Revista Un Caño - Número 38 - Julio 2011

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staff SEGUNDA ÉPOCA (AÑO 5) NÚMERO 38

El domingo es la revancha Podemos ponernos en la piel del hincha de River. No cuesta mucho para quienes sabemos de cargadas, descensos y maleficios. Con cierta alegría podemos hablar de una maravillosa palabra llamada futuro, de otra más bella llamada esperanza y de la mejor de todas, la siempre plena dignidad. Pero claro, el hincha de River es el hincha de River. Y nada de lo que aquí se diga resultará atendible, y mucho menos entendible, a tan pocos días del dolor. Pero no sólo la vida continúa. También nuestro siempre atento recuerdo de aquel compañero (Pancho López) que en la redacción de Clarín nos decía, frente a todo infortunio, “no te hagas problema, el domingo es la revancha”. El regreso de River será enorme. Como tantos regresos. Como la noche que vio la culminación de aquella sequía de dieciocho años en 1975. Claro, de qué sirven hoy las anécdotas y los consuelos, dirán los millo. De mucho, decimos nosotros. Hay una parte del mundo, pequeña, indomable, que piensa en transformaciones. No se aguanta más tanta prepotencia y atropello a las mayorías. El fútbol nuestro, con River a la cabeza, también forma parte del problema, en mínimas dosis. Y si bien el drama nacional de un descenso les viene bien a quienes hacen de la pelota un negocio, o una pasión asesina y descontrolada, en Un Caño estamos en la vereda opuesta. Apostamos a la reconstrucción de River, que rima con resurrección. La primera, institucional; la segunda, futbolera. Creemos en los jóvenes, dispuestos a dar giros en el camino de la transparencia. Jóvenes dirigentes y jóvenes futbolistas. Los números de River, ya lo verán, serán fantásticos en el Ascenso, y más allá de las bajas de ingresos por derechos de lo que sea, la humildad de los momentos fundacionales de todo club tendrá que aparecer. Y el hincha se sentirá como nunca se ha sentido. Es la épica doble del barro. Si Passarella sigue o no, también dependerá de Passarella. Y de darse cuenta que soberbia, seguidismo al modelo Grondona y arrebatos no sirven más que para generar desastres. La tapa de nuestro número tiene que ver con todo esto. Representa la historia argentina (también fueron dieciocho años). Representa la resistencia a los autoritarios y corruptos. Representa a los jóvenes ocupando la escena. Una frase de Guevara viene bien para el final: “no se vive celebrando victorias, sino superando derrotas”. Pablo Llonto

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ILUSTRACIÓN DE CONTRATAPA Sebastián Domenech

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Lo seguimo’ a todas partes En esta especie de sección, reveladora de los secretos de ciertos nombres de clubes, también les dedicamos atención a clubes que dieron unas cuantas vueltas alrededor de su denominación final. Es el caso de Dock Sud, el flamante campeón de la D, que llegó a tener uno de los nombres más insólitos del planeta. Siga la nota… Por SEBASTIÁN DE LA MATA

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l 1 de octubre de 1913, un grupo de jóvenes sedientos por el flamante entretenimiento (fútbol puro) se reunió bajo el manto de un sueño: fundar, en el Sur del Gran Buenos Aires, partido de Avellaneda, una asociación que fusionara a toda la vecindad y concretara la necesidad de competir por amor al deporte. El 13 de octubre de ese año daría sus primeros pasos el Club Atlético Dock Sud, entidad gestada por estos apasionados de la maravilla que llamaban “balompié”: Carlos Schannapper, Santiago Prior, los hermanos Enrique y Eduardo Penney, Juan Web, Carlos Lynch, Fernando y Ricardo De Pietri, Ángel Paradamidami, Eduardo Debono y Domingo Debono. A este grupo lo acompañaron algunos jugadores del club San Martín Juniors. Eligieron presidente a Carlos Schannapper, y buscaron los colores para la camiseta: la primera votación dio ganadores al celeste y el blanco, a rayas verticales, igual que en la camiseta de la Selección Nacional. La primera cancha fue un terreno en la usina CADE (Corporación Argentina de Electricidad), ubicada sobre la prolongación de la calle Londres. Ese mismo año, Dock Sud se afilió a la Liga Nacional de Football y cumplió una destacada labor. Por causas ajenas a sus dirigentes (desinterés de algunos futbolistas), el entusiasmo decayó y varios jugadores se marcharon. Así desapareció el Club Atlético Dock Sud. Sin embargo, algunos de los socios iniciales siguieron reuniéndose para ver cómo se reorganizaban. Terminaron formando otro equipo, llamado “Sígame si puede”. ¿Qué duda cabe sobre su originalidad a nivel mundial? Este equipo realizó, en 1915, una gran campaña en partidos amistosos, acompañado por una multitud barrial. Los jugadores citaron a los vecinos de la zona y, el 24 de agosto de 1916, convocaron a una asamblea en la cual se trataría la conformación de un club que, nuevamente, agrupara a todo el barrio. Esta vez, el debate central giraría alrededor del nombre que llevaría la institución. Según recuerda el vecino Luis Alberto Montes, testigo directo de ese momento histórico, en la primera y extensa cita no

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se pusieron de acuerdo. Por esa razón se convocó a una nueva asamblea para el 1 de setiembre de 1916, en el local de Londres y José Muñoz, propiedad del señor Marcelo Gaula. A las 20,30, y ante una gran concurrencia (la convocatoria incluyó, en la semana previa, afiches en las calles del barrio), se designó al señor Juan Cabeza como presidente provisional y se debatió con más de cuarenta deportistas. Los posibles nombres para el club eran Picaflor argentino, Penarlo Argentino (club que actualmente tiene su sede en Parque Chacabuco), Nelson y Dock Sud. Como ustedes bien deducen, ganó el último, aprobado gracias a la moción de Enrique Penney, “en homenaje al pueblo laborioso que compone la barriada del sur del gran Buenos Aires”. Luego vendría el cambio de colores para la camiseta: azul marino y celeste, a rayas verticales. El primer socio honorario fue Agustín Debenedetti, en reconocimiento por lograr el permiso para el terreno donde se jugarían los partidos. Fue la base del estadio que se llamaría “De los Inmigrantes” en homenaje –por su cercanía al puerto de Dock Sud– al lugar al que llegaban las familias procedentes de Europa en busca de trabajo y dignidad. Allí, en 1922, Dock Sud inauguró su cancha nada más y nada menos que frente a Boca. Ese estadio tiene hoy capacidad para 5.000 personas. Ahora se proyecta terminar una tribuna adicional para 3.000 espectadores más. Un poco más tarde se decidiría adoptar los colores actuales: azul y oro. El pasado 9 de mayo, al vencer 3 a 1 a Ituzaingó como visitante, Dock Sud logró el ascenso a la Primera C. Justo es nombrar a quienes desde un fútbol casi amateur reviven las ilusiones de aquellos muchachos de comienzos del siglo pasado: Pablo Hourcade, Manuel Miramontes, Martín Polack, Lucas Escobedo, Rubén Sánchez, José Nápoli, Matías Italiani, Jhonatan Di Toro, Matías Fleitas (el goleador, con 17 tantos), Alcides Miranda Moreira y Cristian Bruno. El entrenador es Hernán San Martín. El presidente, Aníbal Campanini.



Si te he visto, no me acuerdo Jean Bosman fue el Quijote de los ’90 en el mundo del fútbol. A pesar de su pelea contra la poderosa FIFA, de la que se beneficiaron jugadores famosos y grandes medios de comunicación, hoy ha caído en el olvido. ¿Qué fue de su vida? Esta nota lo revela. Por JULIÁN EZEQUIEL LICHENE

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n vísperas de un partido de importancia en Europa, suele hacerse el cálculo especulador de cuánto dinero hay en la cancha: se trata a los jugadores como simples mercancías. Un claro ejemplo fue la última final disputada entre el Barcelona y el Manchester United por la Copa de Campeones. Allí se promocionaba “el partido como el de los casi mil millones de euros dentro del campo”. Pero el fútbol, cada vez más atado al negocio y menos lúdico, ha hecho la vista gorda con un personaje que contribuyó, en forma notoria, voluntariamente o no, a este cuadro de situación actual. Y él, por sus dificultades personales, en especial las económicas, hoy reclama: “Wayne Rooney gana 200 mil libras a la semana por mí, pero yo vivo de un subsidio”. Jean Marc Bosman vive en un garage refaccionado de la casa de sus padres en las afueras de Lieja (Bélgica), y cobra una mínima ayuda estatal de 700 euros. No puede convivir con su actual pareja y sus dos hijos porque de ese modo perdería el beneficio. El ex jugador belga sufre de depresión, y hace años que intenta terminar con su adicción al alcohol. Su aspecto dista mucho de ser el de un hombre que ha practicado deporte. Es inevitable la analogía física, si pensamos también en la misma enfermedad, con Paul Gascoigne. Pero a diferencia del inglés, el papel de Bosman fue mucho más trascendente fuera de las canchas que dentro de las mismas. En diciembre de 1995 logró que el Tribunal de Justicia Europeo, amparándose en el Derecho Comunitario de los artículos 48, 85 y 86 del Tratado de Roma de 1957, le diera la razón en su lucha por ser contratado libremente por cualquier club del Viejo Continente una vez finalizado el contrato con el anterior al que él había prestado sus servicios. Ese litigio duró cinco años, ya

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que su club, el F.C. Lieja belga, pretendía una remuneración para dejarlo ir a la entidad francesa de Dunkerque una vez finalizado el contrato y, además, le había recortado el sueldo en un 60%. Traba para algunos o regulación para otros. Se buscaba que las canteras y las economías de los clubes más modestos no fueran perjudicadas. El impedimento del club belga llevó a Bosman a reclamar su libertad laboral. Pero su victoria tuvo dos consecuencias negativas para él (¿y para el fútbol?): los clubes siguientes que lo ficharon le pagaban poco por considerarlo a un riesgo (pasó al Charleroi, pero sólo le abonaban menos de mil euros al mes), y en segundo lugar, la sentencia que lleva su nombre ocasionó que el fútbol moviera millones de dólares (a causa también de las arremetidas de poderosos sponsors y la comercialización de derechos de televisión) y que los jugadores no ocuparan cupos de extranjeros si pertenecían a la Unión Europea; los equipos, especialmente los más pudientes, se transformaron en conjuntos cosmopolitas que esmerilaron las identidades nacionales. Allí están los casos del Real Madrid y el Inter, repletos de jugadores de otros países que no ocupan cupo de extranjeros. Este último, ganador de la Champions 2010, no tuvo jugadores italianos en el equipo titular en la final que le ganó al Bayern Munich en Madrid. El letrado de la ley, el belga JeanLouis Dupont, le señaló a la revista española Don Balón en abril pasado que “la ley Bosman ayudó a los grandes”. Hoy, Bosman quiere poner una web para promover el deporte amateur. Parece la reacción de un hombre que se dio cuenta –tarde– de que ayudó a crecer a un monstruo que, como dice la canción de León Gieco, es grande y pisa fuerte.



NOU COMEN

A Palermo le aguaron la fiesta En la redacción de Un Caño, para variar, están las opiniones divididas sobre el regalo que los dirigentes de Boca le hicieron a Palermo: un arco. A algunos les pareció una genialidad y a otros, una ridiculez. Al agasajado, por lo menos de la boca para afuera, parece que le gustó. Sin embargo, hubo otras cosas que no le gustaron. Ejemplo 1: el presidente Amor Ameal no quiso que apareciera Mauricio Macri en la pantalla gigante que montaron para saludar al goleador. Y Macri no apareció. Ejemplo 2: también se había manejado la posibilidad de darle una plaqueta a otro histórico del club, el Tanque Rojas, quien es muy amigo del Loco. Pero como el goleador más antiguo fue parte de la Comisión Directiva anterior, también le bajaron el pulgar. La fiesta, entonces, no fue completa para Martín.

Algunos dislates de la AFA Que el que juega la Promoción, si se salva, no pueda jugar la Sudamericana. Que las últimas dos fechas, como mínimo, no se jueguen a la misma hora. Que la hinchada de Vélez tire bengalas (sin lastimar a nadie) y a Vélez lo saquen de su cancha, mientras que la hinchada de Huracán armó flor de quilombo contra Estudiantes y a Huracán no lo sacaron de su cancha y lo castigaron con jugar sin gente (pero ese castigo, también fue para las hinchadas de los equipos rivales, que no hicieron nada y no pueden ir a ver a su equipo). ¿Racing tendrá algún castigo por llenar de humo la cancha de Vélez gracias a miles de bengalas? ¿Y River? Más allá de permitirle jugar la revancha de la Promoción con público en el Monumental pese a que tres vándalos entraron a apurar a los jugadores en Córdoba (empujón a Román y patada a Arano), ¿habrá alguna sanción? Sabidas las respuestas, cómo no se van a quejar desde Liniers.

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¿Para qué lo trajimos?

No es mucho lo que tiene que hacer un periodista que está en el campo de juego. Quién entra, quién sale, cuántos minutos habrá de descuento, si amonestaron a alguien, si hay algún incidente en la tribuna, cuáles son las indicaciones del técnico que tienen más cerca... En fin, que no se necesita estudiar física cuántica para hacer ese laburo. Ni siquiera se necesita estudiar. Sólo hay que prestar un poco de atención. Ya quedó vieja la anécdota, pero vale la pena. El encargado de dar las “informaciones” desde el campo de juego para Fox Sports en la final de la Champions League se mandó dos históricas: decir que salía Pedro cuando salía Villa y, mucho peor, anunciar después que salía el brasileño Alves porque es “el único amonestado del Barcelona”, pese a que un segundo antes lo habían amonestado a Valdés… En fin, nada fuera de lo habitual.

¿Para quién juega Cámpora?

En el Apertura 2005 fue el goleador del torneo jugando para Tiro Federal, pero el club rosarino se fue al Nacional B. Tras un exilio en México, Grecia y Chile, volvió al fútbol argentino. Y otra vez volvió a ser el goleador del torneo (junto al colombiano Teo Gutiérrez) jugando para... Huracán.


Araujo no se lo iba a perder

Pero como todo tiene que ver con todo, el relator del pueblo (¿de qué pueblo?) no se iba a perder un mimo tan grande para su ego. En la nota con Palermo, el periodista le tira distintas actividades como para que Palermo elija su preferido. Un técnico, un dirigente, un arquero, un gol, una factura, un corte de pelo... Hasta que sin ponerse colorado Marcelingui quiso saber: “¿un periodista?”. Por decoro profesional, no debió haberse visto la respuesta: “usted”, dijo el Titán.

¿Lanús se hace internacional? La llegada de Camoranesi potenció tanto al Granate que lo llevó al subcampeonato. Claro, más Valeri, los goles de Silvio Romero, Pizarro, etcétera. Y como la experiencia de repatriar a un argentino-italiano salió bien, podría repetirse para el próximo campeonato. Justamente, todo (o casi todo) va a depender de Camoranesi. Porque el apuntado para reforzar el plantel es su íntimo amigo, crack internacional y, curiosamente, también con doble nacionalidad, en este caso argentino-francesa. A esta altura el nombre no es ningún misterio: David Trezeguet, quien dijo más de una vez que le gustaría retirarse en el fútbol argentino.

Sobre técnicos y humo Angel Cappa es el técnico que nunca pierde por su culpa. ¿A qué árbitro no puteó? Nadie dice que lo hizo para responsabilizarlos por sus propios errores, pero su discurso de “esto es un juego y hay que tomarlo como tal” se va al tacho al verlo reaccionar contra un línea como si le amputaran un dedo sólo porque la pifió en un lateral. En este caso, también vuelven a hablar los números: Cappa dirigió a Huracán, River y Gimnasia durante las últimas tres temporadas. Ya se sabe dónde terminaron el Globo, el Millo y el Lobo.

¿Fantástica fantástica? Paoloski se quejó de que el diario Olé lo invitó a una fiesta y tuvo que pagar 30 pesos de estacionamiento. Si le descuajeringó la economía, desde acá le ofrecemos devolverle el dinero. Los que no se pudieron quejar son los periodistas que trabajan en el diario, que cuando llegaron a la fiesta prendieron las luces del lugar.

Una pregunta para el goleador

¿Es necesario salir en todas las conferencias de prensa con la gorrita de Aislamax? Curiosamente, si se busca en Google la palabra Aislamax, aparecen aislantes térmicos y maderas para techos. Entonces, tal vez sí sea necesario...


El Ogro malo

Humildes aportes para periodistas sin amigos El domingo que River jugó con Estudiantes, después de que Ferrari pusiera el 1 a 0, apareció un Twitter prohibido para menores: “metió un gol el chupapijas de los dirigentes”. ¿Quién fue el autor de semejante grosería? El Ogro Fabbiani. Pero a la media hora “aclaró”: “mi primo me robó el teléfono y eso lo twitteó él”.

Para Fernando Niembro: el gentilicio de Albania es albanés, no “albano”. Para Eduardo Feinmann: Córdoba es una provincia de la Argentina. El inefable periodista de C5N comentó: “2.500 hinchas de Belgrano de Córdoba van a venir a la República Argentina”.

Palermo da para todo Las vueltas de la vida

¿Saben quién era el ayudante de Batista cuando el Checho dirigía en Japón? Héctor Enrique. ¿Sabén cuál fue el primer jugador que pidió Batista cuando dirigió al Bella Vista de Uruguay? Alejando Mancuso.

Velez ¿campeón?

En Fútbol Para Todos despreciaron al Fortín de una manera escandalosa. Después de una programación absurda por parte de la AFA, en la que Vélez debió esperar cuatro horas para festejar su título, la Televisión Pública no tuvo reflejos para levantar la nota que Marcelo Araujo había hecho con Palermo y brindarle ese espacio al reciente campeón.

Ya hablamos de la despedida de Palermo, pero es que hay más. Alejandro Toia, el árbitro al que le tocó en suerte uno de los acontecimientos más vistos del campeonato, tuvo que dejar el partido en el entretiempo porque... se desgarró. ¿Vieron que Palermo da para todo?

Sobre técnicos y humo II Caruso Lombardi le quiere vender al mundo futbolero que hizo la campaña del siglo, pero su paso por Quilmes fue, numéricamente hablando, apenas discreto. Como Huracán y Gimnasia perdieron partidos hasta el cansancio, estuvo al borde de alcanzarlos. Y como las campañas de Tocalli, sobre todo, y Madelón habían sido paupérrimas, lo de Caruso sonó a muy bueno. Sin embargo, el técnico que sabe venderse mejor que nadie (y a muchos les gusta comprarlo) no logró ganar el partido que tenía que ganar para zafar del descenso y su porcentaje de efectividad no supera el 50%. Apenas llegó al 44,4%, producto de cinco victorias, cinco empates y cinco derrotas.



RIVER VUELVE

Nos pueden comer las ratas

Matías escribe con dolor pero también con lucidez. Asume que es un resultado deportivo, y encuentra consuelo en que se puede estar peor. Dependerá del propio River evitar una caída que no se sabe dónde puede terminar. Por MATÍAS MARTIN Foto PHOTOGAMMA.COM

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enía que estar ahí. Aunque últimamente no voy muy seguido a la cancha, sentía que tenía que estar ahí. La historia de mi vida me reclamó que estuviera ahí. Fui con mi hermano Fede, con el que compartimos tantos lindos momentos... Estuvimos en la San Martín baja, casi en el ángulo que da a la tribuna visitante. Así que vi en primer plano el gol de Pavone y el penal a Caruso. ¡¡¡¿Cómo no vio Pezzotta ese penal?!!! Cuando Pavone erró el penal fue como que se vino el mundo abajo. Fue un baño de realidad. Ahí le pedí un pucho a Copani, que estaba con toda su familia. No fumo, pero fumé. Copani lloraba. Yo estaba golpeado pero entero. Hasta que se cantó el “soy de River”, y ahí me quebré. Apenas se fueron los jugadores, me fui yo también. ¿Qué más se podía ver? Durante la semana, ya me había ido mentalizando. Sabía que iba a ser muy difícil. Porque River no hace goles y se los hace solos. Ahora, como cualquier hincha de River, siento que estoy viviendo una pesadilla. No creí que iba a estar vivo para ver una cosa así. Escucho que River se fue a la B y no lo puedo creer. Encima, la mirada que le dan los medios, con ese clima catástrofe, la música de Tiburón... Y lo peor es que River se lo merece. Hizo todo lo que tenía que hacer para estar donde está. Es totalmente justo que esté en la B. Sin embargo, y pese a todo, encuentro consuelo: siempre se puede

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estar peor. Esto es un resultado deportivo, y el Nacional B es un campeonato difícil para jugar y muy difícil de ganar. Pero lo verdaderamente grave es que River es un club que se puede ir a la quiebra tranquilamente. No creo que Passarella se vuelva a empacar. O espero que no se vuelva a empacar. Me parece que hay que llamar a todos los que quieran participar. Es el único camino. El personalismo no funcionó. Se tienen que juntar todos los que quieran a River. Colaborar con ideas, plantear un rescate institucional y financiero. Con esto que pasó, se abrió la puerta hacia el infinito y no se sabe dónde va a parar. Veo un futuro inmediato con una gran incógnita. Lo deportivo termina siendo lo de menos, a esta altura. ¿Qué quedó de aquel club modelo? Aquel club que fue una gloria no sólo en el fútbol. Aquel club que sacó a Gabriela Sabatini. El club se está pudriendo. Y tiene que cuidar lo que tiene, o lo que le queda, porque si no, nos comen las ratas. Racing es la muestra de hasta dónde se puede caer. Y River está en ese camino. Sin quitarle responsabilidad a Passarella, desde lo dirigencial, es mucho más responsable Aguilar. Y tampoco creo que los que se terminaron yendo al descenso no tengan culpa. Hay que analizar qué partidos perdió River. Desde el partido con All Boys, el equipo fue un cúmulo de miedos sin rumbo. River no pateó al arco en los últimos ocho partidos. No le agarró cagazo sólo en los últimos dos partidos.

Y el técnico había perdido el rumbo mucho tiempo antes. Es como cuando el avión se está moviendo y vos mirás a la azafata. Si a ella la ves tranquila, vos te quedás tranquilo. Pero si cuando la mirás, te encontrás que la azafata está llorando... Jota Jota no les devolvió nada a los jugadores. Es cierto que te vas al descenso por tres años malos, pero después tenés un mano a mano. Y poner a Arano en esa posición para el partido decisivo... Cuando lo anunciaron en la cancha, no lo podíamos creer. No entiendo ninguna de las últimas decisiones que tomó el técnico. Fue un crack como jugador, pero demostró no ser un buen técnico. No le pudimos hacer dos goles a Belgrano de local. No le ganamos a Colón, no le pateamos al arco a Olimpo... Por eso me da un poco de bronca escuchar que digan que estos no tienen nada que ver. Aunque la campaña de Simeone es la que más condenó a River, los que participaron de esta campaña claro que tuvieron que ver. ¿Y las Inferiores? En River se destruyeron las Inferiores. Vélez es el gran campeón del fútbol argentino con un mediocampo en el que juegan Augusto Fernández y Zapata. En River, mientras tanto, jugaron Affranchino y Arano. Y no me quiero ir muy atrás para nombrar jugadores. Con acordarme de Falcao o Alexis Sánchez ya es suficiente. Es una imagen más de la destrucción.


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RIVER VUELVE

¡Hinchas de River, uníos!

Ya no son los días de la furia. La mala furia, que intentó descargar sangre y palos contra una historia que se había forjado durante años. Ahora es cuando viene la posibilidad de profundizar análisis, buscar raíces del problema y elaborar un hincha con otros intereses, con otra ideología más social, menos pelotera. River es un club que volverá, más pronto que tarde, pero antes tendrá que superar algunas cegueras. Entre todos. Por PABLO LLONTO Fotos PHOTOGAMMA.COM

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e venía, se venía, se venía... Los argentinos siempre tenemos un tango a mano para explicar todo. Aún quienes no llevamos el tango cerca del corazón. Es decir, la caída de River justificaría un intento de esclarecimiento desde el tango. O con la letra de Vedani (“se terminaron para mí todas las farras”), o con el talento de Lepera (“me da pena confesarlo, pero es triste, ¡qué canejo! el venirse tan abajo, derrotao y para viejo”), o con la pluma nacional y popular de Discépolo (“yo la vi que se venía en falsa escuadra, se ladeaba, se ladeaba...”). Preferimos a Discépolo, sin dudas. En el tango Fangal, cuya frase nos alumbra desde el otro párrafo, se encuentra la advertencia de un destino que asomaba inevitable. Al final de cuentas, nada original se presenta nuestro aporte en estos tiempos de frases y antologías que pretenden explicar la debacle del club de la banda. River, según los tangueros, tenía las cartas marcadas y selladas largo tiempo antes. La historia de otros clubes (no su tragedia) tuvo momentos similares, y el descenso les apretó la mano a gran parte de ellos. No a todos (recordamos casos como el de Estudiantes de La Plata). De ser así la generalización, el fútbol estaría dominado por teoremas que los compiladores sólo tendrían que pulir. Uno de

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ellos indicaría que a todo club con malos manejos le corresponde la escalera que baja y no la que sube. Carlos Marx, en cambio, poco tanguero y más bien alejado tribunero, nos aporta desde el siglo XIX un buen método para entender mejor por qué suceden las cosas. ¿Puede Marx explicar el descenso de River y el drama posterior? Veamos: “la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”. Tomemos ahora a la Argentina, River Plate y la AFA. Y veamos qué hay de comparable con todo aquello que ha sucedido el domingo 26 de junio de 2011 en el Monumental y sus alrededores. River forma parte de un desalmado sector de nuestro vivir. El fútbol argentino, herido, colmado de miserias, no tiene suspiros de alivios (en general) desde hace tanto tiempo... Gran parte de sus instituciones arras-

tran la desgracia de las quiebras, los concursos de acreedores, los balances negativos… Nuestros dirigentes (con sus escasas excepciones que confirman la regla) se convirtieron en la clase dominante que siempre pretendió perpetuar su dominio. La AFA es el castillo donde el sistema de opresión se tradujo en una consigna, el “todo vale”, para sostener así la visión de un deporte que potenciaba el individualismo, la jerarquía de seres, la jerarquía del dinero. A River lo sacudieron los mismos males que a su Madre Patria, la AFA. Quizás para que en la vida te vaya mejor, es bueno alejarse de los sinvergüenzas, dicen las abuelas. Y en el fútbol los sinvergüenzas, desde hace rato, han tejido sus telarañas en la céntrica calle Viamonte. Fue en la AFA donde comenzó a gestarse el valor de la mercancía fútbol. Se

Nuestros dirigentes (con sus escasas excepciones que confirman la regla) se convirtieron en la clase dominante que siempre pretendió perpetuar su dominio.


le puso precio a todo: a la camiseta, a las transferencias, a los empresarios, a los cartelitos de la cancha, al césped, a la tele, a las barras bravas, a los viáticos y los viajes de los dirigentes y sus señoras. Los clubes se acostumbraron a gastar sin rendir cuentas, igual que en la AFA. Los dirigentes se acostumbraron a pedir, y que pague el que sigue. Ya nada importaba, si total todo se arreglaba con un fideicomiso. River copió el modelo que se reflejaba en todos los pasillos y rincones de la AFA, y así quedó. La canilla libre inaugurada por Grondona hace décadas fue su condena. La guita entraba en camiones. A primera vista, una buena señal. A segunda vista, la de Carlitos, la razón del acabóse. Se vendía y se compraba. Se acumulaba y se gastaba. No se buscaba el beneficio común, o el beneficio de la mayor cantidad de personas. Se buscaba el beneficio de unos pocos. En las parábolas cristianas, para quienes piensen que este texto es demasiado rojo, se trataba del “rico insensato”. ¿No se acuerdan? Era aquella del hombre rico a punto de morir que había producido mucho. El señor que decía: “le diré a mi alma: ‘alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate’”. Lo pueden buscar en La Biblia, libro que aún no acompaña las ediciones de Un caño, en Lucas 12:19. Vinieron entonces las barras bravas: una, dos, tres barras bravas; los jugadores que sólo piensan en Europa, las primas exorbitantes, los contratos inflados, los porcentajes a los intermediarios, los niños en manos de representantes, los comerciantes de carne humana. Al mismo tiempo, se iba formando lo que el barbado alemán explicaba más o menos de esta manera: “en la sociedad industrial altamente desarrollada (leáse “fútbol cada vez más comercializado”),

la ideología induce a la búsqueda de lucro como pasión dominante. Viene entonces que las personas (hinchas) defienden la vida como medio, y no como fin en sí, y (el fútbol) ofrece una ‘esclavitud cómoda’ dentro del sistema”. Eso nos ha ido pasando en la Argentina. Y en River, en particular. Es, según el sabio entender de los estudiosos de la ideología, lo que llaman un prejuicio. En nuestras sociedades capitalistas, se lo define como el “juicio erróneo que la mente forja acerca de la naturaleza de las cosas por pereza en la aplicación de las facultades del entendimiento”. Traducido: no nos tomamos el tiempo para analizar por qué pasan las cosas. La pereza del entendimiento. Volvemos al fútbol. Y aplicamos. ¿En qué estaban pensando los hinchas, las

hinchas en todos estos tiempos? ¿Y el hombre? ¿Y la mujer? ¿Dónde están los hombres y las mujeres en estas historias? Es decir, ¿dónde están los hinchas, y los socios, y las hinchas, y las socias? Jóvenes y no tanto. ¿Votaban a Santilli, a Dávicce, a Aguilar, a Passarella, sólo con las ilusiones de una Copa más, de una estrella más? También allí encontraremos menos o más responsabilidades. Por tantos años de creer que los espejitos de colores se acumulaban en el barrio de Nuñez. Y por aquella manía de adorar, ciegamente, a los cuatro ídolos que bien señaló Francis Bacon y a quienes adjudica que todo nuestro entendimiento se encuentre subyugado: los ídolos de la tribu (idola tribu); los ídolos de la caverna (idola specu) creados por el hombre individual;

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los ídolos del mercado (idola fori); y los ídolos del teatro (idola theatri), hijos de las teorías y dogmas filosóficos. También podemos usar los ejemplos de Grecia y España para que el hincha de River, y el del fútbol en general, comprenda que nada de lo que pasa al ser humano nos puede ser ajeno. Cualquiera de las consignas que se cantaron y cantan en las movilizaciones de los indignados en Madrid, Valencia, Barcelona, Atenas o Salónica han sido, en primer lugar, para demostrar hartazgo. Ya las segundas consignas eran más refexivas: ¿y ahora, qué hacemos? La lección, entonces, no es sólo para River. Ni tampoco para los clubes de la AFA en su totalidad. La lección es más profunda. Los destrozos en el club fueron una señal de nuestros propios errores. Era como si en Grecia o España los jóvenes hubiesen ido a destruir sus casas, o sus sindicatos, o sus colegios y

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También podemos usar los ejemplos de Grecia y España, para que el hincha de River, y el del fútbol en general, comprenda que nada de lo que pasa al ser humano nos puede ser ajeno. universidades estatales. Es cierto que al hincha de River ninguna gracia pueden causarle ciertas comparaciones. Pero quizás hacia la medianoche de este largo momento, cuando los tumbos y las horas detestables hayan sido muchos, identifiquen los problemas y se asomen para intervenir. Ni la revista, ni el cronista poseen fórmulas. Sólo ponemos a disposición algunas piezas de nuestro instrumental,

otras de nuestra experiencia de hinchas, y las más de nuestra extensa caminata por plazas, calles y avenidas repletas de arengas y asambleas. Al mundo y al fútbol los tenemos que cambiar entre todos, o no lo cambia nadie. Y no lo dijo primero el peronismo, se acuñó mucho antes. Marx lo sabía, era evidente. Cuando escribió que un fantasma recorría el mundo quiso adelantarse al fantasma nuestro. El fantasma del descenso.


La pasión según…

El descenso de River conmocionó a la opinión pública. Por el juego mismo y también por la violencia posterior de un grupo importante de ¿hinchas? La doctora Mengolini indagó en lo más profundo de su ser para encontrar explicaciones. Consiguió entender el arrebato de la pasión, pero se quedó atónita a la hora de evaluar los incidentes. No es la única. Imposible justificar tanta locura. Por JULIA MENGOLINI

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o nos corran con la pasión. Nosotras sabemos bien lo que es la pasión, somos mujeres. Así, en términos generales. La pasión en abstracto. Pero no vivimos la pasión del fútbol. Claro que la podemos comprender, no hay que ser el observador más atento para eso. Es un fenómeno al que vengo prestando atención desde chiquita. Pero como a las mujeres no nos tiran la pelota, la mirada siempre fue desde un lugar más bien antropológico. Pero no es este el momento de ponerme feminista, no quiero caer pesada… Sólo quiero que para todos quede claro cuál es mi lugar. Desde éste (un lugar embolante), me pidieron que escribiera algo. Siempre envidié eso de sentir la pasión del fútbol: una cosa es entenderla y otra muy distinta, vibrarla en el alma. Porque para ustedes –los varones–, los domingos tienen una razón. En cambio, mis domingos se inundan de melancolía, un poco cliché, pero es posta. Cuando iba al colegio, por ejemplo, los domingos tenían ese sabor del “todavía no hice los deberes, qué bajón, mañana tengo que ir a la escuela”. Mi hermano, en cambio, palpitaba. En la victoria o en la derrota, el tipo ponía en juego el honor de su propia identidad. Grosso. Yo, por otro lado, al principio de los tiempos jugaba a las barbies. Como ya dije, a mí no me habían tirado la pelota. Después me empezó a pintar la tristeza adolescente, y ahora el domingo sigue siendo un poco bajonero, a veces horrendo. Y mi hermano sigue sintiendo la pasión. Como para no tener envidia. Yo también quisiera sentir esa pasión. En estos días, sin embargo, después de vivir como espectadora el descenso de River a la B Nacional, comprendí algo del fútbol que hasta hace poco se me escapaba. Vi señores grandes llorando. Y entendí que la pasión no puede ser un juego. Entendí, para ser más clara, que el fútbol es un deporte hasta que entra en juego la pasión. Entendí que es una cuestión de identidad, de honor, de pertenencia, de familia. Casi casi pude identificarme con ese señor grande que lloraba bajo la lluvia en una escena desesperada (yo también he llorado bajo la lluvia por amor). Y también pude entender por qué hay relatores que parecen poe-

tas. ¡¿Ven el nivel de la revelación?! Qué ingenuidad la mía, casi siento vergüenza al admitirlo. Nadie quiere sacarle al fútbol el dramatismo que tiene, porque está claro que si el fútbol no fuera tan importante, no tendría el sentido que hoy le damos. Y ese drama, para ser drama, tiene que ser verosímil. Nadie quiere saber si un partido estuvo arreglado, ni siquiera el que estuvo acomodado. Conclusión: el fútbol debe ser un drama y debe ser real. Y por eso, el hecho de que River haya descendido a la B Nacional habla de lo real del fútbol y de que el drama puede ser para todos. Se juega con un reglamento y con estructuras prefijadas; y en última instancia, no se establecen privilegios. Si hacés todo mal, por más que seas River, te vas a la B Nacional. Entonces, el corolario es que banco el drama. Pero cuando alguien dice que “River se juega la vida”, en realidad está aludiendo a una verdad mucho menos metafísica, no tan vital, está diciendo (solamente) que River se juega la permanencia en Primera. No es la vida. Pero si vos le das al fútbol una envergadura vital, los conflictos van a terminar por ser vitales. Este es mi límite. “¡¿Matar o morir?!” Cuando se tiran piedras entre sí, cuando se matan, eso ya ocurre porque se odian. Y cuando un tipo odia a otro, ahí yo ya dejo de entender. Y entonces me pregunto si la violencia es un efecto necesario de la pasión, de este drama maravilloso. Y me pregunto si ese odio es fomentado y redituable. Y me pregunto, me pregunto y me pregunto pero no encuentro respuestas. Al menos por ahora. Imágenes del domingo: hay caras de desconsuelo profundo en la tribuna, también hay odio y mucho bardo. Me retrotraigo a momentos espantosos, a diciembre de 2001. Hay piedrazos, balas de goma, caballos, motos con policías disparando a mansalva, gases, corridas, fuego, humo negro, carros hidrantes... Ojalá no haya muertos, pienso. La diferencia entre aquel 19 de diciembre fatal y este 26 de junio es que entonces la desesperación obedecía a los años de desocupación, a la confiscación de los ahorros, al hambre. Hoy, lo que pasó es que River se fue a la B Nacional. Traté de entender la pasión, pero esto ya no lo puedo entender. Otra vez me tocó quedarme afuera. Lo lamento. JULIO 2011 | UN CAÑO 17


RIVER VUELVE

Aquel domingo gris ante la TV

Desazón, amargura… River acaba de escribir una página más de su historia. Una página impensada, que desentona en medio de todas las que hablan de sus títulos y sus triunfos épicos. Una página dolorosa, pero tan real como los 33 campeonatos locales cosechados a los largo de sus 110 años. Alguien que conoce las sinuosas sendas millonarias cuenta la inmediata sensación del triste día. Por GUSTAVO LOMBARDI

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obre el césped, ese mismo que fue testigo de los momentos más dulces de la vida millonaria, los jugadores de Belgrano, los piratas cordobeses, no saben si festejar un nuevo ascenso a la Primera división. En sus rostros se percibe la alegría mezclada con el miedo. Desde las tribunas caen maderas, piedras, hierros... Se van escoltados como pueden por la Policía. Conscientes de que acaban de bajar a un grande de la historia futbolística de la Argentina. Desolados, los jugadores millonarios no pueden creer lo que están viviendo. River acaba de descender, y la imagen de TV se clava en los ojos humedecidos de Juan José López, un hombre que aseguró que estaba viviendo “un sueño” al dirigir a River, pero que sin duda ahora vive una pesadilla. La historia, cruel, dirá que el equipo se fue a la B con él a la cabeza, pero lo cierto es que también con él este equipo cosechó más puntos que con cualquiera de sus predecesores en el cargo: Diego Simeone, Néstor Gorosito, Leonardo Astrada y Ángel Cappa sacaron menos puntos y completaron campañas magras, apenas mediocres y hasta escandalosas, como el último puesto del equipo del Cholo inmediatamente después de haber salido campeón. ¿Es responsable Jota Jota de la caída de River? Es cierto que su equipo jamás jugó bien, y muchas veces se lo tildó de

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defensivo, de amarrete, de timorato… River tuvo menos goles que partidos jugados, y el planteo táctico de jugar con un solo punta durante la mayoría del torneo pudo haber contribuido a alimentar esa magra estadística. Pero López agarró el equipo en el peor momento, cuando nadie quería hacerlo, y lo sacó adelante. Al final, se cayó y no lo supo levantar. La imagen de TV ahora se clava en Juan Pablo Carrizo, el mejor refuerzo que trajo la gestión de Daniel Passarella, un arquero de Selección que salvó a River de varias caídas, pero que al final, con sus pocos pero determinantes errores, terminó colaborando con el desconcierto del equipo. Los puntos salvados antes se escurrieron entre sus dedos un poco más tarde. El arquero llora sin poder encontrar consuelo, vacío, desolado. La imagen de TV ahora se clava en Matías Almeyda, el eterno combatiente del medio campo, el que volvió porque extrañaba pisar un campo de juego, porque no concebía su vida sin jugar a la

pelota. Al principio, muchos lo acusaban de “venir a robar”, pero él, con su rendimiento, demostró que tenía resto y se convirtió en el referente de un equipo sin grandes caudillos. El Pelado, que dio varias vueltas olímpicas en ese mismo escenario, que quince años atrás levantaba la Copa Libertadores en ese mismo césped, jamás pensó que sus últimos días como jugador serían así de amargos, fuera de la cancha y con el barco que él supo capitanear hundido. La imagen de TV se clava en Erik Lamela, tal vez la última gran promesa de ese semillero de inferiores que hoy parece seco y agotado. Intentó jugar, se equivocó, pecó de individualista en un equipo sin individualidades. Pero nunca se escondió, y pidió la pelota aún cuando parecía que quemaba y muchos querían sacársela de encima. Lamela, con sus 19 años, su juventud y su inexperiencia, tuvo que crecer de golpe. Seguramente, nunca se imaginó que su primera temporada como titular

Pasarán los años, la gente recordará esta fecha y se preguntará “¿Dónde estabas cuando River se fue a la B?”.


le depararía semejante destino adverso. Pero fue de lo mejor que mostró River, y su nombre no quedará manchado. La imagen de TV se clava en un hincha que se seca las lágrimas con una pequeña bandera blanca y roja. Lo consuela su padre, que le sacó el carnet de socio antes que el DNI. Sufren por su equipo, porque lo siguieron en las buenas y en las malas. Y también, como ahora, en las peores. La imagen de TV se clava en un barrabrava. No llora. Insulta a los jugadores, amenaza con matarlos, con esperarlos a la salida del vestuario. A él no le importa el club, ni su historia, ni su honor. Le importa la plata que dejará de percibir por “trabajar” de barrabrava. La guita que se pierde por ya no ser de Primera, por tener que salir a laburar de algo por primera vez en su vida. Ahora vendrá el apriete, el pedido de explicaciones y de dinero. Porque no se resignan a dejar de vivir del fútbol. Aún cuando River está de luto. La imagen de TV busca a Daniel Passarella. No lo encuentra. No está, como tam-

poco lo estuvo en Córdoba, donde River se jugaba la mitad de su permanencia en Primera. Después, consciente de las críticas, apareció, pero sólo para volver a esconderse. Asumió con una herencia pesada, es cierto, pero jamás mostró signos de gestión. Su convencimiento de que a River lo salvaba su historia y, sobre todo, su apellido dejó a la institución al borde del abismo, al que finalmente cayó. La imagen de TV busca a Aguilar, sindicado como el mayor responsable de este descalabro futbolístico e institucional de River. Por supuesto, no está. En el año y medio que transcurrió desde que entregó la presidencia del club, se esfumó, así como los millones de pesos que entraron en concepto de ventas, que jamás aparecieron y que le dejaron un pasivo histórico, como este negro presente. La imagen, siempre la imagen, nos talla la retina mostrando a los jugadores de River en el medio de la cancha. Rodeados por un círculo amarillo fluorescente que los separa, los aísla y les permite comen-

zar este duelo. Todos juntos, abrazados algunos, tirados en el piso otros, llorando y sin consuelo, velan allí mismo las ilusiones de muchos, las de ellos incluidas. La imagen de TV se disipa. Se apaga, como la esperanza de River de permanecer en Primera. Pasaron veinte minutos de la tarde del domingo 26 de junio de 2011, y River se fue a la B. Es un día histórico para el fútbol argentino. Pasarán los años, la gente recordará esta fecha y se preguntará “¿dónde estabas cuando River se fue a la B?”. La respuesta puede variar: los jugadores y Jota Jota poniendo el alma y el cuerpo en la cancha. Los verdaderos hinchas, sufriendo en casa o en el Monumental. Y los dirigentes, huyendo. Cualquier parecido con la historia política argentina no es pura coincidencia. Así somos, así vivimos. Ahora me viene a la cabeza el viejo dicho: “Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y para los hinchas de River la verdad, ahora, tampoco tiene consuelo.

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RIVER VUELVE

El desierto de lo real

El descenso torna más visible una situación que no es nueva: River, como otros grandes, ya no es lo que dice el orgullo del hincha. Sus conductas y resultados deportivos lo hacen más parecido a un club del montón que a una institución gloriosa. Por ALEJANDRO CARAVARIO

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a desgracia de River es, al mismo tiempo, motivo de silenciosa penitencia para los hinchas todavía incrédulos y un campo fértil para los oportunistas. Entre estos últimos, los canales de televisión ávidos de violencia, que perpetuaron la escaramuza del Monumental con tono de sangrienta guerra civil y deseos solapados de que el torbellino se expandiera. Habrán razonado, como razonan siempre, que si no había muertos, el título de “histórico” que se le colgó al descenso de River sonaba exagerado. Luego aparecieron los voluntarios: los allegados de Ramón Díaz que lo propusieron para el cargo de DT antes de que fuera ungido Matías Almeyda, los que se suben a cualquier bondi, como el pícaro Caruso Lombardi, los resentidos crónicos como el Beto Alonso, quien luego de clamar por la unidad (en vistas del partido con Belgrano) solicitó la cabeza de Daniel Passarella (con el descenso consumado). Pocos creían que la profecía maldita finalmente se cumpliría. Un guiño del destino, la llamada de algún funcionario, el propio peso de la historia y la densidad de esos colores... Algo iba a ocurrir que torcería un desenlace no tan injusto como inadecuado. Porque un grande de veras, el más campeón de la Argentina, pensaban muchos con obstinación confesional, debía permanecer en Primera, su lugar de pertenencia. Ahora, si uno revisa el derrotero re-

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ciente de River, es lícito poner en duda algunas de las verdades hasta aquí irrefutables del fútbol. Podemos, a modo de ejemplo, optar por las últimas postales, servidas por una mano temblorosa, el pulso errático del que ha perdido el rumbo. Entre los muchos movimientos de piezas, caprichosos y de los otros, sufridos por el equipo, en la finalísima del Monumental, dos jóvenes volvieron de Siberia a modo de sangre nueva (incontaminada de bochornos) para encarar la aventura imposible: Facundo Affranchino fue inesperado titular, luego de jugar apenas siete minutos en el torneo. Más rara aún fue la inclusión, a mitad del segundo tiempo, de Daniel Villalva, otra de las promesas acalladas por motivos insondables. A esa altura, el chiquito apenas pudo acompañar a la manada, un River que empujaba como toro herido, ya seguro de la derrota. Son detalles, pero reflejan el remate. La incapacidad de las autoridades para, al menos, colocar a salvo algunos nombres, la reserva indispensable de un futu-

ro que es necesario empezar a construir ya mismo. A la inversa de Cortés, quemar las naves, para River, significa invertirlo todo en el desastre, no dejar vestigios del reino sumergido. Pero ese fue el fin, decíamos, las postales más dramáticas, que apenas resumen el estado de las cosas. Golpes de timón de un omnímodo Daniel Passarella, que fue de la utopía romántica de Ángel Cappa a la ética de quiosco encarnada por el Negro López, jugador impar que la historia encontró en el lugar equivocado y en el momento menos oportuno. Y que lidió mal y asustado con la papa caliente, improvisando a cada paso, adaptando las órdenes que le dictaban al oído. Y perfilando, aun cuando se hablaba de luchar por el campeonato, un equipo vacío de convicciones, desangelado, impedido no sólo de atacar, sino de cumplir con los rudimentos del juego colectivo. Incapaz de ganar un solo partido de los últimos nueve y en el que sólo se puede rescatar a Erik Lamela.

No hace falta aguzar la memoria para hallar en el pasado reciente negligencia o rapacidad, algún tramo del lento suicidio. Se comprende entonces la indignación tardía, la pena. Pero no tanto la sorpresa.


El revisionismo obliga a hablar del último lugar del plantel que dirigía Diego Simeone, de la sucesión vacilante de Pipo Gorosito y de los dislates de Aguilar. En fin, no hace falta aguzar la memoria para hallar en el pasado reciente negligencia o rapacidad, algún tramo del lento suicidio. Se comprende entonces la indignación tardía, la pena. Pero no tanto la sorpresa. Cuenta la leyenda que cuando regresó el equipo argentino que disputó el Mundial de Suecia, lo recibieron a monedazos. La furia del público, en rigor, ocultaba una base inaceptable de perplejidad. El mapa del fútbol había cambiado radicalmente, mientras los argentinos se miraban el ombligo convencidos de su excelencia inigualada, aunque jamás confrontaban con Europa. De hecho, Argentina no había ido a ninguno de los dos Mundiales de la posguerra, que tampoco se veían por televisión. De pronto, la inspiración del potrero había sido sustituida por una exigente preparación atlética que convirtió a los elegantes pisadores

en carretas de museo. Más o menos esa fue la lectura, cruzada por un incipiente complejo de inferioridad de proporciones comparables a la soberbia precedente. Tal vez la cartografía del fútbol argentino varió de tal modo que el descenso de River, que suena a escándalo, debe entenderse como la consecuencia más o menos razonable en un club que, a contrapelo de la gloria deportiva que refulge en sus vitrinas, hace rato que no responde a las señas particulares de una institución grande. Por sus deudas, por las reiteradas campañas flojas, por la improvisación autoritaria de sus dirigentes, por los equipos de medio pelo, por sus proyectos siempre sinuosos y de corto alcance, por sus procesos electorales polémicos, por el vaciamiento de sus divisiones inferiores, reconocido astillero de cracks… Al mismo tiempo, clubes medianos, con menor inserción popular y mayor conciencia de sus límites, se han colado con todo derecho en el podio. Ejemplo fácil: Vélez. Volviendo a las postales con mayor

carga simbólica que entidad documental: en el partido ante Belgrano jugado en Córdoba, con la derrota instalándose como definitiva, un grupo de hinchas rompió el alambrado y entró al campo de juego a apretar a los jugadores. La imagen remitía a alguna liga amateur jugada a la luz de una lamparita de 40 watts, donde el fastidio del público se expresa a los tiros. Fue un modo de colocar visualmente a River en el lugar donde, como institución, ya se había hundido. Los hinchas putean y lloran en la tierra arrasada porque el descenso, además de ofenderlos, subraya la magnitud del daño y la dilapidación. Les confirma la pérdida. Los devuelve a la realidad dinámica y amarga en la que los grandes son otros. Con otras políticas, con otros modelos de gestión, con otros (mejores) jugadores. River conserva, eso sí, el apoyo de multitudes y el más rico álbum deportivo, desbordante de talento y momentos felices. Es un capital apreciable para iniciar la reconstrucción.

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RIVER VUELVE

El resultado de pactar con el diablo

¿Cuándo empezó a descender River? La columna de Víctor Hugo recomienda mirar un poco más profundamente. Y por supuesto, no convertir a los jugadores en nombres estigmatizados. Por VÍCTOR HUGO MORALES

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hora, esquivando los chorros de agua, el fuego, el humo, aturdidos por los insultos y los disparos de gases, es tarde para las acusaciones y los lamentos. Habrá once nombres estigmatizados: sólo mencionarlos parecerá pecado. Y una fecha maldecida de junio, una tarde que era de sol, con la tibieza de las tribunas hasta donde no llegaba el aire helado que venía del río, marcada en el 26. El 26 de junio como un día innombrable. Pocos dirán que el dolor exacerbado de esa gente que camina por la Avenida del Libertador tiene padres. Que ese retorno es parte de una crónica anunciada hace tiempo en la que nadie creía. La televisión, que robó al futbol durante tantos años por la mano de Clarín y Torneos y Competencias, ahora espera a River para convertirlo en algo redituable para ellos, siempre para ellos. Disimulando sus culpas mientras trasmiten el escándalo en las calles, esa violencia que, por otros motivos, siempre auspician y a la que le sacan jugo político y económico. El lunes 27 de junio se anunció que al menos los partidos de visitante de River serán trasmitidos por la televisión abierta. Hay que llevar la decisión a mayor profundidad. River no puede quedar encapsulado para los que tienen cable. River no se fue este 26 de junio. Eso es nada mas que una precisión, la forma de mencionar la derrota poniéndole una fecha, una hora y un resultado. River empezó su andar hacia el abismo cuando sus dirigentes, otros, no los catuales, pactaron con el Diablo. En vez de juventud eterna, pidieron nada menos que la impunidad. Y a cambio dieron la protección del espurio negocio de los televisores codificados. Si para River estaba bien, lo estaba para el resto. Los diarios de Clarín no hablaban sino para defender dirigentes en temas de barras, muertes y negocios de toda laya. River empezó a irse cuando asesinaron a Acro porque había mucha plata en juego. Cuando, acto seguido, sus dirigentes sacaban, ante alguna lluvia critica, el paraguas del Grupo Clarín. La propia gente que hace periodismo allí reveló cómo les estaba

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impedido hablar de Aguilar y de los otros. Maten al árbitro, al que pateó mal un penal, a quien sea, pero no se metan con Aguilar. Era sagrado, Aguilar. No importaba si los dirigentes que llegaran no tuvieran ni para pagar la luz. Se apostaba a algún resultado transitorio, y allí aparecían los elogios. Aguilar ahora está en la FIFA, dicen, sentado a la diestra de Dios Pater Grondona. A él le va bien, dicen, si hasta se sacó unos kilos de encima y luce espléndido, joven. Los hinchas de River, en cambio, parecen haber envejecido diez años en un solo día. Este cronista escribió una nota sobre Clarín y Aguilar antes del partido porque pensó que si no lo hacía en la previa, el triunfo ante Belgrano obraría como la ceniza que cae y no deja ver nada. Y anduvo cerca de tener razón, si no fuera porque a River no sólo le ocurrió padecer un Aguilar o ser un plato apetitoso en la mesa de los negocios de Clarín y Torneos. Había, además, un Pezzota en el camino de River, y en el único momento en el que la vida le sonreía –ganaba uno a cero, iban 25 minutos y jugaba bien–, ese árbitro se comió un penal. Y no era igual ese penal al otro, que dio cuando River se tuteaba con el desencanto; ni a otro que dejó pasar cuando llegaban los minutos finales. También le sucedió a River que le atajaran el tiro del final, el de Pavone en la pena capital. Y que sus zagueros chocaran entre ellos, perturbados, para dejar servido el gol del empate de Belgrano. River, el equipo actual, también ayudó, desquiciado por la inseguridad, confundido por el ataque mediático. Pero no son estos once, ni este técnico, ni los cincuenta o sesenta que jugaron estos años, o los cinco técnicos que pasaron. Si la crónica habla sólo de ellos, si el hincha de River no aprende a mirar un poco más profundamente, si el hombre de fútbol en general no aprecia cuántas de sus desventuras son la impronta del negocio nefasto de aquella televisión ladrona, se consumará otra injusticia.


¿Y los jugadores?

Tanto en los medios como en las encuestas con los hinchas, pocos les caen a los futbolistas de River, ya sea a los que estaban hace tres años como a los que no pudieron ganarle por dos goles a Belgrano de Córdoba en el Monumental. Por CHRISTIAN COLONNA

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in obviar la responsabilidad de Aguilar ni la de Passarella. Sin olvidarse de que Simeone salió último ni de que Juan José López llevó al equipo a una confusión insólita. Sin dejar de lado algunos errores de los árbitros. Pero, ¿y los jugadores? Lo fácil, y en algún punto lógico, es decir que este plantel, el que tiene que cargar con la pesadilla de River, no es el responsable. Pero ni Aguilar ni Passarella ni Simeone ni J.J. López fueron responsables de cosas tan sencillas como pasarle la pelota a un compañero, meter un penal, no poner la mano en donde no se debe, patear al arco de vez en cuando... El desconcierto del Negro López fue evidente. Tan evidente como que los futbolistas no fueron capaces de rebelarse. ¿Cómo fue? ¿El técnico les decía a los laterales que no cruzaran la mitad de cancha y ellos, calladitos, por la sombra y cumpliendo? ¿El técnico le decía a Lamela que eludiera a todos los rivales y ni mirara a sus compañeros? ¿O a Carrizo que se metiera un par de goles solo? ¿O a Juan Manuel Díaz que rechazara contra el cuerpo de Ferrero? Sólo por hablar de las últimas imágenes de la tristeza… River, este River, estos jugadores de River debían ganarle a Colón. O a Olimpo. O a All Boys. Más allá de cualquier indicación disparatada que pudiera haberle dado el entrenador, haya sido Jota Jota o Passarella. Y si no pudieron hacerlo, después tuvieron la oportunidad de jugar un mano a mano con Belgrano. Lo único que debían hacer era no perder contra el cuarto del Nacional B. En fin, demostrar por qué usan la camiseta de River, sean pibes o mayorcitos. Y en el momento de salir a la cancha, ningún futbolista lo hace pensando que el club en el que juega está devastado económicamente. Adentro de la cancha es el momento de ellos. Y los jugadores de River no estuvieron a la altura de la historia del club. Como no lo estuvieron Aguilar, Passarella, Simeone, Gorosito, Astrada, Cappa y Juan José López.

Todos los jugadores que estuvieron al menos un minuto en estos tres años. Entre paréntesis, los partidos que disputaron. Ferrari (103), Buonanotte (79), Almeyda (64), Vega (52), Villagra (51), Ferrero (53), Abelairas (50), Mauro Díaz (48), Funes Mori (45), Roberto Pereyra (45), Nicolás Sánchez (41), Cabral (38), Ortega (38), Lamela (36), Maidana (36), Rosales (36), Carrizo (35), Barrado (35), Pavone (34), Ahumada (33), Radamel Falcao (32), Juan Manuel Díaz (32), Román (32), Gallardo (28), Acevedo (26), Affranchino (26), Villalva (25), Fabbiani (25), Facundo Quiroga (25), Bou (23), Augusto Fernández (23), Galmarini (23), Lanzini (23), Caruso (22), Arano (21), Rodrigo Rojas (19), Juan Manuel Ojeda (18), Andrés Ríos (18), Nicolás Domingo (18), Salcedo (16), Archubi (15), Tuzzio (15), Canales (14), Coronel (14), Cirigliano (14), Robert Flores (13), Ballón (12), Ponzio (12), Gerlo (11), Orban (10), Bordagaray (7), Chichizola (5), González Pírez (5), Barbosa (4), Gil (4), Musacchio (4), Nicolás Navarro (4), Gustavo Fernández (3), Fabio Giménez (3), Paniagua (3), Juan Antonio (2), Gonzalo Ludueña (2), Omar Merlo (2), Lizio (1).

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RIVER VUELVE

Y compartieron el pan, gente de cien mil raleas

El descenso ya es pasado. Y desde Córdoba, el colega nos deja las sensaciones de un doble choque (Belgrano-River) del que habló todo el país. Y del que, seguro, se seguirá hablando... De estas cuestiones, los porteños conversamos poco y nada. Viene bien un tironcito de orejas. Por OSVALDO ALFREDO WEHBE

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reinta y cinco años han pasado, y decenas de colegas que ya no están y otros tantos que están me han honrado con un trato respetuoso para hacerme sentir digno de trabajar en los medios más importantes que desde Buenos Aires marcan tendencia de opinión en el mundo deportivo nacional. Por lo tanto, la sensación que voy a trasladarles a los cañeros es la de algo que ha pasado otras veces, pero pocas con la intensidad de estos tiempos de River en crisis. Y que no me involucra directamente, aunque me es archiconocida. Cuando usted esté leyendo este comentario, la suerte de Belgrano de Córdoba y River Plate de Buenos Aires será cosa juzgada. Y en las líneas precedentes aparece una de las experiencias que me ha tocado vivir en estos años. Decir Belgrano de Córdoba es normal, nombrar a River como de Buenos Aires suena raro. ¿Por qué? Pues por una cultura unitaria acunada desde años en el fútbol que hace que, para identificar a un club “de afuera”, haya que ponerle la patente del lugar. San Martín de Tucumán, Boca de Corrientes, Godoy Cruz de Mendoza… Y está bien que sea así. Eso jamás ocurrió con los equipos de Capital Federal. Es que son “de acá”. Huracán no es de Buenos Aires, es Huracán y listo. Boca Juniors es Boca y se acabó. Apenas se cruza la General Paz, ya Racing es de Avellaneda y Gimnasia de La Plata. Dejando esta manera de ver la geografía del país a partir del puerto, que está arraigada desde La Quiaca a Tierra del Fuego, el choque de River con Belgrano tuvo sus implicancias sociales, seguramente no demasiado advertidas por una población sumisa a los designios culturales de toda la vida. Ya el asombro y la

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molestia que para los medios de Capital Federal significa tener que luchar por una cabina o un pupitre para relatar en Alberdi es un pequeño triunfo para aquellos que, como quien suscribe, han gozado por años del mejor lugar para trabajar en las canchas de Buenos Aires empuñando el micrófono de Rivadavia o Continental y ha tenido que pertrecharse al aire libre en un par de plateas cuando su labor era para una emisora cordobesa, por ejemplo. Y es una victoria porque, al menos durante una tarde, las protestas por aquello que nos pasa todo el año a los que somos “de afuera” en Capital serán vociferadas por los que siempre te dicen “qué increíble, no debería ser así”. Pero es, muchachos. Que Belgrano jugase con River, mano a mano y en situación límite, no es más que poner de protagonista de una novela “nacional” a alguien con tonada distinta. Las series de ficción argentinas contienen a

los de tierra adentro en calidad de mayordomos, tontos ó cómicos de ocasión, en la mayoría de los casos, cuando esos roles no les tocan a paraguayos o bolivianos… River, algo así como un galán de todas las novelas del fútbol nacional, quedó en igualdad de condiciones por un rato con el primo que viene de lejos –aunque su procedencia sea del mismo país–. Estas cosas que, quiero insistir, las observo de un lado y del otro desde hace tres décadas y un poco más a la fecha parecen tener, por el embrujo de una pelota y el mal juego de once muchachos, la posibilidad de sentar al poderoso en una mesa diferente. Y compartir comida, lo que ya es un logro. Con la exquisita sensación de que todos pueden ir al infierno algún día, aunque en la vida real los de River no se sienten a comer con los Belgrano. La película del fútbol lo ha logrado.



UN CAÑO INVESTIGA Por GUSTAVO VEIGA

¿Café o cortado?

La figura máxima de aquel equipo señaló que se jugó con estimulantes. Otros jugadores lo desmienten. La AFA emitió un comunicado, casi una declaración de guerra. En el medio de este tiroteo, los argentinos descubrimos, no con demasiada sorpresa, cuántos arreglos extraños existen en el enigmático historial del fútbol argentino. Sucesos y anécdotas del caso “Eliminatorias 1993”.

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l café veloz se recalentó. En la intimidad, Alfio Basile les confía a sus amigos una frase hecha sentimiento: “este vigilante habla así y nos dejó afuera del Mundial”. Su vozarrón todavía retumba en La Raya, el restorán que suele elegir para cenar el ex técnico de la Selección nacional. “Está indignado”, lo describen sus íntimos. Así se siente después de que Diego Maradona dijera que en los partidos del Repechaje contra Australia para clasificar al Mundial ‘94, varios de sus compañeros tomaron aquel brebaje con el que corrían más o clavaban la pelota en un ángulo. Una acusación que el Coco, en público y sin sordina, calificó como “una pelotudez”. El café veloz –otra definición para el digesto maradoniano– le cayó más pesado que si hubiera tomado un capuchino con una docena de medialunas de grasa. Hugo Perico Pérez, integrante del seleccionado que jugó los dos partidos clasificatorios en 1993, contradijo a su más famoso compañero de equipo: “no existió para nada, como no existieron el Gatorade, la Coca Cola o el agua mineral veloz”, el dijo el ex jugador a Un Caño. La polémica lanzada por el ídolo –una más y van…– tiene una historia que la AFA pretendió cerrar con un extenso comunicado en el que

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contraatacó responsabilizando a Maradona en soledad por el doping del Mundial de Estados Unidos. Se trató de “una decisión y acción personal”, dice el texto. Si el aditivo existió, o si forma parte de la desmesura verbal a que nos tiene acostumbrados el Diez, es la cuestión a develar. Lo intentaremos. Al otro lado de la línea, la voz de Perico Pérez se escucha firme, pero serena. “Está equivocado, no conoce la historia de cada uno para hablar así. Pero me dolió más que dijera que nos mandó a responderle Grondona. Si tiene una pelea con el presidente de la AFA es un problema de él. Me extraña, porque hace un año lo abrazaba y presentaban juntos el Fútbol Para Todos. Esto es como si Maradona se peleara con el Papa y nadie pudiera ir a misa por eso”. Desafiante, el ex técnico de la Selección en el Mundial de Sudáfrica, había azuzado al grupo que le salió al cruce –integrado por Pérez, José Chamot y Carlos Mac Allister–: “los

que quieren discutir conmigo saben dónde vivo. Que no se hagan los Teresa de Calcuta, porque cuando tenían que cobrar la plata de la clasificación fueron en el auto más rápido que tenían”. El ex volante de Independiente y Racing redobló la apuesta: “¿él salió a hablar del café veloz y yo lo tengo que ir a buscar? No, de ninguna manera. Le di mi número de celular al Cabezón Ruggeri para que me llame. Él también puede averiguar dónde vivo. Son muchos los que se desencantaron con Diego. Y aclaro una cosa: le tengo un aprecio de la puta madre”. Las declaraciones que Pérez le hizo a esta revista vinieron acompañadas de una aclaración que sintió necesaria: “a Grondona hace como diez años que no lo veo. Y desde que dejé el fútbol pasaron como cinco. Mi último trabajo fue como manager de Independiente, y ahora estoy con otras cosas. Me interesa más la política que el deporte”. Maradona quiso aclarar lo que había dicho y cómo lo dijo en el programa Pe-

“Está indignado”, lo describen a Coco Basile sus íntimos.


Diego saluda al pテコblico al finalizar el partido en Australia.

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rros de la calle, de la FM Metro: “yo no di nombres. No sé quién tomó. Lo único que sé es que yo me pasé caminando con Claudia hasta las 8 de la mañana por toda Australia y que también hubo varios que no pudieron dormir no sé por qué”. Aquel 31 de octubre del ‘93, la Selección empató 1 a 1 en el partido de ida del repechaje jugado en Sydney. El capitán acababa de cumplir 33 años, lucía flaco como un junco, tenía el pelo corto y había tirado el centro que Abel Balbo aprovechó para concretar de cabeza la victoria parcial de Argentina. Ya en la revancha, y con la clasificación asegurada para el Mundial de Estados Unidos (Argentina venía de ser goleada 5 a 0 por Colombia en el estadio Monumental), el ídolo redentor mostraba gratitud hacia el presidente de la AFA que ahora critica con dureza: “yo tengo que decir gracias, y en especial a Grondona y al Coco”. Marcelo Araujo lo entrevistaba en los vestuarios después de llamarlo “maestro”, al igual que a Oscar Ruggeri y Gabriel Batistuta. El defensor le confesaría al relator que el 1 a 0 contra Australia había sido el partido más difícil de toda su carrera. Junto a ellos se encontraba Carlos Heller, el vicepresidente de Boca. Las imágenes de esos reportajes todavía se pueden observar en YouTube. Un clima distendido dominaba el vestuario argentino. Dieciocho años después, Maradona, vaya a saber por qué (quizás el reciente encono con Grondona fue decisivo) prendió todos los ventiladores disponibles. La mayoría de los dirigentes y sus ex compañeros temen enfrentarlo mano a mano, pero en privado se brotan. “Es una patraña. Ninguno tenía antecedentes, excepto él. El café veloz no existió”, coinciden testigos del ‘93. En efecto, Diego había sido sancionado por doping después de que su muestra de orina arrojara resultado positivo en el partido Napoli-Bari del 17 de marzo de 1991. Carlos D’Angelo, uno de los

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especialistas más reconocidos del país en controles antidoping y amigo personal de Basile, dice: “nunca sentí hablar del ‘café veloz’, aunque cuando no hay controles, la posibilidad del doping existe. De ahí a afirmarlo, es otra cosa. Sería muy temerario hacerlo sin pruebas”. El antidoping comenzó a efectuarse en el repechaje de los Mundiales a partir de 1998, cuando se creó la AMA, la Agencia Mundial Antidopaje. Antes, no estaba reglamentado, y eso es lo que explicó la AFA en un comunicado para justificar su réplica a Maradona por la denuncia del café veloz: “no hubo control antidopaje, simplemente, porque no constituía obligación reglamentaria para ese tipo de disputas”. También señala el texto (donde proliferan los adverbios terminados en mente) que “sólo por una cuestión de respeto y amistad, se convino previamente con nuestro eventual adversario no marcar una excepcionalidad a una regla que no existía. Y, en cambio, hacerlo en los partidos con rivales del mismo continente, como una cuestión acordada obligatoriamente desde antes de los ‘80. O sea, es cierto que no hubo control antidopaje frente a Australia, simplemente, porque no era reglamentariamente obligatorio”. El palazo final para el actual técnico del Al Wasl de Emiratos Árabes está en el párrafo siguiente: “en cambio, donde resultó de obligatoriedad, tuvimos el triste papel de ser uno de los tres casos entre 1994 y 2008. Durante ese período se llevaron a cabo 6.384 controles antidoping de los cuales el 0,05% resultaron positivos. Uno por efedrina, uno por cannabis y uno por nandrolona. Y eso ocurrió (caso efedrina) en 1994, precisamente. Doloroso caso del que quedan

eximidos de responsabilidad todos los miembros de la delegación, pues se trató de una decisión y acción personal”. Maradona, marche preso. Aquel Mundial de Estados Unidos abonó las teorías de la conspiración imperialista para sepultar el sueño argentino de campeón. Joao Havelange se retiraba de la presidencia de la FIFA, y Brasil tenía que ganar la Copa, decían. Tampoco podía tolerarse que un confeso admirador de Fidel Castro hiciera peligrar aquel presunto plan en Estados Unidos. Se interpretaría como un mal ejemplo. Fue entonces cuando Diego acuñó otra de sus célebres frases: “me cortaron las piernas, y encima no me dejan defender. ¿Por qué habló el doctor Ugalde? ¿Por qué no cerró la boca? ¿No se da cuenta que la máquina se pudo haber equivocado? Pero no, no les importa, me dejan solo. Quiero tener el derecho a defenderme porque no me drogué, no sé qué pasó. Pero no les calienta. Total, acá el único que se hunde es Maradona”. Ernesto Ugalde había sido el médico del seleccionado en esa etapa. Quienes recuerdan todavía aquel repechaje, y el Mundial ‘94, lo describen como el profesional que quiso atender al Diez y no pudo. El entorno de Maradona le habría bloqueado esa posibilidad una vez desatado el escándalo. Desde que se propagó la fiebre del café veloz, la AFA quedó sumergida en la incómoda situación de tener que dar explicaciones. En el comunicado titulado “El honor de todos a salvo” hay una crítica por elevación al Grupo Clarín: “Llama la atención como de un hecho público, oficial, dado a conocer previamente, publicado y dicho por la prensa


de la época, se intente generar un escándalo. Y de un retruécano de dos frases se llenen páginas, aun en aquellos medios que por entonces tenían intereses a través de la explotación de los derechos televisivos, que conocían y publicaron este hecho menor y que hoy lo despliegan como información dominante desde su página tres en adelante como una cuestión nacional”. ¿Qué es lo que está sugiriendo la AFA? ¿Cuál es el hecho menor? ¿La denuncia de Maradona o la inexistencia de control antidoping en el Repechaje del ‘93? No queda claro. Llama la atención que el ocurrente Diego haya dejado solamente al margen de su acusación a Fernando Redondo. “No necesitaba absolutamente nada. Y había otros que le ofrecíamos café”, co-

mentó. También es sugestivo el momento que eligió para recordar un tema de presunto doping ocurrido hace dieciocho años. El empresario Daniel Vila está lanzado a ocupar la presidencia de la AFA en octubre, y uno de sus empleados más famosos es Ruggeri (panelista del programa El Show del Fútbol), enfrentado con Grondona y el más próximo a Diego entre todos los campeones mundiales del ‘86. Es como si aquel plantel que brilló en México hace veinticinco años hubiera quedado partido al medio. De un lado, dos pesos pesados como Maradona y el ex defensor; y del otro, los que trabajan en la AFA en las distintas Selecciones nacionales: Sergio Batista, José Luis Brown y Oscar Garré. “Al café le ponían algo, y por ahí

corríamos más. Eso Grondona lo sabía. Para jugar con Australia te daban un café veloz”, acusó el acusador, y volvió a ponerse en contra a varios de sus ex compañeros de Selección, aunque ya no eran los del ‘86. “Que explique él los motivos del doping que nunca existió. Si le gusta bien, y si no, también”, lo desafió Perico Pérez, uno de los que decidió enfrentarlo dando la cara. Lo que ocurrió en aquel repechaje del ‘93 sólo lo saben los protagonistas. Habría que contratar a un especialista en “cafeomancia” para leer la borra en el fondo de un pocillo y determinar si Maradona dijo la verdad. Pero pasó demasiado tiempo, y el café se recalentó tanto que quemó unas cuantas reputaciones. Eso es lo único que puede sacarse en limpio.

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PERFUME DE VARÓN

Por MARÍA FERNANDA MAINELLI

Fotos ALEJANDRO KIRCHUK / NUEVE13

“Si nacés en Rosario y lo tenés a Central, ¿para qué te vas a hacer de los otros?” El periodista rosarino traza su mapa genético, y el orden de los factores, aclara, no altera el producto. Por eso se declara “argentino, judío y canalla”. Y, lógico, anti-Newell’s, club al que no nombrará jamás de esta manera durante la nota. “Nunca juzgo a las personas que tienen distintos placeres a los míos”, se burla.

H

ace unos meses, este mismo bar en el que se lo espera, un Starbucks de Palermo Chico, se convirtió en el escenario involuntario de un episodio algo patético en su sufrida vida de hincha. La situación fue triste. Sí, lectores, preparen sus carilinas porque lo que sigue es conmovedor. Imaginen a un canalla, a 320 kilómetros de su cancha, buscando frenéticamente un canal de televisión que trasmitiese un partido no tan para todos en el que su equipo se mediría con uno tan de la B como el suyo. Imaginen a ese mismo canalla con su nuevo chiche iPad en mano, que todavía no sabía usar bien, intentando encontrar durante un buen rato en Internet ese canal europeo que, le habían dicho, lo pasaría. Imaginen a ese mismo canalla sentado en el living de su departamento, alegrándose por fin de haber sintonizado el añorado partido. Imaginen a ese mismo canalla, solo, recibiendo como duros golpes en el pecho uno, dos, tres goles hasta que no aguantó más y lanzó un grito inexplicable y apareció su mujer, indignada, y lo echó de la casa por desubicado. Imaginen a ese mismo canalla caminando un sábado gris por ese barrio tan distinto a Arroyito hasta llegar a este Starbucks, cargando el iPad con la cabeza gacha, para terminar de ver, con el corazón partido al medio y la indignación aflorándole por los poros, según sus propias palabras, “cómo nos rompían el culo”. Gerardo Rozín, periodista que trabaja

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hoy en C5N , cuenta: “yo estaba en un estado de alteración mínimo. No me acuerdo con qué equipo jugábamos, pero sí que era una cancha chiquita, sin gradas, y la situación de ver jugar a Central en ese lugar rodeado de casitas bajas no era muy edificante, pese a toda la dignidad que ellos deben sentir por su cancha. En un momento, perdíamos en un reducto en el que ni siquiera nos deberían haber dejado entrar por grandes. Nos estaban recontra rompiendo el culo mal, y en el medio grité algo inentendible. Ahí entró Carmela, mi mujer, con la beba más chiquita en brazos, como si fuese una película italiana, y me dijo ‘andate de casa, estás dando lástima, andate… Tu hijo está solo en el cuarto. Andate, es una vergüenza lo que estás haciendo, andate, estás loco, andate, no te quiero ver así, andate de casa”. Y yo me di cuenta de lo que estaba haciendo y me vine acá, a este bar, con mi iPad, y terminé de ver cómo nos rompían el ojete. Me dije ‘de ésta, algún día se va a salir, pero espero que sea rápido’, porque reconozco que se la está pasando feo. –¿Siempre fuiste este tipo de hincha pasional y cabrón?

–Trato de salir del comportamiento clásico del hincha de Central, que se ubica en la platea alta techada, que es un tipo muy particular. –¿Cómo es ese plateísta? –Básicamente, un tipo que decide estar siempre a la sombra. La platea techada genera un clima especial que vuelve oscuros a los hinchas, que se quejan todo el tiempo, putean por lo bajo. Yo arranqué ahí, y después me fui del lado del sol, donde suele haber chicas, pero me llevé ese carácter de la techada. Hasta que un día empecé a tener un comportamiento extraño. –¿Qué pasó? –Fue cuando empecé a ir a la cancha con un periodista de Rosario, Carlos del Frade, que pretendió durante un tiempo educarme en términos futbolísticos, algo que no logró. Él tiene una platea fija en la segunda línea, detrás del banco de suplentes que corresponde a los visitantes. Para mí fue una locura estar ahí. Mientras Carlitos me llevó a la cancha creía que tenía una función: volver loco al técnico rival. En esa época era menos conocido que ahora, aunque una vez un tipo me reconoció. Me paraba detrás del banco y empezaba a putear al técnico rival. Y yo puedo putear a

“No comparto la mirada progresista sobre el fútbol bonito, sobre el fútbol de Cappa”.


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un tipo noventa minutos sin parar. “Puto, la concha de tu madre, mirame, puto, la concha de tu madre, puto, puto, mirame, mirame, mirame, te vamos a romper el orto, puto, puto, puto…”. Así los volví locos durante un tiempo. –¿Te dio resultados? –“¡Uffff!! Al Tolo Gallego lo he vuelto loco. Tengo recuerdos hermosos de Gallego, más concentrado en no putearme a mí que en el propio partido. Porque el tipo no puede putearte, pero vos sí a él. Y estás a dos metros, noventa minutos, meta “puto, puto, puto, mirame, mirame, mirame, la concha de tu madre, puto leproso…”. ¿Qué va a hacer el tipo? Nada, es imposible. Cuando yo me di cuenta de que podía tener un rol dentro del partido, me cambió la lógica. Pero cuando dejé de ir con Carlitos eso se terminó, y además me di cuenta de que no daba seguir haciéndolo. –¿No te da un poquito de vergüenza ese comportamiento? –¿Por qué? Vos sos un tipo que va de chico a ver a un club y de pronto te das cuenta de que encontrás algo bueno para hacer por tu equipo, y dejás de ser ese boludo que va a la cancha y dice ‘uy, que cagada, nos hicieron dos goles’, sino que tenés un rol activo. Eso es hermoso. Encontrar una función dentro del partido es hermoso, y yo lo sostuve durante mucho tiempo. –¿Cómo fue esa vez que te descubrieron? –Es que yo trabajaba en el diario Rosario/12, y uno me dijo ‘che, vos sos Rozín’. Me morí de vergüenza y no lo hice más. –¿El anonimato le da impunidad al hincha? –Y, sí. Cuando estás en la cancha, no sos vos, sos parte de un colectivo hermoso en el que vale gritar, cantar y putear, claro. No me da ninguna culpa, ni siquiera ahora recordarlo. Es más, ahora mismo pienso cómo el equipo me debe haber necesitado y yo, como un estúpido, no estuve ahí. –¿Por qué sos de Central? –No sé. No tengo ni idea. Nunca fue una opción. Es como que me preguntes por qué nací judío. Nací así. Me tocó ser de Central, pero de todas maneras lo hubiese elegido.

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–Pero tiene que haber otra explicación… Tu papá, por ejemplo, ¿era canalla? –Sí, pero no era fanático. –¿Cuál fue el primer registro de Central que tuviste? –Hablar de Kempes en la escuela, como si Kempes fuese mío y de nadie más, o diciendo que a los que no les gustaba Kempes eran todos putos. Recuerdo, además, que cuando yo era chico se usaba mucho jugar a los botones. Juntabas botones viejos y te hacías un equipo. En Rosario estaba muy de moda ese juego, calculo que no en el Jockey Club, pero sí en mi barrio. El botón grande, como de tapado de vieja, era el arquero, y con los demás ibas accionando a los otros para que le pegasen al botón más chiquito, como de camisa, que era la pelota. Eso era “jugar a los botones”. Yo, a los cuatro o cinco años, tenía mi equipo de Central, pero no me pidas que recuerde los nombres de los jugadores porque soy muy malo para eso. Siempre digo que no sé nada de fútbol. Incluso, cuando voy a la cancha con tipos que saben mucho de fútbol, antes les aclaro esto para que no me rompan las pelotas con ‘¿te acordás de aquel jugador?’ porque yo no me acuerdo de nada. –¿Cómo definirías ese sentimiento que te une con Central? –Como un sentimiento enorme. En mi programa de radio tengo un minuto para mí, leo textitos que por lo general son muy abajo. Por ahí el programa viene re arriba y yo me tomo mi minuto abajo, mi minuto rosarino. Si no tengo cuatro o cinco tacheros que lloran es porque lo que hice como el orto. Lo mío se mide según la cantidad de tacheros que me acompañan en el sentimiento. Entre esos textos, tengo uno sobre una canción hermosa de Rubén Blades que habla de la patria

y de las distintas sensaciones que genera la palabra “patria” en el sentido de pertenencia, lo que te hace sentir parte de un colectivo. Y la patria es eso: nací acá, soy parte de... Es la identidad. Que en mi caso es: soy argentino, soy judío y soy de Central. Y no me hagás poner un orden porque es difícil y muchos se pueden llegar a enojar. –Te separaste de parejas que quisiste mucho, te fuiste a vivir a otra ciudad pero de Rosario Central no dejaste de ser nunca. –No hay opción, Central es mi patria. Es parecido al espacio “patria” en tanto sentimiento y pertenencia. Soy eso. No se me ocurre pensar que puedo ser otra cosa de lo que soy. Pero ojo, eh, que además allá en Rosario no hay otra opción. Lo otro es todo tristeza. –¿Cómo? También está Newell’s. –Sí, está, pero no es una opción válida ni significa, si querés, sentir todo lo que te digo. Ser leproso no incluye el mismo combo. –Estoy segura que un hincha de Newell’s diría lo mismo. –No, no, no, no… No saben decirlo ni de corrido. No dirían lo mismo. Les encantaría decir algo en el sentido que yo lo expreso, pero no pueden. Nunca juzgo a las personas que tienen diferentes placeres a los míos, de verdad, y entiendo que algún placer deben sentir siendo de Ñuls. Pero como opción seria, no podés ser de Ñuls, no está bien, no tiene sentido. –¿No es un poco irracional lo que decís? –No me parece. Es difícil de explicar, pero irracional no es. –Perdón que insista con este punto: pero si nacés en Rosario, tenés la opción de ser de Newell’s. –Sí, se puede. Dale, te lo digo… Pero no es una opción seria. Vos podés venir acá al Starbucks y pedir un mate con leche, y

“Cuando estás en la cancha, no sos vos, sos parte de un colectivo hermoso en el que vale gritar, cantar y putear, claro. No me da ninguna culpa”.


seguro te lo van a hacer, pero es raro... No porque esté mal el mate con leche, pero en el Starbucks no da… Lo mismo pasa con Central. Nacés en Rosario, lo tenés a Central. ¿Para qué mierda te vas a hacer de los otros? Es como pedir un mate con leche en Starbucks. Te lo dan pero no es la idea. Si querés disfrutar del fútbol, no podés hacerte de los otros… ¡Vamos! (se indigna, como si esta cronista no hubiese hecho una pregunta, sino cometido una herejía). –Pero ser de Central y disfrutar son dos palabras que no se llevan bien, sobre todo en los últimos tiempos. –No me parece. –¿Con Central fuiste más feliz que triste? –Soy más feliz que triste. –¿Te dio más alegrías que tristezas? –A ver: la estamos pasando como el orto. Querés que te lo diga, te lo digo. Pero igual está buenísimo ser de Central (la cara se le ilumina y parece que sí, que es en serio, que no miente). Lo que te brinda es siempre más que lo que te saca. El hecho de pertenecer te pone en un lugar muy

lindo en la vida. Está buenísimo ser canalla. Supongo que ser puto está buenísimo, pero ser un varón heterosexual también está buenísimo, aunque seguro vas a sufrir si una chica te abandona, o si te deja de querer. Malos momentos, vas a tener. –¿Cuál fue la vez que más sufriste por Central? –Cuando peor la pasé, fue en la otra promoción, de la que zafamos. No lo pude controlar... Cuando terminó y me saqué el estrés de encima, me desarmé, me puse muy mal durante tres horas. Mal solo, mal de llorar, mal de crisis... No entraba en mí. Fue por pasar muchos nervios. La sensación fue de pasar diez semáforos en rojo y no entender cómo no te mataste. Pero cuando frenás, aflojás. –A un año del descenso, ¿cómo te sentís con tu equipo? –No te voy a dar el gusto. ¿Vos sos de Ñuls? (pregunta con desconfianza, como si de Un Caño le hubiesen mandado al mismísimo enemigo). –Para nada. –Entonces, sí te voy a contar: estoy

muy mal. –¿Te gustaría que Newell’s se fuese al descenso? –Entre otras cosas. –¿Cómo cuáles? –Como que le quiten el terrero fiscal en donde tienen la cancha y se vayan a otro lugar que puedan sostener, más acorde a lo que son, ponele el polo sur... Me gusta que la pasen mal, lo disfruto. No comparto la mirada progresista sobre el fútbol bonito, sobre el fútbol de Cappa, esa idea de que como sos en la vida, sos adentro de la cancha, o eso de que si no querés un modelo de país en el que valga el todos contra todos tampoco querés un fútbol en el que valga el todos contra todos… ¡Ni en pedo, pero ni en pedo! Y tuve la suerte de poder discutírselo a Cappa. En la vida no hago cagadas enormes por un resultado porque no me animo, porque no me interesa o porque moralmente no me lo permito, pero en el fútbol dame resultados. Toda esa lírica, toda esa poesía maravillosa la siento cuando gano. Yo te escribo los versos más alegres esta noche, pero vos

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dame un 1 a 0, ¡la puta que te parió! Me preguntan: ‘¿no disfrutás del Barsa?’. Claro que disfruto. ¡Qué boludo! Cómo no voy a disfrutar del Barsa, ¿quién no lo disfruta? Pero cuando para justificar una regla te ponen de ejemplo un caso tan excepcional en la historia, es porque la regla es un poco flojita. Me gusta que jueguen bien, me encanta. Me gusta un jugador cuando le pega bien, me encanta. Si todo eso pasa en Central, mejor. Pero no puedo mentir diciendo que disfruté de un partido porque fue bueno por más que el resultado haya sido malo. No me importa nada. En este sentido, como no salgo a matar gente, me divierte cantar que vamos a salir a matar. –Con esta lógica, ¿a Central le perdonás cualquier cosa que haga en la cancha, un gol con trampa o que se envenene a los del equipo contrario? –Claramente, prefiero que no. Personalmente, me pregunto: ¿les pondría algo en el bidón para que se caguen todo antes del segundo tiempo? –No lo harías. –¡Sí, lo haría! Si no me agarran, ¡sí, lo haría! Y si me agarran y me descuentan los puntos, me sentiría una mierda. No tengo esa contradicción, aunque sé que está mal. Me gusta que jueguen bien, pero más me gusta que ganen. –¿Jugás al fútbol? –Poco, porque soy malo, pero algo juego. –¿Cómo te comportás en la cancha? –Soy todo lo contario a esos que se hacen lo políticamente correctos pero se ponen locos y se cagan a trompadas. Yo me enojo un poquito, pero como sé que soy malo jugando, no tengo ese derecho, no puedo meter un chiste de más, no puedo enojarme, tengo que estar concentrado, esforzarme y cerrar el culo porque no soy bueno. Tengo que tener un perfil bajo obligatorio. Ahora, si tuviese algún talento, los cagaría a todos desde arriba de un pino. Pero no puedo. Si me indican que vaya más abajo, soy respetuoso y lo hago. Soy un patadura obediente. –¿Te ocupaste de que tu hijo fuera de Central? –Mucho antes de que fuera buscado, desde antes que naciera. Lo hablé muy claramente con la que fue mi mujer, su mamá. Lo hablé muy en serio con ella, que venía de otro equipo. Lo hablé de frente, le expliqué que en esto no cabían los tíos que qui-

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sieran llevarlo a la cancha o al parque ni chistes, ni contaminación en la educación en este sentido. Y Pedro es de Central. –¿Le gusta Central? –Desconozco. Entiendo que no debe ser fácil vivir en Buenos Aires y ser de Central, y menos en este tiempo. –¿Alguna vez te dijo que quería ser de Boca, por ejemplo? –¿Qué? ¿Quién? ¿Pedro? ¿Mi hijo, de Boca? No hay posibilidad para algo así. Una vez, hace tres años, me dijo que quería hacerse además de otro club. Le pregunté: ‘¿el Barsa?’. Me contestó que sí. Eso está permitido.

rre la posibilidad de que vale abandonar, pero los chabones iban cayendo como mosquitos: se tiraba uno, se tiraba otro y en un momento se termina el partido y yo miro a un amigo que es periodista deportivo y le pregunto “¿qué pasó?”. No entendía nada, no sabía que lo que estaban haciendo era irse de la cancha como perros pechofríos. Todo el mundo se cagaba de risa, y yo tenía miedo, pensaba que nos iban a descontar los puntos. Fue muy lindo. Se acabó el partido y el día que abandonaron, yo estuve ahí. Pero la paradoja es que los tipos abandonaron un clásico y yo me perdí el disfrute porque no entendía.

–Hace quince años te viniste a vivir a Buenos Aires ¿Cómo seguís a tu equipo? –Tuve épocas. Al principio, iba todos los domingos que jugábamos, y ahora hago coincidir el viaje cuando hay partido. De visitante he ido bastante. Pero no me preguntes de formaciones porque no me acuerdo ninguna. La anormalidad como hincha es que me encanta el fútbol sin saber de fútbol. Una vez me pasó algo extraordinario, una de las grandes anécdotas que tengo de la vida. Fue en ese partido que los pingüinos (por Newell´s) abandonaron, y yo no entendía lo que estaban haciendo. Estaba en la cancha, y tengo la suerte de decir que estuve ahí, sin entender la dimensión histórica de esa situación ni lo que estaba pasando. Imaginate que un día vas a la cancha y no sabés que vale abandonar, si sos de Central no se te ocu-

–¿Tenés amigos de Newell’s? –Uno. Uno de mis tres mejores amigos es de Ñuls. –¿Sos de llamarlo para gastarlo? –Sí, todo el tiempo, y él también. Él vive allá y no se priva nunca de hacer su gracia, pero yo tampoco, aunque mucho menos. –¿Tuvieron algún encontronazo fuerte por temas futbolísticos? –Sí, hace poco. Yo fui a Rosario, perdimos uno de estos partidos inexplicables, me mandó una gracia por mensaje de texto y le caí en la casa: “no tengo humor, Gabi, se acabó, no hay humor con esto, hace veinte años que somos amigos, no hay humor con esto, Gabi, mirame, Gabi, no hagas humor con esto, no seas pelotudo, no hay humor…”. A veces, no hay humor. En esta situación, no hay humor.


DALE PELOTA A LA MODA

Por CECILIA DI GENARO

Es parte de la religión

Regreso con gloria de nuestra cronista de moda, quien se sintió tentada por la figura del Indio Ortiz, técnico de Gimnasia que suele vestir una remera con alegorías cristianas que le sacude la razón a más de uno. La fe, queridos amigos, mueve fronteras. Pero, ¿mantiene equipos en Primera División?

L

as remeras de Hernán Darío Ortiz son como una noticia que nunca sale a luz. Todos las ven, salen por TV, tienen la figura inmensa impresa de Jesús y algún que otro santo, pero nadie dice nada… Lo cierto es que, en blanco y negro o en colores, Hernán Darío mete el toque pop en los estadios. Es como el Lady Gaga del deporte argentino, sólo que sus ropas no tienen la etiqueta de Miuccia Prada ni se subastan en la web por miles de dólares, gracia’ a Dió. El Indio Ortiz, como le dicen, tiene un look estudiado y calculado al detalle. Por ejemplo: su peinado le hace honor a su sobrenombre. Por más que parezca que es un seguidor acérrimo de los Rolling Stones, en realidad es que le va la onda de los pueblos originarios. Pelo lacio, con flequillo recto y cubanas es la mejor cábala para el DT de un equipo que hace años lucha por mantener la categoría. ¿Creará tendencia el entrenador? ¿Influenciará a sus hinchas con sus postales religiosas? ¿Se imaginan una troupe de seguidores vestidos con símbolos eclesiásticos dando una clase básica de catecismo, rezando por Gimnasia, dándole el pésame a Huracán y prometiendo un voto de castidad si le ganan a San Martín de San Juan, agitando así el costado más masivo del supermercado de la fe? Todo sea por colaborar en la difícil misión de mantener al equipo en Primera División...

Y no estaría nada mal. ¿Cuántos famosos abordaron el tema de la religión y lo volvieron a poner en el tintero? Woody Allen lo hizo en sus inolvidables stand up en los ’80. La serie más vista de todos los tiempos lo tuvo al gran maestro del género, Jerry Seinfeld, diciendo que se había quedado dormido mirando La lista de Schindler, lo que dio que hablar en todos los programas de la pacata TV norteamericana. Sigmund Freud dijo que “la religión es comparable con la neurosis infantil”, y Karl Marx que “la religión es el opio de los pueblos”. Hay de todo en la viña del señor, y

cada uno elige aferrarse a lo que más le cierra. Lo que está claro es que lo interesante es masificar las creencias propias, no importa si se trata de fútbol, de Dios o de Los Beatles. ¿O mucha gente no pregunta “qué religión tenés” de la misma forma que te pregunta “de qué cuadro sos”? Y en el caso que no suscribas a ninguna religión –o no seas de River, ¡ups!–, no hay casillero en el que ponerte, y terminás catalogado como un desapasionado. Por eso, compañeros cristianos, judíos, ateos o lo que fuera: siempre es importante creer en algo y ponerse la camiseta. Como el Indio.

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Hacelo por mí

En octubre, Julio Grondona se presentará a otra reelección. Con una oposición real por primera vez, el presidente de AFA apuesta fuerte a la Copa América. No ganarla, en casa y con el mejor del mundo de nuestro lado, le causaría una herida de gravedad. Por ALEJANDRO CARAVARIO Fotos PHOTOGAMMA.COM

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uando estas líneas vean la luz, acaso la Copa América se encuentre en pleno desarrollo, inyectándole pimienta a los ánimos cansados de la melancolía invernal. Tal vez. Pero por el momento, dichas líneas permanecen en tinieblas, pendientes de las fechas móviles del cierre. Y hasta aquí, si bien la Copa América permitirá constatar in situ la existencia terrenal de Lio Messi y extasiarse con su fútbol de corriente continua, el entusiasmo del público parece eclipsado por las decisiones electorales de la Presidenta y, más próximo a la temática deportiva, el debate desigual entre River y la parca. Esto último sí que concentró rezos, conjuros y miradas de estupefacción profunda. Paralizó las calles como una final de Mundial y erizó los cimientos de la patria futbolera. El torneo continental, en cambio, aun con la Selección en uso de sus estandartes mejor reputados, de

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sus jóvenes glorias adoradas en el altar planetario con casa matriz en Europa, no conmueve más que a la familia argentina. Ese público distante que acude a los estadios sólo en fecha de Selección y que en lugar de los hábitos destemplados del hincha estándar, exhibe el medido disfrute del picnic. No crean que improviso. Mindshare Argentina, agencia de medios del Grupo WPP, emprendió una investigación acerca de las expectativas generadas por la Copa América y los resultados revelan científicamente la baja temperatura que uno registra al tacto. Según el estudio, el 60% ha dicho estar “algo o muy interesado” en el certamen, recorte muy escaso si consideramos que, después del Mundial, es lo más importante que se juega de este lado del mundo. En otras palabras, hasta el mes pasado, a cuatro de cada diez argentinos les importaba un pito esta cumbre latinoamericana. Para

Sudáfrica 2010, asegura Mindshare, los interesados alcanzaban el 85%. Eso sí, el optimismo domina las previsiones de quienes seguirán con atención los partidos, pues el 70% contestó que el equipo de Batista se quedará con la Copa. Ajeno a esta mesura (harto de ella, quizá) el oriental Diego Forlán hizo olas por todos sus colegas al cancelar la boda con la bella Zaira Nara, verdadero banquete para los fogoneros de la pantalla. A la dimensión estelar de los novios en cuestión, se sumó un componente enigmático: por qué tan abrupto y doloroso final. La saga de las hipótesis (que el contrato prenupcial, que las inclinaciones homosexuales del galán charrúa, que el tipo es un flojo de bragueta y no deja señorita en posición vertical) mantuvo el espectáculo informativo y la curiosidad latente. Lo más parecido a la cadena del chisme, pero con el soporte tecnológico del siglo XXI. El final de Diego y Zaira a


su vez desinfla un mito romántico que está en su apogeo: la princesa botinera y el atleta como pareja ejemplar. La belleza, la juventud, la fama y el dinero embutidos en un matrimonio de portada. Así que habrá que pensar en otro modelo conyugal. Las sospechas de frivolidad de los lectores más solemnes quedan plenamente confirmadas. El show tiende a borrar fronteras. Y el corazón maltrecho de un deportista bien puede contribuir, aun sin proponérselo, al incesante aparato publicitario, a la necesaria expansión del mercado.

legado directo a cargo –falto de respaldo popular y de legajo que lo habilite para el puesto–, Grondona podría decir, como Flaubert de Madame Bovary, la Selección soy yo. De modo que la suerte del equipo nacional en la Copa América tiene una relación directa con el ánimo del capo para afrontar las próximas elecciones de octubre. A fines del año pasado, en un rapto magnánimo, Grondona había entrevisto la posibilidad de dar un paso (mejor sería dos o más) al costado. Pero en los últimos tiempos cambió de opinión y, en un abuso de su longevidad, se presentará

para la octava reelección, es decir para el noveno mandato de un papado que comenzó en 1979, cuando la dictadura de Jorge Rafael Videla cursaba su ciclo de esplendor. Al momento de celebrarse la próxima elección de AFA, el hombre hará gala de sus flamantes 80 años. Los laderos más alcahuetes, los que fomentan La Leyenda del Ferretero, aducen que don Julio libera endorfinas a raudales con la competencia. Sólo una vez, en el páramo de AFA, se le plantó un adversario, el ex árbitro Teodoro Nitti, cuya derrota aplastante –hoy una pincelada folclórica más que un antecedente

Flaubert en la calle Viamonte Entre el cotilleo de la tevé y los jugadores que velan silenciosamente sus armas, hay alguien que sí asiste ansioso a la competencia: Julio Grondona. Sus pergaminos deportivos están virando al amarillo. Como bien le recordó Sergio Batista, en 2014 se cumplirán veintiocho años sin títulos mundiales. Más acá del principal torneo de FIFA, la carestía es semejante: hay que remontarse a 1993 para evocar un título en selecciones mayores, precisamente en una Copa América. Por lo demás, el presidente vitalicio de AFA vio evaporarse en forma drástica el rédito extra que le deparó la hazaña de México. La consagración de Maradona, el mejor jugador de la historia, ocurrió por azar bajo su gestión, suerte que no ha tenido con Messi. Desde entonces, su prédica solapada y la generosa imaginación popular lo colocaron en el lugar de padrino de aquella explosión sin secuela ni comparación (el barrilete cósmico). Tal ficción se hizo astillas, derivó en traición con el despido del Diego entrenador luego de Sudáfrica 2010, una actitud de la cual don Julio, abstraído en sus urgencias, no midió el alcance simbólico. Su máximo logro quedó sepultado por un pedestre afán de obediencia, encarnada en el sucesor Batista. Así no procede un estadista de su talla, podría pensarse, pero ha de ser la soledad del poder la que alienta esas patinadas. Lo cierto es que con Batista como capitán del barco, es decir con un de-

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político– no hizo más que confirmar el poderío de Grondona. El sinuoso Carlos Bilardo también se retobó en una ocasión y anunció sus pretensiones de sucederlo. Si bien Bilardo lo había ayudado a trepar en FIFA, el eterno presidente se disgustó con la propuesta. No le resultó difícil al ex entrenador advertir la disparidad de fuerzas, la imposibilidad de esbozar una oposición siquiera amigable y postergó su deseo para cuando el fútbol, según sus propias palabras, fuera más federal y pudieran votar los clubes del interior.

De Mendoza vengo Agitando precisamente la bandera del federalismo, se ha plantado por primera vez un oponente con una estructura y con un poder económico que hacen verosímil su incursión en las arenas cautivas del fútbol. El empresario Daniel Vila, de trayectoria y sociedades comerciales polémicas, accionista de América TV y presidente de Independiente Rivadavia de Mendoza, se ha lanzado con el rigor de un estratega a la dura misión de desbancar a don Julio. Cuenta con periodistas a sueldo que controlan el lobby bajo la apariencia de información, más algún que otro figurón con rebote como el ex futbolista Oscar Ruggeri. La movida tiene un apoyo de resonancia parlamentaria: Vila y sus muchachos han elaborado un proyecto de ley –cuya letra no está mal– con vistas a democratizar el fútbol, colocando en un plano de igualdad a los clubes de la metrópoli y los del interior. También prevé el texto un control más celoso de la caja y la creación de un fondo jubilatorio para futbolistas profesionales. La cosa va en serio y, decíamos, los adulones sostienen que este desafío estimula a Grondona, quien, por lo pronto, ordenó la movilización de las muchas células dormidas que responden ciegamente a la AFA. De hecho, los clubes de todas las categorías (todas quiere decir todas, con la previsible abstención del Independiente mendocino) salieron a

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repudiar las aspiraciones de Vila, al que acusan de tener una injustificada ojeriza hacia el amado monarca. Los rumbos a veces caprichosos de la pelota importan entonces para don Julio. Tanto como el apoyo que todavía le ofrece el Gobierno, socio eventual a partir del Fútbol Para Todos. La goleada ante Nigeria provocó un infrecuente reto de Grondona, a pesar de que se trataba de un amistoso con jugadores a prueba, algunos de ellos prácticamente ignotos. A

esta altura cualquier derrota daña. Hechas las paces con Tevez, Argentina tiene una colección de estrellas en su plantel, en cuyo centro refulge el mejor del mundo. Es hora de servirse del viento de cola, de este presente propicio, y transformarlos en una alegría popular. En una muy demorada vuelta olímpica. Cualquier otro destino sería derroche o torpeza. Y Grondona, que supo exprimir la juventud áurea de Maradona, no va a permitir que le pasen esa factura.



Que no pase de largo

Esta Copa América trae muchos equipos con posibilidades de ganarla. A las candidaturas más que lógicas de la Argentina y Brasil, se suman, muy cerquita, Uruguay, Chile y Paraguay. No hay grandes posibilidades de que nos entreguen un torneo con innovaciones tácticas. Pero la emoción está garantizada. Por MARIANO HAMILTON

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or un lado, tenemos la certeza de que la Copa América que se disputará en la Argentina no entregará grandes variantes tácticas. Más allá de la voluntad del equipo de Sergio Batista de clonar la forma de juego del Barcelona (saludable intención que no sabemos si efectivamente podrá ser llevada adelante), no se vislumbran modificaciones estructurales o cambios que nos permitan soñar con un torneo diferente, que nos deje enseñanzas para el futuro. Ya se escuchó una y mil veces que el fútbol es sencillo y que sólo se ve complicado por algunos directores técnicos que lo enmarañan absurdamente. Se dice, y en alguna medida estamos de acuerdo, que si no se profundizan algunas modificaciones reglamentarias, poco se podrá hacer para mejorar el nivel de un deporte en donde cada día es más importante el aspecto físico y menos trascendente la cuestión técnica. Pero, como todos sabemos, los gerentes de la FIFA son bastante reticentes a darle una vuelta de rosca a un juego que mantiene sus reglas casi inalterables desde hace más de ochenta años, pese a los cambios en la preparación que han desarrollado los jugadores, especialmente desde la segunda mitad de la década del ‘70.

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Pero no nos vayamos de tema, ya que si viramos hacia las modificaciones reglamentarias, estaríamos escribiendo otra nota. Digamos, para cerrar el tema, que hasta tanto no cambien aspectos estructurales del envase, será muy difícil que el contenido nos entregue algo diferente. Dicho esto, vamos derechito a la Copa América, a esta Copa América. Más acá de las pocas chances de ver algo distinto, convengamos que el torneo se presenta mucho más atractivo que sus antecesores, ya que aquellos traían como favoritos a Argentina y Brasil, mientras que el resto eran los convidados de piedra, los invitados a una mesa que estaba servida para otros. En esta edición 2011 no pasa lo mismo. Porque si bien Argentina y Brasil son los candidatos máximos, por la capacidad de sus respectivos planteles y porque la historia reciente así lo indica,

hay otros equipos que vienen con intención de convertirse en protagonistas. Y no estamos hablando del habitual invitado, México, que llega con un equipo Sub 23 reforzado y que poco tiene para llegar a las instancias finales. En el pelotón inicial de los favoritos están, por supuesto, Argentina y Brasil. El primero porque juega como local y porque en sus filas está Lionel Messi, el mejor jugador del momento por escándalo. Y el segundo porque está sufriendo un proceso de recambio liderado por su entrenador Mano Menezes fuera de la cancha y por Neymar dentro de ella. Muy cerquita, hay otros equipos capaces de mojarle la oreja a los más pintados. Se trata, por supuesto, de Uruguay, cuarto en el último Mundial y con las acciones en alza, más allá de contar con un equipo que bien puede ser considerado “grande”, ya que la mayoría de sus titulares están pa-

No se vislumbran modificaciones estructurales o cambios que nos permitan soñar con un torneo diferente.


sando la curva de los 30 años. Luego aparecen Paraguay y Chile, con los argentinos Gerardo Martino y Claudio Borghi en la conducción técnica. Martino sigue buscando sumarle a Paraguay un plus de audacia a los ya reconocidos planteos defensivos que tanto suceso le han dado en el pasado. Y Borghi se encuentra con la obligación de reconfirmar todo lo bueno que dejó el paso de Marcelo Bielsa en la Roja. La elección del Bichi, se nos ocurre, le viene como anillo al dedo a Chile para consolidar un proceso de crecimiento iniciado por el gran Marcelo. Un escalón más abajo, más que nada por el pasado reciente y no tanto por por la capacidad de sus planteles, aparecen Ecuador y Colombia. Ambos seleccionados son dirigidos por entrenadores colombianos que les han dado a sus respectivos equipos un plus de funcionamiento que siempre deja algo vistoso sobre el campo de juego. Reinaldo Rueda, en Ecuador, probó más de cincuenta jugadores para armar el plantel, pero en definitiva se terminó inclinando por los jugadores de siempre, con uno que otro refuerzo. Por su parte, el Bolillo Gómez –quien fue justamente el hacedor del repunte de Ecuador en el concierto internacional hace ya una década– cuenta en sus filas con dos estrellas que le dan gran peso a su plan ofensivo: Radamel Falcao y Teo Gutiérrez. El que no pudo llegar con su recuperación fue Giovanni Moreno, quien se quedó afuera de la lista definitiva, al igual que Macnelly Torres. Ya en el escalón más bajo de los favoritismos, y por diferentes razones, aparecen Perú, Venezuela, Bolivia, México y Costa Rica. Los tres primeros buscan formar y consolidar proyectos de cara a las Eliminatorias sudamericanas, los otros dos llegan como invitados con equipos Sub 23, lo que les otorga una buena plataforma de entrenamientos para los juveniles, pero le quita a la Copa América el carácter serio que debe tener el torneo. Ya es hora de preguntarse cuál es el sentido de invitar a equipos de la Concacaf que no tienen la más mínima intención de honrar esas invitaciones.

LAS ZONAS La zona A está integrada por Argentina, Colombia, Bolivia y Costa Rica. Los candidatos a pasar a los cuartos de final son Argentina y Colombia, mientras que Bolivia peleará por ser uno de los dos mejores terceros que seguirán en carrera. Su partido ante Costa Rica será decisivo, claro, pero mucho más la diferencia de goles por las que pierda con Argentina y Colombia, si pierde. El grupo B lo componen Brasil, Paraguay, Ecuador y Venezuela. Brasil tiene

casi asegurado el primer puesto. Los otros dos lugares los pelearan palmo a palmo Paraguay y Ecuador, con Venezuela como expectante juez (¿y parte?). La zona restante la completan Uruguay, Chile, Perú y México. Uruguay debería pelear el primer puesto con Chile. Perú y México, por su parte, estarían discutiendo con Bolivia, Ecuador y Venezuela esos dos terceros puestos que los depositarían en los cuartos de final. Ya se viene la Copa América. Esperemos que nos den miga para comentarla y, por supuesto, para disfrutarla.

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Simultáneamente con la Copa América, en la Argentina se juega otro partido que está más vinculado con la política doméstica, la política del fútbol y sus negocios y el negocio del fútbol y sus relaciones políticas. Se gastó mucha plata para hacer la Copa América en la Argentina y demostrar de ese modo que el país respira aires renovados. Julio Grondona, como es lógico, apuesta mucho de su futuro cercano al resultado de la contienda. Por PABLO DE BIASE

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a Argentina, cuya Selección de fútbol ha aportado dieciséis trofeos continentales a las vitrinas de Viamonte 1336, lo que la convierte en la gran ganadora histórica de la Copa América, vuelve a ser anfitriona de una competencia continental que se ha sofisticado a la par del desarrollo vertiginoso de la industria del fútbol en los últimos veinticinco años. Luego de veinticuatro años de no ser sede de esta competencia (la última vez fue en 1987), de noventa y seis de haber albergado la primera edición (en 1916) –ambas, obtenidas por Uruguay–, y de dieciocho de no ganarla (la última fue Ecuador ‘93), la apuesta a sumar el título número diecisiete se reviste de muchos sentidos (políticos, deportivos, de negocios…) que implican, quizás, una gran influencia en cómo se reorganiza parte de la política doméstica, la política del fútbol y sus negocios, el negocio del fútbol y sus relaciones políticas y hasta la confrontación (simbólica y no tanto) entre ciertos estilos de concebir el modelo sudamericano de poder, tanto en la política –en sentido más estricto, clásico y, si se quiere, antiguo– y en la política total (en la que las transmisiones de un campeonato pueden adquirir estatus de “gran política nacional”). Se trata, en parte, de una “confrontación”, funcional y no contradictoria en lo inmediato, que es, a su vez, eco de un clásico futbolero: Argentina vs. Brasil. El conglomerado multimediático-futbolís-

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tico transcontinental brasileño Traffic es un ejemplo en el mundo del fútbol y sus espectáculos de lo que sucede con otros monstruos brasileños que apelan a estructuras descomunales que les permiten imponerse, por simple prepotencia, haciendo a un lado las mejores intenciones “lulistas” de un gobierno bien inspirado como el de Dilma.

260 millones en una megaplataforma A la sombra del 37° aniversario de la muerte de Juan Perón, Argentina y Bolivia pondrán en marcha, en La Plata, un gigantesco aparato de promoción de obras y candidatos cuando comiencen a jugar su partido. Esto es algo legítimo y lógico. También es obvio. No por nada, la Televisión Pública se aseguró buena parte de los derechos locales de la Copa (adquiridos a TyC, licenciataria de los derechos locales). Es que con la publicidad “interior” y las promociones previas y del entretiempo, los segundos de público cautivo son demasiado tentadores. Especialmente, para una fuerza política que

vio cómo Francisco De Narváez terminó de apuntar una estrategia de medios ganadora con las publicidades en zócalos móviles durante las transmisiones de los partidos, en 2009, cuando se hacían por el sistema de Pay Per View (TyC Max) o dentro de la oferta básica del cable (TyC Sports), pero siempre con destino final en la caja del Grupo Clarín. Esta vez, el gobierno nacional y diversos gobiernos provinciales peronistas (a excepción del de Santa Fe, en manos del socialista Hermes Binner) apuntaron a la Copa América como un escenario de promoción de obra, por el solo hecho de mostrar los estadios construidos y refaccionados, por un lado; y la publicidad de obra pública en general, por el otro. Así, se destinaron más de 260 millones de pesos a obras de infraestructura para las ocho sedes del torneo. El costo de las obras corrió por cuenta de las provincias, básicamente, más algunas pequeñas reformas en el estadio Monumental, a cargo de la AFA. La financiación tuvo múltiples fuentes, y el gobierno nacional no estuvo ausente. El torneo se desarrollará en ocho

Se destinaron más de 260 millones de pesos a obras de infraestructura para las ocho sedes del torneo.


subsedes. Julio Grondona, a tono con sus nuevos socios, la tituló “Copa América Federal”. José Luis Meiszner, Secretario Ejecutivo de la AFA y responsable del Comité Organizador de la Copa, precisó que “es una gran responsabilidad, porque durante un mes los ojos de Latinoamérica y del mundo estarán puestos en la Argentina, así como los de millones de televidentes de más de 200 países”. Un escenario privilegiado, que le dicen. La Ciudad y la Provincia de Buenos Aires tienen el atractivo de ser las sedes del partido definitorio y del partido inaugural, respectivamente. La final se jugará en el estadio Monumental, cuyas refacciones fueron mínimas: sólo algunas modificaciones en los palcos de la Tribuna Centenario. El Estadio Ciudad de La Plata, el de la inauguración, tiene capacidad para 53.000 personas, es el único estadio techado de Sudamérica y demandó una inversión de 70 millones de pesos (las obras estuvieron a cargo de la empresa estadounidense Birdair). Su reinauguración (con el techado y el sistema modular que permite mover el campo de juego durante cuarenta horas, para, por ejemplo, exponerlo plenamente al sol) fue el

17 de febrero, en un acto oficial. El gobierno cordobés, por su parte, realizó una inversión de seis millones de dólares para ampliar a 55.000 asientos las ubicaciones del estadio inaugurado en 1978. Córdoba tendrá el primer estadio argentino adaptado a las normas FIFA, que exigen que la totalidad de los espectadores tengan sus respectivas butacas. En tanto, el gobierno de Santa Fe efectuó obras por 20 millones de pesos, de los cuales cinco se destinaron para edificar la bandeja superior del estadio Brigadier López, propiedad de Colón. Así, llegará a una capacidad de 47.000 espectadores con la colocación de asientos en las dos cabeceras, la ampliación del estacionamiento de vehículos y sus accesos. En el Norte hay dos sedes, una en Jujuy y otra en Salta. El estadio “23 de Agosto”, del club Gimnasia y Esgrima de Jujuy, demandó una inversión de cinco millones de dólares para aumentar su capacidad de 18.000 a 23.500 espectadores. En Salta, en tanto, son pocas las remodelaciones efectuadas al estadio Padre Martearena, de la capital provincial. Mejoraron sus accesos y el sistema de iluminación. El Estadio es provincial

y juegan de locales Juventud Antoniana y Central Norte. Tiene lugar para 34.000 espectadores luego de la construcción de bandejas superiores. El presupuesto oficial establecido fue de 633.931 pesos. Por último, en de San Juan se construyó un estadio nuevo, el del Bicentenario, con capacidad para 25.000 espectadores. La inversión rondó los 87 millones de pesos, y el 50% de las gradas se ubicó bajo el nivel del terreno por los problemas sísmicos de la región cordillerana, que exigen facilidades de evacuación. Las instalaciones están distribuidas en cinco pisos con ascensores. En el otro estadio de la región de Cuyo, la subsede Mendoza, se jugarán cuatro partidos y se invirtieron casi 40 millones de pesos para remodelar el estadio Malvinas Argentinas (construido para el Mundial ‘78), donde juega como local Godoy Cruz.

Traffic y sus largos brazos Cuando las guerras de la Independencia y contra las potencias imperiales se desarrollaban en el siglo XIX, hubo más de un criollo que pretendió entregar la bisoña soberanía a cambio de la pro-

Julio De Vido, José Luís Gioja y Julio Grondona inaugurando el estadio de San Juan. JULIO 2011 | UN CAÑO 43


tección de la Infanta Carlota de Borbón, verdadera jefa del imperio portugués, que había trasladado su corte de Lisboa a Río de Janeiro. La página web de la Copa, ya levantada, que como titular absoluta de los derechos realizó Traffic en vez de la Confederación Sudamericana, es una suma de aberraciones. De haber sido estadounidense, la gestión de Traffic de la página de la Copa hubiera levantado un gran revuelo. Veamos algunas perlitas que podían leerse hasta hace poco: –La mención del argentino como un territorio “inicialmente habitado por Incas”. –“Una” dictadura militar que “duró entre los años 1966 y 1983“. –Una “Mansión Jesuita” en Córdoba (en lugar de “Manzana Jesuita”). Traffic merece un libro entero, pero para ubicarnos en el contexto que nos interesa, basta decir que “Traffic Televisión” posee los derechos de televisación de toda competencia sudamericana de fútbol, de clubes, de selecciones, de adultos, jóvenes y adolescentes. Y afianzada en el fútbol brasileño, con Traffic Management posee su propio complejo al sur de San Pablo para formar 150 adolescentes promesas, y “fabricar” así sus propios talentos. Compra y vende, casi con la concentración de Paco Casal en Uruguay, pero en un mercado cien veces más grande

dentro, desde y hacia Brasil los pases de un largo 80% del total de transacciones. Posee un club, el Desportivo Brasileiro para triangular operaciones, al que, a su vez, intenta promover deportivamente. Por lo pronto, cada licencia de radio para la Copa América tenía tarifa fija: 15.000 dólares para Traffic. Las de televisión, se negociaron de acuerdo al tamaño de los mercados, la amistad con los dueños de las cadenas y algunas influencias políticas, con números privados y muy confidenciales.

Don Julio en la vida de Cristina Quienes no entienden por qué Grondona goza, a pesar de los pesares, de muchos favores y tolerancia oficial para, por ejemplo, prohijar un Fútbol Para Todos cuyos comunicadores y cuya estética remiten al tango más berreta y a cierta intolerancia simplona del peronismo primitivo en sus formas menos sutiles de silenciar lo que le disgusta y a quienes le disgustan, deben entender cómo Don Julio le resolvió problemas y le dio vidriera internacional al gobierno de Cristina por el solo hecho de permitir que rueden los balones. De aquella ruptura con Clarín que le dio aires y base para contraatacar a un gobierno que estaba lastimado, a esta Copa América que le da a ese mismo

gobierno una tribuna privilegiada y una capacidad inagotable de publicitar obras nacionales y provinciales con sello oficial en pleno año electoral. Las declaraciones oficialistas del vicepresidente de la FIFA, en apoyo chupamedias a la Presidenta, resonaron en todo el mundo. Y eso es algo que no le disgusta a alguien poco acostumbrada a recibir elogios por parte de los poderes constituidos. Algo que sería bueno que entendieran algunos apresurados que postulan la “equidad” semiológica y semántica entre un, digamos, hipotético honesto vocal de All Boys y el presidente de la AFA. Para que haya muchos pupitres hace falta que los líderes populares se sienten en muchos sillones mullidos. Nos guste o no a los millones que propugnamos los grandes cambios y, a la vez, estamos al menos tres centímetros más dentro de la cordura que, digamos, el Partido Obrero. Un triunfo argentino en la Copa América le daría a Don Julio el broche de plata a la paciencia de su anillo de sello (el de oro sería ganar Brasil 2014). Porque todo pasa, sí, pero con una organización impecable de la Copa América, la Argentina se aseguraría la organización conjunta con Uruguay del Mundial del 2030, el del centenario. Un anuncio que nadie despreciaría cerca de elecciones.

Don Julio y el gobernador Scioli en el palco del Estadio Único de La Plata. 44 UN CAÑO | JULIO 2011


Gente buena

Cuando empiece la Copa América, casi todo será marketing, estrellas y TV. En otros rincones del continente, audaces dirigentes y jugadores del amateurismo más profundo intentan tender puentes entre pueblos que aman al fútbol tanto como a sus orígenes. De cómo nació y a qué se dedica el Consejo Sudamericano de Nuevas Federaciones (CSANF) habla este picado bien latinoamericano. Por MARIANO POTEL

“Cuando yo le digo a alguien que soy el presidente de una asociación sudamericana, suena a mentira”. El que habla con Un Caño es Gonzalo Parada, porteño y diseñador gráfico nacido en Caballito que, más allá del escepticismo que pueda ocasionar en sus interlocutores, es quien comanda un proyecto que es bien real: el Consejo Sudamericano de Nuevas Federaciones (CSANF). El Consejo es el único organismo regional que forma parte de la NF Board (la asociación mundial conocida como “la FIFA paralela”, que reúne a seleccionados no aceptados por la anterior). Nació en Buenos Aires en 2007, fruto de un grupo de gente inquieta que se contactó y percibió el potencial de miembros existentes en Sudamérica. Actualmente, el CSANF cuenta con siete afiliados: Juan Fernández, Rapa Nui, Nación Lican Antai, Nación Quechua, Nación Aymara, Nación Mapuche y la recién incorporada Comunidad Mbya Guaraní. El primer encuentro entre miembros se jugó en la ciudad chilena de Arica el 6 de junio de 2010 –Nación Aymara venció a Juan Fernández por 2 a 1–, y en febrero último, los mismos equipos disputaron el primer trofeo de la organización, que compró y donó el propio presidente. “Lo mandé por correo y llegó un mes y medio después. Lo iba a llevar un periodista amigo, pero los carabineros no lo dejaron viajar. Pensé que iba a estar todo roto, pero por suerte salió bien”, cuenta Parada. Anécdotas como la anterior son de lo más común en la historia del CSANF. El espíritu amateur ronda en todas las acciones, y la falta de recursos y medios para organizarse generan simpatía inmediata, sobre todo en contraposición con la poderosa Conmebol (“no creo que sepan que existimos”, afirma Parada). Los objetivos, sin embargo, están bien definidos: “queremos crecer primero nosotros, como para poder afian-

zar una estructura que les sirva a las asociaciones. Ser como un puente para que puedan relacionarse entre ellas. La misión no es que jueguen al fútbol y listo. En ese sentido no hay improvisación. No es que de chico editaba equipos en el FIFA 99 y dije ‘quiero hacerlo en la vida real’. Aspiramos a la integración de pueblos que no son reconocidos”, explica Parada. “La idea es que, por ejemplo, la Nación Aymara pueda representar su esencia cultural mediante un equipo de fútbol, que puedan decir ‘acá estamos nosotros, somos estas personas’”, agrega. En base a un listado de potenciales miembros que cumplen con los requisitos impuestos por los estatutos, los distintos delegados del Consejo tramitan nuevas afiliaciones. Así, por ejemplo, existen charlas con la Isla Martín García, con la Comunidad Sanmarinense y con Fernando de Noronha, además de peticiones de ligas rurales de Santa Fe que culminan con suerte dispar. El tiempo y los recursos resultan determinantes. También los asuntos políticos, como en el caso de las Islas Malvinas: “es un tema delicado. Vamos a tener un contacto a mitad de año y se les va a presentar un petitorio. Que se afilien no significa que sean independientes o que nosotros las reconozcamos como Falkland Islands. Ese planteo no tiene validez. Incluso siendo argentinas podrían formar parte, como lo haría Martín García”, explica Parada. En el horizonte del CSANF están la afiliación de nuevos miembros y la obtención de la personería jurídica, como también el plan de un torneo a realizarse a finales de este año: “con lo que venimos haciendo, ya estamos conformes. Colaboramos para que debutaran tres selecciones, hicimos giras… Muchas veces pensamos en decir basta, pero llegamos a un punto en el cual o continuamos con todo esto hasta hacerlo grande o paramos acá y queda como una linda anécdota para contarle a los nietos”, sostiene su presidente. La historia, parece, recién se está escribiendo. JULIO 2011 | UN CAÑO 45


Decálogo de una final

Cual guión de una película, y anticipándose al 24 de julio, cada lector sentirá cómo se vive una final en este texto de nuestro colega. La experiencia es, lo sabemos, intransferible. Pero cuánto emociona saber que los futbolistas han soñado lo mismo que nosotros soñamos de pequeños. Por GUSTAVO LOMBARDI

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odos deseamos jugar ese partido definitorio que lleva hasta límites difíciles de imaginar las ya hermosas sensaciones que se viven dentro de una cancha de futbol. Y allí, en el gran escenario donde se jugará ese encuentro final, muchas de esas sensaciones están a la vista de todos, expuestas como en un gran escaparate. Por eso, en esta época de tantas finales, el sentido de esta nota es narrar diez momentos que no se ven dentro de la cancha y que vive un futbolista previo a que el árbitro dé el pitazo inicial.

La noche anterior Todo empieza en esa última cena. Al entrar al comedor, algo en el aire delata que ésa no es una noche más. Hay menos ruido. Todo se hace a una velocidad más lenta, a otro ritmo, como no queriendo romper una armonía presente, agradable, pero a la vez extraña para ese lugar. Las charlas en las mesas delatan también una atmósfera distinta a la acostumbrada. Se habla de todo, menos de mañana. Aunque lo que ocurrirá mañana esté siempre dando vueltas en el pensamiento de cada uno. Nadie quiere sacar el tema, y se teme que el de enfrente lo haga, por eso la última cena es la más corta. Nada de postre ni café. A la habitación rápido, que será el mejor refugio para llegar indem-

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ne al gran día. Pero la noche no termina ahí. Ingenuo sería pensar que lo difícil ya ha pasado, lo más complicado está por venir. Dormir, en estas circunstancias, es el primero de los grandes obstáculos que debemos sortear. Pero como en un equipo de fútbol profesional cada paso está minuciosamente organizado, la puerta de la habitación, de un momento a otro, se abrirá, y algún integrante del cuerpo médico pasará, salvador, preguntando lo obvio y, casi sin esperar la respuesta, sacará de su botiquín aquella pastilla salvadora que nos permitirá dormir aunque más no sea unas horas y así superar con éxito esa primera prueba.

Los nervios Si es difícil para cada uno manejar y controlar sus propios nervios, su propia ansiedad en momentos tan definitorios, cuanto más difícil es hacerlo como conjunto, como equipo. Ni hablar si extendemos el radio de influencia y sumamos al público, a la familia y amigos, que nos llaman por teléfono minutos antes del encuentro para contarnos que “hasta la abuela Emilia vino a la cancha hoy para ver a su nieto dar la vuelta olímpica”. Sin saberlo, claro, todos trasladan sus propias ansiedades al que en definitiva las ha generado. Como afluentes de un río, todos

van vertiendo allí sus propios temores. La experiencia permite transitar cada vez mejor por esas turbulentas aguas. Pero de ahí a poder librarse totalmente de los nervios...

La llegada al estadio Es el nexo que une una etapa de máximo ostracismo con otra de máxima exposición. Para estos tipos de encuentros, el plantel queda concentrado con muchos días de antelación, casi aislado del mundo exterior. Probablemente suspendido el contacto con la prensa, con los familiares, con los representantes, con cualquiera que no sea parte del núcleo más íntimo; la introspección es casi absoluta. Ya sea en un viaje en micro desde el hotel o el trayecto que une el propio lugar de concentración con el vestuario, ese trayecto, ese pasaje es el primer contacto con la “realidad”. Es la señal que nos avisa que hemos entrado en una nueva etapa.

El vestuario El primer paso dentro del vestuario está acompañado indefectiblemente por alguna reacción física. A alguno se le erizarán los pelos del brazo, a otro lo recorrerá un frío por la espalda, otro sentirá que ante cada inspiración su pecho se expande


más de lo habitual. Reacciones físicas para una acción también física pero sumamente emocional. Ingresar y sentarse cada uno en su lugar, ver la camiseta colgada, los botines preparados. En ese momento se produce definitivamente el cambio.

Las imágenes Es imposible que uno no se imagine el momento en que el árbitro da el pitazo final y el sueño de toda una vida se haga realidad. Por el que todo deportista sueña. Ser campeón, el número uno, lograr el record mundial. Es imposible que a uno no se le cruce por la cabeza la imagen de su familia sentada en las tribunas. O en casa, sufriendo. Pero también la imagen de su familia haciendo todos los esfuerzos para que uno pudiera llegar hasta ese momento. Y si bien se hace lo imposible por tratar de ocultar esos pensamientos, de centrarse en el trabajo que hay que hacer primero para luego si lograr el objetivo, las imágenes siempre aparecen.

La charla técnica Es un punto de inflexión. Hasta aquí, cada uno vive el momento de distinta forma. Está el callado que se cambia y busca concentración. El que no para de moverse y hablar con todo el mundo (seguro que ése también es el encargado de poner música). Están los más experimentados, que en esos momentos están más preocupados por vendar bien aquel ya viejo tobillo maltrecho que por el partido en sí. Cuando comienza la charla, se apaga la música, se hace silencio y se empieza a pensar sólo en el partido.

habla de algún jugador rival, de alguna jugada preparada. También se redefinen algunos conceptos del entrenador.

Los rituales Después la vuelta al vestuario y el tiempo de los últimos rituales. Dos aspirinas para uno, algodón con alcohol para otro, mucha tela adhesiva por todos lados, mojarse el pelo, lavarse la cara, un rápido masaje, todo a una velocidad exagerada… Empujones, gritos, alguien que desde afuera grita que sólo falta un minuto para salir y entre tanto jaleo acercarse a donde está la camiseta, colgada, con el color de siempre y con el numero dándonos de frente en la cara, como un cachetazo para despertarnos aun más por si no nos habíamos dado cuenta de lo que en instantes va a ocurrir. Ya con el traje de luces puesto, están los que besan una foto o una estampita, el que busca un lugar apartado para una última charla intima y personal, el que arenga y grita para motivar a los demás, pero principalmente para ayudarse a sí mismo, y está el que simplemente se sienta callado, cabeza abajo esperando que la puerta finalmente se abra y todo empiece de una vez.

El túnel La caminata por el túnel está llena de gritos y de adrenalina. Y de más rituales. No pisar el último escalón, tocar el techo

tres veces, tomar el último sorbo de agua, salir con el pie derecho, persignarse, lo que sea que ayude a sentirse más confiado. El túnel, además, es el símbolo perfecto del pasaje de un lugar a otro, de un estado a otro. Dentro del vestuario, bajar por unas angostas escaleras que descienden varios metros por debajo del nivel del piso para, luego de varios minutos de caminata, emerger en un lugar totalmente diferente. Sin duda, una gran idea incluir al túnel dentro de una cancha de fútbol.

La explosión y el silencio más absoluto La salida al campo de juego es tal vez uno de los mejores momentos que un futbolista puede vivir. La energía que uno recibe al asomarse por la boca del túnel es indescriptible. Una explosión que estalla en los ojos, en los oídos, pero fundamentalmente en el pecho. Luego vendrá la foto, que será poster o no, seguirán los cantos, los papeles volando, el piso temblando y el rugido ensordecedor de todo un estadio cuando el árbitro hace sonar su silbato para dar comienzo al encuentro. Y en ese preciso instante, en la cabeza de cada uno de los jugadores, el silencio más absoluto. Como en una escena de película, por un segundo todo ocurre en cámara lenta y sin sonido. Todo se reduce a lo que ocurre dentro de ese rectángulo, nada existe más allá de la línea de cal, sólo existe esa final.

La entrada en calor Luego de la charla técnica, seguirá la entrada en calor, que no sólo prepara el cuerpo para la acción, sino que también prepara el alma para enfrentar lo que vendrá. Es tiempo de motivación a cargo del preparador físico. Si la charla técnica es conexión entre el entrenador y el equipo, la entrada en calor es conexión entre jugadores. Las miradas, las palabras, cada cosa que ocurre allí parece codificada, sólo entendible para aquellos pocos que comprenden ese críptico mensaje. Allí es donde se afinan los últimos detalles, se JULIO 2011 | UN CAÑO 47


Crece desde el pie

Como un suave candombe, la Selección uruguaya llega como una de las favoritas para la Copa América. Nuestro colaborador, reconocido impulsor de la fama celeste, analiza al equipo del Maestro Tabárez pieza por pieza, para concluir que asoman tiempos de gloria. Por MARCELO ROSASCO

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o son muchas las veces en la historia post maracanazo que el fútbol uruguayo puede acumular tantas y tan justificadas expectativas de cumplir un rol protagónico y relevante como frente a esta Copa América. Motivos le sobran, y están fundamentados: a diferencia de otras etapas dominadas por la eterna dialéctica “nuevo proceso-expectativa-fracaso deportivo-crisis deportiva e institucional”, los vientos de la gran campaña hecha en el Mundial de Sudáfrica barrieron la mala onda e instalaron una palabra que estaba borrada en la vida de los charrúas en las últimas décadas: ilusión. Entonces, Uruguay ya no aparece como un grupo de valerosos muchachos que, a falta de buen juego (o, simplemente, de tener una idea de juego), resuelven todo con la trillada “garra”. Ahora hay una idea de juego colectivo apuntalada y solventada por individualidades que dejaron afuera sus egos personales y tiran para el mismo lado. ¿Todo esto fue por obra y gracia del cuarto puesto logrado en Sudáfrica? Los resultados ayudaron, sin dudas; a partir de allí, Uruguay dejó de sentirse la cenicienta o el convidado de piedra, para sumarse al pelotón de los elegidos. Pero la piedra basal de este camino que tiene como destino soñar con la vuelta olímpica en el Monumental el 24 de julio –y ganar así el decimoquinto título continental– es la continuidad del proyecto

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de Oscar Tabárez. En los cinco años que lleva al frente de la Celeste, el Maestro consolidó un grupo de trabajo que conoce de memoria. Las convocatorias para cada compromiso ya no son un carrusel en el que se coleccionan apellidos y tienen prioridad casi exclusiva los que juegan en Europa. Ahora los que se quedaron en el paisito se ilusionan, porque una buena temporada les da la chance de probarse. Los resultados acumulados en estos últimos tiempos también dan señales de que el fútbol uruguayo empieza a ser cada vez más respetado: la llegada de Peñarol a la final de la Libertadores, en la que perdió ajustadamente con Santos 2-1, y el más que decoroso puesto de Nacional (se quedó en semifinales en 2010) son contundentes. Y en las juveniles, la clasificación a los Juegos Olímpicos de Londres 2012 por parte de la Sub 20, después de 84 años, y el segundo puesto de la Sub 17 en el Sudamericano de marzo pasado no son datos que deban pasar inadvertidos. Tabárez logró que se dejaran los vedettismos de lado, que el color de la am-

bición de los jugadores sea el celeste y no el del dinero. Así, hace rato que se ve un equipo en el que cada apellido se destaca por su capacidad de ponerse al servicio de los demás en aras de un objetivo superior: que Uruguay recupere su lugar entre los mejores del mundo. Uruguay, entonces, llega a esta Copa América con un plantel súper profesional, quizá como nunca antes haya tenido. El DT baja una línea clara con la que logró sus grandes éxitos deportivos (hinchas de Boca, recuerden su primer ciclo, cuando armó un equipo que le devolvió la gloria al club después de once años sin títulos, en 1992). Nada de conductas indecorosas ni de camarillas en el plantel, o de malos tratos al hincha y la prensa (frente de tormenta permanente). Y los dirigentes, que hasta no hace mucho miraban extrañados todo lo que ocurría dentro del plantel, ahora se suman y ayudan. En ese marco, la organización en el armado de amistosos, más las condiciones mínimas que una Selección requiere para hacer su trabajo con normalidad, están garantizados. Si líneas arriba se mencionó que los jugadores dejaron de lado los egos que

Uruguay es un equipo que suele sentirse históricamente más cómodo en torneos cortos.


en oportunidades anteriores ponían delante del carro, hay una mentalidad deportiva que ayuda a sentir más el “uno para todos”. La mayor parte de los convocados son titulares en sus clubes y diero al menos una vuelta olímpica. Como no soñar entonces con un plantel ganador que encima afronta una de las competencias predilectas de Uruguay. Las catorce ediciones que tiene en el bolsillo, y sus más que satisfactorios papeles en las últimas cuatro ediciones lo certifican: salió segundo en Paraguay 1999, cuarto en Colombia 2001, tercero en Perú 2004 y cuarto en Venezuela 2007. Y se quedó con el trofeo la última vez que se jugó en la Argentina, venciendo 1-0 con gol de Alzamendi a los locales en el partido decisivo (en el formato en que se jugó el torneo aquella vez no había eliminación directa en las instancias finales). En ese contexto, el formato en el que se disputará esta edición lo favorece. Uruguay es un equipo que suele sentirse históricamente más cómodo en torneos cortos, en eliminación directa, mano a mano (como la Copa América, en sus instancias avanzadas ) que en una Eliminatoria, donde el desgaste por los constantes viajes suele jugarle una mala pasada en series largas. ¿Y qué se puede esperar en sus planteos, a partir de sus nombres? Como dato no menor, fuera del Centenario parece potenciarse; es que, liberado de la presión que le mete la gente como local, le cede el protagonismo al rival y se escuda en una defensa sólida que combina calidad y experiencia en Diego Godín (sufre un desgarro pero se cree que llegará para el debut) y Martín Cáceres, capaces de disimular el mal momento del símbolo del equipo, el capitán Diego Lugano, que a pesar de los años y su experiencia internacional no para de jugar al límite y siempre es candidato puesto a dejar al equipo en inferioridad numérica. En el medio, la apuesta para la contención vuelve a estar en dos perros de presa como Egidio Arévalo Ríos y Diego Pérez, de notable tarea en el Mundial, sobre todo una vez que la Celeste jugó la fase final. Gargano aparece como variante más que respetable. Claro que cuando recupera la pelota se le presenta el principal problema. La creación. No le sobran jugadores para cargarse el equipo al hombro en ese sen-

tido, y si encima los pocos que están capacitados para ello, como Lodeiro, está disminuido físicamente –no se sabe si llegará a punto–, es todo un tema. Pero a esta falta en la creación, Uruguay lo suple con variantes en ataque, con delanteros que en cantidad y calidad son la envidia del resto, salvando la Argentina, claro. Forlán (metido en la Copa, lejos de los puteríos por el fin de su relación con Zaira Nara), los buenos momentos de Edison Cavani y Abel Hernández en Italia, la experiencia de Luis Suárez en la Premier y del Loco Abreu, las buenas variantes que ofrece Papelito Fernández... Y eso que Santiago Silva se quedó en la Argentina… Dejamos el arco para el final. Los tres arqueros citados no dan garantías (algo que ratifica el déficit que tuvo Uruguay a la largo de los años). Muslera, el de mayor

experiencia y que aparecía consolidado por sus buenas tareas en el Mundial, cayó notablemente y no deja de comerse goles tontos; Juan Castillo alterna buena y malas y no da demasiadas garantías de merecer ser titular. Al tercero en cuestión, quizá el más seguro y sólido, Martín Silva, de Defensor, le falta experiencia en este tipo de partidos, aunque no sería desdeñable que se le diera una chance. En su último amistoso de preparación, los charrúas golearon a Estonia 3-0, en Rivera. Los medios lo calificaron como una “despedida perfecta”, en la que se vio la unidad del plantel y un nivel de juego que alienta a la ilusión, más allá de que el rival no calificaba. Es que todos en Uruguay están convencidos de que llegó la hora de dejar atrás los fantasmas y volver a pisar a lo grande.

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Más respeto, que soy tu padre

Sin la pompa de otros años, sin tantos jugadores estrella, pero con el peso de la camiseta, Brasil llega nuevamente a la Copa América como uno de los favoritos, aunque sin la buena prensa de otros momentos. Nuestro analista desmenuza al seleccionado de Menezes y nos brinda cierta esperanza en los nuestros. Pero con cautela, con mucha cautela. Por ROMÁN IUCHT

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o hay vitrina futbolera en el mundo más impactante que la de Brasil. Y aunque insólitamente el espacio de la medalla dorada olímpica siga vacío, la cantidad y calidad es asombrosa. Es bueno saberlo ahora, cuando la Copa América recién comienza a tomar temperatura, porque si bien es cierto que, a diferencia de otras veces, el Scratch no llega como el máximo favorito, igual que en otras tantas, está perfectamente facultado para quedarse con el premio mayor. Digámoslo claramente: es tan grande el linaje brasileño y tan prepotente su acumulación de títulos en Copas del Mundo que el certamen sudamericano es como una suerte de outlet de los Mundiales. Como todo lo que proyectan, y de hecho así viven, a la hora de apuntar, siempre lo hacen a lo grande. Lo que resulta más desencantador para el resto es que casi nunca fallan. Nadie en el mundo del fútbol como Brasil es capaz de asumir con semejante naturalidad la chapa permanente de candidato, y ninguno como

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ellos la carga con tamaña solvencia. Desde esa confianza, arriban a cualquier instancia de cuartos de final casi sin despeinarse, facilitando sus posibilidades y logrando con simpleza lo que a otros les cuesta el doble. Brasil es como el método Pilates: transpira un ratito, casi no hace esfuerzo y se vuelve a casa con la sensación de que el trabajo está hecho. También es verdad que cuando esa seguridad atraviesa la barrera de lo tolerable y le deja lugar a la soberbia, se quedan afuera de los certámenes casi sin darse cuenta. Hay que agarrarlos distraídos, porque ya se sabe que lo suyo crece con el desarrollo. Si llegan a una final, difícilmente la pierdan. Con mayor o menor interés, lo cierto es que se ubicaron en el máximo escalón del podio en cuatro de las últimas cinco ediciones del evento continental, y que la sequía argentina de casi dos décadas tiene mucho que ver con los muchachos de verde y amarillo. Con victorias infames como la de los penales de Perú

2004, contundentes como en Venezuela 2007, polémicas como la de la mano de Tulio en la helada noche de Rivera en la edición de 1995 o cerradas como la de Paraguay en 1997, la realidad exhibe el peso de la historia en su máxima expresión. Cada triunfo brasileño ante los nuestros fue una muestra distinta de las mil maneras posibles de ganar un partido de fútbol. La importancia que el fútbol más potente del planeta le da a la Copa América va de la mano de la performance de su Selección en el Mundial anterior. La derrota ante Holanda en Sudáfrica en 2010 aún duele en los corazones brasileños, y es desde esa herida que elevan a la máxima categoría al certamen que arrancó por estos días. Sin embargo, producto de la localía argentina y de un proceso de recambio en la dirección técnica y en algunos jugadores simbólicos, esta vez Brasil no llega como el tipo más peligroso del far west continental. Ausencias de jugadores como Kaká,

A Brasil hay que agarrarlo distraído, porque ya se sabe que lo suyo crece con el desarrollo. Si llega a una final, difícilmente la pierda.


Marcelo o Alexandre Pato, por lesiones o deserciones personales, le quitan talento a un equipo que destaca al músculo por encima del genio. La solidez defensiva construida desde Julio César y Lucio le da al equipo ese equilibrio que muchas veces le faltó, y el dinamismo y la técnica de Dani Alves y Maicon le agregan categoría a una última línea excelente. La aparición de David Luiz, ya figura del Chelsea, garantiza el recambio en un sector en el que no parece haber demasiados problemas. La incógnita más grande está en aquello que hoy escasea y que siempre fue abundancia. Ni Robinho, ni Luis Fabiano ni Julio Baptista, por citar los últimos exponentes mundialistas del juego de ataque, han sido capaces de hacer olvidar al menos por un rato a los próceres Ronaldo, Rivaldo y Ronaldinho, aunque vale reconocer que el reciente desenlace de la Libertadores con Santos como campeón invitó a renovar la curiosidad. Neymar es el “jugador franquicia” del seleccionado brasileño. Con un fútbol serpenteante, el fogoneo imprescindible de la prensa y una habilidad innegable, el pibe empieza a mostrar condiciones. El roce de Selección y su protagonismo en partidos grandes nos ayudarán a descubrir si ya estamos en presencia de un crack consolidado que va camino a hacer historia tomando la posta de sus antecesores o se trata de un buen proyecto elevado por las necesidades del marketing. Sus laderos en la mitad de la cancha del campeón de América fueron Elano, un mediocampista externo al que ya sufrimos alguna vez por sus cualidades para llegar siempre vacío al ataque, y Ganso, un típico zurdo de alta técnica pero algo lento en la traslación. Con menos de los que ellos creen tener, pero mucho más de lo que la mayoría supone, el equipo de Mano Menezes

viene a buscar algo más para satisfacer su voracidad. Sin la pomposidad de otras épocas, pero con el peso de la camiseta y el escudo como arma vital. Aunque el mejor del mundo vista de

celeste y blanco, las experiencias ya nos enseñaron que jamás se le debe faltar el respeto a la historia. Brasil lo sabe y lo expone mejor que nadie. Y el que avisa no traiciona.

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“Si tuviese un jugador como yo, no lo pondría”

A los 49 años, Gerardo Tata Martino regresará a la Argentina conduciendo a Paraguay en la Copa América y con la confianza de, al menos, igualar lo realizado en el último Mundial de Sudáfrica. La idea fue entrar a sus pensamientos como entrenador e investigar en qué vereda se ubica. Por FERNANDO PACINI Fotos PHOTOGAMMA.COM

–¿Qué diferencia hay entre el perfil del futbolista argentino y el paraguayo? –El jugador paraguayo tiene una entrega y una disposición hacia el trabajo diario que te hacen pensar que tus trabajos son fenomenales. Así uno concluya que lo que está haciendo es un trabajo que no sirve para nada, ellos lo hacen con tanta intensidad y dedicación que todo parece fenomenal. Creo que el jugador argentino tiene un rasgo fundamental: dentro de la cancha decide mucho más. Está más dispuesto a correr riesgos, dice “esto que tiene que suceder ahora, corre por cuenta mía y no por cuenta del entrenador”. Entonces hay veces en las que el entrenador se luce por algo que, en definitiva, fue absoluta decisión del jugador. –¿Qué me puede decir de Iturbe? –Ha sido una gran aparición en el fútbol paraguayo. Tiene mucha habilidad, muy buen uno contra uno y, además, tiene capacidad de gol, a pesar de hacer todo tan rápido. Todavía le falta asentarse como jugador de Primera División. Considero que necesita crecer. Nosotros pensamos que a todos les va a pasar lo mismo que a Messi, y la verdad es que tendríamos que hacer una lista de todos los que se han ido tan jovencitos y les fue tan bien… Ahí creo que desistiríamos de apresurarnos tanto. –¿Un equipo sin 10 pierde calidad en la posesión, aleja demasiado el último pase? –A ver… Si concluimos que Xavi e

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Iniesta no son 10, sino que saben jugar en la posición del 10, que dan el pase cerca de los delanteros, que saben jugar en espacios reducidos… Yo creo que depender del 10 es armar un equipo en función de un solo jugador. El Barcelona muestra que es mejor si juegan todos, si los diez jugadores de campo tienen disposición al juego, y mucho mejor si después encontramos dos o tres que estén capacitados para dar el último pase. A mi se me ocurre que se puede jugar bien sin un número 10. –¿Por qué no hay imitadores del Barcelona? –Porque no hay muchos Messi, Dani Alves, Xavi e Iniesta. –Pero hay muchos otros planteles con grandes jugadores. –Me parece que no hay otros planteles que tengan jugadores con esas capacidades. Yo creo que se puede jugar bien, pero… ¿jugar como Barcelona? Por algo Barcelona va a ser recordado como el mejor equipo de los últimos cincuenta años. Mirá, yo me acuerdo de dos equipos: el San Pablo de Telé Santana y este Barcelona. El resto fueron buenos equipos o muy buenos equipos, pero históricos como

estos dos, no. Y si todos estuviéramos en condiciones de imitarlos, todos los años tendríamos un equipo histórico. –Tampoco hay muchos equipos que imiten lo imitable: la audacia, el juego posicional… –Y… Eso depende mucho de la mentalidad del entrenador, de la valentía, del deseo de correr riesgos… Hay una diferencia entre armar equipos que queden en la historia y armar equipos solamente para ganar. Equipos solamente para ganar se arman de cualquier manera, y se reconocen todas las formas. No diría que los arma cualquiera, pero hay una cantidad importante de entrenadores que arman equipos para ganar. Ahora, hay muy pocos que armen equipos para quedar en la historia. Ha habido muchos equipos, desde San Pablo del ‘92 para acá, que han ganado la Copa Libertadores. Pero no ha habido equipos que uno recuerde como recuerda al San Pablo. Con el Barcelona, pasa lo mismo; es decir, el Inter ha sido un equipo muy importante, pero será un equipo más dentro del reconocimiento que uno tiene hacia los campeones. –Un equipo pragmático exitoso reci-

“Hay veces que los entrenadores no ejecutamos algunas cosas porque no sabemos como ejecutarlas”.


be adhesiones inmediatas, y uno osado, en cambio, no provoca tanto contagio. ¿Por qué? –Porque es más difícil copiarlo. Yo creo que hay muchos que admiran y reconocen ese tipo de juego, pero luego es muy difícil llevarlo a la práctica. Lo otro es más imitable. Si voy a jugar una final de Champions con línea de cuatro, cinco volantes y un delantero, eso es más imitable. Puedo ganar o perder, normalmente voy a perder, pero es más imitable. Está claro que crear es más difícil. –¿Los entrenadores entrenan más defensa que ataque? –Yo siempre concluyo en lo mismo: entrenamos lo que es más fácil entrenar (sonríe). Hay jugadores que tienen una capacidad intelectual muy alta y enseguida leen cuál es el movimiento, cómo es la desmarcación, si es hacia adentro o si es hacia afuera… Entienden que el movimiento tiene que ser a velocidad y no al trote, que el movimiento tiene que ser cuando el que tiene la pelota está en condiciones de habilitar y no antes, porque si no es un movimiento que no tiene correlación con la llegada de la pelota… Es más difícil eso que juntar un par de jugadores defensivamente y quitarle la pelota a otro. –¿Pero usted es de los que se sientan a pensar ejercicios para cada situación? –Lo que pasa es que yo corro con desventaja, porque nunca entrené inferiores; entonces los ejercicios que invento los tengo que probar con jugadores de Selección, con el riesgo que implica que salgan mal (ríe otra vez). Pero sí, intentamos… Mirá, hay algo que tengo en la cabeza hace mucho tiempo: yo creo que hay veces que los entrenadores no ejecutamos algunas cosas porque no sabemos cómo ejecutarlas. No las entrenamos porque no sabemos cómo entrenarlas. –Hora de autocrítica. –Es que muchas veces vos decís “¿hoy qué hacemos? Y bueno, hagamos un reducido”. Claro, hacer un reducido es como defender: ¡es lo más fácil que hay! Y estoy seguro de que si esto me pasa a mí, ¿por qué no le va a pasar a otro? En definitiva, en el fútbol, casi todos caemos en lugares comunes. ¿Cuántas veces escuchaste a jugadores o periodistas que puedan tener acceso, que alaben la calidad de los entrenamientos? Si alaban la calidad de los entrenamientos es porque

esos entrenamientos llaman la atención. Y eso pasa muy poco. –¿Qué prefiere: un jugador con concepto, con técnica o con capacidad física? –Con técnica. El resto se va agregando. Lo que no se puede agregar es el corazón: la disposición para sacrificarse, la valentía… Eso no se puede agregar. Vos lo ves jugar a Xavi o a Iniesta y saben jugar al fútbol, pero yo entiendo que tienen mucho corazón para jugarlo de la manera que lo juegan. No hay jugadores que no corran. Hay muchos más jugadores que no piensan, o con menos posibilidades individuales, pero si es por correr, estarían todos casi en un mismo nivel.

–¿Sueña con dirigir a Newell´s y a la Selección argentina? –Las dos cosas. Hay un deseo que tuve siempre, que es dirigir a Newell´s, que es mucho más terrenal. Y hay otro que tiene que ver con la Selección, que con el paso del tiempo y acorde a cómo ha evolucionado mi carrera, está un poco más cerca que hace cinco años. Pero de todas maneras no son objetivos a realizar cueste lo que cueste y bajo cualquier circunstancia. Se tienen que dar las condiciones como para que alguna vez se pueda hacer. Si bien están dentro de las “cosas a realizar”, si no se produce, está claro que todos seguiremos viviendo de la misma manera.

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–¿Qué ve desde afuera cuando ve al fútbol argentino? –Primero, lo veo muy convulsionado. Con mucha necesidad de crear polémicas permanentemente, con discusiones innecesarias, con mucha gente que habla de códigos y de ética y que lo practica muy poco. Pero está claro que en el futuro uno puede venir a trabajar a este fútbol que hoy ve negativamente desde afuera y meterse en este lío. Pero no me da gusto lo que veo. Ni lo que veo en 90 minutos, y mucho menos lo que veo afuera, cuando terminan los partidos. –¿Cómo define a Messi? –Difícil definirlo, porque todos los días muestra una faceta nueva, como ahora ésta más reciente de goleador. Y va a aparecer con alguna cosa nueva... Una temporada juega de wing derecho y lo hace fenomenal, a la siguiente juega de 9 y lo hace fenomenal. Hace como diez años que hablamos de Messi... Y apenas tiene 23…. Yo pienso que algo nuevo va hacer, y probablemente ese “algo nuevo” va estar mucho más emparentado con nosotros, con los argentinos. Porque me parece que si hay algo nuevo, algo distinto, algo por verse, está mucho más ligado a la camiseta de la Selección que a la camiseta del Barcelona. –¿Qué función le asignaría si pudiera dirigirlo?

–A mí me gustaba mucho la versión de wing derecho. No digo que ésta no me guste. Pero me parece que ese lugar lo hacía muy decisivo. En el único lugar que evitaría ponerlo es de diez, porque creo que es el lugar donde más fácilmente lo pueden rodear y donde más dificultades tendría para hacer prevalecer el uno contra uno. Estaría mucho más lejos del arco, además, y es un jugador con una gran capacidad de definición. Me parece que sería meterlo en el lugar donde más lío hay y donde menos se podría destacar. –Usted hablaba del corazón: Messi no necesita gritar ni decir mucho para que quede claro su carácter competitivo, ¿no? –Es notable. Ni siquiera hace falta que haga una declaración. Messi es como su entrenador: habla poco, lo justo; cuando habla, enseguida querés anotar lo que dijo. Uno entiende, en estos tiempos donde la discreción no es una virtud, que el mejor jugador del mundo debe vivir como vive Cristiano Ronaldo, pero Messi es totalmente distinto. Está claro que adhiero a sus formas. –Si tuviera que dirigir a un jugador como usted… –No lo pondría, creo (se ríe, pero lo dice de verdad). Corría poco… Medio difícil, tendría un conflicto con Martino. No sé, por ahí de 5, pero protegido, eh. Una especie de Ortigoza-Mercier. Podría de-

cir: Llop-Martino. Siempre necesité gente a mi alrededor que hiciera la parte que yo no hacía, que me alcanzara la pelota una vez recuperada. –¿Usted no tenía voluntad de hacer algo más? –Las veces que incorporé la voluntad fue en la época de Bielsa. –¿Le molestaba? –No, al contrario. Con el paso del tiempo, siempre pensé que fue una lástima no haberlo incorporado antes, porque a lo mejor hubiese podido estar en el Mundial ‘86. Incluso en el ‘90 podía haber arrimado. Pero lo incorporé demasiado tarde. El Indio Solari, en una época maravillosa de mi carrera, pretendía que yo mejorase lo bueno. La misma idea tenía Patricio Hernández cuando llegué a Lanús: que perfeccionara lo bueno. Bielsa, en cambio, quería agregarme cosas. Estaba muy convencido. Hubo una charla con él, en un estudio de TV: Marcelo iba invitado como el nuevo DT de Newell´s, y yo hacía una columna sobre el Mundial ’90. Mientras los dos esperábamos para entrar, charlamos veinte minutos, media hora. Todavía no había empezado la temporada. En esa charla me mostró que no iba a jugar (sonríe). No siempre estuve estimulado por desafíos, generalmente descansé en la tranquilidad de saber que iba a estar. Y cuando tuve algunos desafíos, me gustó afrontarlos.



Bi chi chi, le le le

En la Copa América, la Roja presentará el debut oficial de Claudio Borghi en lugar de Marcelo Bielsa. Sin embargo, no hay cambios sustanciales en los nombres del equipo. La principal diferencia pasa por las personalidades de los entrenadores. Ojo con Alexis Sánchez, que puede ser compañero de Messi en el Barcelona. Por FRANCO PEDRAZZI

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n bolas y a los gritos. Fue el principio del fin. Roberto Cereceda terminó sin pantalones cortos, sin calzoncillos, apenas con sus botines y con su remera de entrenamiento hecha jirones, tirado sobre una de las canchas del predio Juan Pinto Durán, mientras otros cinco futbolistas corrían con los trofeos del defensor, muertos de risa. Flash. Los periodistas, que desde la llegada de Claudio Borghi comenzaron a disfrutar del ingreso al predio de la Selección chilena para la última media hora de trabajo, quedaron descolocados. Los lentes de las cámaras fotográficas se obnubilaron con esa colita redonda y al viento de Cereceda, y la imagen se transformó en la noticia más vista de aquel 10 de junio en las webs chilenas. La broma de Claudio Bravo, Antonio Vidal, Gonzalo Jara, Jean Beausejour y Jorge Valdivia desató el debate y alimentó a los detractores. Los cuestionamientos al rigor disciplinario de Borghi, en contraposición a las normas estrictas que había implementado Marcelo Bielsa, quedaban al desnudo. Para colmo, dos días antes, un escándalo había estallado en las narices del Mago Valdivia: Angie Alvarado, una fogosa damisela brotada de un reality, lo había escrachado con una webcam

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mientras el volante del Palmeiras, desnudo frente a su notebook, se satisfacía con las curvas que la morocha le mostraba del otro lado. Desde un principio, los futbolistas de la Roja le habían pedido al Bichi que mantuviera la rigidez de la atención a la prensa del Loco, sin la presencia de los medios en los entrenamientos, pero pudo más la esencia del recién llegado, aderezada por su sensación de que debía comulgar con algunos parámetros de tolerancia para demostrar que ambos sistemas podían ser perfectamente exitosos. Ante esta situación, tenía tres alternativas: no darle importancia a la broma y resolver todo con una de sus humoradas en la siguiente conferencia de prensa, retar a sus futbolistas por semejante chiquilinada o poner un candado. Eligió esta última: “intentamos convivir con la prensa, pero no pudimos. Prefiero que estén afuera: así, se acaban los problemas. Lo de Cereceda pasó mil veces en la Selección, pero nunca se dijo”. El problema entonces no era si sucedía o no, sino que se contara. Fue la diferencia más

sustancial, y tal vez más previsible, que hasta ahora se planteó entre el ciclo de Bielsa y la era de Borghi. Porque en cuanto a lo futbolístico, no hay aspectos claramente antagónicos. La única pauta distinta desde lo estratégico se acomoda al gusto del Bichi: un volante más en el medio, para intentar una mayor posesión. Pero los apellidos no varían en relación a los del Mundial de Sudáfrica. Claudio Bravo, que suele combinar atajadas tremendas con errores insólitos, sigue siendo el arquero, porque nadie le compite. Los tres de atrás habían hecho base con Bielsa: Pablo Contreras, Waldo Ponce (de grisáceo paso por Vélez) y Gonzalo Jara. No hay recambio generacional en ese sector, y no porque el técnico no lo busque. Como doble cinco, sector en el que el Bichi agrega un soldado, aparecen Carmona y Gary Medel, a quien en Boca utilizó más como volante derecho y hasta de stopper. Por la izquierda, Beausejour (de padre haitiano y madre chilena, ahora en el Birmingham inglés) muta de aquel extremo con Bielsa a un volante filoso que arranca más retrasado. Y del otro lado, Borghi apuesta por una sociedad que se

En lo futbolístico, no hay aspectos claramente antagónicos entre el ciclo de Bielsa y la era de Borghi.


entiende de memoria gracias a la última temporada en el Udinese: Mauricio Isla aporta marca y pase profundo para los piques de Alexis Sánchez. Porque de nueve sigue Humberto Suazo, y de enganche aparece Matías Fernández. La base, entonces, se sostiene en el pasado reciente y está enquistada en la memoria selectiva del entrenador, ya que el tridente de ataque fue el mismo con el que rompió todos los moldes en el fútbol chileno con su Colo Colo tetracampeón. Es Alexis Sánchez la estrellita del momento, el futbolista más desequilibrante, el tipo por el que vale la pena sentarse con un plato de maní y una birrita a mirar a Chile en la Copa América. Evolucionó. Ya no es aquel desconceptuado que agarraba la pelota, agachaba la cabeza y quería gambetear a medio equipo rival en el River campeón de Simeone, hace algo más de tres años. Moldeado por el fútbol italiano, se convirtió en objeto del deseo de varios clubes poderosos gracias a una excelente temporada (12 goles en 28 juegos) en Udinese. Aún es un gambeteador compulsivo cuando encara en velocidad, como un muñequito de PlayStation, pero es justamente esa combinación la que

generó que tuviera ofertas concretas de cuatro monstruos. A principios de junio, el Niño Maravilla atendió un llamado de su representante. Tenía cuatro ofertas concretas. La menor era del Inter. Del resto, el Manchester City era el que le daba un mejor sueldo. Lo seguía la propuesta del Manchester United. Y tercera, cómoda, aparecía la del Barcelona. “Para ser el mejor del mundo tengo que jugar en el mejor equipo del mundo”, escuchó Fernando Felicevich de boca del purrete de 22 años. Y hacia allí enfocó sus energías. Pep Guardiola sostiene que para que el Barcelona siga siendo el mejor, debe alimentarse de variantes para no tornarse un equipo previsible, si es que existe alguna chance de ser previsible teniendo a Messi, Xavi e Iniesta, pero en fin… ¿Qué ve en Alexis Sánchez? Su equipo toca y toca, pero desequilibra poco en el mano a mano, rubro para el que aportan Messi y, en menor medida, Iniesta. Es una lectura fina, está claro: nadie le tocaría un pelo a este Barcelona, salvo su entrenador. Ahí es donde, en el imaginario de Pep, aparece Alexis Sánchez, tirado sobre la banda derecha en el lugar de Pedro. Udinese, igual, se hace el difícil y aún no da por

cerrado el traspaso pese a los 32 millones de euros que ofreció el Barca, y sube la apuesta, y jura que el Manchester City ha acercado una propuesta por 40 millones, y juega a la ley de la oferta y la demanda, y se olvida, o no se quiere acordar, de que en 2005 apenas pagó 750 mil euros por la mitad del pase de ese chileno prometedor del ignoto Cobreloa. Como varios cracks contemporáneos, afuera de la cancha Alexis Sánchez es retraído, tímido, a veces hasta desagradable. No da entrevistas, salvo que su club se lo exija. Muchas veces, ante la demanda mediática, su apoderado ha tenido que salir a declarar en su nombre. En la selección, apenas se lo ve reírse cuando se junta con Isla, Matías Fernández y Suazo. Es acá donde aparece la figura de Borghi, quien con su labia simplona logra descontracturarlo, sacarlo de su eje y hacer que se sienta cómodo. Buena parte del potencial de la Roja en la Copa América depende del éxito de esa táctica. Ahí emerge, otra vez estoica, la imagen de ese entrenador que necesita que sus futbolistas se sientan cómodos con el trato, incluso por encima de cuestiones estratégicas o disciplinarias. Bi, chi, chi, le, le, le.

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Iturbe y su verdá

El pibe del Sub 20 argentino se prepara para el Mundial en Colombia (29 de julio). Con sangre y acento guaraní, ya fichó para el Porto portugués después de jugar su último partido en Cerro Porteño. Hijo de paraguayos, el ex Quilmes no tiene memoria de sus primeros años en Barracas. En Paraguay, no lo dejan salir solo a la calle y estudia para el secundario en las concentraciones. Las idas y vueltas de su nacionalidad. Las inquietudes por acelerar su carrera y compararlo con Messi. Por IGNACIO FUSCO

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uan Iturbe no atiende. No atendió cuando vino a la Argentina para enfrentarse a Estudiantes, no atendió cuando viajó a México para visitar al Jaguares y no atiende ahora, tampoco, que ya regresó a Paraguay. El hombre de la frase anterior es Juan del Carmen Iturbe, su padre, quien nos señala el atajo para ubicarlo y subraya, como si nada “Rafael, su chofer”. Juan Manuel Iturbe, 17 años, criado en Barracas y crecido en Asunción, tiene chofer. El adolescente estelar de la Sub 20 argentina, el primer delantero al que se le han detectado reflejos de Messi, tiene chofer. Rafael atiende, entonces, y su voz casi no se distingue de la de Iturbe, veloz, apretada, con esa erre gruñona de la armonía guaraní. “¡Pero qué va a ser chofer! No, no: e’ un amigo que me acompaña, nomá -se ríe el delantero de Cerro Porteño, apenas Rafael le da el celular-. Pa’ que no esté solo, ¿vio? ¿Chofer, dijo? ¿Chofer?”. –Sí. Que era tu chofer. –¿Eso dijo? No, pero no, e’ un amigo nomá. –¿Guardaespaldas, entonces? –La cosa e’ que mi papá no me deja salir así, ¿vio? –¿Así cómo? –Solo. –¿No te deja salir solo a la calle? –No, no, porque acá…

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Buno, cómo decirte... (piensa). Vos sos hincha de Boca y ves un jugador de River y lo querés matar. Más o meno’ así, pero no tan así. Bueno, eso… Quiere que me cuiden, que nadie me haga nada. –¿Que nadie te haga nada? ¿Y quién te va hacer algo? –Alguien… Bueno, porque acá me ven y me dicen cualquier cosa. La gente me mira mucho, algunas personas son malas, me quieren perjudicar, ¿no? Yo jugué en la Selección, jugué para la Argentina, y hay mucha envidia acá, ¿vio? De a poco me acostumbro a que me miren, a que me miren mucho, pero es raro estar así. –Escuchándote, Juan, lo que menos se entiende es eso: que hayas jugado para Argentina. –Pero ya pasó eso, yo ya lo olvidé todo, ya pasó. –¿A qué le llamás eso? –A eso, eso: a esa decisión, digo, ¿no? –¿Hasta qué edad viviste en la Argentina? –¿Allá? Seis, siete años, nomá.

–¿En dónde? –En Barracas. –¿Y te acordás de algo? –La verdá que no. Era muy chico. No, no recuerdo tanto. –¿Nada de nada? –(Piensa) No me acuerdo de nada, no. –O sea que tus primeros recuerdos fueron paraguayos. –Fueron paraguayos, sí. –Insisto, Juan: qué raro entonces que hayas jugado para Argentina. –Hasta los 16 años jugué en la Selección de Paraguay. Entonces me sentía bien, estaba bien, la verdá. –¿A qué edad te convocaron por primera vez? –A los 12. El primer viaje fue a Chile. Luego, Bolivia, Uruguay, otra vez Chile… Muchos viajes, muchos torneos, con los chicos, mis amigos; fue una etapa hermosa, ¿verdá? Nunca pensé que algún día jugaría para la Selección Argentina. Yo estaba bien, jugaba donde nací, estaba en Cerro, también. Pero bueno, fueron cosas que ya pasaron, cosas muy lindas, vio, pero ya pasaron, nomá.

“El profe me dice que no tengo que apurarme, que hay mucho por aprender, ¿no?”


“Jugaba donde nací”, se le resbaló a Iturbe, y no hay nada que objetar: la figura de aquel Sudamericano de Perú debe haberse sentido exiliado en su madre Argentina cuando el año pasado se entrenó en Quilmes, sin transfer, solo, pisando las huellas que ha dejado Lionel. Los emblemas (también publicitarios) de la Mayor y la Juvenil no jugaron nunca entre el humo de las bengalas de una cancha nacional; son pequeños, callados, tímidos, la contracara del gen porteño, los tics maradonianos que supimos conseguir. El próximo 29 de julio, la Selección de Walter Perazzo debutará contra México en el Mundial de Colombia. Dos días después, se enfrentará a Inglaterra, y tres después, a Corea del Norte. La final de la Copa se jugará el 20 de agosto en El Campín de Bogotá. Luego, Iturbe viajará a Portugal para sumarse al Porto, campeón de la Europa League. Todo, todo con 17 años, nomás. O “nomá”, habría que escribir, respetándole el tono guaraní. “Me agarraste estudiando, justito... –dice el pibe–. Quiero terminar la secundaria antes de irme a Portugal. Tengo que rendir física, química, literatura, guaraní... Recién este año, el último, no me quedó otra que pedir un permiso para dar todas las materias al final. ¡Historia! Historia paraguaya la rindo en dos semanas, ya…”. –¿Cuántas materias te quedan? –Ocho. Ocho materias me quedan. –¿Y? ¿ La llevás bien? –No, pero igual tengo mi profesora particular, tranquilo, nomá. Matemática y química las voy a estudiar dos días antes, ya está. Cuando viajamos a México por la Libertadores me llevé el libro de Historia, Historia paraguaya, y tuve que leer. Pero acá todos tienen su libro, y es lindo, ¿verdá? –¿Te gusta leer? –(Se ríe) La verdá, no. –¿No te hubiera gustado cursar este último año, también? –Pero sí, sí, ¿cómo no me iba a gustar? En el colegio tenía mis amigos, mis compañeros, mi juventud. Me acuerdo de cuando jugaba en los Intercolegiales, ¿verdá? Futsal era, no cancha grande, como ahora. –¿Jugabas? –Jugaba, sí. Mientras hacía las Inferio-

res en Cerro iba también con los chicos, jugaba, pero todo a escondidas, ¿no? –¿Por? –Por mi padre. No me dejaba jugar mucho, pero yo iba, jugaba, ¿no? –¿Y nadie sabía que jugabas para Cerro, también? –(Se ríe) Algunos, quizás... Después, ya en Primera, me controlé un poquito. Pero antes llegaba de noche, muy tarde, a casa, y mi papá me cagaba a pedos, me

–¿Cómo se dice morfón en Paraguay? –¿En guaraní? –Sí. –Pelota yara. Pelota yara, le dicen. –Porque en el Sudamericano la agarrabas, bajabas la cabeza y encarabas. Pasarla, lo que se dice pasarla, Juan… –(Interrumpe) Sí, sí, pero porque tenía espacios, ¿no? Me gusta tenerla, atacar. –¿Y no te da bronca, entonces, que Astrada no te ponga de titular?

preguntaba dónde había estado, siempre, siempre era así. –¿Y qué le decías? –(Se ríe) Estudiando… “Estudiando, papá”, le decía. –No sabía que eras tan malo para la mentira. –Y... (se ríe). Pero era así. Así la pasaba, así me divertía, ¿verdá? Jugábamos, nos peleábamos. Siempre había algún quilombito por ahí. –¿Quilombito por ahí? –¡No, no, pero yo no me metía! Se agarraban cada tanto, pero yo nada, tranquilo ahí. –Si en cancha grande es difícil que te la saquen, no quiero imaginarme en el Futsal. –(Se ríe) No la tenía tanto, ¿eh? Yo la agarraba y le pegaba al arco, nomá.

–Yo estoy tranquilo, tranquilo nomá. El profe me dice que no tengo que apurarme, que hay mucho por aprender, ¿no? Por aquí dicen que entro en los segundos tiempos y gambeteo fácil, pero en la Argentina había estado ocho meses parado y recién ahora me encontré con mi nivel. En Paraguay hay muchos juveniles con un gran futuro, pero no les dan importancia. Acá falta cuidar las Inferiores. Igual, yo estoy tranquilo, ¿no? –Me quedé con lo de pelota yara. ¿Quiere decir morfón, así tal cual, o tiene otra traducción? –El dueño de la pelota. Que sos el dueño de la pelota. –¿Cuántas veces te lo dijeron, entonces, a vos? –Y... (se ríe) Algunas, sí... Unas cuantas veces, la verdá que sí.

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La próstata de Joao

En esta columna se repasan los topetazos, más leves, más fuertes, que a traves de los años mantuvieron nuestro columnista y el cuestionado ex capo de la FIFA. Un dirigente que recién, a los 95 años, parece que sufrirá la primera investigación de su carrera. Por EZEQUIEL FERNÁNDEZ MOORES

L

o recuerdo en 1978, mi primer Mundial, condecorado por el dictador Jorge Rafael Videla después de la “fiesta”. En España ‘82, participé de una reducida rueda de prensa en Alicante. Bastó que le preguntara por qué eran tan caros los precios de las entradas para que camarógrafos de una cadena amiga de la FIFA se pusieran delante de mí impidiendo cualquier repregunta. En la rueda de apertura de México ’86, las cámaras directamente apuntaron a mi credencial cuando pregunté por qué la FIFA no había acreditado a un periodista, ex futbolista, crítico del sistema de traspaso de jugadores de la Federación Mexicana, el llamado “mercado de piernas”. Pero Joao Havelange, de él se trata, ofreció su imagen más autoritaria en otra conferencia celebrada sobre el final del torneo, en el centro de prensa del DF. Con periodistas amigos de Alemania, Italia, Brasil y otros países nos repartimos una misma pregunta, conscientes de que las chances de hablar serían mínimas. Le tocó a un alemán ecologista: “¿por qué si llaman a éste el Mundial de la Paz, la FIFA tiene como invitado al almirante Carlos Lacoste, un representante de la dictadura que secuestró, torturó y mató a miles de personas en Argentina?”. Furioso, Havelange sólo movió su cabeza hacia la izquierda y ordenó al mexicano Guillermo Cañedo, organizador de la Copa que conteste. El pobre Cañedo, representante también de la cadena Televisa, no pudo completar su intento de respuesta. Los periodistas silbaron y protestaron sus balbuceos. Un inglés se paró en la silla para decir “no necesitamos asesinos aquí”. Fue el mismo Mundial en el que Maradona y Valdano protestaron por los horarios de los partidos, algunos de los cuales

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se jugaban al mediodía bajo el duro sol mexicano. “Los jugadores sólo tienen que obedecer”, les respondió Havelange. Por supuesto que escuché miles de relatos sobre él. Pero la última vez que lo vi fue en un Congreso de la FIFA en Buenos Aires en 2001. Había amenaza de división. Los países top de Europa estaban enfrentados con Joseph Blatter, sucesor de Havelange, continuador de sus negocios y fiel custodio de sus secretos. El congreso era interminable. Los dirigentes salían todo el tiempo para ir al baño. Menos él. “El secreto –le dijo Havelange allí mismo a un dirigente amigo– es tener una buena próstata”. A sus 95 años, Havelange, según me cuentan, parece seguir teniendo una buena próstata. Pero hace unos días el Comité Olímpico Internacional (COI) comenzó a investigar, por fin, las denuncias de coimas que habría recibido durante su trayectoria como dirigente deportivo. Los indicios permiten suponer que fi-

gura en la lista de los dirigentes que recibieron sobornos de ISL, el brazo comercial de la FIFA que quebró en 2002. La FIFA, mucho más comprometida que el COI en el caso, nunca quiso investigar el tema. Peor aún, está acusada de haber devuelto dinero para un acuerdo extrajudicial que implicara silencio eterno. La BBC y medios suizos pidieron al juez que rompiera ese acuerdo y difundiera los nombres de los dirigentes que recibieron coimas. El proceso judicial podría demorar un año. El COI, más allá de ese proceso, decidió abrir su propia investigación. Havelange es su miembro decano. Entró al movimiento olímpico en 1963. Trepó a la FIFA y, durante décadas, fue el dirigente más poderoso del deporte mundial. El propio COI lo distinguió hace poco como uno de los tres máximos dirigentes del último siglo. La sola mención de que lo están investigando tal vez comience a afectarle la próstata.


Grondona y Vila son casi lo mismo

Un vaticinio de Julio Grondona desató la bronca de nuestro columnista. A ello se sumó la fugaz aparición de un supuesto rival del presidente de la AFA. En consecuencia, más rayas para el tigre del fútbol local, muy interesante en los campos de juego y muy sucio sobre los otros escenarios. Por DIEGO BONADEO Foto FABIÁN MAURI

“Me da la sensación de que River no va a jugar la Promoción”. Quizás haya sido una de las últimas impunidades dialécticas de Julio Grondona, acostumbrado desde casi siempre a decir a veces lo que le viene en ganas, a veces lo que más le conviene, sin que nadie, o casi nadie, desde ningún lado, se anime ni siquiera a pensar en contradecirlo, o cuanto menos a repreguntarle. Hacer referencia a “sensaciones” es no decir nada. Como cuando desde algún púlpito gubernamental se insiste en que la inseguridad es una “sensación”. Y a partir de esa impunidad, Grondona tiene una larguísima historia de “sensaciones”. Uno recuerda una de las más patéticas, cuando Jorge Burruchaga fue sancionado en su paso por el fútbol francés. Grondona, por entonces, reflexionó: “me parece que hay una mano negra en la FIFA”. Y lo dijo sin rubor, siendo él mismo vicepresidente de la entidad que maneja el fútbol del mundo. Pero en los últimos tiempos, en especial después del Mundial de Sudáfrica, parece que el atropello de los almanaques ha sido implacable. Aunque persista la impunidad dialéctica. Los cruces con Maradona se fueron convirtiendo en un clásico de consecuencias inconducentes. Así como también se ha convertido en un hábito mirar hacia otro lado y culpar a los demás, cuando ya no está a mano la excusa aquella que tiene años: “no soy yo, es el Comité Ejecutivo de la AFA”. Fue el caso del vergonzante programa de partidos amistosos para la Selección nacional previos a la Copa América, cuando se adujo que la elección de los adversa-

rios fue responsabilidad exclusiva del técnico Sergio Batista. No mejora las cosas la aparición de quien fue hombre de confianza del equívoco cubano, primero exiliado y ya desaparecido, Jorge Mas Canosa: Daniel Vila, hombre de los multimedios del interior y hoy en sociedad con no se sabe muy claramente quién en la propiedad del canal América 2, alguna señal de cable y alguna radio. Con la colaboración inestimable de una legión de adláteres y ex jugadores que juegan a ser periodistas, Vila –también presidente del club Independiente Rivadavia de Mendoza– pretende disputarle el cetro al hombre fuerte de Viamonte 1366. También tiene el respaldo parlamentario del diputado tucumano Gerónimo Vargas Aignasse para propulsar una aparentemente revolucionaria “ley del fútbol” y consiguió ser recibido por la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados de la Nación, donde no pudo exponer prácticamente nada porque se lo impidió un grupo de barrabravas de saco y corbata que, se supone, respondía al mandamás de la AFA. Llevar esta cuestión a la Comisión de Deportes es casi una burla a las instituciones. Algo parecido a lo que a fines de la década del ’90 hizo que esta misma Comisión, con otros integrantes, recibiera “informes” de la empresa Torneos y Competencias respecto de su sociedad con la AFA. O sea, de la dupla Ávila/Grondona. Es que no son de incumbencia de la Comisión de Deportes ni aquella cuestión de derechos de la televisación del fútbol, ni esta que, con la máscara de una ley para el fútbol, esconde una lucha de poderes que, como sucede siempre, nada tiene que ver con el juego.

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HOMBRES DE NEGRO

Por ALEJANDRO WALL Fotos FABIÁN MAURI

“Si a Grondona no le hacés la venia, no tenés posibilidades” Los memoriosos de los ‘80 y los ‘90 se acordarán de su figura por la sencillez para dirigir. Juan Carlos Demaro, el árbitro de este número, vive de la abogacía y aceptó la invitación a realizar ciertas observaciones de su pasado y el pasado de los árbitros. Una confirmación se interpuso en sus recuerdos: el grondonismo fue y es terrorífico.

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uan Carlos Demaro se levanta a las seis de la mañana. A las siete y media, maletín en mano, se lo ve llevando sus 68 años por las calles Tribunales. “Demaro, ¡cuánta guita habrás agarrado, eh!”, le gritan. “¡Agarré tanta que estoy acá!”, responde él. Acá: un estudio sobrio, muy prolijo, con un escritorio despejado, los papeles, libros y carpetas repartidos con mucho orden, y una PC midiéndose a duelo con una máquina de escribir muy nostálgica. Demaro es abogado y, durante catorce años, fue árbitro de Primera, un oficio que eligió como muchos jugadores frustrados. “No tuve condiciones, y vi ahí la posibilidad de estar en una cancha”, explica. Pero hay una razón, sin embargo, que puede unir sus dos caminos: “También para aplicar justicia. Vengo de una familia muy pobre, entonces posiblemente las dos cosas que hice tienen que ver con la justicia. Cuervo total, faltaría que sea de San Lorenzo…”. Pero no, Demaro es hincha de Racing. Y, dice, lo enaltece haber sido muy puteado por sus colegas de pasiones: “decían que los perjudicaba”, explica. Demaro se reivindica como un hombre de izquierda. Sus ideas, cuenta, lo perjudicaron en el arbitraje. En su juventud militó en el Partido Socialista Argentino de Alfredo Palacios. En el retorno democrático, partici-

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pó del Partido Intransigente y, más acá, se acercó a Autodeterminación y Libertad, de Luis Zamora. “Por eso –explica–, no llegué a ser internacional. Me pusieron muchas trabas. Yo nunca practiqué la obsecuencia, y eso rompe las pelotas”. –¿Cómo evolucionó el poder de Julio Grondona sobre el arbitraje? –Hay un punto de inflexión que es la llegada de Guillermo Marconi con el SADRA. En las elecciones de 1986, presentamos la lista Jorge Vigliano-Juan Carlos Demaro. Marconi va por el otro lado y les ganamos. ¿Qué hace él? Se va de la Asociación Argentina de Árbitros y arma el Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina (SADRA) en connivencia con Grondona. ¿Por qué digo esto? Porque en la misma entrevista en la que Grondona dijo que no podía haber árbitros judíos, también dijo “me tenían cansado la tres A, y tuve que formar otro sindicato”. Que es una sociedad clandestina. El SA-

DRA debuta, hace su bautismo rompiéndonos la huelga a nosotros. Y Grondona decía “hagan huelga cuando quieran”. A mí me suplió Daniel Giménez. –Es curioso: un sindicato que nace para romper una huelga. –Y, lo que es Marconi… –Había sido Secretario de Trabajo durante el menemismo… –Con Jorge Triaca como ministro. Y Director de Legales de la Municipalidad de Buenos Aires con la dictadura, además de secretario adjunto de un sindicato de personal no docente de la enseñanza privada, que ya tenía un sindicato de docentes particulares. Donde va él, arma un sindicato. –¿Cuál es el poder de SADRA? –Muy hábilmente, se llama Sindicato de Árbitros Deportivos de la República Argentina, lo que le abre un panorama en todo el interior. Pero además no tiene sólo futbol, sino también básquet y hockey, cosa que no tenemos en las tres A, que además nos quedamos en Capital. Él tie-

“Hay un punto de inflexión en el arbitraje, que es la llegada de Marconi con el SADRA”.


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ne todo el país. SADRA la cobra el 10% a cada afiliado sobre cada partido que dirige. Es una fortuna, lo que recauda. Y Marconi es vitalicio, igual que Grondona. Nunca hubo elecciones en ese sindicato. –¿Hoy las tres A se diferencian mucho del SADRA? –No existe. Está Alejandro Toia, que es un buen tipo. Pero hay algo que dejar sentado, porque yo fui dirigente: es muy difícil dirigir un sindicato con un hombre como Grondona en el poder. Prácticamente, termina tu carrera. –¿Por qué? –Porque no te lo va a permitir. Grondona es amo y señor. Con Grondona, seas ordenanza o del Comité Ejecutivo, si no le hacés la venia, no tenés posibilidades. De mí saben que yo soy anti-Grondona, y no me van a venir a buscar. No les conviene. –¿Qué opina de Javier Ruiz? –Todavía es cliente mío por una quiebra. Era de las tres A, y cuando consideró que no tenía más futuro se fue al SADRA. Ahí logra ganar una categoría y empieza a dirigir Nacional B. Hasta que Marconi le

suelta la mano, entonces acumula bronca, lo echan y ahora empieza a decir cosas… –¿Y es creíble lo que denuncia? –Yo, potencialmente, creo todo. –Se lo pregunto por su conocimiento del arbitraje: cuando alguien dice que se compran árbitros, ¿usted le cree? –Sí, pero yo como abogado no puedo dar pruebas. Pero sí... Tengo conocimiento de cosas, secretos a voces. Cuando surgieron este tipo de cosas, todos dijimos que se comenzaba a destaparse algo. Yo sé muchas cosas... Pero no tengo pruebas. Y cuando se va a sobornar a alguien, ¿vos vas con un escribano? Es una de las cobardías que ocurren cuando a alguien lo compran. Y lo más importante es que quien te compra, con el tiempo, es quien te vende. –¿Y es algo nuevo? – El arbitraje tiene una seria dificultad, porque debería ser comandado por un ex árbitro, no por un dirigente. Acá hubo un personaje que no se puede creer cómo llegó al lugar que llegó: Jorge Romo es la persona más inepta que he conocido. Es el amiguismo de Grondona… El 19 de

“Cuando estaba Romo, el que decidía era Grondona. Ahora está Lamolina y el que decide es Grondona”.

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marzo de 1994, yo me voy del arbitraje en un Ferro-Deportivo Español. Entonces me hacen un reportaje y digo “me voy contento porque cumplí un ciclo, pero amargado porque el arbitraje se cae. Tiene de presidente del Colegio a un incapaz como Jorge Romo, y de director de la Escuela de Árbitros, a Roberto Goicoechea, excelente árbitro pero un incapaz para ser director”. Goicoechea eliminaba las eses y otras cosas… –¿Cómo era su trato con Romo? –No tenía trato con nosotros. Pero el mío era pésimo. Coincidimos tres años. Cuando llegó, Romo nos reunió a todos y nos dijo lo siguiente: “señores, yo de arbitraje no sé nada, pero voy a limpiar este ambiente”. No sé qué quiso decir. En mi caso personal de dirigir mucho –30 partidos sobre 38– por cada año, dirigí en el primer año de Romo, limpió a diecisiete; en el segundo, a trece; y en el último, a once. Me mandaban al Nacional B y al interior. –¿Cómo fue la relación con Grondona? –No hubo problemas con Grondona porque es un tipo que sabe muchísimo de fútbol y sabe quién es quién en este ambiente. Sabía que yo no estaba manchado. Y arbitraba como debía arbitrar. Nunca fui un fenómeno, y no sé quiénes son los fenómenos... –¿Nunca tuvo un intento de soborno? –Jamás, porque la gente que soborna sabe a quién va a sobornar. En el ambiente del fútbol, todos nos conocemos, y saben a quién tocar. No arriesgan. Jamás se acercó nadie, nunca. Y dirigí campeonatos importantes, en los que se jugaron ascensos y descensos, pero todos muy lindos, y en todas partes del país. –¿Y algún mensaje desde el poder? –En la temporada 88/89 dirigí un partido donde eché a Claudio Rodríguez porque se trepó al alambrado. Boca ganaba tres a cero, y el tercer gol lo hizo el Rata. Yo lo tenía amonestado. Había salido la resolución 345 de FIFA, que establecía que a todo aquel que se trepara al alambrado al hacer un gol, se lo debía amonestar. Lo tuve que echar. Se fue de la cancha llorando. Vélez empató el partido tres a tres. A mí nadie me dijo nada. El veedor era Án-


Tiempos viejos. Demaro, Gallego y Orte antes de un Banfield-River.

gel Coerezza, y me puso un buen informe. Pero en dos años no dirigí más a Boca. Y no dirigí más... Durante un mes, me mandaron al Nacional B. Ése fue el mensaje. –Eso, además, condiciona al resto. –Sin dudas… Y ningún árbitro lo va a decir, pero dirigir a Arsenal no le gusta a nadie. Y dejalo ahí… –¿Con Grondona, no tiene solución el arbitraje? –No, mientras esté él, no hay solución. –¿Y sin Romo? –Cuando estaba Romo, el que decidía era Grondona. Ahora está Lamolina y el que decide es Grondona. A fines del año pasado, Lamolina había hecho una lista de árbitros que tenía que echar. Y ahí quedó, por Grondona... En especial se

protegió a los de SADRA, sostenidos por el secretario general. –¿Le sorprende el nivel de vida de algunos árbitros? –Muchísimo. Sería tan fácil darse cuenta de ciertas cosas. Porque no pueden hacer ese tren de vida. Es imposible… –Sin embargo, hoy se gana más que en su época. –Es verdad, pero no para llevar el tren de vida de algunos. Yo en mi carrera ganaba el 30% como árbitro y el 70% como abogado. Por supuesto, me tapaba agujeros, me permitió vivir bien. Pero no me salvé. Tengo 68 años y sigo trabajando todos los días, de lunes a viernes. –¿A qué árbitro contemporáneo suyo respetaba?

–A Teodoro Nitti, excelente persona. El único que quiso tirarse contra Grondona. Yo lo respetaba mucho. Y otro, no como árbitro, sino como persona y como profesor, era Claudio Busca. Junto con Francisco Gómez y Ernesto Binda, son las tres personas que a mí me enseñaron. Y cuando hubo que votar para internacional, Busca siempre me votó en contra. –¿Y cómo se considera usted cómo árbitro? –Yo era un buen árbitro que fundamentalmente quería salvar el espectáculo. En 1991 dirijo Boca-Estudiantes. A los seis minutos se produce una jugada clave. A Marcelo Yorno, arquero de Estudiantes, se le escapa la pelota, y el Manteca Martínez se la quiere sacar. El

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arquero la vuelve a agarrar, y el Manteca le pega. Yorno se levanta y le toca la cara. Era expulsión de Yorno y amarilla para el Manteca. Pero era una injusticia, porque alguien había provocado esa situación, y los amonesté a los dos. Fue lo peor que hice en mi carrera arbitral. El partido se me despelotó y no lo pude arreglar. Los partidos no se emparchan, una vez que cometés errores, ya está. –¿Por qué lo trae como ejemplo? –Porque eso era romper el espectáculo. Por eso, nada que ver con el “castrillismo”. Castrilli no era el único que no perjudicaba a los visitantes. Le pondero que fue valiente, pero el día que echó a los cuatro jugadores de River fue por protagonismo. Eso no es autoridad. –¿Y el “siga siga”, qué le parecía? –Algunos se lo adjudican y no es verdad. Hay un árbitro que –aclaro que me cuesta reconocerlo porque no me gusta como persona– fue quien marcó el “siga siga”: Guillermo Nimo. Después, los que vinimos lo mantuvimos de al-

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guna forma u otra. Pero, ojo, porque es un arma muy peligrosa, hay que saberla aplicar. Algunos se jactaban de aplicarla pero creaban nerviosismo. Otros la aplicaban de una forma, hasta que había un penal. Es relativo... El árbitro tiene que dirigir. –¿Cómo fue que paró un partido porque Ferro no atacaba? –Yo había visto el Alemania-Austria de 1982, que con el uno a cero de los alemanes dejaba afuera a los argelinos. No se atacaban, y era una injusticia. Todos los deportes tienen un final. En el vóley, los tres pases; en el básquet, los veinte segundos; en el boxeo, hay que pelear... ¿Y por qué no en el fútbol? Ferro tenía la pelota y Huracán no salía. El público silbaba. Entonces consideré que el equipo que tenía la pelota era el que debía jugarla. Y cobré un indirecto. Vino Juan Domingo Rocchia y me empezó a increpar: amarilla, por protestar. Cuando se va, me insulta, y ahí lo echo. Esa medida no trascendió porque la hice

yo, pero si la hubiera hecho alguno de los preferidos de Coerezza hubiera trascendido. Me vinieron a ver y me dijeron “Demaro, no la haga más”. Pero llegó el caso a FIFA y, tiempo después, reconocieron que estaba bien lo que yo hacía. Si un equipo no jugaba, se lo podía sancionar con un indirecto. –¿Es cierto que lo denunció una persona porque un fallo suyo le impidió ganar el Prode? –¡Ah, sí! (risas) Eso fue en un Newell’sPlatense, en Rosario. Yo cobré un penal que para este hincha no fue. Está bien, él lo puede decir… Y decía que por ese penal no ganó el Prode. A mí nunca me llegó nada, pero fue de lo más simpático eso. Se consideró estafado por mí (risas). Ni siquiera me acuerdo de esa jugada. Y es raro, porque en general te queda la duda. –¿Qué ocurre cuando esa duda queda? –Lo peor que podés hacer es tratar de compensar. Porque ahí te equivocás dos veces.



La cosecha sin fin

Envidia de los hinchas de clubes grandes, Vélez Sarsfield ha logrado un nuevo trofeo y reconocimientos varios. Cierta leyenda urbana lo ha transformado en el club modelo de la Argentina. ¿Qué hay de cierto? Este recorrido por los ultimos años del Fortìn brinda respuestas. Por ALEJANDRO FABBRI

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na gran ventaja tienen los hinchas de Vélez que andan por los 40 años respecto de aquellos sacrificados fundadores y todos los seguidores que fatigaron tranvías, trolebuses, zapatos de vestir y modestas zapatillas en otras épocas. Mi abuelo, médico cirujano del Hospital Álvarez, se cansó de gritar por el cuadro de Liniers en los años ’30 y ‘40, sin ninguna alegría grande, absorbiendo la pena del descenso en 1940. En cambio, le tocó ser testigo del subcampeonato de 1953 en la nueva cancha –inaugurada dos años antes–, aunque uno de sus amigos se murió cerca suyo después de un gol velezano y un traicionero infarto. Juró no volver a pisar un estadio, y lo cumplió, aunque las lágrimas de alegría se le caían cuando veía desde el sillón de mi casa el campeonato Nacional de 1968 en el viejo Gasómetro. Hoy, mi abuelo Pepe Lorenzo no lo podría creer. Si alguien se pudiera comunicar con él y avisarle que su amado Vélez ya ganó muchos campeonatos, que fue el mejor del país, del continente y del mundo, quizás soltaría una frase que acostumbraba usar: “¡qué buen trabajo está haciendo don Pepe Amalfitani!”. El venerado Amalfitani también dejó este mundo hace rato, pero su legado está vivito y coleando. Vélez Sarsfield hoy es uno de los grandes clubes del fútbol argentino, y no hay manera de contradecir esta afirmación, salvo la apelación repe-

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tida y hueca a desafiarlo en cantidad de hinchas y en títulos ganados en otra época. Ni hablar cuando se pretende discutir la seriedad del club, su proyecto a largo plazo, las instalaciones de primer nivel, el trabajo serio y planificado en las divisiones inferiores, el permanente ninguneo a intermediarios, grupos inversores y todo tipo de buitres y chacales que merodean los clubes argentinos para hacer negocios. En los últimos veinte años, Vélez ganó los torneos Clausura de 1993, Apertura 1995, Clausura 1996, Clausura 1998, Clausura 2005, 2009 y 2011. Además, se quedó con la Copa Libertadores de 1994 y la Copa Intercontinental, venciendo al poderoso Milan italiano en Tokio. De yapa, se le pueden añadir la Copa Interamericana, la Supercopa y la Recopa Sudamericana. Sumando y sumando, llegamos a trece títulos, entre nacionales e internacionales. Una cosecha impresionante, tomando en cuenta que una enorme cantidad de futbolistas salió de las divisiones inferiores del club de Liniers. Vale la pena intentar una lista de ilustres: Carlos Bianchi (como jugador y entenador), Cardozo, Marcelo Gómez, Bassedas, Omar Asad, José Flo-

res, Almandoz, Camps, Federico y Eduardo Domínguez, Posse, Pandolfi, Cubero, Pellegrino, Castromán, Pablo Cavallero, Rolando Zárate, Marcelo Bravo, Bustamante, Jonás Gutiérrez, el Burrito Martínez, Cristaldo, Ricky Álvarez y siguen los nombres ilustres… Lo dirigieron técnicos de reconocida trayectoria, como Marcelo Bielsa, Alfio Basile, Miguel Ángel Russo, Ricardo La Volpe, Julio Falcioni, Carlos Ischia, Eduardo Manera y Ricardo Gareca. En suma, una selección de talentosos, de gente capacitada y con pergaminos. Pero lo que hay que recalcar es que mientras Vélez creció y consiguió campeonatos y reconocimiento, sus dirigentes resolvieron un día hacer “el campeonato económico”, porque habían gastado demasiado dinero en tantas conquistas deportivas. Se les comunicó a los socios, lo entendieron, más allá de alguna puteada, y se lo bancaron. Al tiempo, se reacomodaron las finanzas, se siguió invirtiendo y volvieron los éxitos. ¿Eso lo puede hacer cualquier club? Seguro que no, porque hay que unir coherencia, firmeza, decisión y honestidad. Difícil en el mundo del fútbol criollo. Vélez también creció en los números. En la tabla histórica del profesiona-

Mientras Vélez creció y consiguió campeonatos, sus dirigentes resolvieron hacer “el campeonato económico”, porque habían gastado demasiado dinero.


lismo ya superó a Racing y amenaza a San Lorenzo, que conserva por ahora el cuarto puesto. En los historiales, le saca una clara ventaja a Independiente (58-51) y a Huracán (58-50), y aportó varios goleadores de torneos cortos, como Roly y Mauro Zárate, el Turu Flores y el uruguayo Santiago Silva. Quizás un aporte trascendente haya sido la decisión estratégica de no permitir que haya jugadores a préstamo en su plantel. Las últimas incorporaciones (Fernando Ortiz y Guillermo Franco) fueron para reemplazar los alejamientos de Nicolás Otamendi y Jonathan Cristaldo. Jugadores ya hechos, de experiencia. Ortiz fue determinante en el equilibrio defensivo, y Franco no alcanzó a brillar por su temprana lesión. Encima, llegó uno de los mejores futbolistas del último torneo, el talentoso David Ramírez, media punta con gol y la suficiente entereza para bancarse ser suplente y titular en similares dosis. Si algo le faltaba a este último plantel es la masiva incorporación de chicos con un futuro enorme: desde el talento de Ricky Álvarez hasta la ductilidad de Canteros,

Bella, Bíttolo, Tobio, Vuletich, Sills y Giusti, chicos que acompañaron el éxito final con sus propios aportes. Tiene también un presidente, Fernando Raffaini, que aún no cumplió 45 años. Con un único período como número uno del club, ya ha dicho que pretende dejar el camino libre para otro dirigente y seguir apoyando desde cerca. Raffaini se sumó al grupo político que lidera Martín Sabbatella, una expresión progresista que apoya al gobierno nacional desde su propio lugar. También se le puede echar una mirada a la temida tabla de los promedios, ésa que fue el terror de los hinchas de River en la última temporada. Para el ciclo 2011/2012, Vélez arranca primero con una cosecha exuberante que incluso parece exagerada: 143 puntos, con una mínima luz sobre el otro coloso de la época (Estudiantes) y una ventaja que asusta ante los otros grandes. El club de Liniers les lleva 32 puntos a Independiente, 43 a Boca y River, 44 a San Lorenzo y 45 a Racing. Siempre se ha dicho y se ha escrito que si tres cosas funcionan bien en un club, las probabilidades de éxito son mu-

cho mayores: jugadores, cuerpo técnico y dirigentes conforman un trípode perfecto, y si algo falla, todo se derrumba. En realidad, el fútbol argentino tiene ejemplos para todos los gustos: Vélez puede demostrar claramente la veracidad de esta afirmación, pero no sucede lo mismo hoy con Estudiantes de La Plata (el alejamiento inesperado de Sabella, la traumática transición de Berizzo, la esperanzadora llegada de Russo, renovación de futbolistas y retorno de algunos ilustres…) y, en cambio, clubes con problemas en sus finanzas se han recuperado deportivamente, como Independiente y Banfield. Si Vélez es líder dentro de la cancha, también lo es afuera. La última duda consiste en saber si transferirá dos, tres o cuatro futbolistas, si comprará uno o dos jugadores y cuántos chicos de las inferiores saltarán al plantel privilegiado. Apuntará a los dos frentes (Copa y campeonato local) y seguirá produciendo envidia en quienes aparecían en principio como clubes mucho más poderosos. Aquellos que ya no pueden evitar el paso del tiempo y tapar el sol con las manos.

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“El futbolista rinde mejor si se siente cómodo donde está” Tal vez la frase del título sea la clave del Vélez multicampeón. Verdad de perogrullo para muchos, dicho por el Burrito Martínez tiene el plus del protagonista. Lo cierto es que el tema, entremezclado con el mal momento de River, da para algunas discusiones filosóficas sobre nuestro fútbol. Igual que aquello que nos dice la figura del Fortín acerca de la formas de jugar. Un reportaje para disparar debates. Por ARIEL SENOSIAIN

“Le pedí hablar. Tenía ganas de decirle lo que sentía. ‘Quiero jugar’, le dije. ‘Si es en Vélez, mejor, pero si no es acá, ya no me importa’, agregué. Me notaba maduro, no estaba para seguir esperando”. No es habitual que los jugadores encaren así a los técnicos. Se han acostumbrado a un aforismo: “no pregunto cuando me ponen y tampoco cuando me sacan”. Se acomodaron a la fácil. Pero Juan Manuel Martínez, nombre que la costumbre pide que sea acompañado por el apelativo Burrito, se cansó. “Se estaba por ir Hernán Rodrigo López a Estudiantes. Quedaban Silva y Moralez como indiscutidos, y en ese momento no se sabía si iban a traer un delantero más. Esperábamos Jonathan Cristaldo y yo, más otros pibes”. –Ya te habías ido tres veces, una cuarta no te iba a resultar un problema… –Claro. Igualmente, mi preferencia siempre fue quedarme. Cualquier futbolista rinde mejor si se siente cómodo donde está. Y yo conozco Vélez de toda la vida. Pero ya me había ido a Argentinos (en la temporada 2005/06), a Colombia (en Cúcuta, durante la primera mitad del 2007) y a Arabia (en los seis meses siguientes, en el Al Shabab Riyadh). Equipos distintos, historias distintas, que seguramente me habrán hecho madurar en lo futbolístico y en lo personal lo suficiente para entender qué quería de mi futuro.

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–Muchas veces ustedes, los jugadores, parecen lejos de la realidad. Sin embargo, tienen oportunidad de un mayor roce cultural por la carrera que llevan. ¿Qué incorporaste en esos lugares? –A mí me encanta rodearme de otra gente, de otros pensamientos. Soy muy tolerante con las diferencias. Incluso por mi forma de ser no incorporo nada negativo. Obviamente, extrañé, sobre todo en Arabia, donde desde el día que llegué para firmar contrato hasta el día que me fui estuve solo con quien en ese momento era mi novia y hoy es mi esposa, futura madre de mi hijo. Solos nosotros dos… Con el resto de la familia y los amigos apenas hablábamos por teléfono en todo ese tiempo. Pero sacamos lo bueno: la tranquilidad, la seguridad, la cultura. Nos adaptamos a cómo se vivía. Todos mis compañeros eran musulmanes que se tomaban su tiempo en los entrenamientos para rezar. El técnico era Enzo Trossero, y fuimos campeones. Yo terminé de aprender inglés y aún hoy sigo hablando con algunos ex compañeros. Me dicen que vuelva. Ojo: la pasé bien, pero no creo que vuelva…

Volvamos nosotros a ese julio de 2010. Al pedido de continuidad y a la respuesta satisfactoria de Ricardo Gareca. A un equipo que jugó fútbol del bueno en ese segundo semestre, pero se quedó sin nada por la impresionante colección de puntos (45 a 43) de Estudiantes, campeón en la última fecha por dos goles de, casualmente, el uruguayo López. “Recordando cómo jugamos el torneo anterior, hubiese sido increíble cerrar la temporada sin un título. Además de haber peleado la Libertadores como la peleamos… Quedamos afuera por detalles, en los dos partidos contra Peñarol me anularon mal un gol”. –¿A qué juega Vélez? –Al fútbol. Nosotros jugamos al fútbol. A tocar por abajo mientras aparecen los espacios, tratando de tener buen ritmo. Esa es la idea, por lo menos. Muchas veces, eso se ve en la cancha y en los resultados. Con otra gran diferencia a nuestro favor: el rendimiento no varió pese a los cambios. En el Apertura habíamos sobresalido Silva y yo; en este Clausura ninguno bajó de los 6, 7 puntos, incluso los suplentes. Eso es un enorme mérito del

“Nosotros jugamos al fútbol. A tocar por abajo mientras aparecen los espacios”.


plantel y del técnico, que fue dándoles minutos a todos de acuerdo a lo que veía, sin apurar a los más pibes ni saturar a los más grandes. Si tengo que quedarme con un jugador este año, elijo a Barovero, por esas intervenciones aisladas que fueron tan determinantes, sobre todo en el triunfo con Godoy Cruz. Esa noche, Lanús le estaba ganando a Independiente, nosotros no podíamos y perdíamos la ventaja justo en el final del torneo. No sé qué hubiese pasado sin esa distancia de puntos, por el desgaste con el que llegamos al final… –¿Y en lo individual? ¿Qué tenés que no tenías antes de aquella charla con Gareca? –Tomo mejor las decisiones: cuándo pasarla, cuándo gambetear, cuándo picar para acompañar, qué hacer teniendo en cuenta el aire. A veces es preferible, si llego ahogado, buscar el foul que intentar definir la jugada. Una decisión mejor tomada puede pasar también por los recursos para definir. Y obviamente todo pasa por la confianza: un par de años atrás no me animaba tanto a tirarla larga para ganar; ahora lo hago y me quedan ganas de pasar a un segundo rival. Por eso no tengo dudas: el futbolista empieza su mejor

momento cuando tiene 24 años. En la ya recurrente charla de hace un año, Martínez tenía los citados 24 años. En octubre cumplirá 26. De pasar a préstamo tres veces (mientras se desarrolla esta nota, la dirigencia de Vélez decide si lo vende a él, a Ricardo Alvarez o a ambos), hay una cifra de ocho dígitos en juego. La figura del fútbol argentino, o por lo menos una de las pocas que quedan, por ahora se mantiene al margen. Mantiene los amigos “del baby fútbol”. Y se pasea cada jueves en su hobby de varias temporadas: “voy al cine una vez por semana. Miro mucho, entiendo, me interesan todos los géneros. No me avergüenza decir que las que más me gustan son las pochocleras: Rápido y furioso 5, la última interesante. Las elijo de acuerdo a los directores: Spielberg o Michael Bay, el de Transformers, son mis preferidos. Y también por los actores: me gustan Keanu Reeves y Christian Bale. El cine nacional también me gusta. Voy los jueves, al de Haedo, aprovechando que hay poca gente”. –¿Molesta la popularidad? –De ninguna manera. Sí me sorprende. Me hace preguntar por qué querrán una foto conmigo. Pero siempre me hago

un rato, si me lo piden. –¿Qué ausencia te sorprendió más en la Copa América: la de Santiago Silva en Uruguay o la tuya en Argentina? –La de Silva. Uruguay tenía en gran nivel a Cavani, que la rompió en el Nápoli este último año. Ni Luis Suárez ni Forlán habían tenido una buena temporada, y para mí, por su edad, Abreu había terminado su ciclo de Selección. Santiago tiene todo: gol, potencia, presencia aérea, desmarque... Problema de Tabárez… –¿Y la tuya no te inquietó? –Me dio bronca, no puedo negártelo. Pero qué más voy a hacer… No me puedo reprochar nada. Aproveché la convocatoria contra Portugal: si bien jugué pocos minutos, estuve activo y me hicieron el penal del triunfo. Sabía que hay muchos delanteros mejores que yo. Confiaba, sí, en poder estar por cumplir funciones distintas: me muevo por los dos costados, en Vélez me acostumbré a volantear, si hace falta. Puedo ser parte de equipos flexibles, 4-3-1-2 o 4-2-3-1, y estaba en buen momento. Pero dejá, hay muchos cracks, y parece que me estoy vendiendo a mí mismo. No me llevaron y listo…


Más bronca, menos lágrimas

Huracán descendió otra vez a la B Nacional. Después de la ilusión que generó aquel gran team de Cappa que peleó el título con Vélez. Los desaciertos de la dirigencia y la destrucción de ese equipo que le había devuelto los sueños a los hinchas terminaron por consolidar este presente amargo. El regreso está a la vuelta de la esquina, pero el dolor de hoy es difícil de digerir. Por ALEJANDRO MARINELLI

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a primera vez fue en junio y en Liniers. Estaba a mitad de primer año y todavía no sabía mucho de dolores colectivos. Creo que hasta entonces ni siquiera había ido a un velorio. Pero en el instante en que Albariño le metió el último penal a Gay, empecé a entender de qué se trataba. De repente todo era una película muda y en blanco y negro. No sé qué gritarían los de Deportivo Italiano, pero en esa cancha, en mis recuerdos, sólo había silencio. Caminábamos por Rivadavia con mis amigos del barrio. Ninguno quería ser el primero en lagrimear. Me la aguanté hasta que escuché a un viejito decirle a su hijo una frase que me liquidó: “tengo miedo de no verlo de nuevo en la A”. Lloré hasta llegar a mi casa, en Parque Patricios; mis amigos, también. Hasta esa noche no habíamos bajado nunca, la historia no parecía tan grave. Incluso antes se habían ido grandes como San Lorenzo y Racing, y ya estaban de nuevo en Primera. Pero desde entonces las cosas cambiaron, y el vínculo con Huracán siempre estuvo acompañado de algún cachetazo. Cuatro años más tarde subimos con la idea de quedarnos. “No volvemos más”, pensé. Si casi salimos campeones con un discreto equipo al comando de

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Héctor Cúper. Pero no. Perdimos esa final contra Independiente y comenzó el carraspeo. Al poco tiempo ya mirábamos los promedios, y un par de años después, de nuevo a la B. Subimos rápido y también rápido volvimos a bajar. El club del cual hablaban los más grandes en la tribuna no tenía nada que ver con lo que se sufría entonces. No había Brindisis ni Babingtons, sino discretos jugadores que hoy nadie recuerda con cariño. De esa lista sólo escaparon Lucho González, el Rolfi Montenegro, Casas y el Mumo Peralta. Con el último ascenso, sentimos que cambiaba la suerte. Una martingala de cinco resultados y un triunfo en Mar del Plata nos daban milagrosamente la chance de jugar la Promoción con Godoy Cruz. Volvimos ganando en Mendoza con una autoridad que a esa altura desconocíamos. Uno de nuestros ídolos era el técnico, y el otro, el presidente. Pero la

convivencia iba a durar poco: Mohamed dejó el club poco después de estrenarse en Primera. Se iba peleado con Babington, como luego se irían varios más. A pesar de la dirigencia, por una vez parecía que habíamos dejado atrás nuestro destino trágico. Jugamos como hacía mucho que no se jugaba en las canchas argentinas. El resto de los hinchas también comentaba lo que pasaba en Alcorta y Luna. Casi al mismo tiempo, propios y ajenos descubríamos a Pastore y compañía. Goleamos a River, a Racing en Avellaneda, a Lanús y le ganamos a Central en Rosario. Fueron unos meses mágicos, llenos de fútbol y probablemente irrepetibles. De nuevo con el frío de junio, volvimos a Liniers, como la primera vez. Hubo granizo y desaciertos del árbitro Brazenas. Esa tarde, el que no quiso llorar primero fue mi pequeño sobrino Juan, hasta entonces virgen en materia

Los dirigentes olvidaron sus promesas y desde entonces comenzó el tobogán.


de frustraciones. “Tío, no te pongas así, que el torneo que viene lo ganamos”, me dijo cuando caminábamos por Rivadavia. Me di vuelta y lo miré. Lo que decía sonaba lógico. Con un torneo más encima, esos jugadores podían conseguirlo. Habíamos perdido un campeonato, pero estábamos peleando de nuevo cosas grandes. Pero en un par de semanas, en vez de mantener el plantel y de buscar revancha, dejaron ir a Pastore, Defederico, Arano, Araujo, Nieto y César González. Sus lugares los tomaron otros, llegados del torneo del interior y de las segundas divisiones de España e Italia. No quedaba casi nada del equipo de Cappa. Dolía verlo a Bolatti solo, intentando paredes que nadie llegaba a devolverle. Los dirigentes olvidaron sus promesas y desde entonces comenzó el tobogán. El Apertura lo terminamos en zona de Promoción. Con el riesgo soplando la nuca, supuse que esa vez sí, como no quedaba otra, los dirigentes iban a tener que cumplir (“vamos a traer cuatro refuerzos de jerarquía”, dijeron). Pero me equivoqué de nuevo. Empezamos a los tumbos, y había que escuchar a Babington: “es el mejor equipo que armé como presidente”, repetía casi al mismo tiempo que Brindisi renunciaba. Era una

tomadura de pelo con cara de póker. Ese equipo perdió todo lo que podía perder. Un punto más lo sacaba del descenso directo, pero no pudo sacarlo. Tuvo que esperar a que Cellay, un exiliado de la gestión Babington, le devolviera la vida para volver a perderla un par de días más tarde. En un partido fiel a su historia reciente, Huracán se despidió de nuevo. El

miércoles, en la Bombonera, los impulsos suicidas lo abordaron una vez más y ya no lo dejaron escapar. Un gol y dos expulsiones en veinte minutos terminaron definitivamente con toda esperanza. El dolor ahora se sentía distinto. Había más bronca y menos lágrimas. No es por “ya no ser”, sino más bien por “ser siempre lo mismo”. De nuevo es junio y hace frío. Pero esta vez hace frío en serio.

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SOCIEDAD

Por HERNÁN LÓPEZ Fotos FABIÁN MAURI

Contra viento, marea y escritorios La batalla contra la discriminación forma parte de las historias poco conocidas del deporte. El nadador Gustavo Villareal tiene algunas para contar sobre quienes construyen una carrera de sueños sorteando adversidades y falta de apoyo económico-institucional. El hombre no se rinde, y hasta planea entrar en el Libro Guinness de los records.

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uando a los 21 años el destino le jugó una mala pasada, Gustavo Villareal no imaginaba este presente lleno de vida y esperanza. Estudiaba para guardavidas, profesión que ya había ejercido en algunas piletas del oeste bonaerense, y sufrió el accidente. Una camioneta lo atropelló cuando iba en su moto. “Fue muy duro. Eso me llevó a comenzar a consumir alcohol y drogas. Probé y tomé de todo y después no podía salir”, reflexiona hoy. A Gustavo le amputaron parte de su pierna izquierda, luego de cuarenta y cinco días en terapia intensiva con fractura expuesta de cúbito, varios dedos de la mano rotos, luxación de cadera y derrame interno en los pulmones. Siguieron la recuperación y una internación voluntaria en un centro de adicciones. Al salir, volvió a nadar. Hoy, a los 50, este vecino de Morón y fanático del rock and roll, cosecha éxitos y alegrías, a pesar de las discriminaciones. Se convirtió en el primer deportista discapacitado en nadar 70 kilómetros del Paraná. Partió el 2 de abril desde el Monumento a la Bandera en Rosario y llegó al club Regatas de San Nicolás, en una travesía que denominó “a favor de la vida y en contra de las drogas”.

Hoy, sin ningún pudor, remarca que es “un adicto al alcohol y a distintas drogas ya recuperado”. Durante las más de once horas que le demandó la proeza, Gustavo no estuvo solo. “Me apoyaban el capitán Pancho Carranza con su barco Wind Ward y sus marineros Juan Carlos y Panchito Villarreal, la doctora Bárbara Scheitlin, Alejandro Lecot, y Claudia Vázquez. Más “las viejas del agua” Alejandro Jano y Arnoldo Stantero, nadando junto a él, y un kayak de apoyo de la Prefectura, con Miguel Boss”. Hoy se prepara para la segunda etapa de esta travesía: “vengo entrenando a fondo. Todos los días, en el Cenard. Y durante los fines de semana intento estar en alguna competencia de aguas abiertas, o voy a nadar a un lago de Pilar. Mucho volumen, mucha potencia, mucho aeróbico, mucho de todo... La idea es estar a punto para septiembre, cuando pienso hacer la segunda travesía del Paraná, uniendo San Nicolás y San Pedro. Son 70 kilómetros más… Esta vez se sumará un cardiólogo, Carlos Giúdici. –Querés ingresar al Libro Guinness de los records como el primer deportista paraolímpico en cruzar a nado el Río de La Plata.

–Sí, es mi cuenta pendiente. Quizás lo haga en diciembre. Si Dios quiere, voy a intentarlo desde Colonia hasta Punta Lara, que fue la ruta utilizada en los dieciocho cruces que llevaron a cabo nadadores argentinos, aunque ninguno de ellos tenía capacidades especiales. Gustavo explica por qué este cruce es más complicado que el del Paraná: “si bien el Río de La Plata es más corto en su extensión, el recorrido total que vamos a hacer ahora tiene 42 kilómetros. No es para nada fácil. A nivel distancia, representa menos de lo que he nadado, pero este río es el más ancho y el más difícil del mundo. Porque tiene muchas corrientes distintas: la marítima, que lo potencia y puede arrastrarlo hasta Corrientes, la sudestada, la bajada de los Río Paraná y Uruguay… Incluso el Río de la Plata es muy bajo en su profundidad, salvo los canales donde está dragado y transitan los barcos. Y cualquier vientito que se levanta, y más si sopla el Pampero o una sudestada, genera unas olas impresionantes, muy difíciles para nadarlas. –¿Recibís algún tipo de ayuda por parte del Estado? –Para realizar la última travesía tuve la

“Hay mucha gente que no acepta la discapacidad del otro y por ignorante te discrimina: ‘ahí va el rengo, ahí va el paralítico, ahí va el ciego…’. Se creen que están haciendo una joda, pero están lastimando”. 74 UN CAÑO | JULIO 2011


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ayuda de la Secretaría de Deportes de la Provincia de Buenos Aires, que nos dio un subsidio. Pero ellos no tienen becas deportivas. Este tipo de becas las maneja la Secretaría de Deportes de la Nación, donde hace más de un mes pedí una audiencia. Todavía no he tenido respuesta. Lamentablemente, tenés que representar al país para que te den algo. Por eso gran parte de los gastos se cubren a través de un link que hay en mi página web (www. villarrealgustavo.blogspot.com) que te deriva a una cuenta bancaria. Gracias a la ayuda de mucha gente, finalmente pudimos hacer la prueba. –¿Y el Municipio de Morón no te da una mano? –No me dieron nunca ni un mango. Desde hace más de cinco años que estoy generando contactos y pidiendo una colaboración, al menos. Sabbatella no me atendió. En 2009 me entregaron una plaqueta por “la proyección deportiva”. Y yo le dije al ahora intendente Lucas Ghi “¿qué clase de proyección deportiva puedo tener si ustedes no me dan una beca, un subsidio o algo? Es una vergüenza… Soy un deportista que representa a Morón por todo el país, y hago eventos importantes. Me siento altamente discriminado por ellos. Ni siquiera me llamaron para decirme “che, te felicitamos por lo que hiciste”. Hoy no tengo un sponsor que me ayude, más allá de Pulver, que me provee de suplementos dietarios. Todo es a pulmón. Vivo solamente con mi jubilación por invalidez, de $1.035. Hay semanas que directamente no puedo venir a entrenar. Y decí que tengo una camionetita diesel con la que me muevo y arreglo yo mismo, porque si tuviese que venir viajando, sería imposible solventar los gastos. Es de terror... –¿Hay discriminación? –La discriminación está a la orden del día. La mayoría de las veces no es directa. Es un inconciente que trasmite la gente que no se da cuenta que le está haciendo daño a una persona con discapacidad. Al mismo tiempo, la gran discriminación que sufre la mayoría de los discapacitados es la de su propia familia. Principalmente porque no hay mucho conocimiento de cómo tratar a un discapacitado o a un adicto. Los dejan solos... La gente no sabe cómo hacer para no discriminarlos ni ofenderlos. Sin decir malas palabras, se puede hacer mucho daño

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igual. Hay mucha gente que no acepta la discapacidad del otro y, por ignorante, te discrimina: “ahí va el rengo, ahí va el paralítico, ahí va el ciego…”. Se creen que están haciendo una joda, pero no se dan cuenta de que al discapacitado lo están lastimando. Por este motivo también caí en la droga. Porque para mí la droga era ocultarme de todos esos malos sentimientos que tenía. Si no, tenía que ir por la vida cagándome a trompadas con todo el mundo. Terminé matándome a mí mismo con la bebida y la droga. –¿Y en el ambiente de la natación? –También hay discriminación. Sobre todo de los medios de comunicación y el Gobierno. Se aporta demasiado dinero al fútbol y muy poco a otros deportes. Hay plata para pagar grandes cantidades de dinero a los clubes o a la AFA, pero no hay el capital suficiente como para tener

un equipo de natación olímpico que nos represente como corresponde. Como si se tratara de una paradoja, Gustavo se encarga de organizar una movida solidaria. Junto con Claudia, su mujer e incondicional compañera, todos los 24 de marzo se pone al frente del encuentro acuático “Acompañen a Gustavo por el no a la droga y el sí al deporte”, en Mar del Plata, a beneficio de la sala de oncología del Hospital Materno Infantil y la Casita Pannet (para niños que llevan adelante quimioterapias). “A todo el público y a los nadadores que se presentan les solicitamos que traigan alimentos no perecederos y pañales. Quiero seguir ayudando a los que más lo necesitan –insiste Gustavo–, tratando de dejar el precedente de que, pese a las adversidades, de haber sido adicto y de tener una pierna amputada, siempre se puede”.



El gladiador nacional y popular

Saltó a la breve fama por una foto que lo señalaba como el guardaespaldas de Moyano. Como siempre, los medios masivos ignoraron contar quién era. Gonzalo Basile, boxeador, peronista por lectura propia, sobrino de un desaparecido. El siguiente collage nos acerca al otro personaje: el Patón. Por DARÍO CORONEL Fotos FABIÁN MAURI

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a zona de Constitución es territorio camionero. En la esquina de Brasil y San José, el mural con el rostro de Pablo Moyano se entretiene entre los comercios de zapatillas truchas, los cabarets cerrados, las cantinas en las que se desayuna cerveza y el local de electrodomésticos vacío de clientes y lleno de plasmas. Además, está la mutual, la farmacia, los centros médicos, todo para el gremio… A treinta metros del mural, cruzando, sobre San José, una peluquería ofrece cortes a $24 y afeitadas a $14. Allí concurren afiliados al Sindicato. El negocio los atrae con un interesante descuento. Es la mañana de un viernes feo de junio, y adentro se habla de diarios, de carreras de caballos, de boxeadores. Del boxeador que aparece en los cuadros, dedicándole la foto a El Mago, el peluquero. Se habla del boxeador que está sentado, afeitándose la cabeza. El boxeador a quien todos los barrenderos que pasan por la puerta saludan. Se llama Gonzalo Basile y le dicen Patón; lo conocen como “el boxeador de Moyano”. Ya afuera, en la esquina de la peluquería, en diagonal a los ojos de Pablo, en un bar donde abundan los camioneros, Basile habla. Y se lo nota caliente. “El otro sábado fui al Luna Park, entré con mi señora, mi profe y un par de amigos y toda la gente de la UOCRA La Plata me empezó a putear. Tanto que me tuve que ir. Fue una impotencia muy grande, pero a la vez sentí orgulloso por ser referente del Sindicato de Camioneros. En el ambiente del boxeo saben que integré la Selección Nacional, de los títulos que logré, de mi

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record, pero en la calle me reconocen como ‘el boxeador de Camioneros’”. La vinculación mediática con el Sindicato y la política nació en 2009, cuando Clarín lo hizo famoso al ponerlo en tapa, pegado a Pablo Moyano. Se lo tildó de guardaespaldas, de matón, de poronga. Basile había ido a esa marcha como lo hacía cada vez que le daban los horarios de entrenamientos. No se había dado cuenta de la foto. Al rato, su celular comenzó a sonar. Todos querían entrevistarlo en programas de radio y televisión. Nadie sabía de su vida, mucho menos qué hacía en aquella marcha. Tampoco conocían sobre su familia radical. De niño, su padre lo llevó en brazos a la Plaza de Mayo a la asunción de Raúl Alfonsín. Su tío militaba en villas de Lomas de Zamora y Banfield durante la última dictadura militar. Un día de 1976 golpearon la puerta de su casa. Atendió su mamá, la abuela del Patón. “No le dijeron nada. La visita fue para dejarle las pertenencias a mi tía. Lo secuestraron de la fábrica en la que trabajaba. Mi abuela lo buscó, pero cuando se dio cuenta de que era imposible, sintió que nunca más iba a verlo”, rememora Basile. Héctor Vicario desapareció durante la última dictadura. Las cosas en su casa debieron cambiar de un día para el otro.

Hubo que cavar un pozo al fondo y enterrar libros, agendas y cualquier documento que pudiese comprometerlos. Vivieron con miedo. Con la impresión de que cualquier noche podían tirar la puerta abajo, romper todo, llevarse otro familiar. Por eso, muchas veces debieron dormir en casas de amigos. –¿La historia de tu tío te vinculó con la política, fue parte de tu formación? –La verdad que no, porque yo era un bebé cuando se lo llevaron. Mi abuela fue una de las primeras Madres de Plaza de Mayo, pero no le gustaba andar con el pañuelo. Vos pensá que en mi familia eran todos radicales, y yo les salí peronista. A mí me formaron los libros que leí. –¿Qué libros? –Muchos. Siempre sobre el sindicalismo en el país. Y sobre Perón y Evita también leí bastante. Y el Nunca más, también. Los libros llegaron después de cumplir 13 años con el boxeo. Un amigo de su papá que siempre le hablaba de rings y categorías le dio los primeros guantes y, después, unos cuantos libros. Ese amigo trabajaba en una fábrica de cerámicas. Era delegado y, cuando podía, llevaba al Patón a su lugar de trabajo. Por entonces, Basile había abandonado la escuela y hacía changas. Antes de que cumpliera

“Mi abuela fue una de las primeras Madres de Plaza de Mayo”


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18, nació su primera hija. Basile ingresó a trabajar como recolector de residuos y durante un tiempo privilegió las horas extras por sobre las visitas al gimnasio. Regresó al boxeo a los 22. Fue a los Juegos Venezuela como integrante de Selección nacional y se perdió el nacimiento de sus gemelos. Eso le dolió. Y hasta los 28 se alejó nuevamente del boxeo. Apenas tenía unas pocas peleas como amateur. Se pasaba los días corriendo detrás del camión, recolectando bolsas de basura en Temperley, Lomas de Zamora, Burzaco, Adrogué, Turdera... Así se compró su primera licuadora. Y un día de diciembre, barriendo frente a los Tribunales de Lomas, el destino le puso una bolsa con plata por la que pasó las mejores fiestas de su vida. “Hubo un momento en la vida en que me observé y estaba fumando cigarrillo, tomaba, me estaba fumando un porrito cada tanto… Fue entonces que creí que volver al deporte era lo mejor”. Fue a un gimnasio de Monte Grande. Lo vieron y le dijeron que debía hacerse profesional, y él respondió que después de dos rounds terminaba muerto, que parecía imposible. Pero finalmente concretó el cambio. Trabajaba de 6 a 13, dormía una siesta y se entrenaba por la tarde. Cuando había marcha en el Sindicato, iba. Cuando había paro, lo acataba. Desde que ingresó a trabajar, se acercó a los delegados, como lo hacía con el amigo de su papá. A la tercera pelea, el Sindicato le dio ropa y guantines. Antes de cada pelea, tenía un permiso de 48 horas de descanso. Hasta que salió la pensión deportiva. Desde ese día, Basile sigue cobrando su sueldo, como si estuviese trabajando, pero dedica su tiempo al boxeo. En exclusiva. Le pagan las vitaminas, la dieta, un hotel cerca de su gimnasio, la ropa... Lo mismo con otros cuatro boxeadores, algunos atletas y los jugadores de Camioneros Fútbol Club, el equipo que milita en el Torneo Argentino. Otros sindicatos también lo hacen, pero la diferencia de Camioneros es que apoya exclusivamente a sus afiliados. –¿Es muy complicado llegar sin un apoyo de ese tipo? –Y sí, negro. Como amateur ganás $100 por cada pelea, y peleás cada dos meses. Y para hacerte profesional te piden no menos de treinta peleas. Hay muchos talentos y valores que pintan lindo, desaparecen y cuando preguntás qué les 80 UN CAÑO | JULIO 2011

pasó, te dicen que les salió un laburo. Llega un momento en el que tenés que decidir entre trabajar o entrenar. Sin apoyo, todos eligen la guita del laburo. Hay un pibito de mi gimnasio que anda muy bien, pero está pelando papas en una parrilla y no le dan los horarios. Es así, te puedo nombrar muchos casos. El gimnasio de Gonzalo Basile queda en un barrio de guapos, cuna del boxeo. En diagonal a la puerta de Huracán, hay una estatua que recuerda al gran Ringo Bonavena. Para llegar al sector de boxeo, hay que pasar por el gimnasio de pesas, por un vestuario, sentir el olor a pileta climatizada y subir una escalera. Adentro, todo es rojo y blanco. Más blanco que rojo. Decoran cuadros de campeones mundiales.

En total, se entrenan allí cien jóvenes. Un chiquitín de quince años, de la 1-11-14, le pega duro a una de las bolsas. Otros hacen aeróbico, algunos levantan pesas. El ring está al fondo, contra la pared. El Patón baja, con campera, empapado de transpiración. Ahí nomás sale una discusión. Oscar Trotta, su entrenador, vestido de camisa y pantalón de gimnasio, sentado en un banquito, comenta que el Che Guevara peleó más por otros países que por Argentina. “Pero andá... ¿Te das cuenta? En la escuela no nos enseñan nada de la vida del Che –retruca el Patón– . Lo mismo con Perón y Evita… Y eso está mal. Si a los pibes les dieran para leer sobre sus vidas, ¿sabés la de fanáticos que tendrían? Yo, para hacerme peronista, sólo tuve que leer”.


¡Devuelvan los terrenos! El Campo Argentino de Polo, una maravilla deportiva de la ciudad de Buenos Aires, continúa manejado por el Ejército. Sus terrenos eran propiedad de la Sociedad Sportiva Argentina. ¿Cuál es la revelación que nos falta conocer? ¿No es hora ya de investigar las razones de semejante privilegio? Por RODRIGO DASKAL Foto FABIÁN MAURI

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a ciudad de Buenos Aires cuenta con un gran pulmón verde, el parque Tres de Febrero, en Palermo, pródigo en historias de estética y de salud. Allí, el Campo Argentino de Polo, sobre la avenida del Libertador, tiene una larga historia de disputas. A comienzos de siglo la Ciudad lo cedió en concesión a la Sociedad Sportiva Argentina, club de la elite social y política dedicada inicialmente a actividades hípicas y convertida más tarde, por acción del Barón De Marchi, en una institución para el desarrollo del deporte. La Sportiva se volvió pródiga en acontecimientos deportivos; en su cancha se jugaron los primeros partidos de fútbol frente a equipos extranjeros, se practicaba gimnasia, polo y actividades aerostáticas –en 1907, Jorge Newbery elevó su globo Pampero– y automovilísticas. Y en 1910 se realizaron allí los Juegos Olímpicos del Centenario. Pero todo esto sucedió al compás de una larga disputa por el terreno. Las veinte hectáreas -frente al actual Hipódromo de Palermo- fueron originalmente entregadas al club en pos del bien público, mediante concesión y con el fin de beneficiar a la población en la práctica deportiva. A través de diferentes maniobras legales que implicaron debates en el Concejo Deliberante respecto del verdadero espíritu democrático de sus actividades, La Sportiva mantuvo el usufructo del espacio hasta 1914, cuando el Ejército, con la excusa de ubicar elementos militares, lo ocupó. Durante esos años, diversas situaciones tensaron la relación entre la Sportiva y la Ciudad: desde el pago de peones para trabajar en el terreno hasta la construcción de un estadio municipal. Pero fue en 1914 cuando la Municipalidad reclamó para sí la propiedad del terreno y las instalaciones, por la visita del equipo inglés Exeter City, para la cual la Asociación de Fútbol había abonado al Ministerio de Guerra el alquiler del estadio. Si bien en 1915 el Ejército devolvió el terreno a la Ciudad, la disputa llegó a producir la renuncia tanto del intendente, Joaquín de Anchorena, como del ministro de Guerra, Gregorio Vélez. El episodio estaba enmarcado en un tironeo político entre

Anchorena y el Concejo Deliberante. Disuelta ya la Sportiva, y aplazada eternamente la construcción del estadio para jugar al fútbol, como era la intención de la Asociación, el Stadium de Palermo, a cargo de la Dirección de Plazas y Ejercicios Físicos desde 1919, comenzó a ser utilizado por diversos actores y fines, sin una visión estratégica que lo pusiera al servicio de la ciudad más orgánica y sistemáticamente, pese a la construcción de pistas y canchas para la realización de deportes varios. En 1924, el Ministerio de Guerra volvió a ocupar los terrenos ante la aparente complacencia de la intendencia que otorgó permisos para la realización de una serie de partidos de polo por el Ejército. Mientras tanto, continuaban los debates en el Concejo Deliberante. Por decreto de 1922, el ministro de Guerra, general Agustín P. Justo, instruyó al Procurador de la Nación para que estudiara los antecedentes del tema, y luego aconsejó al Ejecutivo Nacional el reclamo de los terrenos de la Sportiva. El 6 de septiembre de 1923, el propio Ejecutivo terminaría afectando los terrenos al Ministerio de Guerra para establecer un campo de ejercicios físicos y militares, en aparente acuerdo con las autoridades municipales, que cerraron los ojos ante el avance de los militares. En 1924, pese a que diversos informes en el Concejo reclamaron por la ocupación del terreno, se creó –por ley 11.242– la Comisión de Fomento de la Cría del Caballo de Guerra, y se instituyó la actual Dirección de Remonta y Veterinaria del Ejército. De ella pasaron a depender los terrenos y, en 1928, el Ejército construyó canchas de polo, dando lugar a lo que es actualmente el Campo Argentino de Polo, luego otorgado en alquiler a la Asociación Argentina de Polo para su uso. Desde entonces, pasean por el valioso espacio caballos y jugadores, rodeados del glamour de la alta sociedad, como hace poco más de cien años lo hacían los gentlemen de la Sportiva. Aquellos viejos intereses políticos de sectores de la elite social se extendieron hasta hoy, que la Ciudad sigue privada de un espacio pensado, originalmente, para un uso verdaderamente público. JULIO 2011 | UN CAÑO 81


Con Catania teníamos doble chance

La previa de la Copa América desató algunos debates entre los periodistas de Un Caño que, de no amenizarse con algunos opulentos tragos, hubiesen resultado muy aburridos. En la última noche, un compañero encontró la solución para resolver la ausencia de Japón, el invitado que no fue. La propuesta era interesante. Se la pasaremos a Nicolás Leoz para la próxima Copa. Por ENRIQUE JONTEF

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ubo una época en que la Copa América no ofrecía mayores secretos: la disputaban sólo los diez representativos de la Conmebol y, más allá de alguna excepción, siempre la ganaban Brasil, Uruguay o Argentina. Venezuela era el equipo a golear por todos. Instalado México como participante permanente, en 1999 se invitó a Japón al magno torneo, y la Selección nipona tuvo una actuación olvidable. No obstante, para esta edición se insistió con la presencia de los japoneses. Claro que los orientales no pudieron tener un peor arranque del 2011: un terremoto y el posterior tsunami obligaron a los asiáticos a declinar del convite. Aparecieron varios candidatos para reemplazar a Japón, pero finalmente fueron los costarricenses dirigidos por el argentino Ricardo La Volpe los agraciados con el duodécimo lugar. Ahora, digo yo, en vez de andar mendigando presencias, ¿no hubiera sido de mayor utilidad invitar a un equipo con rodaje, que le cayera simpático al público local y que nos permitiera albergar expectativas de triunfo? ¿Por qué no se invitó entonces al Catania de Italia? Veamos… El conjunto azulgrana cuenta con todos los condimentos que lo hubiesen convertido en la atracción del torneo. Imaginemos una formación íntegramente argenta: en la valla Mariano Andújar (sabemos que es el tercer arquero de Batista, sus chances de presencia son casi nulas, así que ¿por qué no atajar para Catania?); una línea de tres defensores: Nicolás Spolli, Matías Silvestre y Pablo Álvarez. Cuatro medios: Pablo Ledesma, Ezequiel Carboni, Adrián Ricchiutti y el Papu Gómez. En la línea de ataque, Gon-

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zalo Bergessio, Maxi López y Ezequiel Schelotto (no, nada que ver con los mellizos platenses). Por supuesto que para la ocasión se hubiera mantenido como entrenador a Diego Simeone, con el pecho henchido por haber salvado a Catania de caer indecorosamente a la Serie B italiana. Pensemos en las ventajas que nos hubiese podido ofrecer el Catania: glamour en los trajes de Dolce & Gabbana del Cholo y, si la relación sigue en buen rumbo, la presencia de Carolina Chola Baldini. También gracias a Maxi López podríamos haber contado con la blonda Wanda Nara. Los hinchas de San Lorenzo vivarían a Lavandina Bergessio, aunque a su vez mirarían de reojo al Papu Gómez, de conflictivo paso por el Ciclón. Se jugaría con el misterio de dos argentinos que nunca actuaron en el país, como Ricchiutti y Schelotto. A la hora de una definición por penales, habría jugadores a los que no les pesaría la responsabilidad, tal el caso de “los Pablos” (Álvarez y Ledesma). Ellos convirtieron en aquella mítica semifinal de Libertadores de 2004 contra River (sí, ya sé, Maxi López erró el suyo en aquel encuentro, pero no nos olvidemos que el rubio es unos de los pocos jugadores argentinos que ganaron una Champion League, aunque cueste creerlo). Y creo que lo más importante es la alternativa que nos ofrecía el club siciliano: contar con ellos nos hubiera dado una doble chance para poder levantar la Copa. Imaginemos que si los dirigidos por Batista se mancan en el transcurso del torneo, siempre tendríamos el plan B (o en este caso el plan C de Catania) para salir campeones de América después de dieciocho años. Hubiera sido grandioso ver al Cholo Simeone festejando como un desaforado, con los puños cerrados y enfundado en su impecable traje negro.




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