Escuela de Garaje Vol. Intemperie

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ISBN: 978-958-48-1679-5

Escuela de Garaje vol. Intemperie

05/09/2 017

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Kit para la intemperie

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Kit para la intemperie Libreta 12 Bandas elásticas 34 Amarres plásticos 48 Té de coca 56 Tic tac 62 Kleenex 72 Termo 84 2.000 pesos 94 Poncho 120 Dólex 124 Esfero 138 Cuerda 142 Curas 148 Condón 156 Velcro 164 Caja de fósforos 170 Ziploc 186




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LA CAND ELARIA

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Archivo de Bogotá, Estación Bicentenario, San Victorino, Parque de los Periodistas

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Proyecto Pregunta

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RECORRIDOS

Red Comunitaria Trans

Universidad Jorge Tadeo Lozano, barrio Santa Fe, Plaza de Paloquemao

Plaza La Hoja-Bachué TU NJ U EdeLITO

Plaza de La Hoja, Centro Urbano Antonio Nariño, barrio La Esmeralda, Biblioteca Virgilio Barco, barrio Modelo, Río Arzobispo, Humedal Juan Amarillo, barrio Bachué

E S C A L A : 2 km

S AN CR IS TÓBAL


7.1 Archivo de Bogotรก Proyecto Pregunta


Me complace ver cuán pequeño espacio ocupan en el paisaje el hombre y sus asuntos, la iglesia, el estado y la escuela, los oficios y el comercio, las industrias y la agricultura; incluso el más alarmante de todos, la política. La política no es más que un estrecho campo, al que conduce un camino aún más estrecho. A veces encamino allí al viajero. Si quieres ir al mundo de la política, sigue la carretera, sigue a ese mercader, trágate el polvo que levanta, y te conducirá derecho allí; porque también ese mundo es limitado, no lo ocupa todo. Yo paso ante él como ante un campo de judías en el bosque, y lo olvido. En media hora pudo llegar a alguna porción de la superficie terrestre que no haya pisado pie humano durante un año y donde, por lo tanto, no hay política, que es sólo como el humo del cigarro de un hombre. Caminar, Henry David Thoreau, 1861.



Prólogo La Escuela de Garaje Vol. Intemperie toma como referencia a Tehching Hsieh, quien en su tercer performance de un año, no entró en edificios o refugio de cualquier tipo, incluyendo automóviles, trenes, aviones, barcos o tiendas de campaña. Se movió por la ciudad de Nueva York con una mochila y un saco de dormir. La Escuela adoptó este performance como metodología durante ocho sábados en el espacio público de Bogotá. La cuarta versión de la Escuela de Garaje es un momento más dentro de un proyecto de investigación en curso; un mapa contingente que ha resultado de los encuentros que se han propuesto sobre el territorio del arte+educación; una topografía que se construye y se transforma a medida que la habitamos y la recorremos con otros. En este caso, la regla establecida de permanecer a la intemperie permitió plantear una pedagogía espacial, y más específicamente, una pedagogía espacial pública. Uno de los temas de esta investigación ha sido la exploración y el entendimiento de formular diferentes tipos de espacios como proceso de formación; en ese sentido, la intemperie propuso hacer una Escuela con poco o nada, con lo mínimo: con otros, con palabras e ideas. Así, todos los participantes se enfrentaron a una forma de hacer que no necesitaba ni dependía de un


lugar adecuado, con todo lo que esto puede significar e implica, y en su lugar, usar la ciudad, aprovechando sus dinámicas, espacios abiertos, mobiliario y diferentes recursos que están dados para el encuentro o el experimento, para ser usados y performados por cualquiera. El uso, definición y apropiación del espacio público es siempre una preocupación urgente en el contexto de Bogotá; es una discusión vigente desde las prácticas artísticas en torno a las políticas que lo configuran, para que no sea entendido únicamente como un sitio de circulación y espectáculo sino como un ecosistema donde suceden asociaciones libres entre personas, usos y significados. Pensar una Escuela a la intemperie, no pretendía responder a una demanda eterna, impuesta en el sector cultural y educativo, de ser accesible; en cambio, propone pensar el arte+educación en relación con los lugares a los que tenemos acceso y, en ese sentido, poder habitarlos, recorrerlos y cuestionarlos, suponiendo ciertas tácticas para repensar los modos de relacionarnos con el espacio de la ciudad; proponer formas de convivencia con aquello que nos rodea. La estructura de esta Escuela se planteó horizontalmente desde un principio. Mediante una convocatoria abierta se conformó un grupo de veinte personas interesadas en pensar el asunto de lo público y lo común desde la intemperie. Así el grupo se constituyó en un colectivo y una asamblea que de común acuerdo decidió el contenido y orden de todas las sesiones de la Escuela.


Para esto se creó un repositorio de proyectos compuesto por colectivos y agentes que propondrían una sesión, a la intemperie, haciendo las veces de anfitriones del espacio público de su calle, barrio, localidad o comunidad durante la cual se llevaría a cabo algún tipo de acción en torno a sus intereses y prácticas con o desde espacio público. De esa manera se desarrolló la escuela, cada lugar que visitamos representó un trazo es gran cartografía afectiva en la que se convirtió la Escuela. Partiendo del Monumento a las Banderas en la Américas, pasando por Casa B, en el barrio Belén, por el Cementerio Central, la Plaza de La Hoja, el barrio Bachué, el Río Fucha en el barrio San Cristobal Sur, el Archivo de Bogotá, el Parque del Tercer Milenio, San Victorino, el Parque de los Periodistas, el Barrio Santa Fe, la Universidad Nacional y terminando la biblioteca Biblioteca Virgilio Barco. Siguiendo esa misma lógica de horizontalidad, la Escuela tomó la decisión de desarrollar un proyecto editorial que adoptó una metodología Wiki para generar tanto los contenidos como la estructura de la publicación, dejando por fuera cualquier noción de autoría y asumiendo una sola voz.


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¿Qué es lo urgente en la ciudad? ¿Qué actividades urbanas cree que se han contemplado en el trabajo urbanístico de la ciudad hoy en día? ¿Qué relaciones se dan entre terrenos de explotación y resistencia en la ciudad (poblaciones menores, fenómenos demográficos, huertas comunitarias, rituales en cementerios, actividades de economía informal) y las acciones estatales sobre la ciudad y la vivienda? Entrevista a un barrio


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Mirando alrededor “Las narraciones nacionales, globales o colectivas, se hacen especialmente accesibles a través de la propia historia familiar, simplemente preguntándonos por qué nos mudamos de barrio, de ciudad, de Estado o de país, por qué encontramos un trabajo o lo perdemos, por qué nos casamos y con quién, por qué perdimos contacto con ciertos parientes y con otros no. Podemos tomar como punto de partida, por ejemplo, investigar simplemente acerca del lugar donde vivimos o donde crecimos. ¿Quién vivió antes ahí? ¿Qué cambios se han llevado a cabo o has llevado a cabo? ¿Cuándo se construyó tu casa? ¿Qué dicen los archivos del condado al respecto? ¿Cómo encaja todo ello con la historia local? ¿Se ha reevaluado o se ha depreciado? ¿Por qué? ¿Cuándo se mudó tu familia? ¿De dónde venía y por qué se mudó? ¿Qué gente habitaba el territorio originalmente? ¿Tu familia recuerda su historia en esa zona o en alguna otra? ¿Tus parientes viven cerca? ¿Qué ha cambiado desde tu juventud? ¿Por qué? ¿Qué relación tiene el interior de tu casa con el exterior? ¿Cómo refleja su estilo y su decoración la formación cultural de tu familia y su lugar de procedencia? ¿Tiene garaje? ¿Césped? ¿Jardín?

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¿La vegetación es local o importada? ¿Hay agua suficiente para mantenerlo? ¿Hay animales? Y a nivel más general, ¿estás satisfecho o satisfecha con el presente? Si no lo estás, ¿sientes nostalgia por el pasado o suspiras por el futuro? Y así sucesivamente”. Estas son algunas de las respuestas a las preguntas de Lucy Lippard en “Mirando alrededor: dónde estamos y dónde podríamos estar”1, por los participantes de la Escuela de Garaje, volumen Intemperie, durante cuatro horas circulando por el Monumento a las Banderas bajo el sol.

¿Cuándo se construyó tu casa? Mi casa se construyó en 1951. Vivo en La Macarena en un edificio de seis pisos que se llama La Loma. Ese barrio antes era un sitio de extracción de materiales para hacer construcción […] era lo que se llama un chircal o una ladrillera artesanal. Es muy curioso porque yo más tarde me dediqué a hacer fotografías de chircales. Vivo en un sitio que tiene casi mi misma edad, de mi tiempo, es un lugar que tiene una historia de lo que yo hago contemporáneamente: visitar ladrilleras, hablar con la gente fuera de

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LIPPARD, L. Modos de hacer: arte crítico, esfera pública y acción

directa, Ediciones Universidad de Salamanca, España. 2001, pp. 51-71.


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Bogotá, en las calles, donde se construyen gran parte de los materiales para construir otra parte de la ciudad.

¿Sabes mucho de tu casa? He aprendido de mi casa y del barrio por mi trabajo: cuando empecé a hacer las fotos del sur de Bogotá no tenía ni la menor idea de que La Macarena también tenía elementos que los unen, como los chircales y los tejares. Unos de los barrios donde tomé esas fotos se llama Marruecos, y parece Marruecos. También están Los Molinos, Villa Gladis, El Mirador, Ciudad Bochica, La Resurrección, Madrid, Suramérica, un montón de barrios con unos nombres que uno se pregunta por qué los llaman así. Estos barrios ahora están muy diferentes. Antes eran unas pocas casas y muchos potreros. Ahora hay conjuntos con edificios de seis pisos. Uno de los lugares que más visité ahora está cerrado y tiene unas banderas de una constructora; allí estaban varios de los hornos de barro que fueron declarados patrimonio y que se están deshaciendo. Esos hornos son hermosas esculturas hechas por campesinos para vivir de producir ladrillos; en unos años habrán desaparecido y se perderán junto con la historia de la ciudad.

¿Qué dicen los archivos de tu casa? Es curioso porque yo no poseo una casa. Yo soy de España, llevo un año aquí y mi familia de España tampoco tiene una casa. No sé por qué pero nos hemos ido mudando.

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Recuerdo eso de las mudanzas como una cosa muy cíclica en mi vida desde la infancia. Pensando en qué dicen los archivos de mi casa, es curioso, eso sí ha ido cambiando: hasta cierta edad yo era bastante diógenes, tenía una obsesión, supongo, porque mis papás lo tiraban todo en cada trasteo; pero mis hermanos y yo no tenemos un archivo de nuestra infancia, prácticamente. Desde los 15 a los 20 estuve guardando muchísimas cosas, como por esa reivindicación de tener una historia propia reflejada en objetos; hasta los 22, que fue la primera vez que salí del país, ahí me di cuenta de que yo no podía tener tantas cosas y que no me servían de nada. Fue esa compulsión de tirar todos esos archivos o reducirlos. Y desde ese momento intento vivir con lo mínimo. Sin embargo, algo que nunca tiro son fotografías. Además que cada vez tenemos menos imágenes impresas. Eso intento mantenerlo. Eso seguro es lo que queda.

¿Se ha revalorado o se ha despreciado? Yo creo que se ha valorizado. A pesar de todo, ha sido un proceso, la vida y mi práctica artística han sido un proceso de diez años en los que siempre he estado haciendo proyectos en colectivo; proyectos que se van construyendo capa sobre capa. Muchas veces que me preguntan sobre mi práctica, creo que es eso: construir en colectivo; de esa manera considero que se ha valorizado, siempre aportar a los demás es ir generando un conocimiento colectivo intuitivo.


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¿De dónde venía y por qué se mudó? Vengo de Caracas, Venezuela. Me gradué en Arquitectura. Me vine por todo lo que pasa allá, la situación en Venezuela es invivible y tenía la posibilidad de estar acá, tranquila. Mi familia es de acá, mi papá es rolo, mi mamá de Santander, entonces tengo nacionalidad, es un poco más sencillo el tema de papeles. También, me gusta mucho Bogotá, el estilo de vida, la escena cultural, que no dista mucho de lo que sucede allá en cuanto a las dinámicas humanas. Tengo dos años aquí y estoy conociendo el monumento porque no es un lugar de reconocimiento dentro de la ciudad cuando uno llega. Para mi sorpresa entro acá y como la ciudad siempre mira hacia el centro, hacia el norte, hacia Chapinero, pues estas zonas están como deprimidas. Y es curioso, porque lo primero que demarca la ciudad hacia el centro es un tridente que tiene Bogotá. La avenida las Américas es una avenida principal. El Monumento a las Banderas se realiza para el Congreso Panamericano que sucede en el 48; fue muy importante, pero esta zona se dañó durante el Bogotazo y se desplaza para el norte. Tiene un tema simbólico, neoclásico de la reminiscencia medio conservadora que tienen aquí. Básicamente son veinte mástiles alrededor de una glorieta; en el centro estaría la bandera de Colombia. La figura de la mujer es interesante, polémica, es un desnudo, hasta la Iglesia Católica se manifestó. Cada una simboliza algo: el de la espada simboliza la justicia, el del caduceo, la sabiduría, la mata de maíz simboliza resolver los problemas… La razón del Congreso Panamericano era un tema de debate entre

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los países de la Organización de los Estados Americanos. La rueda: la base tecnológica, las primeras escrituras, el pergamino significa la educación… Pero la ciudad le da la espalda a este monumento, al graffitear, al no hacer un esquema urbano que lo refuerce como un lugar.

¿Qué ha cambiado? Pensaba en este espacio de banderas, que sí ha cambiado en algo es seguramente el acceso. Eso venía pensando camino a acá; porque el ejercicio de esta Escuela, es que no entremos a ningún espacio privado o cerrado, y cuando me bajé lo primero que pensé es que no íbamos a poder entrar sin que fuera cruzando agresivamente la avenida, pero no fue asi. Nunca había estado acá, no sé qué ha cambiado, pero me he preguntado por las banderas, ¿cada cuánto las ponen? Aunque fué inaugurado en 1948 con motivo de la IX Conferencia Panamericana que se iba a realizar en la ciudad, decidieron hacer esto para que se vieran todas las banderas de los países del evento pero actualmente no se puede, es un monumento fallido. Por la velocidad del viento se caen las banderas. Esta era la entrada a Bogotá desde el Aeropuerto de Techo, anterior a El Dorado.

¿Y cómo crees que ha cambiado la ciudad desde este lugar? Pues justamente si hoy en día una alcaldía plantea hacer un monumento así, todo el mundo se le va ir encima; ¡un exabrupto total hacer un proyecto monumental así! Aunque


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tiene sus cosas interesantes, yo creo que hoy está mandado a recoger. El ejercicio de ciudad tiene ahora otra escala, las esculturas, los temas de los árboles; y es muy loco estar acá, la manera en que nos hemos tenido que mover, es una escala a la que no estamos medianamente acostumbrados.

¿Tu familia recuerda su historia en esa zona o en alguna otra? Tengo varias familias, cada una tiene su historia. La familia más vieja hablaba de los días en el campo y la violencia: recordaban cómo llegaba la guerrilla y el ejército a pedir comida. También, recuerdo mi infancia en el campo: estudié en la escuela del pueblo y me gustaba mucho, pues era más el tiempo que estábamos jugando entre los árboles frutales o en la quebrada, que el que permanecíamos sentados en el salón. Recuerdo que había sitios donde me recomendaban no ir o avisar para que me acompañaran; también recuerdo la hora de ir a dormir y cómo, cerca de las pequeñas ventanas, se dejaban armas y municiones. Aprendí desde muy niño a usar una escopeta y un revólver; no entendía por qué lo hacíamos y tampoco preguntaba. Años más tarde lo entendí. También recuerdo cómo una parte de la familia dejó su casa y sus tierras para irse al Llano. Llevaban en los caballos y las mulas todo lo que podían: era una marcha muy larga; los vi irse sin entender por qué pasaba. Otra parte de la familia habla del barrio La Candelaria: cómo eran las casas, quiénes eran sus vecinos. También

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ellos dejaron sus casas, pero por razones diferentes; aunque creo que también tenía que ver con la gente que venía de los pueblos y cómo La Candelaria y sus alrededores empezó a cambiar y ya no les gustó y se fueron a vivir a Teusaquillo, y luego a Chapinero. Cuando era adolescente pasaba mucho tiempo entre Teusaquillo y Palermo; a veces nos aventurábamos a ir hasta la calle 72. Tenía algunos amigos en Usaquén y otros en Fontibón, a donde viajaba en tren y me quedaba los fines de semana. En esos años me gustaba mucho quedarme en otras casas y viajar por Colombia en cualquier clase de transporte; era como una ruleta: salíamos con la intención de llegar a Santa Marta, pero a veces llegábamos solo hasta Honda o a otro pueblo. Mi papá siempre recuerda la historia de la familia de mi mamá y de cómo la familia de mi mamá le ha hecho daño a nuestra familia. Él siempre habla de la cuestión de la herencia. Mi mamá es la hermana menor. Los mayores se quedaron con la herencia y aún no le han dado su parte; entonces, mi papá siempre está muy rencoroso con eso. Aunque recuerda la historia de mis abuelos y de cómo ellos querían más a mi mamá porque era la más juiciosa. La casa de todos es en Germania, hay otras dos en Choachí. Son zonas en donde las casas se han ido vendiendo y han ido permaneciendo y la que persiste es la casa de Germania donde mi mamá construyó un restaurante, donde mi abuelo tenía una panadería. Es la dualidad de que ninguna parte de la familia quiso tomar esa casa y mi mamá la tomó y el resto de la familia no le gusta tanto porque ella le está ganando dinero.


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¿Qué ha cambiado desde tu juventud? Yo no soy de acá, soy de San José de Pasto. Mi casa materna ha cambiado bastante: la mayoría de la casa era construida con paredes de tapia, hechas de barro. Era una casa divida entre dos, porque era de mi abuela materna y mi tía abuela, y se ha ido modificando; creció la familia y le hicieron una plancha, y ahora está un poco en pleito porque las matriarcas se pusieron a pelear por la división del lote. La tía abuela le echó patadas al muro cuando estaban haciendo la otra parte de la casa. Entonces, todavía hay un pleito, pero estamos tratando de resolver ese karma. Obviamente, la casa se ha modificado: cuando tumbaron una parte, encontramos cosas; los obreros encontraron una maleta con fotos del pasado de mi abuela, seguro había plata… pero como mi abuela se ha dedicado a borrar el pasado, cuando encontramos las fotos me las quitó. La casa ha venido sufriendo una modificación, nos jodieron por patrimonio, pues es un lote cerrado con tapia y entre 2006-2008 en una de las calles principales, la 27, querían hacer un copy-paste de Transmilenio, ampliar la avenida, implementar el sistema de transporte urbano tumbando esa vértebra, esa calle superhistórica. Y al tumbarla lo que encontramos fue huesos, como una radiografía de lo que quedó, lo que comúnmente vemos cuando tumban en una avenida las casas, descubrimos el interior en el exterior. Pero, desde que me fui no ha cambiado nada, el hueco sigue allí, la plata se fue, le metieron su

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cuento de “eso es patrimonio no se puede hacer nada”, y la ciudad se quedó sin ese proyecto de ampliación de transporte, es muy dramático.

¿Te gusta Bogotá? ¡A mí me encanta Bogotá! Yo siento que uno puede desarrollar muchas cosas acá. Y eso le pasa a los que venimos del interior del país: qué hacemos con estos, cómo les digo, qué hacemos con estos líderes políticos de las provincias que no permiten el desarrollo de otros espacios. Por ejemplo, en lo cultural. Yo soy artista visual, todo es muy reducido: el hijo del amigo; ahora todo se traspasa de generación en generación, se toman los puestos culturales que son públicos, una especie de cacicazgo, estos caciques se reparten lo que tiene que ver con el desarrollo cultural; entonces, no hay cómo desarrollarse. Muchos viajamos, nos tenemos que desarraigar. Yo digo que hay dos clases de pastusos: uno que odia el lugar al que llega y otro que ya no extraña y no tiene tanto arraigo con su ciudad de origen y puede caminar, seguir viajando, seguir trasladándose…

¿Qué relación tiene el interior de su casa con el exterior? Yo vivo en Metrópolis, es superurbano; entonces, no tiene una historia tan chévere. Pero mis abuelos viven en La Estrada, por el Bosque Popular, por la Rojas. Es


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más interesante porque tiene una historia: antes era un bosque, hace como cincuenta años. Eran de los primeros terrenos con alcantarillado. Si uno iba hasta la 68 era bosque, hasta la Boyacá era bosque también. En esa medida hay una relación del interior con el exterior, porque atrás en el patio hay un jardín, y ya que el barrio se industrializó, entonces son puros muros enormes. Las casas de alrededor son bodegas; entonces, hay una relación con su pasado, porque afuera había un bosque y aún hay dentro un mini bosque. Yo no vivo ahí, vivo en Metrópolis, un barrio muy urbano, no tiene nada interesante, más allá que dicen que lo construyeron sobre un humedal. La Estrada era también un humedal; cuando hicieron la 68 y la Boyacá eran unos grandes humedales. Hoy solo queda Santa María del Lago, que es una cosita toda pavimentada, bonita pero con pavimento. No lo dejan correr ahí, solo lo dejan caminar, porque disque se despegan las baldosas….

¿Hay suficiente agua? Nunca hay suficiente agua. Ya lo han mencionado algunos, de cómo gran parte de Bogotá está construida sobre humedales y aunque siguen habiendo fuentes hídricas aún muy ricas, el impacto que el agua puede revertir sobre la ciudad es un fenómeno que se sufre, sobre todo en los márgenes de la ciudad. Cómo el agua siempre vuelve, el agua siempre surge. Hay fenómenos en la ciudad donde uno puede reconocer esa relación invasiva, pero

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al mismo tiempo de la naturaleza retomando su curso. Pero aún así, ¡no hay suficiente agua! Me parece chévere pensar en algunas ideas para la Escuela: los recorridos del agua en la ciudad, un recurso que es tan básico, una red. También las avenidas, tienen mucho que ver con ríos que han desaparecido. De hecho, hay dieciséis ríos en Bogotá. Muchos se volvieron ya subterráneos. Tenemos cerca el humedal de El Burro, La Vaca y San José. Reforzando la pregunta: a mí me parece que sí hay agua, pero está mal distribuida. Está colapsando la ciudad, demográficamente y con todos estos planes de gentrificación. Y siendo el agua también un derecho fundamental, aquí en Bogotá es genial poder tomar agua del grifo, pero, ¡claro!, no es algo que cuidamos.

¿Cómo refleja su estilo y su decoración la formación cultural de tu familia y su lugar de procedencia? Me crié en el Valle del Cauca, pero vivo hace muchos años en Bogotá. La mayoría de mi familia ya no está allá, y acá en Bogotá tampoco tengo familia, excepto mi hermana. A medida que pasó el tiempo cada uno fue tomando un rumbo diferente y la casa paterna, lo que fue el espacio que construyó lo que terminamos siendo como personas, en gran parte, es solo el recuerdo. Muchas de esas cosas se han ido perdiendo. Había actividades, por ejemplo, el tejido; eso hizo parte de la cultura de mi familia. Las mujeres en la casa, todas tejían algo; era una cosa muy


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querida, pero luego se olvidó. Me pareció interesante la pregunta porque de eso que hizo parte de la tradición y de la formación y de la crianza poco queda en la decoración y en las casas que habitamos hoy. Tal vez se refleja, no lo que se tomó de ese lugar y se trajo, sino lo que se olvidó y, de pronto, en ciertas conversaciones se recuerda, y ahí hay algo interesante en ese abandono del lugar en el que se estaba y ya no se está.

¿Qué tejían? Tejían lana, tejían con hilo. Yo tuve una abuelita que cosía sus propias medias veladas, era una cosa muy loca porque era un oficio con una bombillita, y ponía la bombillita y estiraba el material y lo cosía. Ella era preocupada por verse muy elegante y si se le iba la mediecita ella misma lo arreglaba. Es como intentar arreglar un bombillo cuando se funde. ¡Y ella lo hacía! Y hacían cosas para la casa, las carpetas, los tapetes, el cubrelecho, manteles, y de eso hoy, solo [queda] el recuerdo. Eso se fue perdiendo, quedando en manos de familiares que nunca hemos visto, pero les llegaron a ellos no sé de qué manera.

¿Estás satisfecho con el presente? Quizás la frase de “todo tiempo pasado fue mejor” nos convenía. Uno siempre habla del pasado con nostalgia y siente que el presente no es suficiente y como que se ha

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venido degradando. Pero también porque no hay el esfuerzo para hacer que ese presente sea distinto. Uno deja que las cosas pasen y como que no le importa tanto. Bueno, yo pienso que hay otra realidad, es desde nuestro punto de vista, lo vemos en degradación, pero realmente hay indigencia por elección también. De hecho, la respuesta puede ser sí… Lo que es para mí estar satisfecho, para otra persona es totalmente diferente… la persona que vive en la calle no paga impuestos, por ejemplo.

¿Sientes nostalgia por el pasado o suspiras por el futuro? Tengo mucha nostalgia por el pasado. Suspiro por el futuro: siempre está ahí, pero no suspiro tanto. En cambio, sí estoy constantemente repitiendo mi vida, de cuando yo vivía en Ibagué y Bogotá. Pero es muy fuerte el pasado, porque mi familia materna es de Armero. La historia de Armero siempre está ahí. Yo no estaba en planes cuando pasó la tragedia, yo nací dos años después; entonces, hay un lugar imaginario en mi cabeza porque todo el tiempo lo están contando y era una chimba, parece. Y ya cuando nos fuimos a Ibagué, vivíamos en un lugar de damnificados de Armero. Mis amigos con los que yo crecí fue la gente con la que creció mi madre; entonces era muy chistoso todos intentando reconstruir en ese barrio el espíritu de lo que había allá. Una ciudad de tierra caliente igual siempre es muy chévere, aunque cuando pequeños era diferente porque me la pasaba ca-


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llejeando; pero ahora ya no es igual, la ciudad se quedó en el pasado y ya uno se pregunta qué hacemos aquí. Yo allá aprendí a tocar piano, los ocobos; las calles son rosadas cuando florecen. Ahora ha cambiado mucho, la inseguridad llegó. Antes la casa de mi abuela era la única que tenía teléfono. Los niños del barrio le decían “madre” a mi abuela y “tía” a mi madre. Había mucho flujo de personas en la casa: la puerta se podía abrir desde afuera, era como una tienda. Las casas no eran de vivienda social, era un rancho gigante increíble, pero la gente ya no quiere estar ahí, ya no quieren vivir ahí, quieren vivir en apartamentos. Nosotros volvíamos a Armero. Resulta que a la casa de mi abuela no le pasó nada. Como hasta los doce años todavía encontrábamos cosas. Por ejemplo, la estufa, la nevera era la que había en la casa en Armero.

¿Y el futuro? Bueno, yo quisiera que fuera aún así. Como comunitario. En tierra caliente. Como más juntos. Una casa de mujeres donde crecer solas, que todo el mundo me diga madre. Porque no me gusta la soledad.

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01- ¿Dónde está mi hogar? 02- ¿Me sé el camino a mi hogar con los ojos cerrados? 03- ¿Qué están pensando los otros cuando miran al celular? 04- ¿Odio el camino o al caminante? 05- ¿Quién recuerda mis pasos? 06- ¿Cómo funcionan los secretos? 07- ¿De cuántas caras me acordaré al final del día? 08- Si me empiezo a desnudar mientras sigo el camino, ¿cuántas calles pasan antes de que alguien me pida una foto? 09- ¿Cuántas personas están teniendo sexo en este barrio? 10- ¿Cuánto dura una persona en ponerse incómoda si la miro fijamente a los ojos? 11- ¿Quién necesita a los excluidos? 12- ¿Será que se me nota lo maricón? 13- Si decido no devolverme, ¿hasta dónde llegaré?

Otras preguntas para hacerse mientras se está caminando


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Cuento número uno Cuando era niño, y eso no fue hace tanto tiempo, me acuerdo que al lado del río Fucha, en el barrio La María, todos los niños de mi generación, inclusive los que hoy en día rondan el cuarto de siglo, jugaban fútbol. Era un barrio solo y seguro, lleno de naturaleza, y por estar al lado de un río el balón siempre se caía por el barranco que conducía a este, y era cuestión del más arriesgado bajar por la pendiente para recoger el balón y poder seguir con el juego. Por lo general esta aventura se repetía constantemente; todos lo hacían, y realizaban el descenso sin ningún tipo de inconveniente: los niños bajaban, recogían el balón, subían y el partido continuaba en la simpleza del pasado, hasta que la catástrofe inevitable sucedió. Un día, que pudo haber sido un sábado, dos pelaos, de los cuales no conocía a ninguno, jugaban fútbol y el balón se cayó al río. Como era costumbre alguien tenía que bajar, pero decidieron bajar juntos y sucedió algo que nadie pudo explicar: ambos se perdieron en la corriente del Fucha. A pesar de ser tan niño (rondaba los cinco años), recuerdo que lentamente la multitud del barrio se congregó para ver qué sucedía, luego de que los bomberos llegaran al lugar. Las víctimas eran dos estudiantes del colegio República del Ecuador, del barrio Vitelma, ubicado unas cuadras más arriba. Entre la curiosidad morbosa de la gente ante la aparición de dos muertos en el barrio, donde nunca solía suceder nada extraordinario, todos esperaron horas durante la búsqueda

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de los cuerpos. Mi mamá recuerda que una amiga de ella estaba ansiosa por saber los resultados de la búsqueda, hasta que los bomberos sacaron una maleta que la amiga de mi mamá reconoció: era la de su sobrino. La tragedia ya tenía víctimas y nombres, el barrio ya tenía historias que luego se convertirían en leyendas urbanas. Pasó un tiempo prudente antes de que los niños se atrevieran a seguir bajando por el balón que se seguía cayendo al río, y en el lugar donde encontraron la maleta, pusieron dos cruces para recordarle a la gente que allí, donde todos jugaban, había ocurrido una tragedia.

Cuento número dos Enelríolascosassemuevenalmismoritmoenelqueseolvidanlasrazonesporlasqueentramosenél.

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Río Fucha


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Monumento a las Banderas

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Bandas elásticas

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Por alguna razón la mayoría de los kits de supervivencia incluyen cinta adhesiva, pero no bandas de goma. Estas son una gran alternativa para reemplazar la cinta, ya que se puede reutilizar para muchos propósitos diferentes. Utilice su imaginación y vea cómo bandas de goma pueden ayudarle a estirar los recursos, al tiempo que es capaz de mantener varias cosas juntas con eficacia. Además, se pueden utilizar una y otra vez, a diferencia de las tiras de cinta, que solo se pueden emplear una, o dos veces en el mejor de los casos. Supervivencia


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Posibles usos 01-  Deslice una sobre su muñeca como recordatorio visual de alguna tarea o cita. O para desalentar pensamientos o comportamientos negativos. 02-  Utilice una para asegurar que las tapas del frasco no se abran. 03-  Durante una fiesta, marque las botellas y las tazas de los invitados con diversas bandas coloreadas. 04-  Estire una cubriendo una lata de pintura y use la banda tensa para limpiar el exceso de pintura de su brocha. 05-  Fije los arreglos florales en su lugar. 06-  Después de rebanar una manzana, prense la pieza entera de la fruta con una banda de goma para evitar que se oxide. 07-  Ubique una banda entre las páginas de un libro que está leyendo para no perder su lugar al cerrarlo. 08-  Úselas para cerrar las bolsas de alimentos. 09-  Arme una bola de goma para aliviar el estrés. 10-  Utilice una como billetera. 11-  Envuelva una banda alrededor de la vela para evitar que la cera gotee la superficie inferior. 12-  Utilícela como borrador. 13-  Haga una minicatapulta. 14-  Utilícela alrededor de recipientes para marcar el nivel de harinas y granos dentro: de un vistazo será capaz de saber cuánto queda dentro. 15-  Antes de quitar clavos, ponga dos gomas en la cabeza del martillo en forma de cruz para evitar que la pared se dañe. 16-  Utilícelos como separadores para tarjetas o fotos que se almacenan en cajas o cajones.


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Sugerencias para hacer una cartografía afectiva Tutte le cittá hanno una o piú immagini che le identificano. La domanda che dobbiamo porci é se queste rappresentino, per davvero, la realtá urbana (Todas las ciudades tienen una o más imágenes que las identifican. La pregunta que valdría la pena hacerse es si éstas representan, verdaderamente, la realidad urbana)

Francesca Governa y Maurizio Memoli, Geografie dell’urbano. Spazi, politiche, pratiche della cittá, 2013, p.

Per Olov Enquist, periodista, guionista y novelista sueco, en su novela autobiográfica narra la desilusión que experimentó cuando, al ser todavía un niño, descubrió que las cartografías que amaba crear no incluían a los humanos: Hay un problema, en los mapas no están presentes los seres humanos. No existen símbolos para indicar las personas, sino indirectamente, como fábricas y cosas símiles. Donde se reúne la gente, como el campo de fútbol, no hay símbolos para indicar la


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multitud. Y sobre todo no los hay para indicar sus movimientos o lo que piensan los unos de los otros. En el Manual del soldado, de la época en la que su padre era reservista, eran representados los movimientos de las tropas y los carros armados; y en el mapa geográfico de Europa hay puntitos rojos para cada millón de habitantes. Inglaterra era toda roja, como si hubieran regado un cubo de sangre de cerdo sobre la isla. Pero el pelotón del Manual del soldado no era nunca un individuo aislado y los puntitos rojos ingleses no se movían. […] ¿Y las personas? Ese era el siguiente paso, pero no lo logró realizar. Sólo una vez se atreve a revelar con las palabras los secretos contenidos detrás de los mapas. Sucedió mucho tiempo después. En clase le asignaron por tema ‘un paseo por el bosque’ y él dibujó un mapa de orientación, con un sendero punteado que señalaba la caminata. Era un paisaje inventado, con algunos trayectos del pueblo, pero enmascarado y en realidad mentiroso, que contenía una descripción con palabras de la caminata con todo aquello de lo que se veía en el sendero (traducción de un fragmento de Un’altra vita, Per Olov Enquist, Milano: Iperborea, 2010). Estamos acostumbrados a representar la realidad urbana mediante metodologías cuantitativas e instrumentos presuntamente exactos. El resultado de esto son representaciones configuradas por un lenguaje común que


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permite medir los comportamientos humanos y las dinámicas socioespaciales de la ciudad. Sin embargo, este lenguaje común, racional y cartesiano, siendo útil para representar aproximaciones y descripciones precisas y universales, tiende a dejar de lado la multiplicidad, heterogeneidad y los aspectos cualitativos, sensoriales, sinestésicos, multidimensionales y multiescalares del espacio urbano. Frente a esta condición, Kevin Lynch, urbanista y escritor estadounidense, en 1960 propuso indagar estos aspectos a través de la creación de cartografías mentales. En años recientes, algunos geógrafos urbanos, entre ellos Ash Amin, Nigel Thrift, Francesca Governa y Maurizio Memoli, han propuesto romper con las representaciones tradicionales de la ciudad y abrazar de forma más amplia su complejidad y la novedad constante que forma parte de la vida cotidiana en el espacio urbano. Esta posición, basada en la non-representational theory de Nigel Thrift, pretende generar una apertura de las metodologías de estudio de la ciudad hacia formas de representación que incluyan la prácticas urbanas, es decir, “lo que pasa” en la ciudad y la complejidad que de ello se deriva. Cada cartografía afectiva es un viaje en el multiverso urbano, que implica entrecruzar tres capacidades distintas: la representación, la percepción y la interpretación del espacio. La ciudad no es solo una; se podría decir que de un asentamiento urbano existen tantas ciudades como representaciones de ella. Las cartografías cartesianas están compuestas por un

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lenguaje abstracto que, al ser necesariamente decodificadas por un sujeto para su comprensión, constituyen únicamente una posible forma de código y, consecuentemente, de representación. Se podría afirmar que los lenguajes mediante los cuales se puede codificar y descodificar la ciudad son tan variados y complejos como la ciudad misma y como la existencia de cada persona que decida representarla e interpretarla. Cada urbe constituye, entonces, una configuración caleidoscópica infinita, un multiverso, donde diferentes fuerzas y poderes actúan y se manifiestan en los individuos y sus actuaciones físicas y no físicas en el espacio urbano. De igual manera, cada individuo es un multiverso en sí mismo y su percepción de lo urbano no puede sino responder a esta multiplicidad. En este sentido, Bogotá no es una sola, sino todas las ciudades que puedan resultar de esa conjunción de codificaciones y descodificaciones multiversales. A continuación encontrará algunas recomendaciones que, tomando como referencia lo expuesto, pretenden sugerir la creación de una cartografía que esté cargada de todo aquello que usted considere que las planimetrías convencionales no logran presentar. Antes que generar una estructura impositiva, estas sugerencias, bastante pretenciosas y ambiciosas, son una invitación a desaprender y a no pensar tanto, a sentir y recordar, a escudriñar el imaginario y la ensoñación que puede producir la búsqueda y la exploración de la poética espacial de nuestra tan amada y odiada ciudad.


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01-  Escoja, desde los impulsos más espontáneos que dicte el momento, alguna o todas de las siguientes posibilidades: ××

Toda la ciudad

××

Uno o varios lugares visitados

××

Uno o varios recorridos (derivas) en particular

××

Su casa

××

Su barrio

××

La relación entre todos (algunos) de ellos

02-  Absténgase de consultar Google Earth, Google Maps o cualquier cartografía física o digital que represente la posibilidad escogida. 03-  Piense en todos los tipos de representación convencional gráfica: planta, corte, alzados, axonometría, perspectiva. Ahora, intente olvidarlos. Luego, imagine que se pueden mezclar unos con otros; destrúyalos, elija uno de ellos o haga lo que su intuición le dicte. 04-  Dótese de todos los instrumentos que considere útiles para plasmar lo que crea que pueda derivar de esto: un armamento de utensilios artísticos, un computador o un lápiz. Tanto la simplicidad como la exageración son recursos válidos. 05-  Intente identificar hitos o referencias del espacio urbano que desea (re)presentar. Esta identificación no tiene que estar dominada por las leyes convencionales del espacio ni del tiempo. Encuentre dentro de sí y su memoria espacial los fragmentos o la continuidad que constituyen los puntos de referencia o leyes que dominan su cartografía. 06-  Desde el recuerdo intente tener consciencia de su propio cuerpo en ese espacio y las sensaciones que este dejó en su cerebro.


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07-  Láncese sobre el papel (si es que decidió utilizar este tipo de superficie). 08-  Viaje desde la memoria de un hito a otro, o de un pequeño detalle al elemento más enorme, o de lo más insignificante a lo más significativo. 09-  Intente olvidar las dimensiones reales de las cosas y explore todas las posibles escalas. 10-  Invente sus propias gráficas y leyendas explicativas. Su cartografía puede ser discursiva y racional, pero también es válido que sea caótica, fragmentaria e irracional. Lo importante es que intente ser coherente con la experiencia sensorial, emocional y afectiva que recuerda haber tenido en el lugar. 11-  Si así lo desea, mezcle diferentes tipos de lenguajes o simplemente escoja el que más se le antoje. 12-  Teniendo en cuenta lo ambiciosos que son todos los puntos anteriores, recuerde que absolutamente todo es válido, menos la frustración. No existen cartografías bonitas ni horrendas. Recuerde: “el sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro” (Borges, J. L. Poesía completa, Barcelona: Editorial Lumen, 2011 [1989]). 13-  Por último: queda bajo su total y libre criterio adoptar o ignorar parcial o totalmente los puntos anteriores.


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Banderas

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Barrio Santa Fe Red Comunitaria Trans

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Mi único vicio Hoy es domingo de fiesta, juega Nacional. Ya se llena el Atanasio con los ricos, los pobres los del barrio popular… ¡ahí vamos! [coro] Sale a la cancha mi verde me quiero emborrachar con todos mis amigos (bis) Mi único vicio es alentarte hasta la eternidad (bis) En la tarde los amigos del barrio salen a jugar en la cancha que está al frente de la tienda de don Juan donde en la tarde nos vamos a encontrar a tomar una cerveza y a ver jugar a Nacional ¡Ahí vamos! (bis) Olé, olé, ole, olá, ¡y esta cerveza me la tomo por Andrés Escobar! Cántico de una barra tradicional de Atlético Nacional


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Casa B, barrio Belén

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Cómo escapar de amarres plásticos Víctima pasiva Lo primero que debe hacer siempre en cualquier situación de restricción es permanecer pasivo. Deje a su captor saber que no hay lucha en usted, que usted está asustado y desamparado. Esto conducirá psicológicamente a su captor a creer que no tiene planes de tratar de escapar, y así hacer más fácil lo que estamos a punto de decirle. Usted quiere hacer todo lo posible para presentar sus manos a su captor antes de que use la fuerza para restringirlo. Esencialmente, usted está presentando la posición de la muñeca de su elección a ellos, con la esperanza de que van a utilizarlo.

01-  Comience poniendo sus muñecas atadas sobre su cabeza. 02-  Sosténgalas tan alto como pueda. 03-  Luego, en un movimiento rápido, balancee sus brazos hacia su abdomen mientras separa sus manos. 04-  El esfuerzo de la maniobra debe hacer que el lazo se desgarre. 05-  A veces se necesita más de un intento para escapar.


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Caminando entre muertos Menos mal hacía un sol extenuante. Están allí, a diez centímetros bajo tierra, tras muros putrefactos, tras fachadas con memorias de alguien que vivió, murió y se está descomponiendo lentamente. Muertos olvidados, con lápidas carrasposas, tóxicas, secas; tan muertas como ellos; aunque, no: me acerco y esas tumbas están tan vivas como yo, penetradas por verdosos y naranjas musgos, que tiñen los días de piedra con sus vetas y relieves, recordando la entropía que permite la vida, así la muerte aceche por doquier. Y la piel de estas piedras vivas protege la tierra, y a esas lombrices que felices se alimentan de bisabuelos, tatarabuelos, y tataratatarabuelos amados y no amados, arrugados como flores marchitas que no reciben agua ni ese sol, ese sol ardiente que me quemaba los brazos, que me hacía sentir tan frágil, tan derretible, tan consumible, tan susceptible de descomponerme y ser nada más que el alimento de la tierra. Sí que hacía calor, pero la piedra estaba helada. Erasmo, Evangelina, Dolores, Ofelia, Eliécer, Matilde, Obdulia, Emmita, Agripina y Herminda también, allí detrás de las placas con sus nombres de antaño, extraños, pertenecientes a otro mundo, a otra vida, casi que a otras lenguas y configuraciones de realidad, a una ciudadela encapsulada dentro de otra ciudad, y esta, dentro de otra ciudad, y aquella, dentro de otra ciudad. La

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, barrio BelĂŠn

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Cementerio Central

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atmósfera cambia constantemente, tambaleándose entre lo cotidiano y lo ritual, pintándose con aires macabros y mensajes que aquellos que siguen en vida anhelan enviar al más allá. La primera vez que vi un muerto tenía diez años. Lo lloramos y despedimos, lo cargamos y enterramos. Respeté el cementerio; lo comprendí como un lugar de carga emocional significativo y denso; como si hilos de memorias del pasado se tejieran en él como una red envolvente que atrapa a los vivos y no los deja en paz. Muertos y muertos, en el suelo, en las paredes, en la tierra, en edificios ostentosos y elegantes de vistosos apellidos, de familias poderosas y prepotentes. Solemos hablar de arquitectura para personas vivientes, para movimientos y flujos, para dinámicas y permanencias; arquitectura de tensiones y redes, de fuerzas y fenómenos naturales. Y allí está el Cementerio Central, para la muerte y sus fantasmas, pero también para los vivos que los lloran o se jactan de ellos, de sus mausoleos, diseñados para ser los hogares de los muertos poderosos; pero no solo para ellos, también para los que anhelan cumplir algún deseo, los que ofrecen tributos, los que, alterando su consciencia, intentan alcanzar una frecuencia energética digna de comunicarse con ellos, con esas ánimas que tal vez las esperan, que tal vez están atadas a ellos, que tal vez no se han querido ir de allí. Lápidas enormes en el óvalo central; políticos que asesinaron hace décadas, pero siguen siendo amados, idolatrados, visitados. Ella adoraba a Galán,

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lo fotografiaba y repetía sus discursos... y ahí está su tumba, tan diferente a la de ella, tan monumental y contundente, intentando inmortalizar la grandeza del hombre que yace bajo ella. Y también estaban las hermanitas muertas, de bronce, pegachentas y enmelocotadas por las ofrendas de dulce, como si pudieran chuparlas y saborearlas, disfrutarlas y mordisquearlas eternamente. Niñas muertas que hacen milagros y no han podido descansar paz. Esculturas veneradas y oxidadas permanecen bajo los árboles. También está Leo Kopp, oyendo plegarias y peticiones, consolando a los trabajadores que recitan oraciones y versos dedicados a él. Me imagino los domingos abarrotados por caminantes deambulando en círculo, pero de pronto no; de pronto no tantos visitantes se dirigen a esa cápsula de muerte fría, encerrada por anchos muros, aislando a los muertos, sus bellas edificaciones y jardines de la ciudad. Esa cápsula de inconformistas, seres atrapados en cuerpos vivos que suplican ayuda al más allá. ¿Qué pasaría si se abrieran sus muros y fuera un parque penetrable? ¿Profanarían las tumbas? ¿Las pintorretearían e intentarían asesinar de nuevo a los políticos? Seguramente las culatas que conforman la carrera 25 no existirían. Las edificaciones observarían los muertos, los transeúntes y sus caras largas, las flores y los árboles, los hogares podridos, el mármol y la piedra muñeca. Las ventanas escucharían los cantos, las botellas de cerveza chocando, los llantos ahogados transformándose en


io BelĂŠn

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Cementerio Central

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risas nostálgicas. Le tememos demasiado a la muerte y la ciudad es prueba de ello. Aislamos a nuestros difuntos, como hormigas que se autoorganizan y entierran sus cadáveres en el punto más alejado del hormiguero. Los aislamos o los encapsulamos en un espacio cerrado en sí mismo, que da la espalda a los vivos. A la vez es este encierro el que permite que las prácticas urbanas de los visitantes sean inmunes a las condiciones de un sistema capaz de construir un rascacielos al lado de un cementerio tan monumental. Y lo monumental no es solo lo físico, es el patrimonio inmaterial, eso que ocurre dentro de esos muros tremendamente graffiteados y recientemente restaurados y que serán de nuevo graffiteados y de nuevo restaurados, porque en realidad el problema no es el graffiti, tampoco es quién lo hace, sino por qué, en qué contexto social y bajo qué configuración cultural que generaliza, normaliza, desplaza y gentrifica.


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TĂŠ de coca

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Té de coca

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Caminar Vivir mucho al aire libre, al sol y al viento, produce, sin duda, cierta dureza de carácter, desarrolla una gruesa callosidad sobre las cualidades más delicadas de nuestra naturaleza, igual que curte el rostro y las manos, y como el trabajo manual duro priva a éstas de algo de su sensibilidad táctil. THOREAU, Henry David, Caminar, Ardora ediciones, 1998, p. 23


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La llegada al monumento Hace más de 40 años Henri Lefebvre decía: «La revolución será urbana o no será»: la revolución de las prácticas urbanas no premeditadas, la exposición de cada individuo en el espacio público, los «encuentros» caóticos, los ritmos, los movimientos, el exceso y frenetismo pertenecientes a la dimensión precognitiva de cada ser, humano y no humano. La vida urbana se compone de esto, de múltiples puntos de vista, formas de contacto, tocarnos sin tocarnos mucho, vernos sin vernos tanto, fragmentariamente, inesperadamente, todos comprimidos pero tan lejos los unos de los otros en esta urbe turbulenta. Bajar el puente, no entender nada, no entender esta ciudad de mierda, sus cruces, sus avenidas atravesadas y violentas, todo muy ancho, un perfil urbano terrorífico, los cerros alejados allá en el fondo de una planicie absurda, aunque no tan plana porque en todo caso el territorio visto a una escala menor es tan irregular como la piel aparentemente lisa que está tocando las medias, los zapatos, el concreto, las juntas metálicas, el adoquín de ese extraño lugar. Paso-paso-paso y ahí hay un grupo de personas. Ansiedad social elevada exponencialmente: miedo. Un círculo, la unidad perfecta, percibida no en planta sino como un insider caminante de ese círculo. Mujeres desnudas, ellas también en círculos más pequeños, reunidas, custodiando esbeltos y prominentes falos. Círculos de chicas conformando un círculo mayor, y perpetuadas

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a ser inmóviles objetos de maltrato. Sus cuerpos escrutados con símbolos morbosos, y eso es lo que puede pasar cuando la piel de la ciudad toma forma de mujer. La ciudad es un documento de lo que somos, un multiverso de relaciones de espacios interiores y exteriores en los que mi casa no es tu casa en realidad, pero yo digo que sí, aunque es mentira, y lo que hago puertas para adentro (y te vendo como mi identidad espacial) es muy diferente a lo que hago puertas para fuera; donde si todos me ven soy un fugaz y enmascarado protagonista de la historia, pero si nadie me ve soy un ser en el anonimato que puede dejar un rastro sin ser directamente juzgado jamás.

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Partido de fútbol (tic tac) Nunca me gustó el fútbol. Quizá tengo ese problema porque mi padre, que creo que incluso era socio, me obligaba a ir a ver los partidos de Santa Fe en el estadio, que recuerdo siempre como frío y donde tenía que apretarme en unas larguísimas bancas de cemento. Siempre había mucha gente y tenía miedo de perderme, o de ir al baño. En el colegio evité todo tipo de deporte de contacto, así que aprendí a jugar ajedrez, donde no sudaba ni tenía que andar corriendo detrás de un balón. Por eso en un primer momento la propuesta de Casa B de hacer un torneo de microfútbol fue la propuesta que menos me gustó. Ese día, como no me interesaba jugar fútbol, me metí al grupo que conseguiría los premios para los ganadores. Pensamos en hacer unas coronas de laurel, pero en Bogotá o no crece o no se consigue fácilmente: una imagen típica de la distancia entre nuestro imaginario colonizado y nuestra realidad de altiplano. Al no encontrar laurel intentamos hacer unas coronas con ramas, que quedaron muy feas, por lo que decidimos salir a caminar por el barrio a ver qué encontrábamos para hacer unos trofeos. Había tiendas de frutas y comida, pero nada que se correspondiera con nuestra idea de «premio». Eventualmente llegamos a una tienda de juguetes baratos y encontramos unas «cocas» que compramos inmediatamente: nos parecía una buena idea dar de premio para un juego un


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objeto de otro juego, que fue muy popular. En la caminata también llegamos a la plaza de mercado, la recorrimos sin buscar nada en general y sin encontrar nada en particular. Fuimos hasta la parte posterior y salimos hacia el río: allí había unas flores bonitas rodeadas de ortigas. Caminé por entre el campo de ortigas para tomar algunas de sus flores, y aunque no toqué las ortigas, todo mi cuerpo quedó con una sensación de alergia durante casi media hora. Regresamos al campeonato de fútbol para empacar los regalos y preguntar quiénes eran los mejores jugadores e inventarnos categorías: nos decían que tal era el mejor jugador, pero que había dado muchas patadas, entonces no podíamos premiarlo. Fuimos recopilando información y viendo algunos de los partidos: todos jugaban haciendo su mejor esfuerzo; nos pareció que lo hacían muy bien y limpiamente. La premiación consistió en repartir las cocas, las flores y las frutas (mandarinas, uvas) como premios. Se premió la mejor barra, el mejor jugador, el goleador, entre otras categorías que fueron surgiendo. Me agradó ver los partidos de fútbol, ya que más allá de mi postura crítica hacia el deporte como espectáculo, como opio del pueblo, a la sombra de todo esto sigue siendo un juego de barrio que integra todas las edades y personas; que sirve como un elemento de cohesión y, por qué no, también como estrategia pedagógica. Eso aprendí ese día.

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Un sentimiento bucólico que nos invade. La necesidad de conectarse, de conectarnos. La tierra corre por nuestras manos; el olor a humedad, el placer de sacar la maleza y curarse habita dentro de nosotros. El gozo de cavar y plantar de nuevo para ver, con el paso de los días, lo fresco, lo insólito y ser al final del día recompensados. Resarcir esa indiferencia que en la ciudad nos asalta. Yo mejor me voy, el río me marca el camino, me voy para donde vaya el río. Allá soy feliz. ¿Para dónde vamos?: ¡A donde nos lleve el río!


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¡Aterrizaje sin colchón!

Cambie su género de H a M con el Decreto 1227

Piense su cuerpo como herramienta de venta, en un territorio en donde para todas las arepas hay parrilla: la frontera de la 22. Trabajar en jean y buzo cuello tortuga es muy duro, ¿no? Si usted quiere trabajar, aplique la ley Shakira* con el nuevo Código de Policía, asegure clientes y, recuerde, el mercado compite con la feminidad. *Ley Shakira: ciega, sorda y muda.


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/// al 0 libre /// SOL/ SOLECITO/ CALIÉNTAME /UN POQUITO/ SIN QUEMARME/ TANTITO 00000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 00000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 00 00000000000 00000000000000000000000000000000000000000 000000000000 0 00000 000000000000 00000000000000000000000000000000000000 00000000000000000 0000000000000 0000000000000000000000000000000000000000 000000000000000000 00000000000000 000000000000000000000000000000000000000000 0000000000000000000 000000000000000 0000000000000000000000000000000000000000000 00000000000000000000 00000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 xx xxxxxxxxxxxxxxxxxxx0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0x0xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx xxxxx 00000000000000000000000000000000 000000000000000000000000000000000 000000000000000000000000000000 0000000000000000000000000000000 0000000000000000000000000000 0 0 0 O 0 0 000000000000000000000000000000 000000000000000000000000000 0000000000000000000000000000000 00000000000000000000000000 00000000000000000000000000000000 000000 0000 00 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 00 00 00000000000000000000000000000000000000000000000000000 00 0000000000000000000000000000000000000 00000000 000 000000000000000000000000000 000 00000000000000000000000 000000000000000 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 x0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0e 0 0 0 0 0 0 0 0 0 I 0 0 0 0 0 0 0 0 N 000000000000000 0 0 0 0n o o o o o0 0 0 0 0 0000t000000 0 0 0 0 0E0000000000000 0M 00000000000000000000 (P) 0 00 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0 0E (RÍE) . 0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V 0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0 V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V0V————W-W-W-W-W-5-W-W-3 -W-2-W-W-W-2-W-2-W-2-W-2-W-3-E-3-W-W-W-W- SI NO SOBREVIVES— MUERES …. Y (A ) NADIE LE IMPORTARÁ! 000000000000000000000000000000000000000000000 0000000000000000000000 00000000X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0X0XX0X0X0XX00 00000000000000000000000000000000000000000000000 No se deje influenciar por los demás. 00000000000000000000000000000000000000000000000000 00000 000000000 00000000000000000000 “COMA CALLADO” Y CAMINE DESCALZO SIN PERDERSE. 0000 EL $$$$$$$$ DE LA LIBERTAD. SIN LAS PAREDES LA SENSACIÓN DE ESTAR DANZANDO JUNTO AL VACÍO SE CONGELA… *

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Luego de sentirme adentro de la calle/ guión de un cortometraje / la intro ambivalente /// 000 al 0 libre/// Escena 1: (exterior) (calle: por definir) Hedwig Robinson en Colombia Cuerpo, líbrame de la sociedad. Cuerpo, sobrevive por favor a ideas disciplinarias. Cuerpo, mírame, no me olvides, estoy aquí; estoy manteniendo las pupilas dilatadas ante ti. Te observo (veinte minutos prolongados); te acaricio el cabello; te siento liso y encajado y, mas luego, desencajado. Ese perfume que me aplico te produce sonrisas de picardía, y ese maquillaje te da un aire a un no sé qué, que me conecta a danzarte y a masturbarte. No sé si pueda mezclar todos los fluidos de mí en ti. No quiero generarte alergias, pero sí que puedo olerlas y comerlas con /xocolata/. Me gustan tus cejas grabadas con tinta; me gusta tu lunar abajo del coxis, no me desagrada tu mal aliento y tus días en que me odias por no comer. Sé


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Banderas

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Barrio Santa Fe Red Comunitaria Trans

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que a veces te encanta verme débil y que me muerda las uñas de los pies, pero mantengo firme la convicción de sostener mi mirada de víbora con saliva y de calcular obsesivamente el mínimo detalle de cómo debes ser, pararte, caminar, saludar, manejar, hablar y qué decir. Estoy segura de que entiendes cuando tengo mi boca abierta 8 cm y cuando acentúo los bajos de una canción. Cuerpo, líbrame de las voces nocturnas que no quiero escuchar pero debo sentir; líbrame de las percepciones superficiales del bandido; líbrame de una K 38. Cuerpo, ¿me estás escuchando? Quiero que hagamos un trato: tengo frente a ti una manzana en la mano izquierda y una navaja en la mano derecha. Dependiendo de mis pensamientos relativos daré uso útil y necesario a cada cosa que ocupa mis manos en este mismo momento. ¿Acaso no te diste cuenta de que estoy sintiendo tu leve rechazo a cada segundo? ¿Por qué tengo una raja en la pierna? ¿Quieres que hablemos en serio? Porque yo solo quiero cantarte y comer la manzana, pero otras voces me dicen que la navaja esta afilada y está lista para matar. No sé, creo que mejor abriré la ventana, me sentaré a la mesa y partiré un pedazo para ti. Lo disfrutaremos de sangre y sangre, de palabra a pensamiento, sin espejos ni reflejos, solo yo para alistarme a la calle que se me hizo tarde (sonido, taconeo y mechero ambivalentes).


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Las calles son más grandes

el último adiós,

desde que tú te has ido

el último adiós

Hay que reconocer

Aunque vengas de rodillas

que nada me hará bien

y me implores y me pidas

porque no puedo verte

Aunque vengas y me llores que te absuelva y te perdone

Mis días sin tus noches sin horas ni minutos

Aunque a mí me causes pena

son como un frío puñal

he tirado tus cadenas

que hieren y atraviesan,

Y te dedico esta ranchera

este corazón

por ser el último adiós

Por las buenas soy buena,

Aunque vengas a implorarme

por las malas, lo dudo

a pedirme y a suplicarme

Puede perder el alma

Aunque vengas y me llores

por tu desamor,

que te absuelva y te perdone

pero no la razón Aunque a mí me causes pena Yo soy toda de ley

hoy yo tiro tus cadenas

y te amé, te lo juro

Y te dedico esta ranchera

pero valga decirte

por ser el último adiós.

que son mis palabras

El último adiós: https://youtu.be/jNLU_A1d_60


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Cementerio Central

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Nostalgia por Bachué1 “Desde que me mudé a Bochica por el nacimiento de Luisa, hace catorce años, he pasado por muchos apartamentos. Primero llegué al de Adriano. Esa cuadra no estaba muy bien arreglada: era simple y la ornamentación no era bonita, pero sí muy limpia. ¿Que si había matas? ¡Matas era lo que había! Luego pasamos a Bachué III y a varias cuadras más. La que más me gustaba era una en la que vivíamos en un tercer piso, en un apartamento dúplex de los que amplió la gente. Allá en las cuadras hay mucha más juventud, hay más vida vecinal, la gente habla más entre ellos. Y el barrio es muy vivo, es una pequeña ciudad donde sale gente a cualquier hora, las veinticuatro horas. Gente de todo tipo, buena, y la que no se ve tan buena. En las cuadras hay menos ruido, más privacidad, hay más sentido de comunidad. Por ejemplo, en la cuadra donde vive Yadira ahora se organizan para mantenerla bonita, toda cuidadita. […]

1

Fragmentos de entrevista a Sandra Fique, residente de Bachué

hace catorce años, basada en las preguntas que inspiraron la primera sesión de la Escuela de Garaje, volumen Intemperie y el texto Mirando alrededor de la p. 14.


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Bachué Plaza de La Hoja-Bachué

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“No sé bien qué había aquí antes; no sé decirle si esto era lago o terreno; pero sé que los edificios tienen unos treinta y pico de años, casi cuarenta. […] “Ahora vivo en Bochica I, en unos bloques de apartamentos sencillos sobre un potrero. ¡Sí!, el que será la avenida Cundinamarca21. Aquí la cosa es bien diferente: sobre todo vive gente mayor y la gente es más odiosa, y aunque molestan mucho no mantienen los edificios en buenas condiciones. Las fachadas son descuidadas, lo mismo que los espacios comunes. No es la misma sensación de comunidad. Me sigue gustando el sector por lo económico, por la ubicación, por el colegio de las niñas y la cercanía al Transmilenio, pero no es lo mismo. […] “Claro que siento nostalgia del barrio del abuelo. ¿Se acuerda del parque; de salir a jugar ahí, de sacar a Max, de los columpios, y de la gente que conocíamos también?”

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También conocida como Avenida Longitudinal de Occidente

(ALO).


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Los lugares de la memoria: ¿Qué sucede en el Cementerio Central de Bogotá? Para comprender la ciudad de los vivos, a veces vale la pena observar lo que pasa en la ciudad de los muertos. Paolo Vignolo “Políticas de la memoria y desarrollo urbano en Bogotá”, Memoria y Sociedad, vol. 17, núm. 35 2013, pp. 125-142.

Para el historiador Paolo Vignolo es necesario comprender la configuración del centro de la ciudad de Bogotá entendiendo la dinámica y el protagonismo del que es quizá su complejo arquitectónico más importante, después de los edificios estatales. Así, la existencia del Cementerio Central ocurre en medio de una constante (e incómoda) labor de construcción que pareciera no tener fin. Así como la ciudad de los vivos crece de manera desafiante hacia las alturas, la necrópolis cumple con el mismo objetivo: dentro de ella hay constantes modificaciones infraestructurales. Cosa extraña, pues los vivos no suelen ver en ese lugar más que un sitio de quietud, la cual es eterna, valga decir. Pareciera que no se quiere dejar en paz ni a los vivos ni a los muertos. Mientras unos observan el modo como se


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especula con el valor de la tierra alrededor del cementerio, dentro del lugar se han venido presentando incesantes tareas de intervención. Para Vignolo, “lo que se está gestando detrás de los andamiajes, las prohibiciones de acceso, las lonas colgantes que se divisan alrededor del camposanto deja entrever un modelo de metrópolis en construcción en el que se juegan las relaciones entre sus habitantes de hoy, de ayer y de mañana”. Esa situación nos recuerda que ambas ciudades hacen parte de un complejo sistema de ubicación de los cuerpos de los habitantes de esta ciudad. Uno de los elementos que entra en juego dentro de esta particular coexistencia tiene que ver con la reciente aparición de los debates sobre la ubicación de los lugares de la memoria. Vecino del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, el Cementerio Central se encuentra sometido a las mismas tensiones por la visibilización del recuerdo. Aquel de la tragedia, pero también el de su existencia a lo largo del tiempo. El Cementerio es un lugar de contacto entre vivos y muertos, entre vivos con vivos, pero también entre una ciudad segmentada. Allí coinciden distintas comunidades regionales que lloran a sus difuntos. Allí se cruzan los relatos sobre el trámite con la muerte con maneras de socializar que no suceden por fuera de él. La aparición de necesidades explotables comercialmente (misas de campo, alquiler de escaleras o venta del agua para el cuidado de las tumbas), también se puede comprender como una reiteración de la localización física de nuestros cuerpos. Desde la perspectiva que crean estas imágenes, resulta inquietante notar la macabra similitud que guardan las criptas con los edificios de apartamentos y oficinas circundantes.


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Deshabitar la nuez ¿Dónde nació y qué significó para usted crecer en la Bogotá de aquel momento? Nací en Usme. Recuerdo que era agitado e industrial y todo el mundo trabajaba en eso. Por donde yo caminaba solo se escuchaban máquinas de todo tipo. Era una ciudad sin mucho color, pero para mí era encantadora y normal.

Usted tiene una historia muy graciosa de su primer viaje a Bogotá: terminó en un circo y no en una galería, ¿cómo fue eso? Recibí una invitación de la galería El guacal, una de las más importantes de Suba. Estaba muy ilusionado, había comprado con anticipación el pasaje y una maleta de color verde especialmente para el viaje, porque siempre he detestado las maletas grises o negras. Llegué a la estación y estaba muy despistado. Tomé mi maleta verde y vi que me estaban esperando. Me hicieron subir a un bus y no sabía dónde me llevaban. Pensaba que iba para la galería cuando, de repente, llegué a un sitio donde había una convención internacional de un circo. ¡Qué sorpresa! No sé si fue por el color de la maleta que ellos pensaron que yo iba para allá, y me he encontrado lo mejor de lo mejor: un gran espectáculo. Y ahí me perdí todo el día hasta que logré encontrar la galería y llegar a mi destino.


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¿Cuándo comienza a hacer instalaciones con comida y obras de arte comestibles? Conocí gente muy interesante como al reconocido artista Juan Pérez y con él empecé una colaboración artística llamada El menú de los colores. Era una aventura. Organizábamos ceremonias donde los invitados se comían las obras: almojábanas que coloreábamos con ayuda de los panaderos. Al ponerles verde, azul, rojo o rosado, ya no eran reconocibles, se convertían en obras estéticas comestibles.

¿Cuál es la historia del restaurante El Continental en el centro? El principio era muy claro. La idea viene del restaurante tan creativo que tuvimos en la avenida Caracas, por el lado de las lechonerías, y cuando nos vinimos a vivir a la “Perce” decidimos crear un restaurante con un concepto diferente. Buscamos durante un año un sitio interesante, y cuando lo encontramos por el sector de Las Aguas, un lugar por donde habían desfilado personalidades en los años cincuenta y sesenta, era el lugar perfecto para abrir el primer restaurante de arte comestible en Bogotá. Yo mezclaba el restaurante con mi trabajo: se puede decir que vivía allí. El restaurante duró dos años en funcionamiento y se convirtió en un ícono de la ciudad en los años ochenta.

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¿Cuáles son los momentos más especiales que recuerda del restaurante? Lo primero que la gente descubre es que era algo más que un restaurante. En realidad, era una propuesta de creación artística día a día, donde se alimentaban la experiencia y las interacciones alrededor de la comida y en el que los clientes acababan siendo participantes. A cada persona que entraba se le entregaba un juego de preguntas más el menú. En realidad era una especie de periódico editado por el restaurante que incorporaba noticias, preguntas y textos alrededor del proyecto y la comida. Al restaurante venían tantas personas que ya ni me acuerdo. Tal vez una de las anécdotas que aún me hacen reír es el mensaje que un cliente anónimo nos dejó en el menú: “El Continental se está convirtiendo en un lugar vulgar. Ya no es interesante, lo único que desea es hacer dinero, pero no tiene la creatividad de antes. Adiós”. Eso me encantó, me gusta la gente crítica. Para mí lo más importante de El Continental fue el proceso de poder dialogar con el restaurante en sí mismo y con la historia de la ciudad.

¿Cuál era su sueño cuando era niño? Mi sueño era viajar. Sabía que mi camino era el arte, aunque no estaba muy definido. Era muy creativo, como mi madre, a pesar de que toda mi familia estaba metida en el negocio del maíz para las palomas.


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¿Qué recuerda con especial cariño de su niñez? Un momento especial era cuando mi padre me traía de viaje para ir a San Victorino. Llegábamos a la ciudad y cruzábamos por Santa Fe, que tenía unas calles sucias y malolientes, pero me encantaba. Luego salíamos a la calle 19, caminábamos por allí y veía todas esas chicas a medio vestir, hasta llegar a San Victorino. Era el viaje más maravilloso porque era un encuentro con la realidad.

¿Por qué decidió convertirse en artista? Tenía 19 años y quería conocer. Un día tomé la cámara de mi padre para irme y nunca volver. Eso era lo que pensaba en ese momento. Me fui para Fontibón, solo, sin conocer a nadie, porque quería estudiar bellas artes. Cuando entré a estudiar me la pasaba en la cafetería, nunca iba a clases, en realidad nunca estudié, todo lo he aprendido en la investigación, en la práctica y en la calle. Siempre me ha gustado trabajar con otros artistas y combinar los saberes. Por esa época, gracias a unos amigos, conocí al director artístico de la revista Lápida, no recuerdo su nombre. Artista, grafista, pintor y un gran fotógrafo de moda. Con la revista trabajé varios años y paralelamente comencé mis proyectos artísticos.

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¿Su decisión de crear obras con arte y comida está influenciada por el momento histórico que vivía? Inicialmente me inspiraba más mi recuerdo del piqueteadero de Doña Segunda, cuando era niño, pero luego, obviamente, hay una conexión con el momento que vivía y la conciencia de que había hambre en el mundo.

¿Cuál es su lugar favorito en el mundo? Tengo muchos, son lugares habitados por personas anónimas; vivo obsesionado con los monumentos. Uno de mis favoritos es el Monumento a las Banderas.

7.1 Archivo de Bogotá La Hoja-Bachué

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7.2 Estaciรณn Bicentenario Proyecto Pregunta

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Entrevista a “Lulú”, RCT: Red Comunitaria Trans ¿Cómo enseñas a bailar? Soy una persona empírica que desde muy pequeña estuvo en grupos de danza, folclóricos, en Ibagué, Tolima. Esa ciudad es muy pequeña y el folclor y la cultura se promueve demasiado; hay fiestas regionales. Yo desde pequeña siempre estuve vinculada a movimientos sociales y organizativos y realmente fue donde comencé, en el salón comunal del barrio: veía que tenía mucha afinidad con el baile, sino que con el tiempo y con las dinámicas cambia muchísimo mi vida, y entonces hice eso a un lado. Después, cuando me encuentro con las chicas trans en el barrio Santa Fe, veo que existía un grupo que se llamaba Wanda Fond donde hacían danza, pero sobre todo de la región atlántica. A mí me parecía muy cool; era como remover lo que yo hacía en mi pasado, hacer folclor, y más mujeres trans haciendo folclor, algo que jamás habías visto, aunque tú ves grupos de folclor de hombres gays pero trans, no, «tú no eres una vieja, tú no vas a usar una falda». Entonces, encontrarme con esto fue muy revelador; volver a retomar algo que me encantaba. Aprendí muchas cosas. Ha habido


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profesoras actrices, bailarinas de danza árabe; luego, vi la oportunidad de replicar lo que me habían enseñado; no era tanto enseñar. Igual yo intento investigar, pensar en las metodologías y copiar.

¿Cómo entiendes el baile? El baile atraviesa todo: lo social, lo cultural, lo religioso, todo. De hecho, es una forma de comunicación increíble; es un espacio para sensibilizar, para hacer, para trabajar en equipo. Es también un ejercicio de liberación, aparte de lo saludable: mover todo el cuerpo, como que se oxigena todo. Para mí el baile lo es todo. Es una forma de comunicar y expresar del cuerpo. La forma como mi cuerpo habla.

¿Qué es para ti el cuerpo? El cuerpo es el instrumento que tenemos las personas para mostrar lo que somos, para movilizarnos, para hacer todo. El cuerpo también es un espacio público que muchas veces también raya. Por ejemplo, un cuerpo trans es diferente a un cuerpo sin género. De por sí todos los cuerpos son diferentes, pero los cuerpos de las personas trans aún son más distintos; creo porque uno ha hecho el ejercicio consciente del género y del cuerpo. Digamos, una persona trans es más consciente de su cuerpo que en general el resto de personas. Qué cuerpo quieres habitar y cómo lo quieres habitar y de qué forma

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y hasta dónde lo quieres construir o deconstruir. Es increíble, es tu terreno para hacer todo lo que quieras en la vida, en lo social, en lo político.

¿Qué es para ti la piel? La piel es el órgano genital más grande que tienen los seres humanos [risas]. Es un órgano genital público. De por sí yo tengo una fijación por las pieles: algo que me parece muy erótico y arrechante es tocar las texturas de las pieles. Ya sea de un hombre, una mujer, una chica trans; ¡todas son tan distintas! De repente me gusta también algunas cicatrices sobre las pieles, ¡me parecen tan reveladoras, hablan tanto de una persona! Además, tú puedes imaginarte su historia. Yo creo que la piel es como un libro: te cuenta cosas todo el tiempo. Es como el cuerpo, un medio de comunicación, que todo el tiempo está enviando diferente información y en tránsito: el tránsito que está más en la piel que en el cuerpo.

¿Qué es para ti la piel en contacto con tu barrio, con la ciudad? Yo siento que de por sí mi piel es lo más erótico, yo soy toda bitch, toda perra, cantalonga. Yo siento que mi piel en contacto con la ciudad es eso. En muchas personas les despierta la curiosidad, ¿esta qué es? La gente tiene la duda de quién soy yo. Y al fin y al cabo eso lo genera mi


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piel, mi cuerpo. Siento que es un ejercicio interesante, de alguna manera de evitar esos ejercicios patriarcales y machistas del superhombre. Y de repente una chica puede hacerlo dudar de su masculinidad. Las cosas que comienzan a decir, hasta a pensar. Detallan todo el cuerpo, tanto hombres como mujeres. Todo el mundo tiene mucha curiosidad sobre el cuerpo de las personas trans. Es un objetivo de la ciudad. Una es como una propiedad pública porque todos te observan y todos quieren interactuar para bien o para mal: para discriminarte, burlarse o para follarte. Siempre te verán. No hay un derecho a la invisibilidad. Hay días que uno se levanta y no quiere que nadie la mire, pero eso no pasa.

¿Cómo entiendes lo común? Para mí lo común es cuando todas las personas tienen el mismo derecho o desarrollan la misma acción o se encuentran en un mismo punto para hacer algo, en común. Y en general en la sociedad no tenemos ese derecho. Si bien mucha gente piensa, “yo salgo a la ciudad y la ciudad me pertenece”, no es tan así. Incluso la ciudad ni siquiera está diseñada para las personas, solo para los carros y las casas, no para los seres humanos. Desde esa medida yo pienso que todo está mal. Es cierto que a las personas trans las discriminen en bares, en sitios y que para nosotras sea más difícil el acceso a la ciudad, pero creo que no es lo mismo a la garantía que sí tiene el resto de personas de un acceso pleno a la ciudad. Para

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todo el mundo resulta superinseguro estar en el barrio Santa Fe, porque piensan que es un sitio donde los van a robar y a matar, pero resulta muy irónico cómo es este sitio de alto impacto donde las mujeres trans les resulta seguro estar, y habla muy mal de cómo el Estado nos ha relegado a unos espacios de marginilidad y exclusión, y demuestra cómo no tenemos derecho al resto de la ciudad. En esa medida, si una persona decide irse al Santa Fe, donde hay prostitutas, tal vez esté en una zona insegura, pero para mí sí es mi zona de confort. Creo que el derecho a la ciudad es algo que no existe, o al menos no es para todo el mundo. También creo que en general la gente es superindiferente; vive en un ejercicio de baja autoestima y falta de amor propio en el que nos enseñaron a vivir; en un mundo capitalista de consumo, de dependencia, donde de nada nos apropiamos y nos importa un culo; entonces es muy difícil encontrarnos en sitios comunes. “Alguien que decide hacer resistencia, y que sí ama su cuerpo, y decide transitar, tenemos que tumbarle esa idea, tiene que ser igual de infeliz a mí”; creo que es lo que la sociedad le cobra a las personas trans.

¿Cómo entiendes lo social? Como un despelote; como un zoológico. Vamos cada vez peor: es cierto que se basan en muchos temas de relevancia, en políticas públicas y demás. Pero creo que en la realidad pasan cosas muy distintas, las dinámicas de poder y dominación es algo muy


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macabro. La sociedad necesita tanto un cambio, como una reestructuración para hacer algo medianamente posible y que valga la pena. El desinterés social, por ejemplo ante los acuerdos de paz, es algo que habla de lo muy enferma que está la sociedad.

¿Cómo definirías la resistencia de una persona o una comunidad ante una forma de vida impuesta que pretende dominar y reprimir la libertad? Lo que yo he hecho en general con mi vida fue una forma de resistir el patriarcado. A mí, al nacer, me asignaron un sexo y un género, pero yo hubiera podido quedarme en los “privilegios de ser hombre”, haber vivido este sentimiento en el clóset y haber sufrido, pero haber tenido una vida ajustable a todo el mundo. Pero yo lo que pensé es que la única forma de resistir esta mierda es siendo mujer. Una mujer, además, con la consciencia de las necesidades de las otras mujeres trans, más allá de “resisto porque soy mujer”, resisto porque quiero hacerlo en pro de ayudar a otro. En general, los cuerpos trans son una forma visible de resistencia al género, al patriarcado, a la familia, al rechazo social. Es resistir todo el tiempo. Y eso se ve reflejado entre las personas y en sus acciones y qué tanto se puedan unir con dinámicas de transformación de pequeñas realidades en pequeños contextos; esto es el reflejo de un corazón puro sin esperar nada a cambio.

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¿Cómo se construyen alternativas? En la medida en que uno logre sensibilizarse, posicionarse, hacerse conocer, comunicarse y llegarle a muchas más personas, es una manera alternativa de resistir.

¿Qué campaña pública apoyas? Nosotras trabajamos mucho el tema de la lucha contra el VIH sida; prevención sexual; el uso adecuado del preservativo y la toma de la prueba; conocer el diagnóstico a tiempo; los tratamientos, y campañas artísticas y culturales, de performance, baile y teatro.

Para la Escuela de Garaje contamos con un kit para la supervivencia en la ciudad: ¿cuáles son las herramientas que tú consideras vitales e indispensables para sobrevivir en la ciudad?, ¿qué cargas siempre contigo? Yo lo que nunca dejo es el maquillaje: delineador, la pestañina y un depilador. A mí eso nunca me puede faltar. Porque si uno se despierta en otro lugar, pues no se puede levantar como un “mópet”. Bueno, en general, yo desde muy peque conozco la calle y la noche, sé qué es estar en esta zona de alto impacto a altas horas de la madrugada; esas dinámicas yo las conozco. Yo a la calle no le tengo miedo; de hecho, lo encuentro encantador.


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¿Cómo imaginas tu barrio? Sin basura. Yo, igual, no me imagino que todo el mundo sea feliz, todos afuera reunidos en la cuadra... pero sí que la gente tuviera acciones de participación y movilización. Como cuando subieron el Transmilenio a 2.200 o el IVA al 19%. Muchas cosas injustas que en general a todos nos duelen; es una sensación común, pero no hacemos nada: es la indiferencia absoluta y es eso, cuando pasa algo con los maestros, solo van los maestros; pero es que nos enseñaron a odiarnos, a odiar el cuerpo del otro y eso me enseña a ser indiferente. Y es en esa medida en que abusan más de mí.

¿Cómo empieza la lucha contra una estructura de poder capitalista como, por ejemplo, la división sexual del trabajo y la devaluación misma del trabajo? En general, si el mundo quisiera salvarse del mundo en el que estamos, la única que tiene las armas es la mujer y el poder femenino. En la medida en que haya conciencia de ese poder, podrán generar más lazos y más redes de solidaridad y apoyo. Como iniciativas productivas, cooperativas, microempresas que demuestran que son buenas prácticas, sostenibles, transformadoras.

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¿Cuáles son tus metodologías ante las disciplinas de un mundo capitalista? Para nosotras lo comunitario es todo; es desde donde operamos y existimos; es donde nos encontramos con personas en procesos de alta vulnerabilidad: una de las mejores acciones para hacer resistencia al capitalismo. De hecho, el arte es una herramienta de incidencia política, social y cultural. Todo es atravesado por el arte y el trabajo comunitario, nuestras mayores resistencias.

A partir de la importancia que ha adquirido el cuerpo en la esfera de lo público, ¿cómo definirías el rol sexual de una persona trans en la sociedad capitalista?, ¿trans, house, dance o disco? Crossover: la indisciplina ante todo.


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7.3 San Victorino Proyecto Pregunta

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Sumercé, solo me quedan las dos lucas de la bolsa ¡Oiga, oiga! ¡Vea! Mango, barato, rico. Maduro, biche, pa’ comer. ¡Vea! A mil, a mil. Mango a mil. Pa’ la novia, pa’l tío; solo a mil, a mil. Con salecita, limón: ¡todo el que quiera! No le dé pena, invite a un mango. Maduro, bichecito, a mil con miel. Lléveselo a la casa, cómaselo en la calle, solo a mil. Con pepa o en vaso. ¡Pida no más! Mango, mango, cuatro en tres mil. ¡Vea!, sin manchitas ni huecos; suavecito como una papaya. ¿No le gusta tan maduro? Tranquilo, que aquí le tengo uno bien verde; ¡hágale, sin compromiso!, recíbame el manguito. A mil se lo dejo, a mil está. ¿No le gustó?, no se preocupe, aquí le tengo otro más bueno. ¡Sí, sí!, ¡tranquilo!, si le sale picho le paso otro. Mangoooo… ¡Barato! ¡Vea!, a mil, a mil. ¡Cómprele a la novia, no le haga mala cara! Suavecito como le gusta, o durito si prefiere. Para el abuelito; para su niño. A mil, a mil. Mango a mil; ¡vea!, aquí le entrego. No, pero sumercé, ¡no hay suelto! Manguito barato, no le dé pena. Mango, mangoooo


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Son pedazos de piña a quinientos, para acabar este poquitico de piña. Tajadas de piña fina, dulce y madurita. Piña a quinientos; tajada de piña a quinientos ¡No se queden ahí pasando saliva y chuuupe piña! A quini, quini. Pedazos de piña a quinientos: jugosita, jugosita, madurita, dulcesita, a quinientos. ¿Van almorzar!? Almuerzo corriente a cinco mil quinientos; seis mil quinientos. ¿Van a almorzar? Buenas, ¿qué van almorzar? Muy buen almuerzo, tenemos almuerzo corriente a cinco mil quinientos y seis mil quinientos. Vengan a almorzar delicioso: carne fresca, pollo dorado, pollo en salsa, carne, pechuga frita. ¿Van a almorzar?, buenas tardes, ¡venga a almorzar! ¡Qué delicia; qué delicia! Que no se le haga agua la boca. Mango, mango. Con sal, limón, pimienta, miel de abeja. Mango, mango, mango. Que no se le haga agua la boca. Mango, mango, mango. Son vasadotes gigantes de mango. Mango, mango. Una fruta sumamente saludable y sobre todo porque no le hace daño a absolutamente a nadie. ¡Agarre y vea! ¡Métase por acá que son cuatro por cinco mil! ¡Oiga!, son cuatro en cinco mil; cuatro en cinco. Media para toditica la familia. Para dama, para niño, para caballero, para adulto. ¡Oiga!, son cuadro medias tobilleras por cinco mil. Media tobillera, esportiva, elegante. ¡Coja!, la que seleccione, la que guste. ¡Oiga!, meta la manito, agarre y

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seleccione medidas. Cuatro pares que le valen cinco mil. Para la dama, para la dama, para el niño. ¡Naraaanja, naraaaanja! Jugo de naraaaanja. Mijo, ¡pásame los vasos!; con zanahoriaaa o solitooo. Naraaanjaaaa. ¿Dos? Hay de mil y dos mil; mijo, dos pa’l veci’. Naraaanjaaaa, naraanjaaaa. Espiche bien, o si no eso no le esprime. ¡Ya se lo tengo; deme un momentico! Jugo, jugo, jugooooo. Naranja, mandarina, salpicón. Serían tres mil pesitos, veci’. Mijo, ¡recíbale al señor! ¡Siga a la pesqueraaaa! ¡Siga no más! ¡Trucha, tilapia, mojarra, siga no más! Pesca’o pesca’o pesca’oooo. ¡Eso!, pueden pasar. Siga no más. Buenas tardes; buenas tardes. ¿No desea un aguacatito?: se le tiene bien madurito pa’ compañar con el pesca’o. ¡Vea!, bien rico. Se lo parto si quiere. ¡Vea cómo está de verdecito!; bien amarillito. Se lo dejo barato. Sí, sí señora; no le puedo bajar, ya está baratico. Dos en cinco mil. ¿Cómo? Bueno, ¡hágale mi señora! También, ¿quiere que ver este otro? Aquí solo tenemos fruta madura; no se afane. ¿Sí ve?... ¿qué?, No, ¡eso no es nada!, si quiere le quito ese pedacito pa’ que quede contenta. Solo es una manchita y ya, ¡no se preocupe!


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Aguas del rio San Cristobal o Fucha1 Que las aguas del río Fucha pertenecían, lo mismo que hoy, al Común cuando se hizo la merced á D. Juan de Alvis, es cosa más que terminante, puesto que regían las Leyes de Partida, entre las cuales se halla la Ley vi, Título xxvii, Partida iii, que dice: “Los ríos et los puertos et los caminos públicos pertenecen á todos los homes comunalmente; en tal manera que también pueden usar dellos los que son de otra tierra extraña como los que moran et viven en aquella tierra do son.” Siendo, pues, del Común, era el Cabildo de Santafé quien podía disponer de esas aguas; pero únicamente para beneficio y utilidad de los habitantes de la ciudad, mas no, en manera alguna, para el provecho de ningún particular, porque esto le estaba terminantemente prohibido por la Ley xv, Título v, Partida v, la cual venía á ampliar y á reforzar á la Ley vii, Título xix, Partida iii, que dispone que lo que sea de uso común no se puede ganar por tiempo, es decir, por prescripción. “Se ha querido sostener que el Fucha no es río sino arroyo, y que en ese carácter es un bién que no entró al dominio de la ciudad, ni salió del dominio de

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Guzmán. E. & C.a, Fragmento del texto “Aguas del rio San

Cristobal o Fucha”, Bogotá. 1905, pp. 7-9. (conserva la ortografía de la éspoca).

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la Corona, y que por esto la Municipalidad tampoco tiene dominio sobre ese río. Esta objeción no tiene nada de serio ni de consistencia. En efecto, que el Fucha debe considerarse como río para el caso que aquí se discute, es cosa que no puede sujetarse á duda, pues como río fue considerado y calificado para el efecto de concederle la merced á D. Juan de Alvis, toda vez que en el acta tantas veces citada se dice : “….Arcabuco del río Fucha….” Como río es llamado y considerado por todos nuestros primeros historiadores; y finalmente, como río queda comprendido en la definición que de esa palabra traen los Diccionarios de la Lengua y de Jurisprudencia. Mas aun cuando no se considerara como río, siempre quedaría comprendido en aquellas cosas que según la Ley xv, citada arriba, no se podían vender ni enajenar, pues esa Ley habla de las cosas sagradas ó religiosas, de las plazas, carreras, ejidos, ríos y fuentes. En cuanto á la otra parte de la objeción, es decir, de que el Fucha no salió del dominio de la Corona, es punto que yá tengo tratado arriba al probar que de esa clase de derechos que tuvieran los Reyes de España es hoy la Nación el Representante, y por delegación de ésta el Municipio. De manera, pues, que ni aun considerando el Fucha como simple arroyo ó fuente, y reputándolo como del Monarca español, dejaría hoy de tener los derechos que tiene el Municipio de Bogotá sobre él.

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Pero que el Fucha lo consideró siempre el Cabildo de Santafé como bién de esta ciudad, y lo ha seguido considerando del mismo modo la Municipalidad de la misma, es un hecho, Sr. Juez, que está comprobado de una manera que no puede exigirse más. En efecto, del agua de ese río fue de la primera de que hizo uso la ciudad de Santafé para proveer á las necesidades de sus habitantes, pues el Acueducto llamado de la Aguanueva no se construyó sino más de dos siglos después. Este hecho está corroborado con las siete famosas Actas del Cabildo de Santafé, de fecha 24 de Enero de 1589, 30 de Enero de 1681 y 5 de Junio de 1684; 12 de Enero de 1685, 9 de Enero de 1741, 16 del mismo mes y año y 10 de Diciembre de 1736, en todas las cuales se ve el ejercicio del derecho de dominio que ejercía el Cabildo sobre el Fucha, pues en ellas se dispone el modo de traer el agua de ese río á la ciudad; la manera como debían hacerse los trabajos; se dictan las disposiciones del caso para conservar el Acueducto que conduce esas aguas; y, en fin, se dispone del Fucha como de cosa propia, sobre la cual nadie más que el Cabildo tiene derecho sin que haya necesidad, para proceder así, de la venia, aquiescencia, ni consentimiento de nadie. […] Queda, pues, establecido que las aguas del Fucha fueron, han sido y son de propiedad del Común de Bogotá, y que es, por tanto, su Consejo Municipal como Representante de ese Común, quien tiene derecho de disponer de tales aguas.

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Espinosa Guzmán & C.a, pp. 7,9, Bogotá. 1905.

No solamente de esas aguas es dueño el Municipio, sino de todas las que lo rodean, como lo prueba más que ningún otro el Acuerdo número 23 de 1886, por el cual se aprueba el contrato sobre provisión de aguas, celebrado entre el Síndico Municipal y los Sres. Antonio Martínez de la Cuadra y Ramón B. Jimeno. Por ese Acuerdo la Municipalidad cedió á los contratistas todos los derechos que tiene sobre el uso de los ríos, quebradas, fuentes y vertientes, etc., y en virtud de él se hizo entrega al Sr. Ramón B. Jimeno de todos los acueductos existentes en Bogotá, ejerciendo así el Municipio un acto de dominio absoluto sobre todas las aguas que quedan comprendidas dentro de los límites del Distrito, sin que el Gobierno Nacional ni el departamental hicieran la más leve objeción al Acuerdo que así disponía de esas aguas.


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Veci’, ¿me la empaca para llevar? pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo pie derecho, pie izquierdo, pie derecho, pie izquierdo, pie derecho

pie izquierdo, cambio de andén, pie derecho,

pie izquierdo, adoquines, pie derecho, pie izquierdo,

pasto con tizne, pie derecho, pie izquierdo, pie dere…

izquierdo, caca de paloma, pie izquierdo, asfalto, pie derecho, carrito de merca’o, pie izquierdo, “una monedita por favor”, pie derecho, pie izquierdo

Nada mejor para experimentar en la calle que un pedacito de San Victorino de sábado a mediodía; una probadita de calle para el mal de ojo. Igual que comerse una rellena de piqueteadero. ¡Dígale como quiera!, pero yo le aseguro que si quiere probar un poco de Bogotá, solo es cuestión de darle una mordida al barrio más morcilla del centro: pásese por la décima con Jiménez y baje un poquito. Saque su tenedor, o con los deditos así no más, y deléitese con esa gran rellena: ¡mándele el mordisco! Deténgase en ese manjar europeo de gratas sorpresas; ese pedazo de suaves texturas que fue incluido dentro de las tradiciones colombianas de San Victorino, como bojote de oportunidades


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comerciales. Véala de nuevo, por favor, antes de pegarle un mordisco. Esa figura tersa, negra en unas partes, cafesosa en otras… toda ella recubierta por una ligera seda intestinal, que después de haber llegado a su punto, ese pigmento ocre, acaba por recubrir la masa de arroces, papas, arveja y sangre, todo con firmeza y confianza.

¿Y al final?: pura hipnosis de antojo Un arroz, una persona, un pedazo de sangre coagulada, hierbas pa’l sabor, una persona, palomas, aceite, tripa de cerdo, tizne, una monedita, ¿en bolsa o en canasta? al detal, una persona, en combo, como usted prefiera.

Embutidos. ¡Sí!, embutidos dentro de tripa de cerdo, o dentro de acuario de obleas. ¿No le gusta la palabra tripa?; bueno, se lo dejamos a su antojo; podemos llamarle intestino, pero si se aproxima con prejuicio y sin prudencia al vocabulario morcillesco, se chocará con un par de significados sugestivamente grotescos. Así que acostúmbrese a lo ñero, a lo ñanga, a la pichurria, al desconchinfle. Igual, estamos en Bogotá, y aquí la morcilla tiene su espacio… no es algo inventá’o; se lo juro; póngale el sello


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de lo que le digo. Se la encuentra arrejuntada de papa criolla, chorizo, carne. Se la cortan en trozos, en pequeños vagones de transmiembutido o la cuelgan pa’ prepararla en el momento… y la dejan ahí, hasta que alguien solicite la receta de fritanga o el platico de las cuatro o cinco rellenitas en canastica con servilleta de periódico.

¿No le gustó la morcilla? En la calle 17 con carrera 13 hay un carrito que vende caldos de pollo, huevos duros al detal y frituras. Los chicharrones los vende como pan caliente; el señor tiene varios pedazos y cada uno está acompañado de maduro con arepa. Un modo bastante elegante de adoptar las tradiciones foráneas del sánduche o hamburguesa; y qué mejor manera de incluir en cada uno de estos alimentos la grasa, harina y el dulce en un pequeño mordisco de andén altiplanista cundiboyacence. ¡Claro!, no cualquiera asume tal responsabilidad; pues como todo buen manjar de ciudad, cualquier decisión de llevarlo al buche pone en juego la comodidad del cliente. Es que, ¡mijo!, eso es lo que hay; eso es lo que va encontrar. ¿¡No ve que estamos caminando por la calle!?; solo es cuestión de permitirse identificar los aromas de la Caracas para hallar la finura de la fragancia de piel de cerdo, el perfume de la arepa y el platanito en combito. Aquí no hay bosque ni jardín, pero siempre se está en plena cosecha, en bonanza… ¡dele sin pena!, no necesita subirse a los árboles para agarrar los mangos. Ya están

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cortados, maduros biches; grandes, pequeños; con miel, limón, sal, pimienta. Vaya a cada esquina y permítase probar un poco de calle; si le sofoca el tizne, la grasa, procure un puestecito de patillas, y pídalas como usted las prefiera. Tampoco se preocupe si lo que usted esperaba era encontrar fauna ecléctica y salvaje. Diríjase no más a la plaza de la Mariposa; pídale a una señorita, esa de allí, la gordita peligris con cachucha, pídale un par de bolsas de maíz; de ese grano seco que se le da a las gallinas, pero aquí lo puede usar para alimentar a las aves más emblemáticas del globo terráqueo. Y es que si nos ponemos a alimentar a los cóndores nos quedamos sin plata: no queremos eso, ¡no, no, no!; mejor darle maicito a las palomas; que se nutran; que caguen; que vivan la lleca del centro. Tenemos oferta de’so, y a la gente le gusta tomarse fotitos con los pájaros. ¡Véalos no más!: tan bonitos, junto al carro, junto a la matera, al librito, al piecito, a la comidita. ¡Tómese la foto!, sin pena, que aquí lo que tenemos son profesionales de la imagen; pregunte no más y verá; especialista en avistamiento de columbiformes urbanos. ¡Deje que hagan su trabajo!, no le cobrarán y se sentirá cien por ciento bogotano. ¡Coja el maíz!, póngaselo en la cabeza, bótelo al piso, déjeselo en la mano, guarde para después; posibilidades tiene, todo al detal, todo en oferta.

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El libro o la película El camino, de Cormak McCormik, parecen inspirados en la vida de la gente en la calle en las ciudades, más que en situaciones de guerra. Son dos situaciones de desastre parecidas, pero muy diferentes. En el caso de esta ficción nunca se desvela qué sucede, cuál es el desastre, qué salió mal. Solo pasa. La pesadilla de la gente obsesionada con el fin.


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Bachué Plaza de La Hoja-Bachué

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Me acuerdo Me acuerdo de estar enguayabado. Me acuerdo de haberme despertado temprano para preparar una coreografía que nunca hicimos. Me acuerdo de haber llegado en taxi por la Circunvalar; luego, la parte de arriba de los Andes; luego, entre La Candelaria y el barrio Egipto y, finalmente, el barrio Belén. Me acuerdo que hacía sol. Me acuerdo de que había gente en la calle del barrio. Me acuerdo que las tiendas y los negocios daban hacia la calle y los dueños muchas veces estaban afuera. Me acuerdo que olía a montaña. Me acuerdo de sentir la típica desconfianza que siento cuando vi que había un “gamín” oliendo algo de una bolsa de papel en la calle en la que íbamos a jugar fútbol. Me acuerdo de sentirme ridículo en pantaloneta por algún motivo. Me acuerdo de que mi equipo se llamaba Los Gonorreos y eso le daba risa a algunos pocos y a otros tantos parecía ponerlos incómodos. Me acuerdo de pensar en las tensiones sociales que pudieran surgir cuando jugáramos fútbol con los chicos del barrio. Me acuerdo pensar que nos iban a destrozar en los partidos. Me acuerdo pensar que la actividad de hacer los trofeos era aburrida. Me acuerdo de que teníamos la opción de dejar las maletas adentro o afuera de la casa y que todos prefirieron dejarlas adentro, aunque nos dijeran que daba lo mismo. Me acuerdo de los niños gorditos. Me acuerdo de cuando se me acabó el Gatorade. Me acuerdo de que fuimos los primeros en jugar, el equipo de Los Gonorreos,


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en el que ninguno de los integrantes podía presumir de ser un gonorreo, lo que sea que eso signifique. Me acuerdo de que no empezamos tan mal. Me acuerdo de que no teníamos fuerza de ataque. Me acuerdo de que en el otro equipo había una mujer alemana o austriaca, ostensiblemente europea, que jugaba muy bien. Me acuerdo del primer gol que nos hicieron y de pensar que todavía teníamos posibilidad. Me acuerdo de los dos goles siguientes que nos metieron que hacían que el partido se acabara. Me acuerdo de pensar que, teniendo en cuenta el guayabo que tenía, por lo menos no me había desmayado y había corrido de un lado al otro. Me acuerdo de sentarme en las sillas Rimax dispuestas al lado occidental para ver los siguientes partidos. Me acuerdo de hablar con Pablito y comentar esto y aquello: «que el gordito juega muy bien; que qué señora tan gritona; que estaba haciendo mucho sol; que qué va hacer más tarde». Me acuerdo de ver a los perritos por acá y por allá. Me acuerdo de que los partidos se suspendían momentáneamente si tenía que pasar un carro o una moto. Me acuerdo de estar tomando CocaCola con mandarina, roscón y uvas, todo al tiempo. Me acuerdo de la vecina que se puso brava porque le estaban pegando mucho en la puerta anaranjada. Me acuerdo de que llegaron unos policías, como siempre gordos, a preguntar que quién estaba a cargo y alguien dijo que todos. Me acuerdo de que los policías se fueron y que todos los niños los insultaban en secreto. Me acuerdo de que los partidos se ponían cada vez mejores. Me acuerdo de que los niños jugaban todos muy bien. Me acuerdo de que el

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que yo había catalogado como un “gamín” también jugaba y era de los mejores. Me acuerdo de estar sorprendido de que él estuviera tan involucrado en las actividades de la comunidad a pesar de estar consumiendo drogas al frente de todos al principio. Me acuerdo de que llegó un señor ciego que yo catalogué como indigente que se puso en la mitad del partido en el andén, pero que curiosamente el balón nunca le pego. Me acuerdo de que luego me contaron que era un señor que se había quedado sin casa y que algunos miembros de la comunidad le habían ofrecido sus casas para que viviera ahí, o algo así por el estilo. Me acuerdo de que el último partido fue muy emocionante. Me acuerdo de la premiación, donde hubo sonrisas de parte de los niños y nosotros los visitantes. Me acuerdo de haber recibido la advertencia de que era mejor ir en grupo para irnos, pues ya era de noche. Me acuerdo de pensar que había abandonado muchos prejuicios acerca del barrio Belén y sentirme atravesado por maneras de vivir en comunidad ajenas a mi contexto.


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7.3 San Victorino Proyecto Pregunta

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El tiempo grita. Nosotros escuchamos. Caminamos la ciudad. El desespero se puede oler. Se escuchan los pasos, los latidos del corazón, la bocina de un auto. Es un sonido celestial. No uno solo, son dos, tres, cuatro. Pensamientos que llegan de aquí y de allá. Llega el viento, trata de arrasarnos en un segundo, nos golpea en la cara, no nos deja ya ver, ya no podemos movernos. El desespero vuelve. ¿Qué ocurre? Es la vida, la de él, la de ellos, ¡la mía! Son los gritos que ya no se escuchan, de quien busca desesperado. ¿Qué estamos buscando? ¿Qué estamos buscando?


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El espacio público no es de todos Salgo de mi clase de yoga, vibrando de luz. Estoy sola y debo ir a casa. Es mi barrio, con esas calles que mis pies bien conocen, que me lamen los talones y que encuentro deliciosas. Está oscuro, voy sola, pero serena: es mi barrio, mi rutinario recorrido, las mismas hermosas y las mismas horrendas fachadas que me observan. Mi bici rueda, me lleva y tal vez ella sí tiene miedo: tantos huecos la tienen un poquito sobresaltada. Y la bici no es mía, me la prestó un buen amigo, pero las dos vamos a estar bien, es mi barrio, lo conozco bien. Veo a los mismos pordocieros de siempre, cabizbajos y sombríos, envueltos en blandas nubecitas grises, y telepáticamente intento enviarles un poco de mi luz. Solo faltan ocho cuadras... “Vamos bien”, pienso. La bici me hace sentir poderosa, potente, brillante, voy para adelante, sí, “al infinito y más allá”, como una luciérnaga fugaz, un torbellino en medio de la noche, una mujer cohete, pero preferiría que él estuviera aquí a mi ladito, aunque ya casi voy a llegar y no tengo miedo. Mis amigas no tienen tanta razón: la única forma de romper con el miedo al espacio público y a sus extraños es salir por mi barrio y sí, sola, y sí, de noche. Voy bien, amo esta horrible y hermosa y tenebrosa ciudad; esta maraña que nos hace retorcer a todos y en la cual me veo cada día reflejada. Ya casi voy a llegar. “¡Rebien!”. Semáforo en


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rojo, mierda, no quisiera quedarme aquí tan quieta. Un man de piel clara, ojos oscuros y pelo hasta los hombros, vestido con una camisa polo rosada (horrible) y saco de lana en uvé color gris ratón se acerca para compartir su espera conmigo. Me quito el casco y noto que me observa. Mira mi bici y sus ojos se cruzan con los míos. Me dice amablemente: “Tienes que tener cuidado”. Asumo que se refiere a que es de noche y que me podrían robar la bici. Asiento tranquilamente e incluso agradezco mentalmente su preocupación. “Bueno, tan bacán ese man, todo está bien. Semáforo en verde, ¡menos mal!”. Mis pies acarician la calle, ya falta poquito y de pronto: “Tienes que tener cuidado, solo porque eres muy linda, ¿vale?, ¡Chao!”. Me subo a la bici y me voy a toda por el andén; lo esquivo a él y a otras figuras más y me doy cuenta de que en mi barrio solo hay hombres; hombres que no temen; que están ahí observándome, y me siento diminuta, de 15 o 16 años, y me pregunto dónde están las otras mujeres de mi barrio. Me cruzo con dos de ellos y uno me lanza tres besos. “¡Déjenme en paz!”. No logro pedalear montaña arriba. Me bajo de la bici y camino un poquito menos agitada. “Bueno, de pronto tiene razón: no eres fea y eso es peligroso. No pasó nada, solo te dijo la verdad”. Faltan dos cuadras y lo vuelvo a ver, con el rabillo del ojo, llegando por el otro lado de la manzana a la carrera sobre la que me encuentro. Subo empujando mi bici con más fuerza para evitar cualquier desafortunado encuentro. Una cuadra nada más. Un grito me pega por la espalda: “¡Chao, vecina!”

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Son las ocho a. m. Salimos de tremenda farra bajo la plaza del Rosario en el centro. Me esperan las señoras color fucsia que salen licradas a montar bici por la ciclovía, un domingo, a las ocho de la mañana. Sí, la ciclovía, todos pedaleando, perros felices, las mayoría Golden Retriever con la lengua afuera, sonrientes, un poco tarados, tan obedientes, tras sus amos en patines, hombres también licrados, con un tremendo paquete a la vista: uno, dos, uno, dos, uno, dos, la calle es nuestra, de los ciclistas, de los perros calientes y del olor a comida trasnochada, tan trasnochada como yo, que subo la escalera, abro la puerta y un intenso rayo de luz me recuerda que saldré al mundo, de día, tras tremenda farra y que allí estará la ciclovía. El maquillaje corrido, es domingo, ocho a. m., qué más pueden esperar de mí; camino un poco, me familiarizo con el centro un domingo, ocho a. m., la plaza desierta, unos pasos arrastrados, todo bien, son los habitantes de calle que nos miran sin asombro, algunos recostados, posiblemente imaginando algún fueguito, alguna lucecita mágica, alguna nube de almohadas, un meteorito que nos aplasta. Los chicos terminan de romper los muros de la fiesta y sacan los escombros a la calle, los dejan tirados sobre la Jiménez, “¡Agh!, ¿qué importa? ¡No hay dónde más!”. La calle es nuestra. ¡Vámonos de aquí! Llegan los uniformados, jóvenes madrugadores, verdes como los cerros, pero fosforescentes, superficiales, autoritarios, prepotentes. La calle es de ellos, de sus


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botas recontraamarradas, apretaditas, con los cordones templados. Deben tener los pies morados, o verdes como sus vestimentas, el corazón un poquito aplastado, el estómago palpitante. Lo miran a él, tan rubio, blanquito, delicioso descendiente europeo, con sus pupilas dilatadas, mientras deja pedazos de muro al lado del eje acuoso. Lo observan detenidamente, desconcertados, se acercan un poco, detallan su figura, su porte, y tal vez imaginan su proveniencia. Otros pasos más alrededor de la extraña actividad, llegan a un par de metros de él, lo rodean, respiran ajetreadamente y pasan de largo para detenerse un poquito más allá. Con tres patadas sacuden lo que parece un costal. Este se mueve un poco, perezosamente, se voltea y un rostro untado de tierra aparece tras las fibras del bulto. Un gruñido resuena, la figura retorcida se levanta lentamente, cae el costal y se hacen visibles sus zapatos maltratados por tanta calle. No es el único al que despiertan. Caminamos un poco hacia el norte y para evitar la ciclovía tomamos un taxi y nos dirigimos a casa. ×××

“Todos comían aquí, pero la tomba expulsó a la gente y destruyó algunos de los cambuches. Esto es lo que queda”. Después de adentrarnos en el barrio nos dirigimos aún más hacia el occidente. Llegamos a la carrilera del tren, aquella que es disparada hacia el noroccidente desde una estación averiada y carcomida por el tiempo, encapsulada y oculta. Esperaba encontrarme con putrefactos


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olores, montañas de basuras y varias imágenes desagradables. Entre los rieles abandonados la tierra expulsaba verticalmente sendas montañas de pasto y detrás de estas era posible visualizar fragmentos de un muro colorido de ladrillos. Arrumada contra el muro se encontraba la huerta. El cielo ardía. Nos detuvimos a untar nuestra piel con pegachento protector solar, ante lo cual se nos acercaron algunos individuos que habitaban allí, entre rieles, pastos y sólida ciudad. Una de ellos, de piel muy morena, boina jamaiquina y morralito rosado, nos deleitó con un canto cargado de historias y atropellos, abandonos y desamores, carencias y dolor. Nos aventuramos a caminar entre la carrilera-monte, esquivando uno que otro excremento, y allí, entre los altos pastizales, estaban las regordetas y deliciosas calabazas. ×××

¿Si la ciudad es de “todos” es posible invadir un espacio denominado “público”?


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Sin título Si de razones se trata, pregúntenle a la izquierda. Si de sinrazones se trata, pregúntenle a la derecha. La última distanció a los de gabán y sombrilla. Nevó y erosionó la torre Colpatria e hizo que las cenizas se reordenaran. Y de aquel verde resplandor, resurgió el pan de cada día. Nos faltaron un par más de libros. Pero al café no se le niegan peticiones. Así como a los ojos no se le niegan intenciones.

¿Está satisfecho con el presente? ¿Sí?, ¿no?, ¿n.s/n.r.? Los segundos pasan, los minutos se nos pasan, los minutos se vuelven horas y de lejos vemos los días pasar en la ciudad. Calles, caminos, casas, colores, caras, cargas, cansancio, cicatrices. Doliente, despreciado, diferente, ¡disidente!... ¡sí!, ¡disidente del presente!, disidente del tiempo, que lo da todo y a la vez nada. Henos aquí viendo cómo la vida se nos pasa bajo los pies.


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Walking Around Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro, navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Solo quiero un descanso de piedras o de lana. Solo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo, sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío. No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. No quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos ateridos, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo

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cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio. Hay dentaduras olvidadas en una cafetera. Hay espejos que deberían haber llorado de vergüenza y espanto. Hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido. Paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias. Pablo Neruda, 1935

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Agarré el cuchillo para cortar el plátano Lo pasé por una mano y se marcó una línea delgada. Fue suave, fácil, pura mantequilla fresca para las onces. Una línea, línea de realidad; un pequeño toque cálido de domingo en la tarde. Las líneas suelen ser delgadas, no las conozco anchas; siempre que se agrandan se vuelven otra cosa; a veces se vuelven tan anchas que parecieran manchas, fondos, pisos, Coca-Cola regada en las baldosas de un lugar. Pero esta línea no es pasiva, no niega su figura afilada; prefiere puyar, dar un golpe con su punta filuda; sigue su curso, no se aplana, a veces hiere, a veces corta. Esta vez se extiende y crece; escurre de un lado y colorea la piel color ladrillo del dedo bogotano. La señora de al lado, la que está cocinando las verduras, que además de todo se quedó esperando porque se supone que yo iba a cortar los plátanos para entregárselos (plátanos que nunca corté porque me corté), me dice que “mijo, ¡cuidado con los cuchillos que los afilamos antes de llegar!”. ¡Claro!, ¿Quién dijo que la advertencia evita la estupidez? La gente sigue en lo suyo. Se cortan las zanahorias, la cebolla, el puerro. El agua hierve y se echan los ingredientes. El cultivo está cerca, y abajo no más está la línea del Fucha. Línea de un río amedrantado; un cuerpo herido, que turbia la algarabía de sus dolores. Y al lado, pegadito al río está San Cristóbal ¡Pero vea


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qué aguante el de este señor! ¡Véalo no más!, chupando ladrillo y golpecitos de ciudad; lo volvieron un labriego de quinientos años de jornada laboral y nada que pide vacaciones. Antes le gustaba ser una figura de arcilla escondida en los cerros; nadie lo culpa, ocultarse entre suelos mantiene la calma del tiempo lento. Pero las cosas cambian, sumercé. Alguien, o mejor aún, “álguienes” prefirieron verlo con overol y descalzo, trabajando con su santidad, alimentando la hoguera del chircal, dejando su color horneado entre las casas. ¡Qué manera de trabajar la de San Cristóbal! A veces le duele tanto rifirrafe, le salen ampollas en los pies y ¡ahí sí se pone a reclamar!; ¡trae del bulto como siempre! Tac, tac, tac, tac, tac Otra cebolla pa’ la olla. Me dijeron que usara una curita para que la línea dejara de hacer tanto ruido. Me pongo la curita; me pongo a deshierbar el jardín y las manos se me llenan de tierra. ¿Y la curita? Esa ya se cayó, pero la línea sigue ahí. Eso no se va tan rápido, ¡no señor! Acabar con el bucle de los errores, tarea difícil pa’ cualquiera. Gotea la herida de nuevo. Pero nada de parar la jornada; así le enseño a mi cuerpo, para que aprenda a olvidarse del dolor de historia… ese es el cuerpo que tengo, a veces indistinto al cansancio; se machuca y no le importa, se pellizca con ganas. Las heridas aparecen y lo dividen en dos, cincuenta, veintitrés partes. Un pequeño cuerpo completo, hundido entre parcelas; se arman zanjas y delimitan tierras; se crean surcos para dirigir el curso de las cosas; se cortan territorios, todo con líneas de realidad,

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segmentos de pigmento rojo, amarillo, terracota. Cortes de parcela, baldíos deformados, pared de ladrillo… rosada y cremosa, con un ligero silencio vuelto concreto para cimentar casitas. -“Sumercé, mejor deshierbe o si no nos llena de sangre el sancocho”. Acuérdese, el dedo no duele, pero el cuerpo padece. ¡Qué capricho el de esa herida! Delgada llaga de mis despistes; olvidos de mi cuerpo que engañan el cansancio, ¿Y yo quí hago entonces? Deshierbo la hierba mala. ¿Cuál mala hierba? La que nunca muere. Me dijeron que me pusiera a hacer eso, o si no las demás plantas traían del bulto. Cuidado con el retamo, ¿cuál? el espinoso. A ese sí le encanta acaparar la sabana. “¿Y entonces qué hago, sumercé?” “Haga lo posible pa’ esconder las espinas, siga deshierbando y espere al sancocho”.


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No es lo mismo las curas que una cura, pero hoy, aquí, hacemos una apología a esas pequeñas tiras adhesivas que con su centro nos permite cubrir una zona específica para proteger una herida, de esas que nos afligen; heridas por un dolor físico o moral, de esas heridas que nos inquietan, nos perturban o nos hacen cuestionarnos para que al final encontremos una cura. Hansaplast curas


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Corta deriva en internet sobre la palabra cura Al escribir la palabra cura en Youtube aparece de primeras una canción del reggetonero Dalmata que se llama La cura. La canción habla de un hombre que tiene la cura para “el estrés y el depress” de las mujeres; a ese hombre lo llaman “Doctor sex”. Al escribir la palabra cura el buscador de Youtube completa de esta manera: “cura para el alma”, “cura siniestra”, “cura para el cáncer”, “cura le pega a mujer”. La última me llamó más la atención, así que escogí esa. El título del video es “SACERDOTE CATÓLICO, DA ATROZ GOLPIZA A MUJER EN PLENO BAUTISMO...”, así en mayúsculas, así con

esos puntos suspensivos al final. El video es una noticia de un noticiero brasileño; la imagen está tan deteriorada que las caras de las personas se ven borrosas, no se entienden las facciones. En medio del bautismo una mujer negra con una falda morada le dice “palhaco” al cura (blanco); me imagino que eso quiere decir payaso. El cura le responde “payasa, usted”; luego, le echa en la cara el agua bendita y luego la agarra a golpes. No entiendo qué dice el locutor, pero parece que se estuviera divirtiendo. Lo que más me llama la atención de este video es el cambio de categoría simbólica que tiene el agua. Al

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principio es el agua bendita, distinta del agua común, agua que cuando echada al bebé simboliza su bienvenida a la comunidad de creyentes. Cuando el cura es llamado “payaso”, por razones que desconocemos, pierde sus cabales y utiliza el agua bendita como arma, la rebaja simbólicamente haciendo que el ejercicio ritual pierda su validez y, por tanto, rebajándose simbólicamente a sí mismo, como oficiante de dicho ritual.


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¿Para qué podría llegar a necesitar un condón a la intemperie? Una manera muy obvia de responder a esa pregunta: el condón mantiene afuera lo que está fuera, y lo que está adentro, dentro, y esta Escuela se trataba de estar siempre afuera. Me parece una linda metáfora. Pero en lugar de responder con una metáfora tan obvia, como esa aquí, va una lista de usos alternativos de un condón:

01-  Como guante (o media impermeable): digamos que se te cae algo dentro de un inodoro público. Yo lo dejaría ahí, pero si deseara recuperarlo, y no tengo un guante a la mano..., ya sabes para qué el condón. Lo mismo para la media… 02-  Por esa misma línea, puede servir como bolsa protectora impermeable para aparatos electrónicos. La misma situación: por algún motivo es posible que se te caiga el celular en un inodoro público. Para ahorrarte el mal rato, usas dos condones: uno lo pones al celular, y el otro lo usas como guante para sacar tu celular (seco) del inodoro. 03-  Como amarre plástico. 04-  Banda elástica (en Youtube hay unos tutoriales de cómo se hace una cauchera usando un condón en lugar de elásticos).


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05-  Como globo. 06-  Compresa congelada o juguete erótico helado. 07-  Iniciar una fogata: el material es realmente inflamable. 08-  Lustrar zapatos de cuero (en este caso, se sugiere que el condón sea de los lubricados). 09-  Para transportar agua.

(recomendación: cuando se trata de darle usos alternativos a los condones es recomendable que sea un condón no lubricado).

Espacio común Los planes de desarrollo distritales han optado por canalizar los ríos que atraviesan Bogotá, lo que ha tenido un impacto no colateral, al convertirse en lugares desagradables, peligrosos y contaminados por basura y aguas negras. Una lectura detallada de la expansión de Bogotá desde sus inicios coloniales revela un paisaje de la sabana compuesto de complejos sistemas hídricos, provenientes de los páramos, que acompañan a la ciudad a lo largo de su frontera oriental. Los ríos, y el agua que consigo llevan, componen un elemento esencial de la construcción del paisaje ecosocial del Antropoceno. Más allá de su función simbiótica con la vida orgánica en el planeta, los sistemas fluviales han permitido la conexión de regiones y zonas, para establecer complejas rutas de comercio y conquista. Los flujos de información entre sociedades y regiones, desde la fabricación

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de herramientas hasta la divulgación y migración de cientos de especies, han dependido de la red hídrica que une el tejido geográfico. De hecho, no es coincidencia que el lenguaje utilizado para entender la información —especialmente la producida en la era digital— se entiende desde el lenguaje de la fluidez y los estados del agua: océanos de datos, nubes de información, flujo de ideas. Bogotá, más que la mayoría de otras ciudades capitales, está construida en una sabana abundante en agua; un complejo sistema fluvial que se vuelve esencial en el entendimiento del espacio público y su construcción social. El crecimiento de Bogotá hizo necesaria la canalización de los ríos para controlar el flujo de agua, que era en su mayoría un gran complejo de humedales, que permitía tierras fértiles de gran importancia para el balance ecológico de la región. La canalización de estos ríos conduce y materializa una ideología estática e inmutable del control humano sobre el espacio. Y al aislar los ríos de sus dinámicas, y convertirlos en caños llenos de basura y deshechos, que acogen gran parte de los habitantes de calle, tapando los sistemas de comunicación, direccionando y segregando en el proceso de modernización de la ciudad, se eliminó la noción del paisaje como monumento, esencial para las comunidades indígenas que habitaban este mismo territorio. Los corredores de conectividad se han convertido en un concepto esencial en la definición contemporánea de la frágil interdependencia entre distintos sistemas


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ambientales. Los ríos, como sistemas que permiten la comunicación y el intercambio de información, componen corredores de conectividad informática y tecnológica —desde el lenguaje, hasta los desechos finales de la economía global—. Al expandir la noción de corredores de conectividad ambientales a los sistemas hídricos de Bogotá, se puede comprender la ciudad desde la construcción y definición de corredores informáticos-históricos-ambientales, a la vez como espacios que permiten la circulación de ideas, agua, especies, información. Si el sistema moderno de alcantarillado y canalización en Bogotá reemplazó la red hídrica, ¿qué conectan los corredores de agua contemporáneos de la ciudad? El ejemplo del río Fucha provee pistas sobre la genealogía del agua en la ciudad, especialmente en términos de su propiedad. En una defensa del municipio en el asunto de aguas publicado en 1905 y titulado Aguas del río San Cristóbal o Fucha, se esclarece jurídicamente la propiedad de las aguas de la ciudad de Bogotá, como parte del denominado Común, es decir, el gobierno representativo y público del espacio de la ciudad. El Fucha desempeñó un papel importante en el desarrollo de la ciudad, siendo sus aguas las primeras que permitieron el crecimiento de la población en la época colonial. El reporte dice, “En efecto, del agua de ese río fue de la primera de que hizo uso la ciudad de Santafé para proveer á las necesidades de sus habitantes, pues el Acueducto llamado de la Aguanueva no se construyó sino más de dos siglos después”. Es decir, la apropiación de los

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sistemas hídricos bajo el concepto de lo público permitió la definición y uso de las aguas del Fucha y de los demás ríos de Bogotá por parte de la gobernación del Distrito Capital. La evolución de esta concepción del Común, especialmente desde la violenta expansión de las políticas neoliberales y de privatización, engendran un sistema donde las aguas terminan siendo caños de desechos, propiedad del Estado y sus más cercanas corporaciones. De hecho, el reporte de 1905 establece el decreto del uso de las aguas de la ciudad, estableciendo que “no solamente de esas aguas [la del Fucha] es dueño el Municipio, sino de todas las que lo rodean, como lo prueba más que ningún otro el Acuerdo número 23 de 1886 […] Por ese Acuerdo la Municipalidad cedió á los contratistas todos los derechos que tiene sobre el uso de los ríos, quebradas, fuentes y vertientes, etc.” ¿De qué manera se puede repensar el sistema de apropiación y uso de los corredores de conectividad que proveen lo ríos, en una Bogotá hipermoderna, definida por una intensa segregación ideológica-espacial? Desde 2012 un grupo de jóvenes del barrio San Cristóbal, donde el Fucha aún recorre su cauce entre piedras y vegetación, comenzó a recoger basura del río y a caminar los senderos olvidados por el tumultuoso avance de la ciudad. Paralelamente, la Mesa Local de Agricultura Urbana de San Cristóbal desarrollaba un proyecto de red de huertas urbanas, desde donde planteaban la preocupación de no contar con miembros jóvenes para enriquecer la labor. En 2014 el colectivo TierrActiva llega al


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barrio y propone hacer un proyecto que hiciera las veces de puente entre estos grupos generacionales. Así, nace la idea de recuperar un potrero abandonado y utilizado como basurero a las orillas del Fucha y convertirlo en un aula ambiental que contiene veinte especies diferentes de árboles nativos y una huerta comunitaria al aire libre, lo cual está actualmente mantenido por la comunidad y funciona como centro de encuentro, aprendizaje y celebración de la naturaleza. El flujo de especies, de agua, de información y de historia cruza los ríos de la ciudad, conectando posibilidades de recuperación de los territorios. Si bien no se puede descanalizar el sistema hídrico de la ciudad, se puede partir de los mapas que revelan esta red para resignificar el espacio público. Incluso, entender la importancia de los ríos como fuente de construcción social y simbólica permite la colectivización de esfuerzos por la recuperación de estos espacios y la redefinición de lo verdaderamente Común.

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Velcro, proveniente de una contracción francesa entre la palabra velours (terciopelo) y crouchet (gancho). Su patente, exclusiva de su inventor suizo George de Mestral, inspirado por paseos con su perro por los bosques alpinos, caducó en 1978. Los astronautas de la NASA popularizaron este útil invento, ya que les facilitaba vestirse con sus aparatosos trajes. Los diminutos ganchos se aferran, de manera casi que existencial, a un pedazo de tela, desgarrado por la constante fricción de sus inseparables compañeros. Hay algunos velcros mucho más resistentes que otros, pero todos se aferran a la posibilidad de unirse, de ensamblarse de tal manera que la separación necesita de una fuerza externa, mucho más enérgica que aquella usada para soltar a alguien de un abrazo. Deambular por las calles con velcro puede ser bastante inútil, a menos de que queramos un recordatorio constante de la posibilidad de amarrar —y, por ende, también soltar—. Los ganchos se vuelven casi violentos, utilizando su fina y delgada estructura para proponer una unión invencible entre dos superficies aparentemente distintas. Como un garfio de piratas, el gancho del velcro puede volverse un símbolo de la violencia del apego, una superficie carrasposa que logra adherirse a cualquier tela. El sonido del velcro zafándose (ese “wusshhh” momentáneo), que se puede prolongar con las mociones de la mano, me remite al vértigo que siento cada vez que pienso en dejar un lugar al que me acostumbré (de nuevo). De repente el velcro puede volverse un amuleto. Voy a cargar con uno de ahora en adelante.


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Preferí ir al Barrio Santa Fe que al cumpleaños de mi suegra Caminemos, adentrémonos en la urbe y verás que eso a lo que tanto le temes, lo que tanto te ha hecho daño y a lo que atribuyes toda tu desgracia puede estar lleno de historias maravillosas. Úntate de andén, de centro, de ciudad, de mierda mientras caminas. Úntate de historias, de siliconas, de relatos de otras pieles, de canciones averiadas y carcomidas por el tiempo y la desgracia, pero hermosas. Úntate de niños tras cortinas aterciopeladas, encerrados, jugando entre pixeles rosados, rosa, violeta, rojizo, marrón, color piel. Obsérvalos desde afuera, escondidos tras pieles movedizas, pieles de todos los colores, pieles heterogéneas y con relieves, transformadas, destruidas y reconstruidas, ondeando no por aire, sino estupor. Úntate de casas antiguas, de luces de neón, de ventanas averiadas, de uñas pintadas y nalgas paradas. Úntate de sus voces, tan femeninas pero poco agudas. Úntate y sentirás un poco más el palpitar de la ciudad, la ciudad que tanto duele y deleita a la vez, la ciudad que te llama a perder la virginidad, no genital, sino mental. Úntate y descubrirás que las más monumentales, rígidas y permanentes fronteras no son las de piedra, sino los muros cimentados en

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tu propia mente. Y esos muros se materializan invisibles en la ciudad, configurando límites impalpables pero presentes, límites que confinan y que desplazan, que aíslan y carcomen, que tergiversan las distancias. Son esos límites los que te hacen temblar los sesos cuando te asomas con prevención a una puertica de la Caracas con veintidós y ves una pantalla gigante en la que una de ellas penetra con su enorme falo a la otra por el ano y ves que esta última tiene unas tetas mil veces más grandes que las tuyas y no solo te tiemblan los sesos sino algo más. Vibraciones por doquier, una especie de cortocircuito en el orto, entre las nalgas, entre el vientre, y piensas en lo normal que crees ser, en tu cuerpo normal, tus senos normales, tu barriguita normal, ombligo normal, brazos delgados normales, pelo normal, manchas normales, lunares normales, vida normal, normalizada, sometida, oprimida por la normalidad y sus mentiras. Mentirosos todos los que transforman la ciudad, presuntos genios creadores que pretenden incluir, pero en realidad olvidan, solidificando lentamente las barreras pertenecientes a su propia mente. Caminemos otro poquito y descubrirás cuerpos dentro de cuerpos dentro de cuerpos dentro de cuerpos dentro de espíritus que nacieron dentro de cuerpos dentro de cuerpos dentro de cuerpos dentro de cuerpos construidos. Destruye tu cuerpo mientras caminas por este barrio; destruye tu intelecto y desaprende; desbarátate como las casas, infla tu interior y llénate de valor; admíralas ahí paradas: un metro y medio de piernas, dos balones de nalgas, minifalda, ombligo salidito y la más envidiable y larga cabellera. Que no te importen las miradas


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que territorializan; que no te importen las jeringas que entran en sus venas; que no te importen los vidrios rotos, los borrachos extranjeros confundidos y enguayabados; que no, que no, que no. Simplemente deja de ser tú mientras paseas; mírate en ese espejo con un hueco en el medio; fantasea acerca de qué parte de tu cuerpo dejarías ver a través de él; sube las escaleras, abraza el hogar de Daniela y disfruta la vista desde las alturas: todo sigue siendo horriblemente hermoso, delirante, sublime. Imagina el prominente, extranjero y pretencioso rascacielos que se alzará a tres pasos de allí; imagínate que te cagas en él; imagina a todos los habitantes del barrio y de la calle bailando y gozando en sus terrazas; imagínalos resistiendo; imagínalos transcochando, transfiriendo, transpirando, transmutando, transmitiendo, transportando, transformando, transvertiendo, transvistiendo, transbordando, transgenerando. Transgenera tu estructura mental y, si quieres, tu cuerpo. Acepta tus cambios de piel; visualízala caída sobre la calle: una alfombra no roja sino multicolor, multirelato, multidimensional. Desfila sobre ella y descubrirás que nada más importa: es tu propia piel caída la que sostiene tu camino, tu guardaespaldas perpetuo, tu conexión con el asfalto y las basuras, con las escorrentías y charquitos, con las alcantarillas y sus ratas. Dale un besito a una casa y regresa caminando de ladito a la Caracas. Caminemos, adentrémonos en la urbe y verás que eso a lo que tanto le temes, lo que tanto te ha hecho daño y a lo que atribuyes toda tu desgracia puede estar lleno de historias maravillosas.


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Fosforitos Love Poem We have plenty of matches in our house We keep them on hand always Currently our favourite brand Is Ohio Blue Tip Though we used to prefer Diamond Brand That was before we discovered Ohio Blue Tip matches They are excellently packaged Sturdy little boxes With dark and light blue and white labels With words lettered In the shape of a megaphone As if to say even louder to the world Here is the most beautiful match in the world It’s one-and-a-half-inch soft pine stem Capped by a grainy dark purple head So sober and furious and stubbornly ready To burst into flame Lighting, perhaps the cigarette of the woman you love For the first time And it was never really the same after that All this will we give you That is what you gave me I become the cigarette and you the match Or I the match and you the cigarette Blazing with kisses that smoulder towards heaven Jim Jarmusch (dir.) Paterson [movie]


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Gataz bquysqua 1 Cuando vi la cajita tras el plástico, sentí encontrar una especie de juguete mediobsoleto y me llené de nostalgia por aquellos días en los que jugaba a encender fósforos con las uñas. También, lograba hacerlos arder contra el cemento del andén e imaginaba que podía prenderlos soplándoles un poquito. Eran acompañantes de mis paseos adolescentes por el parque y mi salvación cuando se iba la luz y estaba sola con los fantasmas del apartamento. Ese día, después de haber estado toda la tarde en el cementerio pidiéndole a las ánimas que me ayudaran a sobrellevar otro fuego que llevo dentro mío y que arde constantemente, estuve en la casa de esa chica tan guapa y relajada que me hace sentir tremendamente rígida y hasta fea. Pidió a gritos un encendedor y al sacar de mi morralito una bolsa ziploc, y de ella una caja de fósforos, me miró asombrada. Encendió la vela, luego el cigarro y me contó una historia de amor en la cual cuando por fin se atrevió a hablarle para pedirle candela, él se acercó y le pasó una cajita de fósforos que aún conserva. Las llamas de los fósforos son fugaces e impermanentes, como todo, ¿no? Se prende el fosforito y tenemos solo unos segundos para aprovechar lo que ofrece. Se va desvaneciendo la deliciosa llama e intentamos aferrarnos a ella, cálida y hermosa, envuelta por ese exquisito sonido rugoso de copas de árboles azotados por una fuerte brisa. Tan fugaces esas llamitas 1

Gataz bquysqua significa en idioma muisca “hacer fuego”.

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como el sentimiento de familiaridad que uno experimenta ante personas desconocidas que ve en la calle, o de fascinación, o de asco, o de impotencia, o de dolor, o de “ven y conócete conmigo que tengo mucho que ofrecerte a ti, llamita hermosa que apareció en mi vida”. Y pretendemos recordar esos rostros-llamitas que se nos cruzan instantáneamente en la vida. Intentamos aferrarnos a ese momentico de placer, de deseo, de curiosidad, de repugnancia, desasosiego, de inquietud frente a esa flama que nunca será nuestra y que nos deja tirados en un andén de algún lugar, de alguna ciudad, tristes, queriendo esa pequeña y deliciosa lucecita calientita. ¡Tan feo el plástico de los encendedores! ¡Que revivan los fósforos para meternos a dormir con ellos hasta que llegues tú y me enciendas y veas cómo mi llamita de amor es impermanente y te dará solo un poquitico de calor en esta fría y rara urbe en la que ya nadie baila alrededor del fuego! Aunque tal vez ellos sí, los más guerreros de esta ciudad, los que cagan esos bollos anaranjados-terracota-violeta-verdes-azules que casi pisamos en el centro y verás que el fuego sigue vivo, que en las cuevas de Bogotá lo podrás encontrar, que debajo en esos túneles que no conoces hay alguien prendiendo uno, prendiendo un fosforito de calle y gritando: “¡Qué felicidá’ hermano, tenemos un poquito de fuego que me encontré en esta cajita de fósforos dentro de una bolsita de plástico dentro de un morral!” No me robaron el morral, pero imaginé perderlo y que alguien que sí vive en la calle lo encontraba y se maravillaba con tan insólitos tesoros que se escondían dentro de una bolsa de plástico


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semigaláctica que tiene un cierre hermético no antirrobos, pero sí antiagua. Y me alegré al pensar que lo más valioso sería la cajita de fósforos; la cajita de instantes de calor y amor; de cantos alrededor de la fogata; de conjuros cosmogónicos y de meteoritos; de velitas derretidas frente al edificio de esa niñita violada por un hombre obsesionado con el aceite, y seguramente también con el fuego. Tal vez ahora deje cajitas de fósforos por ahí, para que muchos las encuentren y se deleiten con su llamita e imaginen de dónde venía, quién la dejó, y tal vez prendan un cigarro como ella, o un porro, o un forro, o un morro, o hagan una fogata y el cielo se llene de humos tan coloridos como su mierda, o de candelas, o de estelas; y tal vez se incendien los cerros y todo sea mi culpa por imaginar que el fuego puede darle amor a cualquiera, o tal vez nada pase, se empapen y queden aplastados por la llanta de un carro donde alguien, afanado y agotado, detrás de unos frenéticos e insoportables parabrisas, se fuma un cigarro encendido con ese artefacto metálico, horrible y antipático que se encuentra al lado del radio.

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La casa pública […] sacar la casa al mundo, y fundar allá fuera un intercambio de perspectivas domésticas, […] implica crear un espacio comunicativo inédito, que no sea ni casa ni calle, sino otro, semiprivado y/o semipúblico, entre cuatro paredes pero con las puertas abiertas. Ni casa ni calle, por lo que se llamó ‘casa pública’. Pablo Fernández Christlieb, El espíritu de la calle: psicología política de la cultura cotidiana, Barcelona: Anthropos, 2004.

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Había algarabía. Hacía calor. Era un día especial, uno que se daba solo una vez al año. Recuerdo que siempre me preocupó la proximidad de los ‘años viejos’ a los carros: tanto fuego en potencia cercano a tanto combustible en reposo. Pero a nadie más parecía preocuparle. Las sillas Rimax estaban enfiladas mirando hacia el escenario compuesto por la calzada y los incendiarios años viejos, mientras que los sofás que las acompañaban hacían pensar que las casas habían escupido sus entrañas para la ocasión. Y era así: las personas hormigueaban entre las salas públicas vecinas, gritando, cantando, jugando, bailando, mientras el interior de las otrora dinámicas viviendas yacía vacío. Hacía calor. La abuela revoloteaba entre todas las casas menos la suya. En retrospectiva, la carga simbólica del añoviejo en medio de la calle, lastrando con todas las frustraciones y recuerdos del ciclo que terminaba, era la más potente de las expresiones de inversión de la domesticidad. La calle era casa, la liminalidad del umbral del hogar había sido transgredida. Al final, nunca se dio la temida explosión catastrófica, pero el fragor y el estrépito de la fiesta de rúa que seguía a la medianoche la hubieran convertido en un hecho irrelevante. El asfalto era alfombra y el espacio bajo la pérgola arbórea, pista de baile. Renacía la vida.


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Fuego Pensar en las maneras en las que estamos a la intemperie es pensar en el modo como nos adaptamos y cómo construimos estructuras sociales, políticas y físicas. Es nuestro entorno a cielo abierto donde nuestra relación con el mundo se configura, y aquello que llamamos instinto se inventa constantemente. A diferencia de los animales, que responden a la genética de sus cuerpos, y su capacidad de adaptación a cualquier cambio en el entorno depende y llega hasta donde sus atributos lo permitan, los humanos no estamos atados a un tipo de reacción específica, por lo que podemos ser muchos tipos de humanos de acuerdo con cada situación, en la que paradójicamente el cuerpo no es un factor determinante. El cuerpo de los humanos es mudo, no dice nada, no demanda nada, no insiste en nada. Nuestro cuerpo está a la espera de recibir lo que le entreguemos de una forma consistente con una configuración social o natural. Lo que nos distingue del caballo, entonces, es que su instinto siempre está ahí de comienzo a fin, mientras que el nuestro lo acumulamos a lo largo de la experiencia y el aprendizaje; en consecuencia, podemos desaprender siguiendo el mismo proceso. [Texto en proceso]

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Corta deriva en internet con la palabra fósforo 01-  Al escribir la palabra fósforo en el buscador de Youtube lo primero que aparece es un video que se titula “Yo quiero mi yoyo John Leiner Mora, Fósforo”. El video está en una resolución máxima de 240 p, la peor. La textura del pixel es protagonista; el video es casi completamente azul. El motivo de esto es que estamos en el set de Sábados Felices que es azul y la camiseta de John Leiner Mora, Fósforo, es azul rey. El sonido debe tener poca amplitud de onda: los bajos son inexistentes, solo hay una paleta de medios y altos que algunas veces no dejan entender las palabras del comediante. John Leiner Mora, Fósforo, es negro, nos explica que viene del “gran departamento del Chocó”, un lugar que cuenta con una gran variedad de frutos. Dice que el motivo de esto es que los suelos son muy fértiles. Hasta ahí, todo normal. Luego, dice que cuando hay muchos frutos hay controversia entre los frutos, justo en este sabemos que el chiste ha empezado, pues ya dejamos atrás el momento del contexto. La técnica que utiliza es la prosopopeya, esto es, atribuir características humanas a objetos inanimados, por ejemplo a una fruta. Dice John Leiner Mora, Fósforo, que una papa y un plátano estaban debatiendo quién era mejor


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en el sancocho. Dice el comediante que se calentaron los ánimos, en un juego de palabras que no hace reír, pero que ciertamente es ingenioso. La historia toma un giro cuando la papa saca un revólver, y “desde la otra esquina” el plátano saca una pistola. Parece que la papa y el plátano no pudieron resolver sus diferencias hablando, o por lo menos John Leiner Mora, Fósforo, omite esa conversación para pasar a lo más jugoso (sangriento) del chiste. Continuemos: el público suelta una carcajada cuando John Leiner Mora, Fósforo, nos cuenta que el sonido del revólver de la papa era “pa-pa-pa”; ríe otra vez (no tanto) cuando nos cuenta que el sonido de la pistola del plátano era “tajada-tajadatajada”. John Leiner Mora, Fósforo, nos narra que en el momento más álgido de la pelea el plátano “se vio muy azarado” y decidió sacar su arma secreta: una granada. Ya podrán imaginarse los que leen esto que el sonido que hizo la granada fue “¡PATACÓN!”. El resultado: la papa ya no era papa sino puré, y el plátano demostraba de esta manera que él era el más bueno en el sancocho. Qué ironía que el más bueno sea el más malo. Quizá habría que leer entre líneas y ver qué hay detrás del chiste de John Leiner Mora, Fósforo, de origen chocoano. Tal vez en su idiosincrasia, por haber nacido donde nació, quizás en un contexto de violencia, quizás en un contexto de exclusión, en uno de los departamentos con menos presencia del Estado, tal vez por todo eso es que John Leiner Mora, Fósforo, propone un sancocho violento. El sancocho es violento, claro, pero debería ser solo violento porque uno

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probara una cucharada, con papa y plátano (juntos) y tuviera que decir: “¡Qué sancocho tan violento! 02-  Al escribir las palabras matches in movies la primera opción del buscador de Google es una entrada de la página de Movie Database. La película es Matches, del año 2013, del director Kenneth J. Coughlan; la puntuación es de 8,8 sobre 10. Un usuario anónimo presenta este resumen: Sometimes the people who need us most are the ones we fail to notice. Inspired by Hans Christian Anderson’s classic short story ‘The Little Match Girl,’ this modern short film tells the tale of ‘Matches,’ a poor girl who is invisible to the world around her. After a particularly cold night she meets a mysterious figure who calls himself ‘Gabe.’ This introduction leads Matches to a reality where she is warm, fed, and always loved. But not everything is necessarily what it seems.


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El cadáver1 En su versión latina, el vocablo cadáver está compuesto de tres términos con significado propio: caro (carne), data (dar) y vermibus (gusanos), ‘carne dada a los gusanos’. [p. 14] […] […] los ‘cortejos’ del muerto empiezan desde la aparición de este ‘cadáver en potencia’, y no necesariamente desde la muerte corporal como tal. «Aún antes del fallecimiento, si es claro que morirá, se le puede empezar a llorar y despedir. Si no acaba de morirse, se puede incluso pedir una bendición especial al cura para que le ayude a morir. Es que la muerte no es el fin, es un tránsito» (Albó, 2007, p. 138). [p. 10] […] […] el despechado es un muerto en vida, un personaje que ha perdido su corazón, que no sabe dónde está su pecho (des-pecho), lugar del cuerpo donde se siente la tragedia de amor. Es por lo tanto «un dolor, un vacío en el alma» (Cuéllar, 2010, p. 19). El despechado se convierte en un 1

Fique Morales, Simón. Fragmentos del artículo de “El cadá-

ver está vivo: manifestaciones y transgresiones del cuerpo de la muerte en el norte del Tolima”, Revista La Múcura, núm. 1, II semestre de 2013, Departamento de Antropología, Universidad Nacional de Colombia, pp. 5-19.

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cadáver vivo, puesto que es un cuerpo que ha perdido su rumbo, que erra, pero que está vivo ‘medicamente’. Esto pone en evidencia un hecho […]: la línea que separa la vida y la muerte es una línea difuminada, inconcreta, en la que el cadáver […] salta de aquí para allá sin seguir una lógica determinada. […] Entonces, el ‘cadáver médico’ no es muestra irrefutable de la muerte, puede estar vivo. El ‘muerto médico’ se encuentra en un estado liminal en el que, recordando la explicación […] sobre el despecho, el muerto está ‘perdido’, vaga y no se sabe su dirección, su condición ni su destino. En el momento de la muerte: se trata al recién finado casi como un ser vivo pero a la vez con una relación de inseguridad y temor por pertenecer ya a otro mundo. Este contraste entre vivos y muertos se marca entonces con varios signos. Por ejemplo, se ajusta una cinta en el cuello del finado para expresar -y quizás asegurar- que está bien muerto (Albó, 2007, p. 139). [pp. 11-12] […] La presencia corpórea del alma puede rastrearse en distintos fenómenos. En los Andes centrales, durante las celebraciones de la Fiesta de las Almas (Todos los santos, 1 y 2 de noviembre), cuando la comida para las almas está servida, «todos están atentos para interpretar cualquier


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signo que indique su llegada: la presencia de una mosca, una brisa, el nivel de líquido, la comida algo agria, que indica que el alma ya se ha servido» (Albó, 2007, p. 144). El alma, en medio del intercambio ya mencionado, concede favores, influyendo directamente en la vida de las personas, en su medio económico e incluso amoroso (cuando se trata de un acto de brujería), en la fortuna y en la desventura. […] empieza su acción incluso antes de la muerte, aunque con otras características, y con otro grado de incidencia. Allí se trataba solo de ruidos, aquí se trata del destino de una persona. Porque el alma no solo concede favores, sino también puede ejercer el acto corpóreo mayor, puede causar la muerte. [p. 15]

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Estuve pensando en qué lugar cabía este texto y anoche, en un sueño donde hablaba con alguien sobre el tema, me dijo que en el kit de intemperie ya estaba incluido este elemento y no lo vimos: “el anonimato”, porque es invisible, más tarde sacó la cabeza y apareció anónimamente en las charlas de cómo queremos que sea la publicación de la Escuela de Intemperie y se apropió de ella de forma anónima. El primer encuentro en el Monumento a las Banderas fue como el primer día del colegio o la universidad: algunos ya se conocían de antes, pero una buena parte de los participantes era anónima, con todos los temores y expectativas que puede producir esta situación. Esta es una sensación que vivimos cotidianamente cuando vamos a un lugar donde nos relacionaremos con otras personas, algunos se preparan durante horas para ir, dependiendo de la importancia del evento: van a la peluquería, compran ropa, estudian sus palabras, llevan regalos, tarjetas. En la calle, en la intemperie y en el transporte público (bonita contradicción) somos anónimos. Algunos aprovechan este anonimato y escriben sus grafitis en las paredes. Durante varios años estuve viendo lo que sucedía en la Universidad Nacional: el primer día del semestre los muros estaban blancos; luego, poco a poco, se fueron llenando de grafitis, y alguien en administración decidió pintar sobre ellos con gris. Después los estudiantes volvieron a pintar sobre el gris, y así continuó durante el semestre.


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El resultado de este proceso era una especie de pintura abstracta que ocultaba y mostraba a través de transparencias lo que sucedía. Las consignas se negaban a desaparecer y reaparecían debajo del gris, enmascaradas como sus autores: allí se podían leer estas acciones anónimas de los estudiantes y de los obreros encargados del mantenimiento que obedecían las órdenes de la administración; era un diálogo y una lucha política. Uno de los grafitis que más me gustó fue «Gris go home». La palabra anónima tiene muchas connotaciones tanto positivas como negativas. Se habla de la mujer anónima, el héroe anónimo, las sociedades anónimas, al pueblo anónimo, la denuncia anónima, el panfleto anónimo, la amenaza anónima, los benefactores anónimos, el movimiento Anonymous: Anonymous es la primera superconciencia basada en Internet. Anonymous es un grupo, en el sentido de que una bandada de aves es un grupo. ¿Por qué sabes que son un grupo? Porque viajan en la misma dirección. En un momento dado, más aves podrían unirse, irse o cambiar completamente de rumbo. Landers, Chris, Baltimore City Paper, 2 de abril de 2008 (citado en Wikipedia, entrada ‘Anonymus’; disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/ Anonymous)


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Esta es una imagen tomada el sábado 18 de febrero de 2017: una vista del complejo arquitectónico BD Bacatá desde el Cementerio Central de Bogotá, justo antes de que termine su construcción. El Cementerio Central, la ciudad de los muertos de la capital colombiana, guarda los restos de figuras históricamente relevantes. La memoria del país, centralizado en la sabana de la cordillera oriental, encuentra sus referentes históricos en los restos de este espacio pseudorreligioso, donde todos los lunes los ritos de los devotos canonizan tanto a los muertos que aparecen en los libros de historia, como a aquellos olvidados por la educación.


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El cementerio marca un giro de tuerca en el desarrollo de la ciudad, permitiendo el control de la salubridad de la ciudad que ya para 1836, el año de su construcción, había alcanzado un nivel crítico. Primero fue llamado el Cementerio Universal; es decir, el lugar de las narrativas hegemónicas, el espacio que contiene todo el espacio imaginable: toda la historia y el pasado, condensados en monumentos de rememoración. La piedra tallada se convierte en una herramienta mnemónica, un símbolo de la continuidad del poder, en el callejón de los expresidentes y de la historia fija, estática, que invierte sus energías en mantener dicotomías binarias de poder.

Esta es una imagen tomada de un vídeo promocional para el complejo arquitectónico BD Bacatá. La imagen es un render o, en otras palabras, una simulación digital de un futuro proyectado para el desarrollo urbano de la

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ciudad. Las torres casi terminadas que se ven detrás de la fotografía del cementerio (retratadas con cámara de celular), se pueden ver desde cerca, en una realidad virtual aún más certera que lo que nos permite nuestro limitado campo de visión. El espacio de simulación virtual y el espacio fotográfico constituyen el imaginario de este espacio (privado-público), y definido por interacciones, sobre todo informales. El mapa virtual del cementerio, una imagen satelital que nos permite ver la necrópolis a partir de los ojos de un dios siempre vigilante, remite la materialidad del espacio a una imagen homogenizada de la ciudad. El mapa virtual inmortaliza un determinado momento como único y eterno, de la misma manera en que la roca de los monumentos intenta frenar el paso del tiempo y fijar la memoria histórica del país en lo intransmutable.


Intemperie

El cementerio condensa el pasado, lo configura de manera legible, y lo presenta para la continuación de un presente interminable. El cementerio actúa como el memento mori del lenguaje, un recordatorio de la fragilidad no solamente de la vida, sino también de nuestros espacios de significación. En otras palabras, a la vez que se nos recuerda la finitud de la existencia, el cementerio actúa como un portal cíclico hacia la historia, construyendo relaciones de poder, pero inevitablemente revelando su fin. El deseo de inmortalidad materializado en los monumentos se encuentra con el paso inevitable del tiempo, el deterioro, y los rituales que resignifican tanto su uso como su espacio. El cementerio es a la historia lo que un oxímoron aliterizado es a la literatura. El render, por otro lado, es la condensación del futuro en un espacio virtual; la posibilidad de la experiencia del espacio, proyectado en un imaginario. La primera imagen del BD Bacatá desde el Cementerio Central intenta acercarse a esta imagen del pasado y el futuro condensados en un mismo espacio, tanto físico como simbólico. El memento mori se choca con la renderización digital del espacio. El imaginario del futuro, virtual y aislado de su contexto, se materializa en un proyecto arquitectónico que marca la fachada del desarrollo de la ciudad. Pasado y futuro se encuentran en una imagen, condensados en la muerte de la imagen, del deterioro de la historia y de la impermanencia de la memoria.

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o a las Banderas

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Cementerio Central

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Plaza de La Hoja Plaza de La Hoja-BachuĂŠ

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Intemperie

ISBN: 987-958-48-1679-5 Escuela de Garaje, vol. Intemperie Esta publicación es uno de los resultados de la Beca Red Galería Santa Fe, categoría de programación continua 2016. Se desarrolló el proyecto de enero a mayo de 2017 en diferentes locaciones de la ciudad de Bogotá.

Instituto Distrital de las Artes IDARTES

Subdirección de las Artes, Gerencia de Artes Plásticas

© Laagencia

Diego García Mariana Murcia Mónica Zamudio Santiago Pinyol Sebastián Cruz Calle 64 # 8-38 +571 2171619 www.escueladegaraje.com www.laagencia.net

Participantes

Alfredo Gil Marulanda Ana Milena Garzón Sabogal Aura Raquel Hernández Reina Carla Ramos Leaño Daniel Felipe Rodríguez Rodríguez Daniela Luna Torres Diana María Molina Medina Dumar Andrés Daza Pulido Eliana Marcela Urrego Polo Eliana Mejía Soto Fernando Cruz Flórez Iñaki Chávarri Urrutia Juan Pablo Pacheco Bejarano Julián Rodríguez Cubillos Lina Martínez Alba Natalia Leiton Castelblanco

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Nicolás Alexander Guardo Saldaña Pablo Quiroga Devia Paula Méndez Romero Sergio Marcelo Román García Simón Fique Morales

© Comité editorial

Alfredo Gil Marulanda Eliana Marcela Urrego Polo Fernando Cruz Flórez Juan Pablo Pacheco Bejarano Julián Rodríguez Cubillos Laagencia Natalia Leiton Castelblanco Pablo Quiroga Devia Paula Méndez Romero Sergio Marcelo Román García Simón Fique Morales

Invitados a las sesiones Casa B Darío Sendoya Zuluaga Manuel Villa Largacha Matilde Guerrero Piñeres Mesa de Agricultura Urbana del río Fucha Proyecto Pregunta Red Comunitaria Trans Tierractiva Vividero Colectivo

Impresión del libro

Lithocopias Septiembre de 2017, Bogotá, Colombia

Diseño

Estudio Machete www.estudiomachete.com



La Escuela de Garaje Volumen Intemperie toma como referencia a Tehching Hsieh, quien en su tercer performance de un año, no entró en edificios o refugio de cualquier tipo, incluyendo automóviles, trenes, aviones, barcos o tiendas de campaña. Se movió por la ciudad de Nueva York con una mochila y un saco de dormir. La Escuela adoptó este performance como metodología durante ocho sábados en Bogotá. La cuarta versión de la Escuela de Garaje es un momento más dentro de un proyecto de investigación en curso; un mapa contingente que ha resultado de los encuentros que se han propuesto sobre el territorio del arte+educación; una topografía que se construye y se transforma a medida que la habitamos y la recorremos con otros. En este caso, la regla establecida de permanecer a la intemperie permitió plantear una pedagogía espacial, y más específicamente, una pedagogía espacial pública.


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