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Escribir un poema sobre nenúfares. Escribir un cuento de estructura tradicional. Una coming-of-age novel. Este, con excepción de algunos que ejercen una fiera (y digna) resistencia, ha dejado de ser el rumbo de toda (nuestra) literatura. Es cierto que el fenómeno no implica un deterioro en las capacidades creativas de los escritores (fácilmente atribuible a la proliferación del tuit, gran invento de nuestra época), sino una sencilla apertura a temas que otrora jamás hubiesen sido considerados dignos de imprimirse bajo el áureo sello de “literarios”. ¿Un ejemplo? La lucha libre. A pesar de haber delineado en gran medida mucho del imaginario popular que ahora poseemos, parece que aquello que el Santo protagonizó durante una de los más interesantes momentos de la producción cinematográfica de nuestro país no merece más que la sosa etiqueta de “kitsch” cortesía de uno que otro desafortunado y evidentemente ingenuo colega. Este segundo número de tn apuesta por demostrar lo contrario, que hay mucho más que decir al respecto. Los textos que aquí se presentan transitan entre la ficción, el ensayo, e incluso la crónica periodística (quizás el terreno donde el tópico ha sido más explotado), y aportan miradas renovadoras que, de llegar a los ojos de nuestros más puristas y corbatudos hermanos de pluma, no podrían sino demoler sus de por sí tambaleantes castillos de citas y prejuicios. Los invito a apretar las agujetas de sus máscaras, a recargar sobre las cuerdas todo el peso que sea necesario para acabar, inevitablemente, de bruces contra la lona. A fin de cuentas de eso (y de estar siempre listos para contender de nuevo) se trata la literatura.

Martín Rangel

La revista tn se apena mucho en notificar los errores que se cometieron en la edición bimestral de la revista tn “Lucha Libre”. Por lo cual se les ofrecen disculpas y se ha re-editado éste número con el fin de resarcir el daño hecho a los escritores: Arturo Cruz Flores y Oscar Baños, por presentar errores en sus nombres. A Naomi Tanamachi por el parrafao duplicado en su colaboración titulada luces, mascara.. ¡acción!. Para ellos, y así para ustedes queridos lectores, les brindamos está re-edición para subsanar nuestro error.

Grupo tn


Las batallas

Alonso Guzmán

([…] after decapitation, regrow their heads, but keep their memory) Rita Chirian

Pues a huevo que he ido a la Arena. Con mi jefe. Con mi máscara de Espectro. A huevo que había estado ahí, en Constituyentes, a ladito de los helados Elite. Las puras vecindades de la ciudad vieja. Si nos viera el dios Tolo, man, se quedaría con su cabecita gacha. Acá le damos en la madre a todo. Ni busques. Verás el zaguán enrome y azul de la arena, pero alrededor ni madres, nada. Puro pinche edificio del gobierno. Un estacionamiento (a huevo) y un edificio inhabitado y verde, ahí donde la Yadi quería hacer el corto del enano cantautor. Recuerdo la entrada a la Arena llena de garnachas, con ese olor a tierra mojada de la noche confundiéndose con el olor del chorizo y el cilantro. El olor, padrino, frío como la chingada. Acá todo es frío, el olor, la lluvia, las banquetas, las llantas de los autos. Cuando regresé después de años, nunca imaginé que sería para pedir un paro. Un paro machín. ¿Qué querías que hiciera? ¿Con quién iba? Le dije al Chunde que me hiciera paro, pero no. Se abrió. No lo culpo. A la banda de Santa Ana. Mi banda. Nada. El Rafita hasta se río de mí y eso que es mi mejor amigo. Sabía que la Yadi era medio itinerante, pero de eso a que se estuviera cotorreando al Black Jack y que ese man estuviera bien clavado con ella, pues ni en cuenta. Mira que enamorar al mejor luchador del valle, pues está cabrón. La verdad yo hice todo manipulado por la Yadi. Llegué a su casa porque me dijo que quería ayuda para tallerear un guion. Desde que me había dejado por ese trovador enano pues no la había visto. Se me hizo extraño, sí, pero pues la morra me gusta. Esa es la verdad. Fui para ver qué show. Tú sabes, la odiaba pero en el fondo… llegué a su cantón. No había nadie. Había un guion, efectivamente, pero no era eso lo que quería. Quería que le prestara la colección de máscaras de mi padre. Mi padre coleccionó máscaras gran parte de su vida. Las tiene todas acomodadas por años y etiquetadas y todo el pedo. Es lo único que le interesó hasta que la lucha se convirtió en un pinche teatro de pésimos actores, eso dice él. Desde entonces, con

los pedos de la triple A y el consejo y la llegada de pinches luchadores faroles, mamados pero faroles que no luchan ni un kilo de tortillas, mi jefecito dejó de coleccionar esas madres. Pero eso no quiere decir que le valgan verga. Al contrario, las ama. Incluso dice que son mi herencia (menuda herencia). “Nel” le dije a la Yadi, pero ya sabes cómo es y pues comenzó a hacer aquello bonito que llaman amor y valió. Le dije que sí, que sí aflojaba las máscaras; pero ese no fue el pedo. El purrún fue que no sé por qué entró su nuevo man. Un tipo increíble de mamado y grande como un bocho parado. Sí, nos vio y sí, me soltó un mandrake porque la Yadi comenzó a gritar que la estaba violando. Pude reaccionar, por suerte. Brinqué por ahí y por allá y salí. Me correteó por todo artículo 123. Yo conocía el barrio y pude meterme a un callejoncito que me salvó de una madriza. Yo había visto a ese cabrón, lo conocía porque mi jefe cotorreaba con los del Halcón Galáctico, el gym detrás de la Panzacola, donde entrenan todos los luchadores de Toluca. Le dije a mi jefe que si recordaba a tal tipo y de inmediato me dijo que era el Black Jack. Un wey, dijo, que no debería estar en la lucha libre porque era un pedote cocainómano y que además tiraba piedra. Todo un caso el malandro ese. Temí lo peor. No me equivoqué. Sé que es una pendejada. Pero, ¿qué querías que hiciera? Se me ocurrió cuando vi la lucha del jueves anunciada en esos cartelotes amarillos que embadurnan de engrudo. Hasta arriba estaba Canek. El mismísimo príncipe maya, mi ídolo de la infancia. A huevo, pensé. Le voy a pedir un paro al Canek, ¿por qué no? Llegué. Me puse unas barbas falsas y unos lentes. Me agazapé a unos pasos de la entrada. Sabía que los luchadores dejaban su auto sobre Constitución así que esperé ahí al Canek. Había ensayado lo que le iba a decir. Cuando llegó me le paré enfrente. Iba con su máscara verde. Se la canté derecho, acá y allá, detalles.

Se tomó su tiempo. Me palmeó con sus manazas de continente africano. “Vente a verme después de la lucha”, me dijo. Me dio unas entradas y me dejó ahí. Nervioso, sí. Ilusionado, también. Me valió madre que el Black Jack luchara esa noche. Ya tenía el paro del Canek y mis barbas falsas. A huevo. No recordaba lo chido de las luchas de pueblo. Pero lo que me sacó de onda es que los luchadores de la capital siempre se vienen a hacer pendejos. Ni luchan. Sólo le hacen a la mamada. Canek fue el único que se rifó esa noche. L.A. Park, una mamadota. Gronda se jodió la pierna apenas a la primera caída. Creo que hasta llegan pedos. En fin. Llegué al vestidor a ver a mi valedor. Ese olor a pomadas y sudor me transportó a otro mundo, un mundo que ignoro pero que siempre ha estado ahí, latente. Pregunté al enanito de la puerta por el Canek y me dijo que estaba atrás. Vi dos espaldotas gruesas, cabronas. Una era del Canek y la otra de su compadre el Black Jack. ¿Te has preguntado que siente un calcetín cuando lo volteas? Así sentí yo. Sentí que me sacaban por el fundillo el ser… y la nada. Todos los weyes que dicen que la lucha es puro cuento están pendejos. Los cabrones me llevaron al ring. El público eran otros luchadores bien pedos cagándose de risa. Me pusieron una máscara bien sudada que no me dejaba ver ni madres, ni respirar. El Black Jack me jodió bonito. Las cuerdas queman cuando te lanza con huevos. Sentir arriba de ti más de cien kilos de mala vibra pueden quebrar al más rijoso. Pero lo que sí no tiene madre es sentir las manotas de los otros en el pecho, man, arde hasta el nervio pudendo. “Para que no se siga pasando de verga, putito” me decía el Black Jack. No aguante ni dos caídas, es la verdad. El Canek era el réferi y me contó espaldas planas a los 10 minutos o menos. Todos se reían. Me desmayé. Soñé que tenía la máscara del Espectro y que le daba en la madre al Black Jack. En sueños, padrino, en sueños. Cuatro costillas rotas. Fisura en el brazo derecho. Traumatismo en el cráneo. Boca floreada. Vértebras al borde de un ataque. Deshecho humano, así me dejaron. Por eso te digo que sí he ido a la Arena Toluca o fui, porque después de mi masacre la cerraron para siempre. No por mí, por otras ondas. Luego llegaron los cristianos y la hicieron suya. Luego llegó el olvido. Por eso te digo que acá le damos en la madre a todo. Si no me crees pregúntale a la Yadi. Cambió su guion, ahora hará un corto sobre un pendejo que se coge a la vieja de un luchador y al final lo mata en una gran lucha en el cuadrilátero. Al menos eso me ha dicho, afanosa como es en involucrarse con sus personajes.


“¡Lucharán a dos de tres caídas, sin límite de tiempo!” La primera vez que vi una lucha en vivo tenía cuatro años. Mi papá vendía refrescos en la Agustín Millán, arena improvisada de mi natal Toluca. Honestamente no recuerdo mucho, sólo tengo en la mente la imagen de mi padre ignorando a los sedientos aficionados para gritarle “de cosas” a no sé cuál luchador. Escándalo, estaba asustada y al volver a casa juré que nunca más regresaría a semejante espectáculo, aun cuando fuera el trabajo de mi padre. Mordida de lengua. Años más tarde (yo tenía apenas diez), cuando la telenovela de mi Geñita había terminado, aparecieron ante mis ojos los mismos luchadores (o eso creí) que años atrás había visto en la Agustín Millán. Sólo que esta vez había algo diferente: estaban detrás de una pantalla. Quedé pasmada, de haber sabido que los luchadores defendían a México de los zombis, las vamipresas, el Hombre Lobo, Drácula (personajes tan exóticos que pensaba sólo se dignaban a tocar suelo gringo), entonces no habría sido tan dura. Comprendí que aquello no era únicamente un deporte: era un arte, una identidad. La aparición del cine en México fue, aproximadamente, siete meses después de su triunfal presentación en Paris. Cuando el presidente Porfirio Díaz presenció estupefacto las imágenes en movimiento enviadas por los Lumière, reconoció en ellas un nuevo medio de entretenimiento cuyo éxito sería inmediato... y lo fue. Sin embargo, en 1950, después de que la Época de Oro se vino abajo, el cine mexicano experimentó su primera crisis temática y de calidad.

El entrenamiento Oscar Baños

“¡Chíngate diez!” La voz sonó como un trueno, ¬no había lugar para el diálogo con palabras pues la respuesta a aquella orden sólo la podía ejecutar el cuerpo, el conjunto de huesos, músculos, sangre; moviéndose, siempre moviéndose, coordinados, exactos, eficientes. El cuerpo obedeció, giró sobre sí mismo hacia delante, la boca inventariaba los movimientos: uno, dos, tres… Las rodillas protestaron en la repetición número seis. Un titubeo, el juez lo detectó de inmediato, sancionó. Hubo que hacer otras diez maromas —y diez más hacia atrás—, las piernas temblaban, la náusea se asomó a su lengua e intentó salir pero una orden endureció a su boca para detener el torrente. Por fin acabó. Después, los pasos a la calle aburrida de las cuatro de la tarde. La gente comiendo, platicando; el frío lamía la ciudad, él

Naomi Tanamachi

Las producciones de Luis Buñuel, el origen del cine independiente y, por supuesto, el cine de luchadores, fueron las novedades que rescataron a la agotada industria cinematográfica. Cuando, cerca de 1952, en la pantalla ya no hubo lugar para charros, madres abnegadas, rumberas ni prostitutas, las películas de luchadores subieron por primera vez a un cuadrilátero cinematográfico y con ellas se consolidó un cine fantástico que, con la combinación de las hazañas de estos guerreros mezcladas con fenómenos extraterrestres y sobrenaturales, construyeron un género de culto con toques de ciencia ficción muy a la mexicana.

no lo sintió; el calor en las piernas, en los brazos, en la frente, lo rodeaba como una película cálida y pegajosa. No sentía hambre. Tenía el estómago endurecido, relleno de yeso. Fue la sesión cinco, otras cuatro hubo antes magullándole la carne —cuatro visitas a aquella colonia extraña y polvorienta— y no acababa de acostumbrarse a las miradas depredadoras de los vecinos. Los dolores de la carne no tenían tiempo de irse, se le quedaron colgados a la osamenta como pinchos helados; andaba entumecido, mareado, con los codos doloridos y los brazos llenos de moretones. Hasta ahora, no había sido consciente de su cuerpo, de aquella masa de carne que lo contenía, ese recipiente que limitaba su ser. Recién se percató de que existía y de las dimensiones de dolor a las que lo podía llevar. Él miraba más allá de la barrera de los años, traspasaba con sus pensamientos el presente y se fugaba: escudriñaba las reacciones antes que las acciones, y el cuerpo lo llevaba, día a día, entrenamiento tras entrenamiento, lenta, muy lentamente.

La gran odisea de estos filmes fue sin duda el reclutamiento de recursos humanos: luchadores que no eran actores, actores que no sabían luchar, aunado a que, tanto los presupuestos destinados a la producción de estas películas como los mismos guiones eran risibles e ingenuos. Aun así, películas como Santo y Blue Demon contra los monstruos, Los tigres del ring, Santo contra el espectro estrangulador, Huracán Ramírez y la monjita negra y El misterio del Médico Asesino, pusieron en alto los nombres de luchadores que resonaban en las pantallas y poco a poco transformaban éste en un deporte de espectáculo (porque no todo quedó en el cine, quién podría olvidar a El Audaz y su tributo musical a Pedro Infante, ¡chulada!). Eventualmente, en la década de 1970, el cine de luchadores fue declarado muerto. Sin embargo, el cine de luchadores aún se sostiene con sus colores deslavados, sus hilos, disfraces hechizos, transmisores de cartón, etc. Todavía sobrevive y es aclamado en nuestros días. La popularidad de este género trascendió de tal manera, que en Francia el cine de luchadores se considera un producto casi artístico y ¿cómo no? Otros luchadores, Atlantis, Octagón, Máscara Sagrada, incluso versiones animadas de los luchadores legendarios han intentado revivir la gloria del género con muy poco éxito. Pero cada tanto la afición se reúne en las diferentes arenas del país y presencia y loa y glorifica este deporte que tiene algo de melodrama, ¿herencia cinematográfica, tal vez? Actualmente, cuando tengo la oportunidad, voy a la Arena México y me deleita ser parte de ese ritual donde los técnicos fungen como héroes contra los villanos o, mejor dicho los rudos. Me entusiasma pensar que en algún momento entrará una momia, monstruo o marciano, que los luchadores se unirán para pelear contra ellosm y que estaré en una de esas películas que determinaron mi pasión por la lucha libre. En el cuadrilátero obedecía, escuchaba, atendía; pensaba en las arenas, y entonces el patio cruzado por tendederos de ropa se diluía, su pants remendado daba lugar a unas mallas del color que debieran tener las escamas de dragón, y su rostro no era más su rostro. Su mirada, afilada como navaja, repasaba las gradas repletas de gente que gritaba su nombre, el verdadero, el único, el elegido por él, el que le daba significado y lo sacaba de la escuela aburrida en la que sólo era un número de folio, un espacio en el registro de inscripción. Volaba entonces, desplegaba sus alas, se elevaba por encima de las cuerdas, 2, 3, 4 metros, desde arriba, desde la altura inconmensurable de sus diez años. Reconocía su figura reflejada en las pupilas de los otros, de los que no se podían transformar, de los que, atrapados en sus cuerpos fofos y tibios, se habían quedado pegados al suelo observando cómo los enmascarados tomaban un lugar entre las estrellas.


La lucha

El baño

Alejandro Carbonell

Oscar Baños En mis ojos, el diablo en persona para cubrir mi demencia, para esconder mi ignorancia, para apoyar mi miedo. La boca cubierta de nada para no escuchar mis lamentos, para no evidenciar mis debilidades. La cara escondida en la tela del juicio de aquellos que no me conocen, porque no saben de motivos, no saben de razones. La sien siempre protegida por ese rayo metálico, el símbolo de mi unión con el misticismo del anonimato. El corazón cubierto, preparado para el combate, la gesta que me tiene preparada el destino. Seguro mi armadura quedará desecha por los colmillos del hambre de victoria de aquel que se atreve a desafiarme. El corazón latiendo después del jerez que prepara al cuerpo para recibir los castigos que siempre conlleva una batalla de caballeros, de cuerpo a cuerpo, sin armas, sin más fuerzas que aquellas de las que el destino dota a quienes las merecen. Las piernas arden en deseo de batalla, listas para correr hacia el oponente, nunca en dirección contraria; listas para levantarse tras caer, listas para no temblar de miedo o cansancio. La sangre hierve conforme las botas se amarran, fuertemente para hacer notar su llegada simplemente con pisar la entrada. Sin un nombre común para evitar ser conocido: el héroe anónimo, el villano escondido, la dosis perfecta de misterio para que nadie sepa siquiera que estuve ahí, presente, ante todos, luchando por la idea de luchar, de ganar, de desafiar a la derrota, tentar al destino, seducir a la muerte, luchando por mí, por mi vida, por ser lo suficientemente digno para dormir en corona de laureles al menos esta noche, al menos un momento. Acorralado, dentro del cuadrilátero, las cuerdas limitan la batalla; afuera, nada es prohibido; adentro perder no es opción, afuera la gente observa, adentro, motivos para observar. El bien y el mal siempre luchan, no sólo por almas perdidas, a veces luchan por luchar, a veces los martes. El bien y el mal se preparan: el bien se exige, el mal se divierte. Siempre el demonio tiene de su lado cualquier cantidad de atajos hacia la sensación de dominio sobre el bien y aquella aburrida técnica perfecta. Cayendo un momento y sufriendo observo mi vida ante mis ojos, mis brazos inmóviles presos de una llave, el dolor aumenta hasta que termina el castigo, aquel que me preparó la vida por no saber recibir al contrincante, tras golpes y vuelcos, patadas y cuerdas, tras ver muchas veces de cerca el suelo, boca arriba, viendo esa luz, la luz de la muerte, la luz de las lámparas, la luz que se ve obstaculizada por la silueta voladora de mi contrincante, dispuesto a despedazar mi alma, cayendo de pronto, ocasionando el pequeño infarto que me deja inconsciente tres segundos, tres latidos del corazón, he perdido.

He perdido. Me resisto a aceptar la derrota, la retirada a tiempo es una victoria, pero no es tiempo todavía, me levanto y encuentro el momento para acabar con mi oponente, un descuido, se ha sentido invencible y descuidó la parte que lo hace humano, el dolor. La fuerza de mi lado ataca, mis brazos son hierro, se escucha el reventar de la audiencia que esperaba este momento. ¿Mi nombre? No tengo nombre, mi nombre es la victoria o la derrota, ese es mi nombre. Minutos. Eternos minutos de lucha, de recordar aquella doctrina griega de causar dolor al oponente, aquellos instintos tan del hombre de hacer daño, minutos eternos de gloria, minutos eternos hasta ella. No entiendo lo que gritan, veo a través de la tela siluetas de personas que saben que estoy ahí pero no saben que soy yo, parece que me apoyan, parece que quieren que termine de una buena vez con mi contrincante; y lo logro, detenido en un doloroso castigo consigo que se rinda, que pida clemencia, que exija piedad, he ganado. He ganado. Uno a uno es la cuenta, uno a uno estamos, la victoria definitiva se decidirá cuando alguno de los dos vuelva a caer, al final de los tiempos, sólo uno alzará la mano. De nuevo frente a frente, de frente a mis miedos, de frente a mí mismo, a mí que no soy yo, a alguien más, tan anónimo como yo pero que no soy yo, frente a alguien que intenta destruirme tanto como yo a él y se detiene la vida, comienza la gesta final, la definitiva. ¿Cuánto tiempo es necesario para vivir de nuevo? Parece que no hay respuesta correcta, ¿cuánto dolor se necesita para merecer un alma? Todo el que se pueda soportar y a veces más, ¿cuánto valor requiero para seguir adelante? No lo sé. De nuevo me encuentro de frente con el piso, con la lona, ese olor a plástico, a derrota, no puedo vencerme ahora y justo antes del final, revivo, me incorporo, observo de frente de nuevo al otro anónimo y veo que me observa también, a través de mis ojos de demonio, alcanzo a decir algo, algo que no se escucha, algo que no supe definir, parece más bien un suspiro, el aliento del último esfuerzo. Y aquí estoy, frente a todos siendo nadie, sin escuchar el aliento, sin sentir el dolor, ya nada existe porque nada existirá si me derrotan, aquí estoy de frente a mis miedos, a mi reflejo, frente a mí mismo que no soy yo, dispuesto a no retirarme, dispuesto a no perder, dispuesto a comenzar la tercera caída de la lucha por recuperar mi alma.

Después de la lucha, las cuatro esquinas del ring permanecen silenciosas, agotadas las cuerdas, vacías las butacas. Los pasos se han vuelto ecos, el sudor evaporado se filtra por los muros, se desliza rítmicamente como una marea, olas de cansancio salidas de carnes magulladas. Cuando ya el silencio parece dominarlo todo con aquella mordaza fría y espesa, el vacío repta y cubre cada espacio con su lengua ácida; en ese lugar, amordazados, se encuentran los gritos de victoria y de dolor, las palabras de ánimo y las maldiciones, el crujir de huesos, el triunfo y la humillación. La arena es el mundo donde los dioses combaten, donde se decide el destino del universo; tiene cuatro esquinas, puntos cardinales que gobiernan los vientos. Sin embargo, la arena está partida en dos, la surca una cuchillada de suerte, buena o mala, eso se sabe hasta el final de la contienda. Los luchadores quedan invariablemente de un lado o del otro, justa o injustamente, vagan en el recuerdo de la fanaticada y van a dar a los cielos del triunfo o se despeñan sin descanso: los gusanos comiéndoselos vivos, las llamas en los ojos, los dientes desprendidos, hasta los precipicios de la derrota.


Envidia de fe

Nuestras madres lo dicen a menudo, ya sea para justificar éste otro dicho que reza: ‘todo pasa por algo’, o para dar al destino, a la vida o a Dios una serie ilógica de poderes sobrenaturales bajo los cuales nosotros, simples terrícolas, somos incapaces de decidir sobre lo que va a pasar en nuestras vidas porque, como dice otro de sus dichos, ‘ya todo en la vida está escrito’, y Dios sabe el motivo divino por el cual nos hace pasar por situaciones adversas a nuestros requerimientos, o nos quita cosas que queríamos con toda el alma. Bajo las concepciones plenamente lógicas de la mente, de algunas mentes, incluyendo la mía, éste dicho no es solo una mentira, sino una tontería: un lugar de consuelo para las personas que son incapaces de afrontar las consecuencias de sus propias acciones. Sin embargo, hace unos días recibí una sorpresa agridulce al respecto: a forma de hacer más dinámica y amena la clase de Lógica Proposicional, la cual nos es impartida a las 7 am ¡Y en ayunas! —como dirían nuestras mamás— mi profesor decidió tomar no otro, sino éste dicho de “cuando te toca, te toca, aunque te quites; y cuando no te toca, no te toca, aunque te pongas” para llevarlo al lenguaje formal lógico y demostrar de qué tipo de fórmula se trataba. Resultó ser una tautología, lo que en palabras comunes es: ‘un enunciado del que, según todas las partes que lo componen, se puede decir que es verdadero.’ Aquí estaba, pues, la afamadísima lógica diciéndome que el dicho más tonto que he escuchado era, bajo sus términos, una verdad. Claro es que, dentro

Susana de la Torre

de la filosofía, muchos de sus más insipientes constructores han determinado el porqué de las cosas a deidades, demiurgos o poderes superiores, e incluso han llegado a decir que, en efecto, todo en la vida ya está trazado y que, el alma —nuestra alma— solo emprende un viaje en círculos viviendo una y otra vez una misma situación. Yo, a pesar de todas estas afirmaciones, sigo creyendo que somos seres libres, poseedores de un libre albedrío, de una capacidad de decisión. Esta proposición también ha sido tomada por la filosofía en diversas ocasiones para demostrar su falsedad o veracidad, según la postura que se desee tomar al respecto. No es que yo cuestione ésta cosa de que ‘todo pasa por algo’, estoy segura de que es así, de lo que no estoy segura es de que uno no sea capaz de determinar la circunstancia de cómo y porque le sucede lo que le sucede. Así que, en el momento de escuchar que bajo los términos de la lógica formal este enunciado resultaba verdadero, me quedé totalmente helada. Y es que todos tienen su fe: A Dios, a la vida, al destino. Pero la mía estaba ahí: en la lógica, en la ciencia. Y aunque parece demasiado dramático de decir el hecho de que una ciencia como ésta afirmara que un dicho, para mi ilógico, era verdadero, me hizo cuestionarme algunas de mis convicciones. No es el hecho literal de que un proceso ‘matemático’ me haya defraudado, fueron las dudas que me asaltaron a partir de este pequeño momento las que me han hecho emprender una lucha mental constante. ¿Será que mis convicciones

Frank Misterio Rafael Pantoja, luchador de corazón, mejor conocido como Frank Mysterio. Es un diseñador con gran trayectoria, su pasión por la lucha libre lo llevó a trabajar en la revista “Super Luchas”. Su trayectoria se compone de diez años como diseñador, nueve como ilustrador, siete elaborando art-toys y cinco grafiteando, esto ha dado fruto para ser reconocido como uno de los mejores artistas de esta vanguardia en México. Su trabajo puede ser encontrado tanto en publicaciones como en las calles del distrito federal.

son bastante herméticas y cuadradas? La batalla ha sido campal, quizá toda mi vida he estado convencida de muchas cosas del tipo de la que ya ejemplifiqué, las cuales, parece ser, tienen otras formas de verse y de tomarse: otros enfoques. Quizá he vivido la mayoría de mis días criticando a las personas que, según mí forma de ser, son de una mentalidad cerrada, no perceptivos a los cambios sociales o al avance científico o tecnológico. He pasado mis días criticando la fe ciega que profesan algunas personas a ésas deidades a las que nuestras madres les adjudican el porqué de lo que nos pasa en nuestro día a día, sin entender que yo era propia de una fe mucho más ‘flaca’. Con esto no quiero decir que empecé, a estas alturas, a envidiar la indudable fe que tienen muchas personas a Dios, por ejemplo, pero, haciendo un análisis hacia atrás, la mayoría de las cosas a las que les he tenido fe las he visto caer. En algún momento, cuando estudiaba cine, tenía la ferviente idea de que Buñuel era un genio del surrealismo; su idioma visual, la utilización de los recursos, todo me parecía magnífico. Creía, casi al punto de meter las manos al fuego, que todo ‘tenía un porqué’, una razón creativa, un motivo para estar plasmados ahí, en esa genialidad cinematográfica. Tiempo después leí algunos de los comentarios que hacía Luis Buñuel al respecto de sus propias películas, y al uso de mis tan estimados recursos; él mismo se descalificaba y decía, simplemente, que lo había hecho porque sí. Porque necesitaba llenar un espacio, así nada más, esa era ‘la razón de las cosas’. Lo mismo me pasó al leer de propia mano de García Márquez, cuando confesaba en ‘Vivir para contarla’ ser dueño de una espantosa ortografía. En todos ellos, por más tonto que parezca, descansaba mi fe. Una fe, que entre otras muchas cosas, he visto disminuirse considerablemente. Ahora, analizando éste ya lógicamente demostrado dicho de: Cuando te toca, te toca, aunque te quites; y cuando no te toca, no te toca, aunque te pongas’ caigo en la conclusión de que sí, quizá las personas somos capaces de decidir lo que queremos en nuestra vida o lo que no, pero al final, bastante adentro de nosotros, por más que roguemos porque algo pase o no, siempre habrá algo más, un factor indeterminado al que tendremos que darle un poco de confianza y echarle un rezo al aire, a dios, a la vida o al destino. Siempre habrá un momento en el que hasta el más lógico de los lógicos, el más científico de los científicos, o en mi caso, la más burlona de las burlonas respecto a la fe en la vida, tendremos que apretar los ojos y decir: ‘Que pase lo que tenga que pasar’. Y ahí sí, ni aunque nos pongamos o nos quitemos, lo queramos o no, pasará exactamente eso: lo que tenía que pasar. Nada más ni nada menos. Y nuestra fe, esa que profesamos a los cuatro vientos, a lo que sea que la tengamos tendrá una cabida en algo que seremos incapaces de determinar porque las cosas sí pasan siempre por algo, como dicen nuestras mamás.


Hacia una función estelar Arturo Cruz Flores “Regreso a México, después de mi primera participación en una competencia a nivel internacional, como uno de los cuatro mejores del mundo. Regreso a México con las manos vacías y la mente llena de conocimiento, derrotado pero mejorado” Violento Jack Luchador Profesional

Siempre se ha considerado a Pachuca como una capital cuya pasión y enajenación deportiva, se ha encaminado, por su público, hacia el futbol de una manera religiosa y obsesiva. Esto de alguna manera ha quitado la atención a otras disciplinas. Sin embargo, no todo en Pachuca, en el ámbito deportivo, es el fútbol soccer: la lucha libre ha ocupado un lugar importante, se ha proyectado y logrado poco a poco retomar la atención ausente. En la actualidad la llamada ‘sangre nueva’ de esta disciplina que se practica en el cuadrilátero, han trabajado con constancia en sus objetivos sobre el ring. Por ejemplo, de Hidalgo el luchador “Pequeño Cobra” —un joven que forma parte de la empresa Desastre Total Ultraviolento—, en dos ocasiones, logró volar desde lo más alto de la arena Afición; hecho que arrancó el asombro de los presentes, quedando grabado en la historia. NUEVOS PERSONAJES QUE FORJAN SUS PROPIAS LEYENDAS Existe en Hidalgo una nueva generación de luchadores que desde jóvenes han adquirido el compromiso inculcado por sus maestros: el entrenamiento constante, la entrega profesional, y la esperanza de que el día de mañana podrán ubicarse en un mercado mucho más amplio, en cuestiones empresariales; algunos de ellos incluso han salido ya de México. Existen en Hidalgo —Pachuca y Tulancingo—, empresas que han proyectado mucho a sus jóvenes elementos. Quizás los que han tenido un mayor impacto en medios de comunicación han sido los miembros de la empresa Desastre Total Ultraviolento.

“Pesadilla” quien fuera el último campeón de la categoría ‘extrem’ y ‘ultraviolenta’, ya fue a Japón, en su primera gira de trabajo en la empresa Noah Pro Wrestling NOAH. “Dinastía” uno de los más jóvenes integrantes de una familia de luchadores profesionales, la dinastía Crazy de Tulancingo, se ha logrado posicionar en la empresa AAA; ahora el joven combate como campeón mundial mini de esta organización. La actitud ruda y de carisma intenso de Violento Jack, aunado a su trabajo en el ring, le llevó en dos ocasiones al país nipón, donde tuvo participaciones importantes en luchas contra experimentados orientales en diferentes modalidades, lo que le permitió tener un aumento considerable en su experiencia profesional. Aero Boy, al igual que sus paisanos de Tulancingo, ha logrado viajes importantes al extranjero desde la pasada navidad del 2012, cuando acompañado de Violento Jack viajaron a una presentación a Japón, y él, el llamado marcado por lo extremo, ha tenido presentaciones en el norte de Estados Unidos de Norteamérica. Los originarios de Pachuca, Draztick Boy y su hermano Cíclope —quien actualmente es el campeón extremo y ultraviolento de DTU—, han demostrado su valor y su talento; les ha servido para recibir el reconocimiento del grupo.

En Pachuca también hay recintos y empresas donde los jóvenes luchadores han podido destacar en este mundo deportivo de los costalazos, y del llaveo a ras de lona. En la escuela del Gimnasio Del Valle han despuntado jóvenes cuyos personajes han sido reconocidos por el público. Talentos como Roco Vann Jr., Rayito De Sol, Acción, Kulikitaka Rebeldía, Gato Tentón, Custodio de la Muerte, Campesino Del Valle Jr., y el que también se forjó en esta organización, Gotita de Plata, además de De Luto Jr., Torbellino Boy, GalaxiMan. La lucha libre profesional tiene nuevos elementos que han luchado en cada compromiso con el corazón y las emociones frías. Además de que la escuela de lucha libre de la tradicional arena Afición ha arrojado a una interesante generación quienes tienen tablas y probablemente un futuro prometedor, entre ellos Límite, Dragon Bane, quizás este último sea el más joven de la baraja luchística de este recinto y The Ram. Y es que hay una nueva generación hay logros, hay sacrificios por parte de la juventud hidalguense y la lucha libre mexicana, no se rinden, eso han aprendido y lo proyectan en el ring. Van caminando hacia su propia función estelar.


Me tocó hacer equipo con Atlantis y Máscara Sagrada. Los Villanos nos estaban masacrando; sus máscaras son igualitas, parecía que se duplicaban. Estaba mareado de tantos golpes, encabronado por mi falta de reacción. Abajo del ring, mis compañeros eran tupidos a golpes. Alcancé a patear al Villano mayor en la rodilla, lo que lo hizo caer de bruces sobre el cuadrilátero; le apliqué el mismo candado constrictor que al Felino. No escuchaba que Atlantis me gritaba: ya estuvo, cabrón, ya bájale, ya se rindió. Me tuvieron que separar, pues el Villano estaba desmayado y ya no tenía respuesta. Lo miré horrorizado, me acomodé la máscara que estaba echa trizas y fui a donde el réferi nos levantaba la mano en señal de triunfo. Ya en los vestidores, Máscara Sagrada se acercó hacia mí y me dijo que me calmara, que luchaba bien, pero que se trataba de un show, no tenía que haber heridos.

Alejandro Solano Villanueva

El cucaracha vs, la maáscara del héroe Amaba a mi hijo más que a la lucha, más que a la máscara. Esa noche en que casi le rompo el cuello al Felino, llegué a casa y lo abracé con las fuerzas que aún conservaba; le dije que no quería dañar a un compañero, aunque fuera mi rival, aunque fuera mi trabajo. Adrián nació cuando yo ya era un luchador profesional. Nunca me casé con su madre, quizá no la amaba tanto, pero al niño, cómo lo quería, se lo juro. El niño vino a cambiar mi vida, porque al principio yo quería llamarme Tornado negro o La fuerza del sur. Esos nombres son para maricones, estrellitas de telenovelas, dijo mi entrenador; piensa en algo distinto, que hable de ti y de tu resistencia a los chingadazos. Estuve pensándolo con calma. Mi madre le temía a las cucarachas; le asqueaban y eran indestructibles, decía, siempre vuelven. Eso me dio alguna idea. Estuve seguro cuando mi hijo tomó un insecto del piso, mira papá, un amigo, me dijo. Al final decidí llamarme el Cucaracha. A Adrián le encantaba mi máscara, su café claro en la tela y las antenas que se alzaban sobre el antifaz en un café más brillante.

Mi primera lucha profesional fue con un hijo de Pepe Casas, recién se había cambiado el nombre a Felino Centella. Ya ves, nombre de maricón, repitió mi entrenador. Me llevé al niño, muy pequeño, a la Arena de Puebla; me pagaron doscientos pesos, suficiente para comer unas semanas y comprarle algo bonito. En la tercera caída me sentí muy madreado. Felino era muy rápido y en eso me vencía; corría de cuerda a cuerda; en una de esas, lo pesqué por el cuello y le apliqué un candado constrictor. Enceguecido por la furia o por los gritos de la gente, no me di cuenta que ya se había rendido, y por poco lo estrangulo. Reaccioné cuando el réferi me jaló del brazo, fue como salir de un sueño. Me arrinconé en las cuerdas, pues eso nunca me había pasado; temí de mí mismo. Después de dos luchas más, me contrataron en una caravana. Viajaba por todo el país; en Toluca luché contra el Súper Muñeco y en Tijuana contra Octagón. Y Adrián crecía a la par; tenía cerca de trece cuando pasó lo de los Villanos.

Tenía razón, pero cuando el corazón me comenzaba a latir, cuando sentía el calor de los golpes sobre la máscara, se apagaba todo, mis brazos y mis piernas no eran más que armas que destruían rivales. Y ahí salió el chance de enfrentarme al gran Lizmark. Fue una lucha ríspida, cansada. En la tercera caída, en la México, todos lo veían como el gran ganador de la noche, conservaría su campeonato y yo sería sólo una víctima para un retiro digno de héroe. Incluso estaba como second el junior. Después de que me cayera con una planchita, ya me sentía desfallecer. Me levanté cansado, dispuesto a rendirme en el siguiente golpe. Pero le digo que a veces el cuerpo sólo hace cosas. En una pasada, lo alcancé a jalar de la agujeta de la máscara y lo tiré, él también ya estaba cansado, así que no me costó trabajo aplicarle La de a caballo, ya sabe, la llave del Santo. Se rindió; quedé como campeón. Salí de la México lleno de emoción y le propuse al promotor y a mi entrenador que nos fuéramos a echar unos tragos por ahí. Pues total, se merece un descanso este muchacho, dijo el promotor. Mi entrenador tenía sus reservas, alegaba que ya era tarde, que eso no era propio de un deportista profesional, son indisciplinas de maricones. Al final cedió, pero nunca me dijo que Adrián me esperaba en mi casa para felicitarme. Tenía mucho que no lo veía, andaba siempre de viaje. Me embriagué de felicidad y de alcohol, me puse la máscara en el bar y la gente me llenaba de su cariño, a mí, al nuevo héroe. Incluso me llevaron muy borracho a mi casa y aún con la máscara puesta. Cuando me recosté en la cama, sólo pude distinguir una sombra que aparecía entre la penumbra y me sentí llenó de furia, distinguí la máscara de Lizmark entre la oscuridad, giré al cuerpo sobre la cama rápidamente y le apliqué el candado constrictor que me había llevado a la fama. Cuando encendí la luz, le quité la máscara para maldecir al hombre debajo de ella. Fue cuando noté que era Adrián queriendo revivir mi victoria de aquella noche. Me sentía confundido, horrorizado de mí mismo. Qué clase de héroe mata a su propio hijo en un arranque de furia. Quise salir a gritar o a aventarme de la azotea, pero fue inútil, sólo me quedé en el rincón del cuarto, llorando debajo de la máscara. Los llamé en la mañana. Créame, amaba a mi hijo más que a la lucha, más que a la máscara.



El Chango


Espectacular Revancha Dan Lee Íralo, hasta te tiemblan las patitas, Centella. Ya no pienses en eso; el Rafa es un profesional. No te va a dejar caer. Él sabe que el “tope centella” es demasiado peligroso, que puedes quedar paralítico... o hasta matarte. No le saques; el Rafa aguanta. Una cosa es la vida de allá afuera y otra es la del ring; aquí en la Arena no te debe fallar, no te puede fallar. Aunque tú sí le hayas fallado. ¿Pero a güevo tenías que chingarte a la Martita?, vales madre... Ya, no te desconcentres. Agárrate chido a la cuerda y bríncale al tercer esquinero. Que no te dé frío, ¿cómo rebién que le brincaste encima a la Martita?, hasta tres veces, cabrón. Ira al Rafa allá abajo. Todavía no se levanta chido del látigo, se ve medio apendejado, como cuando te lo encontraste al salir del Jardines de Tlalpan con la Martita, todavía con el cabello mojado y oliendo a Rosa Venus. ¡La cara de pendejo que puso! Rebién que sabías que él quería a la buena a la Martita, pero ai vas, cabrón, nomás a chingar la amistad con tus calenturas. Y luego la Martita que hasta viene a la primera fila quesque a aplaudirte, como si fueras héroe; pinche vieja, namás va a hacer emputar más al Rafa, que es el único con el que has practicado el “tope centella”; el único que sabe cacharte chido... ya te vio, Centella; ya se puso firme. Ora sí, bríncale al poste y que Dios te bendiga. ¿Pero qué le pasa a Centella Azul, Doctor?, se ve indeciso, a mí se me hace que ya le dio miedo hacer enojar a Valaguez, que es un rudazo de siete suelas, cinco estrellas y gran turismo. ¿Cómo crees, Magallán?, ¿cómo crees?, lo que pasa es que está tomándose su tiempo para no fallar el lance suicida que lo ha hecho famoso: El tope centella. ¿Famoso dónde, Doctor?, si no sale de su cocina; todo lo contrario de Rafa “el Ráfaga” Valaguez, figura internacional, que ya se incorpora en la tarima de protección. No va a tener tiempo ni de apuntar las placas cuando Centella Azul le caiga encima, Magallán; míralo, ya prepara su lance en la cima del poste; parece clavadista olímpico. Pero si hasta acá se ve cómo le tiemblan las rodillas a tu Centella, Doctor, ¿me vas a decir que es de frío? No tengas miedo, Centella. No veas al Rafa allá abajo. Nomás calcúlale y ya estuvo. Ya verás cómo no se quita. Es un profesional, es el mejor compañero que has tenido, es fuerte, sí aguanta. ¿Cuántas veces han hecho juntos “el tope centella”?, ¿cuántas?. Y siempre te ha cachado bien, ni una lesión, ni una sola torcedura. El Rafa es de fiar, no como tú... Y después de todo lo que han hecho juntos tú y él. La neta es que no tuviste madre con lo de la Martita. Siquiera te la hubieras ido a coger más lejos del gimnasio, no que ahí a dos cuadras, ¿cómo no te iba a cachar?... ojalá y así de chido te cache orita. Parece que Valaguez no ha visto a Centella Azul, Doctor. Así es, Magallán, estamos a punto de presenciar de nueva cuenta el tope centella aquí en la catedral de la lucha libre mundial; ya vemos cómo Centella se proyecta desde el tercer esquinero.

Ni siquiera te puedes persinar en frente de la gente; la neta, si tú fueras el Rafa te quitabas, ¿a poco no?. Pero ni pedo, ¿quieres ser estrella, no?. Jala aire y aviéntate. Primero hacia arriba, pa agarrar la postura; sepárate del poste y siente el sudor en el cuello y el pecho cortado por el aire y la velocidad de tu salto; echa las piernas abiertas hacia atrás y acuéstate, suspéndete un instante antes de empezar a bajar con la choya por delante y los brazos extendidos como santocristo. ¡Qué clase de vuelo nos está regalando Centella Azul!, ¡esa inclinación de misil en picada!, ¡los brazos como alas de ave de presa!, ¡la cabeza como una verdadera bala humana! En un instante, la subida se te vuelve bajada. Seguro el Rafa sigue ahí, aguantador como siempre; imploras que por favor no se vaya a quitar mientras las tripas se te pegan al espinazo y cierras la boca apretando el abdomen; desde el suelo sube un soplo frío mientras te le acercas y tu piel se va enchinando como si fuera la primera vez que te aventaras desde ahí, con el suelo esperándote y una burbujota que se infla desde tu panza hasta la boca y los güevos; Rafa, no te quites por tu mamacita; no quieres abrir los ojos, sientes en tu pecho el golpe de viento que rastrilla el sudor y en los oídos la velocidad te susurra un madrazo; es eso, la rapidez del bajón, el escuchar los ecos de gritos rebotados en la madera de la tarima, lo que te hace entreabrir los ojos; ¿pa qué chingados vuelas con los ojotes cerrados?, ¿pa qué chingados te cogiste a la Martita?, ¿pa qué chingados traicionaste al Rafa si sabías que es el único que te puede cachar? A tu amigo el Rafa... ¿Rafa?, ¡Rafaaaa!

¡Vaya encontronazo, Doctor!, parece que el médico de ring tendrá que entrar en acción. Efectivamente, Magallán, pero así es la lucha libre, ¿quién diría que ese malandrín de Valaguez iba a salir huyendo en el último instante? Nadie se lo esperaba, Doctor; aunque más sorpresiva fue la intromisión de Marta “Panterita” Loyo, que salió de quién sabe donde para salvar a Centella Azul capturándolo al vuelo.


Javier A. Martin

Las emociones son islas desiertas Siempre he creído que la música es búsqueda. Por eso me resultan tan poco atractivas las estaciones de radio convencionales, que a través de sus ondas heartzianas transmiten --una y otra vez, hasta el hastío-- propuestas que no lo son; productos de la mercadotecnia que se insertan, a base de la repetición, en el inconsciente.

No es desconocido que para algunos escuchas la música induce a estados de conciencia; un Yo amplificado, expansivo, gutural, sonoro y vibrante. Y muchas veces ese estado requiere de la inhalación profunda y sostenida. Inhalar como el acto que precede toda acción del cuerpo, incluso al trance.

En este sucio sentido, los netlabels han sido una herramienta útil al ávido melómano para conectar con miles de creaciones musicales que a diario se publican en la red, muchas de ellas con la característica inmanente de estar abiertas al download gratuito y oportuno.

Inhala es también una invitación al baile, como la que literal se escucha en la pieza “Estación 1717 (Original Mix)”, donde Nathan Jo incorpora un sonido espacial, lounge e incluso regional en la medida en que se cuela el hipnótico ritmo de “Nereidas”, el clásico danzón mexicano interpretado en un solo de trompeta que evoca a través de un ritmo electrónico el México de antaño.

Pero ¿para qué “descargar” si detrás de ese acto no se encuentra alguna significación que reverbere en la vida cotidiana? En algo que nos extraiga de la cotidianeidad, como el llamado de una isla desierta que invita a ser descubierta. Quizá ese espíritu de búsqueda sea el aporte más significativo en los esfuerzos del netlabel Breathe Compilation con su disco Inhala, que salió a la luz como parte de su celebración por su 5to aniversario.

“Liberaos” fue una de las piezas de este disco que más me gustó. En ella In Vitro recrea la instrumentación que podría emanar del concierto de las altas esferas; un goce espirituoso y marcial, una marcha en clave de dub acompañada por el ritmo de un ave en su aleteo.

De “Espiral”, de Ray Garrido, sólo puedo decir que es una pieza maestra de minimalismo que evoca el ascenso sobre el abismo. Un ejercicio interesante sería decir algo de lo que proyecta en el interior de cada cual las piezas contenidas en este disco, quizá por ello el álbum viene acompañado de una serie de fotografías que bien podrían refractar el espíritu del álbum.

Para escuchar y/o descargar, da click aquí: http://breathecompilations.org/v-a-inhala/



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