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MIGUEL ÁNGEL ROMIO (Buenos Aires, Argentina) Miles de otros

UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”

ÁLVARO MORALES

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MILES DE OTROS

—Madre, madre... ¿Qué ha ocurrido? Ella lo mira a los ojos y le acaricia la frente ensangrentada. Lo mece como si fuera un niño en su regazo. La sangre coagulada ha cerrado las heridas en sus pies y en sus muñecas, las llagas de los latigazos ya se confunden con las cicatrices del pasado. A la distancia, la colina luce sombría de tanta sangre y tanta muerte. —Hemos triunfado, hijo, Eso es lo que ha ocurrido. Él mira de reojo el paisaje que lo rodea. —¿Por qué estoy vivo? ¿Quién me ha bajado? — pregunta contrariado. —Eso ahora no importa. —¿Cómo que no importa? Hemos fracasado —se exalta y amenaza levantarse. Ella lo toma con fuerza y él desiste. —No hemos fracaso, hijo. Hemos triunfado. —¿Cómo es posible si aún estoy vivo? —Porque todos creen firmemente que has muerto. Y esto así debe permanecer. A la larga, sabrás ver a que nivel hemos triunfado. Él dudó. —Pero... ¿Cómo ha sido posible? —He sobornado a varios legionarios. Uno te ayudó aligerándote la carga, en el camino cuando caíste y amenazaban matarte a latigazos. Otro pretendió hacer un artilugio con una lanza falsa que debía sangrar por ti, pero ha fracasado y casi desbarata todo el plan al demostrar su truco de agua. El otro te ha arrimado una esponja para que bebieras. En ella, junto al agua había una sustancia secreta que te hizo dormir, para que pareciera que desfallecías. Cuando creyeron que había muerto, te bajamos. —Pero, madre. Yo debía morir. —No, hijo. Eso no es así. Con que crean que así ha sido será suficiente. Nunca pude hacerme la idea de perderte para siempre. Y he conseguido hacer un

trato. —¿Un trato? ¿Cómo has conseguido el dinero para los sobornos? —Un hombre me ha ayudado, un romano pudiente. Confía en mí. Sabía todo acerca de ti, sabía de tu verdadera misión y de tu naturaleza; tanto que temo sea en realidad un ángel. Ningún hombre podría saber tanto. Nadie ha demostrado un interés similar en salvarte, ni siquiera los que se hacen llamar nuestros amigos. Al final, se ha apiadado del sentir de una madre. Él cerró los ojos confundido. —¿Y ahora...? —Ahora nos espera en lo profundo del huerto. Luego de esto abandonan la colina de la muerte. Miles de otros esperan su turno para ser crucificados. Los soldados acarrean hombres sangrantes con la naturalidad de un escenario prefigurado, como pastores guiando rebaños, en sus hombros cargan sus propios travesaños. En la calle de la ciudad otros caen, y otros son levantados. Madre e hijo llegan furtivamente a lo más oscuro del huerto. Allí espera el hombre de rostro aguileño. Se sonríen apenas se ven. Ya se conocen del desierto...

UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”

IVÁN MEDINA CASTRO

OTATAL

Mayo del setenta y cuatro se reunieron en la sierra, los valientes seguidores de una idea tan verdadera. Eran cien los delegados que acudieron a saber, qué harían en lo venidero porque algo bueno hay que hacer.

Corrido popular Al profesor Lucio Cabañas Barrientos La temporada de tórridas lluvias había pasado, cuando era ya todo verde alrededor y los cenzontles con su especial canto arrullan a los campesinos en los fríos anocheceres dentro de sus acogedores jacales de corteza de pino. De la sierra de Atoyac, donde nacen los altivos árboles de robusto tronco, ráfagas de viento del sur soplan un aire afable, cariñoso, un olor a flores frescas que vuelven el tupido bosque puro y claro. Y en perenne emanación de las mohecidas rocas, el rocío, el olor a musgo; matas y raíces se imponen como un terso manto por los suelos terrinos. Ya de madrugada, de las chozas humeantes, el quiquiriqueo de los gallos de corral destruye el apacible sueño y obliga a los pobladores a calentar sus cuerpos rojos y entumecidos en el fogón mientras preparan su café de olla sobre las arrebatadas brazas del macizo leño de pícea. Por la tarde, ante la coronación del brusco astro en lo alto calentando intensamente, los lugareños se reúnen en la campiña para discutir las amargas noticias acaecidas en la comarca “Esto no puede seguir así, compañeros”, refunfuñó Lucio en señal de enojo. Anteayer, apenas el sol estallaba filtrándose entre los tiernos bejucos cuando le asesinaron cobardemente; él dormía dulcemente quieto y en reposo, inocente el fatigado pobre labriego, con su ropa interior de blanca y burda manta teñida en un color mezclado entre sangre y amarillenta arcilla, acostadito el yayo bajo un cobertizo de palma real sobre su petate tendido en el húmedo y helado solar, donde únicamente un par de veladoras totalmente consumidas le hacían frente sin el menor pesar.

Ciertamente, nadie se ha ido a los cielos tan solo, mudo y desamparado, después de oponerse con valerosa hombría a aquellos abusivos servidores del mal gobierno cuando le reclamaron sus parcelas a punta de amenazas al brioso Tata Juan. “Entre lamentos”, anunció el viejo Anselmo con su aguda mirada, siempre a la espera, siempre en constante acecho. “Ya estaba de esperarse”, replicó el padre Avilés, “lo mismo les pasó a don Jaramillo, a su esposa en cinta doña Cuca y a sus tres hijos después de negarse a contribuir con los federales. Un enorme boquete se veía en cada uno de los cráneos a través de sus sombreros de paja cuando los hallamos atados de manos y pies dentro de una fosa común, allá arriba por la vera de la cañada hasta llegar a un paraje escondido”.

Al escuchar aquella afligida declaración, se le endurecieron los potentes ojos negros y su voz se le puso más áspera al anciano Anselmo. “Malhaya de caciques, esos desalmados, no conformes con el mísero pago de la cosecha después de esperar las estrelladas noches arando como si fuéramos esclavos, aún se encajan más al ambicionar nuestra pequeña porción de terreno”. Con claridad y firmeza gritó Lucio: “Disculpen camaradas, pero eso ya no será más, he aquí a estos decididos hombres manchados de lodo y cabellera alborotada, cuyos rostros demacrados hablan de lo único permitido a ellos hacer; machetear de sol a sol campo a dentro para continuar soñando pues su futuro en este semillero de pobreza se alza magro. Así pues, estos valientes payos dejan todo tras de sí y se integran a nuestro movimiento armado para oponerse a las injusticias de los usureros opresores y defender lo nuestro”.

UNIÓN “JOSÉ REVUELTAS”

“Amigos míos, nací libre en esta bella y noble región, para correr entre las milpas, nadar en sus riachuelos y cantarle a la vida, e independiente este territorio seguirá. Porque este lugar, aunque erosionado e infértil, fue germinado con la sangre de nuestros ancestros durante la revolución, y ahora nos toca a nosotros defenderla con lo único permitido, las armas, pues estos sembradíos donde más de una vez observé surcar, arar y pizcar el maíz a mi abuelo con sus ásperas manos bajo el clima abrasante, bajo el sudor del mezcal, nos pertenecen. Y claro lo digo hermanos, lucharemos por la verdad y no por convicciones partidistas o ideológicas, por causas nobles y leales. ¡Viva el Movimiento de los Pobres! ¡Viva¡” Los vítores no se dejaron esperar, pero acompañado a los palmoteos de la entregada comunidad, las mujeres y los pequeños prorrumpían en sollozos pues bien sabían ellas y presentían los infantes que al aventurarse a un movimiento guerrillero jamás los volverían a ver. En aquel otoño de días grises, en espera al mando de la oscuridad cerrada y al graznido del tecolote, trece decididos campiranos afanan sus afilados machetes y los menos cargan viejas carabinas heredadas de escaramuzas pasadas. Aquellos combatientes, inician un camino sin una clara dirección al cruzar la lomada y alejarse compungidos del sitio que los vio nacer, borran sus pasos del sendero conducente a su terruño y cruzan el camino viejo del suntuoso monte derrumbando arbustos para cruzar los arroyos sin vida y las casitas de madera tristes con charamuscas inexistentes, y al sentir la espesura del paisaje bello y dulce donde la vivencia se ha vuelto un hervidero de sufrimiento entre sus pasadizos tuertos y enredijos sin orden ni apariencia, lloran. Sin embargo, de sus semblantes marchitos emana una dulce utopía, un gesto tan lleno de presagios que acrisola la defensa de las tierras rurales

mexicanas.

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