Capitulo I - introducción a la vida conyugal

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CAPÍTULO I: INTRODUCCIÓN A LA VIDA CONYUGAL

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Objetivos:  Entender la naturaleza dialogal de la persona humana.  Reconocer la comunicación como una necesidad y tarea que debe asumirse con responsabilidad, madurez e inteligencia.

1. Seres para el encuentro Cuando pensamos en nosotros lo primero que se nos hace evidente es nuestra individualidad, esa particularidad que nos hace únicos e irrepetibles; individualidad que está marcada por una intimidad propia y necesaria en la que nos encontramos con nosotros mismos, con nuestros valores y aspiraciones. Al mismo tiempo, nos damos cuenta que contemplar esta intimidad resulta insuficiente, ella misma reclama salir. Si nos quedáramos en ella nos aislaríamos. Desde nuestra intimidad descubrimos el deseo de compartir-nos con los demás. Nos damos cuenta que cuando esto no se da experimentamos insatisfacción, agobio, soledad. Es ahí que descubrimos que más que un deseo el “compartirnos” es una necesidad.

Esto exige que salga de mí para darme al otro y esforzarme porque el otro me entienda para que desde su intimidad se dé un encuentro personal, íntimo en donde pueda experimentar la libertad de ser yo mismo.

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Entonces este encuentro está cargado de contenido, del contenido de mi valor personal

cuyo

responsable

de

comunicarlo soy yo. Depende de mí que el contenido sea coherente con mi modo particular de ser persona y mi dignidad sino, la comunicación no va a ser plena, estará como distorsionada desdibujando la idea de mí mismo.

Esta necesidad de encuentro debe empezar con uno mismo. Si yo no me encuentro a mí mismo (reconociendo mis cualidades, necesidades, anhelos, modo de pensar, etc.) no voy a saber qué dar, la calidad del encuentro será pobre. La consecuencia: una experiencia de frustración que nos llevará o a buscar nuevos espacios de encuentro hasta lograr satisfacer le necesidad del encuentro pleno o a la fuga en los sucedáneos alienantes (la droga, el alcohol, la promiscuidad, el trabajo excesivo y abarcante, el ganar “todo el dinero” que podamos, etc.). Esta última es, lamentablemente, la opción más o menos inconsciente de buena parte de la gente que conocemos.

Si yo no sé amarme auténticamente no sabré transmitir mi valor personal. Si no se darme a los demás tampoco sabré amarlos.

Así el amor se entiende como un acto responsable, de madurez en el cual le doy lo más auténtico de mí a la otra persona. Yo me hago don y en ese donarme me despliego, crezco, maduro y aprendo más de mí. Es un salir al encuentro no para perderme a mí mismo sino para “saber ser” ser más humano porque estoy cumpliendo con las leyes propias de mi naturaleza: ser

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encuentro. Esta realidad de ser encuentro no es una realidad dada por la persona sino que le es dada. Está en su estructura más profunda, es lo que está llamada a ser y justamente por eso es una necesidad. Por lo anteriormente descrito no podemos disponer de nuestra naturaleza arbitrariamente ya que no somos los autores de la misma pero sí los responsables de ella. De ahí que no podemos entregarnos de cualquier manera ni amar de cualquier modo. Debemos entregaros y amar respetando desde lo más profundo de nosotros, desde lo que somos: seres únicos e integrados.

Esta integralidad (somos seres corpóreos y espirituales) nos lleva a amar con todo lo que somos: con nuestra mente y nuestro cuerpo. Así el encuentro es más pleno y alcanza dimensiones que lo trascienden: genera vida.

Constatar esta realidad resulta relativamente sencillo, basta con ver la historia de la humanidad y la tendencia del hombre a vivir comunitariamente, defender el núcleo familiar, buscar la respuesta a eternas preguntas como: ¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Qué hay más allá de la muerte? Es nuestra realidad espiritual la que nos lleva a más. Pero la complicación se da en el día a día cuando sabemos que queremos dar lo mejor de nosotros (a nosotros auténticamente) y no lo hacemos. Descubrimos en nosotros una ruptura que nos lleva a distorsionar la entrega y por tanto la donación de lo que somos y el amor. Dejamos de buscar lo bueno para mí y para el otro al dejarme llevar por sensaciones o sentimientos de insatisfacción o desesperanza. Empezamos a dejarnos llevar por fines ajenos a

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nuestra naturaleza que lo único que hacen es alejarnos de nosotros mismos y aumentar la experiencia de desorientación y soledad. No basta con querer amar, con querer entregarse, hay que saber hacerlo. Para salir al encuentro de otro hay que ser conscientes de las trabas personales y de lo que es amar. Exige, por tanto, madurez y responsabilidad.

Mira el video “Ningún hombre es una isla”

Esta realidad hay que tenerla en cuenta en la vida conyugal. No basta con “querer al cónyuge” o sentir que se le ama. Hay que saber qué podemos darle, las dificultades personales al momento de entregarse y recordar lo opción.

En la vida conyugal hay que vivir y recordar el compromiso asumido libremente con el cónyuge. La vida conyugal exige madurez y voluntad para no perder de vista el objetivo en común y así no desvirtuar el amor.

No se ama partiendo de la nada o del sentimiento. Se ama partiendo de una certeza, de la opción por el otro que es el bien encontrado, la posibilidad de realización, el complemento con el cual nunca más habrá soledad. Pero esta realidad, que encierra un sin número de bondades, no está exenta de nuestras fragilidades. Así con nuestra entrega surgen nuestras inconsistencias, el cansancio, la monotonía, los miedos, las inseguridades, el resentimiento, la subjetividad.

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Hay que saber qué entregamos y cómo lo entregamos para pedirle ayuda al cónyuge y esforzarnos por mejorar la calidad de nuestro encuentro. Hay que esforzarnos por mejorar no por ser perfectos. El darnos está condicionado a evitar ser dañados o rechazados. Cuando este temor de enfrentarse a uno mismo está presente en la relación conyugal no es raro que se responsabilice al otro de las situaciones de conflicto expresando así el miedo a reconocer la propia responsabilidad en el problema mediante una actitud defensiva. Cuándo se señala esto surgen espontáneamente las justificaciones y las excusas. Cabe preguntarnos ¿No sería mucho mejor que el esfuerzo mental desplegado en elucubrar estas explicaciones se dirija a entender al otro? La clave para vivir plenamente está en reconocer la experiencia del amor desde lo más íntimo de cada uno y poder de esta manera darlo a los demás. Para que esto ocurra es indispensable amarse a uno mismo. El amor verdadero a los demás tiene como premisa este amor. Como lo encontramos en la Biblia: “amar al prójimo como a nosotros mismos” ¿Cómo tiene que ser este amor? Debe ser una afirmación decidida del valor incondicional y único de la persona amada que reconozca y busque satisfacer las necesidades del otro, que perdone y reconociendo los fallos propios y ajenos vaya más allá de ellos para reconocer su propia dignidad y la verdadera naturaleza del encuentro.

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Y yo: ¿Amo de esta manera a los demás? ¿En qué medida este amor lo vivo para conmigo mismo? De no ser así ¿Qué tan auténtico es lo que le doy a los demás? ¿Cuánto lo entiendo verdaderamente? La responsabilidad empieza desde uno mismo. Amar es una necesidad humana que implica conocimiento. Se trata de saber que lo que se está viviendo responde verdaderamente a nuestra necesidad y nos llevará a la satisfacción personal. Pero dicha satisfacción será incompleta si no tiene su origen en lo más profundo de uno mismo, de aquí la importancia del conocimiento personal.

2. Abiertos y receptivos En los diversos momentos y dificultades de la vida conyugal resulta necesario aprender a conocer los movimientos emocionales que se dan en el interior para dirigirlos de forma adecuada y saberlos encauzar hacia el bien conyugal que es el proyecto en común. Sólo así ambos miembros de la pareja podrán retomar el camino y dar lo mejor de sí. De lo contrario caerán en autoafirmaciones personales y terminarán aislándose.

Para que una relación entre dos personas sea verdadera y se constituya en una experiencia enriquecedora ambos miembros deben querer y saber aportar, compartirse al otro, desear donarse y aceptarse mutuamente ya que toda persona necesita amar y ser amada. Esta realidad es el inicio para entender y reconocer nuestras necesidades más elementales.

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Recordemos que toda persona tiene la necesidad de querer y ser querida por alguien, de ser valorada y experimentarse segura. Es más, la necesidad de comunicarse es, entre otras cosas, expresión de nuestros anhelos de comunión. Entonces ¿qué hay que hacer para ser amado? Hay que darse al otro. Aunque esto suene paradójico, el primer paso para ser amado es buscar amar, es pensar en el otro y no en uno mismo. Ser amado significa ser desprendido y esto, aunque nuevamente suene paradójico, significa una ganancia. ¿Qué debo hacer para estar en condiciones de amar? Reconocer las posibilidades y limitaciones propias para que la entrega no sólo sea real sino libre de amarguras, complejos o frustraciones (saber entregarse con humildad). Hoy en día resulta difícil donarse así ya que en una sociedad consumista como la nuestra muchas personas se han acostumbrado únicamente a recibir.

Nadie llega “perfecto” al matrimonio. Pero quien llega al matrimonio con la experiencia de ser querido va a poder contar con la apertura y disposición positiva para aprender a amar y mejorar como persona. Por ejemplo: una persona que durante toda su vida ha sido castigada por medio de la humillación, difícilmente podrá perdonarse cualquier detalle o torpeza que llegue a cometer en la convivencia, tampoco aceptará una crítica constructiva porque no la va a tolerar o incluso preferirá no tener iniciativa alguna por temor al rechazo.

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El amor engendra siempre amor. Por lo tanto no hay que tener miedo a dar (la primera dinámica del amor es la donación), entregándose de maneras diversas en actos cotidianos. Ahora bien, el recibir también es una manera de amar, ya que se está aceptando lo que el otro quiere y puede entregar (por ejemplo: el niño que le hace un dibujo a la mamá y ésta lo recibe feliz y con amor). De esta manera, cuando recibo, doy, aceptando lo que el otro puede darme y no únicamente lo que yo quiero que me dé.

2.1. Abiertos para dar. Vivir el encuentro significa comunicar mi intimidad con la intimidad de otra persona y por tanto estar dispuestos a aceptar lo que esa intimidad tiene que dar. Se hace necesario entonces desarrollar habilidades de apertura tanto para dar como para recibir ya que estamos hablando de un proceso dinámico que se retroalimenta a sí mismo y requiere de madurez para que esa retroalimentación no sea negativa.

2.1.1. La comunicación Nos

comunicamos

para

compartir

actitudes,

sentimientos,

pensamientos y así lograr mayor acercamiento y unidad. Para comunicarnos no basta con sólo hablar, debemos considerar:

-

Qué es lo que queremos decir (el contenido real de nuestro mensaje);

-

Cuándo (el momento adecuado y el entorno idóneo para hacerlo);

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-

Cómo (utilizar adecuadamente los medios: escritura, palabras, tono de voz, gestos, actos)

-

Por qué (conocer los motivos por los que hablamos: buenos o malos. Hace falta una consideración cada vez más honda y práctica de nuestras motivaciones para hablar);

-

Con quién (valorar a la pareja y su circunstancia concreta: si está alegre, triste, preocupado, sereno, etc.)

En definitiva se trata de poner de nuestra parte para que el otro pueda recepcionar lo que se le dice y pueda darse el objetivo de la comunicación: el encuentro.

Es importante tener siempre presente que en el matrimonio las palabras habladas jamás son neutras, están cargadas de contenido por las experiencias compartidas y por estar relacionadas con los planes a futuro.

Hay

un

marco

de

referencia

por

conversaciones anteriores y expresiones repetitivas que se filtran a la hora de interpretar lo que la otra persona nos quiere decir. De ahí que se van estableciendo reglas internas e informales que originan los prejuicios o interpretaciones subjetivas; para evitar este subjetivismo se debe desarrollar la habilidad de saber cuándo el otro ha

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captado el mensaje, saber cuándo y cómo tiene que reflejar lo que quiere comunicar para que pueda ser comprendido.

La misma convivencia permite captar los mensajes positivos, que favorecen la unidad y el fortalecimiento de la relación, pero también transmite con mayor susceptibilidad los mensajes negativos que pueden afectarla. Por ello la comunicación debe girar en torno a elementos positivos (si hablamos de un problema o de una preocupación debemos hacerlo centrándonos en la solución o partiendo de lo positivo de la situación). En caso contrario se puede afectar la percepción de la relación a futuro ya que se almacenan recuerdos negativos que van cargando la historia personal de la pareja de contenidos negativos, lo cual impide reconocer los elementos positivos por los cuales nació y vive la relación.

Aquí cabe señalar que para un auténtico proceso comunicativo las palabras no bastan. Cuando se ha roto la comunicación el medio más eficaz de recomponerla es por medio de la acción. Por ejemplo: ante una falta no sólo pedir perdón sino buscar la solución o cambiar de actitud.

2.1.2 Cuándo dar Si el fin de la comunicación es compartir-me, poco útil será la misma, si no tengo un receptor a quien le llegue el mensaje. Necesito del otro para poder aportar, para poder entregarme. De ahí la importancia de pensar en el interlocutor al momento de hablar. Es como cuando un empresario prepara un tema para vender una idea nueva. El empresario prepara su exposición con la mente puesta en sus potenciales clientes: como dar el Curso: Vida Conyugal/Capítulo I: Introducción a la vida conyugal

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mensaje, qué códigos utilizan, tipo de lenguaje, qué les gusta, expectativas y con qué ideas se identifican. Algo parecido sucede en la vida conyugal.

Se trata de hablar o actuar cuando el otro esté preparado para atender (ya sea brindando una palabra o un gesto de apoyo, información interesante, sugerencias para mejorar, etc.).

Un momento importante de enriquecimiento conyugal es el de la intimidad. No se necesita nada complicado para aportar, en ocasiones con la sola presencia física se está dando. Por ejemplo un médico llega tarde a comer a su casa y la esposa lo acompaña o cuando la esposa está en trabajo de parto y el esposo la apoya con su presencia y tranquilidad. De lo que se trata es de “estar ahí”, que es la manera más elemental pero significativa como se expresa el compromiso incondicional hacia la pareja.

También es bueno reconocer en qué momento ambos están dispuestos a aportar o a recibir. Puede ser que el entorno no ayude mucho por las múltiples obligaciones, pues entonces la pareja buscará generar sus propios espacios.

2.1.3 Limitaciones Es tan frecuente estar rodeados de ruido: carros, bocinas, motos, radios, aviones, etc. El ruido limita la comunicación, dificulta la capacidad

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personal de reflexión y reduce la creación de ideas. No se oye lo que el otro dice y así uno se aísla más en su propio mundo. Cuando el ruido se hace interior muchas veces cobra forma de activismo. Se trata de un vicio de la actividad por el que la persona se reduce a la acción, abandonando toda reflexión sobre sí misma y limitando de este modo la relación de pareja a funciones, eventos, preocupaciones financieras o de eficacia en determinados aspectos externos.

2.2. Receptivos para recibir. La otra cara del aportar es el recibir. Se trata de una necesidad propia del ser humano. En el matrimonio tiene un sentido especial por el grado de intimidad del vínculo: sólo se puede recibir del cónyuge lo que es propio de esa condición (de lo que implica ser pareja). Tal es ese grado de intimidad de la entrega y la recepción de la misma, que el dar de los cónyuges hace que lleguen a ser uno pues se acepta la totalidad del otro de manera radical y plena.

La primera condición para recibir es saber quién es mi cónyuge, valorar su dignidad, aceptarla plenamente en lo humano y en lo biológico, amando sus características humanas para bien o para mal estando dispuesto a ayudarla a mejorar como ser humano.

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Por tanto, es querer abrirse a lo que el otro me puede dar y entendiendo qué necesita hacerlo dar para mejorar en el amor.

2.2.1. Haber aprendido a recibir Una persona es generosa para dar cuando ha aprendido a hacerlo con anterioridad. En cambio aprendemos a recibir desde que nacemos, es más automático porque comprende necesidades básicas. Sin embargo hay situaciones más complejas o difíciles de captar al momento de recibir. Por ejemplo: cuando una persona no tiene el hábito de recibir o acoger sugerencias, opiniones o correcciones, tampoco va a tener el hábito de valorar lo que recibe de su cónyuge. Dicha persona desconfía de las posibilidades de recibir algo valioso, no llega a ser consciente de lo positivo y enriquecedor que es recibir. Es más, se acostumbra a valorar las propias opiniones como absolutas llegando a ser radical y adoptando actitudes de intolerancia hacia las opiniones del otro. No está abierta a aprender en función del propio bien. El recibir ayuda a desarrollar la tolerancia y la flexibilidad para el cambio y permite el enriquecimiento personal y el conocimiento de la pareja.

2.2.2. Condiciones personales para recibir El primer obstáculo que se puede encontrar es la soberbia que deforma la realidad reconociendo sólo como parámetros verdaderos los propios (autosuficiencia). Hay soberbia tanto en la superioridad, como en el desaliento y en el “victimismo” ya que la persona se queda en sí misma y no se esfuerza por abrirse al cambio.

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El hecho de estar abierto a la recepción de información ajena significa que ya existe una actitud más atenta para recibir todo lo que haga falta y por lo tanto un esfuerzo por mejorar. Esto es muy importante para la crianza de los hijos ya que permite a la persona conocerse en las diferentes funciones que realiza, evaluar sus limitaciones en la escucha y mejorar como padre. Además ayuda a valorar las carencias como oportunidades para mejorar en lugar de verlas como defectos.

Pero a veces no es fácil recibir. Se requiere una actitud racional, actitud afectiva positiva y la voluntad de poner en práctica lo que se acaba de recibir. Uno puede superarse sólo si tiene el deseo y la voluntad de hacerlo.

Este recibir requiere por lo tanto un dominio de la voluntad. Es un recibir “para”, es un recibir que compromete y requiere de una actitud obediente. El recibir supone una serie de consecuencias que se traducen en una actuación congruente con lo que se ha recibido.

2.2.3. Cómo recibir Para saber recibir una de las principales habilidades a desarrollar es saber escuchar e interpretar correctamente el mensaje que se recibe. Saber escuchar significa que existe un auténtico interés en recibir (hasta un comentario breve y cotidiano). Se trata de tener una actitud atenta. Reparar en los gestos, actitudes, señales de cansancio. Saber percibir los detalles, hasta en los ligeros contactos físicos.

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Dada la exigencia natural de la comunicación en el matrimonio, la ausencia de mensajes tiene un significado negativo para la pareja. Por lo tanto lo más grave en una relación no es que se den muchos mensajes negativos sino que no haya mensajes porque supone indiferencia, desesperanza y desencuentro.

En definitiva, se recibe dando: El recibir no es un estado pasivo, por el contrario demanda una actitud de atención y alerta. Se recibe dando nuestro tiempo, ofreciendo nuestro cansancio (si en el momento que el otro quiere dar estamos cansados), aceptando (lo que no esperamos o no nos agrada), preguntando, intentando comprender y siendo empáticos.

2.2.4. Interferencias externas Vivimos inmersos en una sociedad que ejerce gran influencia en nuestro modo de pensar y vivir. La pareja como tal se desarrolla dentro de este contexto social por lo que es necesario tomar en cuenta este tipo de influencias para entenderlas y ver cómo influyen en su apertura a recibir.

Es así que nos encontramos en una sociedad donde se propone el placer como un fin de vida, el dolor es rechazado y hasta satanizado, negándole todo valor positivo. La persona busca solo el placer y se vuelve egoísta y frágil.

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En el ámbito matrimonial, si el cónyuge le da algo que no le parece gratificante como puede ser muchas veces la corrección o alguna observación sobre algo que cambiar entonces no lo acepta. Con el mismo criterio se rechazan las situaciones de la vida cotidiana que exigen sacrificio y entrega.

Las dificultades o el sufrimiento no son tolerados y el desánimo llega con facilidad dejándose abrumar por la desesperanza que imposibilita ver que la solución radica en un cambio de actitud. Darse cuenta de esta limitación (que en lenguaje cotidiano se conoce como engreimiento) posibilita manejar con mayor apertura de espíritu todos aquellos cambios que implican el recibir de la pareja. Así se comprenden con apertura los diferentes códigos, las habilidades particulares y los mensajes propios.

3. Cualidades para recibir Cuando hablamos de carácter nos referimos a todas aquellas características individuales y propias de cada persona que la constituyen como tal y la diferencian de las demás.

Para saber dar hay que conocer las necesidades del otro. Lo mismo para poder recibir, uno debe conocerse y con sinceridad reconocer la realidad personal y comunicarla para que el otro sepa cómo puede ayudar mejor.

Es importante por tanto ser sinceros y sin complejos donar no sólo lo bueno sino también ofrecer las limitaciones personales y así, con la ayuda del otro,

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tener una actitud de cambio positivo; se trata de no fingir y de conocerse a sí mismo. Este conocimiento requiere una actitud reflexiva, un auto observarse.

Esta sinceridad implica tener una actitud generosa. El generoso reconoce lo que posee y entrega lo que es conveniente dar en el momento oportuno para mejorar y fortalecer la relación conyugal. Un elemento que puede afectar la generosidad en la entrega es el factor salud, si la persona se encuentra enferma, su estado de ánimo afectará la disposición de salir al encuentro. Es bueno considerar esto para no juzgar al otro cuando se encuentra en una condición de desventaja.

Otro aspecto interesante es cultivar la virtud del pudor, que conserva la correcta expresión sexual y genera el contexto natural para que se dé la delicadeza del acto sexual, convirtiéndolo en una oportunidad única y exclusiva de donarse uno mismo de manera especial. Este donarse a sí mismo tiene un sentido creativo y fecundo ya que esta unión amorosa se proyecta al futuro por su apertura a la vida.

El carácter debe ser flexible. La flexibilidad consiste en saber adaptar los recursos o las habilidades según la situación y de acuerdo a la exigencia del bienestar de la familia, sin dejar de lado el juicio personal. La flexibilidad afirma la complementariedad en la pareja. No se trata de ceder siempre o de acomodarse a la situación de manera pasiva, sino de una coparticipación mutua para entender ambos puntos de vista a partir de la unión de ambos (velar por el hogar).

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Otro factor importante contemplado dentro del carácter es la madurez personal que en este caso entenderemos como adecuado nivel de auto conciencia y auto aceptación que permite a la persona manejar las limitaciones propias y las reacciones emocionales que éstas generan. Una de las fuentes de mayor agresión dentro de la pareja proviene del mal manejo de las emociones las cuales afectan la capacidad de análisis y por lo tanto la búsqueda de soluciones, haciendo que uno mismo se centre en la experiencia subjetiva.

4. Riqueza y satisfacción personal La riqueza y la satisfacción personal son condiciones indispensables para aportar en una relación. Una persona insegura busca recibir seguridad antes que dar, afectando su capacidad de entrega. El matrimonio debe ser sobreabundancia de la relación interpersonal (entrega generosa) producto de la riqueza personal de cada uno. La inseguridad dificulta la entrega personal, afectando al cónyuge y a los hijos y reduciendo la libertad para dar.

La experiencia conyugal es una experiencia de encuentro que requiere de la persona salir de sí. Cuanto más libre sea este salir de sí mejor será la calidad del encuentro.

Se entiende libertad responsable, libertad sustentada en el recto uso de la razón y de la voluntad. Esta libertad crecerá en la medida que la persona sepa potenciar su naturaleza, en la medida que sea más persona realizando actos más humanos. Si se da lo contrario la persona se deshumaniza, pierde la dirección de sí misma perdiendo el rumbo de su sentido.

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La dinámica conyugal se alimenta a sí misma, del aporte personal de ambos cónyuges. Cada cónyuge ofrece al matrimonio algo nuevo. Para esto debe enriquecer su propia vida y no agotarla sólo en el trabajo o en la casa. Si uno no se preocupa de su formación o satisfacción personal no se encuentra en condiciones de enriquecer la relación. Necesitamos recibir para poder dar. En este sentido sólo hay que tener cuidado de confundir el enriquecimiento personal con actitudes egoístas.

Mira el video “Illustration of love” y “Canción de amor.”

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