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Mayoría de Edad
En El Fondo
Francisco Legaspi
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Hace poco se debatía la mayoría de edad requerida para ser diputado y secretarios de Estado, abriendo una discusión sobre la capacidad de los jóvenes para desempeñarse en tales funciones. Pero ¿quiénes son los que se han mostrado incompetentes y deberían seguir teniendo tales facultades?
Joe Biden de 80 años, anunció que volverá a postularse para presidente de Estados Unidos, a pesar de claras muestras de demencia. En videos se le ve confundido, perdido en los escenarios, hablando incoherencias. Su salud mental es de interés especialmente porque puede bombardear el mundo y comenzar un nuevo holocausto nuclear. En ese mismo país la mayoría de los promotores de las guerras superan los 80 años. La senadora Dianne Feinstein que llevaba un año sin presentarse, a sus 89 años se aferraba al cargo a pesar de las delicadas operaciones a las que tenía que someterse mientras se votaba sobre una guerra en Ucrania; muchos de los más altos puestos en el norte están ocupados por personas con este perfil. Incluyendo a la suprema corte que siempre se ha distinguido por eso.
En México se cantan mejor las rancheras. Abundan rumores de la mala salud del presidente López Obrador tras anunciar su contagio del COVID. Muchos salivaban ante la idea de que “el viejito” de 69 años muriera; eso dio pie a conspiraciones sobre su estado cardiaco y una vigilancia perpetua de su condición. Manuel Bartlett, jeque priísta con un historial atroz y actualmente, director general de la Comisión Federal de Electricidad, tiene 87 años cumplidos, pero parece lejos de retirarse aumentando crímenes a su larga lista de impunidad. Gertz Manero, infame fiscal cuya prioridad había sido encarcelar a la senil ex-esposa de su hermano, también ronda la tierna edad de 83 años. Estas conjeturas, aunque superficiales, revelan un patrón entre los perfiles que parasitan el entramado político. La nación de hecho es relativamente joven pero su constitución tiene casi la misma edad que la de los personajes que lo defienden.
Si se va a imponer un límite en la edad necesaria para entrar en la vida política del país, también deberíamos definir uno para salir de ella. La toma de decisiones para el futuro no debería residir en las manos de quienes no van a estar en él. El límite debería ir en ambos sentidos por varias razones. Primera razón: ¿para qué quieren desperdiciar tan bellas etapas de su vida en las cloacas del servicio público? Antes de los 18 y después de los 72 nadie debería estar en oficinas de gobierno, ni siquiera laborando en puestos de tanto peso. No hace falta, al contrario, se entorpecen los procesos y la comprensión de temas posmodernos es nula. Segunda razón: se ha probado el deterioro cognitivo que acontece pasados los 50 años. Si tanto les preocupa el estado mental o de salud de alguien de 69 años, ¿por qué permitiríamos que alguien más anciano se exponga –y a la nación– a un infortunio? Las enfermedades y la muerte acechan en todo momento. Nadie es inmune, pero es obvio que ya avanzada la vida es más probable que sucedan. Tercera razón: la muestra poblacional que al momento ocupa tales cargos está arrebatando espacios públicos de manera cleptómana para un sector minoritario con evidentes intereses propios. Por lo menos se tendría que regular la proporción con la que se les obsequia asientos en la mesa del poder.
Esta propuesta no es más discriminatoria que la anterior ley, la reforma que dio paso la integración de adultos de 18 años ha sido muy criticada principalmente por gente en la senectud, así que consideremos estas ideas un contrapeso a ese discurso en contra de la juventud. También circulan comentarios en torno a la preparación, a todos los quejosos en este sentido los invito a sintonizar una tarde el canal del congreso. No parece haber criterios de selección basados en preparación previa. Por cámaras y senados pasan todo tipos de payasos sin méritos. No hay evidencia de que ser más viejo te vuelva un mejor líder, por el contrario, en un mundo con tanto cambio acelerado, cada vez hay más jóvenes al frente de proyectos. Suficientes estudios se han hecho (véase los de Thomas Vaughan-Johnston, Faizan Imtiaz y Albert Lee) probando que la edad no afecta el liderazgo o resultado de proyectos. Aunque todos los estudios fueron conducidos en diferentes países, en todos se menciona la abismal desigualdad entre los que ostentan posiciones más elevadas en la cadena de mando. Hay demasiados ancianos enquistados en las jefaturas del mundo. La experiencia no es un mérito, es un lastre que nos está estancando a todos, la maestra de los que no aprenden.
No faltará quién trate de evocar ejemplos de avejentados sabios que fueron grandes gobernantes. Al discutir esto hubo quién mencionó a Marco Aurelio sin considerar que no vivió más de 60 años, 6 años menos que Julio César. Valdría la pena mencionar que Franklin D. Roosevelt feneció a los 63 años, Napoleón Bonaparte murió a los 51 años. Tampoco sobra decir que Abraham Lincoln fue asesinado a los 56 años como Martin Luther King lo fue a los 39 y que también lo fue el gran conquistador de Occidente a los 32, Alejandro Magno. Si no bastan esos ejemplos consideremos quiénes están al frente de las nuevas empresas que dominan los campos de la tecnología y que fue temprano en sus carreras cuando innovaron.
Seguimos estancados en dinámicas del siglo pasado porque así lo quieren personas que pertenecen a él y lo añoran. Es hora de ajustar la balanza. Se requiere un fresco cambio de rumbo. Caras nuevas que dejen atrás conflictos caducos. Los retos de estos tiempos demandan ser enfrentados por la generación que tendrá que lidiar con los desastres de la pasada. Para que venga lo nuevo se tiene que ir lo viejo.