Fútbol: Neymar y el monstruo, por Ricardo Viel June 4th, 2013 → 10:53 am @ elpuercoespín 1
La primera vez que vi a Neymar él tenía 15 años, pesaba menos de 50 kilos y era el responsable de generar esperanzas y odios en el Santos Fútbol Club. Fue a principio de 2008, en una visita que hice a las canteras del club paulista para hacer un reportaje. Ya había escuchado hablar de la existencia de un chaval que cobraba más que algunos de los jugadores profesionales del club y que era pintado como el diamante más valioso del mundo. Mejor que Robinho, decían. Cuando lo vi jugando contra chicos dos años más grande que él tuve la sensación de que podría ser un chaval más de los que el Santos vendía como el próximo crack y que posiblemente quedaría por el camino. Quizá no me fijé mucho porque lo que más me llamó la atención aquel sábado de verano no ocurría en la cancha, sino en las gradas. Los padres de los niños, sus compañeros, lo abucheaban. Le decían barbaridades y vomitaban su odio, porque sus hijos eran apenas numeritos en la camisa mientras aquel chico seco de las piernitas de grillo ya parecía tener un futuro escrito.
También dentro del club había muchos dirigentes y asociados que estaban en contra de tratarlo de manera diferente e invertir tanto dinero en algo que podría no traer un retorno. Le pregunté al director de las canteras qué pasaría si el muchacho les dijera que no iba a seguir la carrera de futbolista y que quería, por ejemplo, ser médico. “Se lo apoyaríamos, pero yo lo conozco lo suficiente para decirte que es imposible que eso pase”. En aquella época, las preocupaciones eran cómo hacer para que el muchacho ganara muslos y como controlar los celos de los demás jugadores de las canteras. No tenían ninguna duda de que el chico triunfaría. Estaban convencidos de que era una pieza única. Sólo hacia falta paciencia y cuidado. El plan inicial del club era tener a Neymar en los profesionales en 2011, cuando empezaría la cuenta regresiva para el centenario de la agremiación. Sin embargo, el plan se adelantó dos años. Parecía fruto de la desesperación, pero funcionó. Poco más de un año después de aquel partido en las canteras, con sus 17 años recién cumplidos, Neymar debutó con el equipo principal del Santos. Cuando vi al flaquito entrenando con los profesionales, me pareció una locura. El Santos venía en una malísima racha y a mí – y a muchos periodistas que seguían el día a día del club – nos parecía que iban a quemarlo al meterlo en un equipo sin patrón de juego, con un entrenador mediocre y con jugadores de poca calidad. El 7 de marzo de 2009, vestido en una camiseta que le quedaba enorme, Neymar pisó por primera vez un estadio como profesional. En los pocos minutos que jugó de aquel partido demostró que no era uno más. A diferencia de mí, parecía no tener miedo de que los defensores le partieran a la mitad. Recibía el balón y corría rumbo a la portería desviándose de lo que había por delante. En una de esas jugadas, engañó a un defensor y lanzó un balón que estalló en el palo. Mucho gusto, me llamo Neymar, avisaba. Ya nadie olvidaría ese nombre raro. Su primer gol como profesional vendría tan sólo una semana después, en su tercer partido con el equipo principal del Santos. Por esas fechas, a fines de marzo, lo visité en su casa. Todo fue absurdamente fácil, como jamás volverá a serlo. Llamé a su padre, que también se llama Neymar, y me presenté como reportero de un periódico que quería entrevistarlos a ambos – el objetivo era contar un poco de la vida del chico. Sabía que sería difícil sacarle informaciones más profundas; por eso, sería interesante hablar con el padre también. “Ven a nuestra casa”, me contestó.
Al llegar al piso, los amigos de Neymar, de su edad, estaban en su habitación jugando a la PlayStation. En la sala, el proyecto de crack daba una entrevista en directo a una televisión local. Los chicos se reían de toda la situación: en el piso de arriba, el amigo empezaba a hacerse famoso; abajo, los cinco o seis chavales lo veían por la tele y le tomaban el pelo tras cada respuesta. Cuando dejó de hablar, prendieron otra vez el videojuego y me contaron que uno de los sueños de Neymar era que su nombre figurara en el juego de la Play como pasaba con Ronaldo, Kaká y otras estrellas que admiraba. Ninguno de los que estaban en la sala dudaban de que eso pasaría. Todos habían intentado ser jugadores. Algunos aún creían que lo lograrían. Sin embargo, estaban de acuerdo en que lo que hacía Neymar en la cancha era algo de otro mundo. Entrevistar a Neymar aquel día fue un suplicio. No porque tuviera mala leche o le faltara paciencia – estuvo media hora posando para el fotógrafo que me acompañaba sin quejarse. No: sencillamente, era un chaval de 17 años extremadamente tímido que contestaba todas las preguntas monosilábicamente y terminaba las respuestas con una sonrisa llena de nervios. Me decía que nada en el fútbol le aburría: ni los entrenamientos, ni los viajes, ni las concentraciones, ni las patadas de los adversarios. Lo único malo era estar lejos de los amigos. En aquella época, Neymar padre tenía bastante controlado a Neymar hijo. Como ex jugador que no había triunfado –jugó en equipos pequeños y nunca logró hacer un colchón–, sabía que tenía que frenar el ímpetu del adolescente. No le permitía aretes, mucho menos tatuajes. Obligaba al hijo a ir a la iglesia evangélica y tenía pleno control de su cuenta bancaria. “Cuando él necesita, le damos algún dinero para que se tome un helado y coma una hamburguesa con los amigos”, me acuerdo de haber escuchado. Neymar no tenía ni había tenido novia hasta entonces, y su padre decía que era muy pronto para pensar en eso. Después de aquella cita, acompañé de cerca unos meses más a Neymar. Vi cuando Luxemburgo, ex entrenador del Real Madrid y de la selección brasileña, le dejó en el banquillo por decir que no estaba preparado. Le llamó “filete de mariposa” y dijo que no estaba listo, ni física ni psicológicamente, para enfrentar a los defensores rivales. Para Luxemburgo, Neymar debería de haber quedado más tiempo en las canteras. Luego echaron al entrenador y Neymar volvió a ser titular. Y a brillar. Después dejé de cubrir aquel club, pero seguía enterándome de los logros de Neymar y de los cambios en su vida. De repente me enteraba de fotos al lado de unas mujeres irreales de la tele. De que había comprado un yate, un helicóptero; de que había sido llamado para la selección; de que sería padre; de sus polémicas deportivas.
“O educamos a este chaval o vamos a crear un monstruo”, sentenció en 2010 René Simões al ver a Neymar desobedecer una orden que le dieron desde el banquillo del Santos. “Pocas veces vi alguien tan mal educado deportivamente como este chico”. Después de que Ronaldo se retiró, en 2011, Neymar se volvió el tema principal del noticiero deportivo del país. Durante más de dos años, todo lo que hacía y dejaba de hacer era noticia. Y cuando no había noticia, se creaba. La última vez que vi a Neymar fue hace poco más de dos años. Era un evento publicitario de los muchos en que tenía que comparecer. Llegó cercado de guardaespaldas y se fue en helicóptero. Además de periodistas deportivos, estaba la prensa del corazón, comediantes de la tele y todo un circo montado. Su padre y sus amigos andaban por el zaguán del hotel, tan desorientados como los defensores que enfrentan a Neymar. Sentían que el mundo les había comido al chaval. Desde España, donde yo vivo, me enteraba por la prensa de todo lo que se decía de Neymar –y me acordaba de una crónica de Eduardo Galeano sobre Maradona. Decía que cualquiera si estuviera en la piel de Diego se volvería loco en cinco minutos. Yo creo que lo de Neymar es igual. A los 21 años, tener el dinero que tiene, la fama que tiene y la presión que carga, es algo capaz de tumbar a un monje de Tíbet o transformarlo en un monstruo. Mientras termino esta crónica, lo veo por la tele siendo aplaudido por 60 mil personas en el Camp Nou. Veo que llevó a esta fiesta a sus amigos. Algunos de ellos son los mismos que estaban en su casa el día en que lo conocí. Ya no pesa 50 kilos, aunque sigue flaquito. Ahora, los tatuajes decoran su cuerpo. Tiene más seguridad al hablar y luce cuatro aretes en la oreja que posiblemente pagarían mi sueldo y el tuyo por un año. Ya nadie duda de que es uno de los mejores del mundo y su foto es la imagen de publicidad del juego de la PlayStation. Sin embargo, su sonrisa llena de nervios y timidez sigue siendo la misma. Todavía parece que sólo está plenamente cómodo cuando está vestido de pantalones cortos y con el balón al pie. Como Maradona y otros genios del fútbol, tiene dentro de sí a su mayor adversario, el único capaz de pararlo. Cruzo los dedos para que logre gambetearlo, como viene haciendo desde cuando todavía soñaba que un día seria un jugador de fútbol y era posible estar a su lado sin que el mundo todo estuviera pendiente de lo que pasa.
Ricardo Viel (33) es un periodista brasileño que actualmente reside en España. Colabora con diversas publicaciones de su país como los periódicos O Globo y Valor Econômico, y las revistas Piauí y Bravo.