- O sea que este caballero, don Pascual, perdone que le pregunte ¿es marica? - ¿Pascual…? Ja, ja, ja… No. No era marica. Le gustaba vestirse de mujer no más. Se consideraba un artista. Esa era su pasión. Lo que más le gustaba era subirse a un escenario y que lo aplaudieran. Pero no sabía cantar, ni tocar piano, ni declamar, ni hacer magia, ni nada. A mi me daba un poco de pena, porque estaba muy frustrado. Creo que hasta me tenía envidia, pero no lo culpo. El me agrandaba los zapatos nuevos, es decir, se ponía mis zapatos de taco alto mientras caminaba por la pieza. Yo me reía de él, pero un día se puso toda mi ropa y bailando no lo hacía nada de mal. Yo como broma le dije “¿y por qué no bailai tú, de repente?”. Se puso feliz con la idea, se compró la peluca rubia, ropa interior, sostenes. Se convirtió en un experto en maquillaje y a nadie le extrañaba, porque pensaban que era para mí. Practicaba todas las noches. De repente me anduve resfriando y me reemplazó. Nadie se dio cuenta. Y así empezó. Hay casos así. - ¿Y cómo, si fueron tan unidos y él vive por aquí, no sabe de usted? A mí me dijo que no sabía siquiera si usted estaba viva. - Sí sabe, pero se hace el leso. Algo le pasó. Antes pasaba de repente por aquí y me miraba de lejos. Ahora no debe salir casi nunca. Lo que pasa es que por esa época yo me metí con otro caballero y estuve un tiempo en Mendoza. El no pudo seguir siendo la Tongolele, porque se suponía que la Tongolele se había ido a Mendoza. Entonces se enojó conmigo para siempre. Cuando me fue mal y volví nunca más me habló, se desapareció, se metió a trabajar en alguna cosa y todo se acabó. No sé qué le dolió más: que me fuera con el otro caballero o que no pudo ser más la Tongolele. Pero ya no importa. Pese a que no quería saber del pasado, don Pascual me había pedido que le contara cómo me había ido. Pero, para ser honesto, no tenía ningún deseo de verlo. Si a él no le interesaba su pasado a mí sí. Ya no podría hablar con él, sin pensar que era la misma mujer hermosa de mi juventud. Era demasiado para mí. Me sentía engañado, pero no tenía a quién echarle la culpa. Así que no volví más don de don Pascual y no le conté a nadie la historia de la Tongolele. Ni siquiera al Chito.