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ZABDI ANANI GARZA ESTRADA (Guadalajara, Jalisco) Luces del trópico
UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”
JORGE ANDRÉS PÉREZ RUÍZ
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LUCES DEL TRÓPICO
Llueve en la selva y la noche triste se alza sobre mi pecho. Es la angustia húmeda que se hunde poco a poco en el olvido.
Los árboles hablan, el bejuco gruñe entre sus ramas y los matorrales aúllan la soledad, el delirio. Es la tristeza que llegó a la selva, por eso llueve, quizás alguien nos quiso mostrar su dolor. Amanece y la lluvia sigue, salgo descalzo a sentir el lodo y camino entre la ruta líquida del deseo. Un ruido entre la hierba me anuncia que has vuelto. Sé que el trópico eres tú, mujer de la selva, amante natural de los secretos. Te veo desnuda bañándote con la lluvia, te veo sola y me agito al ritmo de las palmeras. Quiero ser libre como tú, mujer salvaje, por eso me desnudo y corro sin rumbo.
Ya no temo a los lagartos ni a las víboras; mucho menos al jaguar que me mira extrañado
cruzando su territorio.
Llego al río donde me esperas, somos dos extraños que se conocen al unir dos mundos
en la humedad de las formas.
Anoche formé tu figura con barro, mujer del trópico, pero la lluvia te deshizo al amanecer y se destruyó mi obra.
Creo que no jugaré más
a ser Dios.
UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”
MIGUEL ÁNGEL ROMIO
LUPE
Antes que Fernando aparezca, Lupe pone lechuga a los canarios cautivos, un trozo de manzana, limpia la chapa sucia de excremento de la jaula, y la cuelga del clavo que está hundido en la pared azul, (asegurando bien la puerta, no quiere que las aves salgan volando), para que beban un poco del sol que este domingo está más claro y amaneció temprano. Luego barre las baldosas del patio y da pan con leche al loro –pata con cadenita sobre un palo de hierro para que no se escape –mientras arregla la cruz que el rosario escondió entre sus pechos, y da de comer la sobra de la cena pasada a los dos perros que ladran y se babean atados al muro gris de la iglesia, que les obsequia un poco de sombra mientras suda humedad. Cuando aparece él –sotana, sobrepelliz, cuello romano –Lupe se queda rígida, detenida donde está, sus pies calzados con sandalias, como un changuito que juega a ser estatua. Fernando entonces la acompaña hasta el sótano donde le dio amparo - mujer de la calle, pobre alma descarriada- y la invita con un sutil ademán a descansar en el catre enclenque, servido el plato de lata con la cena que sobró de ayer, y reza una oración a Dios y a todos los santos, mientras una luz dorada se filtra por un ventanuco opaco. Después le pone grilletes en los tobillos y cierra la pesada puerta de roble con una llave enorme, enorme, como la llave de la puerta del Paraíso. No vaya a ser cosa que la desastrada Lupe se escape –pobre almita de San Francisco- o salga agitando sus alas de ángel, volando.