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GUAYAQUIL: DESBORDANDO MAGIA ENTRE EL RÍO Y EL ESTERO
Por: Luis Maldonado Robles / Fotografía: cortesía de Roberto Alonso-Rohde
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Son las siete de una soleada mañana de julio y estamos en el Mirador de Cerro Paraíso, conocido para muchos guayaquileños como el “Mirador de Bellavista”. Es un lugar turísticamente poco conocido de Guayaquil, pero sin duda uno de sus mejores balcones, digno de visitar. Este Mirador natural, enclavado en una esquina del noroeste de la ciudad y a unos quince minutos de la zona comercial más moderna y vibrante de la gran metrópolis es parte de uno de los remanentes de bosque seco tropical que todavía rodean a la gran ciudad, con su espesa vegetación, variada fauna y una fabulosa vista, prácticamente de 360 grados, de la inmensa urbe.
Entre trinos de aves, la vista se desparrama en todas las direcciones mientras nuestro guía me va explicando todo lo que podemos avistar desde aquí. Hacia el este, el mítico Río Guayas resplandece bajo los rayos del sol matinal y baña las riberas orientales de la ciudad, en un mágico juego de luces naturales que se mezclan con el brillo de los ventanales de los grandes edifi cios que forman esa fascinante especie de “Manhattan tropical” que es el centro de Guayaquil. Hacia el norte podemos ver el punto donde se fusionan los caudalosos Ríos Daule y Babahoyo para formar el legendario Guayas. Ahí está el famoso Puente de la Unidad Nacional.
En la orilla opuesta está la pujante población de Durán y un poco más al sur la verde Isla Santay.
Siguiendo la ribera occidental del Guayas, se avistan kilómetros de muelles, astilleros y antiguos barrios que hicieron de la “Perla del Pacífico” el más notable astillero de tiempos coloniales y neo-republicanos. La vista se pierde en esa abigarrada ciudad que se extiende hacia el sur. Con la ayuda de unos binoculares alcanzo a divisar el Puerto Marítimo de Guayaquil, el más grande e importante del Ecuador. Hacia el occidente podemos ver el Estero Salado, un impresionante complejo de profundas entradas de mar (de ahí su nombre), que serpentea por el oeste de la ciudad y se adentra atrevidamente en un enjambre de canales rodeados de manglares para penetrar hasta el corazón mismo de la ciudad, pretendiendo encerrarla entre el Río y el Estero. Pero la ciudad ya desbordó largamente ese “cerco” natural de los dos cuerpos de agua y ahora se desparrama en todas las direcciones, mostrándonos toda su inmensidad: ciudad portuaria, industrial, comercial, de emprendimiento, rica historia, arte, cultura, magia y un fascinante y a la vez complejo tejido social.
Javier, nuestro guía, es uno de los más connotados conocedores de Guayaquil y su ciudad le brinda un entorno que lo llena de pasión por la vida y que lo disfruta cada día al compartir los secretos de la mágica urbe con visitantes de todo el mundo. Domina el
idioma inglés, docente universitario y profesional del turismo a tiempo completo, es un privilegio contar con su compañía para un recorrido de un día completo por esta vibrante y colorida ciudad que desborda pura magia en cada rincón.
Descendemos del Mirador y antes de continuar la jornada debemos disfrutar de otro auténtico emblema de Guayaquil: su fabulosa y variadísima gastronomía tradicional. Un desayuno sin bolón de verde no es tal y lo degustamos en uno de tantos y buenos restaurantes y “huecas” que tiene la ciudad con todas sus especialidades típicas. El crujiente verde majado, el queso que se derrite en su interior y los pedacitos de chicharrón son una delicia que se disfruta a plenitud con un buen café de la costa ecuatoriana y un fresco jugo de naranja.
Ahora nos adentrarnos en el Centro Histórico para explorar desde los ángulos más inéditos sus principales referentes: la Plaza del Centenario, inaugurada en 1920 para conmemorar los cien años de la gesta liberaría del 9 de Octubre de 1820, con su imponente Columna de los Próceres, cargada de simbolismo y majestuosidad. Más allá está el Parque Seminario, popularmente conocido como “Parque de las Iguanas” por la considerable población de estos singulares y coloridos reptiles que adoptaron el parque como su hogar. Las iguanas moran en las ramas de sus árboles y con frecuencia deambulan por los adoquinados senderos internos junto con los residentes y visitantes que cruzan por el Parque. Frente al Parque Seminario está la enorme Iglesia Catedral, construida en el mismo lugar donde se asentó, según la historia, el primer
templo católico de la urbe que deslumbra por su impecable color blanco. La nueva edificación, terminada ya entrado el siglo 20, es de estilo neo-gótico y se destaca por sus altísimas, puntiagudas y elaboradas torres y cúspides, visibles desde muchas partes de la ciudad.
Caminamos por el atestado Boulevard 9 de Octubre, la principal arteria del centro de la ciudad, hacia la Iglesia de San Francisco con su concurrida plazoleta, ícono histórico, social y hasta político de la urbe. A dos cuadras está la Iglesia de La Merced, otra construcción religiosa de origen colonial, que mantiene, al igual que San Francisco, numerosos rasgos del barroco clásico y neo-colonial de los siglos 16 y 17. Cada rincón, esquina, fachada, balcón es una pintura cargada de historia, arte y curiosos detalles arquitectónicos. Si bien se entremezcla lo antiguo con la arquitectura moderna y los grandes edificios, Guayaquil, explorada y guiada por expertos, ejerce una inevitable fascinación en quien la visita.
Las señoriales edificaciones neo-republicanas de la Gobernación y el Municipio de Guayaquil, junto a la hermosa Plaza de la Administración con sus esculturas y fontanas, son nuestra puerta de entrada a uno de los mayores atractivos del Guayaquil antiguo y moderno: El Malecón Simón Bolívar con su adyacente y futurista “Malecón 2000”, paralelo al Río y en el cual se pueden pasar horas descubriendo esculturas históricas, espacios culturales y recreativos y espléndidas vistas del legendario Río Guayas. En el Malecón 2000 están también un Jardín Botánico, el primer teatro IMAX de la ciudad, el Museo de Arte Contemporáneo, entre muchas atracciones más. En el centro del Malecón, la hermosa Torre Morisca es otro ícono imperdible de la ciudad. Más allá, el imponente Hemiciclo de La Rotonda, símbolo de la ciudad, homenajea y recuerda el encuentro histórico realizado aquí en 1820 por los Libertadores de América del Sur: Simón Bolívar y José de San Martín.
Al extremo norte del Malecón está el pintoresco Barrio de Las Peñas con sus hermosas casas patrimoniales de estilos neo-colonial y republicano, cuna y refugio de artistas, personajes de la historia y numerosas galerías de arte, además de reconocido rincón bohemio de la ciudad. Un suave ascenso por la colina que bordea el Río Guayas nos lleva de golpe desde la colonia y los tempranos días de la República hasta lo más moderno del Guayaquil actual: Puerto Santa Ana con sus fabulosas vistas del Río, enormes edificios inteligentes de singulares formas como “El Tornillo” y decenas de hermosas pérgolas-restaurantes al aire libre que ofrecen una fantástica variedad culinaria, local, nacional e internacional. Es hora de almorzar y nos decidimos por un guayaquileñísimo y delicioso “encebollado” mientras
admiramos las ciudadelas del norte de la urbe y algunos aviones aproximándose al estupendo aeropuerto internacional de la ciudad.
Durante la tarde recorremos el pintoresco Cerro Santa Ana con sus casitas multicolores, decenas de cafés y pequeños restaurantes, tiendas de artesanías y las 444 escalinatas que llevan a su punto más alto, donde un viejo Faro, una Capilla y un cañón de la época colonial nos reciben junto a nuevas y cada vez más espectaculares vistas de una ciudad que desborda fantasía y personalidad. Desde aquí podemos divisar en todo su esplendor, junto al Río Guayas, a “La Perla”, una moderna rueda giratoria como aquélla famosa de Londres, pero ésta insertada en la geografía y arquitectura tropicales y únicas de Guayaquil. Llega el atardecer y la cumbre del Cerro Santa Ana resulta el mirador perfecto para observar el enorme disco solar mutando de amarillo intenso a rojo escarlata y luego púrpura, mientras se esconde tras las colinas occidentales rumbo a su inmersión diaria en al Océano Pacífico: un incomparable atardecer tropical cargado de magia y color.
Ya entrada la noche, no podemos perdernos el fantástico espectáculo de Luces Danzarinas con hologramas e iluminación Led en las fontanas del Malecón y Parque Lineal de El Salado, con su espectacular “Puente del Velero” y nuevos y fascinantes espacios para disfrutar de tanto que ofrece esta maravillosa ciudad. Para cerrar el día sin olvidar la onda gastronómica, nos sumergimos en el popular barrio de Urdesa para degustar de otra tradición intensamente “guayaca”: una deliciosa cangrejada, martillo y tenazas en mano y un “babero” para evitar que los jugos naturales del crustáceo terminen sobre nuestra vestimenta. Y así, a vuelo de pájaro y con mucho más por conocer aún, se queda en la memoria un día inolvidable repleto de magia en la fascinante Perla del Pacífico, ciudad del Río Grande y del Estero o “Guayaquil la Bella” como dicen algunas canciones….