CAPITULO V: DIALOGO CONYUGAL Y AREAS DE LA VIDA DE LA PAREJA
Objetivos: Manejar los elementos básicos de la comunicación para mejorar y fortalecer la identidad de la pareja. Analizar y valorar la vida cotidiana en la relación conyugal como medios para fortalecer el diálogo y el vínculo.
1. Comunicación para el encuentro.1 Lo que más se da y caracteriza a un matrimonio es el proceso de comunicación.
La comunicación es un proceso dinámico por el cual ponemos algo en común. Esto requiere una mejora de parte de las personas para que la comunicación sea real y plena y el mensaje llegue sin distorsiones (actitud de comunicar, deseo de escucha y capacidad de feedback).
La convivencia y la comunicación implican dos actitudes fundamentales: de apertura para recibir del otro y estar dispuesto a reaccionar con el mensaje recibido buscando la mejora y deseo de enriquecimiento mutuo. Cuando la comunicación es positiva, directa, abierta, sincera y espontánea se está El presente capítulo se ha trabajo en base al libro Dinámica de la Comunicación en el Matrimonio. Pautas de evaluación de David Isaacs. 1
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dando un intercambio de información recíproco que fomenta la unión de la pareja y permite conocer y satisfacer las necesidades del otro. A mayor reciprocidad mayor nivel de satisfacción, ya que una buena relación es el resultado de que las necesidades de cada esposo se satisfagan gracias a la reciprocidad (al salir al encuentro de las necesidades del otro).
Cuando se da esta reciprocidad estamos
hablando
de
una
comunicación abierta, de apoyo que acoge sugerencias buscando mejorar la relación conyugal.
Para esto es importante reconocer las etapas de la comunicación que permiten acoger correctamente el mensaje: reconocer lo que el cónyuge quiere decir, procesar correctamente el mensaje para dar una respuesta adecuada y devolver el propio mensaje utilizando correctamente los componentes verbales y no verbales. La idea es ayudar a que cada compañero llegue a ser más sensible a los anhelos, deseos y necesidades de la relación. Cuando el velar por el otro, cubrir sus necesidades es el objetivo principal, el matrimonio se renueva constantemente y el amor se ve reforzado.
El salir al encuentro del otro hace que uno vaya más allá de sí mismo y descubrir lo que el otro necesita y también las cosas buenas que se esfuerza en darme.
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Por el contrario la comunicación defensiva es un proceso conflictivo por el cual una de las partes impone su punto de vista juzgando al otro y generando en éste una actitud de defensa generándose así el desencuentro y el progresivo aislamiento. Esto se da cuando:
Se juzga
Busca controlar
Comunicación defensiva
Poco espontánea
Sentimiento de superioridad
En el discurso valorativo (entonación, gesto, actitud) se juzga al otro. Al hablar se suele enjuiciar y esto genera una actitud defensiva. Se debe tratar de elaborar un discurso descriptivo (sin carga) a modo de brindar información más que emoción, por ejemplo: una mujer en tono de queja le dice al marido que está cansada de lavar todas las noches los platos (no educa al marido para que le ayude), el marido lejos de escuchar lo que ella dice puede interpretar, a partir del tono de voz de su esposa, que ella le está haciendo un reclamo o puede sentirse censurado y generar en él un sentimiento de malestar a causa de la culpa. Entonces, lejos de pensar en la solución tratará de evitar la situación incómoda.
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Cuando se trata de controlar al oyente, esto genera una resistencia. La persona se siente presionada e interrogada y no siente deseos de comunicar nada. Sería distinto si la solicitud de información se orientara al deseo de ayudar a solucionar el problema. El oyente ya no siente la presión sobre sí, más bien orienta a la atención sobre el problema.
Si la persona es poco espontánea, genera cierto recelo. La clave es la simplicidad y franqueza para que el comportamiento de ambos se dé con naturalidad. La extrema formalidad o rigidez desvía la atención de la esencia del mensaje haciendo que la persona se pierda en las formas. La falta de espontaneidad puede dar la impresión de falta de interés por el bienestar del otro. La solución es desarrollar la empatía demostrando interés e identificación con los problemas del emisor.
Cuando el cónyuge expresa un sentimiento de superioridad y cierra la posibilidad de una relación homogénea que permita la participación de ambas partes. Las defensas se reducen cuando el otro lado descubre que el emisor está dispuesto a dialogar en un ambiente de mutua confianza y respeto. Generalmente se evidencia en actitudes de
personas que se
consideran dueñas de la verdad, maestras más que colaboradores, que intentan controlarlo todo porque creen tener siempre la razón. Se reduce la actitud defensiva cuando se está dispuesto a someter a discusión el propio razonamiento o comportamiento.
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Debemos tener en cuenta que en cualquier forma de comunicación, la percepción del mensaje está sujeta a la interpretación del que recibe.
Si bien es importante esforzarse para comunicar bien, también es bueno reconocer que los filtros que el receptor emplea con frecuencia pueden distorsionar el contenido real del mensaje.
Es importante no sólo ayudar a las parejas a desarrollar habilidades para comunicarse mejor sino también para recepcionar mejor, enseñándoles a reestructurar la forma en que tienden a etiquetar algunas de las expresiones, en otras palabras cambiar “sus puntos de vista” tanto a nivel conceptual como emocional. Es así que el reestructurar hechos desagradables permitirá generar una comunicación más neutra en búsqueda del bien de la pareja.
¿Cómo se puede lograr esto? Una vez identificado el prejuicio y el énfasis en la carga emocional, cambiar el tono de las expresiones por elementos neutros que se orienten a entender la situación para mejorar el problema (en vez de juzgar a la pareja), así la comunicación se tornará más efectiva. Algunos principios que pueden ayudar son los siguientes:
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Es mejor hacer una petición que una demanda. Las peticiones muestran un grado de respeto y mejoran la disposición de la pareja a escuchar.
Preguntar, no hacer acusaciones. Las acusaciones generan una actitud defensiva y dificultan que la pareja se centre en la búsqueda de la verdad.
Al hablar de la conducta del cónyuge resulta más productivo hablar de lo que hace que de lo que es. Etiquetar a la pareja no ayuda a generar un cambio en su conducta.
No guardar los resentimientos. En una discusión estas emocione almacenadas saldrán de repente conduciendo a la hostilidad destructiva: en forma de acusaciones o reclamos que alejan a la pareja del problema actual y de la solución inmediata.
Durante una discusión hablar del tema que se tiene entre manos, evitando acumular una acusación detrás de otra.
Evitar las generalizaciones. Palabras como siempre, nunca o jamás; con frecuencia no reflejan la realidad, distraen la atención del problema actual y tienden a etiquetar a la pareja (cerrando automáticamente cualquier esperanza en el cambio).
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2. Identidad: autonomía y apertura. Es importante recalcar que cuando se trabaja con parejas, no se está hablando de un ente impersonal. Por ello se debe tener en cuenta y rescatar las características y necesidades del hombre y de la mujer que componen dicha pareja.
El primer error que se tiene que evitar es ver a la pareja como una estructura en sí misma, la identidad de la pareja es ante todo resultado del encuentro de dos personas.
La cooperación es indispensable para lograr dicha identidad ya que cada miembro de la pareja llega al matrimonio con normas, valores y esquemas propios los cuales debe aprender a flexibilizar para alcanzar el bien común. Desde que el proyecto se convierte en un “proyecto de a dos” los esquemas individuales ya no pueden subsistir como tales, con el matrimonio cambian orientándose a servir a las necesidades de la pareja.
Para que exista esta cooperación es necesario cuidar la comunicación que, como ya hemos visto, es un proceso orientado a unir a la pareja en favor del proyecto que tienen en común, protegiendo así el vínculo amoroso y mejorando la calidad de la convivencia. Este proyecto de dos implica un compartir de ambos y un cambio en favor de los objetivos trazados. Cuando hablamos de compartir, nos referimos a lograr acuerdos parar tomar decisiones y desarrollar una identidad en el estilo de vida. Estamos hablando de complementariedad. No hablamos de perder la identidad individual que tanto enriquece al matrimonio y a la familia.
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Hay que tener en cuenta que cuando una pareja se casa el planteamiento individual de matrimonio se convierte en un planteamiento en conjunto, en un proyecto común de futuro. Para lograrlo es necesario el aporte de ambos. La comunicación permite recordar los proyectos iniciales y las vivencias comunes para encaminarse al proyecto futuro, transformando dos vidas independientes en un “nosotros”.
Hacer el pase de la individualidad al nosotros, si bien implica una ganancia, también significa llevar a cabo ciertas renuncias que con frecuencia la pareja no contempla antes del matrimonio.
El reto es entonces la no fusión. Compartir un proyecto común a futuro implica aportar desde uno mismo (autonomía), desde su experiencia personal con miras a dicho proyecto (apertura) y no con miras a los intereses individuales. Se trata de poner al servicio de la familia las cualidades que uno posee.
Este proyecto se puede resumir en la frase: “somos dos sin que cada uno deje de ser él mismo”. Para lograrlo es necesaria una dinámica que exige mucha flexibilidad y madurez de parte de cada uno.
La flexibilidad es la capacidad de adaptación ante situaciones nuevas que permite mejorar el repertorio de respuestas para el bien querido.
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Lo contrario es la inflexibilidad que impide comprender la realidad con los ojos del otro. Por ejemplo: una madre que considera “mala” a la novia del hijo porque ésta no satisface sus parámetros personales y es incapaz de manejar la situación tanto para ayudar al hijo como para comprender si objetivamente esa persona es buena o no para él. Un poco de flexibilidad la ayudaría a hacer que su hijo entienda su posición. Consentir la inflexibilidad empeora toda la relación.
Cuando decimos madurez nos referimos a la capacidad de desprendimiento y estabilidad emocional que permite entender las situaciones con objetividad buscando con equilibrio el bien personal y común. Es apertura a la verdad y capacidad de ser consecuente con ella por encima de la propia subjetividad (capricho). La madurez genera conductas estables y congruentes.
Con flexibilidad y madurez se logra una relación armónica, donde prima la búsqueda de la verdad, el consenso, el interés por la opinión del otro y la apertura para aceptar los cambios que sean necesarios para la familia.
3. El reto de la convivencia.2 La convivencia se plantea como un reto para la pareja que decida compartirlo todo porque se da en una realidad concreta y determinada: la realidad diaria
Este capítulo se ha desarrollado en base al libro El Amor inteligente: corazón y cabeza, claves para construir una pareja feliz de Enrique Rojas. 2
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en la cual cada uno va a encontrar lo que el otro lleva en su interior.
Es el momento de la verdad ya que exige el esfuerzo constante de aceptar al otro tal como es y plantea a la vez la necesidad de modificar aquellas actitudes personales que perjudican la vida en común.
Convivir es ante todo compartir y compartirlos todo, demostrando de esta manera muchas facetas nuevas de nuestro modo de ser. Para que la convivencia se viva de la mejor manera posible es necesaria querer vivir y tener presente los siguientes elementos:
Adecuado nivel de conocimiento personal. Un buen punto de partida es conocer las cualidades y defectos propios buscando la mejora personal. Esa autoconciencia implica cierto grado de madurez que lleve a la persona a reconocerse con tranquilidad y realismo teniendo presente que la personalidad es un proyecto que podemos mejorar. El deseo de ser mejor ayudará a que la convivencia se desarrolle por los cauces adecuados.
Esfuerzo diario. Para rectificar aquellos aspectos de la personalidad que dificultan el trato cotidiano, es un luchar por desterrar lo negativo que tiene que llevarse a cabo con paciencia y realismo, sin actitudes negativas ante las propias limitaciones o fracasos. Detectar algunos rasgos que mejorar (como el mal carácter, la impaciencia, la
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queja continua, etc.) deben motivar a que persona haga al cambio y no quedarse en los defectos.
Comprensión mutua. Para vivir la comprensión del otro es necesario entender (que significa tender hacia el otro) a la pareja para llegar a un encuentro con ella y comprenderla (ponerse en su lugar) compartiendo sus intereses y problemas para que se sienta apoyada.
Respeto mutuo. Cuidando que el trato cotidiano o la rutina no haga perder de vista la unicidad de la pareja, lo que la hace única y especial. Con frecuencia la rutina y el cansancio hacen que la manera particular de ser del otro sea percibida como algo molesto que perturba la comodidad personal. Desarrollar la capacidad de escucha y la tolerancia ayudarán a recordar que el otro desde su originalidad puede enriquecer la convivencia lejos de entorpecerla.
Vivir un orden. El orden genera claridad, serenidad y sosiego condicione que facilitan a las personas a pensar en cómo mejorar la convivencia conyugal. La vida acelerada de hoy no permite que la persona se encuentre consigo misma y que no perciba sus necesidades más profundas. Lo conveniente en estos casos es tratar de centrarse en el cada día y esforzarse en dar lo mejor de sí en el presente interesándose por el otro, compartiendo sus preocupaciones y rescatando las enseñanzas de las situaciones.
La convivencia (dependiendo fundamentalmente de la actitud de los cónyuges) debe ser una escuela en donde se ensayan, forman y cultivan las principales
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virtudes humanas. El medio para desplegarse como seres humanos y vivir una vida más plena desde el esfuerzo integrador y la entrega revitalizante.
4. Constante renovación. La vida cotidiana, con todas sus actividades y presiones, se compone de pequeños detalles. Son los detalles (el cómo se hagan las cosas) los que marcarán la diferencia en el nivel de satisfacción.
Para vivir dichos detalles es necesario tener la conciencia de la importancia de esta realidad y desarrollar una actitud orientada a la conservación de los mismos.
Los detalles nos recuerdan la importancia de las pequeñas cosas y nos ayudan a reencontrar el sentido de lo que hacemos, también nos lleva a pensar más en el otro, personalizando la acción, así como a desarrollar nuevas virtudes ya que requiere de la persona un mayor desarrollo en el campo de la conciencia, así como mayor capacidad de cambio, de ponerse en el lugar del otro y mayor desarrollo de la fuerza de voluntad.
Se trata de vivir los detalles en sintonía con las necesidades del entorno, lo cual exige un previo conocimiento del otro y de sus necesidades así como de sus gustos para después planificar la acción a tomar. No se trata de vivir sin espontaneidad, todo lo contrario cuando una persona tiene claras las ideas puede potenciarlas y re-crearlas.
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Ya hemos visto que los retos de la convivencia. El principal reto es evitar que el amor de la pareja se pierde en el activismo y en a rutina. Siendo el amor una opción, capaz de ser entendido, racionalizado, el renovarlo ayudará a mantener el sentimiento amable y positivo de bienestar con el otro pero sobre todo reforzará una experiencia vital: la realización personal de ambos.
¿Cómo mantener el amor? ¿Cómo renovarlo? Antes que nada, queriendo esforzarse por ello y en segundo lugar, rescatando y renovando constantemente aquellos elementos que dieron inicio y alimentan la relación, tales como:
Enamorarse y mantenerse enamorado: no estamos hablando de quedarnos en el sentimiento pero sí de renovarlo, de alimentarlo sobre las bases sólidas de un amor real. El enamoramiento en sí mismo no puede sostenerse pero cuando se da en la base de un amor verdadero se convierte en una alegría constantemente reactualizada en el servicio mutuo. Mantenerse enamorado es como alimentar ese motor que aviva la marcha de la maquinaria, si bien no es el timón es aquella parte que la impulsa con renovada potencia. Se trata de cultivar el encanto.
Equilibrar sentimiento y razón: la emoción en sí misma no es mala pero tiene un ciclo natural. Al principio todo es emoción y ésta sirve como fuerza impulsora para llegar a un conocimiento más profundo de la persona que termina siendo una aproximación más racional. El conocer pertenece al campo de la razón y uno ama al otro porque sabe, reconoce su particular valor y le atrae, lo satisface en sí mismo. Lo
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racional, lejos de apagar los sentimientos, los refuerza al sustentarlos en la realidad.
Velar por el amor: todas las personas anhelan encontrar y vivir el verdadero amor pero lo que consideran en esta búsqueda es que el amor, para mantenerlo, necesita del esfuerzo personal y de la voluntad. Se trata de buscar el bien en todo lo que se hace. No queremos reducir el amor a la pareja en al ámbito de servirla a ella o satisfacer sus necesidades. El amor también se vive en el esfuerzo por mejorar personalmente, en otras palabras cuando nos esforzamos por dar lo mejor de nosotros mismos. Si uno vive la constante entrega, la generosa donación y el deseo de madurar como persona, ya está amando porque está buscando dar lo mejor de sí en la convivencia.
Voluntad y razón: una relación afectiva no significa actuar sin inteligencia, todo lo contrario, la vida cotidiana es un constante reto que nos plantea situaciones nuevas por resolver y ante las cuales si no las enfrentamos de manera inteligente puede generarnos mucha frustración y dificultar la relación con la pareja. La inteligencia nos ayudará a rescatar constantemente los elementos importantes que permiten fortalecer el vínculo amoroso y la voluntad es la determinación con la cual se llevará a cabo dicho esfuerzo. En toda relación hay que velar por desarrollar metas y objetivos comunes (que permitan enfrentar como unidad los retos de cada día), renovar el deseo de ayuda mutua para facilitar la convivencia diaria, vivir un compromiso fiel y total que renueva la confianza en el otro, velar por la intimidad de la pareja y cuidar y respetar los sentimientos del otro.
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Cuidar la vida sexual: no perder de vista que la vida sexual de la pareja tiene una fuerza vinculante en la medida que se centre en la comunicación, en la medida que sea un encuentro de dos personas y no de dos cuerpos. La intimidad del acto conyugal encierra la fuerza del misterio por el cual dos personas se hacen una sola carne participando una de la otra en la totalidad de su ser (se entrega el cuerpo porque ya se ha entregado la vida misma).
Apoyarse en el otro: el compartir las propias inquietudes y necesidades no sólo brinda el consuelo necesario para afrontar los retos diarios y aceptarnos en nuestras dificultades personales, sino que también afirma el valor de la pareja como importante y necesaria. Significa confiar en el otro renovando la opción por el y su valía particular en la vida de uno.
Actuar con inteligencia: la convivencia diaria hace que la persona se encuentre con la verdad de sí mismo y del otro y hace más real la relación clarificándola. Dentro de esta claridad se evidencian una serie de elementos frecuentes en la interacción cotidiana que convienen tomar en cuenta para cuidarlos: el lenguaje verbal, el lenguaje no verbal, el contenido de la comunicación, saber escuchar, saber dialogar (ser asertivo). “La convivencia es un arte que necesita orden mental”3 para solucionar los conflictos y superar la fatiga del esfuerzo diario.
Rojas, E. “El amor inteligente. Corazón y cabeza: claves para construir una pareja feliz”. Ed. Temas de hoy. Madrid. 1997 (16ta.edición). 3
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Renovar el compromiso: recordar el compromiso que desde un inicio se quiso asumir libremente y las características de dicho compromiso: total y libre. El compromiso exige autenticidad en el deseo de entrega hacia la pareja y su expresión más hermosa es la fidelidad ya que la fidelidad es la actitud por la cual uno está dispuesto a renunciar y a esforzarse en las pequeñas cosas para ser fiel en las grandes pruebas.
5. El significado de una experiencia compartida. La vida diaria somete a la pareja a una serie de situaciones nuevas e inesperadas que revelan nuevas facetas desconocidas del cónyuge y de uno mismo, por ejemplo: la enfermedad de un hijo o un accidente. Estos descubrimientos ayudan a enriquecer la comunicación en la relación.
El
sentido
de
la
experiencia
compartida
reside
principalmente en el proceso de enriquecimiento mutuo y simultáneo. No se trata de compartir cualquier tipo de actividades, se trata de buscar vivir aquellas actividades que van a beneficiar la relación y que aporten elementos interesantes. Para esto es necesario pensar en el tipo de actividad a realizar, cómo se puede aprovechar y los beneficios que de ella se desprenden.
Desde ésta perspectiva, la monotonía frente a la rutina de la vida diaria se ve contrarrestada ya que toda situación se convierte en fuente valiosa de información y de renovación.
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El cónyuge está más receptivo a aprender del otro y a aprender de sí mismo, además los problemas o situaciones se ven como retos de a dos y esto reconforta a la pareja pues tiene una fuente de apoyo en el cónyuge.
Es bueno recordar que el amor es una opción que se renueva en los lazos que se van estrechando entre los cónyuges al momento de vivir uno en comunión con el otro. La manera más clara por la cual se concretan estos lazos es en el tiempo compartido entre ellos, en el deseo explícito de planificar una actividad que haga al cónyuge pensar en su pareja y en consecuencia entregarle una parte de sí. De esta manera el sentimiento se verá renovado en recuerdos y actividades comunes los cuales ayudan a identificar la propia vida con la del cónyuge y a intensificar las ideas en común.
Una experiencia compartida es una experiencia aprendida y esto significa nuevas maneras de comportarse o de enfrentar situaciones las cuales, cuando se hacen en pareja, ayudan a forjar la identidad y el estilo personal de la misma. También las actividades pueden tener un efecto terapéutico al facilitar cambios de conducta o de actitud de parte de uno de los cónyuges. Cuando el valor de la palabra se ha desgastado la acción es la que puede ayudar a convencer a la pareja que hay una intención de cambio auténtica. La actividad y el esfuerzo que ella demanda, puede convertirse en una manera de expresar en acciones concretas el deseo de cambio de la pareja. Este hecho, si se vuelve repetitivo, va a generar un cúmulo de recuerdos positivos que servirán de facilitadores para restaurar la confianza en el otro y en consecuencia mejorar la comunicación.
Mira el video “Chicken or the egg”
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6. Actividades en común. Las actividades compartidas permiten a cada cónyuge aportar y recibir, no sólo del otro sino de los elementos de la situación, por ejemplo: un viaje. Son situaciones que le permiten a uno crecer. Al crecer se puede aportar algo nuevo al cónyuge. El reto, no es conseguir la plata para irse de viaje todo el tiempo, ni que se vuelvan una pareja de aventureros. El reto es hacer “nuevo” lo cotidiano.
Pero no basta con realizar la actividad en sí misma, es importante la actitud de la pareja de querer aprovechar la situación correctamente. Para esto cada matrimonio buscará una actividad que responda a sus necesidades encontrando zonas de interés en común. No puede haber intereses comunes si no existe algún tipo de interés personal, para lo cual se recomienda que cada uno revise sus intereses y gustos y a partir de ellos elijan actividades a fines.
Para tener un interés auténtico se necesita voluntad, además de un cierto sentimiento positivo hacia la actividad a realizar. Por ejemplo: si a ambos les gusta la música eligen ir a un concierto. O en caso contrario si a uno la gesta los paseos y a la pareja la gusta tomar fotos
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entonces organizan un paseo con cámara fotográfica en mano.
La actividad también puede ser orientada a una comunicación didáctica. El que conoce informa al otro que no sabe. Es bueno que se den intereses compartidos ya sea similares o complementarios, para que ambos se encuentren en la capacidad de opinar. Por ejemplo: el típico ejemplo del fútbol vs. Ballet. Pero a ambos le puede interesar el teatro o el ir a bailar.
No podemos dejar de mencionar las situaciones que surgen de manera inesperada. Estas suelen ser experiencias vitales de amor, dolor, alegría o tristeza. Son momentos que abren a una comunicación profunda entre los cónyuges.
En la vida de un matrimonio existen un sin número de actividades las cuales varían según su orientación. En esta oportunidad hemos querido clasificarlas en: actividades centradas en la tarea y actividades centradas en la relación.
Dentro de las actividades centradas en la tarea están el: visitar el colegio de los hijos, ir de compras, visitar amigos, visitar parientes, realizar algún “hobby”, acudir a alguna actividad deportiva o cultural, programar un viaje, planificar la economía familiar, etc. Son actividades que, si se realizan de a dos, permiten la mutua compañía facilitando la comunicación en torno a lo que se está haciendo, así como el ponerse de acuerdo para llevar la actividad a cabo, fomentan el encuentro de la pareja. Estas experiencias en común
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ayudan a generar un mismo lenguaje ya que los contenidos a compartir son los mismos.
En cuanto a las actividades centradas en la pareja tenemos: salir a cenar juntos, celebrar fechas importantes. Salir de paseo, intercambio de ideas, acompañar a la pareja a una tarea en particular, compartir algún interés del cónyuge. Estas actividades están más centradas en la pareja y requieren de una actitud de especial interés, deben darse del deseo de fomentar el encuentro y la comunión entre los cónyuges, por lo tanto los intereses personales no son tan importantes como el deseo de compartir. Este tipo de actividades también permiten que la pareja reflexione sobre su situación personal y abra vías de comunicación en torno a temas que pueden resultar difíciles de tratar (como el trato con algún pariente en especial, la educación de los hijos, religión, situación económica, etc.).
Las actividades son un medio, un buen facilitador para ayudar a que la pareja se desinstale y salga al encuentro de su cónyuge, pero no son efectivas en sí mismas si la actitud de ambos cónyuges no es generosa.
7. Comunicación durante y después de una actividad. Tener actividades en común, compartidas, genera ocasiones de diálogo, tanto durante la actividad como al finalizarla. Ayudan a conocer cómo reacciona el cónyuge en momentos determinados, como el estrés. Momentos en los que la emotividad puede arrastrar a la persona a reaccionar de manera diferente y que permiten al cónyuge a identificarlos para ayudar a la pareja a no dejarse llevar
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por las emociones momentáneas (ya sean positivas o negativas). Al iniciar una actividad surgen una serie de esquemas personales, producto de la educación o de las influencias del entorno, las cuales revelan un sistema de creencias y hábitos complejos. Se desencadenan así nuevos elementos de comunicación y de conocimiento de la pareja.
Para que una actividad sea efectiva debe
planificarse
adecuadamente,
como ya lo hemos mencionado, dicha planificación es un excelente ejercicio de comunicación que ayuda a la pareja a coordinar y aprender a actuar y organizarse como
equipo.
De
este
tipo
de
coordinaciones es que van surgiendo los estilos de trabajo de cada pareja.
Ayuda también a elaborar nuevas estrategias para enfrentar nuevas situaciones y enriquece al cónyuge al conocer los recursos de la pareja. Así mismo las situaciones compartidas abren una posibilidad de eventos inesperados en los cuales la persona es tomada por sorpresa y actúa no como desearía ser sino como realmente es proporcionando una fuente de información valiosa para conocer a la pareja y a uno mismo.
Las experiencias en común generan recuerdos comunes. Dependen de cómo los utilicen harán que produzcan una sensación positiva o negativa (si se centra en las dificultades o en el esfuerzo realizado). Algo que ayuda, cuando dialogamos en base a los recuerdos, es buscar la opinión del otro. Ya que la
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propia subjetividad puede distorsionar algunos detalles o la interpretación del recuerdo.
De esta manera las actividades en común son facilitadoras de diálogo, brindan la oportunidad de comunicar, y pueden constituirse en recuerdos positivos que refuercen la unidad de la pareja.
También pueden ayudar a mejorar la disposición para el intercambio de ideas, sentimientos, inquietudes, etc., ofreciendo a la vez oportunidades para compartir de manera generosa la intimidad de cada uno.
Lectura para profundizar. Revisar artículo Puntos críticos de la vida matrimonial de Mónica Ballón.
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