Saigón 22

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TEXTOS Luis Alberto de Cuenca Luís Ángel Ruiz Herrero Manuel Guerrero Cabrera María Antonia Gutiérrez Huete José Manuel Pozo Herencia José Puerto Sensi Budia Juárez Mari Cruz Garrido Linares Jesús Cardenas José Antonio Fernández Sánchez Antonio J. Sánchez Rubén Pérez Trujillano Manuel Delgado Gómez Carmen Fuentes Güeto José Manuel Moreno Millán Julián Valle Rivas José Manuel Valle Porras Irene Zurita López

FOTOGRAFÍA E ILUSTRACIÓN Fran Espinar Roldán Inma Bujalance Manuel García Luque Ibán Reyes Lara Samuel Poyato Rodríguez Sandra Beato Pérez Anabel Gutiérrez Merino Doa Aullad Benmansour Elena Ortiz Marqués José Sierra (Foto de María Rosal) Saigón

PORTADA

Manuel Guerrero Cabrera

SAIGÓN l 22


005 -160-2 al: CO 55 g e L o it 1 z Depós SN: 1699-5 rro Martíne IS ava ia N d é u s B o ensi ilio J or: Em edacción: S rera, José Cread R ab e C d o r rras, jo e Conse anuel Guerr nuel Valle Po a M M , Juárez enca, José ivas Cu Valle R A Puerto y ulián resión: ATIC p im e Diseño inan: Patroc


SAIGÓN

editorial

En 2014 se cumplen 10 años de la aparición del primer número de la revista Saigón. Por entonces aún no habíamos cumplido el cuarto de siglo y éramos tan solo un breve puñado de jóvenes ilusionados y temerosos, a caballo entre el término de nuestras carreras universitarias y el largo inicio de la aventura profesional. Emilio Navarro hizo el número cero: escribió; recopiló colaboraciones; organizó los textos; maquetó la revista; añadió diseños, lemas y citas; imprimió diversas copias; y las distribuyó entre los amigos. El encanto de lo logrado fue tal que contagió de entusiasmo a José Manuel Valle. Durante los dos siguientes años, este se ocupó de buscar nuevos colaboradores y financiación pública en la Subbética cordobesa. Aparecieron así varios números, en los cuales se operó una progresiva mejora en la calidad, tanto formal como de contenidos, de la revista. Para Valle no fue pequeña cosa dejar de tener que ordenar folio por folio, grapar y luego doblar cada ejemplar de cada número, para pasar a disfrutar de un proceso totalmente automatizado. Pero en 2006 nos abordó la crisis. La falta de financiación dejó a Saigón en el dique seco. Sin embargo, y por esta vez mejor incluso que el ave Fénix, la revista no sólo resurgió en una segunda época, sino que lo hizo, de hecho, con una apariencia y presentación mejores de las que antes tuvo, y con un plantel de colaboradores que ha continuado creciendo hasta hoy. Pero esto es sólo la punta del iceberg: habría que mencionar, por ejemplo, la fijación de una estructura interna ordenada y estable en la revista, y, en especial, una más intensa actividad –sobre todo, aunque no exclusivamente, en Cabra y Lucena– a través de actos culturales periódicos, los cuales abarcan desde las presentaciones públicas de la propia revista hasta recitales poéticos de diverso estilo, pasando por competiciones de rap, encuentros de cineforum, etc. Tanto nuestra revista como la asociación que está detrás (Naufragio) han alcanzado en esta segunda época el apogeo de su actividad cultural, y el mérito fundamental reside en la persona que desde entonces ha estado al frente de una y otra. Desde 2006, él ha llevado el peso mayoritario y la responsabilidad fundamental en la elaboración de cada nuevo número de Saigón y en la organización de la mayoría de los eventos protagonizados por la asociación cultural Naufragio. Sirvan, por tanto, estas palabras introductorias de humilde homenaje a su dedicada habilidad y generoso esfuerzo durante estos años. Gracias, Manuel Guerrero, por hacer que esta isla cercana siga todavía en el mapa.


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Entrevista a María Rosal

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Abrimos fuego con poesía HERO Y LEANDRO. Luis Alberto de Cuenca NUNCA. Luís Ángel Ruiz Herrero RÉQUIEM. Sensi Budia Juárez GUÁRDAME EN LA PUPILA DE TUS OJOS. Manuel Guerrero Cabrera CHARCOS EN LA GARGANTA. María Antonia Gutiérrez Huete Y LLEGARÁ LA TARDE. José Manuel Pozo Herencia PARA QUÉ SIRVE UN CASTILLO. José Puerto THE FOREIGNER. Mari Cruz Garrido Linares TODA MUDANZA ES UNA DERROTA.Jesús Cardenas COMO UNA BLANCA NOCHE… José A. Fernández Sánchez AVISO PARA HACER PÚBLICO EN LOS INSTANTES PREVIOS AL INICIO DE UN RECITAL POÉTICO. Antonio J. Sánchez CARMEN DE LA VICTORIA. Rubén Pérez Trujillano EL REY DE LOS LOBOS. Manuel Delgado Gómez EL MUNDO MUERE. Carmen Fuentes Güeto GRAN VÍA. José Manuel Moreno Millán Análisis en la retaguardia LA CONSTITUCIÓN DE 1837. Julián Valle Rivas UNA BIBLIOTECA EN LA CONCHINCHINA: JUVENILIA. José Manuel Valle Porras NAÚFRAGOS EN SAIGÓN. Irene Zurita López

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Alto el fuego PUBLICACIONES RECIBIDAS. Redacción LO QUE HEMOS HECHO. Redacción

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entrevista


marĂ­a rosal


laentrevista Manuel Guerrero Cabrera

MARÍA ROSAL (Fernán-Núñez, 1961) es Licenciada en Filología Hispánica y Doctora en Teoría de la Literatura y del Arte y Literatura Comparada por la Universidad de Granada. De su obra poética destacamos Sibila (1993), Vuelo rasante (1996), Tregua (2001), A pie de página (2002), Otra vez Bartleby (2003, Premio Andalucía de la Crítica 2004), Discurso del método (2007, Premio Tardor) y Síntomas de la devastación (2007, Premio José Hierro «Alegría»), Espeleología humana (Premio Aljabibe, 2009). Ha aparecido en diversas antologías y también ha escrito narrativa y ensayo, entre los que destacamos Con voz propia (2006) y Poética de la sumisión. Malos tratos y respuesta femenina en la copla (2011). 1.- Usted ha escrito poesía, cuentos, ensayo… ¿En qué género literario se encuentra más cómoda? Lo que me gusta es escribir. Tengo etapas en las que me llama más la poesía y otras en las que prefiero la narrativa. El ensayo me apetece siempre como lectora. Lo necesito para reflexionar, para pensar. A veces me ocurre que después de trabajar mucho tiempo en algún ensayo la poesía pide paso con fuerza. Entonces procuro no distraerme y escribir. 2.- El humor es uno de los elementos que encontramos en su poesía, por ejemplo en Discurso del método («Abrimos la botella de champán francés…») o en A pie de página («Divertimento», entre varios que se podrían seleccionar de este volumen). ¿Nos está diciendo que el humor es necesario tanto en poesía como en la realidad? El humor es imprescindible, sobre todo en la vida. 3.- ¿Qué autores u obras han influido en su poesía? En mi adolescencia leí mucho a Antonio Machado, a Bécquer y a Juan Ramón


Jiménez. Después continué con la generación del 27, fundamentalmente Cernuda y el Lorca de Poeta en Nueva York o el Alberti de Sobre los ángeles. Aleixandre, Salinas, Altolaguirre, estuvieron también muy presentes junto a Góngora y Quevedo. Desde hace mucho tiempo me interesa la obra de Ángela Figuera, a la que descubrí después que a Celaya y a Otero. A Gloria Fuertes, a su pensamiento poético, he dedicado un ensayo reciente. Me gusta mucho la transgresión en la poesía de Ana Rossetti y la emoción de Rosa Romojaro. Disfruto con los poemas de Luis Alberto de Cuenca. Releo, admiro y siempre aprendo con Pablo García Baena y con Vicente Núñez. 4.- Además de las obras literarias, ¿se inspira en el cine, en la música o en lo que pasa en la calle? Todo vale para la inspiración. El cine me gusta mucho y tengo poemas inspirados claramente en películas o en el cine, como espacio de transgresión. Lo que pasa en la calle, la prensa, las noticias, la televisión suele proporcionarme materia para mis poemas y para algún relato. A veces, una anécdota leída en un periódico o en internet, pero reelaborada en primera persona, puede conseguir efectos sorprendentes en poesía. Es curioso que todavía hay quien cree en la literalidad exacta y biográfica de los poemas. Para mí la poesía es un género de ficción, como la narrativa. No es la vida lo que escribimos, sino nuestra propia impresión, subjetiva e imperfecta, sobre la vida, los sueños, los deseos, propios o ajenos. 5.- Desde Sibila (1993) han pasado, además de varios años, muchos versos. ¿Cuál de sus libros es el que más le gusta a usted? Quizás Síntomas de la devastación. Creo que refleja el estado de decadencia moral e incertidumbre que domina estos tiempos. 6.- Al escribir un poema, ¿qué busca en el lector: la interpretación de lo que usted quiso decir o que le dé otras interpretaciones que usted desconocía? El lector siempre interpreta. Cuando escribo intento llevar al papel lo que está en mi mente. Luego los lectores hacen suya la obra dentro de su horizonte de expectativas y ello produce interpretaciones personales.


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LUISALBERTO DECUENCA HERO Y LEANDRO I De modo que Leandro se enamora de Hero, sacerdotisa de Afrodita, que ha sido destinada por sus padres a la virginidad (¡si ellos supieran!). Y para transgredir esa norma y dar cauce a sus calenturientas fantasías, no tiene más remedio que atravesar a nado, de noche, el Helesponto, alumbrándole ella con una antorcha desde la torre en la que vive. Ese es Leandro: un chico de excelente familia que no hace lo que debe. Conozco infinidad de jovencitas griegas que hubiesen cancelado sus vacaciones en Egipto por una sola mirada de sus ojazos glaucos. Pero él, erre que erre, loco por esa monja desgarbada que vive en una torre (como la Delgadina del romance), porque él no es un burgués como sus compañeros de colegio, sino uno de esos poètes maudits que aspiran a morir jóvenes, para hacerse un hueco en la Britannica y en Google. Hay que decir que Hero recibió las primeros poemas incendiarios de Leandro con sana indiferencia y con no poca sorna, pues no había una sílaba larga ni una breve en su sitio. Pero el galán, consciente de que el verso no bastaba, acudió a la prosa del talle –era bastante guapo– y consiguió llevársela


a la cama una noche que Hero pasó en Abidos (donde vivía Leandro) con motivo de una procesión en honor (cómo no) de Afrodita. II El amor y la muerte. Ahí los tenéis, bailando muy juntos y agarrados, muy patéticos, frotándose y lamiéndose con fruición, como si estuviesen posando para hacer las delicias de un vecino rijoso. Él, Leandro, la abraza con furia, desgreñado de algas y salitre, empapado de mar y de deseo. Ella, Hero, la novicia desgarbada de ayer, está maravillosa: es una de esas chicas que cuando pierden la virginidad pierden la timidez y la vergüenza, y da gusto mirar su mirada insaciable, sus curvas y esa piel tan pálida y tan sexy: parece una odalisca de Ingres o de Fortuny, o una novia de Drácula. Era su última noche antes de la tormenta. Por poco se mataron a besos y mordiscos antes de tiempo. Se despidieron aún húmedos, sabiendo que la próxima noche ya no estarían juntos, que la inmortalidad de su amor se pagaba con la muerte de ambos, con su mutuo y supremo sacrificio.


LUISÁNGEL RUIZHERRERO NUNCA Nunca me iré de aquí aunque las rosas derramen su perfume ante mis ojos, y la lluvia me llame en el crepúsculo, cuando la soledad que aprieta el alma confunde al horizonte con las rosas. Nunca. Porque la luz de estos olivos atrapó el pulso de mis sueños rotos y he visto amanecer, desde este Adarve, otra respiración de luz y rosa otro amarillo, anaranjado y verde, para alentar de nuevo mi palabra. Hoy llueve en este Adarve silencioso, y, empapado, contemplo mi tristeza que vuela a refugiarse en la aceituna, a sentir el regazo de su calma. Nunca. Quizás nunca me vaya de esta imagen. Aunque quizás ya haya empezado a evaporarme y me aspire hasta el cielo como el vaho, verde y rosa, que sale de la hierba y se va para siempre de la tierra... Quizás me estoy marchando ya sin yo saberlo, pues «nunca» es como decir quizás alguna vez. Pero sé bien que aunque me vaya, siempre mi tiempo estará aquí,


porque mi piel est谩 plantada de olivares y el silencio abacial de este paisaje, que transmuta la luz desde Granada en este amanecer de lluvia y rezo, ha empapado mi voz y mi garganta como el aceite empapa el pan y el coraz贸n, un beso.


SENSI BUDIAJUÁREZ RÉQUIEM En cada nota decadente rasga el pecho un sentimiento, y la mente se suspende... «¿Habré muerto?» El corazón se deshiela y pigmenta la gran depresión, de profunda oscuridad e inutilidad vital. Sonidos decadentes, a borbotones, algún día, cantaréis en la corte angelical que congeló mi corazón al morir de amor.



MANUEL GUERRERO CABRERA GUÁRDAME EN LA PUPILA DE TUS OJOS Guárdame en la pupila de tus ojos hasta que me disuelva como lágrima, hasta que mis entrañas sean cera en los enamorados ardores de verano. Escóndeme en la sombra de tus cejas bajo los párpados de tu sepulcro, para que no me canten los pájaros traidores en las humedecidas guaridas del invierno. Da a mi nombre refugio de manzano, porque en tu paladar sepa sabroso y huela a fresca fruta de tu aliento. Al final, entre tu vientre de trigo me tumbaré a contar tus latidos y a contemplar la danza de tu pecho que me alivian la espera de que expiren mis días. porque mi piel está plantada de olivares y el silencio abacial de este paisaje, que transmuta la luz desde Granada en este amanecer de lluvia y rezo, ha empapado mi voz y mi garganta como el aceite empapa el pan y el corazón, un beso.



MªANTONIA GUTIÉRREZ HUETE CHARCOS EN LA GARGANTA Hay palabras encrespadas, como locas, en mis labios batallando por salir desde el fondo del desánimo y una nube de esperanza escalando los andamios de mi mente, para huir de este pecho encarnizado. Hay tristezas encaladas, como piedras, tras mi poros rezumando su verdín por los bordes del otoño y un rosal en la fachada ocultando los abrojos del destino, sin abrir las rosas ante mis ojos. Hay tormentas que no acaban, como océanos de lágrimas, en mis noches sin dormir anegando cada página de tu ausencia. Y en mi guitarra, notas que mueren de lástima, como muero yo sin ti... Hay charcos en mi garganta.



JOSÉMANUEL POZOHERENCIA Y LLEGARÁ LA TARDE Y llegará la tarde. Escondidas aparecerán las luces de los sueños. El pasado dejará de ser tenue y el futuro esperará en otra parte. Me encontrarás yaciente. Sobre los pocos versos que encontrares, se verá mi sonrisa, mas perdida, solapada, silente. Si aún no te lo he dicho, te lo diré: en mi interior, exististe; en mis venas, corriste; en mis lágrimas, te bañaste… pero no provocaste llanto; sólo melancolía dulcemente. Y sobre los surcos temporales, y los avatares eternos, yo escribiré en el aire: Preciosa, supiste aunque no lo creyeses, tenerme. Y cuando alguna vez te pregunten si me quisiste o me maltrataste, responde sin reparo: ¿Quién lo sabe? Pronto no habrá huella de si existió o si un sueño fue simplemente.


JOSÉ PUERTO PARA QUÉ SIRVE UN CASTILLO Si no es de naipes, si no es de arena de playa, si no es de plástico hinchable, si no es de fuegos artificiales, ya se sabe lo que cuesta levantar un castillo… Tanto muro, tanta torre, tanta almena, tantas almas en vértigo andamiadas, tanto pulso de manos encallecidas cincelando las piedras angulares, tanto sudor, tanta lágrima hecha piedra, tanta sangre amasando la argamasa, siempre en el cerro más alto y escarpado. Ya se sabe que un castillo no dura para siempre, que no resiste el asedio de las huestes del tiempo, que no hay muralla que no se desmorone ni torre que los años no derritan; que los siglos devoran sin pausa los contrafuertes, las barbacanas, los torreones, los matacanes, las banderas, los estandartes más gallardos… Ya se sabe que un castillo no sirve ni defiende para nada, que nunca es inexpugnable, que se rinde a las torres de asalto de las empresas que organizan las cenas y los mercados medievales, que se expone a los saqueos de las cámaras fotográficas japonesas, a las plagas de los turoperadores o a los arietes de los peoncitos espías


de los mapas de Mister Google, o a las catapultas de los parques temáticos que secuestran los castillos verdaderos y los clonan en azúcar rosa y azulón… Ya se sabe… pero todos también sabemos que no se puede, sin echar mano a un castillo, cantar romances de bravos caballeros, de reinos perdidos y amores de frontera, contar leyendas de reyes, de magos, de camelos… Ni escribir cuentos de princesas de trenzas largas, de princesas blancas, cenizosas o dormilonas, que no se podrían cultivar sin castillos las flores pasteles de la fantasía que tanto nos han alimentado… Pero tú y yo sabemos sobre todo que no se puede resguardar el alma ni curar sus heridas de guerra, ni volver a ensamblar sus cristales rotos sin refugiarse, sin construirse de vez en cuando un castillo interior con el canon del Temple o del Carmelo; sin levantar una muralla siquiera sutil, siquiera de gelatina con fecha de caducidad; sin cercar un patio de armas donde velar las propias a la luz de la luna, donde alzar nuestra propia torre de homenaje y sentirnos seguros despegados del suelo, dominando el horizonte del campo de batalla; donde un emperador celeste y luminoso nos arme caballeros, nos infunda valor y nos otorgue la sufrida, la alta misión de ensanchar la frontera de la nobleza pura enfrentando las mesnadas negras, sean de dragones, de gigantes o molinos.



MARICRUZ GARRIDO LINARES THE FOREIGNER La ciudad me mira como a un ser incógnito, inconexo, deambulante. Hoy, incluso he observado que me expulsan del lugar como a patadas, como a un racimo de uvas desparramado. Soy un náufrago en Saigón, un arlequín en París sin santo ni seña y, la ballesta, me hirió en lo más profundo de mi ser. por ello, me siento de papel, sin voz, ni voto, sin fecha de caducidad, un artefacto nocivo que lucha a la intemperie, sin ni siquiera un café pendiente que abrigue mi pasado y mi presente. Me reservan el derecho de admisión. Madiba, ya no está para ayudarnos. Nos queda Conan el bárbaro, el destructor. Yo podría haber sído como Einstein –me dormía en las clases–, o como el Capitan Trueno. ¿Por qué no? Probablemente me quedé en Manolito gafotas y es este mi destino, aunque me hubiera gustado ser como James Dean , en hombre, o Marilyn Monroe en mujer; bueno, qué tal Rock Hudson y así no me complico. Madiba ya no está. ¿Quién nos podrá sacar de este naufragio? ¿Quién nos liberará de esta derrota? Sin héroes, sin Ulises ni Perseo, sin griegos ni troyanos, ni hispanos, incluso sin la Central del Banco Americano. –Todos han muerto– Quién nos liberará de esta prisión del todo… Made in Japón. Los chinos nos invaden, mas la gran tecnología nos apoya. Me queda mi Ipad SOS. Y aunque todos me ignoren yo me siento tan sólo un tecno-extraño.


JESÚS CÁRDENAS TODA MUDANZA ES UNA DERROTA He rasgado con la distancia y el temblor un frío de murmullos, risas y llantos. La embriaguez con que vivíamos y algunas manchas en la pared. Aquel amanecer gélido en que tú trazaste lentamente un corazón con tus dedos en el cristal de la ventana. Y así embellecías el paisaje. La luz ni su aroma serán ahora iguales en esta calle sin tus pasos. Mientras embalas la última caja, se clava a la ruina todo lo que abandonas aquí, impávido en su empeño de persistir onírico, renovado sin fecha en su arraigo como en los reencuentros con los discos de siempre. Ninguno quiere girar la llave por última vez.


JOSÉANTONIO FERNÁNDEZ SÁNCHEZ COMO UNA BLANCA NOCHE… Como una blanca noche llena de sueños blancos tengo la página, vacía, blanca. Como nieve recién vertida que espera la pisada anónima de una silueta con despiste. Mientras, mientras el blanco todo llena, una inocente ardilla firma con rojo sangre en tanto blanco. Se acerca a mí con su muñón sajado y va dejando gotas rojo sangre que yo recojo y miro y guardo atento. Queda la noche oscura y sin color, como la página, que nunca debió de ser tocada, toda roja en fondo blanco, llena ya.



ANTONIO J. SÁNCHEZ AVISO PARA HACER PÚBLICO EN LOS INSTANTES PREVIOS AL INICIO DE UN RECITAL POÉTICO Va a comenzar el recital: por favor, desconecten sus móviles, o mejor déjenlos encendidos, y si les llama la madre o el amigo o el amante contesten. ¿Quién ha dicho que un puñado de versos es más valioso que esas charlas que trenzan el ritmo cotidiano del mundo? Dejen sus móviles encendidos y, si es posible, abran las ventanas: que se oigan los coches y los balonazos de los niños; que llegue hasta aquí el latido de la vida, no sea que a los poetas se nos olvide que sin ese latido nuestros poemas son sólo manchas de tinta en un papel.



RUBÉN PÉREZ TRUJILLANO CARMEN DE LA VICTORIA A este sinvivir de danzas vegetales se agolpa mi corazón esperanzado. Quisiera cantar su origen, pero no puede hacerlo este corazón en donde naciste. El cielo flota sobre tus pechos, como en otro tiempo. ¡Fuera luces! (La luna se da siempre por enterada). Un laberinto para felices bendice nuestras llagas. Los más finos aromas se adueñan de los pasos en falso, igual que un rocío insaciable que empapara nuestras prendas. Manos, raíces. Enamoras a las fuentes.


MANUEL DELGADO GÓMEZ EL REY DE LOS LOBOS Primero la tierra se volvió de fuego. Y cuando pensamos que no podría volverse peor, el suelo se volvió de barro. Y cuando toda nuestra esperanza desapareció ya definitivamente, se volvió sangre. Los horrores que salieron de la caja de Pandora que abrió la humanidad destrozaron el mundo que conocimos; cuando los ángeles cayeron a la tierra con sus alas de fuego, castigando a todos por sus pecados, o por ninguna razón aparente, todo retazo de humanidad se había extinto ya en las hogueras del horror y del arrastrarse para lograr sobrevivir un minuto más. Los hombres se volvían animales, y justo después de la sangre, el veneno, la muerte, el horror y la pesadilla, después de todo ello llegó el hielo. Por aquellos tiempos yo agonizaba escondiéndome entre los combates allá entre las nieves. La cuenta atrás de mis días llegaba a su fin, y lo sabía. Parte de mi hígado había entrado en mis pulmones y mi garganta luchaba tanto por echarlo afuera que tosía la sangre. Aquel fue el día que me crucé con Maluk. Me desplomé sobre el frío blanco escupiendo mi rojo interior, cuando se me acercó el gran lobo gris de ojos blancos como el invierno. Le miré insensible, la muerte caminaba cerca, ponía los pies tras mis huellas en la nieve, atraía con su olor a todos los animales salvajes, deseando disfrutar del festín de mi enferma carne. De repente desafié al lobo con la mirada: «¡Devórame!», le dije. «¡Contágiate!», susurré. «¡Deshazte del último pedazo de la raza humana, así será justo!», alcancé a decir ya sin aliento. El lobo me perdonó la vida, se llamaba Maluk. Aprendí a vivir con ellos, a cazar, a dormir, a morir con ellos. En el hielo los lobos eran los amos, hasta el día en que el dios bajó a la tierra. Cuando el dios aterrizó desde el cielo, durmiente, convaleciente, parecía tan pacífico... con su pelo rubio largo, su cuerpo musculoso, bello, sus ojos azules, sus sonrosados labios... su carga de muerte en sus espaldas, sus brazos asesinos, su mortal belleza... Había aprendido a vivir como un lobo, a vivir y a matar animales, pero no sabía nada de los hombres, y menos de los dioses como aquel que aterrizó desde los cielos, dejando los campos de nieve derretidas por el calor que había provocado al estallar contra la superficie. Los lobos me miraban, yo tosía. Él era uno de los que decidía los destinos de los mortales. Qué menos que devolverle la invitación


y decidir el destino de los inmortales. El dios, una vez en la tierra ya no tenía nada que hacer, era mío. Miré a sus ojos, una vez despertó, y los míos continuaron fijos en los suyos, mientras le cortaba el cuello, mientras sus manos agarraban las mías con una fuerza sobrehumana que casi me parte en dos, mientras su cuerpo temblaba tanto como las montañas, mientras los ríos de sangre brotaban del dolor de su cuello, mientras su vida se extinguía como se apagaba el sol, mientras los pájaros dejaban de cantar de repente. Y seguí mirándolos un rato hasta que Maluk, el lobo, se acercó a mí y me dio con el hocico en el brazo. Su mirada acusaba, pero no sabía. –No me mires así, yo soy un hombre: no soy un animal.



CARMEN FUENTES GÜETO EL MUNDO MUERE Este triste planeta ya no brilla. Su luz se apagó y sus seres creyeron que esta se podía sustituir por bombillas, al igual que creyeron que los sentimientos no eran algo importante, y los fueron sustituyendo por tecnologías que acabaron con su espíritu, tornándose en seres fríos. También creyeron que todo su mundo estaba tras una pantalla, y, así, se aislaban de lo verdadero; se convertían en seres sin cerebro, porque ya estaba todo inventado y creían que no lo necesitaban; y, así, se volvían manipulables, de los que fácilmente se aprovechaban. El mundo se pudría y ellos seguían dentro.


JOSÉMANUEL MORENOMILLÁN GRAN VÍA Caminan despacio, de la mano, abrigados por el sonido del tráfico y el murmullo de la gente. Una mirada cómplice vuelve a resurgir y provoca el nacimiento de una media sonrisa picarona que zigzaguea a cada paso que dan. Unos hermanos, reacios a adecuarse al presente, comparten un litro de cerveza junto a la calzada. Un poeta urbano regala sus versos a los viandantes que, borrachos de indiferencia, se detienen para curiosear ante el escaparate de ese establecimiento casi centenario. Turistas distraídos compran imanes para la nevera y pandillas de jóvenes planean sus sueños de fin de semana. Gente dispar entra y sale de los comercios, llevando el jersey de temporada o los vaqueros descosidos del momento. El rey de México asegura dejar los zapatos más brillantes del planeta. El conocido letrero luminoso refleja colores en sus gafas. La calle toma aire antes de continuar, dando pie a la plaza mágica que se esconde a la vuelta de la esquina. Ella lo mira y le besa, dejándose diluir con la luz del atardecer.


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JULIÁN VALLERIVAS

La Constitución de 1837 1. Apuntes históricos. No era la intención primigenia. O, más bien, se enarboló la bandera de la Constitución de 1812 con el objeto de disimular un nuevo texto constitucional tras el velo de una oportuna reforma. Ya María Cristina, la Reina Gobernadora, apuntó la posibilidad cuando, por Decreto de 13 de agosto de 1836, ordenó la vigencia de la Constitución de 1812 a la espera de que «… reunida la Nación en Cortes manifieste expresamente su voluntad o dé otra Constitución conforme a las necesidades de la misma». El «Motín de la Granja» concedió al emeritense José María Calatrava la Presidencia del Consejo de Ministros, aunque, en la sombra, el poder lo ostentaría Juan Álvarez de Mendizábal, Ministro de Hacienda. Se entiende, pues, que el «Presidente» convocó elecciones a Cortes Constituyentes por Decreto de 21 de agosto de 1836, concediéndoles facultades de examen y revisión del texto gaditano o, conforme a los preceptos regios, sustitución por uno nuevo. Las Cortes iniciaron sus sesiones el 24 de octubre de 1836, en cuyo discurso de inauguración la Reina Gobernadora exhortó a los Diputados sabiduría y prudencia en su labor, sólo así «… se granjeará más respeto y simpatía entre los extraños; más amor si es posible y más estabilidad entre nosotros…». Presidida por el prestigioso y respetado Agustín de Argüelles, con el europeísta Salustiano de Olózaga en la Secretaría, la Comisión encargada de la redacción


emprendió su andadura el 5 de noviembre, pergeñando su misión a partir de un planteamiento en aras del pragmatismo: un sistema de «bases» donde «… se reunían y resumían los temas esenciales de la reforma». «Con este método se pretendía centrar la discusión, lograr un acuerdo de principio sobre aquellos temas y redactar luego un proyecto articulado, maduro y completado por las sugerencias que el examen de tales bases pudiera suscitar». La primera fase finalizó sin destacables pormenores. Las bases se presentaron a las Cortes el día 30 de noviembre con cuatro puntos en torno a los cuales se asentaría el texto definitivo: bicameralismo, sistema de elección directa, fortalecimiento de la Corona y reducción del articulado. Salvo por leves matizaciones, las Cortes concedieron su visto bueno el 28 de diciembre. Con las bases soportando el peso del proyecto, el desarrollo articulado no se hizo esperar. El 24 de febrero de 1837 las Cortes Constituyentes abrieron las discusiones. El proceso no fue simple y fluctuó entre los vaivenes de los intereses y las influencias. Se mentaron las constituciones francesa y belga (de 1830 y 1831, respectivamente), y, con la boca pequeña, el denostado Estatuto Real de 1834; incluso se percibió el desvío de la senda doceañista: diputados como Asensio Tarín llamaron la atención de la Cámara, recordando que su función descansaba sobre el principio de reforma, no de sustitución. Es más, la Historia ha registrado un consenso inmutable hasta la actualidad: el texto sancionado en nombre de su hija por la Reina María Cristina el 18 de junio de 1837, aquél que juró como reforma de la Constitución de 1812, fue, de hecho, una nueva Constitución. Por su estructura institucional, por su extensión y por haber discriminado el sistema de reforma vigente, «… rompiendo con ello aquella continuidad que exige toda labor de retoque y modificación». 2. Naturaleza y principios. La Constitución de 1837 no es, entonces, el resultado de una simplificación de la Norma de 1812, sino una inédita aportación a la historia de nuestro constitucionalismo, fabricada a la medida de la alternancia entre progresistas y moderados. Con 77 artículos y dos Adicionales es un texto de extensión media, claro, completo


y sistemático; prescinde de todas aquellas materias que deben reservarse a la legislación ordinaria; distingue, por primera vez, una parte dogmática y otra orgánica, agrupando ordenadamente los derechos y libertades de los españoles en un catálogo estrictamente jurídico, alejado de la dispersa abstracción de la redacción gaditana; y goza de la flexibilidad que le concede la ausencia de un procedimiento de reforma. Se descubre como una constitución de origen popular, donde la monarquía es limitada y hereditaria y la soberanía, según establece su Preámbulo, reside en la nación española: «Doña Isabel II, por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía Española, Reina de las Españas, y en su Real nombre, y durante su menor edad, la Reina Viuda su Madre Doña María Cristina de Borbón, Gobernador del Reino; a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: Que las Cortes generales han decretado y sancionado, y Nos de conformidad aceptado, lo siguiente: Siendo la voluntad de la Nación revisar, en uso de su soberanía, la Constitución política promulgada en Cádiz el 19 de Marzo de 1812, las Cortes generales, congregadas a este fin, decretan y sancionan la siguiente…». Sin embargo, hay quien le concede una naturaleza pactada, impuesta a la Soberana, consecuencia de los sucesos de La Granja. Finalmente, articula el principio de división de poderes con la dotación de elementos que consienten la colaboración e interacción características del régimen parlamentario. Baste, a modo de ejemplo, el artículo 62: «Los Ministros pueden ser Senadores o Diputados, y tomar parte en las discusiones de ambos Cuerpos Colegisladores…». 3. Contenido. Tras el cuadro de derechos, libertades y confesionalidad –«La Nación se obliga a mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan los españoles»– (arts. 1 a 11), se da paso a la regulación orgánica, comenzando con las Cortes (arts. 12 a 43). Éstas son bicamerales, al estar compuestas por Senado y Congreso de los Diputados «… iguales en facultades…». Los miembros de la Cámara Alta «… son nombrados por el Rey a propuesta, en lista triple, de los electores que en cada provincia nombran los Diputados a Cortes». En cuanto a la Cámara Baja, «cada provincia nombrará un Diputado, a lo menos, por cada cincuenta mil almas


de su población». «Los Diputados se elegirán por el método directo, y podrán ser reelegidos indefinidamente». Las Cortes comparten con el Rey la iniciativa legislativa, controlan la responsabilidad penal y política de los ministros, autorizan la ley de presupuestos y demás leyes de fiscalización y reciben el juramento del Rey, del sucesor y del Regente. Senadores y Diputados disfrutan de inmunidad, «… a no ser hallados infraganti…». La persona del Rey (arts. 44 a 60) «… es sagrada e inviolable, y no está sujeta a la responsabilidad. Son responsables los Ministros». Comparte la iniciativa legislativa; dispone de derecho de veto; sanciona, promulga y ejecuta las leyes; nombra y separa libremente a los ministros y empleados públicos; y disuelve el Congreso de los Diputados. Los Ministros se constitucionalizan explícitamente en dos artículos (61 y 62) e implícitamente a lo largo de toda la Norma Suprema, la cual recurre indistintamente a los términos Gobierno y Consejo de Ministros, que, junto con la función de refrendo indicada, elabora el presupuesto. En el Poder Judicial (arts. 63 a 68) se consagran los principios de unidad de códigos y de fueros, de responsabilidad judicial y de exclusividad funcional en la aplicación de las leyes, juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado. «Ningún magistrado o juez podrá ser depuesto de su destino, temporal o perpetuo, sino por sentencia ejecutoria, ni suspendido sino por auto judicial, o en virtud de orden del Rey, cuando éste, con motivos fundados, le mande juzgar por el Tribunal competente». Se completa el articulado constitucional de 1837 con las disposiciones relativas a las Diputaciones Provinciales y los Ayuntamientos (arts. 69 a71), a las Contribuciones (arts. 72 a 75) y a la Fuerza Militar Nacional (arts. 76 y 77). Cierran los dos Artículos Adicionales: «Las leyes determinarán la época y el modo, en que se ha de establecer el juicio por jurados para toda clase de delitos» (art. 1º), y «Las provincias de Ultramar serán gobernadas por leyes especiales» (art. 2º).


4. Valoración, vicisitudes y aplicación. La Constitución de 1837 «… era técnicamente estimable; políticamente conciliadora». Nació con vocación de serenar la exaltada condición española, tendente a la inestabilidad y guiada por el arrebato. Disponía de la configuración idónea para logarlo, pero el enemigo terminó siendo más fuerte, y aquello contra lo que pretendía combatir acabó derrotándola. Los constantes incumplimientos, las revanchas, las desconfianzas, las envidias, las ansias de poder, los movimientos sediciosos, tan consustanciales a la idiosincrasia patria, teñirán de desconfianza todo el articulado constitucional. En 1838, el diputado Joaquín María López aseveraba que únicamente había sido útil para ampliar el número de volúmenes de las bibliotecas, porque «… no ha tenido ninguna ejecución práctica en la vida social»; describiéndola, dos años después, como un «… Código ineficaz y muerto…», por la carencia de leyes de complemento y desarrollo. El caso es que algunas se promulgaron: amén de diversas disposiciones sobre la libertad de imprenta; la Ley de Relaciones entre los Cuerpos Colegisladores, de 19 de julio de 1837; la Ley electoral, de 20 de julio de 1837; y la modificación de los Reglamentos de las Cámaras. Normas insuficientes, al cabo, para contener el germen de la duda y sofocar las voces que consideraban la viabilidad de las instituciones constitucionales en un pueblo como el español. En 1843, con una anticipada proclamación de Isabel II como mayor de edad, se dio por finalizada la Regencia; y en mayo de 1844 Ramón María Narváez fue nombrado Presidente del Consejo de Ministros. Se puso en marcha, con ello, un proceso legal de reforma constitucional, el cual, privado de regulación en su raíz, se principió con el Real Decreto, de 4 de julio de 1844, de disolución del Congreso de los Diputados: «El tiempo ha llegado ya de introducir el arreglo y el buen concierto en los diferentes ramos de la administración del Estado, de dictar las leyes necesarias para afianzar de un modo sólido y estable la tranquilidad y el orden público, y de llevar la reforma y la mejora a la misma Constitución del Estado respecto de aquellas partes que la experiencia ha demostrado de un modo palpable que ni están en consonancia con la verdadera índole del régimen representativo, ni tienen la flexibilidad


necesaria para acomodarse a las variadas exigencias de esta clase de gobiernos». Con repetida aspiración reformadora se promulgó la Constitución de 23 de mayo de 1845. BIBLIOGRAFÍA: -Tomás Villarroya, Joaquín (1997): Breve historia del constitucionalismo español. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. -Rascón Ortega, Juan Luis; Salazar Benítez, Octavio; Agudo Zamora, Miguel (2002): Lecciones de Teoría General y de Derecho Constitucional. Ediciones del Laberinto. Madrid. -Gacto Fernández, Enrique; Alejandre García, Juan Antonio; García Marín, José María (1997): Manual básico de Historia del Derecho (Temas y antología de textos). Madrid. -Álvarez Conde, Enrique (1999): Curso de Derecho Constitucional (I). Tecnos. Madrid. -Gaceta de Madrid: núm. 3.587, miércoles, 10 de julio de 1844. -Constitución Española de 1837: http://www.congreso.es/docu/constituciones/1837/ce37_cd.pdf


JOSÉMANUEL VALLEPORRAS Una biblioteca en la Conchinchina

Juvenilia

Miguel CANÉ: Juvenilia y otras páginas argentinas, Buenos Aires, Espasa-Calpe, 1950, 144 pp. La juventud ha sido siempre la época más propicia a la acción y la pasión, dos estados que pueden existir perfectamente sin necesidad de la calmada reflexión. Los años, en cambio, relajan y enfrían, paulatinamente, el antes incesante músculo del alma. Llega el día en que nos damos cuenta de cómo el fuego primero, la llamarada que siguió a la chispa inicial de la vida, ha sido reemplazada ahora por unas ascuas, calientes, sí, pero relativamente estables, ordenadas, útiles. Y, una vez llegado ese día, podemos volver la vista atrás y evocar con cálida melancolía los años de la infancia y la primera juventud; los años de colegial, de estudiante de bachillerato, de universitario. Estos últimos, en especial, suelen guardar un sabor especialmente agradable. Recuerdo que nuestra profesora de Historia de España en el curso preuniversitario –el COU de entonces– nos recomendó encarecidamente a sus alumnos que aprovecháramos y disfrutásemos los años que nos venían, de estudiantes de Universidad, los cuales ella recordaba como una época particularmente hermosa de su vida. Hoy me sorprende lo rápido que he pasado de estar oyendo este consejo y a punto de empezar mi carrera de Historia, hasta hacer ya 11 años desde que la terminé. Pero, acaso por fortuna, lo cierto es que, para mí, no fueron los años universitarios, sino, en especial, aquellos que siguieron, los que me parece haber vivido con una mayor intensidad y los que han dejado en mí una huella más duradera. Sin embargo, y como más o menos diría algún político español, ese tema «hoy no toca».


Lo que sí toca es comentar un precioso librito de recuerdos de su época de colegial, escrito por el argentino Miguel Cané (1851-1905). Miembro de la Generación de 1880 de su país, Cané nació, no obstante, en la vecina Uruguay, durante el exilio de su padre y predecesor en el oficio de las letras. Tras su regreso a la Argentina estudió en el Colegio Nacional y se graduó en Derecho por la Universidad de Buenos Aires. Ejerció de diplomático en las embajadas de Colombia y Venezuela, y, más tarde, en las europeas de Austria, Alemania y España. Después desempeñó varios cargos políticos, llegando a ocupar el Ministerio de Relaciones y del Interior, y a ser elegido senador. Además, también fue docente universitario. Estas diversas ocupaciones las compaginó con su vocación de escritor, primero como colaborador de varios periódicos y, más tarde, como autor de libros de ensayos, viajes y cuentos. Digamos, en apretado resumen, que Miguel Cané fue un hombre culto, conocedor de mundo y ocupado en varios quehaceres que restaron tiempo y energías a su dedicación literaria. En cierta manera nos recuerda a su contemporáneo, el español Juan Valera, quien también reunía el oficio de la diplomacia, la fragmentada afición de escritor, y la prosa clara y elegante. La obra más recordada y apreciada de Miguel Cané quizás sea Juvenilia, un librito publicado en 1884, donde evoca sus cinco años de estudiante interno en el Colegio Nacional, entre 1863 y 1868. La he leído en una vieja edición de EspasaCalpe que adquirí hace algún tiempo en una librería de segunda mano. Me llama la atención que este ejemplar, publicado en Buenos Aires en 1950, se encuentra, por la geografía y la cronología de su impresión, más cercano al autor que comentamos que al comentario que aquí y ahora escribimos. En la introducción, el autor explica que, durante la corrección del libro, pensó en sus compañeros de la infancia, y alude a recientes e inesperados encuentros con algunos de ellos, como es el caso de Binomio, así apodado por las numerosas ocasiones en que repitió el binomio de Newton a sus compañeros con más dificultades en matemáticas, y al que Cané encuentra trabajando en un humilde puesto de la Administración. También recuerda a un antiguo condiscípulo «extraordinariamente raro» y del que no ha vuelto a tener noticia, una persona de «imaginación dislocada, […] nerviosa, estremeciéndose en una gestación incesante de sueños y utopías». Lo que mejor lo distinguía era «su manera curiosísima de ver las cosas más triviales.


Fantaseaba, como un maniático inventor combina». Años más tarde, este individuo serviría a Cané de modelo para trazar el personaje de Broth, protagonista de su atractivo relato «El canto de la sirena». Tras estas justificaciones primeras, empiezan propiamente los recuerdos de colegial que integran Juvenilia. Apunta Cané que su entrada como interno en el Colegio Nacional debía haber ocurrido tres meses después de la muerte de su padre, pero que era tanta «la tristeza del hogar» que él mismo solicitó ingresar en cuanto se celebraran los funerales. La institución educativa, que había sido fundada recientemente en el antiguo seminario, tuvo siempre para Cané dos «puntos negros». El primero eran los despertares, que se producían invariablemente a las cinco en verano y a las seis en invierno, debiendo dejar el abrigo de la cama y formar filas en un enorme y frío claustro, rezar el Padre Nuestro y a continuación ir a lavarse. Los internos inventaron múltiples estratagemas para evitar que el portero hiciera sonar la campana que les hacía despertar. Lo más habitual era cortar la soga, pero el portero aparecía entonces en los dormitorios, haciendo sonar «una campana de mano áspera, estridente, manejada con violencia». En las frías noches de invierno, confiesa el autor, «la desesperación nos volvía feroces» y llegaban incluso a maniatar al portero. Pero el remedio, junto con radical, era «efímero». Finalmente, Cané tuvo una ocurrencia que lo salvó algunos días de levantarse con los demás. Ató un cobertor debajo de la cama, a sus cuatro puntas, y lo cubrió con la colcha. Al sonar la campana la mañana siguiente, se levantó y se echó en el cobertor, donde, «acurrucado, inmóvil e incómodo», siguió tumbado un rato más. Lamentablemente para él, su invento tuvo tanto éxito que, la quinta mañana, todas las camas quedaron vacías, con el consiguiente mosqueo del celador, quien, tras unos minutos de reflexión, se dirigió a la cama de Cané y alzó la colcha, poniendo fin a su invento. El otro aspecto negativo del Colegio era la comida, que consistía en «un líquido incoloro, vago, misterioso», por el que «navegaban audazmente algunos largos y pálidos fideos». Estos eran tan pocos que nuestro autor se propuso llevar la cuenta de los mismos y, a lo largo de un mes, tan solo registró tres en su plato. Tras la sopa venía un pescado, el sábalo, que a menudo «había muerto con dos días de anticipación». Después el «carnero respetable, anciano», que no cordero, «cortado


en romboides y polígonos desconocidos en el texto geométrico, huesosos, cubiertos de levísima capa triturable». Y, de postre, bien unos orejones oscuros y arenosos, que sonaban al ser masticados, bien un arroz con leche tan sólido que, dice Cané, de haber dado la vuelta a la fuente que lo contenía, «la composición, fiel al receptáculo, no se habría movido, dejando caer sólo la versátil capa de canela». De los profesores que tuvo, los recuerdos más elogiosos los dedica Cané a la memoria de Amadeo Jacques (1813-1865), exiliado francés del cual dice que fue «el hombre más sabio que hasta hoy haya pisado tierra argentina». Profesor y más tarde rector del Colegio Nacional, Jacques llegaba siempre a las nueve de la mañana y, si había faltado algún profesor, «iba a la clase, preguntaba en qué punto del programa nos encontrábamos, pasaba a mano por su vasta frente como para refrescar la memoria y en seguida, sin vacilación, con un método admirable, nos daba una explicación de química, de física, de matemáticas en todas sus divisiones, aritmética, álgebra, geometría descriptiva o analítica, retórica, historia, literatura, ¡hasta latín!» Según nuestro autor, el de inglés era el único curso que nunca le había visto impartir «por accidente». Y es que entonces no era el inglés, sino el francés, la lengua por excelencia de la cultura y la educación. Cané y sus compañeros recibían una sólida formación bilingüe, muy presente en la propia redacción de Juvenilia. Este libro se abre con una cita sin traducir de Sainte-Beuve, a la segunda página contiene una nueva cita en francés y, de forma esporádica, aparecen términos en esta lengua insertos en el propio discurso de la obra. Aunque en algunas ocasiones los vocablos y expresiones francesas tienen un sentido de difícil traducción que los justifica, en otras, sin embargo, se superponen a sus equivalentes castellanos, como cuando el autor indica que el portero era el préposé de la campana, en lugar de escribir encargado; o al advertir que los porteños eran censées galanteadores, pudiendo decir, simplemente, que eran considerados de tal condición. Es inútil negar las virtudes de este modelo de enseñanza, en el que Jacques, él mismo del país del Hexágono, a veces se despreocupaba y daba la clase en el idioma de Flaubert, sin que por ello los alumnos dejaran de entender sus explicaciones. Sin embargo, tampoco hay que olvidar los lados oscuros de esta formación bilingüe, tan de moda hoy en España, si bien orientada al inglés. Ya hemos referido el abuso


de extranjerismos. Añadamos la anécdota del encuentro de nuestro autor con Binomio, su condiscípulo antes mencionado. Cuando Cané le expresa su sorpresa por no haber prosperado más en la vida, dada su facilidad para las matemáticas, este le contesta que, realmente, «el que no sabe historia no hace camino», y que no pudo aprender esta materia porque su profesor, Cosson, decidió impartirla en francés, siendo que él «no sabía una palabra de francés». La primera vez que se le preguntó en clase, su respuesta en francés, aunque correcta, tenía tan mala pronunciación que sus compañeros se rieron y él, enojado, no volvió a contestar ni a estudiar esta asignatura. «No hay como la historia» –le vuelve a decir–, «y si no mira a todos los compañeros que han hecho carrera». Afirmación increíble, esta última, y que confirma que algunas cosas sí que cambian. Respecto a los estudiantes del Colegio Nacional, indica Cané que había dos bandos «cuyas diferencias se zanjaban a menudo en duelos parciales»: de un lado los minoritarios porteños y del otro los provincianos, que sumaban dos tercios del total. Pero más que las diferencias pesaban las similitudes entre unos y otros, como, por ejemplo, la afición compartida a las escapadas a escondidas del Colegio; o la necesidad de enfrentarse a los exámenes, los cuales solían salir bien a algunos, como al mismo Cané, pero otros tenían que enfrentarse a ellos con subterfugios. Fue el caso de un estudiante que, para hacer frente a una prueba escrita de Filosofía, repartió sus textos por todo el cuerpo: «en la nuca, entre camisa y camiseta, los capítulos de La Inteligencia, salvo La Razón, que, muy doblada, se ocultaba bajo el cuello, unida a la corbata por un alfiler; entre el elástico del botín derecho, La Sensibilidad, formando pendant con el izquierdo, La teoría de las facultades el alma; en un falso bolsillo del pantalón La Voluntad, excepto el Libre Albedrío, que ocupaba un sitio indigno de su importancia filosófica; y allí, sobre el estómago, a mano como un puñal de misericordia, como recurso extremo, el Discurso sobre el método, que, bien manejado, es un proteo multiforme, apto para satisfacer el programa entero». Entre los muchos recuerdos que integran Juvenilia, no queremos olvidar aquellos referidos al ateísmo del autor. Explica Cané que se negó a participar en una confesión general, pero que, obligado a ello, declaró rotundamente al sacerdote su descreimiento. Este informó de lo sucedido y el muchacho, que persistió en su


credo, fue castigado a un encierro de tres días. Al año siguiente no le salió mejor, pues recurrió a confeccionar una lista de los peores pecados, tras lo cual le dieron «penitencias atroces», como levantarse a medianoche en invierno, salir desnudo al claustro, arrodillarse y rezar una hora, y ello durante tres meses. El mejor recuerdo corresponde al día de la primera comunión, cuando, al inclinarse el sacerdote sobre él, lo miró a los ojos y le dijo «Paso, padre». Luego se levantó y salió, con el pañuelo sobre la boca, para simular que realmente había recibido la hostia. «No me delató», confiesa Cané, con un guiño al hombre de creencias contrarias que, sin embargo, respeta las ajenas. La edición de Juvenilia que he consultado contiene además otros textos menores de Miguel Cané, también atractivos, escritos con gusto, aunque carentes del encanto de estos recuerdos personales, de estas memorias que a menudo resultan sorprendentes, pues son las propias de un interno del Colegio Nacional de la Argentina en el siglo XIX, el cual presencia cómo en algunas ocasiones los profesores levantan la mano a los alumnos y estos responden; cómo su apreciado Jacques, el único al que consentían que les pegara, se enzarza un día en un auténtico combate de boxeo con un ágil alumno; o, más aún, asisten sorprendidos a la explosión de una bomba dirigida contra la dirección del centro. Anecdotario extremo, pero que también figura en las páginas de esta obra. En nuestro tiempo, creo que la generalidad de los estudiantes no tiene una vida tan emocionante y plagada de incidentes. Los años presentes serán, más bien, tiempo propicio para otro tipo de memorias: las que dejarán los profesores de su asombrosa labor en las aulas.


IRENE ZURITALÓPEZ

Naúfragos en Saigón REPORTAJE DE SU PRESENTACIÓN EN LUCENA El pasado 9 de noviembre de 2013 pudimos ver reflejado en el Salón de los Espejos del Círculo Lucentino el trabajo que ha realizado la Asociación Cultural Naufragio desde que se fundó y el inicio de la celebración de los diez años de la revista Saigón. Fue un acto que hizo una noche muy especial para todos los asistentes, sobre todo para Manuel Guerrero, director ejecutivo de la asociación. Uno de los motivos por el que se celebraba el evento era para presentar la antología saigonista Náufragos en Saigón que recoge textos de varios asociados así como los de ganadores del premio «Saigón» de Literatura. Pero no solo consistió en esto, pues todos los presentes pudimos comprender la gran labor que hace la asociación para la cultura. El encargado de iniciar el acto fue Mario Flores Martínez, presidente del Círculo Lucentino, agradeciendo toda la colaboración que existe entre la asociación y felicitándola por su décimo aniversario. Después Antonio Reyes, secretario de Naufragio, explicó cómo se llegó a publicar la revista en 2004, la cual ha supuesto una oportunidad a la juventud del sur de Córdoba para demostrar su creatividad. Con el empuje de varias entidades y los colaboradores de la publicación, que decidieron agruparse para formar la Asociación Cultural Naufragio en 2006, la revista Saigón ha conseguido mantenerse y mejorar. En 2008, comenzó una nueva etapa en la que se prosperó con nuevas colaboraciones y con actividades


realizadas en Cabra y en Lucena esencialmente, en las que muchos jóvenes pudieron participar de la literatura y de la cultura. Y una parte del trabajo realizado a lo largo de esos años ve materializado en la antología que presentaron Inma Granados, subdirectora de Naufragio, y Manuel Guerrero, director ejecutivo. La antología contiene una aproximación a la obra de varios saigonistas y a textos premiados en el certamen literario «Saigón» desde 2006 hasta 2012. En cada actividad que organiza la asociación hay que tener en cuenta la ayuda que aportan diferentes entidades de varias ciudades, personas de todas las edades y la oportunidad de disfrutar de la cultura con música, baile y sobre todo literatura. Esto es lo que apreciamos en el video que recogía los diez años de vivencias de la asociación. A continuación, varios saigonistas que estaban allí, leyeron textos de distintos géneros que se encuentran en la antología. Un microrrelato de Manuel Delgado, poemas de Manuel Guerrero y José Puerto Cuenca, un artículo de José Manuel Moreno Millán con el que reímos por los fallos que podemos cometer al no hablar bien, y un cuento de Viki Morandeira que nos trasmitió un mensaje muy positivo. Esta parte finalizó con la intervención musical de Manuel Delgado y José María Delgado con uno de los mejores temas del conocido Johnny Cash. Para introducir la lectura de algunos textos premiados, Manuel Guerrero y Manuel Delgado nos sorprendieron a todos con una lectura performance-musical del poema «Ambiciones» de Antonio Sánchez. Comenzó este último autor con su poema «Encuentro» que le cambió la vida; Francisco Segovia agradeció todo lo que la asociación le ha aportado así como todo lo que inspira y leyó dos textos premiados sobre el mundo árabe; José Bravo felicitó a todo el equipo de la asociación y leyó su microrrelato «Títere»; y para acabar Mª Antonia Gutiérrez Huete expresó que para ella es un orgullo estar en la antología con su soneto «Mi bastón y yo». Los premiados recibieron el detalle de un cuadro con el logo de Naufragio realizado por Mª Carmen Cabrera. Cuando estaba programado el cierre del acto, Inma Granados indicó que en realidad comenzaba la última parte dedicada a Manuel Guerrero. Todas las


actividades y colaboraciones tienen un punto en común que es la dirección, por lo que los miembros de la asociación consideran a Manuel el motor de Naufragio. Inma había realizado un divertido y emotivo video en reconocimiento a la labor de Manuel, en el que pudimos ver todas sus facetas y todas las personas que querían mostrarle su aprecio por el esfuerzo que realiza. En nombre de todos los asociados le dieron varios recuerdos por su valor en la asociación. Manuel agradeció a todo el que hace posible su trabajo y dejó claro que tiene la idea de que la labor de la asociación siga adelante y que se publique otra antología pues la asociación Naufragio está abierta a cualquier persona. Para finalizar de la manera más agradable, se soplaron las velas de una tarta realizada también por Mª Carmen Cabrera representando los diez años de la revista Saigón que pudieron degustar los más de cincuenta asistentes.


Lo que hemos hecho En octubre de 2013 celebramos con la Asociación artístico-literaria Itimad su X Aniversario en Sevilla, junto con las asociaciones Alas de Alanís y San Fernando de Sevilla; también, tuvimos una nueva Noche de terror, que atrajo a un centenar de personas al Círculo Lucentino y que tuvo la novedad de incluir un apartado poético a cargo de José Manuel Pozo, Irene Zurita, Sensi Budia y Manuel Guerrero, tras el que se leyeron relatos en la voz de Mª Inmaculada López, Manuel Delgado y Enrique Cortés. Noviembre comenzó con la presentación de nuestra primera antología Náufragos en Saigón (foto 1), de la que incluimos en reportaje en este número, continuó con el taller de narrativa impartido por Julián Valle, gracias a la Delegación de Juventud de Lucena, y concluyó con la presentación del número 21 de Saigón en el IES Aguilar y Eslava de Cabra, que contó con las intervenciones de Javier Ariza, concejal de Cultura de Cabra, Salvador Guzmán, entrevistado de este número y Presidente de la Fundación Aguilar y Eslava, y Manuel Guerrero Cabrera; también hubo las lecturas de Luis Ángel Ruiz, José Manuel Pozo, Sensi Budia, Manuel Delgado, Irene Zurita, Marta Marín, Ana Romero, Carmen Fuentes, Susana Polo y Ángela Contreras (foto 2). El 31 de enero de 2014 se presentaría en Lucena, con la participación de José Puerto, Luis Ángel Ruiz, Verónica Montilla, Mª Inmaculada López, Sensi Budia, Inma Granados y Mª Carmen Cabrera. En 2014 presentamos el libro Un tiempo de bosques salvajes de Antonio de Egipto en Cabra y en Lucena, realizamos el visionado de Django desencadenado (Q. Tarantino) en el ciclo Mejor película de 2013 y comenzamos uno de cine clásico, gracias a José Manuel Pozo Herencia y al Colegio Juan Valera de Cabra. En febrero tuvo lugar nuestro recital de amor en el IES Aguilar y Eslava, que presentó Carmen Fuentes y que contó con la participación de Manuel Guerrero, José Manuel Pozo, Inma Granados, Marta Marín, Andrea Herrera, Susana Polo, Ana Romero, Irene Zurita, Sensi Budia, Jorge Fernández y Francisco J. Serrano. A todo esto hay que sumar la emisión de La voz a ti debida desde Radio Atalaya FM.



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