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¿Tenemos una relación tóxica?

Por Lic. Jacque L ine o re LL ana r o S enberg*

Por estos días parece estar de moda la categoría “relaciones tóxicas”. Ahora bien, algo tóxico, es algo que causa algún tipo de daño o lesión tras haberlo consumido. Me parece importante tenerlo en cuenta para comprender el alcance del daño que puede provocar una relación de estas características y para no utilizar el término toxicidad en cualquier situación.

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El efecto de este tipo de relaciones, por lo general, es el aislamiento, la pérdida de autoestima y muchísima ansiedad, que en la mayoría de los casos toma el cuerpo, como por ejemplo, con la pérdida o el aumento del apetito, entre otros síntomas.

Cuando analizamos distintos comportamientos hoy llamados tóxicos, generalmente nos remiten a conductas que reconoceremos como signos de violencia;

1) Chantajes emocionales orientados a desalentar a la otra persona para que no salga con ciertos amigos/as o vea a fami- liares, o para evitar que se ponga determinada prenda de vestir. fícil de explicar por Zenón, médico, alquimista, filósofo, astrólogo, físico, lector de almas, consolador de personas sufrientes y aún animales. Alguien que se mueve en un siglo que a veces se despeña en el Medioevo y otras salta hacia el Renacimiento.

2) Violación de la privacidad: registro de celular, redes, agendas, bolsos...

3) Manipulación: invalidar las opiniones de la otra persona. Ante el menor reclamo, aparece un reclamo mayor y aún más importante que el propio. Generalmente se ve como una victimización.

Hay muchos otros comportamientos posibles, pero estos tres nos sirven para registrar que siempre que hablemos de toxicidad nos estaremos refiriendo a situaciones de violencia psicológica.

Este tipo de expresiones violentas suelen darse en vínculos asimétricos, por ejemplo, debido a una gran diferencia de edad o a una cuestión de ingresos económicos. También una baja autoestima o una autoestima dependiente del otro suelen conducir a formar relaciones que, en principio, son desiguales.

Lo seguimos desde que nace, concebido por un acto de seducción, hasta su fin, en que arrebata a los que lo han encarcelado el poder de decidir qué hacer con él.

Me identifiqué con Zenón cuando hace el recuento del trayecto –geográfico y emocional–que ha recorrido desde que tiene memoria: “Rigurosamente, casi de mala gana, aquel viajero, tras una etapa de más de cincuenta años, se esforzaba por primera vez en recorrer con la mente los caminos andados, distinguiendo lo fortuito de lo deliberado, esforzándose por elegir entre lo poco que parecía venir de él y lo perteneciente a lo indivisible de su condición humana.”

Y mientras espera, al borde del agua, el barco que lo pondrá a salvo –ya sabe que ha sido entregado por aquellos a quienes ayudó–, compra unos conejos para comer. El destino de los animalitos dispara algún cerrojo de su mente, porque los libera y regresa a su casa, donde será tomado prisionero.

Encerrado en una la celda, Zenón dice al religioso que quiere salvarlo –llevado quizá por la fascinación que siente ante el prisionero que reconoce no creer en Dios, pero llevar a Dios dentro suyo–: “En ocasiones he mentido para vivir, pero empiezo a perder mi aptitud para la mentira”.

Y más adelante, cuando el otro le recuerda que le espera la muerte en la hoguera, él contesta: “Os confieso que llegados a un cierto grado de locura o de sabiduría, parece poco importante que sea a mí a quien quemen. Tal vez demos un valor desmedido al grado de firmeza del que da pruebas un hombre que elige morir.”

Zenón no me defrauda, porque reserva para sí un último y sigiloso escape, pensado como médico, filósofo y hombre que no puede dejar de sentir temor... Y, para los que leemos novelas de suspenso, este escape es ejecutado como gran estratega, para burlar a jueces, policías y funcionarios.

Y en esta resolución largamente pensada y aceptada, siento que toda angustia ha concluido para él, que finalmente y por primera vez es libre.

Sugerencias: 1) Si no leyeron nada de Yourcenar, comiencen con “Las memorias de Adriano”; 2) Se consigue en audiolibro.

Un vínculo se vuelve tóxico en la medida en que transcurre el tiempo y ciertas características se vuelven reiterativas, y una o ambas personas sienten un malestar casi permanente habiendo, por supuesto, momentos buenos.

Las relaciones tóxicas, ante todo, son relaciones de mucha dependencia emocional: la felicidad de alguno de los miembros depende del estado anímico del otro; la autoestima depende de la aprobación del otro y, por lo general, dicha dependencia es mutua. Otro aspecto es la intensidad de las emociones. El enamoramiento parece no decaer jamás y siempre hay un sentimiento excesivo de lo bueno y lo malo. A la par, aparecen la culpabilidad, la necesidad de control, ansiedad, enojos y reconciliaciones intensas, que en definitiva sostienen este tipo de relaciones.

No es fácil poner fin a un vínculo de este tipo, justamente por la dependencia emocional que produce. Es fundamental un espacio terapéutico serio que ponga en cuestión permanente nuestras propias afirmaciones y que el entorno, los afectos más cercanos, comprendan las dificultades y acompañen un proceso que seguramente tendrá varias idas y vueltas.

* Psicoanalista y sexóloga.

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