Xurxo Souto
Cuentos del mar de Irlanda, de Galicia al Gran Sol
A Teruka y a las niĂąas del pincho, IcĂa y Manuela.
Estas, y otras muchas, han sido las hazañas y hechos de los navegantes gallegos. Y ya que la historia no siempre las menciona recordémoslas hoy por las ondas impalpables del aire, pensando en las rías donde el mar llama a los gallegos con una voz oscura y misteriosa. Celso Emilio Ferreiro, “Navegantes pontevedreses”, guión radiofónico emitido en el Galician Programme de la BBC, el 11 de octubre de 1948.
A modo de prólogo
Transfusión oceánica1 Yo creo que soy humano reconvertido, y siento que en algún momento sufrí transfusión oceánica, porque esta sangre de mi cuerpo no es sangre, es agua salada. Siento también que sufrí metamorfosis, no es nariz la mía sino proa, no son brazos los míos sino amuras y mis costillas cuadernas… Todo en mí forma un esqueleto naval. Y esa barriga que se hunde en el mar, estabilidad contra las olas de costado. Soy humano, soy barco, soy tantas cosas… Yo creo que soy árbol, porque siempre me llueve, siempre me vienta, siempre me da el sol. También creo que soy pájaro, porque los peces me ven volar entre las olas, y subo, bajo, hago siluetas acrobáticas o simplemente vuelo raso. Así me ven, un pájaro volando en el océano… Miran hacia arriba, y allí estoy con la proa, las amuras, la popa, la barriga, el eje… Yo soy marinero, y el mar me moja el alma, me saliniza y me golpea el corazón. Y yo no puedo hacer nada más, sino ser árbol, ser barco, ser pájaro…
1 Escrito el 5 de diciembre de 2011 por Xosé Iglesias, natural de Cee, patrón de pesca de altura. Original en gallego. 11
en serio, nada puedo hacer, NADA, PORQUE MARINERO SOY.
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Mami Wata Qué tan bonita era mi mami wata. Y cuánto hemos jugado juntos por la orilla. Cuando ya fui un mozalbete me casé con ella. Los hombres más felices de Guinea, los de mi aldea. Aquellos que nos pudimos casar con nuestras respectivas sirenas. El padre de la parroquia quiso que yo fuese catequista. No le pareció bien la relación. El mar quedaba fuera de su feligresía y, además, mi mami wata ni siquiera estaba bautizada. Tuvimos que separarnos. Pero no la olvidé. Después me marché como emigrante y no la olvidé. Y, ahora que ando en estos mares tan altos, sé que nunca podré olvidarla. Vibra la quilla. Música que estremece el alma porque hasta los barcos más fuertes cogen miedo con los tumbos del Rocal. Entre Escocia e Islandia, piedra sin compañía en un mar de rape, donde se miden las olas más grandes del mundo. Hasta allá suben los pesqueros gallegos, y hasta allá suben en ellos los marineros de Guinea. Mami wata, mboze, yemanja, tambor de agua. Desde tu ribera lozana has llegado al paralelo 57. Y ahora tiendes la ropa en O Con –así le dicen los de Marín–, piedra del Rocal, isla del fin del mundo. También yo allá subir quiero. Y escucharte otra vez, sirena negra, cantar infinito, tanta soledad2.
2 En la estela de una historia que le oí al profesor Pedrosa, hombre perito en sirenas. Véase: José Manuel Pedrosa (editor): El libro de las sirenas, Excmo. Ayuntamiento de Roquetas de Mar, Almería, 2002. 13
¡Salud y océano! Por esta banda, en las competiciones de palomas mensajeras destacan un grupo de familias campeonas. Sus abuelos llegaron del norte, de las islas británicas. Incluso hubo una que rompió el huevo en el propio palomar de la reina de Inglaterra. No fueron compradas en subasta ni en ningún concurso colombófilo. Las trajeron hasta aquí el destino, las rachas de viento… y los barcos del Gran Sol. Gaviotas y pardelas acompañan a los pesqueros durante toda la marea. De vez en cuando también aparecen en cubierta pájaros de tierra. Mirlos, jilgueros o mochuelos, arrastrados por las tormentas muy lejos de su nido. Después de volar horas y horas sobre la nada, algunos tienen la suerte de atisbar un barco. Y en él buscan cariño, exhaustos, entre las malletas. Mochuelos, mirlos… y palomas mensajeras. ¿Qué secreto en su buche nos traerán? El agua del Gran Sol aparece de vez en cuando en los medios de comunicación. Casi siempre –accidentes, ahogados, muerte– sólo como sinónimo de desgracia. Tras estos titulares, todo el mar por nosotros aguarda. Un sinfín de historias iguales a las de tierra, situadas en la otra Galicia más extensa: en el agua de O Gato, Porcupine o del Rocal, en los puertos irlandeses de Bantry y Castletón, o en la isla de Santa Kilda. Brisa de lejos que cada día golpea contra nuestra cara por la orilla. Pero llevamos bufanda y casi nunca somos capaces de escucharla. Es tiempo de embarcar en las palabras, de mojarte completamente en este golpe de mar.
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(Aviso a navegantes) A las personas que andáis en el mar este libro no os va a gustar mucho. Tranquilos, no revela datos prohibidos, ni recoge prácticas o expresiones improcedentes. Este libro no os va a gustar simplemente porque no es marinero. Lo ha escrito un terrícola –mejor dicho, un terrícolo3–, que nunca a los Codillos ha subido, que nunca una marea ha hecho y que, de un modo impúdico, se atreve a hablar del agua del Gran Sol. Quedáis avisados. Aquí no se describe cómo es el trabajo a bordo, ni las técnicas de navegación, ni las condiciones de vida del barco. Son simplemente cuentos. Pequeñas historias que normalmente no os gusta citar en la recalada. Las cosas del mar no se cuentan en tierra, el Machín de Muxía habló. Ya lo dice la propia palabra: re-calada. Cuando un marinero vuelve a casa más que contar quiere saber. Para vosotros recortes intranscendentes que por la parte de tierra han de resultar revelación. Pues conforme se quiebre esa frontera de silencio, se irá también mojando toda la realidad. Descubriremos que habitamos –desde O Muro hasta O Berbés– una extensa ciudad salada (¡el Berbés de Vigo y el Berbés de Burela, claro!). Que tenemos pies de agua y que hasta los más altos edificios están construidos –cimientos de espina de pescado– con gotas del Mar de Irlanda. Terrícolas y terrícolos: allende el océano, nosotros. Ya lo dijo Avelino de Corón: Está subiendo la marea, tú no te quedes varado en seco.
3 Xosé María de Razo, patrón del Mar Caspio, fue el primero que me llamó terrícola, expresión muy apropiada para referirse a la condición de la persona totalmente ajena a los trabajos del mar. Rubén Bastón –músico, periodista y bailador– de la aldea de Cela en Bueu, compañero en el programa Mil Ribeiras (2006 y 2007) de Radio Galega, creó el neologismo terrícolo que también utilizaré con frecuencia. 15