La obligación de no hacer daño

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16Ñ LITERATURA dpa

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Ricardo Viel, desde madrid

uando deseas alguna cosa, todo el Universo conspira para que puedas realizarla.” Lo dice Paulo Coelho y lo recuerda Héctor Abad Faciolince en un artículo de 2003 donde intenta explicar por qué es tan mala, y a la vez tan exitosa, la autoayuda disfrazada de literatura del brasileño. Los escritos de este colombiano nacido en Medellín hace 56 años no tienen nada que ver con los del Alquimista pero la frase, si cambiada un poco, sí que podría servirle: “Cuando deseas que una cosa no pase, trata de (d)escribirla”. Porque aunque no sea místico ni crea en la existencia de una fuerza superior, el antioqueño alimenta una fe inquebrantable en el poder de la palabra. “Mi primera novela es sobre un viejo que al final de su vida, ya impotente, se casa con una mujer muy joven y bonita. Como no le puede hacer el amor pone a otro en la noche de bodas y presencia el acto. Es lo que yo no quiero nunca. La escritura tiene ese poder. A uno le da miedo que lo que dice o escribe pueda pasar, pero he tratado de pensar al contrario. Si lo digo, ya no me va a pasar eso que más temo”, cuenta durante el desayuno en un hotel al lado del Congreso de los Diputados en Madrid. Es viernes y Héctor Abad está en la capital española para presentar su más reciente libro La Oculta, publicado tras un silencio de ocho años, que acaba de publicarse en la Argentina. Durante ese tiempo escribió ensayos y poemas, mantuvo su columna semanal en El Espectador, pero no era capaz de entregar la novela. Desechó borradores, terminó un libro que nunca piensa publicar y, tras perder un cuaderno donde tenía apuntada otra historia, volvió al manuscrito de un relato sobre una finca de Antioquía. En La Oculta tres hermanos narran, en primera persona, el discurrir del tiempo, a través de las transformaciones en la familia y en el país. –En la presentación del libro explicó que trata de pintar un pasado mejor y un futuro que no le gustaría que llegara. Escribir para que las cosas no sucedan, ¿es así? –Te doy un ejemplo. Yo estaba en Lisboa y mi hija viajaba de Colombia a Europa. Y escribí un poema pensando intensamente que el avión se caía. Lo escribí con una tristeza enorme, casi como si hubiera ocurrido. Pero en esa tristeza profunda de perder a mi hija yo sabía que la estaba salvando. Es pura magia mental, los seres humanos somos muy irracionales. De ahí viene la religión. Creemos en cosas raras, en muchas cosas que no pasan, que pasan sólo en nuestras cabezas. Y creemos que haciendo actos mágicos no va a pasar. –Suele decir que escribe para una persona que no está. ¿Cuando escribía La Oculta pensaba que era un libro que a su padre le gustaría leer? –Pues sí, porque esa frase del padre “esa finca no se debe vender en ningún caso” es de mi padre. Se la dijo a mi hermana mayor. A ella nunca le secuestraron un hijo, pero yo hice el ejercicio mental de pensar qué habría pensado mi padre, un hombre de izquierda, si la guerrilla de izquierda le hubiera secuestrado un nieto, ¿qué hubiera pasado dentro de él? Y la frase a mi hermana fue así: tú eres la mayor, lo único que les voy a dejar es esa finca, que era de mi padre, y nunca la vendas. Y mi hermana le preguntó, ¿y si secuestran a un hijo mío, la vendo? No, ni siquiera en ese caso la vendas. Yo no la oí, pero

Héctor Abad Faciolince. Es uno de los autores más personales y vibrantes de las letras colombianas. En este diálogo presenta “La Oculta”, su nueva novela.

La obligación de no hacer daño es una cosa que mi hermana cuenta. Es decir, mi padre era muy apegado a la tierra. Es una novela, pero es una novela muy basada en cosas reales y familiares. –Hay un momento en que la hija está leyendo un libro que fue del padre, y hay muchas notas y comentarios dejados por él. Es casi como si estuvieran hablando. ¿Le pasó igual? –Me pasa mucho, porque mi papá destrozaba libros con apuntes, con rayas, con comentarios. Eso es biográfico. Es hacia atrás y hacia delante: yo pienso en mi hija leyendo un libro mío cuando yo esté muerto, porque también tomo apuntes. –En un ensayo retoma la idea de Unamuno de los “ex futuros yos”. Los narradores de La Oculta, ¿son sus ex futuros yos? Si fuera mujer…

–Sí o si fuera gay (como Toño, uno de los narradores). Mira qué cosa tan rara me pasó. El libro ya lo tenía el editor, pero todavía estábamos haciendo correcciones. Y al final Eva se consiguió un último novio que se llama Posaditas. Y entonces una noche sueño que Posaditas no es un hombre sino una mujer. Me despierto a las cuatro de la mañana y cambio todo, pongo que Posaditas es mujer. Y le escribo al editor y digo que quiero hacer un cambio. Ese mismo día, una persona muy próxima me llama, que quiere contarme algo. Vamos a comer y me cuenta que tiene, por primera vez, una relación homosexual. –¿Eso del sueño le pasa a menudo? –No, no, porque casi nunca me acuerdo de los sueños. Muy pocas veces. Para mí, lo que se me parece a los sueños es el pa-

sado, porque lo recuerdo tan mal que tiene esa consistencia de los sueños. Para mí el pasado es una cosa muy confusa, muy poco precisa. Muy parecida a los sueños. –¿Y le molesta esa mala memoria? –No, ya no, ya desistí. Sí, tengo una manera de recordar: gmail es mi memoria. Pongo palabras en el search de gmail: entrevista, Madrid, periodista. A veces funciona (se ríe). –La mala memoria al final le sirve de alimento para escribir. –Es raro, pero trabajar con la memoria, con la mala memoria, es una obsesión para mí. La mala memoria para mí es lo que para otros es la fantasía. El pasado no me interesa, primero de todo porque no lo recuerdo. Y el futuro yo no lo sé, así que vivo en el presente. Como tampoco tengo


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