La Huaca

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Lea atenta y cuidadosamente el siguiente cuento: LA HUACA

Llevaba catorce años de casado y había progresado mucho. Tuvo, por ejemplo, catorce hijos. El mismo, don Abraham, solía reírse y jactarse de su hombría. - Aún ni bien me acuesto a la cama: guagua Cuando los amigos le bromeaban, contestaba risueño: - La única diversión del pobre, señores. Pero en su interior, don Abraham sufría enormemente. Tuvo siete oficios y ninguno le daba lo suficiente para mantener a su “rondador de hijos”. Todos los días trabajaba, de seis a seis, en la carpintería. Si algún cliente le solicitaba, también extraía muelas con la misma herramienta de su oficio principal. Como era propietario de una gallera, los domingos atendía a los aficionados, alquilándola. El, por su parte, se pasaba entrenado a sus pollos, meses y mese, para desafiar a los galleros. Era de verlo en la cancha pidiendo careo. Chupándoles la cabeza sangrante a su “patepluma” y a su “guayabo”, y soplándoles alcohol debajo de las alas. A veces le iba bien, a veces mal. De todos modos nunca convalecía económicamente. Cuantas veces, después de la tarea diaria, en torno del fogón, se ponía a delirar con su mujer y sus hijos. - Mira, Isabelita –le decía a su cónyuge. Quizá tengamos suerte. Hacé reventar a esa gallina que ahora anda culeca. Criaremos los pollos, quizá salga algún buenazo para la pelea interprovincial que está anunciada para el próximo año… - El puerco que tenía donde el Capataz, hay que trérlo. Esta de parirlo con l`uña. Lo pesaremos nosotros mismos. Venderemos el tocino, la carne y nos quedará algo de manteca. La Blanca –decía refiriéndose a su hija mayor-tiene quìr al mercado a vender las tripas. - Quihaciendo, papá –protesto airadamente. Yo nuedir - Ve pis la chichosa –la reprimió su madre, doña Isabel. Ya tendrís quien te vea que no querís vender las tripas.


En tanto, su padre, muy exaltado y nervioso, reacciono malamente. Se puso de pies, tomo un cabestro y la castigó hasta alarmar a la vecindad. - Que le pasa, don Abraham, deje a la chiquilla. Ya la va a amatar, reclamaba doña “chiringa” que tubo que asistir al lugar del incidente. Yora quès pis, esto no sìa visto nunca… Cubrió a la ofendida con el pañolón y se la llevo a su casa hasta que le pase la ira la veterano. DespuésDon Abraham volvió en sí. La pobreza lo hacia reaccionar de esa manera. En días pasados casi lo mata a su hijo Luis porque rechazo una beca que le daban los curas de Quito para que se haga “Ministro de Dios”. Una noche, tres de mayo, para ser exacto, don Abraham se reunió con sus amigos en una cantina del pueblo. Tomaban un “cuartito de puro” y fumaban de los “de envolver”. Todo lo pagaría quien perdiera “a la buena” en el naipe. Cuando estaban un poco “jumos”, don Abraham les hizo una propuesta: Hoy tres de mayo, voy a cavar una huaquita. La tengo señalada Mañana amaneceremosricos; ¿ya? - ¿Eslejos? Interrumpió uno de sus amigos. - Pues eso es lo de menos. Para el “entierro” que existe mas debajo de mi casa, lo que hay que andar es poco. Yo lèy visto brillar a cada rato debajo de un cerote, cerca de la quebrada. Todos aplaudieron la idea y, sin mas vacilaciones, salieron a cavarla. - Talac, talac, talac – sonaron las herramientas que llevaron de sus casa para perforar la tierra. Sí, “allisito” era. Allí la vio arder en sus nochesde insomnio. Allí cuadráronse las varillas de San Cipriano. El viento de media noche volteaba, a cada instante, los faroles improvisados con espermas de a veinte centavos. Un barrazo dio, seguramente, con el cajón que contenía el tesoro. A pesar del frío, sudaban. Se disputaron, los cuatro amigos, la primacía para levantar el cajón. Empezaron a “construir castillos en el aire”. Don Abraham era quien mas discutía,

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¡Yo los traje, maldita sea! –Yo me llevo la mejor parte. ¡Mañana seré rico! Saldré de `ste pueblo miserable” Me compraré una casa linda, todo!... - Talac, talac, talac-seguía sonando la barra. - Pero ahora estaba la tierra mas dura. Luego se hizo hueso, piedra impenetrable. Arreciaba más y más el viento. Sellevó en el aire los faroles. Las tinieblas por doquier. - No vis, ambicioso –replicó uno de sus compañeros. Por repartir la plata antes d`iora, se fue la huaca. - Despuésembistió una “visión” a los huaqueros: un toro que lanzaba fuego por los ojos. - ¡La tentación, la tentación! –gritó uno de los hombres, y, abandonado las herramientas y todo, echaron a correr, cada cual por su camino… Al día siguiente, don Abraham se fue con su Isabelita a ver la huaca. Solo había una fosa enrome, un montón de tierra a la orilla y las herramientas habían desparecido. Retornaron a su hogar más tristes que antes. La mujer ya no podía caminar con su vientre enorme. Esperaba otro hijo. Era domingo, a lo lejos, las voces de los galleros, pedían careo para el “guayabo”. La cancha era un infierno. - ay Isabelita –sequejaba don Abraham. Vamos, vamos, el que nació para medio nuca llega a ser rial…


Tomado del libro “Cuentos del Carchi” de Fèlix Yèpez Pazos. Colecciòn Rumichaca Nº 33 p. 95


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