Revista Un Caño - Número 22 - Febrero 2010

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staff SEGUNDA ÉPOCA (AÑO 4) NÚMERO 22

Dar Dakar o no dar Dakar, he ahí el dilema. A diferencia de otras páginas deportivas del país, la revista Un Caño ha sacrificado todo interés, informativo y del otro, por aquello que se denomina Rally Dakar. Este empeño por liberar a nuestros lectores de abundantes fotografías polvorientas y más abundantes referencias a “el sol inclemente”, “la temperatura tórrida” y “el calor popular” no provino de una discusión interna de nuestros consejeros editoriales, sino de la fascinante coincidencia de nuestras plumas (veteranas y jóvenes), que no acertaron a sugerir nota alguna sobre la prueba. Durante la breve jefatura de Dante Panzeri en la sección Deportes de La Prensa (1977), una disposición interna simbolizaba sus enormes ganas por desterrar el automovilismo: cada vez que se daba una información sobre carreras de cualquier tipo, en la volanta debía colocarse una llamada que declaraba “Espectáculos industriales”. Debemos a Panzeri (y aquí se trata de una posición personal) y a la ideología que profesamos nuestro encono con los llamados deportes fierreros. Ni Marx ni Dante ni Bakunin dejarían de hostigarnos si hubiésemos editado una nota del único deporte del planeta en el que los atletas matan a los espectadores. Pero la tiranía de nuestro pensamiento no puede arrastrar definiciones colectivas. Por lo tanto aquí, en este espacio de libertad, otros podrán escribir sobre autos, motos, camiones, triciclos y hermanos Patronelli, mientras ejercemos el maravilloso oficio de discutir y disentir. A este periodista, la muerte de la señora Natalia Gallardo, de 28 años, embestida por el alemán Mirko Schultis, o el edema cerebral del motociclista italiano Luca Manca, o el despilfarro de combustibles y médicos o dineros estatales le resultan tan importantes como el otro despilfarro, el de velocidades y locuras, que convierten a la Argentina en el país que goza de uno de los índices más altos de accidentes de tránsito. Y sus correspondientes entierros… A quienes se les ocurrió importar el Rally a la Argentina no les interesa la opinión del editorialista circunstancial de Un Caño. Al editorialista no le interesa el pensamiento de los importadores del Rally. Estamos a mano. Pablo Llonto

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ILUSTRACIÓN DE TAPA Sebastián Domenech FEBRERO 2010 | UN CAÑO 3


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Rock and Wolves Para rockeros y no tanto, para los que adoran historias de amor de hinchas y clubes, para quienes pensaban que sabían todo del fútbol inglés y no abundaban en detalles dirigenciales va esta página que contiene la biografía deportiva de Robert Plant y el mayor de sus amores. Por PABLO CHEB TERRAB

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ualquiera que sepa algo de rock puede confirmar que Robert Plant es una leyenda. El cantante de Led Zeppelin, junto con Jimmy Page y el resto de su banda, dejó una cicatriz en medio de los agitados 70 gracias a su voz excepcional y algo ruidosa: Stairway to heaven, Black Dog, Rock and Roll. Sin embargo, el fanático musical puede ignorar que el mismo Plant, igual de pelilargo pero no tan juvenil, es el vicepresidente de un club de fútbol. El que ama y que siempre amó: los Wolverhampton Wanderers. La relación de Plant con el equipo comenzó desde bien temprano. “Mi recuerdo más antiguo de los Wolves es estar sentado sobre los hombros de mi papá, más o menos en 1955, cuando el equipo se estaba comiendo Europa. Me acuerdo de Billy Wright. Salió del túnel, se dio vuelta, me sonrió y me saludó. Desde ese momento me hice adicto. Una vez que te han mordido no se puede escapar”. Tenía siete años. Quizá el nombre Billy Wright no diga demasiado, pero algunos datos alcanzan para dimensionar la experiencia del entonces niño Plant: 541 apariciones para los Wolves y 105 partidos en la selección inglesa, capitán en tres Mundiales y, actualmente, una estatua en la puerta del estadio del club, el Molineux. A partir de entonces, estuvo en la cancha cada vez que pudo. “Sé que esto que hago cada sábado es masoquismo. Es lo más parecido a tirarse debajo de un autobús todos los fines de semana”, reconoció alguna vez. “Supongo que es como una religión, pero por estos días no llevo el crucifijo encima cada vez que hay partido, aunque solía hacerlo…”. Su fama y sus giras con la banda no interrumpieron el ritual. “Sé que es insano, pero era una panacea para mí. En los 70 me metía en la popular con otras 15 mil personas que fumaban en cadena cigarillos Woodbine. Era el momento en el que recién comenzaba a entender que si iba a cualquier otro punto del planeta tenía que ser con alguien de seguridad. En cambio, ahí estaba, en los hombros de otra persona, paseando por la multitud”. 4 UN CAÑO | FEBRERO 2010

Su fanatismo le causó algunos problemas en la vida marital. Digamos que su esposa no era tan futbolera como él. “Algunos aseguran que el fútbol fue la causa de mi divorcio –relató-. Si no fuera un hincha de los Wolves, probablemente estaría cuidando de tres niños, cinco nietos y muchas mujeres satisfechas. Pero soy más feliz en las tribunas”. Los festejos alocados en el triunfo no aportaban a la causa. “Cuando ganamos la Copa de la Liga en 1974 tardé tres días en llegar del estadio a mi casa. En ese tiempo, no tengo idea de dónde estuve. Sólo recuerdo que el plantel recibió una distinción del alcalde, y que yo los acompañé ahí por un minuto o dos. Eso fue difícil de entender para mi mujer”. ¿Cómo explica él mismo su locura? “Es el amor por algo que no necesito explicar ni justificar. Estoy allí, en el medio de todo, y lo amo hasta la muerte. Y está bien, y está mal, y es banal. Pero lo amo”. ¿Cómo define a su equipo? “Paraíso, pesadilla, un barril de risas y mucho dolor”. En los 70 y en los 80 le pidieron que se hiciera cargo del club. Se negó. Pero esta vuelta, con 60 años, sintió que era su momento. Algunas cosas habían cambiado (“Tengo un poco de amnesia últimamente, a veces me olvido quién es el once. Y ahora me ayudan a ir al baño en el entretiempo”). Pero el afecto seguía intacto. Aceptó el honor antes de un partido contra el West Ham. “La verdad, me siento halagado. Pero también avergonzado, para ser sincero˝. El bueno de Robert también anunció que mantendría su lugar en el estadio y que no iría al palco de los directivos: “Hay otras personas que son importantes para el club. Especialmente la gente que se sienta a mi lado en la tribuna del Molineux. Ellos vieron más partidos que yo, y siempre se las arreglan para saber lo que está pasando”. Para cerrar ese discurso, dijo lo que todos los presentes tenían bien claro: “Soy Robert Plant, y éste es mi club”.



Las estrellas de David

Entre los 291 equipos que compiten en el Torneo del Interior para escalar del quinto al cuarto nivel del fútbol de la AFA está Náutico Hacoaj, como representante de la Liga de Escobar. Es la única institución judía que compite en ese ámbito, pero aquí les contamos qué ha sido de los clubes de la colectividad en el fútbol argentino. Por EDGARDO IMAS

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ocos recuerdan que un club judío había estado afiliado directamente a la AFA entre 1953 y 1968. A la Organización Hebrea Macabi, fundada en 1930, se le aceptó la afiliación para participar en la Tercera de Ascenso (más tarde Aficionados y hoy Primera D) el 22 de abril de 1953, cuando Valentín Suárez presidía la AFA. Medio siglo después, otro presidente de la entidad (sí, de él se trata) fue denunciado por discriminación por sus ofensivas declaraciones que intentaban explicar por qué no había árbitros judíos. El debut oficial de Macabi fue el 2 de mayo de 1953: en la vieja cancha de Acassuso recibió al desaparecido Arsenal de Llavallol y cayó 4 a 2. Jamás tuvo cancha propia. A lo largo de 16 temporadas jugó 362 partidos oficiales. Durante quince años consecutivos participó en la menor de las categorías con discretas campañas, excepto 1954 y 1967, cuando pudo clasificarse para la ronda final. En 1968, en la despedida, militó en Primera C, tras ser campeón invicto de Aficionados el año anterior. En la conformación de los equipos que inicialmente presentó Macabi se encontrarán sólo apellidos de ascendencia judía. Hasta contó con el veterano wing izquierdo Ezra Sued, quien había jugado en la Selección y en Racing. Recién a partir de los 60 aparecieron jugadores no judíos. En las formaciones titulares de los dos últimos años, la variación se notaba y seguramente -entre otros factores- terminó pesando a la hora de desafiliarse, luego del descenso de 1968. Jorge Frost tiene 73 años, es agrimensor y socio de Macabi. En los comienzos fue el arquero. Cuenta que los primeros planteles “estaban integrados por socios de Macabi y por jugadores que llegaron procedentes de Hacoaj y Hebraica”, los otros clubes importantes de la colectividad. “No cobrábamos y entrenábamos dos veces por semana; éramos bien amateurs y

auténticos representantes del espíritu macabeo”, agrega. Frost recuerda que había canchas muy difíciles: “En Juventud de Bernal una vez nos corrieron a cuchillazos y sólo había dos policías. En general, la policía era muy localista”. También recuerda que había gritos de índole despectivo: “En esas canchas, con la gente pegada al alambrado, era inevitable no escuchar algún ‘Judío de mierda’, a veces también te lo decía un rival”. Ricardo Lima (65) debutó muy joven en Macabi. En 1964 pasó a Atlanta, se fue a Mendoza y volvió al club en 1968. “Era un pibe cuando un vecino del barrio, un tal Levy, me vio jugar en los potreros de Jonte y Emilio Lamarca, y me llevó a Macabi. Practicábamos en una sede anexa ubicada en Corrientes y Malabia y en la cancha auxiliar de Atlanta”. En 1967, Macabi salió campeón invicto y obtuvo el ascenso a la C. Osvaldo Pairoux hijo del recordado delantero de los 40 Norberto Pairoux (Newell’s, Atlanta, Independiente y la Selección), jugó algunos partidos en aquel equipo. Con 63 años, relata que “la mayoría trabajaba, pero recibíamos algún pequeño dinero. Apenas cinco o seis dirigentes estaban con el equipo. Aun así, cuando salimos campeones nos recibieron muy bien”. En 1968 Macabi encaró su primera y única temporada en Primera C. Llegaron algunos refuerzos, como el citado Lima; otro ex Atlanta, Juan Carlos Monge, y el hoy conocido DT Ángel Celoria. Terminó penúltimo en la sección A. Esa posición lo condenó a jugar la Reclasificación pero no pudo conservar la categoría. Con el descenso llegó la decisión de desafiliarse. Pairoux afirma que “fue por la cuestión monetaria. Jugar en la C incrementó los gastos. Había que jugar lejos, como en Rosario˝. Para Frost “la participación en el fútbol de la AFA ya no estaba bien vista. El deporte principal del club siempre había sido el básquet. El factor económico definió la desafiliación. Luego del campeonato, los jugadores pidieron más plata para jugar en la C”.

Una formación de Macabi a mediados de los 60. 6 UN CAÑO | FEBRERO 2010



PICADO

Que parezca un accidente

En el club de Carlitos, llamativas contrataciones de antaño llevan a la sospecha de ciertas simpatías por los alemanes. Pero, ¿qué había pasado durante la Segunda Guerra Mundial en Manchester para que aún hoy se hable de la mala leche del Manchester City? Por CARLOS BONET

“Alguien me dijo alguna vez que el fútbol se había convertido en una cuestión de vida o muerte… Estaba equivocado: el fútbol es mucho más importante que eso”. Bill Shankly, entrenador inglés, 1913-1981 El 11 de marzo de 1941 el aterrador silbido de las bombas de la Luftwaffe se hizo estruendo sobre Old Trafford, la cancha del Manchester United. En los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, Manchester, por su condición de metrópoli industrial, era un objetivo constante de los bombardeos de la fuerza aérea alemana. Y ese raid, el segundo sufrido por el estadio que hoy se erige orgulloso y moderno como el “Teatro de los Sueños”, destrozó por completo el campo de los Red Devils. Así, el United se vio obligado a jugar sus partidos de local en Maine Road, la casa del Manchester City, el equipo donde hoy brilla a fuerza de goles Carlitos Tevez. El gesto solidario de su clásico rival se prolongó durante ocho años, el tiempo que demandó la reconstrucción de Old Trafford. Pero la reapertura no invitó a dejar atrás las pesadillas del pasado reciente. Fue en ese mismo 1949 cuando el recuerdo de la Guerra volvió a instalarse

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en el alma futbolera de la ciudad. En octubre de ese año, el City causó conmoción cuando anunció la contratación de Bernhard Carl Trautmann. El fichaje hubiese resultado polémico tan sólo por el hecho de que Trautmann era alemán. Pero lo que lo hacía inevitablemente escandaloso era el hecho de que el arquero era un ex miembro del cuerpo de paracaidistas de la Luftwaffe… Bert, como sería (y es hoy, a sus 86 años) conocido por el resto de su carrera, fue tomado como prisionero de guerra en 1944, en Francia, durante el desembarco en Normandía, y luego trasladado a un campo de detenidos nazis en Northwich, Inglaterra, donde permaneció recluido hasta 1948. La historia de Trautmann está compuesta por todos los clichés que harían las delicias de un productor hollywoodense. Al momento de su liberación, rechazó la oferta de repatriación y se radicó en las afueras de Liverpool, donde se dedicó a la desactivación de bombas no detonadas en los campos de la región. Los fines de semana de esa temporada 1948/49, Bert atajaba en el St. Helens Town, un equipo

amateur de séptima categoría. La cuestión es que el alemán que atajaba en el equipito de pueblo, atajaba bien. Cuentan las crónicas que la final de la Mahon Cup (un trofeo regional) de 1949 registró la inédita asistencia de 9.000 personas. Cuando, meses más tarde, el City lo incorporó a su plantel, las protestas llegaron no sólo desde el Manchester United y el resto de Inglaterra, sino de los propios abonados del club, que amenazaron con un boicot… Su debut en Maine Road, contra el Bolton, bastó para que su evidente talento disipara la discordia. Pero el problema, grave problema, pasó a ser cada partido de visitante. Para las hinchadas rivales, el arquero del City era un detestable nazi. Y se lo hacían saber. El punto de inflexión de la historia se dio en enero de 1950, en ocasión de la visita del Manchester City al Fulham, nada menos que el primer partido de Trautmann en Londres. El City estaba en el fondo de la tabla y la prensa le auguraba una dura derrota (de hecho, ese año terminaría descendiendo). Pero Bert la rompió esa tarde en Craven Cottage. Lo dicho, escenas de una película. Manchester City perdió, pero fue apenas 1-0. Y entonces Trautmann se retiró de la cancha ovacionado por el público rival. La leyenda de Trautmann tiene una fecha marcada a fuego: 5 de mayo de 1956. En


Wembley, el City llegaba a otra final de FA Cup. Había perdido la de 1955 ante el Newcastle y ahora el oponente era el Birmingham. Dos días antes, el alemán se había convertido en el primer arquero en ser elegido jugador de la temporada en la historia del fútbol inglés. El City logró poner el partido 3-1 y parecía que marchaba sin inconvenientes a recibir el trofeo de manos de la reina… Pero a falta de 15 minutos, Trautmann se llevó la peor parte, tras un choque contra un delantero rival: un rodillazo le dio de lleno en el cuello, desmayándolo. En 1956, el reglamento no permitía cambios. Al volver en sí, Bert decidió continuar. Él y el City aguantaron hasta el final como pudieron. Tres días más tarde, con la medalla de campeón en el bolsillo, Trautmann tuvo el diagnóstico de su lesión: fractura de cuello. Fue el único título de su carrera, conseguido en el meridiano de su trayectoria en el City, que se extendería hasta el año 1964, cerrando su marca de presencias en 545 partidos… La vida profesional de Bert continuó como entrenador de equipos menores de Inglaterra e incluso de su Alemania natal. Y llegó a ser seleccionador, en los 70, de exóticos países como Burma (hoy Myanmar), Liberia y Pakistán. Pero lo que lo marca fue, es y será su paso por el Manchester City. La de Trautmann es, de por sí, una historia maravillosa que no termina en aquel 1964 que marcó su salida del club. Su legado se traduce en una especie de tradición que vincula a futbolistas teutones con el equipo celeste. Steffen Karl (9394), Uwe Rossler (94-98), Maurizio Gaudino (94-95), Michael Frontzeck (95-97), Eike Immel (95-97), Michael Tarnat (0304) y Dietmar Hamman (06-09) integran la lista de sucesores del arquero-leyenda. Es más, técnicamente podrían agregarse otros dos jugadores: Stephen Lomas (9197) y David Owen Phillips (84-86), de origen irlandés y gales, respectivamente, pero quienes nacieron en bases militares de la OTAN en suelo alemán.

Para las hinchadas rivales, el arquero del City era un detestable nazi. Y se lo hacían saber.

Trautmann era alemán. Pero lo que lo hacía inevitablemente escandaloso era el hecho de que el arquero era un ex miembro del cuerpo de paracaidistas de la Luftwaffe…

La producción futbolística de los otros alemanes del City ni se asoma a la huella que dejó Trautmann. Casi lo contrario... Por caso, Eike, el único arquero de la lista, llegó con la carga de compartir puesto con Bert, pasó por el club sin pena ni gloria y terminó sus días de fama en el Gran Hermano VIP de la TV alemana. Y Karl pasó a los libros de la historia del fútbol por ser, en 2005, el primer jugador arrestado debido al arreglo de un partido en favor de una mafia de apuestas cuando formaba parte del Chemnitz alemán. Uwe Rossler es quizás el único que logró romper el molde la mediocridad. Nacido en la Alemania del Este, este goleador llegó al City a mediados de los 90, en una etapa gris del equipo. Rossler, un

leyenda eran las muestras de devoción hacia Rossler que se observaban en Maine Road por aquellos años, tan distintos a los que, cuatro décadas antes, había protagonizado Bert Trautmann... Son curiosos los vericuetos por los que

centrodelantero aguerrido y batallador, se ganó el corazón de los seguidores del City a fuerza de goles (65 en 181 partidos entre el 94 y el 98) y, fundamentalmente, por su espíritu inclaudicable. El punta se repuso a cantidad de lesiones y a nuevos entrenadores que llegaban y le bajaban el pulgar, para terminar siempre jugando. Esa capacidad de sobreponerse a la adversidad lo erigió en símbolo e ídolo de una época en la que el City descendió hasta tercera división, mientras el United empezaba a ser la máquina de ganar todo montada por Alex Ferguson. Banderas, cantos y hasta remeras personalizadas con una particular

transcurre la rivalidad deportiva, intrigantes los devenires que resultan de ella e impredecibles los límites que pueden llegar a respetarse o traspasarse. La historia, esta historia de los alemanes del Manchester City, invita a formularse una pregunta: ¿es casualidad que el “bombardeado” United nunca haya contado con un jugador germano en sus planteles y que el City sea el equipo inglés con la legión teutona más frondosa? Quizá parte de la respuesta se encuentre en lo que decían aquellas remeras que lucían orgullosos los hinchas del City para celebrar la idolatría de Rossler: “El abuelo de Uwe bombardeó Old Trafford”.

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s a b r e y s a r t O

RO JAND

LE

Por A

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Flaming Lips: hacia el infinito y más allá

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no de los pocos desacuerdos musicales que tengo con mi amigo Pablo Strozza, una de las personas con más rock encima de todas las que conozco, gira desde hace años en torno a The Flaming Lips. Un invento de la prensa para él, una gran banda para mí: ahí está la síntesis más apretada de esa amable disputa. Con la aparición de Embryonic (en las disquerías argentinas desde hace unos meses), las cosas no cambiaron. Conversando sobre el disco, que Pablo por ahora se ha negado a escuchar, atribulado por lo que ya considera un decidido hype de los críticos (Pitchfork, hoy un medio de referencia, lo calificó con 9 puntos), le decía que esta vez la banda de Oklahoma había asumido unos riesgos que en mi opinión exceden incluso a los del nuevo álbum de Animal Collective, ésta sí la banda más incondicionalmente celebrada de la actualidad (incluso hasta la exageración), al menos en el ámbito del indie. Con Embryonic, Flaming Lips reemplaza el pop alucinado y technicolor que había consolidado a partir del magnífico The Soft Bulletin (1999) por una música extraterrestre (no por casualidad la banda compuso en 2008 la banda de sonido de Christmas on Mars) que corrompe géneros, reformula tradiciones (Pink Floyd, Can, la psicodelia de los 70) y apuesta un tipo de producción que mantiene el barroquismo que caracteriza a Dave Fridmann, pero que también llena de mugre a las dieciocho canciones del disco. Siempre actualizado, Wayne Coyne, el cerebro de la banda, también tiende puentes con la actualidad (Karen O, de Yeah Yeah Yeahs, y los MGMT participan en dos de las mejores temas de Embryonic). Hubo pocos discos en los últimos años que arriesgaran tanto sonoramente, y lo más sorprendente es que se trata de una edición de un sello multinacional (Warner). Desconozco si los Flaming Lips tienen un contrato que los compromete por más tiempo con Warner, pero este disco probablemente fuerce su despido. En sintonía con el rumbo de sus actuales exploraciones sónicas, Flaming Lips acaba de grabar su propia versión de The Dark Side of the Moon, el súper clásico de Floyd, con

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Henry Rollins, Peaches y Stardeath and White Dwarfs -el grupo de un sobrino de Coyne- como invitados, una movida que probablemente les ponga los pelos de punta a los talibanes de la popular banda inglesa. En una entrevista reciente, Coyne, un especialista en al arte de la provocación, decía: “estoy completamente seguro de que John Lydon, el mismo que usó aquella famosa remera con la leyenda ‘Odio a Pink Floyd’, admite en privado que el Floyd de Syd Barret era punk”. Aún dudando de que el ex cantante de Sex Pistols -uno de los cabezaduras más consecuentes y adorables de la historia del rock- reconociera tal cosa, la fantasía tiene miga porque permite revalorizar aquello en lo que Flaming Lips viene trabajando desde mediados de los 80 hasta hoy: la consolidación de los lazos espaciales entre pop, punk y psicodelia, nada menos.


Ezequiel Acuña, el funebrero

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e ha dicho muchas veces: hay algo en el cine de Ezequiel Acuña que remite insistentemente a la adolescencia, esa patria a la que el director parece no querer renunciar. En Excursiones, su tercer largometraje, el núcleo dramático dispara una vez más hacia esa época que es terreno fértil para forjar amistades -otro tema recurrente en las películas de Acuña- y también para saltar de crisis en crisis. En el caso de Martín y Marcos (un M&M que casualmente calza a la perfección con aparición en el film del negocio de las golosinas, un vínculo que el director trasladó de su entorno familiar a la ficción), se trata de la recuperación de una relación que se vio abruptamente interrumpida en aquel momento vital que desvela a Acuña por un hecho que se revelará con detalles recién sobre el final de la película. Entre el llamado que propicia ese reencuentro y un desenlace que apuesta sin medias tintas a la emoción crece una historia cruzada por un humor refinado y zumbón, apoyada en personajes adorables. Sin abandonar la melancolía que atraviesan siempre sus historias, ahora Acuña incorporó un notable timing para las líneas de diálogo con mucho brillo propias de la buena comedia, un mérito que involucra de manera directa a Alberto Rojas Apel, cuya actuación también es notable, igual que la de su coequiper, Matías Castelli, y la

de los secundarios (Ignacio Rogers, Martina Juncadella, Martín Piroyansky, Santiago Pedrero). Excuriones se proyecta todos los viernes y sábados de febrero, a las 22, en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415, Cap. Fed.). Con descuento especial para hinchas de Chacarita.

Todo noticias (...) El clero, viendo que las tropas francesas amenazaban con una invasión de los estados de la Iglesia, comenzó a difundir el rumor de que los fieles veían al Cristo y a la Virgen abrir los ojos. La credulidad popular acogió confiadamente esta mentira piadosa; hubo procesiones, iluminaciones de la ciudad, y todos los fieles se apresuraron a llevar sus ofrendas a la iglesia. Mi tío, queriendo ver por sí mismo el milagro de que tanto se hablaba, formó una procesión con todo el personal de su casa, se puso a la cabeza de la misma vestido de negro y con un crucifijo en la mano, y yo lo acompañé llevando una antorcha encendida. Ibamos todos descalzos, firmemente convencidos de que cuanta más humildad demostráramos, más se apiadarían de nosotros la Virgen y su Hijo y más dispuestos estarían a mostrarnos sus ojos abiertos. En esta guisa, nos trasladamos a la iglesia de San Mateo, donde encontramos una inmensa multitud gritando sin parar: “¡Viva María! ¡Viva María y su Divino Creador!” (...) La gente también gritaba “¡Mirad, ya han abierto los ojos!”. (...) Estábamos aún en la

iglesia cuando cuando vimos llegar a un sastre llamado Badaschi, con su mujer y un hijo pequeño, tan cojo que a duras penas podía servirse de sus muletas. Aquellos buenos padres subieron a su hijo a la plataforma del altar y comenzaron a gritarle: “¡Ten fe, hijo, suelta las muletas!”. El pobre niño obedeció y, privado así de su apoyo, cayó de una altura de cuatro escalones, dando la cabeza contra el pavimento”. (Recuerdos de un gentilhombre italiano, 1826, Stendhal)

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EL EFECTO BILARDO

La única verdad Reserva intelectual de un cuerpo técnico al garete, Carlos Bilardo aporta vacilaciones, desbordes y frases indescifrables cuando haría falta un mínimo de racionalidad y grandeza. Convencido desde siempre de que ganar es lo único que otorga vida y dignidad, su conducta fanática luce más extrema (y penosa) en la madurez. Por ALEJANDRO CARAVARIO ilustración SEBASTIÁN DOMENECH

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ada tanto, en los cíclicos homenajes a los campeones de Estudiantes de La Plata de los años sesenta, Carlos Bilardo es invitado a evocar aquellas glorias. En plan sensible, habla de un recuerdo imborrable: a su llegada al club, en 1965, los jugadores mayores le dijeron que Estudiantes era “una familia”. Eso fue todo. Un mensaje cifrado, un saber ínfimo que, sin embargo, en buenas manos, capaces de proyectar el sentido reprimido, de hallar el código, puede transformarse en la mejor hoja de ruta. Y acápite de todas las gestas. Al menos así lo ha querido Carlos Bilardo. Porque la épica de aquel Estudiantes nos pinta un equipo chico milagrosamente educado por el gran Zubeldía para desarrollar un libreto milimétrico. Pero, por sobre todas las cosas, había un grupo de hombres. Aguerridos, claro, solidarios, todo eso. Y, en particular, impregnados de una lógica radical del triunfo como dieta exclusiva. Para esa generación, entre perder y morir no había demasiadas diferencias.

HERMANOS EN LA FE Semejantes a una orga, una secta, Estudiantes entendía la convivencia como un pacto sin fisuras. Tanto para subir la cuesta y extremar el esfuerzo como para enturbiar el partido.

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Porque jugar a no jugar, no como emergencia sino como estilo, requiere una disciplina moldeada por la nueva doctrina y sostenida por el compromiso constante de los pares. Estudiantes postuló que el fútbol, como sus jugadores lo entendían, era un trabajo sucio. Esforzado, tedioso, bastante brusco. Exigía sigilo y una conciencia flexible si, llegado el caso, había que aplicar malas artes. Una empresa que, además del seso calculador de Osvaldo Zubeldía (Tata Dios para Bilardo), necesitaba una hermandad blindada para prosperar. Una comunidad convencida de que sólo ganar (títulos y plata) otorga vida y dignidad. Una familia, como dice Bilardo, cuyos integrantes saben guardar silencio y perdonarse todo. Que enarbola con orgullo la ética que prescribe, esencialmente, la propia salvación. De acuerdo, jugaba Juan Ramón Verón, grandioso delantero. Y el doctor Madero, y algún otro que imaginaba un bello acorde para matizar la serenata. Estoy seguro, sin embargo, que a cualquiera de ellos, por buenos que fueran todos, le habría gustado definirse por la identidad colectiva, como parte de la máquina de ganar, esa aspiración que, además de sacrificio, demanda fe, como una martingala. El que sale segundo es el mejor de los que pierden. Es una frase que Bilardo elige como síntesis de su credo. Una versión extendida de tal cosmovisión puede encontrarse en la inolvidable diatriba televisada sobre la inutilidad de competir sin salir campeón, a propósito de la derrota de Francia en la final del Mundial de 2006. Una perla de la oratoria cínica. Quizá Bilardo lo creyó necesario para que nadie supusiera que su investidura de periodista le había adulterado los principios. Corrijo, no sólo aludió a la inutilidad, sino al carácter humillante que tiene llegar hasta ahí, hasta el umbral del podio, y quedarse sin levantar la copa. Ese fanatismo ha sido el sostén de

Bilardo. Adecentado como obsesión táctica o, ahora, solapado por cierto pintoresquismo senil. Le ha ido bien, quién lo duda. Y sus saberes han sido ratificados en la cancha por un título mundial. Y por la coincidencia de su esplendor con el del más grande jugador de todos los tiempos. Lo que selló una alianza que perdura hasta estos días. Bilardo logró que, al margen del sentido que Diego tiene per se, por su genio, en las más diversas patrias deportivas, el Diez quedara asociado a su influencia. En la actualidad, más que nunca: Maradona entrenador difícilmente dejará de ser visto, por muchos gestos de independencia que medien, como un hijo de Bilardo.

EL DIEZ, EL UNO Curiosa relación, hecha de abrazos y puñaladas, que Bilardo tal vez ha sobrellevado, incluso en sus tramos más insultantes (no hace mucho Maradona lo acusó de conspirador y golpista) porque se trata del número uno. Magullado, en entredicho su gestión y con una creciente colección de enemigos, pero número uno al fin. Seguramente, ese efecto a perpetuidad del éxito deportivo pasado (el mayor éxito imaginable) es un bien que supera el afecto, aunque lo incluya. Es la música de Bilardo, la única música. Y justifica los malos tragos, los desaires que bordean la traición y que el ex entrenador diluye en su mundo de fantasía. “Diego nunca me falló”, se ilusiona, y lo proclama como una certeza científica. Ganar acaso no sea la gloria para Bilardo, mucho menos la felicidad, sino una obligación que autoriza todos los sacrificios. La verdadera lealtad es con la medalla de campeón. Una vida sorteando losers debía llevarlo inexorablemente a las habitaciones del poder. Paralelo exacto de su descarnado escepticismo para el fútbol, el único sentido posible en la vida civil es tener la sartén por el mango. Es decir, la aplica-

ción directa de su mundo deportivo binario en el que coexisten el vencedor (está dicho, la vuelta olímpica la da uno solo) y los vencidos (todos los demás). Fallido candidato a presidente y funcionario de Daniel Scioli entre otros experimentos, Bilardo mantuvo siempre buenas relaciones con el establishment futbolero. Con Julio Grondona, bah, cuyo sillón aspira a heredar algún día, según propia confesión. Y ahí lo tenemos, reserva intelectual y, a la vez, quinta columna en el cuerpo técnico de la Selección. Intacta su noción de familia, de tragar y convidar sapos, de hacer la vista gorda con las ofensas y el descontrol, de lavar los trapos mugrientos puertas adentro, de desdecirse, corregirse y aumentarse. Quizá no es su discurso sobre el trabajo ni su palmarés. Quizá su vigencia como gran gurú obedece a su integrismo, su inveterada cruzada contra la derrota. En un territorio cruel como el fútbol, su conducta construye ejemplaridad. De lo contrario, no se explica cómo un personaje que contribuye más al caos que al “buen clima”, que no tiene una atribución precisa y, por lo tanto, estorba, y que fluctúa entre la superstición y el dislate es el santo patrono de un plantel que pide a gritos racionalidad y coherencia. Y, ya que estamos, algo de grandeza, que mal no le vendría.

Curiosa relación, hecha de abrazos y puñaladas, que Bilardo tal vez ha sobrellevado, incluso en sus tramos más insultantes (no hace mucho Maradona lo acusó de conspirador y golpista) porque se trata del número uno.

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La obsesión inútil Planificador como pocos, Carlos Bilardo se hizo célebre como erudito en táctica. Aun así, jamás ha dejado de sentir el acecho de la desgracia, la conspiración y los enemigos reales e imaginarios. Supersticioso, críptico como un profeta desquiciado, El Doctor defiende su parcela de poder en el conventillo de la Selección Nacional. Becerra, narrador de observación fina, describe con precisión este personaje extremo y recuerda la noche en que le dio un trompazo a otro prócer del deporte, Guillermo Nimo. Por JUAN BECERRA

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mpecemos por una anécdota que el oleaje del tiempo, ese extraño oleaje que va y no vuelve, se llevó en algunos de sus detalles pero no todavía en sus efectos teatrales. Estamos en el año 1997 o 1998, que pasa como una flecha. Ojalá que la imprecisión le dé al recuerdo la cosa fantástica que nunca deja de tener la realidad cuando se la restaura, incluso cuando simplemente sucede. El escenario es el estudio de La Red, un escenario raleado por los estragos depresivos de un domingo en el atardecer de Buenos Aires, a la hora que podríamos llamar la Hora Durkheim. Yo, y por lo tanto mi testimonio, estamos a un metro de Carlos Bilardo, El Doctor, que está hablando de ciertos problemas de seguridad en la provincia de Buenos Aires. Han asaltado a su hija y Bilardo tiene una solución política para resolver el problema general del delito. Tiene, como hijo dilecto de Zubeldía, una táctica, o una tática. La memoria no me dice nada de lo que propone, pero creo que está pidiendo mano dura, y lo hace en nombre de una experiencia personal, o parapersonal, tal como sentimos las experiencias de nuestros hijos.

EL DOCTOR VS. EL REY DE LA BIJOU ¿Qué hago sumergido, casi enterrado, en la ciénaga verbal a la que Bilardo nos arroja cuando habla? Estoy ahí, petrificado. No tuve alternativa. Lo llamé para concertar una conversación con la revista Mística, y me respondió amablemente que no daba entrevistas a Clarín, pero que aceptaba que fuera a verlo (a verlo hablar) a su programa, La Hora de Bilardo. Todavía oigo el eco de su estilo ametrallador: “Entrevista no, no, no, pero venite, venite, venite...”. Así que aquí estamos, a punto de terminar sesenta minutos de intrascendencia formulada en su media lengua. Pero de pronto llega el milagro de la acción. Un minuto antes de terminar el programa, el locutor de piso anuncia que justamente en un minuto dará comienzo Nimo no perdona, el libelo radial del ex referí bombero. Bilardo se descompone, chasquea la lengua, gira la cabeza hacia los costados, se acomoda el nudo de la corbata: está en una final del mundo. Cuando vuelve en sí pregunta qué hace Nimo a esa hora y el locutor, con la misma frialdad con la que desliza

la temperatura del ambiente, le dice que el señor Nimo cambió de horario y ahora está allí, detrás de la puerta, como una amenaza guasona. Bilardo es una bola de nervios. La puerta del estudio se abre. Me voy a tomar una licencia para introducir en escena la figura de Nimo recortada sobre un humo de infierno a contraluz, algo que nunca existió en los hechos pero que es útil desde el punto de vista conceptual para entender la tensión del momento. Nimo abre los brazos, y se oye el plinplin de sus alhajas de segunda selección, las que lo han convertido en el Rey de la Bijouterie, y entonces abre su bocaza: “¡Mi querido y estimado Doctor Bilardo!” Bilardo tiene en una mano un misterioso maletín y, en la otra, empuñado como un arma del futuro, un teléfono móvil de aproximadamente medio kilo. Estudia la silueta de Nimo y le da una trompada con la mano telefónica. El locutor, cosa típica de su oficio, no se mueve de su asiento. Se ve que para actuar le hace falta un guión del Departamento de Redacción, o un memo, y en este momento no los tiene. Con un guardia de la radio intentamos sofrenar a El Doctor, pero la

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calma sucede sola. Lo que quería Bilardo era ejecutar un solo golpe y ya lo hizo. Bajamos las escaleras. ¡Qué emoción! Me siento un mundialista entrando a los vestuarios en un entretiempo de México ‘86, pero la Avenida Santa Fe se presenta a nivel del piso como una manifestación de realidad difícil de ignorar. Le digo que cómo puede ser que haya hecho una cosa así, y que una pelea Bilardo-Nimo no debería darse porque se trata de sujetos de diferentes envergaduras, y para que quede claro: “usted es un campeón del mundo”. Entonces Bilardo se da vuelta casi con la misma ira que hizo blanco en el polémico rostro y me dice a los gritos: “¡Hace veinte años que me arma los equipos! ¡Me tiene podrido!”. Y se despide con uno de sus éxitos: “Chau, chau, chau; me voy, me voy, me voy...”. Pasaron más de diez años y no puedo entender qué asociación tuvo lugar en la cabeza de Bilardo, qué tipo de alerta se activó en su horizonte de supervivencia para que cazara de aquel modo al inefable pero a la vez inocuo Guillermo Nimo.

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Pelearse con Nimo le quita seriedad a cualquier disputa, sea lo que fuere lo que esté en juego; y convierte cualquier causa -incluyendo la más justa- en un episodio de comedia. Si hay que ajustarse a la literalidad de lo que Bilardo formuló luego del cazote (“hace veinte años que me arma los equipos”), podría verse allí que los comentarios zumbones de Nimo armando equipos, aunque sólo en el terreno de la ficción, y mucho más si se repitieron a lo largo de veinte años, son causas suficientes para que la paciencia de Bilardo -que nunca pareció ser mucha- entrase en una jaula de paranoia. Y aquello que eran fantasías del Nimo payaso se convirtiera, aquel domingo del enfrentamiento, en una realidad por la que la obsesión bilardiana se sintió intervenida.

CONTROL VS. CAOS La obsesión bilardiana. ¿Quién no la conoce? Consiste en un teatro público cuyo protagonista conceptual es la desesperación por el control, incluyendo el control del azar. Y algo más radical que

esa desesperación: una fe ciega en que el control es, además, el ejercicio de un Deber. No sirve de nada. Cualquier partido de fútbol es, en el fondo, una lucha de Control vs. Caos, y es en ese escenario de guerra total en el que vemos el sufrimiento de Bilardo. Lo vemos porque todas sus precauciones, todas sus pretensiones de orquestación y todos los botones de la consola que intenta administrar se dislocan cuando el cálculo -previo, y por lo tanto inútil- se deshace en los hechos, que siempre se manifiestan como quieren. La desesperación como base de la cultura bilardiana -un argentinismo llevado al campo de los hechos- no sería tal si Bilardo no creyese en la desgracia tanto o más que en el control. Para El Doctor, la desgracia (todo lo que está enfrente) es el mar revuelto sobre el que flota su cáscara de nuez preparada mentalmente para comportarse como un acorazado. La desgracia, que él mismo pareciera llamar por vicio, malogra cualquier plan concebido al detalle. Todos recordamos su angustia frente a un contragolpe rival en el que su equipo queda mal parado, o los golpes de hipertensión que lo han desfigurado ante un córner en contra ejecutado en el último instante de un partido que va cero a cero. ¿Cómo combatir esas fuerzas que se acumulan en el ejército del Mal? En todos los terrenos. Para Bilardo, el control debe serlo de todo: del mapa táctico, que el equipo debe seguir como el feligrés sigue su camino de Santiago, pero también -y tal vez mucho más- de lo que llamamos entorno: la vigilancia, la altura del ligustro de la cancha auxiliar, la ropa que hay que llevar o quemar en una hoguera purificadora, la vida privada del aguatero suplente y si la novia del crack va arriba o abajo del crack. Pero el anecdotario bilardiano, inagotable, tanto como el lenguaje tembloroso de El Doctor que siempre parece hablar desde el corazón mismo de un incendio


del que es, al mismo tiempo, pirómano chino y bombero loco, ¿no es acaso una prueba de que él mismo reconoce que el control siempre fracasa al margen del celo con que se lo aplique? Por lo que ocurre que aquello que la cultura bilardiana no deje en las manos del control lo dejará en las manos, aún más resbaladizas, de la superstición. Porque a la línea racional, la que piensa los partidos (la de los videos, el doble cinco, la concentración como valor, la cartografía táctica, etc) hay que agregarle, sin dudas, la línea oscurantista que intenta alejar los fantasmas de la desgracia, una combinación que, a simple vista, explica de algún modo que la cultura bilardiana sea famosa por su carácter defensivo. Es posible que en esa sociedad apasionada y disruptiva que forman Bilardo y Maradona desde que se conocen, y que se prolonga en la Selección Nacional, el primero sea el componente más irracional del dúo. Que a Julio Grondona se le haya ocurrido juntarlos es un gesto populista que, aun con los peligros que encierra, quizá nos lleve a algún lado donde haya un poco de gloria deportiva. ¿Acaso no le fue mal a Marcelo Bielsa, a quien nadie con buena fe dudaría en reconcer como el mejor técnico, el más racional, el más trabajador y -sobre todo- el más atento al objeto del fútbol, es decir el juego?

IZQUIERDA VS. DERECHA Bilardo es el dramaturgo de su propio personaje descomunal, cuyos parlamentos -sus ruidos íntimos- no entendemos demasiado pero nos gusta oír porque sabemos que surgen de sus profundidades. Su pensamiento parece no conocer la duda, lo que le ocurre tanto a los grandes estrategas como a los kamikazes. Aunque siempre hay excepciones. Una vez dudó y, por supuesto, quedó en el ambiente el recuerdo del enésimo gag. La historia me

la contó el escritor mexicano Juan Villoro (a él se la contó un campeón del ‘86). Estamos en el Mundial de México. Un micro lleva al plantel de Argentina a una cancha de entrenamiento. Una barrera cierra el paso a nivel, el micro frena, pasa el tren de izquierda a derecha, Argentina juega su partido y gana. Entonces Bilardo, antes de la siguiente salida, habla con el chofer y le pide que haga el mismo recorrido y se detenga frente a la barrera un instante ante de que baje. La escena se repite y Argentina sigue con su suerte a

favor. Pero en la tercera ocasión ocurre un incidente. Todo se da como siempre, excepto porque esta vez el tren pasa de derecha a izquierda. ¿Qué está ocurriendo? El micro en el que van los futbolistas se convierte en un congreso de intérpretes que intenta responder la incógnita. ¿Cuál es el mensaje del tren ahora que cambió su sentido? ¿Cuál es la buena señal?: ¿que pase hacia a la derecha, hacia a la izquierda, o que, simplemente, pase? Sólo una persona puede revelar el misterio.

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EL EFECTO BILARDO

Carlos Salvador Cobos Los argentinos tenemos creaciones originales: la birome, el dulce de leche y el colectivo. También el vicepresidente opositor y, en los últimos tiempos, el secretario técnico que no se habla con el cuerpo técnico. Al capo de la AFA se le termina la paciencia, y jura que, si hay un roce más entre Bilardo y Maradona, los echa. Veiga indagó por los recovecos de la Selección y encontró que al Doctor ya lo miran como a un infiel. Por GUSTAVO VEIGA

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l dueño de la ferretería ya no quiere más clavos. “Ahora la única alternativa que tienen si se enojan es abrir la puerta e irse”, dijo sin medias tintas en la primera entrevista del año que les concedió a dos periodistas del Diario Popular. Sentado en un sillón playero, lucía gorrita con visera y una chomba rayada. La carita de abuelo reblandecido, sus siete nietos correteando alrededor en el Parador B-12 de Punta Mogotes y la guardia baja indican que aquella frase no fue un exabrupto. Un Julio Grondona veraniego, distendido, dejó ese mensaje admonitorio para Diego Maradona y Carlos Bilardo. Bastante parecido al que, entre rezongos, le había descerrajado al dúo dinámico en el predio de Ezeiza, el 28 de diciembre del 2009: “¿qué carajo quieren? ¿Hacerle el caldo gordo a Clarín? ¿A la prensa? ¿O me dicen lo que quieren o se van todos?”. Escuchaban, además de la dupla mencionada, Sergio Batista, José Luis Brown, Julio Olarticoechea, Oscar Garré, Héctor Enrique y Alejandro Mancuso. Los primeros cinco, media selección del 86. No daba para subir la reconstrucción de este sermón a la página web de la AFA, pero sí aquella nota completa que

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el Director de Medios de la casa, el colega Ernesto Cherquis Bialo, consideró pertinente. La calentura del presidente no deja margen a segundas interpretaciones; el extenso reportaje, tampoco. Ante el próximo lío, los dos personajes centrales de esta trama tienen el camino liberado para hacer los petates. La nave insignia del fútbol argentino, la Selección Nacional, es conducida por un solo capitán que no se baja del barco desde 1979. En esta historia de desencuentros, el marinero Bilardo lleva las de perder. No tiene consenso entre la mayoría de la tripulación y apenas lo apoya, con reservas, el propio Grondona. No le va mucho mejor a Maradona. Si se tratara de sumar dirigentes dispuestos a dar la cara por él, el único sería Noray Nakis, un personaje siempre festivo. Presidente de Deportivo Armenio, integrante de la Comisión de Selección de la AFA y ex candidato derrotado en las elecciones de Independiente. Desde los Juegos Olímpicos de Beijing, los dos son carne y uña. El fastidio de don Julio, como lo llama su corte de amanuenses, es evidente que


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alcanza por partes iguales al técnico y al manager del seleccionado. “La camiseta argentina es más importante que Maradona, que Bilardo y que Grondona”, tituló la entrevista del 18 de enero Diario Popular. La frase sintetiza el espíritu con que quiere ponerle fin a un culebrón estimulado por amores y resentimientos que vienen desde el pasado. En estos primeros días de 2010 parece que lo consiguió. Aunque hizo falta que diera aquella perorata de Ezeiza. Los dos advertidos les pusieron un fino silenciador a sus bocazas y salieron de los medios, como reclamó el Jefe máximo. El último capítulo del conventillo protagonizado por el doctor retirado y entrenador desactualizado con Alejandro Mancuso, la mano derecha de Diego, quedó congelado en el Catalunya 4- Argentina 2 con que el equipo despidió 2009. Bilardo había viajado a Sudáfrica para ver el alojamiento y los campos de entrenamiento para el Mundial. Se inclinó por la Universidad de Pretoria, que habitualmente utilizan los Springboks (la Selección local de rugby) y los deportistas olímpicos sudafricanos. Maradona regresó de su inspección al mismo lugar el viernes 22 de enero y no esbozó ni una queja contra el ex técnico campeón del mundo y su elección. Desaprobar una decisión del otro, después de que Grondona los instara a reconciliarse, hubiera sido una excusa funcional a la pelea por los espacios de poder. Una conducta que el viejo dirigente no le atribuye a Bilardo, de quien dice que es “todo lo contrario, demasiado respetuoso del cargo. En exceso, diría”. ¿Será así? ¿Confía en Diego como DT? Esa pasividad no es amiga ni consejera de Maradona. No va con su estilo visceral de “sigan mamando”. En vísperas

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del partido con Ghana en Córdoba que se jugó el 30 de septiembre había dicho, cuando los periodistas insistían con preguntarle sobre el presunto mando a control remoto de Bilardo: “¿imposiciones a mí? Lo último que soportaría es que me impongan cosas o que me sugieran a un jugador. Acá todo lo decido yo. Por eso yo traje la lista de los locales”. Como si un trámite menor le confiriera el poder absoluto. Ahora, asuntos administrativos como ése corren por cuenta del secretario técnico. La lista para el partido contra Costa Rica la llevó él mismo a la AFA. Cuando el ambiente parecía aclimatarse a temperaturas más agradables, Oscar Ruggeri apareció de nuevo en escena. En una entrevista que le concedió al programa Estudio Fútbol de TyC Sports, eligió a Bilardo para lanzarle sus dardos: “Me desilusionó. Hace poquito lo fui a buscar a la radio y no estaba, pero ya nos vamos a encontrar. Le hablé para Navidad, porque le dejé un mensaje muy fuerte, pero después no me llamó. Él no salió a hablar como lo hizo Maradona. Esperaba más de Bilardo que de Diego. Hace un año que espero lo de la Selección. Un año hace que estoy callado y que me estoy bancando gente que habla”, afirmó el ex campeón mundial del 86 con su estilo típicamente kamikaze. Con el poder menguado que tiene, parece difícil que el doctor pueda torcer la voluntad de Grondona para asegurarle un puesto a Ruggeri en el cuerpo técnico de la Selección. “Quizá no me gusta la cara”, había respondido el presidente cuando un grupo de periodistas lo apremió a las puertas de la AFA con preguntas sobre el auto-postulado técnico alterno de Maradona. Desde Ezeiza siguen llegando, por la autopista hacia el Centro y sin pagar pea-

je, las habladurías sobre el apartheid que sufre Bilardo. “En cualquier momento va a explotar la crisis de nuevo, como con el vicepresidente Cobos”, le dijo en tono jocoso una fuente del predio a Un Caño. Esas versiones ratifican, varios meses después, que algo se quebró para siempre en la intimidad. Versiones que incluso pasan por alto la mise en scene de Montevideo cuando, mejilla contra mejilla, el dúo dinámico se estrechó en un abrazo interminable tras el gol de Mario Bolatti que permitió la clasificación agónica para el Mundial. La conflictividad que plantea el tema genera que nadie quiera hacerse dueño de sus propias palabras. Los detractores de Bilardo sostienen casi temerariamente que está gagá. O que no resistiría un test psicológico si lo sentaran en cualquier diván. “Toma pastillas para dormir”, aducen con cierta sorna. Entre ellos hay dirigentes, integrantes del cuerpo técnico del seleccionado y no pocos jugadores. Pero el personaje de gruesa nariz todavía tiene línea directa con el verdadero poder, ése que en el Parador B-12 de Mar del Plata dijo: “La Selección argentina que va a jugar el Mundial se va a ir formando sobre la marcha, como ocurrió históricamente. Lo demás son cuentos”. Aquel día de los inocentes del 2009, Maradona, Bilardo y Mancuso aclararon los tantos, pero el secretario técnico del seleccionado intentó ser realista: “yo no puedo asegurar que no pase más nada”, señaló. Esa misma jornada había anunciado que contaría en su programa de radio todo lo que sabía sobre el ayudante de campo de Diego. Nunca cumplió la amenaza. Los oyentes de radio La Red se sorprendieron con su voz contemporizadora. “Cada uno de los que estaban en la mesa de la reunión dijo lo que sentía”. Y del mano a mano con Mancuso agregó:


dos. Por ese lado no habría que buscar desestabilizadores como en 1986. La máxima expresión organizada del descontento, al margen de algunas puteadas de cancha, propias del hincha argentino promedio, se instaló en Facebook. Allí, unos 13.000 cibernautas abrieron una página a la que llamaron: “Echamo´ a Maradona, Bilardo y todo el cuerpo técnico de la Selección”. No confían en la mano de Dios, el bidón de Branco y la voluntariosa faena de Mancuso. Tampoco creen que el Mundial de México pueda compararse con el de Sudáfrica. Diego ya no juega, dirige. Y Bilardo ya no dirige, se entrena para conducir la AFA cuando Grondona no esté más.

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“me quedé con él una hora y ahí aclaramos todo lo que teníamos que aclarar. Hablamos, hablamos y hablamos y quedó todo aclarado. Esto lo digo para la gente, para que lo escuchen los jugadores”. Mientras Bilardo anuncia que las diferencias han sido dejadas de lado, en la AFA se advierte que no existe un plan B para reemplazar al actual cuerpo técnico, Maradona aclara – por las dudas – que tiene un contrato firmado hasta 2011, el grupo Santa Mónica continúa pagándole el sueldo al entrenador (unos 100 mil dólares mensuales) y a cambio organiza partidos de dudosa utilidad con futbolistas convocados del medio local contra Ghana, Costa Rica y Jamaica. Mientras

pasa todo esto – insistimos- a cuatro meses del Mundial, Grondona le prende una vela a la pierna izquierda de Lionel Messi. A diferencia de lo que ocurría en las vísperas del Mundial 86, cuando el actual secretario técnico era el desestabilizado, ahora se le atribuye el papel de desestabilizador. Esta vez no hay un gobierno que pida la cabeza del responsable del seleccionado, sino todo lo contrario. Maradona aplaudió la ruptura del contrato televisivo con Clarín en público, se mostró partidario de que nuevos actores puedan sumarse al negocio del fútbol y hasta se afilió al Partido Justicialista, gracias a una gestión del intendente de Ezeiza, el menemista de la primera horneada Alejandro Grana-

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EL EFECTO BILARDO

Que la patria se lo demande Nunca un jugador o entrenador de fútbol quiso tanto. Si se trata de ambiciones, Bilardo las tiene. Quiere la Casa Rosada, la secretaría de Deporte, el sillón de Grondona y también el puesto de Maradona en la actual Selección. A esta altura de la vida, alguien podría pintar un retrato del Doctor y colocar a su pie una frase de la fantochada menemista : “Síganme, que no los voy a defraudar”. Por PABLO LLONTO

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n todo el país el acento inconfundible de Carlos Salvador Bilardo es motivo de chanzas, imitaciones y fuente de felicidad para repetidos humoristas en los programas de radio. Sin embargo, sin pesimismo por ese acento inconfundible, y con la obstinación que la naturaleza le ha dado, el Doctor no pretende otra cosa que acercarse a las llamas del poder hasta lograr la inmortalidad. Atareado con el fútbol, las videocaseteras, el pizarrón y los amuletos, Carlos Salvador decidió un buen día atarearse un poco más y buscar los laureles de un bronce encumbrado. He aquí la lista: - Presidente de la Nación - Presidente de la AFA - Secretario de Deportes de la provincia de Buenos Aires. La aparición de Bilardo, el 1 de enero del 2001, para anunciar que era el primer candidato presidencial del siglo para las elecciones nacionales dejó a todos en silencio. Su partido se llamaría Partido por la Unidad (UNO). Su oleada verbal quedó en eso: doscientas medidas para cambiar la sociedad. Se trataba de la tierra prometida montada sobre

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muchas frases hechas. “¿Y usted qué propone?”, le decían los movileros: - Una justicia independiente -, respondía. No utiliza demasiados proverbios políticos, aunque se considera peronista de toda la vida y entre los textos que recomendaba para entender su pensamiento político sobrevivía el Libro Verde de Muamar Kadafi, su amigo, desde que dirigiera la selección de Libia. Sin embargo, sus acciones socializantes finalizan en aquella frase que le confesó a un periodista de La Nación: “siempre llevo veinte monedas en el auto para darles a los pibes que te piden en las esquinas” La presencia de un profundo sentimiento anticomunista sólo es comentada por sus más íntimos. En su partido

Entre los textos que recomendaba para entender su pensamiento político sobrevivía el Libro Verde de Muamar Kadafi.

político de breve trayectoria sobresalía el abogado Denis Pitté Fletcher, ultracatólico defensor del padre Grassi, enemigo del castrismo y partidario de la amnesia sobre los 70. Al menos, Bilardo no ha emitido opinión sobre el tatuaje del Che Guevara que lleva Maradona, pero en cambio atiende a César Luis Menotti cada vez que se agitan las campanas de guerra contra su mayor enemigo: “Ése no es socialista, es un rabanito. Rojo por fuera, blanco por dentro”. Para la política deportiva lo tentaron Aldo Rico, Carlos Ruckauf y Daniel Scioli, entre otros. Le dio el sí al actual gobernador bonaerense y salió a recorrer intendencias sin renunciar a ninguna de las funciones que cumplía en otros rubros. Tampoco sus dones para la Secretaría de Deportes provincial han pasado a la historia: abandonó el puesto apenas Grondona le ofreció el puesto de secretario técnico de la Selección mayor. Peor le ha ido en sus contribuciones al seleccionado 2009-2010. Algo que ni se imaginaba cuando Humbertito Grondonita sopló fuerte al oído de papá insistiendo para formar dupla Maradona-Bilardo. En aquel entonces, todo era felicidad. Pocos sabían de la enorme relación


que une a Bilardo con el hijo de Julio Grondona. Son compadres en la vida real y confidentes desde los tiempos del Mundial de Italia. Si el celular de Bilardo suena treinta veces por día, la mitad de esas llamadas provienen del teléfono de Humbertito. En aquellas conversaciones se tejió la codiciada herencia de los ferreteros de Avellaneda. “Blatter lo dejó a Platini, usted déjeme a mi”, le insiste cada vez que puede a Julio Grondona. Y Grondonita también le repite a papá la estrofa. El paso previo era aceptar un puesto de controlador. Bilardo, generoso (no le gustan los puestos de segunda línea), puso la firma para encargarse de la secretaría técnica, con la ilusión de manejar una cuota de poder que le permitiría, ni más ni menos, alcanzar las mayores influencias en el armado del equipo. Pero ya sabemos qué ocurrió. Y de secretario técnico poco y nada le queda ante la evidencia de los últimos acontecimientos:

ni siquiera lo invitaron al último viaje a Pretoria para dar el último O.K. a los lugares de entrenamiento y alojamiento de la Selección. Sin embargo, en su eterno sueño de ser El Predestinado, a Bilardo le alcanzaría con alzar otra Copa Mundial, como parte de la delegación, y que le reconozcan ser el más ganador de los ganadores. Para esos asuntos, la modestia personal se desvanece y, por ejemplo, el Doctor entra al campo de juego, se abraza con Maradona, pone cara de “Quiéreme mucho” y a lágrima batiente se muestra ante el mundo celebrando la clasificación para Sudáfrica 2010. Su estilo de los últimos meses es el recato. Advertido por Grondona (Julio) y aconsejado por Grondona (Humberto) deberá colocarse otra de sus máscaras y fingir que todo le resbala. Al final de la película -le han prometido- encontrará, luego de un aceptable papel en Sudáfrica, la recompensa que está buscando: ser bendecido, de

una vez por todas, por el dedo de Il Capo. La corte bilardista, mientras tanto, se muerde los labios. Siempre ejerció el problemático oficio de defenderlo. Las virtudes que se elogiaban, un campeonato del mundo y el segundo lugar en Italia 90, ya no tienen el mismo valor que antaño. Para ellos también se trata de conquistar el poder, y nunca se los ha escuchado preguntarse qué piensa el doctor, cuáles son sus ideas políticas, qué pretende para el fútbol argentino o para los argentinos en general. Por el momento, es integrante del Comité Técnico de la FIFA y manager de la Selección . Nunca supimos si quiso ser director de un hospital, párroco en aquella iglesia que lo vio monaguillo, director de la radio La Red, presidente de Estudiantes de La Plata, Al Capone en Chicago, boxeador en Detroit y fotógrafo en Playboy. Si Sabina tuviese tiempo y ganas, le dedicaría una canción. La titularía: “La del pirata cojo”.

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EL EFECTO BILARDO

“Me sorprendió que Bilardo no renunciara” Marcelo Trobbiani convivió con el Narigón en Estudiantes y en la Selección campeona del 86 y por eso opina con conocimiento: “El final de las eliminatorias fue un quilombo. Sé que la Selección tira mucho, pero primero está la dignidad”. Por DIEGO MARTINI

“En las buenas y en las malas, a mi lado siempre tú, de una forma sobrehumana, a mi lado siempre tú. No es tan fácil convivir conmigo, sin embargo siempre al lado mío…”, corre la banda de sonido de Héroes, aquel film-documental que homenajeara a la Selección campeona en México 86. Y volverá a rodar la cinta en los próximos meses, aggiornada por exclusivo pedido de Diego Maradona, ese dios del fútbol que se hiciera terrenal hace ya casi 50 años en Villa Fiorito, y que, hoy, apela a todos los conjuros, reanima personajes, azuza la mística, incluso vuelve a convocar a Valeria Lynch para que “cada día más” motive a su tropa, en sociedad con otro el gurú mayor de la Selección argentina. Juntos, Maradona y Bilardo hundieron las manos en la tierra para que se volvieran a sentir los pasos de generaciones doradas y plateadas; para que resurgieran los Brown, los Batista, los Enrique, envalentonados por los laureles que supieron conseguir. Pero lejos de reeditar viejos y gloriosos tiempos, el combo fue caldo de cultivo para el mal mayor: el ego. Los celos de Diego, la omnipresencia del Doctor, con Alejandro Mancuso, mano derecha del entrenador, como el tercero en discordia. ¡Ring! Segundos afuera. En la disputa sólo queda lugar para el eslabón perdido de la relación Maradona-Bilardo: Marcelo Antonio Trobbiani. Instalado en Alicante, tras dejar su cargo de entrenador de Cienciano, este santafesino ostenta la autoridad que le

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confiere el hecho de haber conocido al 10 en el Boca campeón 1981 y al Narigón en el Estudiantes que dio la vuelta un año después, amén de compartir el vestuario con ambos en la previa de México 86 y, más no sea, haber reemplazado a Burruchaga en el minuto 90 de la final de ese Mundial, como para decir que la medalla también le pertenece. Por eso interviene de plano en el escándalo, disparando en el inicio de la charla que “la Selección tiene todo para mejorar, con 40 días de trabajo, trabajando tácticamente”. Veo que no te gusta el equipo. Mirá Diego (NdeR: bilardista al fin, a los dos minutos de nota ya trata a este periodista como si lo conociera de toda la vida), hubo cosas que no me gustaron, se clasificó y nada más… Se ha cambiado de arquero cuatro veces, lo mismo con los centrales, eso está mal a mi modo de entender, no podés citar 70 jugadores en un proceso así. Ahora tenés que tener 18 seguros e ir buscando el resto. Está Messi. Brilla en España pero no pasa lo mismo en la Selección. ¿Por qué? Hay que hacer un equipo alrededor de Messi, es el mejor del mundo; es como si estuviera Román (Riquelme)... No puede ser que tenga que hacer todo él, gambetearse a 10 tipos, llegar y definir. En Barcelona tiene a Xavi, Iniesta… En la Selección hay que rodearlo, pero Leo va a ser figura en el Mundial, lo que pasa es que

en la Selección no hay un Iniesta. Maradona tiene que encontrar eso. Pero viene buscando y no la pega, por eso te pregunto: antes de México 86 la Selección tampoco brillaba, ¿qué cambió para llegar a ser campeones? Muchas cosas, pero la principal diferencia es que teníamos un equipo, un bloque, no había 80 jugadores dando vueltas, como ahora: eran 30. Que también pasamos de milagro es cierto, pero jugando buenos partidos, ganando 3-1 en Colombia, donde fui titular; se ganó en Venezuela. Ahora de visitante casi no ganamos, menos mal que en Uruguay sí. Había pocas dudas y muchos jugadores confirmados en el equipo. ¿Y en qué se vio la mano de Bilardo? Confirmó los jugadores, hizo entrenamientos duros, pero encontró el equipo en el Mundial. Empezó jugando Garré y después pasó a jugar con línea de 3; Borghi también salió. Estuvimos bien concentrados, nos fuimos a México como 40 días antes… ¿Hay puntos de compración entre este Messi y aquel Diego? Digo por lo de armar un equipo en torno a él. Es parecido el caso de Maradona: era único. Pero él sí tenía un equipo alrededor: Burruchaga, Valdano, Giusti, Enrique, Batista, Ruggeri. Y esta Selección no juega en equipo, pero igual le tengo fe. Y


ojo, desde Italia 90 que no entramos entre los cuatro mejores. Nos creemos los mejores, pero no lo somos. Yo veía que a Gonzalo Higuaín no lo llamaba y me preguntaba ¿cómo puede ser ? Veo que acá este Wolfredo Caballero, un porterazo, que viene demostrando, pero juega en Segunda y nunca lo llaman, cuando ya pasaron Carrizo, Andújar, ahora Romero... Fue un quilombo el final de las Eliminatorias. ¿Te sorprendió? Me sorprendió Bilardo, que no renunciara, todas las cosas que se dicen, cuando todos estuvimos juntos con él. Me apenó, parecía un cabaret, no me gustó. Primero está la dignidad, aunque yo sé que la Selección tira mucho y después dicen que sos un boludo si no agarrás. Pero a Bilardo hay que respetarlo, aunque él se tiene que hacer respetar. Lo estimo mucho y creo que se tendría que haber ido, dar un paso al costado. No merece que lo traten así, siendo el mejor técnico de todos los tiempos de la selección. ¿Tanto? Fue campeón y subcampeón del mundo. Eso no lo hizo nadie. ¿Por qué se pudrió su relación con Maradona? Sorprende. Pero para mí no era esperable ver a Mancuso como segundo de Diego. Uno ve eso y piensa que es verso lo de los campeones del 86, esa mística que querían reflotar. Está bien que uno tiene que llevar a los que les tiene confianza, pero ¿por qué está él? Porque era empresario Mancuso, vendía jugadores, pero bueno cada uno elige al que quiere. ¿Y cómo te cae que a Ruggeri no lo dejen entrar al cuerpo técnico? Cae mal, uno lo quiere y lo respeta, lo quiere el técnico de la Selección mayor, pero bueno, le hacen más caso al presidente de San Lorenzo, ¿Savino es? Sí, ¿qué opinás al respecto? Si a mí no me dejan llevar un segundo me voy, ni agarro. ¿Y cómo lo ves a Bilardo de manager?

No sé cómo es la interna, puedo opinar de los manager de acá, de Hierro y Del Bosque: se llevan de mil maravillas, se consultan todo, se ponen de acuerdo, pero el que decide es el técnico. Ahora, ¿para qué va a ser manager Bilardo? ¿Sólo para elegir un lugar de concentración, para viajar? ¿Pudiste hablar con el Doctor o con Diego de la situación? Cuando pasó todo he hablado con Carlos. Antes, cuando estuve en Cobre-

loa, le ofrecía Diego todo para antes de ir a jugar a Bolivia. Después no hablé más. ¿Y qué te parece todo este asunto? La Selección es lo máximo, espero que cambie todo, tiene que cambiar. Y a tan poco, ¿pueden cambiar? Tendrían. Y si no, que se vayan. Tienen que sacar lo mejor de cada uno. En España la gente me pregunta ¿cómo van a estar todo el día peleando? Y otra cosa que tengo que explicar es por qué se lo discute tanto a Messi. Es que así somos… ¿Héroes?

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EL EFECTO BILARDO

El Nosiglia de la AFA El presidente de Armenio, Noray Nakis, no es muy conocido por el público, pero desde hace dos décadas se mueve en los pasillos de Viamonte armando estrategias de poder, alianzas y conspiraciones. Un breve repaso por su historia no viene nada mal. Por EZEQUIEL BERGONZI

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PHOTOGAMMA.COM

uenos Aires, mediados de diciembre de 2009. El hombre se acercó a la oficina de Rotamund, la agencia que gestiona los traslados de las selecciones argentinas de fútbol desde que Julio Grondona preside la AFA. Con su acento armenio marca registrada, dijo: “qué tal, vengo a buscar mi pasaje a Barcelona con la Selección”. En ese lugar, a Noray Nakis lo conocen de muchos otros viajes, y nadie dudó de su palabra aunque no existiera ninguna orden interna con su apellido. Así que, sin más, le extendieron el ticket a su nombre. Barcelona, 21 de diciembre de 2009. El propio Grondona, recién llegado de Zurich, se encontró con Nakis en un pasillo del hotel donde Argentina esperaba el amistoso contra Catalunya: “¿¡Qué hacés acá!?”, le espetó el viejo dirigente. Por su cuenta, el presidente de Deportivo Armenio se había incluido en la delegación oficial sin autorización del Comité Ejecutivo. ¿Quién se hubiese animado a decirle que no subiera al avión al señor de sonrisa fácil que había sabido ganarse la confianza de Diego Maradona? Nakis construyó su carrera dentro de la AFA con trazo inteligente. Pegarse a Grondona fue un paso de visionario: desde esa amistad llegó a ser integrante de la Comisión de Selecciones Nacionales y representante de la Primera B en el Comité Ejecutivo. Fue durante los 80, cuando ya presidía el club de su colectividad, que le regaló al presidente el famoso anillo con la leyenda “Todo pasa”, aún hoy reluciente en la mano izquierda de Don Julio. No le había costado demasiado conseguir al vendedor de la pieza de oro: Nakis construyó su fortuna gracias a Joyas Noray, uno de

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sus comercios de la calle Libertad. Su crecimiento económico habla de su mentalidad expansiva: “empezó en este negocio como cadete”, cuenta alguien que lo conoce desde que balbuceaba el castellano. El negocio, no obstante, supo traerle algún dolor de cabeza: hace unos años afrontó un pedido de quiebra por una deuda de alquileres de locales que demoraba en saldar. El dueño había acordado cobrar en oro, pero Nakis olvidó entregar diez de los trece kilos pactados. Afectuoso con su gente, en 2003 intentó que la cancha de su club pasara a llamarse “Estadio Armenio de Gostanian”, en homenaje a Armando Gostanian, el empresario que presidía al Deportivo cuando estuvo en Primera en la temporada 87/88. Claro que don Armando construyó poder y millones por ser amigo y funcionario de Carlos Menem, y el riojano aún hoy es “presidente honorario” de la institución. Igual, aquella pretensión de Nakis naufragó. Sus contactos aquí y allá lo impulsaron a trabajar con intermediarios: coloca futbolistas en Turquía y Armenia. Pero su billetera no se abre así nomás: hace un tiempo, se opuso a que el piso salarial de un jugador de la Primera B llegara a los 1.500 pesos. ¿Será por eso que en febrero de 2009 Raúl Ruiz, un ex jugador de Armenio, le pegó una trompada antes de un partido contra Defensores de Belgrano? “Es un desagradecido”, lo calificó el señor de los bigotes finitos. Igual, hay algo para lo que su fortuna no alcanza: ser presidente de Independiente. Ni siquiera el apoyo de Bochini y Bertoni le sirvió para derrotar a Julio Comparada en la última elección. ¿Y qué lo llevó a lograr pasearse por los entrenamientos de la Selección con el camperón oficial de la AFA? La relación que afianzó con el Maradona en los Juegos Olímpicos de Beijing. Había llegado a China para asistir a Grondona durante el viaje. “Ahí empezó la conspiración contra Basile, de la que Noray fue partícipe necesario”, destaca otro dirigente. “Coco sabe bien que Nakis operó en su contra”, abunda la fuente. Ahora, Noray toma el micrófono cada vez que lo considera necesario: “la presencia de Ruggeri me molestó muchísimo; si tenía que hablar con Bilardo lo podía hacer en otro lado”, dijo tras la visita del Cabezón a una práctica de la Selección. Es que no puede quedarse afuera de las internas que habitan en la Selección. En la división entre Diego y el Narigón, Noray ya tiene posición tomada: ¿alguien podía dudar de su elección a favor de Maradona? Su instinto de supervivencia en el poder no podía permitirle otra cosa que ponerse del lado del más fuerte. Algo que, dicho está, lo empuja desde el fondo de su propia historia.



Había que ganarse el puesto

E

l señor de corbata, el que sostiene el pucho en la diestra y mira como un Bogart de barrio, es Juan Carlos Montes. Hombre providencial de nuestro fútbol, toda vez que, bajo su tutela, debutó en la primera de Argentinos un pibito que después fue Maradona. Corría el Nacional del 76 y Diego ya había hecho su irrupción epifánica ante Talleres, pero se ve que Montes se rehusaba al éxito fácil y prefería mantener a Diego sentado en el banco, entre un puñado de extras, rascándose la gamba para matar el rato.

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MUNDOS PARALELOS

Del 4-3-3 a la 4x4 Un Caño quiso saber qué hay detrás, o mejor dicho adentro, de los torneos de fútbol intercountries y vivió tres definiciones mano a mano entre equipos de la zona Norte y la Sur del conurbano bonaerense. Presenciamos un show de goles entre despachantes de aduana, publicistas, comerciantes, estudiantes universitarios, ex jugadores y hasta un campeón del mundo. Por DAMIÁN DAMORE Fotos ALEJANDRO KIRCHUC



“Yo estoy así porque me entreno todos los días”. La frase parece recortada de una de las páginas del diario Olé. Se dispara orgullosa de la boca del arquero Edgardo Moravec, el mismo que en la década del ochenta vistió el buzo de All Boys y el de Racing, antes de ser transferido a Austria. La vincha roja ensancha su rostro ajado por el sol: el hombre ya pasó los cincuenta. Acaba de terminar el partido. Maschwitz, el equipo de zona norte para el que ataja por estos días, cayó 3 a 1 con el Country Abril de Hudson, el candidato de la zona Sur que se llevó la Copa Mayores junior (más de 30 años). Moravec fabrica instalaciones eléctricas y es uno de los muchos jugadores que despuntan el vicio de jugar “como en primera” en los torneos intercountries. Todos los que están a su alrededor podrán decir lo mismo que él: cada equipo tiene entrenador y preparador físico, y practica varios días en la semana. Recursos sobran: se entrenan con las pelotas utilizadas en los torneos oficiales de AFA y muchas canchas, además de mostrarse como billares de cien metros, cuentan con torres de iluminación. Como si los torneos fueran un outlet del fútbol de Primera, varios ex futbolistas escaparon de la humedad pegajosa de la ciudad y reviven en estos partidos el reconocimiento de épocas pasadas. Entorno es la palabra con la que ofician los agentes inmobiliarios del country. Ellos saben que, en el fútbol, siempre fue un vocablo muy respetado. El concepto de paraíso que ofrece el country, parece extraído de las ilustra-

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BARRANCOS DE RUGGERI

ciones de los cuadernillos que reparten los Testigos de Jehová casa por casa. Espejos de agua, árboles frondosos, cañaverales y bosques selváticos se mezclan naturalmente con caserones exportados de la maqueta de Amas de casa deses-

peradas. ¿Cuánto tiempo falta para que un equipo del Cholo Simeone haga una pretemporada en un lugar como éste? En el Country Abril, por ejemplo, se huele fútbol de primera. Allí vivieron Claudio Morel Rodríguez, Pablo Rotchen, Marcelo Kobistyj, Martín Palermo y siguen las firmas de más contratos inmobiliarios.

El entrenador de Maschwitz es Sergio Ruggeri, El Profe, para todos. Es el sobrino de Oscar y trabajó con él en San Lorenzo e Independiente como su ayudante. Antes de que comience el juego, bracea como si nadara parado: llama a sus jugadores a un costado y les da la charla técnica cerca de uno de los arcos. “Acá no vinimos al pedo, no nos vamos a regalar y vamos a dejar todo para ganar la copa”, los arenga. Un Caño relojea la charla y luego le pregunta qué les dijo: “que jueguen tranquilos, que acá vinimos a divertirnos”. Entre sus dirigidos escucha, de brazos cruzados, el Cabezón, campeón del mundo con la selección argentina que comandó Bilardo en el 86. -¿A vos te puso Oscar acá?”. -“No, yo soy el que lo puse a él”, le retruca al periodista. El partido comienza con todo: a los veinte segundos un tal Maxi López, un pelado muy hábil del Country Abril, la cuelga de un ángulo y pone arriba a los de Hudson. El Maxi López que jugó en River - sí, el marido de Wanda Nara- nunca hizo un gol tan lindo. Ruggeri tiene el número 25 en la espalda ¿Qué hace como centrodelantero? En el country, el Cabezón juega de nueve. En varios pasajes está más quieto que una columna. ¿Quién puede reclamarle algo? Cuando el juego se pone áspero, él se agranda: se siente como si alrededor todos tuvieran puesta la careta de Chilavert. La pisa, se tira y le cobran un foul inventado. Se levanta rápido y se va corriendo al área. Le enchufan un centro en la cabeza y


anota el empate con un frentazo seco. La Adidas Finale vuela al segundo palo del arquero, un gordo vestido de negro que la va a romper el resto del partido. En la liga, Ruggeri convirtió once goles jugando de delantero. ¡Lo que se perdió Bilardo! Las canchas lucen planas y verdes, todo se ve demasiado lindo. Maxi López, ¡qué jugador!, se despertó bien. Y ninguno de estos duerme en un colchón barato. Se la pisa a todos, le pegan, se cae y desde el suelo se le queja al árbitro. El equipo de Ruggeri empieza a hervir. Un jugador de Abril putea al juez

y se mete el Cabezón: “¿Vos escuchaste lo que te dijo? ¿No lo vas a echar? ¿O sea que para vos hijo de puta es una palabra normal? ¿Sabés las veces que declaré por decirle hijo de puta a un juez? Acordate de lo que te digo, ¿eh?”, amenaza con el índice levantado. Se va. Final del primer tiempo: 1 a 1. GAMBETAS DE LATORRE El country Abril está en el kilómetro 33 y medio de la Autopista Buenos Aires-La Plata. Es muy grande: tiene 300 hectáreas. Los terrenos pertenecieron a la acaudalada familia Pereyra Iraola, a la que le sobraba tierra para lotear. Abril es uno de los cuarenta countries que participan en los torneos de la zona Sur. Su entrenador, Marcelo Pricolo, que además coordina la liga regional, es un profesor de Educación Física que supo calzarse la 9 de Nueva Chicago. “Tengo un equipo competitivo, pero a veces,

Espejos de agua, árboles frondosos, cañaverales y bosques selváticos se mezclan naturalmente con caserones exportados de la maqueta de Amas de casa desesperadas. por el trabajo de varios muchachos, no puedo tener a los once mejores. Tratamos de juntarnos la mayor cantidad de veces. Si no podemos, cada uno entrena por su lado. Los muchachos que participan de los torneos Selección y Veteranos concurren con frecuencia, pero es difícil que a este nivel amateur la gente vaya en gran cantidad a los entrenamientos. Ellos se lo toman muy en serio”, señala a sus jugadores mientras descansan en el entretiempo. Pricolo está en cada detalle. Experiencia tiene. No sólo jugó en Argentina, también lo hizo en Italia. Pisó el barro blando de Mataderos y los


mejores campos de la península. Todo le sirvió para volcarlo en estos torneos: diseñar pretemporadas para buscar la mejor puesta a punto, ejecutar distintas tácticas e incluso reforzarse con nuevos jugadores. La Liga crece y se modifica. “Es el momento en que vamos a comenzar a ver el trabajo que venimos realizando en las categorías menores, en las que tenemos una organización similar a la que tienen los clubes de la AFA”, dice sin titubear. Entre los que juegan hay ejecutivos de corporaciones, despachantes de aduana y gerentes de empresas, entre otros altos cargos. Muchos viajan seguido al exterior y se pierden algunos partidos. La Liga intercountries tiene una historia de más de dos décadas, pero fue en los 90 cuando los torneos se convirtieron en un boom: en esa década, la del menemismo, se construyeron muchos de estos barrios cerrados. Jose María Amulet, gerente de la AIF (Asociación Intercountry de Fútbol) y presente en las finales, cuenta algunos detalles sobre la constitución de los torneos: “En la zona norte hay cincuenta countries o barrios privados que presentan equipos. La cantidad de equipos que cada uno ofrece depende de varios factores, como la población futbolera que tenga cada country. Hay algunos countries que presentan equipos para quince categorías distintas. Otros, llegan sólo a uno. ¿Si hay muchos ex futbolistas? Sí, aunque no todos llegaron a ser exitosos en el medio”, revela. Muchos jugadores que no llegaron a

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Primera, o llegaron y jugaron muy poco, tienen espacio en estos torneos. No faltará el día en que se diseñe el monumento a Diego Latorre, la primera referencia cuando se habla de fútbol en el country. Dieguito hizo un camino inverso a los futbolistas que hoy se asoman a estos torneos: logró saltar del country Mapuche, de Pilar, a la primera de Boca. Como se ve, Gambetita eludió todo lo que interfiriera en su relación con la pelota, incluyendo las divisiones inferiores.

PRADERAS DE ACOSTA En la cancha dos se enfrentan, por la final de la categoría Selección, El Paraíso (zona Sur) e Hindú Club (zona Norte), que no es un country (pero se nota que muchos de sus jugadores viven en alguno). El Paraíso va por el tercer título consecutivo. Y lo logra. Vence, con goles de Juan Rodríguez y Nicolás Deyros a su rival (gol de Martín Sus), 2 a 1. Uno de los jugadores de Hindú, que en el final fue hasta con el arquero a buscar el empate,

se queja a viva voz del árbitro: “no tiene vergüenza, ¿viste lo que fue?”, reclama cómplice ante su técnico. Van llegando los jugadores de otros dos countries: La Martona, un viejo country que está en Cañuelas (zona Sur) y Haras del Pilar (zona Norte). Se preparan para ocupar la cancha 2. Ruggeri, en el medio de su partido, descubre la llegada a dos ex compañeros de San Lorenzo. Entre los jugadores de la camiseta Diadora azul están Alberto Acosta y Oscar Passet. “A ustedes los vi en esa liga Súper Ocho y dieron vergüenza. ¡Ver-güen-za!”, remarca cada sílaba. Ellos se ríen y entran a la cancha para abrazarlo. “¿El nueve es Acosta?” Desde afuera, un joven bufa la pregunta que se hicieron muchos cada vez que en el equipo contrario jugaba el Beto. Cuando lo verifica, su consuela con un suspiro. El Beto, claro, viste la 9. Mientras se ajusta los cordones de los botines Adidas 2.0, Un Caño le pregunta si en estos torneos se arma quilombo. “No, para nada. Se discute mucho, pero no se pasa más de ahí”, confiesa con la mirada puesta en los cordones de sus zapatos último modelo. “¿De qué medio sos?”, pregunta el Beto, sorprendido por la cobertura de Un Caño. La Martona entra con buena leche: al minuto de juego, Sebastián Martínez pone 1 a 0 el partido. Passet llega a destiempo a una pelota que le cede corta un defensor y Martínez clava el segundo. El


gol parece un calco de muchos que le convirtieron al Flaco que atajó en Uníon y River. Ortega le debe haber hecho tres o cuatro tantos parecidos. Pero arriba está el Beto y, como en San Lorenzo, lo salva del escarnio. Primero descuenta de derecha, luego lo empata con su sello implacable: media vuelta y zurdazo, después de recibir de espaldas al arco. El descanso se van 2 a 2. En el entretiempo, el técnico de Haras del Pilar les ofrece la llave para ganar el partido: “muchachos, hay que dárselas todas al Beto”. El partido donde juega Ruggeri continúa. Se putean tanto que hasta el Cabezón se sorprende: “¡locos, termínenla.

¡¿Puede ser que siempre haya un pajero que desde afuera la cague?!”, se queja, mirando a uno de los espectadores que opina desde el lateral. El hermano de Maxi López, un despachante de aduana que se llama Mario, bate a Moravec con un tiro libre que se desvía en la barrera: 2 a 1. Luego, Juan Quarleri amplía la diferencia con un contragolpe letal. Termina el juego y todos se saludan como si nada. Ruggeri se queda viendo el partido de la cancha de al lado y recibe la dedicatoria de Acosta cuando éste convierte el tercer gol. Acosta entró más motivado para la segunda parte. Le hacen un penal, pero su caída es tan artificial -¿hay algún jugador que caiga mejor que Acosta?- que el árbitro le dice que se levante. El Beto ni se mosquea. Al rato completa su póker y su equipo gana la copa con un rotundo 4 a 2. Crónica hubiera titulado: “Cuatro memes y acostame”. Sergio, el entrenador, pasea entre los jugadores que están sentados sobre el

No faltará el día en que se diseñe el monumento a Diego Latorre, la primera referencia cuando se habla de fútbol en el country. pasto. Aun comentan las contingencias del juego. El Cabezón, que vuelve de la otra cancha, aporta su comentario: “¿vos viste mi cabezazo? Pega en el palo y le va a las manos del arquero. No se puede creer. Ahí empatábamos”, se lamenta. Sergio completa su tarea didáctica con la entrega de un voucher para cada uno de los jugadores. “Una gaseosa”, dice el papelito. Es para compartir el tercer tiempo con los rivales. “¿Y esto es el premio que nos toca”?, le gruñe uno. “No seas boludo”, lo calma Sergio.

Agradecimientos: José María Amulet (AIF)


MUNDOS PARALELOS

Vecino, amigo inseparable y socio en las canchas de la infancia de Carlos Tevez, un tal Cabañas pintaba para héroe de la pelota. Según dicen en el barrio, era el mejor de los dos. Jugó en All Boys y Vélez, pero le faltó paciencia para aguantar la miseria y salió a robar. Murió huyendo de la policía, así de lejos de la gloria. Por NAHUEL GALLOTTA Fotos IÑAKI ELGORREAGA


DarĂ­o Coronel (CabaĂąas), parado con buzo rojo. A su derecha, Cartlitos Tevez. Cuando ambos jugaban en los infantiles de All Boys.


E

s de noche y la persecución es en Ciudadela. La Bonaerense sabe del morocho que se les viene escapando otra vez, lo tiene junado, lo busca hace un tiempo largo. El guacho Cabañas corre. Escucha el ruido de las sirenas y se desespera porque sabe que lo que se viene no es una detención, no es un tiroteo, no es un instituto de menores. Es venganza. Es vida o es muerte. O lo hace él o se lo hacen ellos. O se liquida solo o se regala para que lo liquiden ellos. Le falta una cuadra para llegar a Fuerte Apache, y ahí zafa, en los monoblocks no lo atrapan. Corre hasta el Aguas Argentinas de la calle Besares y frena; ayuda a sus compañeros a saltar las paredes y se da vuelta. Es el último, queda solo, rodeado de patrulleros. No tiene salida y no lo duda: se lleva la pistola a la cabeza y se pega un tiro. En el barrio siempre decía que antes de que la policía matara a un chorro prefería matarse él mismo. Fue en 2001. El pibe que se mató para que no lo matara la policía tenía 17 años. Desde ese día, cada vez que Carlos Tevez festeja un gol, señala el cielo en memoria del que fue uno de sus mejores amigos. Cabañas era, además, un pedazo de jugador. En el barrio nadie discute que pintaba mejor que el Apache. El guacho Cabañas se llamaba, en realidad, Darío Coronel, y su apodo se debía a su parentesco físico con Rober-

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to Cabañas, aquel paraguayo delantero de Boca. Era morocho, robusto y tenía cara de malo. En baby fútbol jugó en All Boys, Santa Clara y Villa Real, siempre con Carlitos, en la categoría 84. En cancha grande lo hizo en Vélez y Argentinos. Empezó atajando, y al tiempito pasó a jugar de cinco.

LOS QUE QUEDARON Cabañas vivía, como Tevez, en el Nudo 1. Ahí abajo paraban los Backstreet Boys, esos pibes que robaban y se vestían con ropa ancha, bien suelta, y se ponían cadenas de oro hasta en el ombligo. Sin el fútbol, Cabañas se empezó a juntar más con ellos. Y a vestirse como ellos. Y a robar como ellos. Uno los teclea en Google y aparece que una vez tirotearon

la comisaría todos juntos para vengar la muerte de su líder, y que solían viajar a Córdoba y a Tucumán para robar bancos. Marcelo también es morocho y anda por los treinta; tiene los labios gruesos como un basquetbolista de la NBA. Recuerda la imagen de ellos, los pibes grandes, planeando un robo, fumando marihuana, y a Cabañas yéndose con el bolsito a entrenar. Marcelo no es más Backstreet ni vive en los monoblocks ni roba desde que le mataron al hermano. Es de los pocos que quedan en la calle. Hubo muertos en enfrentamientos con la Bonaerense y

con los del monoblock 14, casos de ruleta rusa, ahorcados… Unos cuantos están presos con condenas para sentarse a mirar varios mundiales adentro. Murieron los pibes grandes y quedaron ellos, los guachos. Y quedaron los fierros. Cabañas era un pibe bueno al que le gustó el primer robo, después se profesionalizó y dejó el fútbol. Tenía la mentalidad, la fabulación que le habían transmitido los grandes. Comenzó a drogarse con Poxiran y prefería ser como esos pibes antes que cualquier otra cosa. Tanto impactó la historia del guacho Cabañas que F.A, el grupo de rap del barrio, le escribió una canción. Se llama Cuando un amigo se va. Y dice así: “Siempre me decías que ningún policía/ te quitaría la vida/ siempre en tu rostro convivía una sonrisa/ pero con picardía/ porque en todo momento sabías lo que hacías/ recuerdo a tu hermano recibiendo la noticia/ guacho Cabañas se ha quitado la vida/ terminaron las buenas jugadas/ sólo nos has dejado/ una lluvia de balas/ cuando un amigo se va/ tu corazón va a guardar/ esos recuerdos que en el alma/ para siempre van a quedar”.

EL CRACK REBELDE Carlitos Pérez es de Floresta. Estaba en Ezeiza y lo trasladaron a Esquel, a la Unidad 14. Lleva tres años preso, y fue el cinco de la 84 de All Boys, el encargado de darles los pases a Cabañas y a Tevez.


En cancha de once jugó en Vélez con Cabañas, y en Boca con Tevez. -Entre ellos estaba todo mal -dice Pérez, vía telefónica, desde la penitenciaría-, en la cancha se vivían puteando. Pasa que Cabañas siempre salía goleador y Tevez se quería matar, le tenía una re-envidia. Tevez se hacía el mandón en el vestuario y él le respondía: “No me jodás. Vos jugá, que yo hago la mía”. Cabañas me defendía cuando Tevez me decía que nunca se la pasaba. Era el mejor y hacía más goles, por eso prefería pasársela a él. Carlitos Pérez comenta que, en un torneo jugado en Córdoba, ganaron la final con dos goles de Cabañas y uno suyo. Y que a Cabañas le dieron un trofeo por mejor jugador del campeonato. Y por goleador. Y agrega, riéndose, como si por un segundo se olvidara que está en cana bien lejos, que esa tarde Tevez no podía más de bronca. Cabañas después se fue, estuvo perdido unas horas en Córdoba. Era porque no lo dejaban meterse en la pileta, y a él lo enfureció que habiendo sido el más destacado se lo prohibieran. Porque las únicas piletas en Fuerte Apache eran las de la cocina. Pino Hernández trabaja en las inferiores del club Villa Real y de Vélez. Fue el que, después de verlos jugar en baby,

los llevó a una prueba en Vélez: Cabañas quedó, Tevez no. Tenían once años. -En cancha grande jugaba de ocho -recuerda Hernández-, quedó libre en la octava, a los quince años, y realmente era un buen proyecto de jugador. Pintaba muy bien para Primera. No sólo jugaba bien con la pelota en los pies, sino que era muy luchador, metía mucho. Era titular indiscutido. La cancha del Nudo 2 es de césped sintético. Está rodeada de alambres y gra-

El pibe que se mató para que no lo matara la policía tenía 17 años. Desde ese día, cada vez que Carlos Tevez festeja un gol, señala el cielo evocándolo. que recuerde a Cabañas. Fue su técnico en Santa Clara, y recuerda que él les planteó a los chicos que Cabañas iba a ser el capitán. Hasta Tevez dijo que estaba de acuerdo. Cabañas jugaba con la 10 y Carlitos con la 9, y eran los primeros en llegar y los últimos en irse de cada entrenamiento. En ese equipo también estaba Yair Rodríguez, que debutó en la primera de Independiente en 2003.

TRAVESURAS DE GUACHÍN

das para sentarse a mirar. Hay luces. De noche se alquila y con eso se les compra botines e indumentaria a los pibes más necesitados. Didí es el coordinador general. Cuenta que ya le pidió autorización a la familia y se la dieron: quiere hacer, en la esquina, pegado al córner, un nichito

Se puteaban adentro pero afuera eran los más amigos. Segundo, el papá de Tevez, los llevaba a los dos en un Fiat 128 que ni el gitano más garca podría vender. Y era el que le compraba las cosas: la ropa, los botines, la gaseosa después de entrenar… Una vez se pelaron a las piñas para manejar una motito Zanella del hermano de Carlitos, y al rato ya eran amigos de vuelta. Eran de tirarles bombitas de agua a los colectivos que pasaban por Jonte y de dejar petardos en la puerta del cabaret de la calle Gualeguaychú. Ya de más grandes iban a entrenar todos juntos en el 135. Viajaban con delantales blancos para pagar 5 centavos el boleto escolar. -En All Boys tuvo un problema con

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Darテュo Coronel (Cabaテアas), a los 11 aテアos, en la cancha auxiliar de Velez.

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otro pibe, y al otro día cayó al club con un fierro. El delegado le gritó: “¿Estás loco, cómo vas a venir con un arma?”. Ya era pillo de chiquito. Yo sabía que andaba robando ya a los 12, 13”, recuerda Carlitos Pérez desde Esquel. Soñó con tener unos botines blancos. Su familia nunca pudo comprárselos, por eso fue y pintó con Liquid Paper sus Puma negros. Se los cambió a un colombiano que, a los primeros bombazos, notó que la pintura se iba con la pelota. Fue en Argentinos Juniors. -Creo que le faltó un papá para llegar, alguien que lo acompañara en esto -dice Pino Hernández-. La familia, la junta influye mucho. Se nos van un montón de pibes por la droga. Más allá de que el fútbol sea una vía de escape, después vuelven a sus barrios. Lo buscaron de Boca y River, pero él prefirió Vélez porque decía que era el club que más jugadores sacaba de inferiores. Lo bancaron, lo iban a buscar al barrio cuando faltaba y él se escondía. Le perdonaron muchas. Hasta que se robó un bolso. Y ahí no quiso volver ni quisieron que volviera. Se habían cansado. Marcelo dice que Cabañas en dos años hizo desastres, que no le tenía miedo a nada, que en un tiroteo mató a un policía y que le daba para robar cualquier cosa. Era malo, pero le faltó un compañero para no terminar como terminó, solo, rodeado, teniéndose que matar para que no lo mataran. Cuando robaba bien iba y se paraba en el kiosco del barrio. Venían los pibitos, esos chiquilines que salen de la escuela y andan todo el día en la calle, y les compraba sandwiches, coca, papas fritas... “Era un re- pibe. Pasa que le gustó

la joda. Era para llegar a Primera. A los amigos que jugaban en Vélez y tenían que ir a entrenar en bicicleta, él les daba para pagarse un remise. Yo eso lo vi”, dice Carlitos Pérez. Lo fueron a buscar técnicos y directivos, pero ya estaba instalado con los Backstreet. Si jugaba era en la canchita del nudo 8, con las pelotas Penalty que se había llevado de Vélez. En esos partidos no se cobraban fouls. Había que ser muy puto para cobrar un foul ahí.

CODIGOS DE BARRIO Es enero y en Fuerte Apache es como si nada; acá los vecinos no son de irse de vacaciones. Los chiquilines se la pasan de Pelopincho en Pelopincho. Un pasacalle le desea felices quince a una tal Lourdes. Dos muchachos de camisa manga larga y pantalón de vestir toman cerveza. Los remises truchos van hasta Liniers por $1,20 por persona. Hay un monumento a la madre y un lugar de oración al Gauchito Gil. Desde los monoblocks más altos tiran algunas bombitas de agua. En las paredes se pegaron afiches: el sábado hay fiesta de cumbia colombiana en un club del barrio. Ahí nomás está la canchita nueva de césped sintético. Serán treinta y pico de chicos corriendo detrás de una pelota que, por los colores, se parece más a una de vóley que una de fútbol. Todos usan el pelo bien cortito. Acá se entrena el club El Apache, que compite en FAFI, la liga más importante de baby fútbol. Se están construyendo los vestuarios; se estima que para marzo podrán jugar de local en esta canchita rodeada de edificios. Didí -chomba amarilla, bermudas de jean y botines de baby- se acuerda que una noche lo vio llorar. Al viejo Didí le cuesta hablar de la otra etapa de Cabañas; le duele mucho, él prefiere recordarlo como jugador. -Vino y me dijo, por Tevez: “¿cómo mierda hizo este pelotudo para llegar y yo estoy metido

en todo esto?” Carlitos estaba en la Sub 17 y había debutado en Boca. Eso lo bajoneó mucho porque se sentía con más condiciones que él. Nos sentamos en una esquina y se me largó a llorar. Eran sus últimos meses. El viejo muestra una foto de Cabañas con la camiseta de Vélez y los chicos preguntan quién es. Uno con la camiseta de Almagro murmura que “es Cabañas, el que jugaba mejor que Tevez”. En la canchita hay respeto. Los pibes más grandes no fuman marihuana ni toman cerveza delante de los más chicos. Tampoco permiten que en el barrio se venda pasta base. Fue un pibe sufrido, de andar siempre mal vestido, sin un peso, sin la compañía de sus padres. Por eso cuando creció y agarraba plata de los robos se la gastaba en oro, ropa deportiva, zapatillas con cámara de aire… -Ya robaba para comprar droga y ropa -dice Marcelo. Todo pibe de Ciudadela que en su infancia haya pasado por esa situación tenía los berretines de usar oro y las mejores ropas. Zapatillas de 1.000 pesos, si había. Ese es el objetivo, comprarte todo. Es porque siendo de barrio humilde a vos te da bronca que aquel puede tener lo mejor y vos no podés. Entonces decís “yo me lo voy a buscar”. Esa es la historia acá. Y las historias de acá sólo se conocen allá cuando hay gloria, fama, contratos millonarios y marcas deportivas dando vueltas. Pero los de acá prefieren ésta: saben, no dudan, que Cabañas siempre jugó mejor que Tevez. Y se sienten más identificados con su historia que con la del que triunfó. Aquella otra, dicen, que quede para el resto, para los que no son de acá.

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“Me muero por jugar con Messi” De pronto, alguien ha preguntado: ¿y qué es de la vida de Pastore, el que brilló en Huracán? Ansiosos por brindar una respuesta, salió una entrevista con el pibe de 20 años que se marchó para Italia. Al parecer, el joven tiene más sueños de Selección y además no se olvida de algunas lecciones. Por MIGUEL PARODI

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as gambetas, su marca registrada, le devolvieron a Javier Pastore la identidad que había perdido en su llegada a Palermo, Italia. “Como no me conocían, me decían Kaká”, cuenta el flaco, alto, cultor del jogo bonito. El cambio de pasaporte lo hizo una revista italiana que comparó al ex jugador de Huracán con el crack brasileño. Desde entonces, los hinchas adoptaron el apodo. “Eso fue al principio, ahora casi nadie me dice Kaká; el que me saluda por la calle me llama Pastore”, aclara el cordobés. Siempre tranquilo, no apura las palabras ni los tiempos futbolísticos. Pero a pesar de que en su equipo muchas veces es suplente, no abandona la causa Sudáfrica 2010: “Diego me llamo por cómo juego y me dijo que confía en mí”. Por eso lanza una frase con el atrevimiento que lo distingue dentro de la cancha: “No me conformo con la convocatoria, ahora quiero ir al Mundial”. La primera señal del DT d la Selección la recibió en su celular apagado. “Escuché el mensaje de la AFA y decían que me iban a volver a llamar”, recuerda. ¿Quién te llamó? No sé, ni me acuerdo. Creo que fue el mismo que me volvió a llamar después. Yo ni sabía quién era, pero le agradecía igual. A cada rato le repetía “gracias, gracias”, y el tipo lo único que quería era confirmarme las fechas en las que iba a viajar a España. ¿Y con Maradona cuándo hablaste? El día que llegué para entrenarme. Soy fanático de él, así que no sabía cómo iba a ser el encuentro. Pensé en tratarlo

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de “señor”, como le digo a la gente mayor que no conozco. Pero Diego enseguida me trató de “Flaco”, entonces me solté y pude tutearlo. Verlo por primera vez me impresionó. Él sabe cómo llegarle al jugador. El mundo del Diez no sólo despierta admiración en Pastore. Dos de sus compañeros en el Palermo son napolitanos, ergo, adoradores del hombre que en esa zona del sur de Italia tiene estampita propia. “(Antonio) Nocherino y (Manuele) Blasi son enfermos de Diego”, dice Pastore. No exagera el muchachito de 20 años: “cuando salimos los tres a dar una vuelta, en el auto ponen a todo volumen la canción Maradó, de los Piojos, en la versión de Rodrigo”. ¿Y qué hicieron cuando se enteraron de tu convocatoria? Me volvieron loco. Me pedían que les trajera autógrafos, que le hablara a Diego de ellos. Unos personajes… ¿Les cumpliste? Les gestioné una camiseta de la Selección a cada uno, firmadas por Diego. Todavía no me las mandaron, así que todos los días me preguntan si hay novedades. El hincha-jugador y el técnico se profesan admiración mutua. Maradona le dijo a Pastore en la previa del partido entre Argentina y Catalunya (2-4) que tenía condiciones para hacerse “dueño del equipo”. Y después, ese mismo concepto lo refrendó en la charla técnica, “delante de mis compañeros”, se enorgullece el nacido en Córdoba capital. Enganche natural con sello de potrero, igual se correría del puesto para hacer una excepción: “si Diego me dice que juegue de

arquero, me pongo los guantes”. Mirado con recelo por sus compañeros del Palermo, el pibe aprendió en Italia lo que es el “vacío”. Su juego vertical sufrió un castigo solapado. “Acá están acostumbrados a jugar a uno o dos toques. Y yo tengo otra manera: me gusta gambetear. Al principio creían que lo hacía por individualista. Eso me costó que en los primeros partidos no me pasaran la pelota. Ahora me conocen y está todo bien”, explica. Bien distinto es lo que le sucedía en Huracán, quizás su lugar en el mundo: “Ángel (Cappa) me decía que en mitad de cancha jugara a uno o dos toques. Y que a partir de tres cuartos fuera Pastore”. La aplicación de ese concepto en cancha sedujo a Maurizio Zamparini, el hombre fuerte del club que en la liga italiana luce camiseta rosa. “El presidente (del Palermo) es el que más entiende mi manera de jugar. Soy como el niño mimado para él: me llama por teléfono, soy al primero que saluda en el entrenamiento y a veces hasta me consulta por jugadores argentinos”. ¿A quién le recomendaste? A mis amigos de Huracán: (Matías) Defederico, (Mario) Bolatti y (Paolo) Goltz, que además de gran defensor es un crack como persona. ¿Y de otros equipos? A (Nicolás) Otamendi. Un fenómeno. ¿Al que más extrañás es a Defederico? Seguro. Fue mi compadre futbolístico. Con él hablo casi todos los días. Ahora está bien en el Corinthians, pero ojalá volvamos a jugar juntos. Pastore por momentos hace gala de su humor cordobés. Cuenta que tiene muy buena relación con Cavani, aunque no comparten el clásico ritual rioplatense: “Edinson no toma mate, es un uruguayo trucho”, se burla. De todos modos, aclara que con sus otros compañeros también se relaciona, pero como puede. “Me hago entender”, se sincera. Y explica entre risas: “en realidad, quiero hablar en italiano y me sale en inglés. Lo raro es que inglés no sé”. Abanderado del tiki tiki, el Flaco sueña con estar en la lista de Maradona. Y se entusiasma con tener un socio de lujo, al que por ahora admira por televisión: “me muero por jugar con Messi”, revela. Sudáfrica puede ser esa gran oportunidad.


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Suelto y en la AFA

¿Qué hace Alberto Julio Candioti en la Asociación del Fútbol Argentino? ¿Por qué un ex oficial del Ejército acusado en la causa por la desaparición de un conscripto durante la dictadura aún asesora a Julio Grondona? ¿No hay un solo dirigente al que le preocupe el terrorismo de estado? Por NICOLÁS LOVAISA

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l título de Banfield, la tristeza de Newell’s, los probables refuerzos, la interna en la Selección Nacional y el poco interés de gran parte del periodismo deportivo por temas que no tienen que ver estrictamente con la pelota opacaron una información que tiene como protagonista a uno de los dirigentes más importantes del fútbol de los últimos 20 años: Alberto Julio Candioti, la mano derecha de Julio Humberto Grondona, el hombre que maneja los destinos de la pasión nacional desde hace más de tres décadas. Según la última Memoria y Balance de la Asociación del Fútbol Argentino, aprobada el pasado 22 de octubre, Candioti es asesor adscripto de la presidencia y apoderado del Instituto Superior de Arbitraje. Pese a los cargos que ostenta, ha logrado mantener su perfil bajo en los grandes medios: su única aparición pública fue a mediados del año 2000, cuando defendió a Don Julio de una denuncia por administración fraudulenta, impulsada por el diputado Mario Das Neves. Aquella vez debió enfrentar los micrófonos de la prensa de Buenos Aires, y salió airoso: tal como se esperaba, la causa no prosperó. En Santa Fe, en cambio, participó activamente de la política de Colón, el club

de sus amores. Se acercó a mediados de los 80 y se relacionó con Rubén Cardozo, el Buscapié, histórico dirigente del justicialismo que luego fue uno de los operadores más importantes del menemismo. Llegó a la AFA de la mano de Francisco Paz, representante de los Sabaleros la calle Viamonte que aterrizó en la secretaría privada de la Presidencia durante la década de Menem. Ya en los 90, acompañó a José Néstor Vignatti desde la AFA, en su primera gestión como presidente rojinegro, hasta que el Gringo, luego de su primera reelección, lo ubicó como vicepresidente. En esos años, Colón logró el tan ansiado y postergado regreso a Primera y la primera clasificación a la Libertadores. El protagonismo que ganó Candioti no le gustó nada a Vignatti, quien forzó una reunión de Comisión Directiva para removerlo de su cargo. Ante esa situación, se pasó a la vereda de enfrente y fue el primer y único opositor que tuvo Vignatti en las urnas cuando el 16 de junio de 2002 se presentó como candidato a presidente por la agrupación 555. “Con nivel nacional e internacional” y “Un presidente para ser campeón” fueron algunos de

los lemas de su campaña, que no lograron seducir al hincha de Colón. Hoy, otra causa es la que ocupa a Candioti. No tiene que ver con Grondona ni con la AFA, ni tampoco con su frustrado intento por acceder a la presidencia rojinegra, sino con un pasado que se niega a desaparecer y que lo tiene como protagonista, ya que fue involucrado en el secuestro de Roberto Suárez, un conscripto que realizaba el servicio militar en Santa Fe durante la última dictadura. Roberto Daniel Suárez nació en Santa Fe, el 1º de febrero de 1955. Cursó la escuela secundaria en el Colegio Nacional Simón de Iriondo. Militaba en la Juventud Peronista. El 24 de mayo de 1976, dos meses después del golpe, se casó con María Cecilia Mazzetti. El 25 de agosto un grupo comando secuestró a María Cecilia, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Tenía 17 años y llevaba dos meses de embarazo. Suárez se refugió en la casa de algunos compañeros y evitó la captura. En septiembre el Ejército allanó la casa de sus padres. Retomó contacto con su familia en enero de 1977, y en abril decidió volver a su hogar. Cansado de escapar, y sabiendo que su hijo, Rodrigo Sebastián, había na-

“(Suárez) ... fue asesinado por el entonces jefe de dicho Batallón coronel José Tidio Lagomarsino de León, con su pistola calibre Nro. 9, de un tiro en la cabeza, complicando en el caso a los oficiales Candioti y De Gracia. Este suboficial denunció también que al cadáver lo envolvieron en una lona verde, lo subieron en una barcaza y cruzaron el río a una isla, regresando luego la barcaza sin el cadáver” (testimonio en Legajo 1421 de la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, Conadep). 44 UN CAÑO | FEBRERO 2010


cido en cautiverio, se presentó al servicio militar, ya que permanecía como desertor. Acompañado por su madre, Olga Barrera de Suárez, fue al Distrito Militar de Santa Fe. Durante un par de semanas estuvo en ese lugar, y luego lo asignaron al Batallón de Anfibios 601, Sección Barcazas B, en Santo Tomé. Su superior directo era el suboficial principal Mario Carmelo Ferger, hoy detenido en el marco de esta investigación, quien a su vez estaba bajo el mando de Alberto Julio Candioti. El 1º de agosto de aquel año fue enviado a la calle para realizar una diligencia, por orden de sus superiores: debía llevar una invitación a un teniente por el aniversario del Batallón. El trámite era en la zona de la costanera santafesina. Esa mañana, una vecina lo vio subir a un colectivo 14: es lo último que se supo de él. Su madre, Olga, recorrió el mismo camino que tantas otras: ministerios, cuarteles, comisarías, iglesias, juzgados… Nunca encontró respuestas. Esa modalidad fue utilizada por la dictadura en varias ocasiones para el secuestro de jóvenes “colimbas” con algún pasado militante. Según un documento publicado por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), “hay un dato que se repite en muchas de las desapariciones de soldados: el 29% se produjo cuando salían de franco o en comisión”. En su libro El escuadrón perdido, el ex capitán del Ejército, José Luis D’Andrea Mohr, registra la desaparición de 129 conscriptos. Ya en democracia, la CONADEP recibió una denuncia anónima sobre la desa-parición de Suárez. Según el legajo 1421, “se presenta un individuo, aparentemente que revistó como suboficial del Ejército, y manifiesta que, habiendo visto en el diario la foto de Suárez y la denuncia de su desaparición, comparece para decir que el mismo fue asesinado por el entonces Jefe de dicho Batallón, coronel José Tidio Lagomarsino de León, con su pistola calibre Nro. 9, de un tiro en la cabeza, complicando en el caso a los oficiales Candioti y De Gracia. Este suboficial denunció también que al cadáver lo envolvieron en una lona verde, lo subieron en una barcaza y cruzaron el río a una isla, regresando luego la barcaza sin el cadáver”.

A este testimonio, se sumó uno más, el 14 de diciembre pasado: una persona que pudo averiguar que fue el propio Candioti quien secuestró a Suárez, al interceptarlo en la zona de la costanera, en el momento en que descendía del colectivo. Según declaró en sede judicial, “Candioti, que era el contacto directo de Domingo Marcellini en el Batallón 601, lo subió a Suárez cuando bajaba del colectivo”. Marcellini era uno de los imputados en la causa Brusa, en la que un grupo de represores recibió entre 19 y 23 años de prisión, pero fue excluido del juicio oral por su estado de salud, aunque sigue procesado por crímenes de lesa humanidad. El testigo asegura que Mario Carmelo Ferger, único imputado en la causa por

En Santa Fe son varios los lazos que unieron a Unión y Colón con la dictadura. El arco sabalero fue custodiado por Edgardo Andrada, varias veces mencionado en la Justicia como integrante de la patota que secuestraba gente en Rosario. El Gato fue involucrado en la desaparición de los militantes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereira Rossi. En 1981, la dirigencia de Colón organizó un homenaje al presidente de facto Roberto Viola: se le obsequió “una llave y un ‘sabalito’ de oro”, y se lo declaró socio vitalicio, un honor que jamás le fue quitado. Por su parte, el ex juez Víctor Hermes Brusa, quien acaba de ser condenado a 21 años de prisión por crímenes de lesa humanidad, fue socio de la institución

la desaparición de Suárez, fue dos veces amenazado por Candioti. “Ferger está dispuesto a hablar, pero tiene miedo porque es un tipo de setenta y pico de años, y teme por las amenazas que está recibiendo de Candioti”. Ante esta situación, los familiares de Suárez esperan que el juez Reynaldo Rodríguez llame a declarar a Ferger, pero además que cite a Candioti, quien en el momento de la desaparición de Suárez era superior directo del único imputado, según consta en el Listado de Personal de Oficiales de la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601 del año 1977.

entre 1983 y 2001, incluso cuando el juez español Baltazar Garzón ya había pedido su extradición. Por su parte, los de Unión consiguieron su reafiliación a la AFA, en 1973, gracias a la intervención directa del Jefe del Ejército, general Alcides López Aufranc, quien le ordenó al interventor de la entidad madre del fútbol nacional que aceptara el reclamo. López Aufranc fue director del Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrevolucionaria en 1961, reprimió el Cordobazo en 1969 y fue sucesor de José Alfredo Martínez de Hoz en Acindar.

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Un rollo con la academia En este número, usted habrá visto, han merecido entrevistas y notas algunos dirigentes de fútbol, por diversos motivos. Para el espacio siguiente la búsqueda tuvo como objeto un fana de Racing, cineasta, que terminó tan loco por su equipo que llegó a la comisión directiva. Flavio Nardini la cuenta desde adentro, incluyendo esa aventura llamada estatua de Mostaza Merlo. Por ALEJANDRO WALLL

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osario, una mujer, le salvó la vida. Si no fuera por ella, Flavio Nardini sería otro bostero en este mundo. Se llena de angustias por tan sólo imaginar ese destino y echa al aire algunas plegarias preventivas que eviten cualquier maleficio: “Dios mío, Dios mío, Dios mío”. Nardini se toma la cabeza. Sólo le falta santiguarse. Pero su religión tiene otras costumbres para estos momentos de espiritualidad: Nardini se abraza a la camiseta que lleva puesta esta mañana de enero. Nardini es cineasta, publicista y, desde hace más de un año, dirigente de Racing. integra la comisión directiva y además encabeza el departamento de Cultura. Rosario, la mujer que lo cuidó durante la infancia, lo hizo hincha de la Academia. Ella era de Boca. Para el amor del niño, sin embargo, eligió Racing, un equipo con buena fama de ganador en esos años sesenta. Por suerte para él, que tiempo después confirmó la pasión: le dijo a su padre –hincha de Platense- que quería alentar por esos colores celestes y blancos de las figuritas. “¿No es hermosa?”, pregunta ahora Nardini, mostrando su vestimenta, apenas abre la puerta de su casa en Colegiales, donde todo es Racing. Hay un cuadro que es Racing. Hay azulejos que son Racing. Hay un escudo en el fondo de la pileta que es Racing. Hay cincuenta camisetas que son Racing, incluso de Santander, Monte-

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video y París. Hay un piso que es damero y es Racing. Hay tres plateas viejas que son Racing. Hay banderines que son Racing. Hay un metegol en el centro del living que es Racing y, del otro lado, es Independiente. Y hay, entre todo eso, una gata de nombre Dazolín y de apellido Lacademia que es, obviamente, Racing. Alguna vez, ahí mismo, una estatua fue Racing. “Buen día, Mostaza”, la saludaba Nardini todas las mañanas. Él, junto a unos cuarenta hinchas, se la había encargado al artista Daniel Zimmerman después del título que calmó una sed demasiado larga. Pero Fernando Marín, entonces virrey gerenciador, no quiso en el club el bronce de Reinaldo Merlo. La escultura terminó en una galería de arte, en Villa Devoto, hasta que un grupo de barras de Independiente intentó robarla. “Vení a buscarla puto”, llegaron a escribir. La estatua debió pasar a la clandestinidad. Nardini la llevó a su casa: durante

Un grupo de barras de Independiente intentó robar la estatua de Merlo. “Vení a buscarla puto”, llegaron a escribir.

más de seis años la tuvo con él. Recién el año pasado la mudaron al estadio. -¿La extrañás? -Sí, fue muy triste. No era normal igual. Siempre que alguno venía por primera vez se sacaba una foto. En la mano del “paso a paso” yo le había colgado un papel en el que anotaba nombres de gente con problemas de salud. Y salieron bien. No creo en esas cosas, creo en los médicos, pero nunca está de más la buena energía. Y el tipo tiene suerte, evidentemente, es un tipo de buena energía. Nardini ha cometido otras locuras por Racing, ese mundo exagerado. En los días de la quiebra, por ejemplo, puso todos sus ahorros, unos diez mil dólares, en un fideicomiso para salvar al club que, al final, fracasó. Se los devolvieron sanos y salvos. Y otra vez rechazó un viaje al Festival de Cannes sólo porque tenía que ir a la cancha. A los 45 años, con el nuevo rol, tuvo que apaciguar su costado pasional. En los partidos de local, dejó la popular por el palco para acompañar al resto de la directiva. Ya no putea a los jugadores. Y medita sus votos. A veces, explica, ha tenido que templarse y tomar decisiones conservadoras. “Porque cuando decidís ser dirigente, también decidís ser la parte careta”, explica, casi en la resignación.


Nardini fue uno de los hinchas que luchó, en la tribuna y en la calle, contra Blanquiceleste. Aunque, para él, no hubo nada peor que Juan Destéfano, Osvaldo Otero y Daniel Lalín, los presidentes que antecedieron a la quiebra. “Que me robe un gerente –dice- no me duele tanto como que me robe un socio”. El domingo 21 de diciembre de 2008, cuando Racing volvió a las urnas después de diez años de gerenciamiento, Nardini lloró en la puerta de la sede. No era sólo porque su lista, que llevó a Rodolfo Molina de presidente, había ganado. También porque Lalín había perdido. Yo lloro mucho con las películas, pero en la vida real fue la última vez que lloré de la emoción. No lo podía creer: ser dirigente de Racing era un sueño. Y pasó un año, no estoy tan contento, marco los días que faltan con una cruz. Más que nada por la presión deportiva. Yo la tengo como hincha, pero cuando sos dirigente es triple. No te alcanza un suicidio para paliar la angustia. -¿Te pesaba la vinculación entre el dirigente del fútbol y la corrupción? -Yo tengo la idea de que el porteño es un corrupto y un ladrón. La policía, los dirigentes, los maestros, los comerciantes. En general, la sociedad deja mucho que desear. Así que los dirigentes del fútbol están asociados a esos términos. Por eso nos metimos. Y podemos ser inexpertos, boludos, ingenuos, soberbios, pero hasta ahora no hubo ninguna sospecha de indecencia. Yo creo que se está notando que en Racing cambiaron las cosas. Nadie pone en duda nuestra honestidad. Y en el fútbol también está cambiando un poco. Creo que antes era más fácil robar. Me parece que ahora hay muchos clubes que hacen las cosas bien. En el área cultural racinguista, Nardini dice que sólo puede dar pasos cortos y seguros. Entre otras cuestiones, trabaja con los chicos de la pensión. Gracias al director Juan José Campanella y al INCAA, los pibes pudieron ver en pantalla grande

El secreto de sus ojos, donde una escena transcurre, justamente, en un partido de Racing. También, por invitación de Guillermo Francella, fueron al teatro a ver El joven Frankestein. Estamos tratando que estos pibes sientan que Racing los nutrió y los educó, y que de grandes amen al club. Ahora, dice Nardini, pretende restaurar el Quinquela Martín que está destruido en el tercer piso de la sede de Avellaneda. Y piensa aportar, con ciclos de cine y la colaboración de artistas, a bajar la efervescencia con Independiente. “Hay que empezar a cambiar de a poco –explica-, que la rivalidad sea sólo en la cancha”.

Diego Capusotto, otro fanático de la Academia, que interpretó a un secuestrador hincha de Racing que le salva la vida a su víctima, también hincha de Racing. Fue premonitorio porque ahí Racing salió campeón en cancha de Vélez, con un gol del número dos de cabeza, Gustavo Costas. Y cuatro años después terminamos saliendo en esa cancha y con el gol de Gabriel Loeschbor, un defensor, dice el cineasta, que haría de Racing a Brian de Palma, aunque crea que hay más racinguismo en los disparates de los hermanos Cohen y, mucho más todavía, en el sufrimiento y la angustia de Woody Allen. En el corto, dedicado a Rosario, la

El cineasta Nardini nunca ha podido dejar de lado al hincha Nardini. En las películas que dirigió junto a Cristián Bernard, 76 89 03 y Regresados, hay guiños inevitables a Racing: desde un capítulo llamado Celeste Académico en la primera, hasta la camiseta de un quiosquero en la segunda. En las publicidades, cuenta, también introduce esos caprichos. “Si te fijas bien, en el último comercial de La Caja hay un escudo”, cuenta. Años atrás, Nardini filmó un cortometraje, Tiempo de descuento, con su amigo

mujer que lo inició en los amores académicos, Nardini unió sus dos pasiones. También lo hizo el año pasado cuando, con guiones de Damián Kepel, filmó los spots del club para cautivar socios. Ahí nació Testimonios de una pasión, que sumará voces racinguistas en sucesión infinita. Será la película más larga del mundo: mientras sigan naciendo hinchas estará incompleta. Y en Racing, como sabemos, siempre nacen hinchas. Hasta en los brazos tiernos y calurosos de una hincha de Boca.

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No se aceptarán cartas que excedan los 1000 caracteres.

Asunto: UN BENEDETTI POCO CONOCIDO De: Ricardo Gabito Acevedo Los amantes de la literatura conocen en profundidad los pormenores de la vida y obra de Mario Benedetti. Curiosamente, los uruguayos, que somos futboleros por antonomasia, desconocemos una faceta muy rica, interesante, fecunda del escritor que está relacionada con su labor periodística en el ámbito del deporte y en especial del fútbol. En sus comienzos literarios, Benedetti cultivó su vocación escribiendo cuentos, novelas, poesía. Pero como no ganaba para sustentarse, se ganaba la vida ejerciendo la profesión del periodismo. Pocos saben que el escritor se desempeñó durante un período de su vida como cronista deportivo. Son pocos los futboleros de ley que identifican esta faceta en la proficua labor creativa del escritor. La muerte de Benedetti refrescó su trayectoria literaria, su obra, sus amores y desvelos. Muchos jóvenes se desayunaron que una de las pasiones del escritor era su amor por el Club Nacional de Fútbol. En cambio, poco y casi nada se dijo del Benedetti cronista deportivo, que durante varios años se escondió detrás del seudónimo Orlando Fino, para escribir con humor crónicas futbolísticas, en las páginas de La Mañana y El Diario que se editaban en SEUSA. Los sobrevivientes de la época de gloria del periodismo uruguayo, recuerdan con admiración nombres de grandes personalidades que ejercieron la profesión en las décadas de los 50, 60, comienzos de los 70, entre los cuales surgen los de Carlos Quijano, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Zelmar Michelini, Gutiérrez Ruiz, Manuel Flores Mora, por citar algunos de los más notables. Los viejos periodistas de SEUSA recuerdan que Mario Benedetti fue enviado especial a los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960. Sin lugar a dudas, esta distinción profesional que recibió el escritor tenía correlación con un país que apostaba a la calidad periodística. Benedetti hizo sus valijas y se fue a Roma, para realizar la cobertura de los Juegos Olímpicos y llevó como principal desafío entrevistar al presidente del Comité Olímpico Internacional de la época, el norteamericano Avery Brundage, que dirigió ese organismo entre los años 1952 y 1972. El amor de Benedetti por el fútbol empezó a corta edad, cuando por los problemas del asma se entreveraba en los picados del barrio, ocupando el puesto de golero. Cuando tenía 10 años de edad, su padre lo llevó al Estadio Centenario, con el propósito de ver la primera final de una Copa del Mundo –la primera que organizó la FIFA– entre Uruguay y Argentina. Fue el 30 de julio de 1930, pero la ilusión le duró muy poco porque como se habían agotado las entradas para el partido debió conformarse con escucharlo a través de una radio a galena, en un bar de la avenida 18 de julio. En 1950, ya con 30 años, su padre lo invitó a Brasil y pudo darse el gusto de presenciar la Copa del Mundo, donde fue un testigo privilegiado del histórico maracanazo. Como Orlando fino, Benedetti (recuérdese que Orlando era su segundo nombre) disfrutó de su pasión futbolera, cuando aún el 48 UN CAÑO | FEBRERO 2010

reconocimiento internacional a su obra estaba en lista de espera. Cuando le preguntaban por ese pasado poco conocido de su vida creativa, disfrutaba recordando que los sábados y domingos de tarde, se iba al Estadio Centenario para ver los partidos que protagonizaban Nacional y Peñarol, y luego los reflejaba en crónicas humorísticas –con las cuales disfrutaba tanto– como lo hacía con los caños, dribling, fintas, goles. “En el fútbol de antes había un poco de poesía”, confesó el escritor a cuatro jóvenes chilenos que llegaron a Montevideo y lo entrevistaron para el documental Ojos Rojos, publicado el 19 de octubre del 2008, por el diario La Nación de Santiago de Chile. El amor de Orlando Fino por el fútbol, quedó plasmado en la fecunda obra de Mario Benedetti, a través de cuentos inolvidables como Puntero Izquierdo, o la prosa como Fútbol: ¿pasión o anestesia? Los intelectuales tradicionalmente, han sido indiferentes al fútbol. Lo desprecian como si fuera el opio de los pueblos, quizás, porque no tienen la sensibilidad necesaria para rescatar y valorizar su arte. Mario Benedetti fue la antítesis. Lo interpretó, lo vivió y le dio vida a través de la literatura. No tengo dudas que los futboleros estamos en deuda con él, porque no hemos reivindicado su aporte sensible al deporte rey de los uruguayos. Benedetti que fue un viajero peregrino del mundo –forzado durante más de una década– llegó a decir que a nuestro país lo conocieron en la comunidad internacional gracias a su fútbol. Una definición categórica de un hombre culto, sabio, intelectual, que no se ruborizó jamás entre sus pares, cuando reconoció su amor y pasión por el fútbol-arte, y no tuvo empacho en censurar al fútbol-negocio.

Asunto: AGRADECIDO De: Roberto Andrés Guidotti Soy hincha de Huracán, tengo una audición partidaria del club y fui co-autor del libro oficial del centenario del Globo, junto a Néstor Vicente, Hernán Claus y Luis Carlos Ruiz. Quiero felicitarlos por la excelente revista, con un periodismo jugado, alternativo y comprometido con nuestra realidad, nuestro deporte y nuestro fútbol. Me parecieron excelentes los informes y las notas de investigación sobre los arbitrajes. A propósito, la escandalosa labor de Gabriel Brazenas en la final que le arrebataron injustamente a Huracán no puede pasar inadvertida como si nada, aquel arbitraje del fatídico “5J” de 2009 debiera ser analizado e investigado con mayor profundidad por todo el ambiente del fútbol. Quiero resaltar además la nota titulada “Todos la vuelta vamos a dar” con un muy serio trabajo realizado por el periodista Diego Estévez poniendo en consideración los logros totales de cada club con la justa inclusión de la era amateur, como debe ser, en un fútbol donde cierto periodismo ha decidido borrar arbitrariamente aquellos años de la infancia futbolera argentina, haciendo honor de un concepto que nos define como un país sin memoria. Alguna vez el historiador Jorge Iwanczuk dijo que “no contar la era amateur del fútbol es como empezar a registrar la vida de una persona desde los 18 años y no desde su nacimiento”. Finalmente, la editorial de Pablo Llonto “Una bala y mil palabras” no tiene desperdicio, es una inteligente y aguda crítica a un enorme sector de nuestra sociedad que quiere solucionar el tema de la inseguridad sin importarle ni querer subsanar las profundas causas de desigualdad social que la generaron. Claro, la derecha argentina quiere seguridad pero detesta la igualdad de oportunidades para todos. “No eduquemos ni le demos laburo al pobre, que siga siendo pobre pero que no nos mate”, ese es su siniestro mensaje. Y Llonto lo ilustra discursivamente a la perfección. Simplemente gracias por empezar a levantar las alfombras y tratar de ver que está escondido debajo de ellas.


Asunto: PARA CARAVARIO De: Lucas Taskar Alejandro Caravario comenta que, a excepción de Lanús, todos los clubes “ponen en venta hasta sus atletas adolescentes para apagar el incendio inmediato”. No se si será porque Vélez no parece tener un incendio inmediato o porque Alejandro lo considera como uno equipo más que vende lo que sea, pero creo que, inclusive antes de Lanús, Vélez empezó a valorar sus inferiores que, a fin de cuentas, dieron sus muy buenos frutos. Sea el caso Mauro Zárate, quien después de algunos torneos fue vendido en más de 20 millones de euros (el jugador más caro vendido por el club en su historia), o podría citarse a Nicolás Otamendi, que pese a la lluvia de ofertas luego del campeonato, se decidió no venderlo y recién ahora se evalúan ofertas mucho más jugosas (diría irrechazables). Y ni hablar de la cantidad de jugadores que Vélez tiene a préstamo para que tengan el rodaje que todo jugador necesita. Entonces... ¿Vélez también vende a sus adolescentes? Creo que si se menciona al granate, primero habría que hacerlo con Vélez.

Asunto: MÁS SOBRE LOS TORNEOS De: Mariano Angarolla No voy a felicitarlos por el material que me ofrecen cada mes porque ya lo he hecho reiteradas veces y la recomiendo a cuanto amante del fútbol y el deporte se me cruce. Tengo una crítica para hacerles respecto a la encuesta devenida en nota titulada “Los Torneos que les gustan a la gente”. Sobre el final, Hamilton explica como sería la Copa Argentina. Y comienza diciendo que el torneo incluiría a todos los equipos que juegan en Torneos de AFA (Primera, Nacional, Primera B, C, D y el Argentino A). Yo me pregunto, ¿y el Argentino B? Tanto el Argentino A como el B son torneos de AFA regulados por el Consejo Federal. Y agregamos también al Torneo del Interior (Argentino C). Y si en la Copa Argentina estamos incluyendo a la Primera C, por igualdad de categoría pero del interior tenemos que incluir al Argentino B. ¿Cómo vamos a dejar afuera al Argentino B e incluir a la Primera D, que a nivel categoría es superior?. Si se incluye la Primera C, tiene que ir el Argentino B, y si se incluye la Primera D tienen que aceptar también a lo que se conoce como el Torneo del Interior, ahora catalogado como Argentino C. Obviamente que sería complicado porque en el Argentino B compiten más de 60 equipos, pero se elegiría a los mejores ubicados del último torneo o a los clubes con pasado en categorías superiores, con gran historia. No podemos olvidar que en esa categoría militan clubes con muchos años de Nacional B o breves participaciones en Primera. Entre los que están Douglas Haig de Pergamino, San Martín y Gimnasia de Mendoza, Chaco For Ever, Gimnasia y Tiro de Salta, Alvarado, Gral. Paz Juniors, entre otros. Al haber muchos equipos se incluyen a los de mayor historia y listo. Pero no se puede excluir a esta categoría y menos si entra la Primera C y D. Es ilógico.

Asunto: LA MUERTE DE LOS CARRILEROS De: Fernando Mary Hace rato que en el fútbol argentino hay planteada una discusión que a esta altura me parece estéril y ya pasada de moda, aunque no tenga más de 10 años de existencia: si hay que jugar o no con enganche, no sólo en los clubes sino también en la selección. En algún momento alguien inventó el doble cinco y ahí comenzó a morir la posición de enganche, el típico conductor, muchas veces reconvertido en volante carrilero o en

punta en equipos que juegan con un sólo delantero neto. Pero a pesar de que en nuestro fútbol ya no quedan casi jugadores capaces de cumplir esa función (Romagnoli, Grazzini, Gallardo, Riquelme, Moralez y casi ninguno más) y jugando afuera solamente están D´alessandro y Aimar, se sigue reclamando la presencia del clásico 10 en muchos clubes y en la Selección especialmente, como si hubiera de sobra para elegir. Capaz sería hora de cambiar la mentalidad y ver qué han hecho en Europa, no porque allá jueguen mejor, pero sí por su capacidad de adaptarse al fútbol de hoy. Allá están los Seedorf, los Lampard, los Gerrard, los Joe Cole, los Ballack, tipos de calidad probada, capaces de adaptarse y destacarse en cualquier función: doble cinco, media punta, delantero, volante lateral, etc., etc. Los dos campeones argentinos que tuvo el primer semestre del año, Vélez y Estudiantes, son dos casos a tomar muy en cuenta. Ambos juegan con el archiconocido 4-4-2. Vélez recostando a Moralez por la izquierda y el pincha usando a Verón (que nunca fue enganche) de doble cinco junto a Braña. Y nadie puede decir, a pesar de no contar con enlace en su formación, que hayan sido equipos que no jugaran bien al fútbol. Hasta el Barcelona, el conjunto que mejor juega en el planeta por estos días, no tiene un enganche clásico y reparte esa tarea entre Xavi e Iniesta. Capaz sea hora que muchos actualicen su pensamiento, se adapten a los tiempos que corren (lamentablemente, ya no están los Bochini, Alonso o Maradona) y pensemos, para la Selección, no tanto en encontrar lo que no hay para una función que ya casi no existe, sino en armar el mejor equipo posible adaptándonos a lo que hay, que es mucho y bueno.

Asunto: PEKERMANISTA De: Víctor Iñiguez ¿..y Pekerman qué? Hoy el bielsismo es lo políticamente correcto, pero hay un abuso que, la verdad, un poco me cansó. No nos olvidemos de lo que sufrió Pekerman por parte del periodismo y la gente. Nos olvidamos del 6 a 0 a Serbia (con el mejor gol del mundial incluido), de un partidazo con Alemania que era una final anticipada, ¡qué partidazo jugo Tevez! (y hoy lo critican porque dicen que en la selección no rinde, se cansó de robarles la pelota a los defensores alemanes y hoy lo ponen en duda) Y Messi, “¿cómo lo va a dejar a Messi en el banco?”, “éste tipo no sabe nada de fútbol”, y cuántas barbaridades más se dijeron. Adivinen que pasa hoy: “Messi no rinde en la selección”. Modestamente creo que habría que bajar un cambio con el exitismo, y no sólo los periodistas, estamos todos metidos en la bolsa bilardista del ganar o renunciar. Laburemos y dejemos laburar. Les mando un abrazo. La revista está excelente, no sí les sale como quieren, pero hace rato que quería encontrar algo así. Mis felicitaciones y espero que puedan seguir por mucho tiempo. FEBRERO 2010 | UN CAÑO 49


Después de la tormenta

La salida de Basile de Boca quiso apurar una reasignación de tareas a Carlos Bianchi. Pero el actual manager esgrimió su postura de no asumir como entrenador cuando ha dejado el puesto un hombre contratado por él. Por FERNANDO PACINI

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uando un equipo se queda sin entrenador a una semana del comienzo de la competencia se expone a los errores del apuro. Y Boca se quedó sin Basile, básicamente porque la sociedad Bianchi-Basile se anticipó incompatible desde mucho antes. Ambos trataron de evitar el divorcio para proteger a los hijos. Y fue imposible. No daba para más. Boca debe resolver en cuestión de horas lo que ya no se puede planificar. El diseño del plantel aparece como prioritario. Lo urgente es proveerle al nuevo entrenador los elementos indispensables para afrontar un semestre exigente. Y lo importante es mejorar la gestión. Las presiones físicas serán menores a las habituales porque no hay Copa Libertadores para Boca. Pero precisamente porque no hay Copa, la presión deportiva aumenta. Como pocas veces en los últimos años, Boca está obligado a ganar el torneo local. La conducción de Amor Ameal ofrece flancos muy débiles. A la crispación política interna se agrega una muy pobre comunicación. Más sencillo: Boca se compra problemas que no tiene, y eso que ya tiene suficientes. No había ninguna necesidad de poner en duda la continuidad de Palermo. Ni de discutir públicamente las renovaciones de los contratos más importantes.

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Todo estaba en duda: si seguía Basile, si llegaban refuerzos y quiénes eran, si renovaba Palermo o si renovaba Riquelme, si Bianchi sería entrenador a partir de junio, etcétera, etcétera, etcétera… Mientras tanto, el equipo recibía diez goles en tres partidos y los jovencitos de River lo bailaban en Mar del Plata. Un escenario insoportable. E insostenible. Todos querían que Bianchi tomara el equipo ahora mismo. Deseo obvio. Pero a Bianchi lo fueron a buscar para ser Director Deportivo, y él pretendía ejercer el cargo para el que fue contratado. ¿Tan difícil era entender eso? Por supuesto que todos sabían que su mejor versión es la de DT, en el campo, en la concentración. Hasta él mismo aseguraba que no estaba entre sus grandes placeres ejercer un cargo político o administrativo. Pero, en cualquier caso, los dirigentes y el propio Bianchi estuvieron de acuerdo en cuál sería su rol. Y si no quería dirigir, no estaba defraudando a nadie. Simplemente, estaba en línea con lo que firmó.

Como pocas veces en los últimos años, Boca está obligado a ganar el torneo local.

Pero como algunas decisiones nunca son gratis, esta postura de Bianchi desencadenó su salida del club. Todo comenzó a gestarse cuando Bianchi anunció que en esta ocasión no iba a participar de la elección del nuevo técnico. Cuándo eligió a Basile, tenía como sostener su decisión. Contaba con argumentos suficientes para suponer que Basile lograría unir un plantel con múltiples fisuras. Por esa razón, el rumbo quedó en manos de la dirigencia. Ellos designaron a Abel Alves hasta junio y ellos le pidieron la renuncia al director deportivo. Los que defienden la continuidad de Alves sostienen que será un premio para un capitán de tormentas. Los otros, los que dudan, creen que para el DT de inferiores será imposible sobrellevar un semestre tan duro, sin la experiencia suficiente y con un plantel agitado en su interna. Los dirigentes de Boca quisieron achicar el margen de error en la elección y por eso finalmente se inclinaron por Alves, tal vez el mal menor en caso de que al equipo no le vaya bien en el Clausura. Pero eso es imposible. Sencillamente, porque no pudieron designar al único que, aparentemente, les ofrecía todas las garantías. A él ya le habían dado un cargo distinto y ahora se lo sacaron. Y todo porque, aunque a muchos no les guste, Bianchi es un hombre de palabra.


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La candente margarita de Bianchi

Días difíciles para Boca. Y todos los ojos están puestos en Bianchi. El magnífico latiguillo periodístico “al cierre de esta edición” nos viene bárbaro para ponerle un marco al comentario de Víctor Hugo, elaborado sobre la base de los últimos hechos y versiones que rodean al equipo con más torbellinos del verano. Por VÍCTOR HUGO MORALES

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oca, Basile, Ameal, Bianchi, Ribolzi y Alves fueron los nombres de más apariciones en el periodismo deportivo de estos días. Es posible que como equipo hayan superado al gran plantel mediático integrado por Redrado, Cobos y el Gobierno. El fin de semana antes del comienzo del campeonato, el partido estaba por lo menos 4 a 1 a favor de los futboleros nombres que inician este artículo. Boca es Boca, y cuanto le ocurra interesa, tanto si le va bien como si le va mal. Distinto es si no vive tiempos de euforia o etapas traumáticas. Pero, ¿y cuándo ocurre eso? El club arrastra deudas cuantiosas, anda un poco a la deriva en la conducción y desnuda, ahora, miserias escondidas por la expectativa de victorias, sepultadas prontamente en el verano. Basile se retiró al cabo de un desgaste prolongado por el esfuerzo de Bianchi en sostenerlo en un sitio en el que está obligado a esfuerzos. Los mismos esfuerzos que no estaba dispuesto a hacer ahora; porque es un hombre cansado de la actividad. Cansado de los horarios, del gana-pierde, del periodismo, del “veletismo” de la gente, de sí mismo… Puso el apellido, el buen ojo y el currículum, y confió en que el mejor plantel del medio podría mantenerlo haciendo la plancha. Sus pecados fueron mínimos comparados con los próximos dos apellidos. Uno es digno de ser considerado a vuelo de pájaro. El señor Ameal, hombre a quien muchos juzgan de buenas intenciones y diálogo, pero que no tomó el bastón ni para lo que hizo Kirchner cuando asumió: mirarlo y preguntar para qué sirve. Ameal se refugió en Bianchi, evitó mayores explicaciones y dejó a Boca sin la fuerte presencia que significaron sus antecesores. Envuelto en luchas palaciegas, traspasado por los rumores y la incertidumbre. Y Bianchi tomó el gran nombre que construyó en el fútbol y comenzó a desgastarlo como el centro de los peldaños de una

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vieja escalera. Su relación con el periodismo era la misma de la pala “juntaplata” de todos aquellos que llegaron a los medios periodísticos para decir pobres naderías explicativas con respecto al doble cinco, la línea de cuatro o la conveniencia de los dos entrenadores en pugna en un partido, de modo que siempre quedan a salvo. No concedió entrevistas, salvo las que le fueron jugosamente pagadas. Por lo que nadie le debe nada, ni los que suelen contraer deudas éticas rogándoles a los protagonistas una miserable nota o una primicia. La plata dulce no siempre tiene ese sabor. El sudor verdadero y la ética son valiosos soportes del dinero. Pero lo más grave de todo fue su retorno a Boca en una actividad inexistente, sostenido por antecedentes que sólo afectaban al verdadero DT de turno. Porque ante cada traspié surgía el pedido para que él mismo tomara el timón. No advirtió que se convertía en la espada de Damocles para los profesionales que él mismo designaba. En la Argentina, un manager es una entidad que no puede explicarse. ¿Elegir el micro, pedir que siembren pasto, hablar con un empresario o dirigente que quiere comprar o vender un jugador? Ni siquiera lo más aproximado a su indescriptible rol podía hacer: ¿iba a ser Bianchi el que, finalizados los contratos de los próceres que lo erigieron en el técnico más influyente en equipos del país, les iba a decir no va más? Bianchi, con esta experiencia como manager, ha dañado innecesariamente su buena imagen. Cuando accedió a esa condición lo hizo por un salario que luego provocó tal incomodidad que tuvieron que reducirlo al 50%, e igualmente era un absurdo. Uno podría decir “viva la cara de Bianchi” o “viva la cara de Boca” si podía pagarlo. Pero si había deudas, si se iban jugadores porque faltaba plata, algo estaba fallando… Y entonces Bianchi dio pie a exigencias como las que enfrentó o a comentarios tan desdorosos como los que manifestó Ribolzi. Si hasta el presunto retorno a la conducción del equipo estaba empedrado por el recelo de quienes habían sido sus críticos durante toda esta etapa. Alves puede ser una solución para Boca. ¿Por qué no? ¿Qué hay que tener que no sea inclinación al trabajo, conocimiento del mundo de Boca y capacidad de manejo de un plantel con gente a la que hay que darle de comer aparte? La última frase del comentario parte de versiones y no de percepciones más directas. Si realmente Bianchi se negó a asumir como entrenador porque debía hacer de “comentarista” en el Mundial, le faltó el respeto a Boca y a sí mismo. Si efectivamente es así, Bianchi de ahora en más debería seguir ese camino. Allí, en el periodismo, hay buen dinero, no se pierde nunca y no hace falta la mínima preparación.


PICADO

El blues de Attilio y Luigi

Cuesta creer que el siguiente relato no ocupe otras páginas de esta misma revista, que no sea producto de la inagotable fantasía del compañero De Biase. Sólo en su cabeza cabría algo así, si no fuera porque esta historia forma parte del pasado y no se rige por un delirio hilarante. Por el contrario, está marcada por el drama, por la calamidad, por una verdad tan triste como pasional. Por JUAN PEDRO NESTA

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mpecemos por Attilio. Attilio que no viene a nacer en un año cualquiera. Attilio nace en 1949, mismísimo año de la tragedia de Superga, en la cual, por un accidente aéreo, mueren todos los integrantes del Gran Torino, lejos el mejor equipo de la época. Es el episodio que inicia una cadena de desgracias granates y el que, al mismo tiempo, quizás también marca el destino de este niño recién nacido. Attilio pertenece a una familia acomodada de Turín, crece y estudia, es aplicado en la escuela y representa el orgullo de un prestigioso padre psiquiatra que intenta mostrarle a su hijo el camino que alguna vez él recorriera. Pero Attilio sigue creciendo y se hace hincha del Toro, se convierte en un ultra. En su cuarto no hay pipas ni preguntas existenciales, sólo cuelgan pósters y fotos de Luigi Meroni, porque él quiere ser futbolista, quiere ser como Meroni. Meroni se transforma en el eje de la reconstrucción del Torino durante la década del 60, es un equilibrista de la línea de cal, un domador del blanco césped, un tipo que además de futbolista es pintor y poeta, estilista y fana de Los Beatles, amante también del jazz. Una especie de George Best en versión dolce vita, díscolo, excéntrico, bohemio, alguien que deja plantada en el altar a la mujer que más lo amó y que se casa con otra, arrebatada de un matrimonio por conveniencia. Por su forma de jugar, lo apodan la farfalla granata (mariposa granate) y un día Edmondo Fabbri lo convoca por primera vez a la Nazionale, aunque también le avisa que para jugar tendría que cortarse el cabello. Meroni se niega y enfrenta a los cronistas con su mascota, una gallina a la que, jalándole el pescuezo, hace responder por él: “ella dice que no está de acuerdo con la decisión de Fabbri”. Y se va. Attilio se mira al espejo y sólo quiere que el reflejo le devuelva a Meroni. Se deja un incipiente bigote, abundantes patillas y un largo mechón de pelo que le cruza la frente. Usa camisas de cuello alto y cuenta, maravillado, que un niño lo confundió en la calle. Attilio va a la cancha, como siempre, sale sin voz y contento por el 4-2 a la Sampdoria y el doblete de Meroni. Es 15 de octubre de 1967 y Attilio ya maneja. Tiene 18 años y una reluciente licencia de conducir, volantea por la calle Re Umberto,

vaya paradoja, la misma donde se fundó la Juventus, el clásico rival del Torino. No llega a frenar, Attilio, y entonces atropella a un hombre que cruzaba sin mirar. Attilio se baja del auto y sí mira. Se ve a él mismo. A su espejo. Y lo rompe. Meroni agoniza y muere, a sus 24 años, rumbo al hospital Le Molinette. “Se me echó encima, no sabía quién era hasta que al bajar del vehículo lo vi tendido en el suelo. Enseguida llamé a mi padre, que era médico, y fuimos al hospital pero no se pudo hacer nada”. Attilio aún no cae y explica, se explica: “Mi amor hacia Gigi Meroni era tan sólo superado, y por poca distancia, por el que le tenía a mis padres”. Unos 50.000 hinchas del Toro despiden a Meroni y, al rato, una buena parte de ellos se muda hasta la casa de Attilio para brindarle su apoyo. No es suficiente. Attilio cae, inevitablemente, en un pozo depresivo del que no saldría hasta diez años después. No se convierte en médico ni en futbolista. Es un hombre de negocios. Su amigo Francesco Cimminelli compra el Torino en 1999 y nombra como presidente a Romero. A un tal Attilio Romero.


Tenue insurgencia El presidente de Atlanta pasa revista a un tema que no se agota: ¿qué les pasa a los dirigentes de la AFA, que no pueden lograr un reemplazante de Grondona? No esperen un memorial de agravios para el Jefe. Simplemente una radiografía de algo que se parece a la resignación. Por ALEJANDRO WALL

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e pronto, hay dirigentes que hablan. No es poco para este mundo de silencios. Aunque no digan mucho, aunque Julio Grondona camine como un intocable eterno por los pasillos truculentos del fútbol y, ellos mismos, los hombres de los clubes, terminen envueltos en un sistema perverso. Alejandro Korz es presidente de Atlanta desde 2005. Abogado, 38 años, trabaja en asuntos legales del Banco Credicoop. Es, para dar alguna idea, un progresista vinculado al Foro Social del Deporte que resistió a las ideas privatistas de los 90. Los socios de Atlanta lo reconocen como un tipo honesto y transparente, aunque le reprochan su andar cercano a Grondona. Han aplaudido la reapertura de la sede y la construcción de las tribunas de cemento del estadio de Villa Crespo. Pero le señalan, cada vez que pueden, que en la cancha persisten las huellas del jefe de la AFA. Recibiste críticas porque al estadio lo remodeló Constructora Deportiva, de Genaro Aversa, yerno de Grondona. También por el contrato de explotación con Proinver, de Rogelio Riganti, vinculado a Grondona. ¿Por qué esas empresas? A la gente le gusta la chica que sale en la tapa de la revista, pero a veces tenés que conformarte con la que te quiere. Primero nos acercamos a la empresa Astori. Pero nos pidió la plata, y nosotros necesitábamos financiamiento. Lo mismo nos pasaba cuando teníamos que termi-

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nar las obras. Fuimos a ver a grupos para recitales, como Pop Art y Fenix, pero no hacían trabajos en estadios para después quedarse con ellos. Fue más fácil conseguir gente vinculada al fútbol. ¿Y Grondona acerca a esas empresas? La empresa de Aversa es la que hizo las tribunas de All Boys, un obra que tenía que ver con lo que nosotros podíamos hacer. No estábamos para una obra faraónica; no podíamos endeudarnos en dólares. Y fue el único que dijo: “bueno, ¿cuánto cobran de derechos de TV?” Hoy, con el nuevo acuerdo, serán 120 mil pesos. En su momento, eran 25 mil. Así que nos plantearon pagar una suma inicial y el resto lo financiaron en 24 cuotas de 25 mil pesos. ¿Una licitación no hubiera sido más prolija? Cuando dicen que hicimos el estadio con gente vinculada a Grondona y que por eso tiene un vicio, yo no contesto que las canchas hechas por la dictadura hay que tirarlas abajo. Además, me parece injusto con los socios y los hinchas que pusieron plata en esa obra. Korz expone los límites que tiene un

“No me gusta alguna gente que rodea a Grondona”.

dirigente para moverse en el fútbol. Apela a algo así como una ética de la responsabilidad que lo obliga a priorizar al club sobre sus ideas. Y piensa que llevarse mal con algunos personajes es ciertamente nocivo para un equipo. Además, estima Korz, puede resultar imposible: “la mayoría cree que es una batalla perdida”. ¿Se puede construir una nueva dirigencia? Es difícil. Uno puede tener el mejor discurso, pero si la gente no lo ve en los hechos, no se convence. Los clubes tienen deudas y terminan acudiendo a la AFA. Esos presidentes están condicionados. Tienen que defender su ideología sin perjudicar a su club. Si a los clubes les liberaran sus deudas habría dirigentes en condiciones de opinar. El que habla puede jugarle en contra a su equipo... El club está por encima de uno. No tenés que ser un alcahuete, pero hay que encontrar un equilibrio. Gámez, para no condicionarse, decidió irse de Vélez... No hay que abandonar los lugares de batalla. Sería más cómodo hablar desde afuera, no tendría ningún condicionamiento. Tuve expectativa en mucha gente, muy lindos declarantes o personajes interesantes, pero esperaba que dijeran algo sobre el Ascenso. ¿De quién hablás? Jamás encontré en Gámez una preocupación en ese sentido. Lo veo enfren-


tado personalmente a Grondona, pero en su discurso no están los más chicos o las ligas del interior. También hay dirigentes que ven en la AFA un lugar para quedarse de por vida. Noray Nakis es presidente de Armenio, representante de la Primera B, pero fue dos veces candidato en Independiente. Y un club no debe ser una empresa de la que te vas para entrar en otra. ¿No es antidemocrático que, por ejemplo, la Primera B tenga sólo un voto en el Comité Ejecutivo? Todo tiene que ver, y más ahora con los ingresos de la TV. A cada club le van a decir que no discuta demasiado. Si están de buen humor, le dan algo al Ascenso. Igual que la prohibición del público visitante, que nace por un partido entre Tigre y Nueva Chicago donde se estaba jugando una Promoción de Primera A. Por la situación de los visitantes, yo renuncié a presidir la categoría. Si no podía cambiar eso, no servía seguir. Los dirigentes también se aprovechan de los viajes que paga la AFA. En el club hicimos algo. Si algún dirigente iba al Mundial, entonces le daba ese dinero al club. Incluso con los partidos de Eliminatorias, donde te dan un cupo de entradas de cortesía. El que quiere ir, compra las entradas. Y el ingreso va para Atlanta. Con todo lo que contás, ¿no tenés críticas para Grondona? No tengo mala relación con él. En algunas cosas coincidimos y en otras no. Cuando me tocó presidir la categoría, si había algo que no le gustaba, me llamaba. Siempre tiene tiempo para todos, del primer al último club. Lo que no me gusta es alguna gente que rodea a Grondona. Me parece que con otro, ellos no resistirían. Si algún día hay un cambio en AFA, va a haber mucha gente nerviosa. Bueno, fue Grondona el que armó ese grupo. Sí, es cierto, y también ocurre que uno se dedica sólo a su club. Es muy difícil que desde un lugar chiquito se pueda cambiar toda la AFA. Yo creo que a la mayoría le pasa lo mismo: cree que es una batalla perdida. ¿No es una claudicación? No, uno no está en condiciones de

hacer todo lo que quiere. Hay que tener humildad para darse cuenta. Para nosotros era muy difícil tener nueva sede, nuevo estadio y, a la vez, dedicarnos a hacer una revolución en el fútbol. Era demasiado ambicioso. Nosotros tenemos el tiempo justo para ir un par de horas por semana a la AFA. Y hay gente que vive en los sillones y en los pasillos. Son los que sacan más ventajas. ¿Y se puede imaginar un cambio? No sé, yo creo que se va a dar por una cuestión biológica. Hay dirigentes de Lanús, Estudiantes, Colón, que son muy interesantes. Quizás pensaría en la AFA

“Para nosotros era muy difícil tener nueva sede, nuevo estadio, y a la vez dedicarnos a hacer una revolución en el fútbol. Era demasiado ambicioso”. manejada por tres personas, y no por una, para que el sistema no sea paternalista ni personalista y los clubes no vivan de los subsidios. Que cada uno viva de los ingresos que tiene, y que eso le dé la libertad de votar al dirigente que quiera.

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En un futuro no demasiado lejano, el fútbol argentino se puebla de los extintos wines, productos de experimentos biogenéticos llevados adelante por el doctor Von Houseman Jr. En uno de sus delirios más logrados, nuestro autor de ficción se imagina un futuro de juego ofensivo, en el sentido más amplio de la palabra. Por PABLO DE BIASE Ilustraciones SIMÓN CHAVEZ

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un año del Bicentenario de la Independencia de la patria, Racing Club, la gloriosa Academia que escribiera alguna de las páginas más brillantes del fútbol amateur hace casi cien años, descendió nuevamente. Lo hizo con honor y ante un rival imposible de superar, Huracán Corrientes, un equipo llamado a hacer historia, a escribir el futuro del fútbol en todo el mundo, gracias a una atrevidísima revolución táctica llevada a cabo por su entrenador, Salvador Menotti, un joven idealista que cree en la revalorización del pasado, y los hermanos Houseman, sus mejores intérpretes. Por lo pronto, el clamor de la tribuna pide a Menotti y a los Houseman para la Selección Nacional. El presidente de la AFA, Julio Grondona (h), pide cautela ya que, como bien aprendió de su padre, todo pasa. Incluso que vuelvan los wines y jueguen todos en un mismo equipo.

Paso de la Patria, 22 de junio de 2017 El doctor Von Houseman Jr. no pudo evitar sonreír mientras bebía su botella matinal de aguardiente de guinda. Estaba ojeando un ensayo sobre táctica en el fútbol que le había hecho llegar un sesudo entrenador de Primera B Metropolitana, “un Caruso Lombardi con aires de Bielsa”, que había conocido hace unos años, en Corrientes capital, cuando el primer Bioprototipo Houseman había debutado en un equipo de la liga correntina, causando estragos por la punta derecha, y el Carusito dirigía a otro equipo de la liga. “Volvió el Loco Houseman”, había sido el original titular de la página de Deportes en la sección Regionales del diario Dos. Sin embargo, la falta de algunas nivelaciones en la salinidad de la tierra, más las complicaciones que entrañaban los asistentes sociales y los burócratas del club, que pretendían que tuviera papeles un fruto de la eugenesia que -literalmente- había brota-

do de la tierra como un zapallo, hicieron fracasar el proyecto. Houseman01 tuvo, pues, corta vida, y fue discontinuado por su creador, con la siempre sabia colaboración de la delegación local de Gendarmería. “Por Paso de la Patria podía pasar un elefante rosa fumando hachís en una licuadora, que no iba a ser notado –ni anotado– si no tenía que ser notado ni anotado”, le había dicho un gendarme cuando fue a preguntar por su modelo. Recordó con un dejo de ira a aquel petiso bocón que había conocido en Corrientes y tiró su ensayo sobre el ancho rellano de la luminosa ventana de la cocina. “¿Cómo ocupar los espacios?”, se preguntaba en su escrito aquel imbécil. Los budistas pasan vidas de meditación para vaciarlos y un argentino mediocre y fanfarrón pretende llenarlos de volantes y, esa maldita palabra, “carrileros”. Sonrió al ver que brotaba otra rubia cabecita de ojos claros de la tierra bregada y lanzó una carcajada ahogada. La cosecha-promoción 16 crecía firme: cinco blondas testas ya habían asomado. Por eso, el biojardinero las rociaba con un aspersor que contenía protector solar líquido factor UV 7.500. Escanció el resto de la botella, llenando medio vaso, que se mandó a la bodega de un trago. Las cabecitas le parecían ahora siete y las veía más anaranjadas. “Debe ser el protector solar”, se dijo, antes de contemplar orgulloso el suplemento deportivo, que llevaba por título “Huracán de Primera” y exhibía la foto de Garrincha Houseman, Omar Houseman, Oreste Houseman, René Houseman y Oscar Alberto Ortiz abrazándose luego del octavo gol de Huracán Corrientes a Racing, por una de las plazas de la promoción, que ganó el equipo correntino tras vencer 12-11, en Avellaneda y 8-2, en Corrientes capital. Con un pedo para diez se sintió agradecido a aquella generosa tierra subtropical. Mezcla de sangre y semilla, de técnicas de riego ultramodernas (y de una espeluznante colección de FEBRERO 2010 | UN CAÑO 57


experimentos con seres humanos, realizados por su padre en Polonia entre 1943 y 1945), los híbridos humanoides Houseman crecían y hacían delirar a las masas. Todos rubios, todos wines derechos. ¡Y pensar que todavía hay imbéciles que hablan de bioética! ¡Deberían hablar de bioestética, inmundicia roja y liberal! Jr. salió a la cancha y vio que se entrenaban bajo la atenta mirada de su hermano menor, Ludwig, en una especie de pista de césped de cien metros subdividida en ocho carriles. Cada carril medía 30 centímetros y había dispuestos sobre él 142 conos que formaban dos pares de 71. La distancia entre cada par de conos era 1,5 milímetro mayor que el diámetro de una pelota número 5. Cada Houseman05 debía recorrer, pelota al pie, los cien metros por un carril sin derribar ni un solo cono. Por supuesto, ninguno falló. En esta pequeña chacra, cercana a Paso de la Patria, se estaban gestando recuerdos del futuro, pensó con amargura Jr. quien era absolutamente consciente de que el sincretismo era el único camino posible para escribir su historia. Las segundas partes no sólo nunca fueron buenas, básicamente fueron imposibles. Por eso, el retrato de Himmler se encontraba debajo de un lienzo cuyo motivo era el rostro del Restaurador de las Leyes, don Juan Manuel de Rosas (“un auténtico patriota”, según su padre). Su experimento hablaría en nombre del buen fútbol, de los principios olvidados… y rendiría silencioso tributo a una tradición familiar de hombres de ultraderecha y de punta derecha… Y al diablo con lo demás: los derechos humanos eran las lágrimas de los pueblos débiles.

Buenos Aires, 28 de junio de 2017 Clavó el enter en el teclado de su ordenador e hizo un chasquido de satisfacción con su lengua. A los 56 años no se acostumbraba a armar los textos hablando y luego corregirlos en pantalla, Mariano Hamilton seguía prefiriendo el antiguo arte de la dactilografía. Se arrellanó en su silla ergonómica de la redacción de Un Caño y contempló, conforme, el análisis táctico que había hecho sobre la increíble manera de disponerse en la cancha de Huracán Corrientes, que jugaba con cuatro wines derechos, un wing izquierdo y dos volantes de ataque. Sólo defendía con dos, ¡Con tres como mucho, cuando el 5 se decidía a bajar! Así marcaban los equipos de la época del amateurismo, hacía 100 años, ¡y sin embargo, les pintaban la cara a todos! Hamilton sacudió su melena rubia, hundió sus dedos en ella y volvió a sonreír durante unos minutos, feliz con la vida. Sonrió con ganas. La historia era completa por donde se la viera. Además de estar frente a un equipo que podía cambiar 50 años de fútbol en un partido, el origen de sus jugadores estaba plagado de mitos y leyendas, como que los pibes Houseman no eran hijos de madre sino de horrorosas prácticas eugenésicas, supuestamente llevadas a cabo por el hijo legítimo de un nazi que había sido colaborador de Mengele. Así había salido publicado en la revista número 29, y hasta el diputado Máximo Kirchner, presidente de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara baja, había pedido informes a la Nueva República Democrática de Alemania y al Centro Simón Wiesenthal sobre el supuesto doctor Alfred Von Houseman y sus, también 58 UN CAÑO | FEBRERO 2010

supuestos, ensayos de la eugenesia junto con Mengele. Un Caño, como el doctor Petrocelli, un abogado televisivo de fines de los años 70 del siglo pasado que vivía en una casa rodante en el desierto, se permitía dar otra versión de los hechos. Hamilton no dudaba de que el informe sobre el presunto nazi loco que había llenado de hijos (y de wines) la provincia de Corrientes, realizado a partir de una investigación de un estudiante de periodismo, oriundo de Paso de la Patria y nieto de alemanes, iba a armar revuelo y aumentar el número de suscriptores de la revista. Aparentemente, el alemán que murió sobre fin del siglo pasado, más que de la eugenesia y de las prácticas del doctor Mengele, era fanático de las morochas correntinas, que le hacían perder el cinturón con demasiada frecuencia.

Buenos Aires, 30 de junio de 2017 Se reproducen a continuación una versión abreviada del artículo de análisis de Hamilton y la nota sobre las verdades del doctor Houseman, publicados en la edición N° 115 de Un Caño.

Corrientes hizo la revolución Por Mariano Hamilton Haciendo a un lado todos los detalles jugosos que rodean esta historia, y lo que vimos de los partidos del Nacional B en los informes audiovisuales tendenciosos, nunca completos y hasta irónicos sobre “el equipo que gana por penales”, que difundió Megacorp hasta el hartazgo, hablar del fútbol de Huracán Corrientes es hablar de otra cosa. Es, a lo mejor, volver a hablar de fútbol con la inocencia recuperada, la que nunca tuvimos quienes crecimos y nos formamos profesionalmente escuchando mitos y mentiras sobre la imposibilidad de hacer algo distinto (…). Cuando la mayoría de los equipos adoptó la WM que utilizaban los equipos profesionales ingleses, el dibujo táctico que reinó en los años 40 y con en el que tuvo lugar la presunta época de oro del fútbol argentino, los franceses idearon “El torbellino”, un recurso de movilidad permanente en el frente de ataque que, en un principio, desconcertó a los tres defensores del entonces nuevo sistema táctico. Frente a los cerrados esquemas de 4-4-2 actuales que, en los hechos, se han convertido en ocho defensores dispuestos en dos líneas, la Rueda mágica de Huracán Corrientes nos voló el balero a todos (…). El Gringo Ortiz, un wing izquierdo que se formó con los cuatrillizos Houseman, ha de haber aprendido ciertos trucos de sus compañeros de infantiles e inferiores, ya que posee una habilidad que recuerda la de otro wing izquierdo, homónimo pero negro como el carbón, juega pegado a la raya izquierda, mientras que Garrincha y Oreste Houseman se pelean por la raya derecha, jugando Garrincha unos diez metros por delante. Dos metros a la izquierda, en paralelo, se disponen Oreste y René Houseman, armando un cuadrado mágico sobre la punta derecha, en el que cambian de posición, girando en un sentido o en otro, pero siempre tocando los cuatro puntos, con traslado de pelota. Increíble pero real, es imposible sacárselas. Pueden pasarse 15 minutos así, mientras los 11 contrarios intentan sacársela. Así las cosas, en un cuadrado de diez por


diez terminan bailando todos los rivales al ritmo del dribbling de los cuatro hermanos morochos como un carboncito. Cuando se cansan, dan un pase atrás de 30 metros y Carrascuela o Bigatti tienen el campo y el arco rivales vacíos y a su disposición (…). Cuando el contrario decide plantarse en sus puestos y tomarlos en zona, el cuadrado mágico se convierte en una formación móvil. Los cuatro entran en el área, dribbleando y relevándose para que no se desarme la formación y, generalmente, les cometen penal. Si esto no sucede, cuando se aburren, patean y convierten o lateralizan hacia la izquierda, para la proyección del Gringo Ortiz, quien se va hasta el fondo de la raya izquierda y se suma a los Houseman, formando el “pentágono de la muerte”, que funciona de modo similar al cuadrado pero con cinco. Ocho de cada diez jugadas terminan en gol, previo penal, producto de la exasperación de un zaguero desmadrado (…). © Un Caño

Un extraño socio de Mengele Por Nicolás Durkheim Las gentes sencillas prefieren decirle alcoholismo, a secas. La licenciada Ivana Weisman, quien nunca conoció otra Corrientes que la avenida porteña comprendida entre Sarmiento y Lavalle, publicó recientemente en la sección Opinión del diario El Litoral, una explicación lacaniana sobre los motivos que llevan al doctor Von Houseman Jr., un mediocre médico que

nunca ejerció la medicina y vive a expensas de su hermano, un ingeniero agrónomo que se dedica a la explotación del campo familiar, a ver rubios a los morochos y a creer que lo que es genética pura es en realidad el fruto de complejos y macabros procesos frankensteinianos. Weisman no sólo es, según sus detractores, “la última lacaniana virgen”, sino que es la última lacaniana a secas. Explicar los delirios fantasiosos de un alcohólico grave a partir de un superyó nazi es, cuanto menos, curioso. Ahora, esbozar una supuesta tendencia al alcoholismo de los wines derechos por un superyó nazi virtual es un delirio más loco que el propio Von Houseman Jr., quien cree ver cabezas de niños en los zapallos, pistas de entrenamiento en campos sembrados y señalizados, y discontinuación de modelos humanoides en un hermanastro tránsfuga, que huyó a la frontera con Brasil, contrabandeando mercancías varias. Albert Von Houseman llegó al país en 1947, en el mismo barco en el que supuestamente llegó Mengele. Un par de frases intercambiadas al pasar, en la cubierta, fue la relación más estrecha que tuvieron estos dos alemanes. No hay ningún documento, testimonio o si quiera, sospecha de que Von Houseman tuviera relación alguna con el régimen nazi. Es más, según testimonios de la época, se trataba de un hombre tranquilo que vino al país atraído por las promesas de prosperidad y por una FEBRERO 2010 | UN CAÑO 59


hermana que vivía en el Bajo Belgrano, a dos cuadras de donde luego se instalaría la villa. Tenía apenas 24 años, además (…). Terminó sus estudios de medicina en la Universidad de Buenos Aires y vivió en Buenos Aires hasta 1965, donde abrió un consultorio que funcionó por más de diez años. Algunos vecinos sobrevivientes cuentan que el médico alemán era muy aficionado a visitar unos piringundines que funcionaban en la villa del Bajo. Más que un fanático del arte del music-hall, lo era de las muchachas de piel color tierra. Hay quienes dicen que su estancia en el barrio coincide con el nacimiento de un gran wing derecho que empezaría su carrera en las inferiores de Excursionistas. Albert, en su Hamburgo natal, desde muy pequeño descolló como wing derecho en un club infantil de un barrio del que sólo quedaron escombros tras los bombardeos angloamericanos del 45. Aparentemente, la llevaba atada y nunca se la podían quitar. Las medidas de guerra suspendieron el fútbol y le pusieron un final anticipado a lo que podría haber sido una carrera brillante; una esquirla que casi obliga a amputarle la pierna izquierda, lo dejó rengo e imposibilitado de jugar al fútbol. Pródigo como Urquiza entre las chinas de la patria, sus genes de wing derecho están diseminados por todo Corrientes. Los hermanos Houseman de Huracán, los únicos hijos extra-

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matrimoniales que reconoció además del malogrado Albertito, el contrabandista, son fiel testimonio de esta hipótesis, más plausible aunque menos cinematográfica que las explicaciones que esbozan con mayor o menor descaro Von Houseman Jr. y la licenciada Weisman (…). © Un Caño

Paso de la Patria, 2 de julio de 2017 En una semana la patria cumplirá 201 años de vida “independiente”. No es seguro que Von Houseman Jr. llegue a celebrarlos. Obdulio Varela Mujica, jardinero de la casa familiar, ubicada en la chacra “Mein Wing”, renunció a su puesto, cansado de las “locuras” del hermano de Don Luis. Según Varela Mujica, Jr. lo despidió por maltratar a sus criaturas. Cansado de las locuras del curda, prefirió renunciar a tener que aguantar otra explicación de don Luis sobre el idealismo extremo de su hermano. Aparentemente, la medida que desbordó el vaso de su paciencia fue ver a Jr. acariciando un zapallo y, entre llantos y vómitos, escucharle prometerle (¡al zapallo!) que él lo haría jugar en la Primera de Boca. Luego, cuenta Varela Mujica, escuchó un ruido seco como de un disparo de pistola.



Las penas y las vaquitas Para esta ocasión, le encargamos a Román una especie de horóscopo de jugadores. O, para bajar las pretensiones, una ayudita al estímulo de los hinchas, que pretenden un 2010 con emociones futboleras fuertes. ¿Habrá futbolistas sorprendentes en el año del Bicentenario? El resultado va en esta síntesis, que será cotejada en diciembre próximo, cuando las futuras estrellas ya habrán dicho lo suyo. Por ROMAN IUCHT Fotos PHOTOGAMMA.COM

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olatti,de galera y bastón, el Marangoni de fines de los dos mil, se va a jugar a la Fiorentina de Italia. Salvio, con menos de dos años en Primera, arma las valijas y se lleva su velocidad y su gambeta a Madrid para jugar para el Atlético. En éste fútbol argentino deprimido, triste y gris, el panorama pinta pobretón. No hay dinero para grandes compras, porque no aparece ningún Tío Rico con la valija llena de euros. Salvo las excepciones ya mencionadas, la cosa viene brava como para pensar en aquellas cifras despampanantes de algunos años atrás cuando por quince o veinte palos se vendía a más de un crack. Claro que por otro lado, esas ventas y la pésima actualidad económica de la mayoría de los clubes del fútbol argentino no hicieron más que exponer los desaguisados que cometieron los “benditos dirigentes que supimos conseguir”. Poca venta y a precio de costo,

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escasa compra y sin nombres rutilantes. Parafraseando a Discépolo “el fútbol fue y será una porquería en el 506 y en el 2000 también”. El 2010 no parece asomar con grandes estrellas que encandilen dentro del firmamento futbolero. Sin embargo nos jugamos nuestras fichas y, asumiendo el desafío que nos propone la mesa vhica del Consejo de Editores de Un Caño, elegimos a los que pueden ser noticia en el calendario futbolero que comienza a amanecer. Sus condiciones, su proyección o un combo de ambas nos permiten apostar por algunos nombres. Agustín Marchesín ataja en Lanús. Tiene buen físico, interesante personalidad y buenos argumentos para asumir con naturalidad su chance en el arco granate, aún destinando a Caranta a un papel de reparto. En el segundo semestre del año que se fue, ya mostró sus condiciones. Éste puede ser el del afianzamiento. Guillermo Burdisso es defensor de Ro-

sario Central. Posee un intimidante juego aéreo que ya le dio algunas satisfacciones al equipo de Cuffaro Russo. Hermano menor de Nicolás, es algo más lento que el ex Boca, pero probablemente más fuerte. Hijo de la pampa gringa, es un ejemplar perfecto de los pibes bien comidos de la zona más rica del país. Maradona ya lo agregó a su extensa lista de seleccionables, y el pibe parece tener buena madera. La misma que Ezequiel Muñoz, quien por una lesión seria estuvo parado varios meses y recién ahora empieza a ver la luz. Si se lo permite este cono de sombras que habita el Boca 2010, claro… Pero se trata de un defensor con personalidad y buena proyección. Entre los mediocampistas tenemos para todos los gustos. Ismael Quilez juega en el Colón de Mohamed y el Turco lo ubica como un lateral-volante que exhibe interesante manejo de pelota, atrevimiento y retroceso prolijo al perder la pelota. Habrá que seguirlo. Igual que a Jonathan Gómez, de Rosario Central, y a Diego Morales, de Chacarita, que con gambeta y pinta de potrero le pusieron un poco de romanticismo al final del Apertura. Para atacar, Franco Jara, de Arsenal de Sarandí, ya mostró su sello en el cierre


del torneo pasado y conquistó a Maradona, que decidió darle una oportunidad en la Selección. La gente de Newell´s seguirá soñando aún hoy con sus frenos, sus arranques y su capacidad para manejar indistintamente ambos perfiles. En proceso de expansión futbolística, hay buenos elementos como para seguirlos con lupa. Nicolás Gaitán es la carta distinta de Boca para capear el temporal del inicio del año. Pocos jugadores del consumo interno (tal vez ninguno) controla la pelota en velocidad con la precisión que tiene el delantero xeneize. Cierta similitud con Messi aparece cada vez que encara desde la derecha hacia el centro, buscando el ángulo de tiro. Tendrá que equilibrar su temperamento para que los momentos calientes no lo lleven

a perder el eje y su verticalidad resulte la llave para abrir defensas rocosas. La perla del final es Daniel Alberto Villalva. De familia de tradición millonaria, en el inicio del ciclo del Kaiser en la presidencia, intentará darle sonrisas a su homónimo. No se debe caer en la tentación de soltar la lengua de forma gratuita, pero el chiquitín es un carbón al que, puliéndolo con paciencia, se lo puede transformar en piedra preciosa. Tanta personalidad como picardía, guapeza y velocidad son sus cartas de presentación. Tal vez en un año, estaremos hablando de una de las revelaciones del fútbol argentino. Seguro que habrá algún otro. Probablemente equipos con estructura y sólido presente como Vélez o Estudiantes nos presentarán jugadores que en el trans-

Habrá que seguir a Jonathan Gómez, de Rosario Central y a Diego Morales, de Chacarita. Con gambeta y pinta de potrero, le pusieron un poco de romanticismo al final del Apertura. curso de la temporada encontrarán buenas chances para darse a conocer. Nos encantaría recuperarlos a la hora de hacer el balance del 2010. Por lo pronto, y como para ir llevando, nos quedamos con éstos, para que quede claro que, a pesar de las penas, algunas vaquitas siguen formando parte de la buena hacienda del fútbol argentino. Después no digan que no les avisamos…

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de Central.

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PICADO

Años de descuento

A los 28, Germán Corengia dirige Los Andes y le gana a Luis Zubeldía por tres meses el premio de técnico más joven en fútbol argentino de alto nivel. Se nutre de todos: va desde Bielsa hasta Caruso Lombardi. Por MATÍAS DENS

A

los 23 años le hizo un moño a los sueños de futbolista y colgó los botines. Luego de su peregrinaje por las inferiores de Boca, Ferro, Atlanta y Racing, donde se llegó a entrenar con el plantel de Primera, pasó una temporada en Brown de Arrecifes, en el Argentino A. “Y tenía la posibilidad de seguir en esa categoría, o de jugar en la B Metropolitana. Pero no tenía un nombre en el fútbol, y me di cuenta de que se me iba a hacer difícil ganármelo a esa altura. Entonces me decidí por ganarle el tiempo al resto”. Hoy, a los 28 años, Germán Corengia le gana por tres meses a Luis Zubeldía, entrenador de Lanús, en el privilegio de ser el técnico más joven en plaza. Sentado hoy en el banco de Los Andes, en la B Metropolitana, debutó a los 27, cuando todavía jugaba en la B Nacional, durante un breve interinato. Y enhebró un invicto de siete partidos (con cinco triunfos al hilo) en su irrupción como técnico principal. Claro que, antes de alcanzar su chance, sacó un doctorado en remo. “Arranqué en la D, como coordinador de inferiores en Centro Español, donde no había nada armado; hubo que sentar las bases de todo el trabajo. Y también estuve en Liniers. Después fui ayudante de campo de Gustavo Cisneros, y de Luis Blanco en Los Andes, al que reemplacé cuando renunció”, cuenta. ¿Cómo nutrirse de experiencias que, en su mayoría, otorgan los pantalones cortos archivados con premura? “La experiencia la ganás cada minuto y todos los días. La diferencia con los demás técnicos es la edad. Yo jugaba como marcador central y desde el fondo tenés la perspectiva de toda la cancha. Además, era inquieto, miraba todos los movimientos, me quedaba hablando con los entrenadores después de las prácticas… Ya retirado, me puse a hacer cursos, a ver partidos de todas las divisiones, pedí autorización para presenciar entrenamientos de Carlos Bianchi, 64 UN CAÑO | FEBRERO 2010

de Marcelo Bielsa, charlas técnicas del Beto Pascutti, del Gato Daniele, de Caruso Lombardi. Con algunos tuve la oportunidad de hablar más que con otros, pero hasta en el más mínimo detalle te dejan cosas. De todos se aprende. Es una satisfacción ser el técnico más joven, pero también una responsabilidad. Pocos clubes te dan esta posibilidad a mi edad, por eso la tomo con profesionalismo y planificación. No la puedo desaprovechar”, se autoexige. ¿Sentís que por no tener tanto vestuario se te observa con una lupa de mayor aumento? Creo que todos, los técnicos de experiencia y los más nuevos, necesitamos de los resultados. Después, el respeto te lo ganás en el día a día. El resultado es lo que se ve en la cancha, pero también depende de cómo labures, de cómo trates a los jugadores, de si podés mantener la armonía en el grupo, de si lo lográs potenciar para sacarle el jugo y alcanzar los objetivos. ¿Cómo te manejás con los jugadores que son más grandes que vos? Con respeto e ideas claras. Uno busca crecer y ellos lo toman de la misma forma. A su vez, con los pibes estás más cerca generacionalmente. Es cierto que los tiempos cambiaron, que el entorno social es diferente. Y al estar más cerca en edad, tal vez uno se puede acercar y hablarles en una sintonía parecida. Pero en el fútbol no hay una sola verdad. Vos podés gritar o hablar bajo, y de las dos maneras conseguís resultados. Va en cada uno. ¿Cómo armás el rompecabezas de tu técnico ideal? Tomo un poco de cada uno a partir de lo que compartí o vi. De Bielsa me gusta la manera de trabajar, de Caruso Lombardi, cómo lleva al grupo. Yo aspiro a consolidarme en este mundo. Cada uno tiene que buscar su techo. Todo a su tiempo.


PICADO

El estilo british

La especialista en moda se alimentó los ojos con la figura y la pilcha de Pep Guardiola, quien desde el banco de suplentes del Barcelona hace palpitar el corazón femenino. Por CECILIA DI GENARO

Pero no, Josep es españolísimo. Amante de Barcelona, ciudad donde nació y sede del club al que representó en los 90, actualmente es el director técnico del equipo en donde juega Lionel Messi. Pep –así le dicen– parece perfecto. Durante la temporada 2008/09 consagró a su equipo con todos los premios posibles, siguiendo la escuela que impuso el holandés Johan Cruyff hace unos 30 años y que caracteriza esa camiseta: el sistema 4-3-3, es decir, cuatro defensores, tres volantes y tres delanteros. Parece ser, según mis averiguaciones –una no sólo puede preguntar por las caras bonitas, ¿no?–, que esta identidad de juego excede a los entrenadores y a los jugadores. Tiene que ver con una mística especial, una receta que siempre da resultado, ahí donde se luce nuestro Lionel. Pero volvamos a nuestro tema: el look de Pep Guardiola, que podría compararse con el de Cruyff –en su juventud– porque ambos tienen un estilo muy british. Y, como el estilo

no es una cuestión de edad, podríamos establecer un parámetro entre estos dos grandes del balompié. De cara a la próxima temporada, Un Caño revisó las últimas pasarelas y llegó a la conclusión de que los que quieran inspirarse en el look de estos dos hombres tendrán que pensar en un mix de los últimos desfiles de tres firmas europeas líderes: Burberry, Armani y Dolce Gabbana. Aires napoleónicos, materiales esenciales y nobles, como la lana y el paño, estampas de cuadros para los sacos, camisas leñadoras y una vuelta a la importancia de tener un buen sobretodo gris o negro y un piloto clásico –aconsejamos visitar Perramus, en Maipú esquina Sarmiento–. Como nuestro querido Pep, no le tengan miedo a los chalecos sastre, las corbatas –también a cuadros y finitas–. Y, para los más atrevidos, anímense a los bolsos de cuero y portafolios en color marrón chocolate. Y si de colores hablamos, en la paleta manda el gris, el azul marino y el negro. Muy invernal y con una ausencia de color que tiene que ver, según la nueva corriente de opinólogos de la moda, con la tendencia impuesta por la crisis económica mundial que se refleja en el guardarropas y que exige una reorientación hacia los básicos. Así que ya saben: éstas son las tendencias. A los que no las sigan, Un Caño igual los venera, por idear sus propios looks. Porque ése sí que es un estilo bien masculino, que nunca pasa de moda.

ciertas claves de la historia racinguista. En el relato del partido Huracán-Racing se menciona como jugador de Racing a Héctor Horacio El Gringo Scotta en lugar de su hermano Néstor Leonel El Tola Scotta. Como vemos, la historia se sigue

escribiendo según Campanella. Las víctimas son victimarios (o vengadores según su romanticismno maniqueo) y los jugadores de Racing son los de San Lorenzo. No cejamos en nuestras críticas pese a los premios internacionales. Un Oscar ahi...

Preguntás: –¿Y ese DT quién es? –Guardiola –responde tu marido. Pensás: –Tano tenía que ser.

Ojos bien cerrados Ya criticamos duro a El secreto de sus ojos, pero además descubrimos un error grosero en una guión que, justamente, se sostiene dramáticamente en conocer

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A esquivar el pajarito Un rescate de curiosidades fotográficas y de las otras, menos registradas, forman parte de este texto de Fabbri que nos lleva a la época en la que todo era posible: que atajara un arquero al que le faltaba una mano y parte del brazo, que los jugadores no quisieran salir fotografiados en diarios y revistas, y que alguien, desde Europa, trajera al país la moda de las rodilleras.. Por ALEJANDRO FABBRI

S

i algo tuvo el inicio del profesionalismo en la Argentina fue una serie de curiosidades que se perdieron en el tiempo. Algunas han sido rescatadas y quedaron vigentes en la memoria popular; otras se fueron al arcón y de allí no han salido más. Los años 30 marcaron el paso veloz del amateurismo hacia los contratos y el ingreso de dinero para cada jugador, aunque por valores infinitamente menores a los actuales. Los físicos se fueron afinando, los

a se

Nunc Blasco. El Vascolos guantes. olvidó

entrenamientos fueron cada vez más rigurosos y la atención del periodismo fue creciendo hasta convertirse en lo que hoy significa: un acompañante permanente que ha ayudado a la enorme dimensión que tiene el fútbol en el país. No había espacio, ya en los años 20 o 30, para que un equipo tuviese un arquero manco. Leyó bien, sí: en 1906, en Barracas Athletic jugaba uno de sus fundadores, Winston Coe, como arquero. El detalle era que Coe carecía de su mano y de parte del

brazo izquierdo. Así y todo, fue figura en varios partidos, como lo señala la crónica del diario The Standard, cuando Alumni goleó al modesto equipo barraquero por 6-0, el 12 de octubre de 1906. Ese periodismo con fotógrafos, que necesitaban tiempo y atención para obtener los retratos de los equipos, soportaba la molestia de futbolistas de casi todos los planteles, que no querían ver su cara reflejada en los diarios y revistas. Se hace casi imposible encontrar fotos en las que

Boca campeón 1935. Yustric h, el arquero se niega a que Un misterio de ¨El Pez Volalos reporteros gráficos lo registren. dor¨.


Al mismo tiempo, aparecieron las rodilleras ¿Cuál habrá sido el primer arquero en usarlas?

arqueros como Bruno Barrionuevo, de Huracán, y Juan Elías Yustrich, de Boca, aparecieran mirando a la cámara, sonrientes o serios. Yustrich –un rosarino a quien apodaban El Pez Volador- era particularmente esquivo, a pesar de la gran popularidad que obtuvo atajando en el campeón de 1934 y 1935. En la misma época jugaba un entreala derecho que tenía un vicio: la gambeta. Era Vicente Zito o La Bordadora, como le decían en Quilmes, club que vio su debut cuando tenía 19 años, en 1931. Zito hizo una campaña brillante con 324 partidos oficiales y 106 goles repartidos entre el cuadro cervecero, Racing y Atlanta. Tampoco hay demasiados registros de Zito mirando hacia el objetivo del reportero gráfico. Era particularmente reacio, ya que agachaba la cabeza y, si bien nunca explicó el motivo,

Se hace casi imposible encontrar fotos en las que arqueros como Bruno Barrionuevo, de Huracán, y Juan Elías Yustrich, de Boca, aparecieran mirando a la cámara, sonrientes o serios.

era él quien “arruinaba” la foto de turno. Hasta bien entrados los años 40, persistió en el fútbol argentino la costumbre de varios futbolistas de actuar con boina o algún tipo de gorra. No era, como se creía, patrimonio exclusivo de los arqueros, que en muchos casos no jugaban con camiseta sino con un suéter o pulóver. Imágenes de Arrese (Platense) o Lecea (Independiente) en los años 30, con boina blanca, o del experimentado Recanatini, que jugó en Gimnasia y en Almagro luciendo un sombrero como el que usaba el personaje principal de la serie norteamericana La isla de Gilligan, la boina negra de Miguel Garavano, un defensor de larga campaña en Ferro, o la famosa boina blanca del uruguayo Severino Varela, ídolo del Boca campeón de 1943 y 1944, abundan entre los recuerdos de época. El final de los años 40 y la modernización de la vestimenta fueron marginando aquellos gustos personales más vinculados a otro estilo de vida, mucho más sencillo. Al mismo tiempo, aparecieron las rodilleras -¿cuál habrá sido el primer arquero en usarlas?- y los guantes, introducidos por el arquero español Gregorio Blasco, contratado por River en 1940. Blasco los utilizó en sus 18 participaciones. Era vasco, de

la provincia de Vizcaya, y se había lucido en el Athletic de Bilbao y la Selección española. Pero se incorporó al combinado de Euzkadi, que en 1938 salió de gira por Europa y América para recaudar fondos destinados a los refugiados vascos y al gobierno republicano, en plena guerra civil española. Junto con sus compañeros Isidro Lángara, Luis Regueiro, Ángel Zubieta e Iraragorri, no pudo volver a su país por la persecución política, y su vida deportiva se trasladó a México, tras el triunfo del fascista Francisco Franco. En 1940, los dirigentes de River apostaron por él, pero el rendimiento no fue bueno, en un año particularmente desastroso del club millonario. Así y todo, introdujo los guantes, rápidamente adoptados por la mayoría de sus colegas.


Cachito busca otro final El pibe correntino del que más se habla en estos dias mide 1,58, juega en River y es un adolescente gambeteador con sueños maradonianos. De lo poco que se conoce sobre él, aportamos un poco más. Keko Villalva, tal vez, pueda subsanar la perdedora historia que escribiera el maestro León Gieco. Por RAMON ZAPICO Y EZEQUIEL BERGONZI

“Tenía nueve años. Estábamos en una quinta con unos amigos buscando mango y uno avisó que iba a tirar una caña seca. Entonces yo le dije a mi hermanito que se corriera. Pero él no quería correrse. Nos movimos un poquito nomás. Y en un segundo, apenas levanté la pierna, sentí el pinchazo. La caña tenía una punta y me quedó clavada. No sabés lo que era eso. Mi hermano lloraba como loco. Fuimos a mí casa y de ahí al hospital. Me la sacaron como pudieron. Pero quedaron astillitas, y a las 48 horas tenía la pata completamente infectada. El médico le dijo a mi mamá: ‘Tiene dos horas para que su hijo salve la pierna, si no se la van a tener que cortar’. Volamos para Corrientes de madrugada y me internaron por tres días. Diez cirugías, me hicieron. Creí que no iba a caminar más. Todavía cuando me pisan lo siento”. Daniel Alberto Villalva sólo dudó de su futuro como futbolista en ese breve instante en el que se enteró que podía perder la pierna. Antes y después, tuvo claro su destino. A los once años ya se había ido de su casa de Caa Catí (130 kilómetros de la capital correntina) para probar suerte en Rosario, en Tiro Suizo. “Me acuerdo que viajé con mi papá en un colectivo de El Pulqui. Y que preguntaba cada diez

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minutos si ya habíamos llegado. Era mi primer viaje fuera de la provincia. No entendía nada. Me costó mucho adaptarme, era demasiado chiquito”, comenta. Para ese entonces, ya se destacaba del resto. Por eso decidió venir a probarse a Buenos Aires. Primero fue a Boca y Ramón Maddoni no sólo lo aceptó, sino que además le pidió que se quedara para jugar un torneo en Córdoba con el equipo. Después fue a San Lorenzo y también quedó. Y finalmente, quiso tirar una ficha en River. “Me dijeron que quizás me llamaban, así que me volví a Corrientes. Una tarde vuelvo de la laguna y mis papás estaban llorando: había quedado. Fue uno de los momentos más felices de mi vida”, aclara. Y comenta, pícaro: “al final, me crucé con Maddoni en ese torneo de Córdoba. El estaba como DT de Boca y

“Una vez tuve cruce de palabras con Verón. Le dije: ‘eh, a vos te cobran todo por ser Verón’. Me miraba y se reía”.

yo como jugador de River. Me puteaba en todos los idiomas. Yo le había dicho que volvía, pero nunca volví. Pasa que me tira mucho la camiseta”. La historia continuó a ritmo (exageradamente) acelerado. Con 16 años, siete meses y dos días, Keko (así le puso su hermana menor, un derivado de “mukekko”, un sinónimo de maricón) debutó en Primera, ante Colón (2 a 2, en la primera fecha del Clausura 2009) y se convirtió en el jugador más joven de toda la historia de River. Recién volvieron a ponerlo en el campeonato siguiente: enseguida marcó su primer gol frente a Chacarita y, luego de once partidos, se dice que lo pretenden Real Madrid, Manchester United y Chelsea. “Me pone contento que hablen de mí, obviamente, pero no le doy mucha bola. No miro esas cosas. Soy chico, estoy arrancando recién. Estoy quemando etapas. No es lo mejor. Yo quiero asentarme bien, disfrutar la camiseta de River. Sería muy injusto para mí tener que irme ahora. Quiero un campeonato acá”, señala. En el mundo de Villalva, hoy todo parece irreal: es al único a quien Diego Maradona llama por su apodo cuando juega con los sparrings en los entrenamientos de la Selección, es el mimado de Ariel Ortega en las concentraciones de River y


los defensores más grandes. “Me pegan bastante, pero bueno, es parte del fútbol. Yo no soy de los que se quedan calladitos; una vez tuve cruce de palabras con Verón. Le dije: ‘eh, a vos te cobran todo por ser Verón’. Me miraba y se reía. Son momentos de calentura, después pensaba en la pensión: ‘estoy loco, como puedo faltarle el respeto a un tipo así’”. Así es Keko. Desde Corrientes a Buenos Aires (con escala en Rosario) un señor lo fue a buscar. Como a Cachito, el campeón de Corrientes, pero con la suerte de su lado.

“El médico le dijo a mi mamá: ‘Tiene dos horas para que se hijo salve la pierna, si no se la van a tener que cortar’. Creí que no iba a caminar más”.

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hasta Didier Drogba festejó de pie sus jugadas en un partido entre jóvenes millonarios y del Chelsea, en Inglaterra. “Ese día se acercó mi representante y me dijo: ‘che, al lado mío estaba sentado Drogba, y cada vez que hacías algo bueno con la pelota, te aplaudía’. No puede ser, pensé yo. Y él me insistía: ‘dale, llevale tu camiseta’. Entonces fui y lo encaré, aunque de inglés no sé nada. Estaba rodeado por cuatro tipos de seguridad y medía como dos metros. Le di mi camiseta, se rió y me tiró: ‘thank you’. ‘Todo bien’, respondí. Al otro día me mandó su camiseta por Franco Di Santo”, relata emocionado. En su último viaje a Caa Catí, para ratificar el concepto de su burbuja imaginaria, Keko fue recibido por una caravana organizada por su padre y tres hinchas de Boca. “Fue increíble. Había muchísima gente, tuve que hablar, un desastre… No me gusta hablar. Para colmo, a los pocos días también gané la Garza Dorada, el premio más importante del pueblo y tuve que hablar de nuevo. Dos veces... Me pongo tímido con la gente del pueblo porque me conocen de siempre”, explica. Y cierra: “Igual disfruto mucho cuando voy. Mi representante siempre me ofrece viajar a Brasil, pero yo prefiero Caa Catí. Es un lugar chico, de nueve mil habitantes. Tiene mucha paz, la gente es humilde”. Keko, estrella de la pensión, ex alcanzapelotas y admirador del delantero francés Henry, dice que conocía a Matías Almeyda del Showbol y destapa toda su juventud. Pero también habla del dolor que le provocó ver a nenes de tres años juntando troncos en Nigeria, en medio del Mundial Sub 20, y trasluce una extraña madurez. Cuenta que no toma nada para crecer, que sabe que dará un estirón, que las diferencias que nota tras haber llegado a la Primera son las presiones y las responsabilidades, que quiere terminar la escuela “porque el fútbol un día se acaba” y que sus dos nombres de pila no son responsabilidad directa de Passarella: “El doctor que atendió a mi mamá cuando me tuvo también se llamaba Daniel Alberto. Así que fue un poco y un poco”, reconoce. Es respetuoso y medido, pero no casetero. Por eso no esconde que se calienta cuando le hacen sentir el rigor

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Veranos de Súper Acción

La nostalgia, se sabe, y lo ha reafirmado Eduardo Galeano, no exige nada. De pronto aparece, convertida en recuerdos de aquellos torneos marplatenses, de equipos orientales y soviéticos, de trasnoches de TV en blanco y negro. De algunas historias cordobesas que ignorábamos, y de los actuales torneos, nos escribe nuestro colega de Río Cuarto. Por OSVALDO ALFREDO WEHBE

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n la parroquia. Esta noche en la parroquia. Como siempre. Cada lunes, miércoles y viernes de los veranos. Cuando los curas del lugar organizaban el papi-fútbol más famoso de la ciudad. Cinco y el arquero. Humo de choripanes. Tres partidos por noche y lo mejor: los equipos que representaban a barrios o a comercios se reforzaban con jugadores de afuera. Ésos eran nuestros torneos de verano. Unas tribunitas chiquitas a los costados y a disfrutar del balompié estival, sin televisión ni playa. Vimos allí arqueros-leyenda. Inexpugnables en el papi y muy malos en los arcos de verdad. Artilleros capaces de hacer ocho goles y no pasar la prueba en la quinta del club de su comarca. Y árbitros tan venales o imparciales como cada domingo en la Liga. Por ese tiempo, Estudiantes de Río Cuarto organizaba los campeonatos IMBO, auspiciados por una marca de muebles metálicos, que nos permitían a un nivel muy superior al de la parroquia, claro. Y, en una cancha de verdad, ver a Talleres, Belgrano, Instituto, San Martín de Mendoza y hasta Newell’s medirse con los nuestros. Si hasta el local lograba el concurso, por ese mes, de algunas refuerzos. El Cuchi Cos, enorme delantero de Belgrano que brillara en el Barcelona, uno de ellos. Simultáneamente, en Mar del Plata comenzaban los torneos de verano. Por radio, o por las fotos de los diarios, nos arrimábamos a ellos. Aprendíamos a nombrar equipos de países lejanos e ignorados por nuestro pobre interés geográfico. El estadio General San Martín era el lugar y el Vasas de Hungría o el Rapid de Viena se presentaban en nuestras vidas. Un primo mendocino pasó por nuestra ciudad de vuelta de las vacaciones en La Feliz y contó que había visto San Lorenzo-Peñarol. Que lo había llevado el tío, que era cuervo. Enero del 68. La envidia apareció en toda la barra. Mi primo es bostero; pero el Patas Cortas, muy sanlorencista. Y que a los 12 años viniera un muchacho con toda su frescura y dijera que había visto de cerca a Los Matadores era mucho.

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El pariente cuyano tuvo que contar de Fischer, de Albretch, de Buticce. Además, había visto a Mazurkiewicz, a Goncalvez, a Rocha... Un Peñarol extraordinario. El Bambino Veira hizo el gol santo e igualaron uno a uno, creo. Me quedó grabado. No olvidé esa sensación de haber querido ser el mendocino; eran tiempos en los que se venía el Cordobazo y Agustín Tosco arengaba a sus trabajadores desde el más limpio sindicalismo que recuerde. Por eso, cuando en 1975 fuimos con mochila y carpa a Necochea, dos de nosotros nos descolgamos hasta Mar del Plata a ver Boca-River. Y si bien ya teníamos presencias en cotejos de AFA en las gradas de los viejos Nacionales, ese dos a dos, con goles de Alonso, Mas, Potente y Tarantini, representó en mi cara aquello que les pasa hoy (con tanta televisión y con partidos de menor cuantía) a los turistas “inocentes” que van por “su” partido afista. Una manera de comprar espejitos que en estos días es una “estafa consentida”. Una figura penal inexistente, claro. Muy parecida a la que el monopolio ejerció con los clubes (de la mano de Grondona) antes del discutible Fútbol Para Todos. Entonces no importa si Boca pone la cuarta o River la tercera. La procesión hacia el Minella es increíble . Aunque no todos se lo creen. Sólo son una porción de cada club. Pero basta para llenar la cancha en el Clásico y que el diario del otro día castigue la derrota de la Academia, el Rojo o San Lorenzo como si fuese por un torneo oficial. Y atención. Este verano, como en las copas, como en el Mundial, los dueños del fútbol son y serán los mismos que fueron “desplazados” por Grondona y el Gobierno. ¡Qué grupo de pájaros, todos! ¿Serán ases en la manga de Don Julio? ¿Serán acuerdos más allá de la ruptura parcial del negocio? Cuando lo sepamos, no pasará nada. Porque todo habrá pasado. Mientras tanto cada verano mezcla aquella imagen de la parroquia con las pequeñas tribunitas y los amigos sonriendo; la posibilidad de ver de cerca a Legrotaglie o Willington en los campeonatos IMBO y esta manera de presentar a la redonda: primero en la playa y luego en Salta y Mendoza. Con tribunas llenas de caras felices que dicen que les importa un bledo una estafa en nombre de las camisetas que aman.


PICADO

Cómo lograr un buen servicio

(más allá de los courts...) Por ROSCOE TANNER

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uando “mail” nos hacía pensar en el cartero y todavía la gente mandaba postales, esta nueva entrega podría haber arrancado así: “Desde estas bonitas playas...”. En cambio, hasta donde mi memoria me ayuda, prefiero que comience así: “Alfajores Havanna”. “La Bristol”. “Hotel Provincial”. “Don Felipe (no el vino, Locícero)”. “El Náutico”. “Postre Balcarce”. “A la noche refresca”. “Constitución Avenue”. “Los troncos (no este Boca, el barrio)”. “El mar es traicionero”. “Pampero Tenis”. “Juano Moro”. “Las medialunas de Atalaya”. Tanto había sentido hablar de estas playas que no podía dejar de visitarlas. Lo comenté entre amigos y me dijeron que estaba loco, que lo cool era Punta del Este. Y que si prefería no cambiar dólares me fuera a Cariló o a Pinamar. “Gringo y rubio: ahí ganás seguro, boloo”, insistían. Pero en cuanto mi memoria fue rescatando las miles de anécdotas que el Gran Willy Vilas solía contar, entonces no lo dudé: mi destino era Marpla. Y aquí me tienen. De paso mato dos pájaros de un saque, me dije. Por un lado, al fin podría confirmar si los courts del Náutico son realmente tan ventosos como contaba Guillermo. Y, la verdad, Willy no exageraba. Todavía hoy se sigue hablando de aquella final de Interclubes de mediados de los 60. Fue una tarde de un viento tan pero tan feroz que, de pronto, el court fue arrasado por un huracán de polvo de ladrillo, justo en el cambio de lado en que un par de cancheros pasaban la rastra y limpiaban los flejes escoba en mano. Cuando el temporal amainó, y el remolino gigante de tierra colorada se perdió en el horizonte, el court quedó limpito como nunca... ¡Pero de los cancheros ni noticia! Un llamado de la Prefectura clarificó el panorama. El tipo de la escoba había aparecido estampado contra El Faro. Un mozo del club jura que el de la rastra terminó en pleno centro de Necochea, como quien domina un ala delta. It’s a true story, amigos. Por otro lado, no podía abandonar la misión por la que Un Caño me está pagando. A fin de año, más de una amiga me confesó su intención de trasladar sus servicios a la playa. “Combinar vacaciones con placer”, explicaron. Están las que siguen prefiriendo el régimen de relax en departamentos. Están las que eligen parar en pubs. Pero ninguna se compara con Yolanda –“decime Yoly”: le encanta hacerse la bebota–, una morocha flaquita que, si no escuché mal, se jacta de haber patentado algo que denominó “el método del barquillo”. Obviamente, no sabía de qué shit me estaba hablando...

-¿Cómo no sabés lo que es un barquillo? -¿Qué se yo? Me suena a barquito… Tentada de risa, dijo que al día siguiente podría comprobarlo. “Te espero en el balneario 12 de Punta Mogotes”, invitó. Al next day, ahí estaba Yoly, infartante, con una tanguita animal print y una ajustada camisita blanca tipo heladero. Abrió un tambor de metal en cuya tapa giraba una especie de ruleta, y metió la mano: –Tomá, esto es un barquillo. -Ah, hubieras empezado por ahí: un cucurucho aplastado –repuse. - Ahora vas a ver “el método”. Pero ojo, pispeá de lejos, que si no van a pensar que sos un guardabosques”, advirtió. No tuve tiempo de preguntarle: a) ¿Qué era eso de pispear? b) ¿Qué tiene que hacer un guardabosques en la playa? Y ella ya desfilaba entre la gente al grito de “¡¡¡baaaaaaarquillos!!!”. Llevaba el tambor colgado del hombro derecho, mientras con una de sus manos hacía girar la ruleta, generando un espantoso e interminable tac-tac que me provocó un flashback instantáneo. Ahí va un Roscoe infante –seis, siete años–, de la mano de daddy&mommy, a punto de disfrutar de la Rueda de la Fortuna en la gran kermese de Minneapolis. Si acertabas el número, ¡bingo!, podías elegir jugosos premios. Volviendo a Yoly, enseguida me quedaron claras su técnica y su táctica. Era simple: entre los llamados que recibía en la arena, ella complacía exclusivamente a caballeros solos, bien torneados y bronceados. Ellos, claro, no podían creer que semejante diosa ofreciera algo que, a esa altura, semejaba mucho más una hostia que un cucurucho aplastado. Pagada la ración, Yoly precedía a deslizar, con sonrisa cómplice y sin pudor, una tarjetita con la dirección y el teléfono del depto. cercano al Casino donde atiende una vez que cae la noche. Y si bien ya sabía de sus bondades –peloteamos más de una vez en Baires–, me pareció que valía la pena visitarla. ¿Y a que no saben qué? Apenas se sacó la camisita de... ¿barquillera? –“¡A mis clientes les encanta que los reciba igual que en la playa, Ros!”, se justificó más bebota que nunca– entendí perfectamente por qué su destino estival no podía ser otro que Mar del Plata. Piensen en dos hermosos, turgentes y coníferos Havannets (de chocolate, obvio, nunca coco) y se harán una idea. FEBRERO 2010 | UN CAÑO 71



“Me siento Cristóbal Colón” Hernán Montenegro fue el primer argentino en llegar a la NBA, en el 88. “¿Sabés lo que había que jugar para estar ahí?”, pregunta sin falsa modestia. A los 43 años, volvió en la Liga Nacional. El Loco de siempre... Por NINO SEGURA Fotos JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ

N

ombre: Hernán Abel Montenegro. Edad: 43. Estado civil: separado y otra vez de novio. Profesión: representante de basquetbolistas extranjeros. Domicilio: Villa Ventana, provincia de Buenos Aires, un pueblo que no llega a los mil habitantes (“me tenía podrido el quilombo y la polución de Bahía Blanca”). Señas particulares: mide 2,07 metros, acusa un peso de 110 kilos (“aunque hace dos años pesaba y 139 y era más fácil saltarme que rodearme”), y lleva en ese envase mismas dosis de talento para jugar y desproporción para vivir. Alias: Loco. Y en esta última característica se explica el pelo camaleónico, el 22 que alguna vez se dibujó en la cabeza enfrentando al Dream Team del 92 (Jordan, Magic, Barkley), el desplante a la mismísima NBA, su sinuosa relación con las drogas, la suspensión por dóping, que se apareciera en su casa con un colectivo cuando a su mujer de entonces le había dicho que iba a comprarse un Volkswagen Escarabajo, que hoy tenga que seguir trabajando para vivir, que pocas veces se reprima para hablar o para hacer, que no le tema al ridículo... Que no le tema al ridículo, de eso se trata su última gran decisión, que lo puso otra vez, a su edad, en la calesita de la competencia, en ese

spiedo en el que si das una vuelta más, terminás quemado. Las palabras ridículo y complejo no están en su vocabulario. A su edad, con su desgaste y ya siendo abuelo de un chico llamado Pedro, se le infló el pecho cuando en Obras Sanitarias le propusieron volver a la alta competencia. Porque tiene un ego tan potente que se rindió ante una propuesta que es de locos, justamente. Y volvió. Se dio el gusto de despuntar el vicio en lo que ahora es su hobby: jugar al básquet. En la Liga Nacional y en la Liga de las Américas. Se convirtió, el domingo 10 de enero y en un partido contra Lanús, en el jugador argentino más longevo en disputar nuestra liga, con 43 años y 153 días (sólo lo supera el nacionalizado Edgar Merchant, que jugó con más de 45 pirulos). Y en medio del frenesí por el regreso, del reencuentro con las luces, con las notas, con las ovaciones, con el sentirse el centro del universo (como a él le gusta, como a todos nos gusta), se presta al diálogo reflexivo. Lo hace después de batallar con un lavarropas que lo tenía a maltraer en su nueva casa: da su primera pitada, saborea el picante tabaco y desenrolla su picante lengua para Un Caño. Tratando, primero, de explicar por qué es un escapista que hasta se burla de

la lógica natural del paso del tiempo. ¿Por qué te escapás? En el fondo tiene que ver con una búsqueda de ver qué es lo de uno, a veces lleva un poco más de tiempo, y en este caso parece que encontré las formas, el lugar, la gente para estar más tranquilo. Porque en definitiva es lo que siempre quise: vivir tranquilo. Todo muy lindo, pero decidiste volver a jugar, a salir de esa tranquilidad. Pero volví a jugar porque surgió la oportunidad sin que yo la buscara. Yo estoy siempre reconstruyéndome. Lo he hecho toda mi vida, y eso no lo voy a cambiar. Es un tema de buscar cosas nuevas, de tratar de desengancharme lo más posible del ayer. Es evolutivo. Y lo más difícil, al menos para mí, es disfrutarme. Hasta acá he ido en una carrera endemoniada, primariamente contra uno mismo, porque cuando no encontrás la tranquilidad para estar bien se complica todo lo que depende de vos. Y hoy miro hacia atrás con alegría, ni siquiera me planteo qué se hizo bien o mal. Lo que hice lo sentía, eso no lo he traicionado, aún equivocándome, porque obviamente que me equivoqué. Dijiste que la Liga Nacional es fuerte y vos, a los 43 años, volvés a jugar en uno de

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sus equipos. ¿Cómo sostenés esa teoría? Para mí es fuerte. Y con un poco más de plata le pasaría el trapo a la española. Nunca va a ser la mejor del mundo, pero es una de las más difíciles de jugar. Y lo sé por el ambiente que yo manejo, el de los americanos; a muchos de los que vinieron de Europa les costó. Es un mercado que no tiene ningún jugador con más de 2,10 metros, porque no nos gusta jugar con esos mamotretos. Y ahí entro yo, por mi altura, pero ojo, que tampoco volví para hacer el papel de un mamarracho, sino para hacer mi aporte. Y no puedo caretearla, porque en la Argentina se conoce el juego. ¿Qué nos espera para el Mundial de Turquía? Primero hay que encomendarse a Cristo para que ninguno de estos chicos llegue roto, porque vienen de, al menos, diez años de muchísima actividad. El hambre lo van a tener porque nacieron así y fue el puntal de un equipo maravilloso, pero ya son grandes. Si están enteros, podés esperar cualquier cosa. Fueron únicos en la historia del básquet mundial, desde el momento en que empezaron a romper con la hegemonía americana. ¿Se darán la última alegría? Y sí. Respecto de los chicos que vienen atrás está el mar Egeo en el medio. Atrás no viene nada, o poquito, todo de cabotaje. Después de esa generación habría que plantearse jugar contra Brasil las finales del Sudamericano. Ya con eso no sería malo. Hay que asumir que en la vida se puede nacer pobre, se puede ser rico y volver a ser pobre. Hay que esperar que surja otra generación parecida y la transición vivirla sin cortarse las venas. Con la Selección en el número uno del ranking de la FIBA, ¿no es desprolijo que Sergio Hernández sea un entrenador part time, que tenga que dirigir a Peñarol? Más que desprolijo, me parece una grasada. No es serio. Pero quizás económicamente la Confederación no está en condiciones de bancar un entrenador full time. Y si es así, no hace más que demostrar la falta de profesionalismo de los dirigentes argentinos al no haber sabido vender el negocio de la Selección argenti-

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na. Yo estuve metido en una negociación muy importante con la Confederación, para que la Selección tuviera un ingreso económico de unos 15 millones de pesos por año, y no lo quisieron. Y los jugadores lo sabían porque yo me reuní con todos. Era más fácil tener en el pantaloncito Verdulería Carlitos y en la camiseta Kiosco Mary que tener una empresa importante que quería hacer las cosas bien. ¿Quién es hoy el mejor jugador argentino? Por condiciones, Carlos Delfino. Olvidate. Es lejos el mejor de todos, porque tiene lo que necesita un jugador moderno. Y hay una cuestión lógica en que me guste, porque en Carlos veo muchas cosas mías: contextura física, altura, brazos largos, es atlético, tiene técnica, conoce el juego... Después le podés sacar todos los defectos que quieras, pero para mí es “el” jugador de básquetbol. ¿Por qué decís Delfino y no Ginóbili? Lo que ha hecho Manu es increíble e indiscutible. Pero tiene otras cosas, es más físico. De hecho, cuando tiene problemas físicos no es el mismo. El talento no se compra en WalMart. Y Manu es un gran talento físico, un tipo súper inteligente, que ha tenido la habilidad siempre de hacer lo que hace falta para que un equipo gane, lo que no es poco. Pero si hablamos de un jugador, ése es Carlitos Delfino. Lo tiene todo. ¿Y por qué no se consolida en la Selección? Es lo mismo que sucedía con Bochini en la época de Maradona. Un monstruo indiscutido que tuvo a Maradona adelante. Y Delfino lo tiene a Ginóbili. Sos contradictorio. Porque por algo juega Ginóbili y no Delfino. No siempre los mejores son los que ganan. Está demostrado. Nunca vi un piloto de Fórmula 1 mejor que Gilles Villeneuve, y sin embargo rompía todos los autos. Que no gane siempre el mejor hace al deporte más atractivo. Y más competitivo. En 1988, luego de ser elegido en el puesto 57 del draft y de participar en una liga preparatoria, Montenegro rechazó jugar en la NBA por entender que era in-

suficiente el contrato que le ofrecía Philadelphia 76ers. Para ese entonces, con 22 años, ya había jugado en la Universidad de Lousiana State y en el CAI Zaragoza. Y fue España el sitio en el que empezó a perder la paz: con apenas 17 años, solo, sin contención más que la endeble de su propio espíritu adolescente, empezó un derrotero que terminó, tiempo después, con su flirteo con las drogas. Era el amanecer de una carrera que lo tuvo como icono de la irreverencia deportiva, blanco ideal de la frase “mirá si el Loco se dedicaba a hacer bien las cosas…”. “Yo soy un tipo que jugó a esto porque tuvo talento, no porque lo eligió. Siempre traté en una cancha lo mejor de mí, que era mi talento. Yo jugué deporte de grupo, y así como estuve rodeado de cuatro tipos muy buenos, también les hice ganar plata a muchos perros. Y puedo decir que eso también es una ganancia. Tenés tu magia. Como también es muy difícil ser muy bueno y jugar al lado de tipos que estén a tu altura o sean mejores que vos, amalgamar cinco grandes talentos. Ahí está la virtud de la Generación Dorada”. Al escucharte, sin conocerte, puedo pensar “¿a quién se comió éste?” No me interesa. Pero si me llevan a ese lugar, sé ponerme en ese lugar. Yo fui el primer jugador argentino que jugó en la NBA, el primer argentino drafteado, el primer argentino en jugar en una universidad norteamericana. Me siento una especie de Cristóbal Colón en esta historia. ¿Sabés cuántas veces fui el primero en tantas cosas? Muchas puertas que hoy se aprovechan las he abierto yo. No soy tan pelotudo. Y no fui hace cuatro días a la NBA, fui en el 88. ¿Sabés lo que había que jugar para estar ahí? La autoridad la tengo ejercida a través de los hechos. Que después con mi carrera y con mi vida haya hecho lo que yo quise, es un tema aparte. ¿Cómo se entiende que hoy estás penando para cobrar la plata de un jugador y no viendo cómo la guita te crece en el banco? Porque son decisiones de vida. Tenés el que vive sentado arriba de un billete a ver cómo florece y mientras tanto se olvida de vivir, y tenés al que vive para ver el

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billete. En ese grupo me incorporo. Yo no necesito tener cien mil dólares para ser feliz. Y me ha sobrado la plata. Lo que siempre hice fue vivir. Eso lo tengo muy claro. Tal vez de otras cosas no puedo hablar, pero de eso puedo dar cátedra. Trabajaste con el fútbol. ¿Ya no más? Me quedan algunas cositas puntuales, porque me gusta el fútbol. ¿Por qué sólo te dedicás a basquetbolistas extranjeros y no a nacionales? Porque considero que lo manejo bien y porque ya laburé cuatro años con una empresa (You First) en la que debíamos tener nacionales. Y no me interesa ser papá de nadie. ... Hoy el jugador necesita de un cuidado intensivo que no estoy dispuesto a dar. Prefiero ganar menos guita y vivir mejor que estar enloquecido con el culo arriba de un auto o de un avión, o atendiendo llamados a cualquier hora del día porque a la señora del jugador se le rompió el calefón. No tengo ganas de eso. ¿Esto te pasaba con los basquetbolistas y con los futbolistas? Con ambos. Y no tuve más ganas de atenderlos porque con lo que hoy te exigen los jugadores, sobre todo los de fútbol, parecen tus hijos. O peor, por-

que a tus hijos por lo menos los podés retar, hacen puchero y se te van a dormir, mientras que a los jugadores los retás y se te van al carajo. Les estás dando de comer durante un montón de años, cuidándolos desde chiquitos, y el día menos pensado te pegan una patada en el culo. Es como me dijo una vez Hugo Issa: “el mejor jugador de fútbol es el que te va a cagar último. Pero te va a cagar”. Y no tengo ganas de vivir ingratitudes. Entiendo también al jugador, no lo ataco, pero las cosas son así y ahí no me interesan. Yo me llevo mi pedacito de la torta y que los demás se maten. Estás hablando de tipos, los representantes, que no son ningunos santos. Por supuesto, en este ambiente conozco más garcas que buena gente. Yo te hablaba de lo mío, de lo personal, de las cosas a las que no me expongo. ¿Del fútbol te fuiste antes de romperle la cara a alguien o llegaste a hacerlo? Me fui como un señor. Y pueden dar fe de ello Licht y Nico Cabrera. De hecho, el primer contrato de Cabrera con Gimnasia lo conseguí yo negociando con (Juan José) Muñoz, y me costó un huevo y la mitad del otro, además de varias amenazas. Pero cuando me di cuenta de que él necesitaba un representante con espal-

das más anchas, fui yo a decirle “buscá a alguno grosso porque yo no soy lo que vos necesitás”. Y con Lucas lo mismo. ¿Cómo es negociar con Muñoz? Es como discutir con una madera. Está acostumbrado a llevarse a todo el mundo por delante, y conmigo se encontró con un gran problema. Ahí me pregunté dónde estoy metido. Hubo un par de situaciones que no me interesa ventilar mucho, porque tengo familia e hijos, pero se puso pesado; en Estancia Chica, con los chicos, se puso pesado conmigo y me tuve que comer un par de fierrazos en la espalda, pero nada nuevo en el fútbol. Era una época brava. Era un pesado en serio. No es joda, y por eso lo cuento. Montenegro dice sentir “pasión por el fútbol”, que es “de Boca, pero no fanático”, que despotrica de la “bicicleta de Zanetti en la Selección pero no por Zanetti, sino por la alarmante falta de recambio” y que se declara “un amante de Bielsa”, alguien a quien le respeta “haber descubierto a Heinze y a Mascherano”. Loco, sí, aunque tal vez no tanto. “Mis expectativas para el Mundial son escasas, y no lo digo por Maradona, porque los entrenadores tampoco son magos. Sé que en un Mundial puede pasar de todo: Argentina, cuando fue de culo, salió campeón

Y AHORA SE CEBÓ “Estoy bajoneado, tengo ganas de pegarle una patada a alguien”. Llevaba unas 12 horas en el país, tras haber estado unos días en México. La idea era compartir la alegría del regreso con la familia, pero el espíritu competidor le comía la cabeza y los nervios. “Me desgarré hasta el culo, tengo la pierna azul por el hematoma”, le contaba Hernán Montenegro a Un Caño, caliente, muy caliente por la lesión que lo dejó fuera de competencia en el primer partido de los tres que Obras jugó en Xalapa por la Liga de las Américas, torneo en el que el equipo argentino quedó rápidamente eliminado. Y la calentura del Loco, en buena medida, se encapsulaba en la desdicha de ver cómo los suyos se iban descascarando en la derrota contra Halcones de Xalapa sin que él nada pudiera hacer para salvarlos. Claro que un poco más allá de la epidermis, ardiente 76 UN CAÑO | FEBRERO 2010

por la bronca, estaba la satisfacción de los músculos que habían respondido. Salvo el posterior de la pierna izquierda, obvio. “Fue hermoso, viví cosas que no esperaba a los 43 años. Volver a jugar no estaba en los planes. Y tuve sensaciones que desde los 22 años no sentía. Por eso terminé más caliente aún. Eso demuestra que en mí no murió el jugador, y no sabés lo que significa a esta altura de mi vida, porque no es que me chupa un huevo ganar o perder. Tengo vivo el instinto de la competencia. Y por eso tengo ganas de seguir jugando. Me picó el bichito, para eso me entrené como un caballo tres semanas, y por eso entiendo que tengo más para darle al básquet”, se entusiasmó el Loco. Y es cierto: generó ilusión la primera polaroid que se vio en su retorno. En el microestadio de Lanús, ingresó faltando ocho minutos y 17 segundos para el final del primer cuar-

to de un partido contra el Granate que ya quedó en la historia y no por los 20 puntos que terminó sacando el local (8565). Tomó la pelota, encaró al cesto con la marca del regordete Terrell Taylor y tiró un gancho que entró limpito en el canasto. Fue su única conversión de la noche. Y valió la pena verlo, aun con movimientos algo toscos, hasta inseguros, porque muchos de los que supieron disfrutarlo se reencontraron con el Loco. Incluso él mismo. “Me sorprendí jugando. Si las piernas no se me rompían estaba para volver a jugar en el alto vuelo, porque sentí que podía dominar el juego como cuando tenía 30 años, pero tuve que empezar a frenarme por las contracturas. No hice un mamarracho, que era mi temor. Por eso espero que esta historia tenga otro final”, celebró Montenegro. En su interior, la balada no terminó.


del mundo. Pero nos va a costar pasar el grupo. Vamos a pasar porque a la FIFA le conviene. Pero será duro. Grabalo. ¿Cómo reaccionaste cuando Maradona les dijo “chupala” o “la tenés adentro” a los periodistas? Me supo a malo, por él, porque lo sigo de cerca. Con Diego siempre el manto de piedad tiene que estar, porque es imposible poder hablar de él si uno no ha vivido siquiera el diez por ciento de lo que él vivió como persona, no como futbolista. Le hace mal, sobre todo, porque está en un camino distinto, verlo recuperado de su adicción, en un puesto en el que siempre quiso estar... Y ojo, que no estoy en la onda moralista. Vos también tenés un pasado pesado. Sí, pero ya quedó atrás. De nada sirve revolverlo. ¿Tu pasado lo guardás y lo aprovechás como enseñanza para tus hijos? Porque vos a la edad de tus chicos ya habías metido varias veces la pata.

Mi pasado es utilizable para las personas que realmente me interesan. Puede ser para mis hijos, mi familia o una persona que se acerca a mí porque cree que puedo ayudarla en algo. No me interesa ir por la vida explicándole a la gente qué hice, por qué lo hice y por qué lo dejé de hacer. Lo simplifico en algo que es real: hice lo que hice porque lo sentí. Punto. Después que cada uno se haga la película que quiera, que crea en el mito que quiera. Eso no lo puedo manejar. ¿Fue difícil afrontar el tema drogas con tus hijos? Más de una vez habrán hablado con sus amigos de que el padre fue suspendido en Venezuela por consumir cocaína. Son temas superados. Nunca fue negado. Es más: mis hijos conocen al padre porque yo se los conté, no tuvieron que comprar el diario para saberlo. La relación con mis hijos crece. Y la clave está en esa sinceridad, porque si no sos sincero con tus hijos sos una flor de bosta. He tenido que explicar antes de tiempo

pero he explicado. La persona que te dio la vida también puede enseñarte que vos también podés equivocarte, es un manto de piedad. No es tan complejo el tema. Claro que también tenés que tener pelotas para hacerlo y la suerte de tener hijos con el temple necesario para poder sobrellevarlo. No estoy minimizando los hechos, porque seguramente todavía tienen heridas abiertas. No tuvieron un padre convencional. No soy Bambi ni quiero serlo. Eso sí: en ningún momento me voy a parar arriba de eso y decir “que se lo fumen”. No hay peor daño que el que produce un padre, queriendo o sin querer. Es muy difícil recuperarse de eso, porque te quedan un montón de preguntas sin respuesta. ¿Para Montenegro es difícil convivir con Montenegro? Muy difícil. Por eso entiendo que hubo una evolución muy grande dentro mío. No es tan simple como voltear una página y ya está. Pero se puede lograr.


La nueva fábula de Clint Invictus, la última película de Clint Eastwood, narra la utilización que Nelson Mandela hizo del Mundial de Rugby de 1995 para unir a la Sudáfrica negra y blanca detrás de un objetivo común. Por MARIANO HAMILTON

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a nueva realización de Clint Eastwood, una agradabilísima fábula deportiva –más allá de algunas cercanías con la realidad–, sirve para reflexionar sobre algunas cuestiones que ya parecen verdades reveladas y que nunca está de más analizar, revisar y discutir. Muchas veces hemos escuchado desde el lado de relatores o periodistas que no hay que mezclar el deporte con la política, como si esas actividades pudieran arrinconarse en lugares separados de la sociedad misma, como si uno fuera capaz de corromper (la política, se presupone) la inocencia de otro (del deporte, nos imaginamos). También escuchamos diatribas sobre el hecho de cantar los himnos antes de los partidos de fútbol, de rugby, de las peleas de boxeo o en cualquier otra disciplina, otorgándole al himno nacional de un país un rango de canción sublime o celestial que, en realidad, no tiene ni por asomo. Aquí, entonces, planto la primera bandera: me parece perfecto que se entonen los himnos antes de una justa deportiva, porque los jugadores allí presentes van a representar al deporte de un país (que no es lo mismo que decir so-

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lamente a un país), y esa representación debe ser acompañada por rasgos identificatorios de una entidad nacional. Y el himno es lo que mejor puede abarcar esa cuestión. De otra manera, ¿para qué sirve un himno? ¿Para ser cantado sólo en las escuelas o antes de una batalla decisiva? Vamos, vamos… No hay que ser tan hipócrita: ¿quién no se emocionó hasta el tuétano al ver a Los Pumas entonar las estrofas finales del Himno Nacional Argentino? La segunda bandera que planto aquí mismo es que no se puede separar al deporte de la política. Las manifestaciones nacionales y populares (y el deporte es una de ellas) están íntimamente vinculadas con lo que le pasa a una sociedad, como tantas otras decenas de cosas que transcurren por la política, la cultura, la educación y más cuestiones inherentes al hombre. Ahora bien, otro asunto es la utilización que puede hacer la política (o, mejor dicho, los dictadores o algunos políticos) del deporte. ¿Está mal que un presidente elegido democráticamente reciba en la casa de gobierno a deportistas que brillaron en un mundial? No. ¿Por qué ha-

bría de estarlo? ¿Está mal que una nación decida un boicot a otra que organiza un torneo determinado porque no comparte determinadas políticas, por ejemplo, de derechos humanos? Tampoco. ¿Acaso estuvo mal que las Naciones Unidas prohibieran que los países se enfrentaran con los Springboks durante el apartheid? También hay casos cuestionables, como el aprovechamiento que hicieron Mussolini, Hitler y Videla, por citar a tres energúmenos en el poder, del Mundial fútbol de Italia del 34, de los Juegos Olímpicos de Berlín del 36 y del Mundial de fútbol de Argentina del 78, respectivamente. Los dos primeros consolidaron en sus respectivos países la supremacía del fascismo y del nazismo con sus posteriores consecuencias para la humanidad; mientras que el tercero –junto a la runfla de genocidas que lo acompañaron en el poder– lavaron la deteriorada imagen de la dictadura hacia el resto del mundo, en una asignatura pendiente que muchos de los que estábamos vivos por aquellos años todavía tenemos que rendir. Bien. Invictus de Clint Eastowood, basada en el libro Playing the Enemy:


Nelson Mandela and the Game that Made a Nation de John Carlin y producida por Morgan Freeman, es una película que narra –en formato de fábula color de rosa– la utilización que hizo Nelson Mandela del Mundial de rugby de 1995 para evitar una guerra civil y para unir a los diferentes sectores de la sociedad sudafricana (por ese momento irreconciliables) después de décadas de apartheid. Sin contar demasiado lo que ocurre en la película, y más allá de que la historia es bastante conocida, digamos que Eastwood, con su habitual pulcritud y exquisitez, narra en 133 minutos cómo Mandela –quien recién había asumido como el primer presidente negro, tras 27 años de prisión– aprovecha el Mundial de rugby para unificar los intereses de los negros y los blancos. Se le puede criticar a la película los

numerosos subrayados o ciertos giros melodramáticos cercanos al golpe bajo, pero sin llegar a ser de lo mejor que se le haya visto a Clint (Medianoche en los jardines del bien y del mal, Los puentes de Madison, Milion Dollar Baby, Los imperdonables, Un mundo perfecto, Gran Torino, Changeling, Cartas desde Iwo Jima, La bandera de nuestro padres, Bird, Río Místico, por citar de memoria grandes obras de este realizados extraordinario que el 31 de mayo cumplirá 80 años), es un film agradable para ver y para emocionarse, con imágenes conmovedoras. En Invictus se juegan varios partidos simultáneamente: el de los agentes del servicio secreto, el de la familia Pienaar con la realidad, el de Francois Pienaar –bien Matt Damon– con sus compañeros de equipo y su novia, el de Mandela –genial Morgan Freeman– y su secretaria

Brenda y el torneo mismo. Pero la síntesis de la película se encuentra en un negrito escuchando la radio junto a patrullero de la policía. Son unos inserts que sirven para dar algo de paz a la larguísima secuencia de la final. Podrían ser una anécdota, pero Eastwood las intercala con una maestría y precisión capaces de conmover a una estatua. Ah… Y dos detalles más para tener en cuenta: la escena en donde los jugadores, por decisión de Mandela, van a entrenarse a los suburbios y las constantes apariciones de una especie de Niembro sudafricano que va acomodando su discurso a media que avanza la película. No le damos a esta nueva película de Clint Eastwood la categoría de imperdible, como a tantas otras realizaciones suyas, pero vale la pena darse una vueltita por el cine para emocionarse y llorar un poquito. Nunca está de más.

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Al borde del quinto whisky, Sebastián nos trae a la mesa de discusiones una teoría que nació en los enigmáticos laboratorios de Marcelo Bielsa y que luego se difundió entre asados y picadas: para ser crack hay que tener un apellido que no manche a la pelota.Por SEBASTIÁN WAINRAICH

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afael Bielsa confesó una vez que cuando conversaban con su hermano Marcelo acerca de las virtudes de un futbolista, además del talento, esfuerzo, personalidad y alguna otra cuestión que estaré olvidando, en la evaluación final, el apellido era un asunto clave. “¿Gamboa?”, se preguntaban. “Es imposible que sea un mal jugador”. “¿Batistuta?”, la sonoridad del apellido lo dice todo. Al principio, me divirtió esta teoría. Jugué sin parar. Pensé en tantos jugadores con sus apellidos. Kempes, potencia y goles. No desentona. Giunta, tampoco. Para colmo, tiene el agregado Blas Armando. Blas Armando Giunta: listo para la guerra. ¿Bochini hubiera sido lo que fue si su apellido era Bochina o Bochana? ¿Y si la Bruja y la Brujita Verón hubieran sido Verán? ¡¡¡Verán!!! ¿Qué cosa Verán? Estoy en condiciones de asegurar que la historia de Estudiantes de La Plata, su mística y sus copas no hubieran existido. Seamos sinceros, y tal vez un poco traidores contra los inventores de la teoría: el apellido Bielsa no da la impresión de que nos vamos a encontrar con un crack adentro de la cancha. Me entretuve con esta hipótesis. Jugué con amigos y con extraños. Fui más allá: ¿qué hubiese sido de la historia de nuestro país con un San Martán o un Perún? En algunas reuniones sociales o cumpleaños deslicé la teoría y encontré tema de conversación en donde el

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silencio reinaba y los comentarios “qué humedad” o “este año pasó rápido” dominaban la situación. Si bien al copyright siempre lo mencioné, disfruté de ser el intérprete de la que me parecía hasta ese momento una idea feliz. Pero las lunas de miel duran muy poco. Y me enfrenté a la más triste realidad, y probé mi propia medicina: Wainraich. ¿De qué puede jugar un ñato con este apellido? ¿Arquero? ¿Carrilero? Para un relator sería imposible. Hasta para putear es un apellido imposible. Bolatti toca para Wainraich… Qué desafinado suena. “Hoy necesitaban ganar, ¿no, Wainraich?” Qué poco creíble se escucha. Hubiera ahorrado tiempo si a los 13 años me hubiese enterado de esta regla de la naturaleza. Incluso hubiera hallado un consuelo para tanto banco de suplente. “Claro, este tipo no me va a poner con semejante apellido”. Para poner a uno de la colectividad prefiero a Feldman o a Brailovsky. Uno no está solo con esta fantasía de haber sido por lo menos por un día futbolista, salir de un túnel, saludar a la

hinchada, hacer un gol, decir que fue un partido difícil y que los clásicos son un partido aparte y no importa cómo llega cada uno. Yo quería un día, nada más. Pero no alcanzó. Hay miles de hombres que, aún con talento, quedaron afuera. El primer consejo es que revisen su apellido: seguramente van a encontrar al menos un por qué a semejante frustración. Leo algunos apellidos de periodistas de Un Caño y entiendo todo: Hamilton, Martin, Mauri, ¡¡¡Senosiain!!! El primero está para ser corredor de la Formula 1; si Matías hubiera sido Martín, en lugar de Martin, tenía chances; Mauri es un apodo eterno, más que un apellido; y Senosiain, por más que parezca imposible, podría haber rendido en un club del Ascenso. En Defensa y Justicia, por ejemplo.


La paz de la marihuana vs. la violencia del alcohol El villano invitado desarrolla una teoría que probablemente pueda ser estudiada en algún foro de medicina. Parte desde la premisa de que en las las hinchadas de fútbol siempre se consume algo. Puesto a elegir, asegura, el cannabis es mucho más social que cualquier otro estimulante, se trate de drogas prohibidas, recetadas o alcohol. Por ORGE Foto FELIX BUSSO

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unca fui un experto en fútbol. Para entender lo que es una cancha debo recurrir a los recuerdos de mi niñez; remontarme, parafraseando a Alejandra Pizarnik, a las negras mañanas de sol, es decir, ayer, es decir, hace mil años… Me acuerdo de la sutil emoción que me embargaba, a mis 10 años, al recorrer las pocas cuadras que me separaban del estadio de Lanús, en días de partido. La parada obligada para tomar gaseosa y comer una picante pizza de cancha, salida de las viejas cajas de madera gastada. Y luego el hecho de entrar al estadio para arengar al equipo con todos los locos del barrio, con los que abrazados gritábamos hasta la disfonía los espectaculares goles que el Calesita Silva embocaba en el ángulo del arco rival, a veces desde más de veinte metros de distancia. La cancha de Lanús era, por aquellos días, toda de madera, menos las partes de la platea y la preferencial. Daba un vértigo inaudito subirse a aquellos tablones, que crujían y se bamboleaban en los momentos que la hinchada empezaba a saltar y a alentar con sus cánticos al Granate. De toda esa liturgia barrial, las partes más interesantes de la película siempre fueron, a mi juicio, en primer lugar y por supuesto, los goles, los fouls y las peleas sobre y fuera del césped, verdaderas batallas épicas donde lo principal era “aguantar los trapos” para que ningún oponente pudiera arrebatarnos nuestro estandarte. También había partidos que transcurrían en una plácida calma, donde se reflexionaba y se disfrutaba del fútbol, en cada jugada, en cada gambeta, en cada gesto; y esto siempre estuvo ligado al menú que consumiera la hinchada, antes, durante y después del partido. Me acuerdo perfectamente de que, más allá del resultado o de cuánto nos hubiera bombeado el referí, era difícil que los hinchas se agarraran a los tiros o a las piñas si estaban muy fumados. De hecho, los partidos que se desarrollaban con más paz y cordialidad eran aquellos en los que Cachito Colón llegaba munido de un gran y exquisito ladrillo de marihuana paraguaya

de Pedro Juan Caballero, que era la gloria de aquellas épocas. Un faso resinoso, gomoso y con olorcito a licor que la Catorce fumanchaba en grandes tronchos. Era número puesto: si había porro del rico nadie saldría lastimado, gracias al cannabis y su poder pacificador. La otra cara de la moneda, era cuando la hinchada estaba pasada de Titarelli en damajuana o, en su defecto, con la madre de todos los excesos salvajes: la “jarra loca”, brebaje a cuyo indescifrable contenido etílico había que sumarle el efecto descerebrante de alguna benzodiazepina. Ahí sí la barra se ponía violenta de verdad. Porque, al menos para mí, lo cierto es que las hinchadas zarpadas de alcohol se vuelven una manada de monos con navajas y, se sabe, algunos monos también empuñan pistolas. He visto volar varios muñecos desde la platea Héctor Guidi hacia la calle, en esas tardes donde lo etílico era el verdugo y el soberano. La intoxicación por alcohol también es causa de fatales accidentes, como el que le ocurrió al recordado Chaqueño, que en avanzado estado de ebriedad cayó al vacío desde el paraavalanchas, quebrándose el pescuezo. El Chaca quedó hemipléjico del cuello para abajo, es decir, sólo su cabeza seguía viva y consciente cuando le suplicó, con un hilo de voz, a sus amigos más cercanos que le metieran en la boca una dosis masiva de LSD para poder irse de este mundo de la misma manera en que había sabido ser más feliz. Y así se fue nomás. Podría dar más ejemplos de cómo la marihuana reduce los riesgos y los daños, y de cómo el alcohol los aumenta, pero invito a los sociólogos a desarrollar una tesis en torno a cómo, un mismo grupo de fanáticos del balón, pasa de Aristóteles a Atila de acuerdo a la sustancia que elige como eje del ritual. Cuando el ímpetu adrenalínico explota y nuestro sistema endocrino segrega grandes cantidades de testosterona, es lógico que el suave efecto sedante del cannabis nos libere de tensiones y nos invite a la reflexión. Como dijo Obi Buen Cannabis: que la hierba te acompañe.

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El caso del doble 10 Por ROQUE CENTURIÓN*

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a rubia, como todas las rubias, tenía algo misterioso. Caminaba de un lado a otro de la oficina agitando los brazos, escondida detrás de los gruesos lentes negros. –No tengo dudas. Lo cambiaron por otro –concluyó su monólogo, con un teatral giro de 180 grados, para quedar parada exactamente frente a mí. Bajé los pies del escritorio y me incliné hacia adelante. Le miré las piernas robustas. –¿Es sólo una intuición o hay alguna certeza? –Físicamente es igual. Hasta en las cuestiones más íntimas. Pero es otro. Estoy segura. –Cuando lo veo por televisión no parece. Sigue tan provocador como siempre. Y ni que hablar de cuando pide “que la sigan chupando”. –Justamente. Ahí me di cuenta de que mi Diego ya no estaba. Por primera vez, Verónica había conseguido atrapar mi atención. –Piense en su historial: ésa no fue una frase a lo Maradona. ¿Qué tienen en común “la mano de Dios”, “le toma la leche al gato” o “se le escapó la tortuga”? Son sutiles y geniales. Y, además, son auténticas. Eso de mamarla fue una grosería. Pero además fue una expresión meditada, preparada, dicha con la precisión de aquel que está desempeñando un papel, cumpliendo un rol. Las ideas iban, por mi cabeza, de un lado a otro. ¿Maradona secuestrado? ¿Maradona escondido? ¿Acaso muerto? Tenía sentido. ¿Cómo podía ser, si no, que un hombre del fútbol, talentoso como pocos, entrenado por los mejores DT de la historia pusiera a Gago de ocho? ¿Cómo un lírico en su concepción futbolera jugaría con doble cinco? Además… ¿Chaco Giménez, Cristian Álvarez, Campestrini? ¿¿Franco Razzotti?? Todo indicaba un sentido único, pero no era fácil aceptarlo. –Ya antes había sospechado. Lo llama Grondona, va con Bilardo y convoca a Ruggeri, todas personas que Diego detesta, lo sé perfectamente –agregó Verónica.

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–Mire, su novio no es un personaje muy estable en las relaciones humanas. Se hace amigo de cualquiera en dos minutos, y también se pelea en otros dos. –Antes… Ya no… Mi Diego tenía las cosas más claras… Fue lo último que dijo. Después sólo pidió ayuda, y se quebró lanzando un llanto contenido quién sabe desde hace cuanto. Las pistas que me llevaron a la morgue judicial de Glasgow fueron entregadas a cuentagotas por cada una de las personas cercanas a Maradona. Todas coincidían en que Diego había cambiado desde el momento de asumir la Selección, más precisamente después del primer amistoso, el del 19 de noviembre de 2008, cuando Argentina le ganó 1-0 a Escocia con un gol de Maxi Rodríguez. Pero el dato definitivo lo entregó Miguel Ángel Lemme. –Dos horas después del partido, estábamos por subir al micro para regresar al hotel, pero Diego me dijo que quería caminar por su cuenta las calles de Glasgow. “Acá me quieren”, me dijo. Lo vi irse, despacio, apesadumbrado, con las manos detrás del cuerpo, enfundado en uno de esos camperones de la Selección –recuerda Lemme–. Pensamos que iba a festejar, a tomar un poco de aire y cerveza, como se debe hacer en Escocia. A las cuatro horas nos empezamos a preocupar con Mancuso: no lo lo podíamos localizar por celular. En el momento que estábamos por llamar a la policía, reapareció con una amplia sonrisa, como si el paseo le hubiera cambiado el humor por completo. Nos llamó la atención que no tuviera la misma ropa, y que no oliera a whisky. “Es que me bañé recién”, explicó. No le creímos. Ese día, por la noche, hicimos una reunión y por primera vez lo vimos elaborar un plan de trabajo. Disparatado para la Selección, pero un plan de trabajo al fin. Ahí nació la idea de convocar a Ruggeri, de llamar a un centenar de jugadores para hacer pruebas, de dar de baja a Riquelme para jugar sin enganche, de insultar a Pasman, de defender el resultado con esquemas defensivos... Caminaba por los pasillos de la morgue. ¿Qué respuesta había? ¿Un doble, alguien idéntico al Diez pero funcional a Grondona? Y de ser así, ¿por qué las peleas con Bilardo? ¿Serían una fachada para encubrir la relación real? Quizá la verdad se develó con ese abrazo clasificatorio tras el partido con Uruguay, pero fuimos demasiado ciegos para verla. De pronto me hicieron pasar hasta el salón de las heladeras, esos nichos de metal que guardan cuerpos en perfecto estado de conservación. El médico de turno puso la llave y de un tirón abrió el inmenso cajón. Un Maradona rapado, blanco como un papel, reposaba en la mesa de metal. –Estimated time of death, November 19th, 7.30 PM –dijo el forense. Mi escaso inglés me alcanzó para traducir una sospecha que se transformó en certeza. Maradona está muerto. *Detective privado de la agencia Servicios Especiales.




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