CAPÍTULO III: INSTITUCION DEL MATRIMONIO Y AMOR CONYUGAL Objetivos: Conocer la naturaleza y características del amor conyugal. Desarrollar la importancia del dialogo conyugal. Conocer las diferentes etapas de la vida de pareja y aspectos esenciales de la psicología diferencias. El matrimonio es amor conyugal, pero además es institución matrimonial, es decir, la institución del amor conyugal. El matrimonio ni es sólo institución, ni es sólo amor; es la institución del amor conyugal.
El acto por el cual los esposos comprometen entre sí este específico amor conyugal con una realidad actual y presente, y no como simple proyecto de futuro, es el mismo que hace nacer entre ellos una institución indeleble ante Dios y ante la misma sociedad (GS 48,1).
La institución nace por el acto de amor y al amor conyugal sirve y protege contra los espejismos cambiantes de la pasión. El verdadero amor conyugal no se encuentra coartado o impedido por la institución matrimonial ni ésta encadena, limita o aprisiona el dinamismo del amor conyugal, sino que uno y otra se requieren y complementan mutuamente como aspectos interno y externo de una misma realidad: el matrimonio con la comunidad conyugal. No existiría el institutum de no haber existido el amor coniugalis, y éste no puede darse sin dar origen a aquél.
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Todo lo que se predica globalmente del matrimonio se puede afirmar del «institutum» y del «amor coniugalis».1
1. El amor conyugal como vínculo fiel, exclusivo e indisoluble. Un vínculo es un lazo que une, relaciona, compromete e identifica a dos o más personas. En el caso del amor conyugal, éste es un vínculo exclusivo entre los dos, es decir, se da en una especial magnitud y naturaleza entre los dos: hombre y mujer.
El matrimonio, que es de derecho natural, previsto por Dios que es el autor de la naturaleza, está también normado por El, que es el autor del Plan para la felicidad y realización de los seres humanos como hijos de Dios.
Exclusivo
Fiel
Indisoluble
Amor conyugal En el Génesis 2. 18 – 24, se narra con toda precisión la voluntad de Dios para con el hombre y la mujer como matrimonio, como unión de personas con carácter exclusivo y definitivo.
Gil Hellín, Francisco “El matrimonio: amor e institución” en Cuestiones fundamentales sobre el matrimonio y la familia. Actas del II Simposio Internacional de Teología. Universidad de Navarra, Pamplona, 1980, p. 231 y ss. 1
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Después dijo Yavé: “No es bueno que el hombre esté sólo. Haré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude”…. Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y éste se durmió. Y le sacó una de sus costillas, tapando el hueco con carne. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: "Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada” Por eso el hombre deja sus padres para unirse a una mujer, y formar con ella un solo ser.
Lo más importante del tema que estamos tocando es la exclusividad del vínculo, característica que tiene sustento concreto y puntual en las Escrituras, con la exclamación "esta si es hueso de mis huesos...” y cuando se habla del dejar a los padres para unirse a una mujer, y formar un solo ser.
El amor conyugal es y tiene que ser fiel, exclusivo e indisoluble. El vínculo matrimonial es de uno para una, porque es una donación mutua de dos personas en su totalidad. Diferentes y complementarios. En esta donación no cabe un “tercero”, porque nadie puede regalarse dos veces, sin quedar fraccionado el mismo, abandonando, traicionando, faltando y lastimando a la persona con la que se comprometió hasta la muerte.
La totalidad se expresa, por decirlo de alguna manera, en dos coordenadas: actual y temporal.
Según la coordenada actual. La totalidad implica la entrega de «todo yo ahora». Es la totalidad del ser, sin restricciones, la que se entrega y vive el amor
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conyugal. De este modo la totalidad exige por sí misma fidelidad y exclusividad, ya que no es compatible con ella el compartir partes de uno con otra pareja. El amor total conyugal es por lo mismo fiel y exclusivo. Precisamente porque la especificidad del amor entre marido y mujer encuentra su expresión peculiar en el recíproco don del acto de unión sexual, por esto ningún otro partner (pareja) debe participar en ello. La realización de esta coordenada es tan importante que define en su ser el mismo amor conyugal: “Por eso, un amor no fiel y exclusivo no es ni conyugal ni amor, sino simple apariencia de amor. En efecto, no es posible disociar intimidad y totalidad, porque mantener el don recíproco de la intimidad excluyendo la totalidad hace que uno no se entregue sin restricciones, como sujeto personal, sino parcialmente, como objeto de disfrute y uso.”2
Según la coordenada temporal, el amor conyugal es indisoluble. No se puede afirmar que se ha hecho entrega total de uno si no se incluye la proyección total del propio tiempo. “En definitiva, es la una caro (una carne por la unión sexual), llamada unión conyugal, pacto o alianza, la fuente original de la indisolubilidad, pues esta propiedad no es sino la proyección en el tiempo de esa misma una caro”.3
Mira el video “Puedo probar a su hija”
Idem, p. 55 Gil Hellín, Francisco. “El matrimonio y la vida conyugal” Edicep – Instituto Pontificio Juan Pablo II, Valencia, 1995, p. 123 2 3
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No se puede, en razón de verdad, entregar «dos veces» la totalidad de la persona: o se entregó todo a la primera (y por tanto es imposible que exista una segunda) o en realidad nunca la entrega fue total. Por otro lado, la característica propia del pacto conyugal así lo exige al ser entrega mutua de personas y se convierte en un compromiso tan profundo que no puede ser retirado y entregado posteriormente a otro. Esto en el plano natural.
En el plano sobrenatural encontramos, sin embargo, una nueva dimensión a esta característica que nos reafirma en esta verdad sencilla: si dos personas se comprometen conyugalmente y por tanto sellan ese compromiso con sus cuerpos, lo hacen para siempre. Así lo entendió Santo Tomás: “Puesto que por la unión de marido y mujer se indica la unión de Cristo y su Iglesia, conviene que la figura corresponda al significado. La unión pues de Cristo y la Iglesia es de uno con una unidos para siempre... Es necesario por tanto que el matrimonio, en cuanto es sacramento de la Iglesia sea de uno con una indivisiblemente unidos”.4 La unión conyugal de personas es tan grande que el Apóstol San Pablo no dudó en compararla con la unión de Cristo y de la Iglesia. Por tanto ambos principios, natural y sobrenatural, tienen un principio común.
Por último hay un tercer fundamento que nos conecta con el siguiente punto y es la necesidad que la prole tiene de que sus padres estén unidos indisolublemente. En esto ayuda citar un texto del Concilio Vaticano II en su constitución Gaudium et Spes, número 50: “La misma índole del pacto indisoluble entre personas y el bien de la prole exige que también el amor mutuo de los esposos se manifieste rectamente, progrese y madure. Por esto, 4
Suma contra los gentiles, 1. IV, c. 78
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aunque la prole, frecuentemente tan deseada, falte, el matrimonio como intimidad y comunión total de vida conserva su valor e indisolubilidad.” Por ello comenta un autor “la misma naturaleza de la unión conyugal y el bien de los hijos fundamentan y exigen la estabilidad de la vida matrimonial.”5 La crianza de los hijos requiere, para su buena realización, un compromiso entre los padres sin condiciones, ni en lo presente, ni en su proyección de futuro.
Resulta claro que el matrimonio, íntima comunión de vida y amor de los cónyuges, por ser donación mutua de dos personas, así como por el bien de los hijos, exige la plena fidelidad de los esposos y urge su indisoluble unidad.
2. El amor conyugal como vínculo integrador de la persona. El amor conyugal genera un vínculo que une a personas pero al mismo tiempo las integra en sí mismas. Esto se desprende de la natural vocación de la persona de realizarse únicamente en el don desinteresado de sí. Es en el encuentro total con la otra persona en donde se descubre los alcances verdaderos del propio ser personal. De algún modo es en el amor, y privilegiadamente en el amor conyugal, en dónde cada individuo comprende a cabalidad lo que significa ser digno. Es evidente que como seres para el encuentro encontramos en el encuentro pleno una confirmación de la propia vocación elemental y eso nos conduce a la felicidad. “La alegría de Adán frente a Eva, recibida como don de Dios, indicaba que formaban una comunión realmente proporcionada a su dignidad de personas, vivificada por el afecto recíproco y que era para ellos una fuente de felicidad”. 6
5 6
Gil Hellin, op. cit., p. 122 Miralles, Antonio “El matrimonio. Teología y vida.” Col. Pelícano. Ediciones Palabra. Madrid, 1997, p. 45.
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El amor de los cónyuges tiene notas características que lo hacen totalmente diferente de cualquier otro amor. Hay en él una totalidad especial que es incomparable a ningún otro estado de vida.
Podemos decir que con la intimidad en todas sus dimensiones el amor conyugal se caracteriza profundamente. Es decir, se vuelve total e íntimo. La nota de intimidad modifica radicalmente a la de totalidad puesto que a partir de ahora la totalidad es de cuerpo y espíritu. En este sentido la sexualidad es un factor decisivo para calificar la profundidad de los bienes compartidos y el alcance total de la palabra intimidad. Pero esta totalidad que se expresa muy bien en las relaciones sexuales por las cuales los esposos “ya no son dos sino una sola carne” tiene implicada la donación. “La totalidad cualificante del amor conyugal implica el don de la persona. (...) El don no debe entenderse al modo de traspaso de la posesión de objetos, ni constituye a la persona en un estado de servidumbre. Es un don que, al contrario, exalta a la persona, la hace más noble.”7
Y aquí se establece un círculo entre donación y totalidad: “El don, para que sea auténtico, debe ser total, tanto de las más altas energías espirituales como del propio cuerpo, en concreto de la masculinidad y de la feminidad, pero no como una cosa que se usa, sino como don del propio obrar masculino y femenino. Por lo tanto el don físico de la sexualidad tiene sentido humano si está integrado en el don de la persona entera.” Por último no se nos debe olvidar la contrapartida necesaria: a todo don corresponde una apertura y recepción del
7
Idem, p. 53
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otro. “El don es recíproco, incluye por eso la aceptación del don del otro.”8 Es el amor maduro que se vuelve estable, permanente y objetivo.
Es la tendencia de querer estar con el otro a partir del conocimiento total de la persona,
por lo tanto está
enraizado en la voluntad ya que es fruto de una elección libre y racional que compromete a toda la persona perfeccionándola al rescatar los valores más profundos del otro.
3. Amor conyugal como proceso vital. Dos voluntades individuales (hombre y mujer) que libremente movidas por el amor al otro y respondiendo a su vocación específica se unen de manera estable y permanente para compartir en forma exclusiva su vida y cooperar en la convivencia mutua con miras a formar una familia; de este modo es un hecho que el amor conyugal es humano: apunta a la plenificación personal de cada uno de los cónyuges.
Como dice Gaudium et Spes en su número 49: “Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad (voluntatis affectu), abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal.”
8
Idem, p. 54
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Cuando hablamos de bien de toda la persona no tenemos que entender que cada uno de los cónyuges resolverá todos sus problemas y conflictos con el solo hecho de vivir en comunidad conyugal. Incluso es exactamente lo contrario: es necesario que cada uno de los miembros de la comunidad tenga la mayor parte de sus propios conflictos resueltos o envías de resolución para poder aportar positivamente soluciones al otro y no simplemente problemas.
De este modo podemos decir que la vida en común es una fuente rica de crecimiento personal de cada uno de los esposos pero eso no los exime de buscar por sí mismos esa perfección.
Mira el video “De tanto comportarse como un hombre enamorado, volvió a enamorarse”
4. El amor conyugal y la fecundidad. De la totalidad del amor de entrega y apertura que es el amor conyugal se deriva una fecundidad que le es propia. Dice Familiaris Consortio en su número 11: “Esta totalidad, requerida por el amor conyugal, corresponde también a las exigencias de una fecundidad responsable”.
“El
amor
total
incluye
por
eso
la
potencial
paternidad/maternidad inscripta profundamente en la masculinidad/feminidad objeto del don recíproco.”
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No aceptarlo representa una forma de negar la aceptación total del otro y en el fondo
puede
estar
manifestando
un
egoísmo que impediría llamar realmente amor a la fuente de esa unión.
Por eso Gaudium et Spes en el número 48 dice: “por su misma índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole”. En todos los autores esta dimensión, la fecundidad, está puesta como una de las notas características que más definen el matrimonio. Es el llamado bien de la prole. “... es que la procreación ya está incluida en aquella mutua entrega de los esposos por la fuerza de la misma naturaleza; o, lo que es lo mismo, la mutua entrega de los esposos directamente querida comporta ya la voluntad –al menos implícita– de la generación de los hijos a la que aquella mutua entrega se ordena por su propia condición; es decir, querer expresamente la entrega conyugal es acoger también la misma ordenación de dicha entrega a la transmisión de la vida que ella implica.”9
Por tanto la fecundidad está presente en la intención de los cónyuges a condición únicamente de no haber sido excluido en forma consciente y deliberada. Es por ello que para entender esta dimensión tenemos que apelar a un concepto que nos llega desde San Agustín: La diferencia entre voluntad negativa y voluntad contraria.
La voluntad negativa se da cuando conscientemente los esposos consideran prudente y responsable en un momento no tener un hijo y 9
Gil Hellín, F. “El matrimonio y la vida conyugal”. Op. cit., p. 28.
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por tanto apelan a los tiempos que la naturaleza provee para ello. Su fecundidad sigue estando presente porque ese acto, aunque en concreto no busca la vida, no está cerrado a ella. La voluntad contraria es aquella por la que los esposos se oponen abiertamente a la vida y por tanto a su dinamismo paternal/maternal. No es sólo una negativa de «ahora no queremos el hijo» sino que a esto se suma un gesto que está directa y conscientemente en contra de la fecundidad, está cerrado a la vida.
Es evidente que en la voluntad negativa hay un fuerte componente subjetivo, esto es, la generosidad no se ve alterada por más que en ese momento no se busque una nueva vida. Es más, esa generosidad se ve confirmada en la apelación a los tiempos infértiles de la pareja. Pero por ello mismo basta con que el egoísmo sea una de las motivaciones para que esa voluntad se convierta en contraria.
Es claro entonces que el amor abierto a la vida es la exigencia que en intención y en actos más caracteriza al amor conyugal fecundo.
Por último una síntesis de las características del amor conyugal tal cual las tratamos aquí lo encontramos en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio en su número 13: “el amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona –reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad–; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no hacer más
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que un solo corazón y una sola alma; exige la indisolubilidad y fidelidad de la donación recíproca definitiva y se abre a la fecundidad”.
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