. Y así consumió el tiempo, pasaba los días entre columnas de libros altas como torres de Babel, en lecturas ávidas y febriles de novelas y cuentos, de poemas y ensayos, en busca del ejemplar primigenio del que hubiera brotado aquel esbozo de frase que eternamente rumiaba cabeza adentro. Solo hasta transcurrido mucho tiempo, una tarde, el hombre tuvo una revelación que hizo que el amarillento tomo que leía resbalara de entre sus manos y cayera con un ruido sordo a la alfombra, y fue esto: Ahora se percataba de que de forma inconsciente, su mente le había impulsado hacia la lectura intensiva como una resolución indirecta a la interrogante que le atormentaba, es decir, que nunca encontraría la frase aquella como de inicio de cuento o novela en ninguna de sus lecturas, sino que esta le pertenecía solo a él, como en su momento los libros que tanto disfrutaba habían pertenecido solo a sus respectivos autores, a los que luego un impulso, otros le llamarían inspiración, otros, necesidad, les había impelido a plasmar en papel sus propias frases de inicio, continuación o final de cuento o de novela. En su caso fue inspiración, ahora el hombre era muy distinto de sí, sus lecturas le habían forjado y dado las herramientas y la seguridad para levantarse precipitado, tomar entonces pluma y tintero y comenzar a escribir. Con mano trémula escribió el párrafo que por tanto tiempo le había acuciado, que le pertenecía solo a él y que ahora, como otros tantos, compartiría con el mundo. Se sorprendió cuando a este le siguieron, de manera natural, otros párrafos de igual elegancia, que llenarían hojas enteras hasta conformar su propio ejemplar: un reflejo claro de su espíritu plasmado en papel.