Esclavos por el Oro (Crónica sobre una misteriosa desaparición en Madre de Dios)

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Esclavos por el oro Crรณnica

Autor: Richard Velรกsquez

2017

www.issuu.com/richardvelasquez7


01 Los primeros golpes 02 El viaje por el oro 03 Un comentario dice más que 1000 fotos 04 El Usuario

Capítulos 05 El Hospedaje

06 ¿Y dónde está la pequeña? 07 Soy prostituta 08 Tres tristes putas 09 Lo bueno queda en familia 10 La verdad de Aymee

Fotografía: Tambopata Expeditions


Carta del Editor

Historias que Contar es un proyecto que busca narrar hechos y casos de carácter social, cultural, ambiental e interés humano. La siguiente crónica es un caso seguido por los medios de comunicación desde el 2016 y representa un tema delicado para sus familiares y quienes permanecen en Madre de Dios por la crîtica situación que se vive debido a la minería ilegal. Entablar problemas como la trata de personas y la prostitución infantil no ha sido fácil desde un inicio, pero me ha motivado a investigar y denunciar los altos grados de violación de Derechos Humanos. Finalmente, este trabajo se encuentra basado en entrevistas, denuncias de testigos y pruebas emitidas por la fiscalía anteriores a setiembre del 2017, por lo que quiero aclarar que el caso aún no ha sido cerrado. Sin más que decir, cito la siguiente frase de Ramón Salaverría: “El periodismo no es repetir lo que todos hablan, sino desvelar aquello que nadie conoce”. Richard Velásquez


Esclavos por el Oro La señora Irene Leguía se había sentado junto a mí para negar lo inconcebible: su hija no era prostituta. Aquel día Lima mostraba un ambiente apagado, grisáceo, soleado, ambiguo. Eran las 10 de la mañana y sobre los brazos de Irene se encontraban los documentos y fotografías que ponían en evidencia la existencia de un crimen, la desaparición de Aymee Pillaca. En el piso, se hallaba sentada la hija testigo del dolor de Irene, Rebeca Pillaca, quien desconfiada cuestionaba sobre cuáles fueron los hechos que han llevado a cabo un círculo que carece de fin e inicio. Irene Leguía desconocía la verdad. Nicolás Pillaca, padre de Aymee, había de recordar el día en que su hija se fue de la casa, donde su menor de tan solo 15 años ya simulaba tener una personalidad de adulto, pues cargaba sobre su vientre a un feto imprevisto y se mudaba a una casa de sus suegros en el Agustino — como que ella era muy ilusa — recordaba Rebeca. Aymee había dado a luz a una pequeña niña el 11 de octubre del 2011, sin embargo, su pareja de aquel entonces cayó en manos de la justicia y fue apresado por robo, por lo que Aymee se fue a vivir con Jimmy Alexander Chávez, su nuevo enamorado — nosotros tampoco hemos conocido a ese chico — aseguraba Irene. El sol se ocultó en breves minutos y la señora Leguía había comenzado a mirar el suelo detenidamente. Los vacíos en su mente no le permitían entender el hecho ni las múltiples interrogantes del caso.


Fotografías: Richard Velásquez Irene Leguía, madre de la víctima

Los primeros golpes En una fotocopia se encontraba la fotografía de Aymee Pillaca, desgastada, borrosa, oscura. También se veían los guantes de boxeo que ella sujetaba mientras connotaba una actitud orgullosa y desafiante. Irene desglosaba una hoja y mostraba a su hija cuando tenía un añito y ocho meses, sonriente, cálida, con un vestido blanco ¿Qué sucedió en casi 20 años? ¿Cómo es que una niña cambia las muñecas y los peluches por guantes de boxeo y medallas​​de​​oro?​ ​Según​ ​Irene,​ ​su​ ​hija​ ​siempre​ ​ha​ ​tenido​ ​un​ carácter​ ​rebelde.


“¿Cómo es que una niña cambia las muñecas y los peluches por guantes de boxeo y medallas​ ​de​ ​oro?”

Aymee Pillaca y su menor hija

Para la familia Pillaca, Aymee fue la hija más difícil de controlar, la última de 7 hermanos, que muchas veces, se enmudecía frente al diálogo y quebrantaba el respeto. Pero si Aymee era difícil​ ​​ ​de​ controlar​ ​por​ ​su​ ​familia,​ ​no​ ​lo​ ​era​ ​por​ ​su​ ​pareja. — Mi hermana era una persona que se dejaba mucho manipular, y ese era su gran problema, era una persona muy manipulable, sobre todo con sus relaciones, y era algo que ​siempre​ ​nos​ ​hacía​ entrar​ ​en​ ​ conflicto​ ​con​ ​ella ¿no?​ ​—​ ​Resalta​ba Rebeca.


Aymee pertenecía a la Federación Peruana de Boxeo, desde muy joven su vínculo con el ring y el saco de arena se observó en los ojos de su maestro, quien ya era muy amigo de ella y le dio la oportunidad de retornar cuando ya habían pasado las consecuencias de un embarazo no planeado. “Toma 100 soles como propina, 400 por medalla” le decía. Entre puñetes y movimientos eludibles, Aymee conoció a Jimmy Alexander, un boxeador de 28 años,​ ​con​ ​quien​ ​no​ ​solo​ ​compartiría​ ​un​ ​breve​ romance,​ ​sino​ ​una​ ​larga​ ​historia.

El viaje por el Oro Provincia de Tambopata, Madre de Dios

Aymee Pillaca y sus maestros de Boxeo

La noticia era escandalosa. Insólita. Los padres de Jimmy se encontraban sorprendidos de que su hijo les anuncie su partida a Madre de Dios, el paraíso del oro y el infierno de la naturaleza, y aunque era inadmisible, los padres decidieron confiar en su engreído con la promesa de que tan solo sería un trabajo acumulativo de dinero, un paseo por las minas y un ​​breve​ ​lavado​ ​de​ ​metal​ ​dorado. Irene Leguía había tomado la responsabilidad por su nieta y exhortándole a su hija de que estudie, le recordaba su juventud. Pero Aymee tenía una decisión: dejaría las sucias calles de Gamarra y las tiendas de ropa barata que habitaban en La Victoria. Aquella mañana Irene fue a recoger sola a su nieta​ ​del​ ​jardín​ ​de​ ​niños,​ ​quien​ ​nunca ​​más​ ​vería​ ​a​ ​su​ ​madre.


— Mamá, estoy yendo con la federación a un torneo en Brasil — Pero ¿Cómo vas a ir? ¿Y la​ ​niña?​ ​—​ ​Mamá,​ ​voy ​ ​a ​​llegar​ ​en​ ​ una​ ​semana. Eran inicios de noviembre del 2015, a más de 400 millas de Lima, en un pueblo alejado, cubierto de madera, enfrascado con carpas y sostenido por palos que imitan vigas de casas mal hechas. Ahí, frente al río, se encuentra La Pampa, en Tambopata, y los dichos son claros, concisos y sentenciosos: El que entra aquí nunca más se vuelve a ir. Aymee y Jimmy habían llegado a la capital de Madre de Dios, a Puerto Maldonado. La señal de sus celulares​ ​empezaba​ ​a​ ​averiarse.

Un comentario dice más que 1000 fotos El conflicto se había iniciado en el ring del hogar, por un lado se situaba Irene Leguía, y por el otro, toda el resto de su familia. Rebeca pensaba que su hermana tras cumplir los 20 años ya había iniciado un proceso de maduración, de una inédita responsabilidad, pero el golpe fue un duro knockout ​para las esperanzas de los Pillaca, Aymee nunca había cambiado, ​nunca​​se​​había​​dejado​​ver.​ Irene confiaba en que la menor de sus hijas iba a volver pronto de su viaje, pero el tiempo en el ring era corto y la paciencia de sus hermanos configuraba un fallido cronómetro. La decisión era clara: se

daría un plazo para que Aymee regrese y dejarían de hostigarla con los mensajes reiterativos y las llamadas constantes. Sin embargo, el plazo caducó y una foto​ ​entregaría​ ​la​ ​primera​ verdad.​ — No le digan nada a Aymee, porque si se enteran su hermanos le van a pegar, vamos a esperar que venga no más — Recordaba Irene cuando le decía a sus hijas al observar una foto de​ Aymee​ ​​en​ ​Facebook. La foto era reveladora para los Pillaca. Eran Aymee y Jimmy Alexander en un bote artesanal, pintarrajeado de color naranja y verde, con palos que sostenían un plástico que generaba una turbia sombra al vehículo, hecho para turistas, sobre un río pacífico cercado de vegetación, se mostra-

Turi


“... los dichos son claros, concisos y sentenciosos: El que entra aquí nunca más se vuelve a ir” ba el lado bello de Madre de Dios. En aquella imagen, Jimmy sostiene una lata de cerveza con el torso descubierto y Aymee luce feliz con unos lentes de sol.​ ​Ambos​ ​aparentaban​ ​ser​ ​parte​ ​ del​ ​paraíso. El plazo de espera se había multiplicado innumerables veces y la respuesta se repetía cada llamada — Voy a ir, mamá, de aquí a 15 días — pero su voz se apagaba cada vez más, entre diálogos cortos, respiraciones profundas y contenciones de lágrimas. Era 10 de enero del 2016 y la susodicha foto dio la pista que daría con el paradero de la hija de Irene. Un usuario había​​comentado​​ que​ ​lo​ ​llamaran,​ era​ ​sobre​ ​Aymee,​ ​ella​ ​ estaba​ ​muerta.

istas en el río de Tambopata. Fuente: Inbound Perú

Carretera rural hacia Tambopata. Fuente: Inforegión.com


Purificaciรณn artesanal del oro. Andrey Gordasevich


El usuario Cuando Gladys y Haydee Pillaca se percataron del comentario, llamaron inmediatamente al informante, David, quien aseguraba que el cuerpo de Aymee había sido incinerado por unos matones en La Pampa, pero la advertencia fue clara: “No pueden venir aquí porque si no me matan, aquí nadie habla de nadie”. Irene, sabiendo de los riesgos, ​​fue​ ​a​ ​Madre​ ​de​ ​Dios​ ​con​ ​su​ ​hija​ ​Gladys​ ​y​ ​su​ ​esposo.

— Yo trabajaba como vigilante en el karaoke “La Casa de los Vinos” en noviembre del 2015, ellos entraron a beber cerveza a eso de las 2 a 3 de la madrugada. Ahí me pidieron subir la música de la rockola y luego me preguntaron si conocía el hospedaje “Eros”, así que les indique, ahí me pidieron mi número y Aymee me agregó a Facebook, como éramos de Lima me​ ​decían​ ​siempre​ ​“Habla​ ​Barrio​”.

A las 10:15 de la mañana del 28 de febrero del 2017 inició la declaración del testigo, ya había pasado casi un año de la desaparición de Aymee Pillaca y la investigación tardaba a causa de numerosos documentos y denuncias burocráticas. La paciencia de la señora Leguía torturaba su incertidumbre: nadie sabía dónde se encontraba Aymee. Madre de Dios era​u ​n​c​ementerio​ ​sin​ ​lápidas​ ​y​ ​cruces,​ ​solo​ ​un​ ​desecho​ ​de​ ​cuerpos​ ​desvalidos.

Aymee y Jimmy ingresaron a La Pampa para la búsqueda de un trabajo, y tras recomendación y avisos en las calles, el boxeador conoció al “Pelao”, un hombre que se dedicaba a la minería ilegal y necesitaba mano de obra para destilar el metal preciado por el cual profanan la naturaleza. David fue testigo de ello, pues se enteró que Aymee trabajaba en aquel entonces como fichadora en un bar denominado “Las Peladitas” y Jimmy como vigilante de un local en Puerto Maldonado. Jimmy Chávez fue con David a La Pampa y conocieron al “Pelao”, quien les ofrecería el sencillo trabajo de carretilleros, pero por supuesto con buena paga. David se negó a ir. Aymee siguió bebiendo con hombres en el bar,​s​ u​​trabajo​​de​​fichadora,​ ​pero​ ​a​ ​espaldas​ ​de​ ​Jimmy,​ ​pues​ ​el​ ​bar​ ​era​ ​del​ ​tío del boxeador.

— Declarante, diga ¿Conoció a Jimmy Alexander Chávez Veliz y a Aymee Pillaca Leguía? De ser afirmativo, narre la forma y las circunstancias en que los conoció — Cuestionaba el abogado​ ​de​ ​la​ ​familia​ ​Leguía​ ​frente​ ​a​ ​la​ ​fiscal​ ​de​ ​Tambopata.

Aymee Pillaca y Jimmy Chávez

Fotografías de Eveline Renaud y Carmen Barrantes


El hospedaje Irene Leguía salió indignada de la comisaría. Los policías le habían otorgado una explicación absurda “No podemos ir a La Pampa porque no tenemos muchos hombres ni gasolina”. Entonces, ante las palabras frías del general, fue en búsqueda de su hija al terreno que nadie de la zona piensa ir, pues es el destino turístico de los pobres que ganan como​ ​ricos,​ ​pero​ ​que​ ​tiene​ ​aún​ ​un​ ​precio​ ​más​ ​alto:​ ​la​ ​vida. David había comunicado a Irene que su hija se hospedaba en el hotel “Eros” que se ubicaba en Puerto Maldonado. Ahí encontraron el último rastro de Aymee, sus rebuscadas prendas, de las cuáles solo se hallaban algunas. Las pruebas eran escasas: un vestido enterizo color blanco y negro, un vestido rojo con rayas blancas, pantalones jeans, polos deportivos y ropa interior. Pero dentro de la maleta, se halló el detalle que finalice con la supuesta inocencia de Aymee Pillaca: dos mascarillas sintéticas blancas. ¿Por qué una persona posee mascarillas blancas? ¿De qué se oculta? ¿O de qué se protege? Las hipótesis recorrían las cámaras y micrófonos de la televisión de la capital, mientras que el pueblo ya rumoreaba sus propias versiones, aunque ellos ya sabían lo que había sucedido, pues la noticia y el escándalo televisivo que horroriza a los medios es la agenda​ ​perpetua​ ​que​ ​ellos​ ​viven​ ​en​ ​Madre​ ​de​ ​Dios. Una mañana, en la comisaría de Tambopata, se presentó una testigo quien era administradora del hospedaje “Eros” para rendir su declaración. Irene seguía con lágrimas en​ ​las​ ​mejillas​ ​cuando​ ​luego​ ​la​ ​cuestionó​ ​con​ ​una​ ​reportera. — Declarante, diga: ¿A quién le pertenece las prendas halladas el 9 de febrero del 2016? ¿Por​ ​qué​ ​no​ ​dio​ ​cuenta​ ​a​ ​la​ ​policía? — Pienso que le pertenecen a la señorita que alquiló la habitación 103, que no regresaba desde el 14 de enero hasta el 16, no retiramos las prendas porque a veces los clientes regresan. Luego, en una entrevista con la reportera de un canal de televisión, la administradora reveló que Aymee y Jimmy habían vuelto con una moto, de la cual nunca se supo cómo la obtuvieron. Aquellos días, Irene había viajado a La Pampa para buscar nuevas versiones, nuevas​​ historias,​n ​ uevos​​ muertos.


Fotografía de Andrey Gordasevich

“Madre de Dios era​ ​un​ ​cementerio​ ​sin​ ​lápidas​ ​y​ ​cruces,​ ​ solo​ ​un​ ​desecho​ ​de​ cuerpos​ ​desvalidos” Fotografía de Carmen Barrantes

Fotografía de Eveline Renaud

“...la noticia y el escándalo televisivo que horroriza a los medios es la agenda​​perpetua​​ que​ ​ellos​ ​viven​ ​en​ ​Madre​ ​de​ ​Dios”.


¿Y dónde está la pequeña? El infierno estaba ante los ojos de Irene, y los demonios le obstaculizaron el paso, pues el terreno es exclusivo para quienes dejan su pasado a costa del fuego líquido que violenta a la naturaleza, el mercurio, aquel que segmenta diminutos gramos de oro impuro. Cuando Irene quiso ingresar a La Pampa, unos guardias le dijeron que este era un terreno peligroso, que mejor se marchara, pero ella prosiguió y tomó un mototaxi hacia el lugar más recóndito, tras tres horas de viaje, un matón la amenazó a ella y a su esposo — Acá no vengan porque no van a encontrar nada — Nicolás Pillaca le enseñó la foto de Aymee — Tu hija muerta saldrá por la carretera Interoceánica, sino olvídate que tuviste una hija. Aquellos días, Irene recorrió las calles con la foto de su hija en manos pegando anuncios en los postes — ¿Usted la​ ​ha​ ​visto?​ ​¿Usted​ ​conoce​ ​a​ ​mi​ ​hija​ ​Aymee?​ ​Por​ ​favor,​ ​ quiero​ ​saber.

El Infierno, el burdel mås conocido de la zona Delta 1. Fotografía de Esteban Félix


Aymee había llegado a la Pampa a un prostibar, “La Rica Miel”, donde trabajaba como fichadora, pero tras enterarse de que obligaban a prostituir a una niña de 15, decidió intervenir. Detrás de algunas quebradizas sillas de plástico se encontraban el insumo de la noche, la cerveza, amontonada en decenas de cajas, sobre estas, se veía el eslogan del local en un mal-impreso afiche “Un lugar diferente para la gente como tú”, precisamente, sobre este lugar, se encontraban ocultas las hacinadas habitaciones, donde la menor fue abusada intempestivamente. El castigo era inhumano. La niña había intentado huir del lugar, y como escarmiento por su osadía, ella debía ser violada masivamente según los dueños y las reglas de la inescrupulosa ocupación. Aymee no toleró esto y decidió​ ​fugarse​ ​con​ ​la​ ​pequeña.​ ​Lejos​ ​de​ ​La​ ​Pampa.​ ​Lejos​ ​del​ ​verdadero​ ​infierno.

Operativo policial en La Pampa. Fotografía: El Comercio

Irene, mediante testigos, se enteró la historia que reafirmaría su pensamiento — Mi hija siempre ha sido defensora, yo creo que si algo ha pasado, ella se metería, ella nunca dejaría​ ​que​ ​le​ ​hagan​ ​daño​ ​—​ ​ recordaba ​la​ ​señora​ ​Leguía​ ​con​ ​la​ ​voz​ ​entrecortada.


Aymee huyó a Puerto Maldonado, y con su supuesta ganancia ostentosa de 2000 soles, embarcó a la menor hacia la ciudad imperial, Cusco, en un bus interprovincial. Nunca más se supo de la niña. Después, la boxeadora retornó a La Pampa, pues si a alguien no podía despedir, era a Jimmy.​ ​Cuando​ ​retornó​ ​Aymee,​ ​ambos​ ​desaparecieron. ¿Por qué Aymee rescató a una niña? ¿Qué hizo para que se hartara de la situación penosa de una menor en La Pampa? Para Irene fue su recuerdo de madre, su aún permanente lazo maternal, aquel que con su cálida voz le prometía a su hija de 4 años que volvería pronto, que mamita estaba ahorrando para volver a Lima, para que así le compré cositas y regalos que toda madre añora comprar a su pequeña. Sin embargo, Irene se quiebra ante el recuerdo, ante la duda, ante la búsqueda. El instinto maternal no solo es por la niña en Lima,​ ​sino​ ​por​ ​la​ ​que​ ​Aymee​ ​ llevaba​ dentro​ de ​sí.

Foto

referencial. Autor: Yayo López

“...ella debía ser violada masivamente según los dueños y las reglas de la inescrupulosa ocupación”


Una noche, en Puerto Maldonado, Nohe, de cariño, de 15 años, descubrió el quehacer que la enriquecería: la venta de su cuerpo. No hay datos sobre cómo incursionó en el negocio, ni​​ sobre​ ​ si​ ​aún​ ​sigue​ ​viva.

Nohe, cansada de ese lugar, decide adquirir mayor experiencia laboral en el oficio emblema de La Pampa, y así, noche tras noche, recorrió bares como “El Carajo”, “El Cupido” y “Las Visitadoras”. En este último, conoció al dueño, “El sombrero”, quien le presentó a unos amigos: Karen, Alex, Charapa y dos amigos más. Los vigilantes que hacían el oficio de ladrones. Así era la vida de Nohe, trabajo y fiestas por las noches. Un día enseñó a robar motos a sus amigos Karen y Alex, y a su vez, ellos le enseñaron a robar a clientes, claro, con droga de por medio. En las discotecas, las billeteras desaparecían y en la

Prostittuta durmiendo en

En Madre de Dios, Nohe se enteró por una amiga que por “La Pampa” se ganaba grandes números, aunque, eso sí, hay gajes de oficio que provocan un poquito de dolor. Nohe llegó al kilómetro 102, y ahí, a puertas del infierno, empezó a trabajar en el bar “Sol y Luna”, pero como la paga era poca, se animó a ir al kilómetro 108, aunque esta vez, iría con Lenin, un nuevo amigo del lugar. Al llegar, Angie, enamorada de Lenin, le ofreció un objeto dudoso de placer, un paquete de condones, y que para su mala suerte, Nohe no cobraría por el servicio, ​sino​​Lenin.​

un prostibar. Fotografía: Diario el Clarín

Soy prostituta

mañana despertaban los hombres sobre botellas de cerveza, algunos en la carretera, otros en el río, y solo los de más​​ mala​ ​suerte,​ ​abrían​ ​los​ ​ojos​ ​en​ ​la​ ​mina​ ​con​ ​un​ ​grillete​ ​artesanal​ ​sobre​ ​sus​ ​pies. Nohe fue a declarar a la comisaría el 7 de octubre del 2016 y cuando le preguntaron si reconocía a los de la fotografía, ella afirmó que sí y que incluso los tenía en Facebook, aunque​ ​desconocía​ ​los​ ​nombres,​ ​para​ ​Nohe,​ ​Aymee​ ​era​ ​Karen​ ​y​ ​Jimmy​ ​era​ ​Alex.


FotografĂ­a de Rodrigo Abd


Tres tristes putas Tres prostitutas se encaminaron hacía la fiscalía de Madre de Dios, una el 10 de marzo del 2016, y las otras dos el 14 del mismo mes. Todas eran parte del negocio de La Pampa.

se los presentaba a la dueña. Según la testigo, Dana siempre desaparecía por las mañanas y en la última intervención se esfumó como líquido volátil sin dejar rastro ni olor alguno.

La primera, Flor, apenas había cumplido los dieciocho años de edad, y contó que había sido sorprendida por la policía en el bar “La Mística” cuando todavía no cumplía la mayoría de edad. Ella contó que la propietaria del prostibar donde se vio a Aymee era una tal “Mía”, la encargada era Wendy y la conocida cajera era Dana. Todas ellas usaban sobrenombres. Flor relató que “la boxeadora”, como se le conocía a Aymee, trabajaba en “La Rica Miel” y que Jimmy utilizaba siempre una moto por las noches.

La tercera mujer es Karla de 18 años, ella relató lo mismo que Mary: Dana las recogió el 8 de Marzo del 2016, por eso ambas no conocían a Aymee y tuvieron la dichosa suerte de ser intervenidas por la policía dos días después de iniciar su preciado oficio.

La segunda, Mary, de 21 años, reconoció a Dana, pues la fiscal le mostró una foto de una sospechosa de nombre Maryori Ríos, quien reclutaba mujeres para el bar y

Cuando la policía realizó un operativo en La Pampa, en Madre de Dios, logró capturar a dos hombres quienes argumentaban ser los encargados: David Paredes “Lonchera” y Alberto Mamani “Sachavaca”; sin embargo, las 17 mujeres y la menor de edad que se encontraban ahí afirmaban que existía una dueña, una mujer que controlaba las bebidas de alcohol barato y a las tristes mujeres.

“...y solo los de más​ ​mala​ ​suerte,​ ​abrían​ ​los​ ​ ojos​ ​en​ ​la​ ​mina​ ​con​ ​un​ ​grillete​ ​artesanal​ ​ sobre​ ​sus​ ​pies”


Lo​ ​bueno​ ​queda​ ​ en​ ​familia Aún son tiempos duros para Madre de Dios, tiempos que arrastraba más de dos décadas. En 1997, Julio Villanueva Chang en el diario El Comercio denunciaba que los políticos solo posaban para la prensa, que la trata de personas y la minería ilegal eran un tema de solo traspasaba la mesa de partes. En el 2016, Keiko Fujimori posaba frente a mineros ilegales en campaña política como parte de sus alianzas para conseguir más votos, y en el 2017, el Papa prometía acudir a la zona para rezar por las almas de las víctimas. Todos lo saben, todos lo ignoran, todos​​ se ​​ aprovechan.​ La fiscalía no se excluye de notar lo que sucede en La Pampa, reconoce sus delitos, sus debilidades, sus nichos de oro. Quizás enmudecer ante el dinero y la amenaza es su mejor opción, y por ello, archivan los casos, prolongan las investigaciones y evitan escuchar​​los​​lamentos. El fiscal citó a Jorge Chávez, padre de Jimmy, el 20 de junio del 2016, quien también desconoce la desaparición de Aymee y de su hijo Ahí sus respuestas fueron sencillas: él ignoraba que su hijo se encontraba en Madre de Dios y que estuviera desaparecido. Irene no podía contenerse, la rabia se conducía por sus venas, y crecía su gesto de molestia, ella no lo creía ¿Por qué Jimmy la llevaría a La Pampa? ¿Con qué intenciones? Para la familia Pillaca, Jim​​ my​ ​era​ ​el​ ​responsable​ ​de​ ​la​ desgracia,​ ​y​ ​sobre​ ​todo,​ ​era​ ​un​ ​mentiroso. — Declarante, diga: ¿Usted sabe que su hijo, Jimmy Alexander Chavez Veliz, estaba desaparecido?​ ​—​ ​Preguntaba​ ​el​ ​abogado. — ​ Recién​ ​ me​ ​ he​ ​ enterado,​ ​​antes​ ​no​ ​sabía​ ​nada​ ​de​ ​él​ ​—​ ​Respondía ​​el​ ​señor ​​Jorge. Rebeca Pillaca recuerda las palabras, recuerda la firmeza de su voz. Cuando ella fue a conversar con la madre de Jimmy, Rebeca lo dedujo, la señora era realista, demasiado para su sorpresa, pues sabía que su hijo estaba muerto en Madre de Dios. Nunca lo dudó. Esa seguridad la sumergía en un mar de preguntas, que cada vez más arrastraba una marea de más​​versiones.


Fotografía del diario El Comercio

Fotografía de Fiorela Valle


FotografĂ­a de Dante Piaggio


La Verdad de Aymee Nohe, en su declaración, había añadido un dato que revelaba qué había sucedido con Aymee, pues se dio la primera pista de los supuestos culpables. — Declarante, diga: ¿En alguno momento usted mantuvo comunicación con Karen (Aymee)? — Sí, hablábamos por WhatsApp y también salíamos de fiesta con mi amiga Keyla. A veces, Karen nos daba droga y robamos a gente en el kilómetro 108. Pero luego yo tuve que viajar, cuando volví mi amiga Keyla me dijo que “El Sombrero” y “Lenin” habían matado a Karen y Alex, y que ahora venían por nosotras. — Si usted tiene registrado a “El Sombrero” y a “Lenin” ¿Cómo los tienes registrados en Facebook? — Sí, Sombrero está como Nelson y Lenin como Roy. La fiscalía no halló a los implicados, pero surgió una interrogante ¿Por qué matarían a Aymee y a Jimmy? ¿Qué los motivó a hacerlo? ¿La ayuda de Aymee por la niña? El último testigo pondría en un vaivén la inocencia de Aymee Pillaca. El hombre era un antiguo minero que trabaja por la zona de Malinoski y que ahora se dedicaba a la agricultura. Se refugió en el sector de La Peña por tres meses, y en una noche de tragos y sexo, se acercó a beber una cerveza con su amigo a “La Rica Miel” donde por primera vez vio a Aymee, pues así la llamaba Jimmy. — Dame plata para mi hijita — Decía Aymee cuando fichaba, cuando acompañaba a los hombres. El testigo narró que Aymee tenía doble oficio en La Pampa, pues de día robaba en motos con Jimmy y otros cuatro hombres, y en la noche se desenvolvía en el bar, invitando una cerveza y cobrando comisiones por tan solo acompañar con una conversación superflua. Según el hombre, Aymee golpeaba impunemente y su rostro no se afligía ante el miedo, ante la gente — Boxeadora le decían, entraba a casas y apuntaba con pistola a sus víctimas para robarles — Narraba el señor. — Declarante, diga ¿Tiene algo más que añadir o variar de su presente declaración? —Preguntaba el fiscal. — Que, cuando estaba en la comunidad almorzando con mi esposa, apareció la boxeadora con cuatro hombres dispuestos a asaltarnos, yo me corrí hacia el monte con otras personas porque Aymee te golpeaba con la pistola, era una mierda.

Fotografía de Dante Piaggio


“Hasta ahora no sé nada, si está viva o está muerta” Irene Leguía


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