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Atrapados por el mandato de virilidad

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Lecturas

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Por PS ic. Eduardo Maro S tica *

El miedo al papelón”. La primera vez que escuché que un adolescente tomaba Viagra fue cuando hacíamos un taller sobre derechos sexuales con perspectiva de género allá por el 2009, previo a la instalación de la ESI en la provincia de Santa Fe, en una escuela secundaria de la ciudad de Rosario.

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Los adolescentes varones protestaban relatando que cuando, por nervios o por miedo, no lograban alcanzar una erección, las chicas se les burlaban echando por tierra sus expectativas en la intimidad. Uno de los pibes, que tendría unos diecisiete años, se despachó con “yo tomo la pastillita y aseguro cuatro”. El número apelaba a la demostración de la potencia sexual masculina y la consecuente fantasía, bastante básica por cierto, de que la mujer acompaña esos orgasmos. El Viagra fue popularizado hace más de dos décadas entre los adultos mayores, casi de manera viral. Y venía a ocupar un lugar desplazando al producto de la famosa frase “no de nuevo”. La pastillita azul había llegado para estar al alcance de todos, prometiendo virilidad y mucho más.

Hasta ahora, estadística y clínicamente era raro que un varón joven quisiera tomar este medicamento, y menos siendo adolescente. Dejamos abierta la puerta, por supuesto, a quien la necesita debido a alguna disfunción sexual de base médica, ya que fisiológicamente, como me aseguró un amigo médico, “a esa edad, estás para romper portones” y resultaría impensable recurrir a ayuda farmacológica.

Sin embargo, actualmente hay adolescentes que, sin necesitarlo, están tomando este tipo de medicamentos. ¿Por qué?

Por un lado, el temor de no cumplir con las expectativas propias y ajenas de rendimiento sexual. Pero, por otro, está la grandilocuencia bien de macho, que no acepta que la potencia sea puesta en duda. La fragilidad es el fantasma que asola a las reservas machistas de un varón que no se permite un tropezón... porque lo asumiría, más bien, como un fracaso y una degradación de su masculinidad.

Y de quienes se formaron con las gestas de los caballeros del medioevo o con las memorias de los que descubrieron las nuevas tierras, nacieron los actuales periodistas, aquellos que se acercan a los campos de batalla, a las grandes catástrofes, para dar su visión de una guerra actual y en vivo, o de cataclismos ineludibles.

Muchas de esas jóvenes que leían las páginas policiales de los periódicos, encontraron su libertad escapando del destino miserable de las clases bajas en la época victoriana. Sin olvidar las hijas de marineros quienes, a través de los relatos de sus padres, devinieron en capitanas piratas que, créase o no, existieron y no en un tiempo demasiado lejano.

¿Sus lecturas? Aquél era un enamorado de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique; otras, de los cuentos de Cervantes; no faltaban las poesías de los hermanos Machado, el Martín Fierro, las Memorias de la Monja Alférez. Y más actuales: los poemas de Neruda, una frase de Borges, un dicho de Pérez Reverte.

Lo que más me llamó la atención, husmeando en la vida de estos aventureros que recorrían los mares del sur, las aguas del Caribe, el San Francisco de Estados Unidos durante la fiebre del oro, nuestras regiones andinas o pampeanas, es que todos llevaban libros en su morral y un diario de viaje, en el que anotaban distancias, horarios, malos y buenos ratos, y gente que iban conociendo a través de mares y montañas.

Es sorprendente cómo, leyendo esos testimonios, encontramos alusiones a haberse encontrado en el camino e intercambiado anécdotas, datos precisos, advertencias de peligros, aventuras amorosas.

En fin, que a través de estas lecturas, muchas personas, hombres y mujeres, decidieron tomar su destino a cuestas e hicieron lo que quisieron -o lo que mejor pudieron- de él. Tenían mucho vivido, pero casi siempre, mucho leído también. Porque, queramos que no, “somos los libros que hemos leído”.

La impotencia sexual es una “realidad vergonzosa” que ningún varón reconoce en público, ¿pero cómo se pilotea a la hora de la verdad? Estos pibes sabían que así lograrían más potencia sexual, pero también que, si algo no funcionaba, se aseguraban una rueda de auxilio para no quedarse a medio camino o en el comienzo...

El renombrado psicoanalista Juan Car-

Sugerencias:

1) Regalemos un libro de nuestra infancia a nuestros hijos o nietos; los Volnovich afirma que “los varones estamos sometidos al imperativo de rendimiento viril, que descansa casi pura y exclusivamente en la turgencia del pene”. Es decir que detrás de esta dureza, emblema de la virilidad, se esconde el miedo a la vergüenza. Por eso, cuando el hombre “no puede”, resulta un fracaso porque no cumple expectativas de rendimiento sexual, y esa es la insoportable marca de un hombre devaluado. Como si la potencia sexual machista debiera primar ante todo, aún en detrimento de la propia salud.

2) Repasemos novelas a través de los subrayados que hicimos; 3) Llevemos cuenta de los libros que nos deshicimos no bienterminar de leerlos.

*Autor del libro En el ojo de la tormenta (Laborde Editor). IG: @eledu.escritor

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