Introducción Las discusiones en torno al empleo suelen darse alrededor de dos grandes ejes: la eficiencia y la equidad. En lo que respecta al primero, la revolución digital está cambiando el mundo del trabajo, observándose beneficios como la facilitación de la comunicación e información, mayor productividad y flexibilidad y el surgimiento de nuevos empleos. Al mismo tiempo, se presentan desafíos ante la automatización de tareas, la brecha de habilidades y la formación para el trabajo, entre otros. Si bien el porcentaje de trabajadores con alto riesgo de automatización varía en función de las estimaciones, algunos datos indican tasas superiores al 50% para la región de América Latina y el Caribe (Bosch, Pages, & Ripani, 2018; Group World Bank, 2016; McKinsey, 2017; Plastino, Zuppolini, & Govier, 2018). Por su parte, en Argentina el 37% del empleo privado podría ser automatizado casi por completo en los próximos 15 años (Accenture, 2015). En este sentido, las ventajas que trae aparejada la incorporación de innovaciones tecnológicas en los distintos sectores productivos también nos obliga a cuestionarnos respecto del impacto en la equidad social, a través de variables como el desempleo y la informalidad. De otro modo, la inequidad podría aumentar como consecuencia de un rápido aumento de la productividad, la tecnologización, la obsolescencia de algunos empleos y, al mismo tiempo, la ausencia de políticas adecuadas para crear nuevos empleos o mecanismos de compensación que fortalezcan las capacidades de las personas. Bajo este contexto, para alcanzar una Argentina equitativa es necesario lograr mayor productividad. No podemos distribuir aquello que no tenemos. Por eso, debemos descubrir cómo ser más productivos y, al mismo tiempo, impulsar mecanismos que mitiguen los efectos de la desigualdad. En la productividad de un país inciden innumerables factores, tales como recursos materiales, conocimientos, normas y personas. Aunque los avances tecnológicos son la fuerza motora de la cuarta revolución industrial, el factor humano continúa siendo el aspecto decisivo en la productividad de cualquier organización. Esta situación nos llama a plantearnos una serie de interrogantes: ¿cómo aprovechar, potenciar y capitalizar los roles humanos para aplicar al máximo las nuevas tecnologías?
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