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Claudio Destéfano: Clubes clásicos y modernos
Por Claudio Destéfano Clubes clásicos y modernos
Clásica y Moderna es un bar literario que está en Buenos Aires. Quienes cruzan el charco seguido, lo encontrarán en Callao, a pocos pasos de Avenida Córdoba. Está en el selecto grupo de los “Bares Notables” y no tiene desperdicio ver como Natalia Asunción Poblet mantuvo esta reliquia, heredada de su abuelo, primero, y de su padre después, que guarda el valor agregado de haber recibido a grandes artistas, asiduos lectores e intelectuales memorables. “Con sus manos de arquitecta construyó quizás el sueño que la estaba esperando hasta el final de sus días: una herencia única cargada de historia”, como dice una estudiante de periodismo, María Laura de la Lastra, en el portal ISECPOST.
Clásica y Moderna nació en 1938 como librería. El lugar convocó en la década de los 70’ a escritores prohibidos. El filósofo Santiago Kovadloff la llamó: “Una Universidad en las sombras”.
Ese dilema de lo clásico y lo moderno como opuestos es el que no permite crecer a muchas instituciones, no solo a los bares. Las distintas generaciones que se identificaban con nombres y ahora simplemente por letras (Interbellum de 1900 a 1914, Grandiosa de 1915/25, Silenciosa entre 1926/45, Baby Boomers de 1946 a 1960, X desde 1961 hasta 1981, y Generación Y o Millenials a los nacidos entre 1982 y 2001, por dar algunos ejemplos) le complicaron la vida a las instituciones deportivas, principalmente, por el simple hecho de tener “espacios finitos”, y población variada, con distintos intereses y deportes diversos. El escritor Dalmiro Sáenz decía una frase bien elocuente para graficar esta situación: “elegir es perder”. Si uno dedica espacio al spinning, pierde tal vez el tenis de mesa. Si se lo dedica al polvo de ladrillo, resigna quizás el padel, y si los arcos son de fútbol, no hay lugar para la H del rugby.
Quienes llevan las riendas de las instituciones son como equilibristas, que mantienen los platitos girando de manera permanente, con el riesgo que alguno se detenga y caiga, y con el inconveniente que a cada rato le siguen trayendo palitos y platitos, desde el Kick Boxing hasta la PlayStation, del Bossaball al Fútgolf. Y siguen las firmas.
La pregunta “¿Cómo debiera ser un club si naciera hoy?” cada vez repiquetea más en las paredes de las instituciones más tradicionales, pues los hábitos saludables cambian, la edad de los asociados se estira, y los vitalicios cada vez son más, y más longevos.
En el fútbol se nota esta grieta generacional con los diseños de las camisetas. Cada vez que el equipo sale a la cancha con una casaca disruptiva, aparecen los detractores que peinan muchas canas y recuerdan épocas gloriosas de Víctor Espárrago en los “bolsos” o Ladislao Mazurkiewicz en el arco carbonero. “¿Cómo van a hacer una camiseta que se parezca a una lata de Pepsi?”, decían algunos hinchas cuando el once tricolor salía a la cancha con una camiseta Fila con diseño similar al de la lata de Pepsi que se veía en las góndolas del Devoto o Tienda Inglesa. “¿Cómo se animan a ponerle un signo de pregunta a nuestra camiseta?”, estallaban los hinchas manyas en el año
Recuerdo que en aquel momento de la camiseta rosa sentí orgullo de mi club, que mantenía vigente la llama encendida del corazón de mi padre (por entonces de 75 años) cuando hablaba del Leoncito Pescia, el arquerito cantor Musimessi o la cintura de Ángel Clemente Rojas, y miraba de reojo como mi hijo, de 15, vestía con la camiseta rosa a los jugadores de su Boca cuando jugaba al FIFA en la Play.
2000, cuando se fue Parmalat y luego llegó la cerveza Doble Uruguaya. Y eso que no existían los memes ni las redes sociales.
En Argentina pasó lo mismo cuando, en diciembre de 2013, Boca Juniors salió a la cancha con una camiseta de color rosa. Fue tapa de los diarios de principal tirada la polémica suscitada por los colores de la casaca xeneize. Los defensores argumentaban que era para pescar un público más joven, y los detractores “resucitaban” a férreos gladiadores de la azul y oro, como Rattín, el Manteca Martínez, Blas Giunta o el Tano Pernía, y proponían un photoshop para ver si se los podía imaginar con una camiseta tan tierna, casi como Hello Kitty.
La realidad es que los dos extremos son malos. La camiseta simil lata de una gaseosa, o el tono rosado en el que se transformó la tela que recuerda a un antiguo barco de bandera sueca que ancló en el Puerto de la Boca, es apenas un eslabón de la cadena de estrategias que realizan los “equilibristas” de los clubes para que los platitos sigan girando.
En septiembre, en Buenos Aires, se jugó uno de los torneos de polo más tradicionales, el del Jockey Club. No está entre los que conforman la Triple Corona (Tortugas, Hurlingham y Palermo), pero es el que inicia la exigente temporada de polo en la Argentina, donde desde hace varias temporadas sobresale en la Dolfina el uruguayo David “Pelón” Stirling.
El Jockey Club es el club más “patricio” del país. Fue fundado el 15 de abril de 1882 por Carlos Pellegrini (político que llegó a ocupar el cargo de Presidente de la Nación) y un grupo de “caballeros representativos de la actividad política y económica del país”, siendo uno de los más tradicionales de Argentina.
La edición Número 54 del torneo se disputó en las canchas que el Club posee en San Isidro, y como novedad mostró que se realizaron recitales musicales en las semifinales, desfile de moda y un show musical en la final, VIPs de la bodega Escorihuela Gascon, Food trucks de Almacén de Pizzas y The Embers, y lo más destacado se observó con los patrocinadores.
Guillermo Ricaldoni y Franco Longobardi, socios de We Are Sports, Agente Comercial Exclusivo del Abierto, lograron que el Title Sponsor sea Ford, y el torneo fuera presentado por SeSocio.com, una plataforma de inversiones que pagó su patrocinio en criptomoneda (Invecoin), siendo el primer torneo de polo en el mundo donde ocurrirá un hecho similar.
A principios de 1900 se le escuchó decir a Henry Ford: “un cliente puede tener su Ford T del color que desee, siempre y cuando desee que sea negro”. De aquellos tiempos hasta hoy, donde los spots publicitarios de la marca estadounidense sólo hablan de las virtudes tecnológicas de sus vehículos, fue mucha el agua que pasó bajo el puente.
Que a un Ford bien tecnológico se le sume un patrocinador dedicado a las criptomonedas en el Abierto de Polo del Club más tradicional de la Argentina (todavía hay bolilla negra para aceptar o rechazar socios, y en el restaurante a uno le prestan una corbata si ese día fue de ropa casual) indica que la flexibilidad es la palabra que más deben practicar los “equilibristas” de los clubes tradicionales para ser económicamente sostenibles. Algo así como Clásica y Moderna, el bar literario de Avenida Callao, casi Córdoba.