2 minute read

El derecho a la terraza

Por: Laura Rodríguez Asociación Benkos

Llevo más de veinte días habitando un espacio cerrado. Un espacio que me atrevo a llamar MI casa. Aunque tengo ganas de salir a callejear, cantinear, caminar, encontrarme con otros, quiero contarles que he estado a gusto en este pequeño pedazo de tierra. Esta casa, que mucho tiempo vi como una casa más, es resultado del trabajo de mi abuelo materno. El abuelo José fue mensajero de banco. Recuerdo que él tenía un montón de muñequitos con forma de pepa de café.

Advertisement

Mi mamá me contó que, aunque varias veces le ofrecieron asumir otro puesto, él nunca aceptó porque disfrutaba su vida de mensajero. Hacía sus diligencias rápidamente y después tenía tiempo libre. Nunca quiso un horario fijo. Con su sueldo de mensajero compró varias casas que luego heredamos diferentes miembros de la familia. A mi hermana y a mí nos correspondió una casa vieja en el sur de la ciudad. Una casa oscura, con disposiciones espaciales extrañas, pisos de madera y con un montón de historias familiares que parecen hacer parte de la humedad que la carcome.

En medio de esas viejas paredes me resguardo y empiezo a darme cuenta de que esos ladrillos resultan abrigadores. Lo más bonito de la casa es que tiene terraza, ese anticuado invento que nos deja ver el cielo. Una plancha –cómo decían los abuelos– con barandas hacia la calle. Un pedazo gris en el que crecen matas que nadie sembró, rodeado de bloques a la vista. Ahora digo con certeza: tenemos derecho a la terraza, a tomar el sol y a sentir la lluvia.

Resguardada en esa casa vieja, que tiene terraza, cuido a mi hija, comparto con mi hermana y espero

a mi amorcito. Pienso en mis estudiantes y en la necesidad que tengo de ellos. Espero que estén bien. Son más fuertes que yo. En el país de los trapos rojos, tengo la confianza puesta en las pequeñas y concretas acciones de la gente que resiste. El contacto no solo surge cuando nuestras epidermis se acercan. Creo que entramos en contacto cuando estamos en el sentir y pensar de otro, así como mi abuelo pensó en nosotras hace años. Incluso, sentimos a los que no conocemos directamente, los intuimos y somos capaces de sufrir un momento por ellos. En esa casa vieja, heredada de mi abuelo, me siento parte de la miseria y de la resistencia a la vez.

Laura Rodríguez, profesora, escritora, mamá e integrante de la Asociación Benkos y del proceso EnCuentos. Licenciada en Educación Artística que confía en el encuentro, la conversación y la creación colectiva como posibilidades de reconocimiento y transformación de sí, y de esta realidad complicada que nos tocó vivir.

Intimidad

Por: Sol Astrid Giraldo E.

El asunto una vez más es de puertas. ¿Quién las construye? ¿Quién se queda adentro? ¿Quién se

queda fuera? ¿Qué es quedarse de este lado o del otro? Las mujercitas de Vermeer nos dan una

clave. Con sus pieles al óleo se asoman desde sus marcos para inaugurar el tema de la intimidad en

la historia de las imágenes occidentales. Un concepto enunciado allí en clave femenina. Sus atributos

iconográficos eran invariables: jarras, manteles, perlas, manos blandas sobre las mesas o los pianos.

En esta galería, silenciosas bajan la mirada al lado de ventanas que estallan de luz, a metros de

puertas clausuradas y sumergidas siempre en su dorada oscuridad doméstica. El problema con las

mujeres siempre ha sido espacial. Por eso la cuarentena despierta viejas heridas. Se sacrificaron

This article is from: