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Recomendaciones de Hugo Burel

RECOMENDACIONES Por Hugo Burel

Un libro: Capital de vida de Alejandro Curcio

En Uruguay no es habitual que los empresarios escriban libros que expresen abiertamente los secretos de su gestión y el compromiso con la empresa que conducen. Mucho menos que reflexionen sobre cuestiones que están más allá de lo empresarial porque refieren a la familia, al amor, la felicidad, los valores personales y la necesidad de transmitir esos valores a las generaciones futuras. Quizá esta ausencia de libros escritos por dueños de compañías se vincule de alguna manera a cierta imagen negativa que los empresarios nacionales padecen desde hace varias décadas, aunque no sería oportuno analizar los motivos aquí.

Alejandro Curcio, presidente de AYAX S.A., rompe con ese paradigma al escribir Capital de vida, libro en el que se ha propuesto dejar en negro sobre blanco una serie de vivencias, reflexiones e inquietudes personales que apuntan al testimonio y, como él mismo enfatiza, constituyen un legado para quienes lo sucederán cuando él no esté presente físicamente. Curcio es un hombre todavía joven -cuarenta y seis años-, pero como ingresó muy temprano a la empresa familiar, y muy pronto tuvo que conducirla, acumuló con rapidez una experiencia que a otros les lleva varias décadas obtener. Los años subsiguientes le impusieron a Curcio aprendizajes y desafíos. Al legado de la cultura familiar que recibe de su padre va a incorporarle un contacto inevitable y permanente con la cultura japonesa y con los descendientes de Sakichi Toyoda. Toda esa experiencia acumulada en un cuarto de siglo al frente de Ayax le ha servido a Curcio para encarar la escritura de Capital de Vida, cuyo subtítulo es Legado de valores en la cultura empresarial y familiar.

Los temas de este texto no se agotan en las peripecias del empresario. Ese “capital de vida” que el autor confiesa haber acrecentado luego de haberlo recibido de su padre se nutre también de lecturas, de la práctica de terapias neurolingüísticas, de experiencias límites -como la lucha contra el océano en José Ignacio, que da comienzo al libro-, de duras negociaciones, no solo ante una empresa como Toyota, sino frente a una cultura -la oriental- que en muchos aspectos difiere de la occidental, sobre todo en lo que a paciencia se refiere. Curcio consigna viajes decisivos, encuentros, diálogos reveladores y la búsqueda del autocontrol con el que logró modificar conductas negativas y reacciones inadecuadas ante situaciones diversas.

A partir de todo esto, Capital de vida acumula varias caracterizaciones sin dejar de ser un libro inclasificable. Alguien podrá decir que tiene un perfil de texto de autoayuda, pero el ayudado principal es el que lo escribió. O que se trata del homenaje de un hijo agradecido a su padre, cosa que lo es. Pero va más lejos en el sentido de que el homenaje también es un testimonio de lo que ese hijo ha hecho con lo que su padre le legó. Y es, por supuesto, la confesión personalísima de alguien que se anima a decir -y por escrito- que su finalidad principal en la vida es ser feliz, y que, como dijo algún sabio, la felicidad no es algo que uno busca, sino algo que uno se permite.

Por último, la pretensión de Curcio -dejar un legado a sus descendientes que no sea un mero capital económico, sino algo más valioso y trascendental como lo es el acopio de valores para la vida- no se expresa con la pesadez de un tratado o la iluminada actitud de un convencido que quiere dar cátedra. El autor simplemente trata de exponer algunas ideas escritas con el deseo de que trasciendan, sin otra intención que dibujar en ellas el perfil de un hombre que, instalado con lucidez en el presente, se preocupa -y muchopor el futuro.

Capital de vida aporta la rara posibilidad, al menos para la edición uruguaya, de conocer de primera mano el pensamiento, las inquietudes vitales y los desvelos existenciales de un empresario uruguayo joven y emprendedor que se anima a contar su experiencia y legar un capital de valores a los que lo sucedan. Y eso es un gran aporte para el tiempo que vivimos.

Una serie Peaky Blinders de Steven Knight

un detective de la Real Policía Irlandesa que es enviado desde Belfast a Birmingham para limpiar la ciudad y acabar con los delitos de la banda, debido a un robo de armas, producido supuestamente por la banda Peaky Blinders. A partir de esto, se disparan cuatro temporadas y una quinta a rodarse en 2019.

Para quienes gustan de las series que recurren a la lucha de poder y a la guerra entre familias con cambios de rumbo y sorpresas a lo ‘Juego de Tronos’, Peaky Blinders es perfecta. También si la lealtad de los clanes uniformados (siempre bajo la atenta mirada de la matriarca) son su debilidad, esta serie se las trae.

Como siempre he comentado en esta página, las series inglesas tienen un plus de actuaciones y realización que las despegan por lo general del mainstream de lo que se produce. Peaky Blinders, realizada por Steven Knight y que ya acumula cuatro temporadas en Netflix, no es la excepción. Elogiada unánimemente por la crítica y con importantes premios recibidos desde su estreno, la serie es un portento de ambientación de época, actuaciones y logros estéticos, en especial por el criterio de selección de su música, su impecable fotografía y una minuciosa reconstrucción del ambiente industrial y la crisis de la posguerra.

La serie se centra en las andanzas de una familia de gánsteres, los Peaky Blinders, asentada en Birmingham, justo después de la Primera Guerra Mundial. La familia dirige un local de apuestas hípicas en la ciudad cuya población cuenta con muchos hombres que estuvieron en las trincheras de la cruel contienda recientemente finalizada. Otros no regresaron. Las acciones del ambicioso y peligroso jefe de la banda Tommy Shelby (Cillian Murphy) llaman la atención del Inspector jefe Chester Campbell (Sam Neill) Otra de las virtudes de Peaky Blinders es el impecable diseño del vestuario masculino. No se trata sólo gangsters con traje: son personajes cuyo poder, clase, pasado e incluso destino queda definido por la ropa que llevan. Trajes de tres piezas, pajaritas, camisas con cuello peter pan, ‘tweed’, reloj de bolsillo… y unas gorras siniestras que ocultan filos entre sus viseras. El furor que ha hecho esa ropa es tal que el creador de la serie se vio obligado a fundar Garrison Tailors, una línea de indumentaria para los amantes de la serie. Y los cortes de pelo: la mayoría de los futbolistas actuales, con nucas y costados al rape y largo arriba, los llevan.

Si tiene Netflix, no puede dejar de ver este portento de serie que hoy está entre las más populares del streaming. Como ya dije, Peaky Blinders ha logrado varios premios, entre ellos el de la Academia Británica de las Artes Cinematográficas y de la Televisión al mejor director y mejor fotografía y el premio de la Academia Irlandesa de Cine y Televisión al mejor actor principal. Es una Downton Abbey de gangsters a la que se le agregan comunistas y revolucionarios irlandeses del IRA. Una combinación explosiva que no rehúye incluir la tensión de romances, celos familiares y unos códigos éticos que pueden cuestionarlo todo.

Peaky Blinders: Gran Bretaña 2013-2019. Creada por Steven Knight con Cillian Murphy, Sam Neill, Helen McCrory, Annabelle Wallis y Paul Anderson.

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