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Llega el invierno: atención con el monóxido de carbono

Por dr f r A nci S co dA dic*

Si bien el envenenamiento por monóxido de carbono puede ocurrir durante todo el año, su incidencia más alta es en invierno. Sucede que las fuentes de monóxido de carbono son, en su mayoría, calefones, estufas y termotanques defectuosos. En algunas oportunidades, también hay intoxicaciones por braseros colocados en domicilio o, incluso, fogatas en barriles (en los barrios más humildes, en donde no pueden calefaccionarse de otra manera). El monóxido de carbono es un gas incoloro, inodoro y no irritante, posee la característica distintiva de tener 250 veces más afinidad por la hemoglobina que el oxígeno y es posible encontrarlo disuelto en el plasma.

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El mecanismo principal por el cual provoca falta de aire es por desplazamiento directo del oxígeno. No obstante, el monóxido también tiene acción directa en la respiración celular, alterándola y llevando a la muerte directa de la célula.

Los síntomas son variados: dolor de cabeza, vómitos, dolores musculares, fatiga, convulsiones, hemorragias, insuficiencia renal, infarto del corazón, insuficiencia respiratoria, paro respiratorio y muerte. Difiere según su concentración en el aire y el tiempo de exposición.

Una de las mayores dificultades en el diagnóstico es que los síntomas leves pasan desapercibidos o se confunden con los típicos de otras enfermedades infecciosas estacionales como la gripe.

También existe la intoxicación crónica. En estos casos, las concentraciones de monóxido no son tan altas, pero se dan de manera reiterada. El paciente experimenta dolor de cabeza crónico, somnolencia diurna y fatiga, trastorno en el habla y aprendizaje, paranoia y psicosis.

Existen grupos de riesgo con mayor probabilidad de sufrir una intoxicación se - contré tejiendo una mantilla para el bebé de la familia y aprendiendo luego puntos nuevos. vera: ancianos, niños y embarazadas, pacientes con enfermedad cardíaca previa, anemia o insuficiencia respiratoria.

Y mientras pasábamos la tarde tomando té de menta con una braza pasada por azúcar, hablando de mis ocupaciones en casa, de los libros que leía, me enseñó las humildes labores de la clase media de entonces: a zurcir delicadamente, a poner un remiendo, a usar vinagre al enjuagar la lana.

Lo que más me gustó fue armar un herbario con flores, hojas y helechos del jardincito que rodeaba a la gruta de la virgen, recogidas cuando la acompañaba a sor Emilia a regar los canteros. De algún modo, sin que de parte de ella mediara algún gesto, una palabra alusiva, yo sentía una especie de comunión en el silencio.

Al verme, mamá se disgustó, pero papá confiaba en esas curas y decidieron esperar hasta el lunes. Aquel día, después de clase, sor Emilia me quitó el emplasto… que se llevó con él al panadizo, dejando el dedo en carne viva, que cubrió con una pomada. Cuando papá me llevó al médico, éste le dijo que volviera sólo si se inflamaba, cosa que no pasó.

Sor Emilia tomó miga de pan remojada en leche muy caliente, cubrió el panadizo y, para sorpresa de todos, me lo curó.

Recuerdo que una vez me salió un panadizo y mamá dijo que me llevaría al médico para que lo abriera con un bisturí. Llegué al colegio llorando y le conté a sor Emilia el miedo a que me cortaran. Ella me dijo que conocía un remedio viejo, pero infalible: tomó miga de pan remojada en leche muy caliente, me cubrió el panadizo, lo envolvió en gasa y lo protegió con un dedil de goma que sostuvo con cinta emplástica.

Llegué a sentir por ella un gran cariño, y cuando comenzaban las clases, solía llevarle un dulce hecho por mí, un pañuelito bordado. Hasta que un año entré al aula de música y no estaba allí: la habían trasladado a otra provincia. Nos escribimos durante un tiempo hasta que el correo comenzó a devolverme las cartas. Nadie supo darme noticias de ella. Después de una vida, recuerdo aún las siestas con el sonido del arroyo bajo la ventana de la salita, o el sol de la tarde en la cara cuando limpiábamos los canteros de la Virgen y ella me hablaba de su infancia en un país que he olvidado.

Sugerencias: vuelvan a ver Adiós, Mr. Chip: no sólo trata del amor al maestro; también del cariño de éste a sus alumnos. La novela es de J. Hilton. Se consigue en libros usados.

Si bien hay tratamientos para la intoxicación con este gas, simpre el tratamiento más eficaz es la prevención:

• Conocer las probables fuentes de intoxicación y revisarlas periódicamente.

• Examinar con un gasista matriculado todos los elementos que utilicen gas.

• Chequear que el tiraje de las estufas sea correcto y no esté obstruida la salida.

• Los braseros están contraindicados en el hogar, salvo que estén cerrados en el frente y el escape de gas sea correcto (por una chimenea o tiraje hacia el exterior).

• Nunca utilizar horno y hornallas para calefaccionar el ambiente, ni ningún otro elemento no autorizado.

• Los detectores de monóxido pueden ser útiles, pero solo detectan concentraciones elevadas.

• El monóxido no tiene olor. Igualmente, si se siente olor a gas, revisar el equipo a la brevedad.

• Siempre dejar 10/15 centímetros de una ventana abierta. En caso de una fuga de gas, esto puede salvar la vida.

*Médico toxicólogo, director del sitio web Toxicología Hoy.

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