Claudia Masin

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revistateína poemas

Edición electrónica Distribución libre y gratuita revista teína | www.revistateina.com Diseño: Raimundo DG | www.rmddg.com.ar © 2005

Claudia Masin Antología personal


Claudia Masin Antología personal

Edición electrónica Distribución libre y gratuita revista teína | www.revistateina.com Diseño: Raimundo DG | www.rmddg.com.ar © 2005


El hilo

Esta mañana corrí como si ellos vinieran detrás y ellos sonrieron desde adentro. Mala soy mala como la nena que cayó desde un décimo piso por mirarse demasiado en los espejos. No era vanidad, no, era terror apenas. Desciendo de tu cuerpo con mi oficio de boa no sé qué hacer primero: si tatuar una figura que te muestre muriendo allí en tu propio pecho, o desollar despacio las piernas sonriendo, o tal vez quemarte los pómulos y ensayar el gesto de mamita en vigilia pero quién te toca como lo hace la única que te ama quién sino la misma que te arrastra y se va –asesina– con un rumor de guerra, de arena, de alegría.

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El tiempo

Lugar: hospital de pueblo a las dos de la tarde. El médico que me atiende se parece –sospechosamente– al médico kafkiano. Estoy tan feliz de tener mi propio médico rural. Admiro en mi costado la herida hermosa, los gusanos como flores exóticas. escucho: ha nacido con ella. Una ronda de niños arroja mi cabeza. Parece una moneda de cobre en el espacio clarísimo en la tarde sin sol.

Mientras circula de mano en mano, mi boca apenas dice: que lo hermoso se convierta en horrible, que lo horrible amanezca belleza. Bostezan enfermeras y abuelas a los pies de mi cama. Son las dos de la tarde desde hace cinco años. Estoy aquí, ocupada en contar el número de pasos desde la puerta hasta mí, el número de veces que respiro en la noche.

La eternidad me observa, incrédula, celosa.

–Hay una prenda para quien la deje caer, aviso, agitada por tanto vaivén. “A N TO L O G Í A” CL A UD I A M AS I N | R E V IS TA T E I NA

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El nido

La sonrisa radiactiva del padre esparciendo su haz de luz mortífera, parece decir: estoy aquí para trazar la línea, arbitrario y generoso como Zeus . De este lado, los pollitos sanos y hermosos, mis hijos. Del otro, los cadáveres, sus plumas revoloteando en el aire creado por mi aliento. Otorgo el alimento y el veneno por partes iguales. Ordeno la fila, corto los vértices que sobresalen, satisfecho por la magnitud de la desgracia que puedo hacer brotar de las piedras como agua.

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geología Toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo. Gaston Bachelard.

De pequeña probablemente pensara que la geología era la ciencia que enseñaba a vivir en la tierra. Geo, tierra, Logía, ciencia. Era razonable, y desde entonces Yo voy a ser geóloga cuando sea grande, informaba, como quien dice voy a averiguar sola lo que nadie me sabe contar, voy a clasificar todos los géneros de dolor que conozco como si fueran piedras. –Tal vez en los manuales –me decía– entre fallas y estalactitas aparezca en una foto yo con mi disfraz de explorador y en una nota al pie, esta descripción: nena de piedra hallada en una cueva muy al norte, casi escondida, el cuerpo cubierto de palabras talladas, por el tiempo transcurrido, incomprensibles.

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poligrafía

Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas. O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero ¿quién vive una vida real en una casa dibujada? Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas de la siesta, que hace que todos prefieran dormir. Aún así, resistías despierta. Es extraño pensar en una vigilia en pleno día, cuando nada escapa a la visión y cada soni do resuena amplificado en el silencio. Los climas violentos crean una sensación de inminencia, la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval o del calor intenso: una fiesta que se celebra por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación, y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez frente a cosas idénticas. En esa hora en que son intensas niñez y desdicha, como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido, acaso el descubrimiento de la tristeza, esa grieta que modifica tu mundo para siempre? No es otra cosa que ese momento lo que dirían las palabras, si alguna palabra dijera alguna vez algo cierto.

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la música

Se cuenta que hay rocas que entran en erupción de repente. De la nada, dicen algunos, o del corazón agreste y súbitamente tierno que las hace temblar como si el odio de vivir y no moverse fuera igual que esa insólita dulzura, el reverso: inofensivo volcán de las cosas olvidadas de sí hacia el mundo que espera del silencio una señal.

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grafito

Una noche de luna llena, en la hamaca del jardín, están sentadas. La madre canta una canción que repite y repite, podría decirse hasta el cansancio, sólo que la hija no se cansa: se encanta, se duerme. Desde esa noche, para la hija, escribir será escribir la pérdida de ese momento. La escritura de la canción de la madre demora el final de la canción misma. Las palabras existirán para crear esa demora, un instante suspendido entre la voz y el silencio. Y por eso, la hija las escribirá con esa facilidad dichosa con que sólo pueden hacerse ciertas cosas imposibles.

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malaquita

¿Quién te rescataría de la extensa siesta de tu ciudad pequeña? De la misma paciente manera en que las peregrinas de la Edad Medi a cargaban sus piedras de malaquita, amuleto contra los peligros del camino y los relámpagos, en tu viaje llevarías las palabras de los libros, serenas dentro de su inalcanzable órbita de silencio. Un satélite más, tu cuerpo, en su lento giro idéntico. La espera de la pasión es la dicha más perfecta, no su llegada. El metrónomo del verano mide el ritmo de la sequía, de la lluvia. Cuando ella sí llegue, será espléndida. Mientras tanto, el peregrinaje va creando el camino que recorre, como pequeñas puntadas de un tejido: tu vida. Con las hebras que hubiera. Si no se habita en el mundo, no se puede construir hogar, calor o piedra que te cubra de los peligros del camino, los relámpagos. Entonces, que tu amor a las palabras alcance a temblar en la vacilación de la luz en el instante que precede a la total oscuridad. Se desvanezca cuando la luz se desvanezca y sólo entonces. Que aún allí toque tu cuerpo y lo encienda.

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grutas

La gruta es una pequeña noche, el amparo, la presencia delicada de la madre. Boca que modula una palabra incomprensible. Sutil bordado de la muerte.

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borneo

Los peces que habitan los lagos subterráneos de las cavernas, hace ya generaciones han quedado ciegos. La completa oscuridad hizo que sus ojos se volvieran membranas cerradas que no pueden distinguir luces o sombras. Sí presencias: cuentan que esos peces, cuando advierten unos ojos humanos mirándolos al auxilio de la luz artificial de las linternas, mueren. Las cámaras han captado su agonía paso a paso, un dolor ciego nadando en las cavernas como un pez que hace siglos perdiera el poder o el deseo de la luz. Los subtítulos debieran decir: "la transparencia ajena es siempre secreta."

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hans

Vas a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir de las formas impronunciables que adopta la tristeza. ¿Qué es lo que quisieras decir? Tal vez que por las noches salías a ver cómo se formaba la tormenta, y la electricidad del aire te capturaba como un halo dentro del cual te convertías también en pura radiación, en pura espera decidida, tensa. O que la primera vez que te quedaste a solas con el aguacero pensaste "no se cae la noche por ser tan hermosa", pero sin embargo temblaste, capturada por esa forma insólita de la pasión que es el miedo.

Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora que ha extraviado la brújula y espera, en la completa soledad, una señal de los astros, una complicidad azarosa e improbable que la lleve de regreso a casa. No es verdad que las exploradoras no temen ni que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana. El miedo otorga un nombre como una moneda falsa para comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje. Una palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado, minada la gratuidad de la única alegría real, que es la del cuerpo.

Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible del viento, la violencia del agua arrancando las hojas, el jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje hecho para el sol no resiste la visita de la noche. ¿Cómo diferenciar desastre de belleza? Si es tan similar la devastación que ambos dejan detrás, el desconsuelo que provocan al irse, si alguna vez han estado cerca nuestro.

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resistencia

Nací en una ciudad rodeada por defensas de tierra. Montañas de utilería para que cuando llueva, el río, en su crecida, no invada nuestras casas y arrase la ciudad. Pero se ha tenido la precaución de construir murallas precarias, abiertas. Para mantener al enemigo vivo. Los que hemos nacido en Resistencia tenemos para qué levantarnos cada mañana: quien tiene a qué temer ya no está solo. Aquí, el uniforme de guerra incluye botas de lluvi a amarillas. Nos sentimos impermeables cuando caminamos por las calles, cómplices como sobrevivientes de un desastre secreto. Una vez, la lluvia nos sitió por tres días y tres noches. Los chicos soñábamos con la amistad del agua, salir descalzos a la invasión, cada gota un disparo fresco en el pecho. Pero permanecíamos tras las trincheras, cristales dibujados al vapor con nuestros nombres. Casa del agua. ¿Un barco ebrio? No, mi casa era un blanco quieto. Guardado en una botella, como una cabaña de los Alpes, una miniatura olvidada en un estante.

Soñé entonces con construir un arca, pero no llevaría animales sino palabras. Las elegiría al azar, por capricho. Por la música que despedían de sí al ser dichas. ¿No es más importante preservar la belleza que la especie?. Zarparía en silencio hasta que la tierra se perdiera de mis ojos por la distancia y el diluvio. ¿Noé sabría de su audacia al huir?. Soldado que huye sirve para huir de la próxima batalla. ¿Y si escribir no fuera temblar en la tormenta sino –a lo sumo– presumir bajo el alero? ¿Y si la crecida de las aguas no existiera? Un mito. La fundación de algo. De una ciudad: Resistencia. Construida para ofrecerse a un ataque imaginario, a una corriente asesina que no existe. Acuario seco en que los peces so focados resistimos hasta que las agallas sangran. Nunca fue cierto que en las guerras se venciera por un arte sutil de resistencia.

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azufre

Ser cartógrafa de una casa implica conocer sus objetos secretos: una red agujereada de pesca en el depósito de las herramientas, señuelos con dibujos de peces rojos y negros, el cuadrante roto de una brújula que marca siempre el norte, olor a humedad que recuerda imperfectamente el mar. Como si alguien de la familia hubiera fallado en los preparativos de una travesía larguísima y ahora te tocara reconstruir el itinerario de esa expedición que nunca se hizo.

¿Viste alguna vez cómo el sol atraviesa el ala de un insecto en vuelo? ¿Con qué delicado y fugaz dibujo la rellena? Así hubieras querido que se viera tu cuerpo en la transparencia de la tarde: una chispa de azufre, azulada. Materia inflamable que al menor roce recuerda su pertenencia a los volcanes, su ansia de desprenderse y arder en el aire. ¿Adivinaste ya que no es ése tu oficio? ¿Pudo tu cuerpo amar lo que le ha sido encomendado? Que otros se vayan. Lo tuyo es escribir la historia de ese viaje.

Se debería partir cuando el mapa esté completo, cada ciudad en su sitio y de cada una los datos necesarios: la velocidad máxima de sus vientos, la profundidad de sus ríos, su época de tormentas. A veces pensaste en diseñar un mapa deliberadamente errático, por la sola belleza de extraviarte en dibujos que no llevan a ninguna parte. O tal vez para obligarte a permanecer en el mismo sitio preparando para siempre una partida, tu propia vida el lugar donde aprender la palabra viaje. Todas las cosas hermosas, al principio, son palabras.

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volcán extinto

La tristeza de apagarse dura un instante, repentina conciencia de la muerte que precede a la profunda alegría del olvido.

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oro de los locos

El cuerpo se fatiga en la búsqueda por horas y horas. Palas, cedazos y la misma soledad que en el comienzo. Rumor de voces en la limpia claridad del mediodía. Voy a seguir cavando en el mismo lugar. Hay una piedra que los antiguos cazadores de fortuna llamaban el oro de los locos: tenía un brillo deslumbrante, aún más espléndido que el del oro verdadero. Esto era lo único que delataba su impostura: esa belleza excesiva, imposible. Voy a seguir cavando en el mismo lugar, mientras miro la extensión de este desierto como si fueran los mismísimos ojos de la fortuna que me mira, sólo a mí en esta luz. Que me elige. Me sorprendo del fracaso cada vez, como de un don. Viajan a través de mí los paisajes del azar, o de la suerte, siempre esquivos. En mi cedazo, el barro es hermoso y se diría que brilla en su opacidad y me enceguece. En la hermosura siempre hay un consuelo.

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Saknussem O no hay cómo seguir si no se vuelve. Diana Bellessi ¿Para qué descender por las laderas ásperas de un volcán? ¿Es la profundidad condición de la belleza? Si lo más bello aquí es el roce del arnés sobre la piel, la superficie de las manos llagadas por la cuerda. Ni siquiera el vértigo. El cuerpo y las cosas, aliadas como si fuera posible una alianza entre materias tan ajenas, tan idénticas. Figuritas de la luz, olvidadas como joyas del día que alguien, tal vez yo, viniera a llevarse. Una vieja leyenda australiana cuenta de una piedra inmensa en la que se guarecían las almas de los niños muertos, y desde allí esperaban el paso de una mujer embarazada, para volver a tener un cuerpo. Tardé años en entender cómo podía producirse esa hazaña. Comprender que todo sucedía con la inmediatez de las fábulas. Quise ser esa niña encerrada en una pied ra. La humedad y la sombra. Y de repente el rapto, la audacia. Las noches son larguísimas en las expediciones. Se juega a inventar diferentes expresiones en la luna, como si fuera un rostro irregular. El abismo, debajo, es un recipiente de fresca oscuridad. En ese silencio el cuerpo festeja el alivio de un descubrimiento: no existe el lenguaje deslumbrante, existen las palabras,

como piedritas desprendidas de un volcán que se extinguió después de estallar. La geología traza la cartografía de esa desposesión. ¿Cuánto se tarda en saber que las amenazas son inexistentes? ¿Que los estallidos sólo son tales en función del silencio que los sucede? El tiempo exacto en que la exploradora desciende por la ladera de un volcán, y llega al fondo. Allí se queda a vivir. Una taza de té verde en las manos, inmóvil como una esquimal, la misma actitud de espera por el cese de la nieve. Como si todos los caminos se hubieran cerrado hasta el fin del invierno. No era esto, sin duda, lo que solía esperar en las largas noches planificando el descenso, mientras leía los mapas como un tarot desconcertante donde cada carta contradecía la siguiente, pero ninguna hablaba de té verde, de sinuosas volutas de humo en las paredes de un volcán extinto. Aquí abajo no queda nadi e que diga "no era esto lo que esperabas". El único hallazgo en la exploración heroica fue la heroicidad dudosa de la incerteza.

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Niños del cielo

Todo lo que perdemos suma una cifra única, la nuestra. Si perdieras algo tuyo, algo que no estaba destinado a perderse, tu cifra sería inexacta para siempre.

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La luna Como si hubiera alcanzado un punto de máximo esplendor, a partir del cual ya no pudiera. María Negroni

Después de una cierta hora, las calles se vacían y yo salgo a olvidarte. Es más fácil en las calles vacías. Me pierdo como una piedra terrestre arrojada a territorio lunar. Entonces la luna se vuelve una playa bañada por la luz del Mediterráneo, donde jugaba de niño. No puedo volver a tomar lo que he perdido, nadie puede. Si no está permitido el regreso y no deseo avanzar, quizás debería tener miedo, pero me enseñaste a no temer, a estar despierto hasta tarde en la casa desierta escuchándote cantar, con la promesa de que el sueño llegaría. Aún soy el niño que atraviesa la noche en su nave, un pequeño astronauta. Hemos perdido contacto con la base, nos hemos quedado solos aquí arriba, las constelaciones y yo. Dame la calma, dame el silencio que acaricia,

no este silencio como una aguja que cruza lentamente la frontera de las venas y apacigua el rumor de la sangre pero no alcanza a apaciguar el deseo de tocarte ¿Cómo voy a construir mi casa lejos de la tuya, de dónde van a sacar mis manos el oficio de poner cada ladrillo uno encima del otro para levantar una pared que nos separe? No sabría. Me decías que algún día vendrían a buscarme los extraterrestres, que yo no pertenecía a este planeta. Nos reíamos. Yo, desde entonces, no he hecho otra cosa que preparar con paciencia mi bolsito a la espera de que llegue ese día. Tu voz es el hilo de seda que conduce a las ruinas de la luna. Madre –te dije– no tengo sueño todavía.

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Cría cuervos

Los niños, como los gatos, podemos ver en la oscuridad. Vigías que saben que no pueden deslumbrarse con su propio sueño, pasamos las horas tejiendo una tela finísima alrededor de nuestro miedo. Después, muchos años después, solías decirme, llega el olvido y podemos dormir sin sobresaltos. Yo aún no he olvidado. Cada noche, nos intercambiamos historias como joyas. Esta te queda bonita, esta le sienta bien a tu piel, a tus ojos: Había una niña que era tan pequeña que cabía en la palma de una mano. Si yo fuera esa niña –pienso– elegiría vivir en tu mano. Podrías cerrarla y dejarme sin nada, pero toda buena historia necesita una tragedia, un vuelco inesperado en la trama. No quiero que llegue el fin de tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay del otro lado. La vida es una imagen que va desdibujándose, perdiendo los contornos día a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa a la distorsión. Quiero seguir siendo niña para conservar la vista.

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Madre e hijo

Despacio, despacio, que hasta aquí no llegue la prisa de la muerte. No quiero que venga la primavera, dijiste, no tengo ropa que ponerme. En las montañas pareciera que siempre está a punto de desatarse una tormenta, pero hay una sola tormenta en todo el invierno. Cuando sucede, salimos los dos a verla. Te tiemblan las manos como a una niña pequeña, siempre me pregunté si de alegría o de miedo. Todas las cosas únicas aterran. A veces quisiera protegerte, taparte los ojos, que no adviertas la primera gota desprendiéndose, inevitable, del cielo. Que no sepas que por más que hagamos silencio por meses, por años enteros, acabaremos por decirnos una u otra palabra, y en ese momento comenzará a correr el tiempo.

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La ciénaga Una madre es siempre una ciénaga. Osvaldo Bossi Preguntaste si tenía miedo. Mejor dicho, nada preguntaste. Una madre nunca pregunta lo que realmente quisiera saber. Me miraste y algo en tu mirada decía ¿tenés miedo?. Yo, a veces, no encuentro la respuesta y callo como si mi corazón fuera un reloj cuyas agujas se detienen cada vez que tu mirada, ansiosa, lo consulta. Algunos pájaros sobrevolaban la piscina de aguas verdosas, contaminadas. Tendrías que haber renovado el agua al terminar el último invierno, me dijiste. Quizás es imposible resistir la tentación de dejar pasar el tiempo, abandonar, quedarnos sentados en la orilla mirando el deterioro. Presenciar cómo, lentamente, la simpleza del agua cristalina se transforma en la complejidad de una ciénaga. Tal vez la única libertad posible sea la de negarse a mover un dedo, aunque se te vaya la vida en ello. Preferiría no hacerlo, como el personaje del cuento. Preferiría no moverme. Vi una vez, aquí, cerca del pueblo, un animal

agonizante. Había caído dentro de un pozo de agua estancada. Imaginemos: el animal va muriendo día a día, de a poco. No puede moverse. El agua podrida le llega hasta el cuello, ¿le preguntarías a ese animal si tiene miedo? Las tragedias son vulgares, ocurren todo el tiempo. ¿Podrías hablarme hasta que la noche caiga y llegue el sueño? Quisiera que el rumor de tu voz me adormezca, como si fuer a la música perezosa de las cigarras en pleno verano, y después callarnos los dos, una madre y su hijo callados, sentados en las sillitas de plástico despintadas, para que el tiempo pase cerca nuestro, apenas rozándonos, y todo esté tan silencioso que no advierta que estoy esperando que su paso me ignore y me deje aquí, al lado tuyo, abandonado.

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Mi mundo privado

Yo ansié tener un cuerpo que practicara, como un arte, la ignorancia de sí. Que cayera rendido con la levedad con que caen las hojas de los árboles. Cuando fuera inevitable, nunca antes. Pero de tu cuerpo no deseaba sino lo que había en él de frágil, de imperfecto: la cicatriz que te cruzaba el pómulo, las pequeñas arrugas en la frente. La herida que te asemejaba a mí. Dos ramitas secas ante la embestida de la menor brisa, se quiebran. El camino es interminable, te decía, da vueltas y vueltas alrededor del mundo y en alguna de esas vueltas los que estaban destinados a perderse, se encuentran. Se dice que a la vera de cierta ruta que atraviesa el desierto, es posible hundir una vara en la tierra reseca y en algún momento brotará el petróleo como un géiser. Anoche tuve un sueño en el que viajábamos por días y días para encontrar el yacimiento, a la manera de los scouts o los cazadores de fortuna del oeste. Al llegar era de noche, no había una sola estrella, el pozo estaba seco. Yo me dormía y te quedabas al lado mío, cuidando mi sueño. No estabas allí a la mañana siguiente.

En el sueño, alguien decía: donde tengas tu tesoro tendrás tu corazón. Y yo me preguntaba qué pasaría si tu tesoro se perdiera, qué pasaría en un juego de cajas chinas si al llegar a la última, la que debería contener el objeto precioso, esa, como todas las otras, estuviera vacía.

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Detrás de la puerta

En las noches de Marrakesh, los hombres viejos que me llevan a recorrer la ciudad y esperan que los guíe, terminan inexorablemente perdidos. Tal vez sólo sé un camino, y los demás son rodeos que convergen en él. No tengo preguntas, la certeza es un sitio don de me crío a mí misma, como si yo fuera una hija mía. ¿Ves? me digo, aquí están las imágenes de tu vida, desfilan como en una película m uda, las películas mudas son aburridas. No importa demasiado tu vida. ¿Ves? aquí tu casa, tus padres, las cosas que olvidaste en las mudanzas, no importan demasiado tus cosas. Podrías ser cualquiera, podrías no existir, una sirena dibujada en un libro de mitos. Escuché la historia de un grupo de exploradores en la Antártida: iban a vivir un año en el medio de la soledad y el frío para estudiar la zoología, la botánica, el clima. El barco de rescate chocó contra un témpano mientras viajaban para llevárselos a Europa de regreso. Pasaron inviernos enteros

en el refugio, una casita noruega que ellos mismos habían construido en el medio de un país de hielo. Se inventaron una vida cotidiana, distribuyeron las tareas y esperaron. Uno de ellos escribió en su diario: llegué a olvidarme de que tenía un rostro. Sólo sobrevivía para estar presente en el momento en que un improbable barco fantasma asomara entre las olas. Así es como todo se borra, la propia voz, el propio cuerpo, cuando alguien tiene que llegar hasta nosotros y no llega. El azar es ecuánime –solías decir– todos encontramos al menos una vez lo que siempre hemos buscado. Ya no te creo: el azar, por definición, es injusto. Hay una vez, sí, pero una sola, y lo demás es el deseo de que vuelva.

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El camino de los sueños (Versión del film Mulholland Drive de David Lynch)

Creí que la memoria era eso: una cascada cayendo desde un despeñadero, una corriente que arrastraría consigo al océano. No la insistencia del agua sobre la materia, el goteo, el trabajo de años para dejar una muesca insignificante sobre la piedra inerme. Hubiera deseado conocerte antes: dos chicas tendidas al sol de una terraza, en la siesta de provincia, quietas y alertas a la vez, como la vegetación del desierto, que parece dormir o estar quieta, y en cambio, cada verano deja surgir de entre las hojas algún color sorprendente en la monocromía de la arena. A veces te miro distraerte de mí, inclinada hacia el interior de tus propios recuerdos, atenta como un animal asomando la cabeza dentro de un pozo abierto en la tierra. Siempre intento descubrir en tus ojos el contorno del objeto prodigioso que estás viendo, y no alcanzo a distinguir de él más que su efecto, un cambio de intensidad en tu expresión, el temblor, la reverberación del agua tras la caída de una piedra muy pequeña. Estamos lejos. Hasta mí llega la imagen ya disuelta, ya velada, en la historia que cada noche vas contándome, hilo tras hilo del tejido recompuesto, que no puede compararse siquiera a la espléndida trama original, de la que estoy, aunque no quiera, ausente.

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Una película de amor (versión del film homónimo del "Decálogo" de Krysztof Kieslowsky)

Yo comprendo la pasión de los astrónomos, las noches en vela, la atención dispuesta a captar, de entre todo lo que existe, cierta fosforescencia en el cielo. Podría decir, como ellos, que las cosas que me importan no suceden en el mundo. La mirada vive, en lo que ve, una segunda vida, más real que la primera, más intensa. Yo pensaba que mirándote siempre, en todos los momentos, los instantes preciosos que guardabas dentro de tu cuerpo se transferirían a mi propia constelación de recuerdos, y lo deseaba con tanta fuerza que creí ver con tus ojos –sin haberme movido jamás de esta ciudad o de este cuarto– los detalles de tu casa natal, las tormentas de nieve en un pueblito del sur, la tierra completamente roja en el otoño, invadida por las hojas de los arces, dos pies pequeños y descalzos , cubiertos por el barro, el rostro de tu madre. Quizás la intimidad entre dos seres dura lo que dura ese momento en que sabemos de los cuerpos y las cosas que otro amó, en otro tiempo. O acaso nadie alcance a rozar, ni en su deseo, las imágenes ajenas, y estés sola, y yo esté solo, y sea el nuestro, –como el recorrido de las familias de esquimales hacia el sol, sobre la nieve– un viaje del cual no queda huella. “A N TO L O G Í A” C L A UD I A MA S I N | R EV I S TA T E I N A

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Índice

1. El hilo / extraído de Bizarría 2. El tiempo / extraído de Bizarría 3. El nido / extraído de Bizarría 4. geología / extraído de Geología 5. poligrafía / extraído de Geología 6. la música / extraído de Geología 7. grafito / extraído de Geología 8. malaquita / extraído de Geología 9. grutas / extraído de Geología 10. borneo / extraído de Geología 11. hans / extraído de Geología 12. resistencia / extraído de Geología 13. azufre / extraído de Geología

14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25.

volcán extinto / extraído de Geología oro de los locos / extraído de Geología Saknussem / extraído de Geología Niños del cielo / extraído de la vista La luna / extraído de la vista Cría cuervos / extraído de la vista Madre e hijo / extraído de la vista La ciénaga / extraído de la vista Mi mundo privado / extraído de la vista Detrás de la puerta / extraído de la vista El camino de los sueños / inédito Una película de amor / inédito

Entrevista a Claudia Masin en teína N° 5: http://www.revistateina.com/teina/web/teina5/lit2.htm Correo electrónico: claudiamasin@hotmail.com

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