Los Secretos de Lachay

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LOS SECRETOS DE LACHAY

Ese día, al sentir los rayos del alba luego de abrir la ventana de mi pequeña casa situada en María Parado de Bellido del distrito de Hualmay, mis pesados párpados no pudieron sucumbir ante el sueño y abriéndose de par en par, decidí empezar a relatarle a la computadora, un sueño vivido que aún llevo dentro de mi mente. Empezó todo con un recuerdo, con mis viejos jeans y mis sucias zapatillas caminando por la milenaria ciudad de Caral, me encantó el olor a tierra, a barro, a arena seca y árida, el olor a historia. Me intrigaba todo lo que allí había podido pasar, cuántas cosas y secretos pueden haber quedado sepultados bajo sus inmensas pirámides, en ese momento mi sagaz imaginación cambió mis jeans por un vestido del color de la tierra y una túnica suave que levantó un poco de polvo a mis pies al caer, Me llené de collares de pequeños moluscos y conchas marinas y me sentí una doncella de aquella comarca, yo era hija de un cacique llamado Caral y mi madre era la colla Supe. Seguí con pasos cuidadosos mi historia de sueños y caminé hacia mi hogar, una de las pirámides más grandes y llenas de frutos, verduras, menestras y la pesca del día. Además de los tributos de todos los pobladores, me vi con la sorpresa de ser la única hija de mi padre, de ser su engreída. Me vio y sus ojos negros me cautivaron, él era un hombre poderoso y con influencia, me llamó “Lachay”. Al preguntarle qué significaba, me dijo: Lachay, hija de mi vida significa: “La que trajo felicidad a mi desierto corazón”. Esto me hizo emocionarme tanto que de mis ojos cayeron dos grandes gotas que al caer al arenoso suelo, se convirtieron en dos pequeñas plantas, quise avisarle a mi padre, pero este ya había dado la vuelta y se dirigía a una de las pirámides, para el culto al Dios Vichama. Seguí recorriendo ese hermoso lugar, hasta que llegué al río y me vi reflejada en él, tal como era en realidad, pero mi apariencia había cambiado un poco, era mas pequeña, mas niña, mi piel morena estaba mas tostada y me parecía tanto a mi padre. En eso una muchacha se me acercó y me preguntó si yo era Lachay, contestándole que sí, empezó a hablarme de ella, era Barranca, la hija de un cacique de otras tierras, luego comenzó a hablarme de mi vida, la cual yo desconocía por completo. Empezó diciéndome que mi padre era la máxima autoridad allí., que su amor por mí nació cuando al salir del vientre de mi madre, abrí mis pequeños ojos y él vio en ellos un reino, por eso decidió construir la ciudad de mis ojos, en honor a Vichama.


Estaba tan agradecido con él por tenerme, que empezó un imperio, el pueblo lo amaba por ser un cacique generoso, quizás uno de los mejores antes del Imperio (como Guamán Poma de Ayala, nos afirma que el caciquismo fue el mejor gobierno que en aquel entonces había). Mientras iba creciendo fui la niña más feliz del mundo, llena de adoración y amor, quizás tanto como lo era mi madre. Pero a medida que mi cuerpo iba traspasando la línea de la evolución para llegar a ser una mujer, mi padre se volvió distante y frío, no podía moverme en la ciudad sin despertar su cólera, aunque yo no entendiese nunca por qué. Ningún ciudadano podía fijar su mirada en mí si deseaba conservar su vida. Pero un día, un forastero llamado Véqueta, posó su mirada en mí, y yo no pude dejar de mirarlo ni de pensar en él. Llegó a nuestro pueblo para ofrecernos moluscos y camote Juancho, en trueque con papa y maíz, que en nuestro valle se cultivaba. Véqueta era un hombre de gran porte, con piel olivácea como la mía, ojos pardos, una mirada risueña y encantadora, cabello ondulado que brillaba como el sol, se le veía fuerte y tenía una voz gruesa y varonil. Se dio cuenta que correspondía a sus miradas y sus visitas fueron mas frecuentes, era tentador acercarme un poco a él pero también imposible. Un día visitando a Barranca, fuimos al río, entramos a refrescarnos y mi vestido empapado me gustaba mas ahora. Empezamos a jugar, el sol bajaba pero yo no quería salir, aún tenía calor, Barranca se fue algo molesta y yo seguía riendo dando manotazos al agua, cuando escuché algo y me sobresalté, logré distinguir una pequeña sombra detrás de una gran piedra sobre el río, y entonces unos ojos curiosos pero temerosos se asomaron y los reconocí, era Véqueta. Se acercó a mí cuidadoso y pidiéndome perdón por esta situación no premeditada, empezó a caminar, pero yo le pedí que no se fuera y seguí jugando. Él me acompañó, para cuando la luna se reflejó en las tranquilas aguas del río, él y yo nos dejamos envolver en besos y abrazos. Esto se repitió en cada visita a las tierras de Barranca, no siendo muchas, la buena suerte nos duró poco. El tempo inexorable pasó y los secretos empezaron a salir de la boca de Barranca, me acusó con mi madre, sintiéndose celosa del amor de Véqueta.


Desconcertada y sabiendo lo que me esperaría si la furia de mi padre me alcanzaba, a mí y a mi amado, corrí y corrí y en medio del desierto lo encontré, le conté lo sucedido con mi falsa amistad y juntos comenzamos a correr hacia el sur. Huaura, una vieja amiga de mi madre, prometió encubrirnos, recorrimos los parajes del Cacique Hualmay, dueño de una pequeña ciudad “Los Huacos”, lugar donde nos escondimos un corto tiempo. Cruzamos las tierras del Cacique Huacho que nos trató con toda la amabilidad del universo. Luego una viuda y amable mujer nos atendió y nos llevó a su pequeña casa, se llamaba Bandurria y nos brindó grandiosos potajes de productos marinos. Continuamos con nuestra huida hacia el sur, cansados, exhaustos, con los pies hinchados y maltratados. De pronto en el medio del desértico lugar, vimos una gran pampa que al parecer nunca había sido habitada. Mi alegría mas grande, aquí mi Véqueta y yo ¡Podíamos tener una nueva vida juntos! Él me miró, pero ahora sus hermosos ojos se veían cansados, hasta creo que molestos, él estaba raro y yo no entendía el por qué. Empezó a caminar en círculos mientras yo buscaba alguna raíz o planta con que subsistir. En eso me abrazó y me dijo: no podremos vivir aquí sin comer y yo te amo demasiado para verte sufrir por la carencia de alimentos, déjame ir a mi ciudad y traer algo para sembrar y poder alojarnos aquí. El corazón me dolía ¿Cómo después de pasar tanto lo iba a dejar?, pero él tenía razón, así que me arme de valor y dejé que se fuera. Una lágrima cayó de mis ojos y penetró en la tierra. De pronto, como había ocurrido en mi niñez, una pequeña planta brotó de la arena y me alegré ¡Él no tenía que irse! Cuando quise gritar su nombre, miré a mi alrededor, no había nadie, me quedé sola esperando que él volviera, pero jamás lo hizo. Lloré y lloré tanto, por años, y aquel desértico lugar que alguna vez él y yo encontramos, se convirtió en un lugar paradisíaco, lleno de árboles, flores y muchos animales gracias a mi llanto. Decidí llamarle a este lugar como yo, Lachay.


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