CAPÍTULO II: PERSONA HUMANA Objetivos: Conocer las principales nociones de la antropología cristiana. Entender los elementos fundamentales para una correcta comprensión de una antropología cristiana.
1. Noción de persona humana Luego de pasar revista a algunos de los reduccionismos más relevantes de nuestra época intentaremos recorrer los elementos principales de una antropología que supere justamente el estilo reduccionista de pensar y por lo menos se abra de forma inicial al misterio de lo que significa ser verdaderamente persona humana. 1.1 Noción de naturaleza humana. Como ya vimos al revisar los diversos aportes en la historia, la afirmación esencial sobre el hombre es que tiene una naturaleza determinada que no puede comprenderse sino desde sí misma, jamás en comparación o reducción a otros paradigmas tomados de elementos inferiores a él. Asociada a la naturaleza humana están las nociones de dignidad, de unicidad e irrepetibilidad, de autoconciencia y capacidad de futuro, de inteligencia, voluntad, pasiones y libertad. Un aspecto muy importante es comprender también que no se trata de una naturaleza cerrada en sí misma y reductible a medidas y experimentación positiva sino que hablamos de una individualidad abierta a los demás y creadora de cultura.
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Las grandes atrocidades del siglo XX y muchos de los horrores que vivimos en los albores del XXI tienen que ver con esta incapacidad más o menos manifiesta de comprender que el ser humano es alguien concreto y no un mero número, una animal más o menos evolucionado, la pieza de un sistema o alguna de las abstracciones en nombre de las cuales se lo puede eliminar o manipular. 1.2 Persona y misterio. Lo anterior nos lleva de inmediato a un concepto básico para aproximarse a la naturaleza humana. Se trata de la noción de misterio que está íntimamente vinculada con la idea de persona. Como es bien conocido esta palabra latina persona, personare es la traducción de otra griega (prósopon) que viene del teatro y se refiere a las máscaras para la representación. Fue la teología cristiana la que la usó desde los inicios para explicar la Revelación de la Unidad y Trinidad de Dios y distinguir al Padre, del Hijo y el Espíritu Santo como Personas distintas cuya unidad es el amor. Un Dios y Tres Personas. Así pasó de señalar sólo un dato externo que disfrazaba un actor a indicar un doble dinamismo: identidad y relación.
La identidad encuentra en la relación su fundamento de distinción, la relación encuentra en la identidad el fundamento de su existencia. De allí que al aplicarlo al hombre –según la lógica de ser imagen y semejanza de Dios- el término persona recogió el doble dinamismo esencial y se plasmó en expresiones como “relación subsistente” para indicar lo fundamental de la relación y al mismo tiempo que la identidad no se disuelve sino que se realiza en ella. De otro lado, la semántica de la misma palabra persona (máscara) indica el dinamismo del misterio, es
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decir, del saber y no saber que armoniosamente se entrelazan en la sabiduría necesaria para reconocer la dignidad del hombre. La máscara oculta un actor y revela un personaje. De allí que una primera aproximación al asunto de ser persona sea la noción de misterio, el saber y no saber. Todo misterio está hecho de datos que se conocen y que indican algo que no se conoce. Es decir, revela y oculta a la vez. Lo mismo podemos decir de la persona humana. Todos los datos que yo puedo recoger de mi propia experiencia de ser persona y de ver a los demás como personas sólo me indican algunas cosas pero jamás agotan la realidad humana que al final resulta insondable pero no por ello nos enmudece ni desalienta en la búsqueda sino que nos define en cuanto humanos como buscadores de la verdad, en primer lugar sobre nosotros mismos. Esta otra palabra, misterio (misterion en griego), traducida al latín por sacramentum, indica una realidad religiosa que envuelve la noción de persona humana. Aparece así el dato de la trascendencia, de la nostalgia de infinito como superación del tiempo y del espacio, de lo que el Cardenal Ratzinger, llamaba “la cárcel de los hechos”. Así el misterio de la persona humana aparece desde la pregunta primigenia que su dignidad le plantea: ¿Quién soy? El gran tema del autoconocimiento que se expresa a su vez en las grandes preguntas por el origen, por el fin de la existencia y por el sentido de la vida.
De la pregunta esencial: ¿Quién soy? brotan otras interrogantes fundamentales para la existencia humana ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy? y ¿Qué sentido tiene mi existencia?
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Estas grandes preguntas a su vez ocultan y revelan a la persona. En primer lugar aparece la gran pregunta por la historia y el origen: ¿De dónde vengo? Se me revela la historia personal, puedo dar razón de ella pero se me oculta totalmente el origen. No sé en ese sentido de dónde vengo, los datos de mi experiencia humana no alcanzan a responder. La misma respuesta religiosa abre aún más el misterio. En segundo lugar, de manera natural se me plantea la pregunta por el fin: ¿A dónde voy? Y se me revela un dato básico: voy a la muerte. Este dato, tantas veces escondido o escamoteado por un usual clima cultural volcado a la comodidad, es esencial para comprender la riqueza y la importancia de la vida humana. La sabiduría universal tiene en él una fuente inagotable de reflexión. Vamos a morir y de esta verdad maciza germinan a su vez más preguntas fundamentales: ¿Cuándo? ¿Qué hay más allá? ¿Qué vale la pena entonces? Existe una larga tradición aparentemente sombría pero de gran realismo sobre las expectativas humanas que frente a la muerte aparecen como sombras y cosas vanas. En tercer lugar y como consecuencia de las dos preguntas anteriores, brota la tercera: ¿Qué sentido tiene mi existencia? Y surge una respuesta natural: la felicidad. Espontáneamente nos respondemos con esta palabra. La tradición humana universal propuso siempre la moral como una suerte de “manual para ser feliz”. Esta cuestión ocupa pues el centro de la vida humana.
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Cabe por lo tanto la pregunta por la felicidad: ¿De qué se trata? ¿Es un mero bienestar? ¿Es difícil? ¿Puede vivirse a pesar del dolor? También podríamos decir que la felicidad se asocia de manera espontánea con el amor. De allí que también este gran tema del amor ocupe una buena parte de las motivaciones humanas. Lo que se entienda por amor, y la gran confusión que entorno a él existe es materia de un desarrollo posterior. Esto es lo que se revela apenas me hago la pregunta sobre el sentido de la vida, lo que se me oculta es el cómo ya que si lo supiera entonces no me haría la pregunta. Las tres preguntas anteriores a su vez se enmarcan pero no agotan la gran pregunta esencial: ¿Quién soy? Que a su vez está profundamente unida a la pregunta por la humanidad en general con la que hemos empezado este texto: ¿Qué es el hombre? La experiencia de ser quien soy y no otro, de ser precisamente yo como algo que debo aceptar y al mismo tiempo desarrollar es el fundamento de la mismidad.
Lectura para profundizar. Revisar el Capítulo La persona: dignidad y misterio del texto Antropología: Una guía para la existencia de J.M. Burgos (2009, Madrid: Editorial Palabra, pp. 25-30).
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1.3 Elementos constitutivos. La realidad corpórea de la persona humana es la más evidente e innegable. Somos seres físicos sometidos a todas las leyes propias de la física: peso, masa, volumen e impenetrablidad. Pero lo físico no agota la realidad sino que se expresa en lo biológico: estamos también sometidos a las leyes de la biología que se expresan en la anatomía (estructura), la fisiología (funcionamiento de aparatos y sistemas) y la higiene (recto funcionamiento) del organismo.
Siendo esencial a la persona, lo físico y lo biológico no se agotan ni se explican por sí mismos sino que se expresan en tendencias de cuya satisfacción dependen tanto la supervivencia del individuo como de lo que análogamente podemos llamar “especie humana”. En el primer caso hablamos de los datos que el cuerpo nos da para su sostenimiento: hambre, sed, sueño, seguridad física. En el segundo caso hablamos de la tendencia sexual. Si bien las tendencias están en estrecha relación con lo instintivo tampoco pueden reducirse sin más a lo animal. En todo caso tendríamos que hablar de “instintos humanos” en la medida en que todos ellos están sometidos a una realidad supra-animal caracterizada por la decisión para seguirlos o no según la amplia gama de aspectos complejos que constituye la acción humana. Por esta razón es preferible llamarlas tendencias. Ninguna tendencia en el ser humano escapa a su conciencia psicológica y moral. La experiencia demuestra que una persona puede renunciar a comer, a beber o a satisfacer el apetito sexual por razones ajenas a lo propiamente biológico. Cabría aquí también decir algo sobre el sentido personal del cuerpo humano. Por su propia estructura el cuerpo hace de la persona un
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individuo único, es decir que no puede ser dividido y que no es igual a otro (biológicamente la cadena de ADN lo diferencia). Pero esta individualidad no subsiste sin la relación con otros seres humanos y con el entorno. Un paso más nos muestra que este individuo relacionado es además histórico y las vicisitudes de su vida no pueden ser reproducidas porque el tiempo pasa y sella de manera única la experiencia. La realidad física y biológica específicamente humana no puede ser reducida a una suerte de base animal de la persona sino que la persona es biológica y física. Un segundo nivel o elemento constitutivo de la persona humana está constituido por la vida psicológica. Sin ánimo de agotar una realidad tan compleja y misteriosa podemos distinguir algunos aspectos. En primer lugar, la capacidad de percepción de la realidad. En este nivel, el de la percepción, entran en juego diversos factores pero todos ellos apuntan a lo que en psicología se denomina conciencia. Se trata de la internalización de los datos tanto externos como internos que van configurando la memoria. Un segundo aspecto, en íntima relación con la percepción lo constituye la vida emocional, el complejo mundo de los sentimientos y las fuerzas pasionales que mueven a la acción. Es clásico hablar de la ceguera de las pasiones que sólo en el sentido último encuentran su orden propiamente personal y humano. Un tercer aspecto, en el que los dos anteriores encuentran su sentido está constituido por la inteligencia, la memoria y la voluntad. Es clásico también llamarlas con el nombre de facultades del alma humana. Un tercer nivel es lo que llamamos espíritu. Constituye el elemento personalizante por naturaleza. El espíritu es la mismidad, lo que hace que uno sea quien es y no otro. Es el yo que cualifica la realidad psicológica y
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corporal de la persona haciéndola propia, única, irrepetible, personal y trascendente. Desde esta identidad fundamental o fondal, el ser humano se abre a Dios. Sólo en la realidad más honda de la persona se puede producir el encuentro con Aquél que lo creó por y para amar.
La distinción y unidad de estos tres elementos constitutivos de la persona ha sido siempre motivo de reflexión y precisiones a lo largo de la historia.
Nivel espiritual, ontológico, trascendente, intelectivo-volitivo, integrador y fundamental.
ESPIRITU
Nivel psicológico, operativo mental, sugestivo y sugestionable.
MENTE
Nivel biológico, sensitivo, determinado funcionalmente por la anatomía y fisiología natural
CUERPO
1.4. El amor integra. Profundicemos un poco en el tema del amor del que estamos hablando. El amor no es un mero sentimiento. Tampoco es un contenido puramente intelectual. Y menos es solamente acción. El amor es las tres cosas juntas expresadas en el compromiso de entrega desinteresada por el otro en el que encontramos a la vez nuestra propia identidad y plenitud. Hemos sido creados por Dios que es Amor y para el amor. Esto hace que estemos llamados al encuentro con Él, con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea.
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Todas las expresiones de amor, si son auténticas, tienen la misma característica: permanecen a través del tiempo y del espacio y se despliegan plenificando a la persona y haciéndola realista, solidaria y entregada incluso en las circunstancias más difíciles. Así, la felicidad es descubierta como lo que es: Un estado interior permanente y no el mero "resultado" de los éxitos, del afecto, del aplauso o del bienestar. La felicidad tiene más que ver con los esfuerzos bien dirigidos que con la obtención de bienestar o logros a cualquier costo. No se desprecian los logros ni el bienestar, hacia ellos se orientan los esfuerzos pero no se hipoteca todo a ellos sino a la verdad sobre uno mismo y sobre la realidad. El amor tiene las siguientes características: Libre. Sin libertad no existe el amor, sin amor la libertad no existe. Donal. Son entrega el amor no existe. Indisoluble. Si se somete a otras consideraciones o se restringe a tiempos y espacios determinados ciertamente no puede ser amor. Fiel. Sin respeto por uno mismo, por los otros y por la relación no puede haber amor. Fecundo. El amor necesariamente da frutos, hace el bien a la persona, no la disminuye ni manipula.
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Trascendente. El amor señala siempre un horizonte más amplio que lo espacio temporal, se promete para siempre y para todos los lugares. Estas características constituyen el núcleo de la esperanza de quien cree encontrar el amor. Por eso decimos que es un gran sueño humano, un anhelo imborrable en el corazón. Para comprender qué es el amor hay que mirarlo en su verdadera y más amplia dimensión de encuentro entre personas. Y en eso la libertad y la comunicación auténtica juegan un papel central. 1.5 La gran cuestión de la libertad. La libertad es esencial a la humanidad. Es importante destacar en primer lugar que es una experiencia fundamental e indiscutible del ser humano. Uno puede decidir a favor o en contra de algo. Sus razones pueden ser de lo más diversas pero uno vive permanentemente decidiendo entre opciones concretas. Este es el primer nivel de la libertad que podríamos llamar libre albedrío o capacidad de opción. Es la libertad formal. Ahora bien, esta capacidad de opción es a la vez una capacidad de adhesión a la opción tomada y de renuncia a las que se dejan atrás. Como ejercicio real la libertad implica entonces optar, adherirse a la opción y renunciar. Los tres pasos del libre albedrío señalan entonces un horizonte mayor que ellos mismos. No pueden reducirse a la arbitrariedad como si fuera lo mismo optar por una cosa u otra, como si mal y bien no existieran más que como percepción del sujeto. La razón es que cuando el libre albedrío se vuelve hacia el mal termina por desaparecer él mismo y el mal se convierte en la única opción que al repetirse termina por
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impedir cualquier otra decisión encerrando en la compulsión de las pasiones la capacidad de decidir.
Como enseñaba el Cardenal Ratzinger, Papa Benedicto XVI, quien hace el mal no sabe lo que es el bien, quien hace el bien sí sabe lo que es el bien y el mal. Por esta razón, el libre albedrío señala a los valores. La persona humana se experimenta así como esencialmente valorativa, moral.
Sobre los
valores, lo primero que hay que decir es que son datos de la realidad que una vez percibidos nos mueven a la acción. No son por lo tanto un realidad meramente subjetiva y arbitraria sino datos que descubrimos. El valor determina la importancia del objeto que percibimos. Esta importancia tiene un elemento relativo a la circunstancia concreta de la persona que valora. Si el valor es un dato de la realidad y la realidad -empezando por la realidad humana- tiene niveles jerárquicos, los valores también los tendrán. Difícilmente se podría negar que un hombre es más que un perro. En la escala de la realidad la humanidad es ciertamente más completa. El perro vale y el hombre también. Pero el hombre vale más que el perro. Y esto no puede depender de las circunstancias o de nuestros sentimientos hacia los hombres (o hacia los perros). La famosa expresión de Schopenhauer es cierta en la medida en que dice mucho de su decepción y tristeza en relación a los hombres pero no expresa una escala de valores. Es clásico hablar de cuatro grandes valores que percibimos en las cosas y que nos mueven a la acción: el bien (valor ético), la belleza (valor
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estético), la verdad (valor intelectivo), la utilidad (valor económico, utilitario o subordinado). Cuando uno percibe un valor ha pasado por lo que se denomina una experiencia axiológica que apela a su libertad. Esta experiencia axiológica es a su vez una invitación a convertirla en hábito, es decir, en virtud. Cuando uno se adhiere a un valor y lo hace habitualmente según la escala realista de los valores entonces adquiere una virtud. Es clásico hablar así de las virtudes cardinales como estructura básica de la realización humana que encuentra en las teologales su plenitud. 1.6 Búsqueda de la verdad. Justamente esta llamada que la experiencia axiológica hace a nuestra libertad implica necesariamente la búsqueda de la verdad. El ser humano aparece así, en palabras de Juan Pablo II, como un buscador de la verdad. Es muy importante comprender especialmente hoy que esta búsqueda es un dato existencial y no una doctrina o ideología impuesta desde fuera.
La primera verdad que estamos invitados a encontrar es la verdad sobre nosotros mismos, el sentido concreto de nuestra existencia, el llamado fondal al amor y la realización plena 1.7
Nostalgia de infinito. Esta búsqueda de la verdad se percibe a su vez como la nostalgia de lo permanente, de lo que no termina, del infinito. No hablamos de un interés teorético más o menos interesante sino de una necesidad vital que se experimenta desde el nacimiento y que no puede ser acallada a pesar de todos los intentos de huir de la pregunta por el sentido.
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Lectura para profundizar. Revisa el Capítulo III “Intellego ut Credam” de la Carta Encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II (numerales 24 – 35).
2. Antropología Cristiana Todo lo visto hasta aquí, si bien nos habla de la infinita dignidad del ser humano, de su unicidad e irrepetibilidad, del misterio que es él mismo y que experimenta como nostalgia de infinito y búsqueda de la verdad, es básicamente el planteamiento de la cuestión que queda irresuelta.
La respuesta a la pregunta por la persona humana no puede ser dada por otra persona humana. No puede ser imaginada o creada arbitrariamente por los hombres. Necesariamente viene desde arriba. Por esta razón es fundamental comprender que somos un misterio que clama por una respuesta que sólo puede ser descubierta, recibida y obedecida. Aparece así el amplísimo horizonte de la fe que ilumina las cuestiones planteadas por la razón. Cabría entonces darle una mirada a lo que entendemos por fe. Hay un texto bíblico fundamental que describe el acto de creer como “garantía de lo que se espera y prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11, 1). Todo el capítulo, fiel al estilo hebreo de explicar las cosas pone acciones de hombres concretos que a modo de mosaico nos van dando un panorama de lo que la fe es e implica en la vida de los hombres. Como en una sinfonía cuyo tema central va variando y mostrando bellísimas aplicaciones, el texto repite constantemente “por la fe…” y añade las acciones de los grandes amigos de Dios: Abel,
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Abraham, Moisés, David, etc., y de ellas se puede deducir que la fe se trata del don de Dios y la opción humana por una forma de ver el mundo que revela el sentido más hondo y al mismo tiempo lo oculta para proyectarse en un horizonte infinito que invita a la confianza y al amor.
ANTROPOLOGÍA CRISTIANA
CREADOS a imagen y semejanza de Dios
Sometidos al PECADO original y sus consecuencias
RECONCILIADOS en el Señor Jesús
Aparece así el tema de la fe como fuerza y razón para peregrinar por la tierra sin apegarse a nada, dándole el valor que las cosas merecen de cara a la realización plena que sólo el encuentro con Dios puede brindar a su criatura.
Sólo a la luz de la fe la persona humana encuentra su sentido y su realización. El acto de creer constituye así, el primer acto de justicia para con la propia naturaleza sedienta de Dios como canta el salmo 62. En este contexto de comprensión que sólo la fe permite, la irrupción del Verbo en la historia humana es un hecho de infinitas consecuencias antropológicas. Desde la Encarnación, el ser humano alcanzó una dignidad jamás soñada porque Dios mismo quiso compartir la humanidad y darle su
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sentido pleno. Existe desde entonces una antropología cristiana que a la luz de la fe revela al hombre quién es y cuál es su vocación más profunda. Veamos cuáles son los datos fundamentales de esta antropología que surge de la Revelación. 2.1 La creación del hombre. Precisamente en la primera expresión de fe de la Carta a los hebreos aparece el primer gran dato sobre la persona humana: “por la fe sabemos que el universo fue formado por la Palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no se ve” (Heb 11,3). Como enseña el Cardenal Ratzinger en su famosa “Introducción al cristianismo”: lo invisible es el fundamento de lo visible. Así la creación aparece como un misterio inagotable que ilumina nuestra condición humana. Este texto de la Carta a los hebreos hace evidente referencia a la narración de la creación contenida en el Génesis. Según la tradición cristiana el motivo único por el que Dios crea el mundo y al hombre es el amor. El gran misterio de Dios Uno y Trino, Comunión eterna de amor es el que le da origen a todo lo que vemos. La expresión sobreabundancia es también clásica para referirse a la gratuidad, el don de nuestro ser en el mundo. La vida humana es un regalo, no puede merecerse, no puede forzarse a nadie para recibirlo ni a Dios para darlo, todo se encuentra escondido en el misterio del amor. Este misterio es el más alto de la fe cristiana y se expresa en la doctrina trinitaria. Su luz nos ayuda a comprender lo que somos. Así entramos al segundo aspecto que es precisamente el de la naturaleza humana. Por el dato revelado sabemos que somos imagen y semejanza de Dios. Son innumerables las consideraciones que la Iglesia ha hecho sobre esto, aquí nos limitaremos a señalar algunas consecuencias del dato.
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Mira el video ciencia?
de “La creación del Universo” ¿Qué dice la
La primera consecuencia de la afirmación imagen y semejanza de Dios es que sin conocer a Dios no nos conocemos a nosotros mismos. Nuestro interior clama por el encuentro con Él, así la nostalgia de infinito que veíamos líneas arriba es comprendida en toda su dimensión.
La imagen y la semejanza reflejan el ser y el amor que en Dios se identifican dando lugar en la persona humana a sus dinamismos fundamentales. Una segunda consecuencia que se sigue de la anterior a su vez es que el hombre es creado en cuatro relaciones básicas: con Dios, consigo mismo, con los demás y con el cosmos. La primera es la relación fontal en la que la persona humana encuentra su equilibrio interior, su capacidad de salir al encuentro del semejante a él y de humanizar la creación de acuerdo al designio divino. El estado de armonía que simboliza el paraíso terrenal es recogido en la teología cristiana en la doctrina de los dones preternaturales. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña lo siguiente: El primer hombre fue no solamente creado bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo. La Iglesia, interpretando de manera auténtica el simbolismo del lenguaje bíblico a la luz del Nuevo Testamento y de la Tradición, enseña que nuestros primeros padres Adán y Eva fueron constituidos en un estado
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"de santidad y de justicia original" (Cc. de Trento: DS 1511). Esta gracia de la santidad original era una "participación de la vida divina" (LG 2). Por la irradiación de esta gracia, todas las dimensiones de la vida del hombre estaban fortalecidas. Mientras permaneciese en la intimidad divina, el hombre no debía ni morir (cf. Gn 2,17; 3,19) ni sufrir (cf. Gn 3,16). La armonía interior de la persona humana, la armonía entre el hombre y la mujer, y, por último, la armonía entre la primera pareja y toda la creación constituía el estado llamado "justicia original". El "dominio" del mundo que Dios había concedido al hombre desde el comienzo, se realizaba ante todo dentro del hombre mismo como dominio de sí. El hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser por estar libre de la triple concupiscencia (cf. 1 Jn 2,16), que lo somete a los placeres de los sentidos, a la apetencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí contra los imperativos de la razón. Signo de la familiaridad con Dios es el hecho de que Dios lo coloca en el jardín (cf. Gn 2,8). Vive allí "para cultivar la tierra y guardarla" (Gn 2,15): el trabajo no le es penoso (cf. Gn 3,17-19), sino que es la colaboración del hombre y de la mujer con Dios en el perfeccionamiento de la creación visible.
“Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres.” (CEC 374-379)
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Otro dato fundamental es que Dios crea al hombre y a la mujer. La persona humana aparece así de forma dual y complementaria. El designio divino, el diseño primigenio de la humanidad refleja la Unidad y Trinidad. Distintos pero unidos para dar como fruto de amor una tercera persona. La analogía conecta la pareja humana directamente con su origen trinitario.
Lectura para profundizar. Revisa el artículo de Evolucionismo: el hecho y sus implicancias de Francisco J. Ayala Tomado del texto. La teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética. Ediciones Temas de Hoy. Madrid (1994).
2.2 El pecado original. Este es el segundo gran dato que la antropología cristiana brinda para comprender a la persona. Ante la conciencia de la dignidad inmensa y de la armonía en que fuimos creados se alza la constatación del rostro de la ruptura que cobra mil formas en la vida cotidiana. La realidad dolorosa del mal en el mundo, la aparente omnipresencia de la injusticia, el odio, la envidia, el miedo, el hambre, la corrupción, ha sido siempre objeto de cuestionamiento profundo. La pregunta por el mal es una de esas cuestiones ante las que no existe ciencia que no quede a las puertas del fenómeno sin capacidad de explicación. Esto ocurre porque el tema del mal toca el gran asunto humano de la libertad y al mismo tiempo la conciencia del absurdo que señala a su vez a un sentido que debiera conocerse y no se conoce. Probablemente más que otras, esta verdad afirmada por la Iglesia desde sus inicios es resistida desde presupuestos ajenos a la fe pero ninguno de estos presupuestos explica mejor que ella la presencia del mal en el mundo.
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Hoy “pecado” es una palabra casi cómica. De hecho se utiliza para ridiculizar muchas cosas. Se la vincula a una manera timorata y absurda de mirar la vida. Se la usa para hablar de escándalos y chismes del espectáculo. Pero nunca se profundiza en su sentido real. El pecado como responsabilidad ante Dios, ante uno mismo, ante los demás y el mundo entero ha sido diluído en una infinita capacidad de excusarse o esconderse detrás de la psicología que lo convierte en un complejo no resuelto o en un problema de conocimiento, o detrás del derecho positivo en el que sólo importa lo legal, o detrás de una prédica religiosa a veces más interesada en hacer que la “gente se sienta bien” que en decir la verdad. Lo cierto es que con no mirarlo el pecado como sólida realidad de ruptura en el mundo de hoy no desaparece, al contrario, se hace más presente en la sociedad, se expresa en hábitos y manifestaciones de anticultura. Por esta razón es importante volver sobre la antigua noción de pecado original.
Mira el video: “Crisis del mundo”.
Veamos brevemente los aspectos más importantes de esta doctrina. En primer lugar hay que decir que el pecado original es el pecado tipo. Se llama así porque en todo pecado que el ser humano comete repite el mismo proceso. Y para entender cómo ocurre es indispensable en primer
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lugar tener en cuenta que el demonio existe y actúa. Es el enemigo eterno del ser humano. Está cargado de envidia y por ello busca destruirnos. Esta última que parece afirmación de película de terror es mucho más cotidiana y “normal” de lo que se cree. Las diversas tentaciones a las que somos sometidos, la oscuridad moral en la que muchas veces vivimos, el formalismo paralizante y el hablar mal de los demás por el puro gusto de hacerlo, el orgullo, el engreimiento, el egoísmo son actitudes satánicas. No es extraño tampoco para nosotros un afán casi enfermizo de comodidad que nos lleva muchas veces a vivir para no sufrir. Tampoco
es
extraño
el
hambre
desmesurado de tener y la valoración de las personas por lo que tienen. Cuántas veces juzgamos y somos juzgados por lo que tenemos
olvidando
Tampoco,
lo
que
lamentablemente,
somos. es
raro
encontrar un deseo descontrolado de dominar a los demás.
El cariño posesivo, los planes ya pensados y cerrados sobre el futuro de los hijos, el desaliento que se les hace sentir cuando no se los valora sino como proyección de sus padres. El intento de dominio de las mujeres sobre sus esposos e hijos y viceversa, la falta de diálogo.
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Todos son frutos malignos de opciones personales muy concretas por el mal que tienen que ver con criterios satánicos. En el relato del Génesis (Gen 3), el demonio aparece en la escena haciendo una aparente pregunta. Esta pregunta está sin embargo teñida con una blasfemia muy profunda. Si fuera cierto lo que la pregunta presupone, no se necesitaría ni siquiera preguntar. Dios sería un sádico capaz de poner a dos criaturas en medio de un jardín y prohibirles que coman de ninguno de sus frutos. La mujer, en vez de rechazar la blasfemia, o por lo menos, preguntarle a alguien que sepa más que ella, buscar alguna otra luz que no sea la suya propia, imprudentemente trata de responder a la pregunta. Hay que sacar una lección de esto: con la tentación no se dialoga. Ya el intento de respuesta de la mujer evidencia que ha creído a la serpiente, en sus palabras se puede percibir que asume presupuestos de desconfianza: le añade a la prohibición de Dios una carga que no tenía al decir que Dios había dicho que no toquen el árbol. Mirando con atención la segunda parte de la respuesta de Eva parece también que hay un cambio de sentido. Entre la expresión de Dios “el día que coman de él morirán sin remedio” (Gen 2, 17) y las palabra de Eva “bajo pena de muerte” (Gen 3, 3) hay una diferencia inmensa. Es muy distinto decir "no comas que puedes morir" a "si comes te mato". El proceso ha enredado a la mujer, ya no sabe bien en quién cree. La serpiente muestra el aguijón porque ya el proceso había avanzado: “de ninguna manera morirán sino que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él se os abrirán los ojos y serán como dioses conocedores del bien y del mal” (Gen 3, 5).
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La mentira distorsiona una verdad: los seres humanos estábamos desde el inicio llamados a compartir la naturaleza divina pero obedeciendo a Dios, no contra Él. La mujer “vio que era bueno para comer, agradable a la vista y excelente para lograr sabiduría” (Gen, 6). Tres afirmaciones satánicas asumidas como propias.
El subjetivismo mortal impide ver ya la realidad. Se olvida quién le dio la vida y la conserva viva. No confía en quien sólo le hizo bien y confía en quien sólo quiere su mal. Tomó, comió y dio a su marido quien, repitiendo el proceso también comió. El mal es difusivo. La Sagrada Escritura continúa con la narración del primer crimen. El primer hijo de mujer es un asesino de su hermano (Gen 4, 8). El diluvio aparece como una primera purificación de la humanidad que sin embargo ya no recupera la inocencia original, ahora los animales temerán a la humanidad (Gen 8 y 9). La confusión cósmica, la ruptura, el mal y los diversos vicios alcanzan en Babel una de su expresiones más completas. Ya nadie se entiende. Babel es un símbolo que atraviesa la historia humana (Gen 11). Ninguna guerra es ajena a este efecto de confusión por el que los hombres ya no cooperan entre sí porque sus intereses, al hacerse soberbios y egoístas, no coinciden jamás y más bien son raíz de una profunda enemistad.
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Hoy mismo el lenguaje no parece servir sino para manipular y confundir. Se le llama salud a la enfermedad, bien al mal, se inventan estrategias de convencimiento y manipulación, se relativiza todo: “tú tienes tu verdad, yo tengo la mía”. El pecado original produce cuatro rupturas análogas a las relaciones fundamentales: Con Dios como se ve en el texto del Génesis cuando el hombre le dice “te oí andar por el jardín y tuve miedo porque estoy desnudo y me escondí” (Gen 3, 10) se esconde de Dios; Consigo mismo ya que se llena de vergüenza cuando antes no tenía este sentimiento de estar descontento consigo mismo; Con su compañera culpándola y culpando a Dios por su propia caída, haciéndose irresponsable de ella: “la mujer que tú me diste” (Gen 3, 12), tal como hará después Caín al decir “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” (Gen 4, 9); Finalmente rompe con la tierra que se hará maldita por su causa y sólo le producirá cardos y espinas, el cansancio natural y sano del trabajo se vinculará a la muerte (Gen 3, 16 ss.). Sintetizando, podemos decir que en este pecado tipo que es el pecado original se dan siete pasos: Tentación. Es la sugerencia vaga y propuesta con ribetes de bondad. Suele acompañarse de afirmaciones falaces sobre lo que
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se puede lograr con la acción que bien se sabe va en contra de uno mismo y de su relación con Dios. Diálogo. La inteligencia empieza a considerar la posibilidad. El diálogo se va convirtiendo en auto-convencimiento. Las razones son lo de menos, son sólo justificaciones que van cerrando el camino a la realidad. Sugestión. Se propone con toda claridad la acción y se oculta el peso de sus consecuencias para la vida de la persona. Subjetivización. El mundo emotivo y afectivo de la persona comienza a ganar terreno en contra de los conocimientos y la capacidad de razonar de acuerdo al Plan de Dios. La persona se comienza a sentir justificada por sus sensaciones. Acción. Contra la propia realidad interior, la persona obra. Sabe que hace el mal en el fondo pero en la superficie se siente bien, intenta apartar todo pensamiento que la contradiga o la haga dudar sobre la bondad de su acción. Consecuencias personales. En primer lugar hay confusión, tiniebla interior que poco a poco va invadiendo el corazón. No es raro que se racionalice. La sensación de ruptura y soledad impulsa a la persona a buscar la difusión del mal. Quiere encontrar complicidad. Difusión
o consecuencias. Se sigue así la primera
consecuencia social: embarcar a otros en la misma acción, que
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otros también lo hagan para poder justificarse mejor. Surge así la terquedad, el endurecimiento. Más allá de lo visible el mal genera una suerte de comunión de iniquidad que a su vez crea un clima propenso al mal. Finalmente se genera el desorden en el cosmos. En el tema de la difusión destaca la doctrina de la herencia del pecado original. Si bien es un acto individual se transmite por generación al haber dañado la naturaleza. Es lo que se conoce como el pecado original originado que se borra con el Bautismo y que proviene del pecado original originante (el acto propio de Adán y Eva).
Escucha el audio del padre Horacio Bojorge “La disimetría de la herida” Consecuencias del pecado en el varón y la mujer.
2.3
Jesucristo. En medio del horizonte desolador del pecado surge la promesa de la salvación. Dios sale de inmediato al encuentro del hombre ¡Qué lejos está la actitud el Señor de la acusación de la serpiente asumida por lo hombres! Sin mediar petición de perdón por parte del hombre, Él ya le promete la salvación en esa frase misteriosa que como una dulce luz de misericordia ilumina el ambiente tenebroso y despiadado de la caída: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, él te pisará la cabeza mientras acechas tú su talón” (Gen 3,15). El resto de la historia de la salvación será desarrollo de esta promesa.
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La historia de la salvación es larga, dolorosa y compleja como el ser humano. En ella podemos ver la fidelidad y la traición, las inconstantes promesas del hombre a Dios, y las firmes promesas de Dios al hombre. Esta lección encuentra su plenitud con la Encarnación de Dios mismo. El Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se hace uno de nosotros para compartir toda nuestra vida. Se hace así ejemplo y principio de toda vida humana. Desde la Encarnación, todo tiene que ver con Jesucristo. Encontrarnos con Él es la razón de ser de nuestra existencia. Jesús de Nazaret nos muestra nuestra propia identidad. Llegamos así a la respuesta a la pregunta con que iniciamos esta separata. Sólo podremos comprenderla si nos acercamos a Él, si nos comprometemos firmemente con Él. El resto es secundario y necesariamente relacionado con nuestra conversión. La Encarnación genera innumerables consecuencias en la valoración de la persona humana y su comprensión de la vida. Señalaremos algunas de las principales. En primer lugar el hecho de que Dios mismo ha compartido nuestra vida humana pasando por todas las miserias y dolores posibles. Su solidaridad sella toda existencia de tal manera que
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podemos afirmar con la Carta a los Hebreos: “teniendo pues tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos- Jesús el Hijo de Diosmantengamos firme la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.” (Heb. 4, 14-15). Una segunda consecuencia es que la salvación es personal. Él murió por cada uno de nosotros para que nosotros al morir con Él alcancemos la gloria de la Resurrección (Rm 6, 8). La lógica de la vida cristiana es la de la muerte para la vida, la capacidad de asumir y vivir con paciencia y alegría los dolores y sufrimientos. Una tercera consecuencia es la cuádruple reconciliación que se da en Cristo por su victoria sobre las tres concupiscencias: a la búsqueda desenfrenada de placer, el Señor opone la pureza; a la pasión por el tener opone la pobreza y el desapego y a la búsqueda desordenada de poder opone la humildad y la obediencia. En Cristo se da la reconciliación con Dios ya que Él se constituye en el puente de encuentro con el Padre; se da la reconciliación del hombre consigo mismo ya que recupera su propia imagen interior en Él; se da la reconciliación con los demás al encontrar en la amistad y la comunidad con los hermanos el camino de encuentro con Dios mismo; y se da la reconciliación con la naturaleza al encontrar esta la salud por la reconciliación de los hombres. Una cuarta consecuencia es la profunda fraternidad entre los hombres que Cristo instaura. Al resumir los mandamientos en
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la doble fórmula “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37), el Señor enseña una mirada cruciforme de la relación con Dios y las relaciones con los demás. Sin amar a Dios no se puede en realidad amar al prójimo, sin amar al prójimo es imposible amar a Dios. Esta fraternidad se va a convertir en la esencia de la Iglesia. Fundada sobre Cristo sólo si sigue de cerca su Palabra la Iglesia cumple su misión de ser para los hombres “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Sólo en Jesucristo como fundamento podremos construir una auténtica familia. Los aspectos prácticos, concretos y cotidianos deben permanecer en presencia del Señor, surgir de Él como su fuente y llevarnos a Él como su fin.
Lectura para profundizar
Revisa el artículo de Pedro Morandé: “La persona humana como principio de reconciliación.” Mira la conferencia “¿Por qué promover y defender la familia?” de Mons. José Antonio Eguren. II Congreso Internacional de Familia: Retos y Desafíos. Universidad Católica San Pablo.
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