An Alfaya
Muros de aire
A Mando, Tania y Mario, ordenando el caos
Nota de la autora Aunque el suicidio estĂĄ presente en toda la novela, mi intenciĂłn es mostrar el dolor de unos personajes sin voluntad, dominados por sus debilidades y sumergidos en la ignominia; caricaturas de sĂ mismos; marionetas manipuladas por una mano ajena, pero tampoco exentas de responsabilidad en la construcciĂłn de sus vidas.
¿Qué pasa alrededor de mí? ¿Qué me pasa que yo no sé? Tengo miedo de una cosa que vive y que no se ve. Tengo miedo a la desgracia traidora que viene, y que nunca se sabe adónde viene. Rosalía de Castro, «¿Que pasa ó redor de min?» de Follas novas La vida es una muerte que nos lleva tiempo. Emily Dickinson, cita de Jesús Pardo en su «Ensayo biográfico sobre Sylvia Plath», que sirve de introducción a la Antología
Carpeta suicidas. Caso uno Y puesto que debemos vivir y no nos suicidamos Mientras vivamos juguemos. Vicente Huidobro, «Canto III», de Altazor
¿Tú pensaste en suicidarte alguna vez? A Cora le gustaría que la objetividad fuera algo más que una palabra vacía en su estado anímico, quizás de esta manera no sentiría la mirada acusadora de Fidel acuciando su nuca mientras transcribe la grabación de audio de Sara. Desde que comenzó este último encargo nota un malestar en su interior, pero no es capaz de compartirlo con Fidel, porque él se define como un profesional exigente que no consiente veleidades emocionales a la hora de enfrentarse al trabajo. «Las emociones me las guardo en el bolsillo», suele decir con enfático convencimiento, a veces incluso verbalizando una sentencia cargada de retórica. «Tratar con la gente implica saber guardar las debidas distancias. Si uno no se mantiene inflexible, corre el riesgo de tomar partido, y eso es lo peor que nos puede pasar.» Fidel habla a espaldas de su compañera de gabinete como para sí, pero con la intención de que Cora lo escuche. Mientras ella subraya las frases llenas de resentimiento de Sara, él mantiene su discurso crítico al tiempo que teclea en el ordenador.
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«Deduzco por tu mirada que me juzgas. Piensas que carezco de sentimientos, pero te equivocas. Simplemente dispongo de capacidad racional para canalizarlos.» A Cora le cansa tanta palabra hueca y no logra arrancar de su retina la expresión de Sara. Descubre odio, ira y algo de súplica en su rabia contra el mundo. No puede evitar ponerse en su lugar, un lugar que supone oscuro, como un embudo. Su mirada le evoca un páramo, y le asusta mostrar su parte afectiva, por miedo a desarmarse y parecer vulnerable. Imagina que no sería impensable que los papeles se intercambiaran, que ella ocupara el lugar de la enferma. Piensa que posiblemente todo seguiría su curso y nada cambiaría. Un individuo sólo es una pieza en el rompecabezas, por sí mismo carece de presencia, de fuerza, de existencia. Tampoco el rompecabezas sin cada una de las piezas que lo componen sirve de mucho. Entonces sabe que la masa arrastra y ahoga a los seres que la dotan de sentido. Cora sostiene que la locura es un abrigo reversible, y se le escapa de la boca una pregunta quizás impertinente, pero necesaria: –¿Tú has pensado en suicidarte alguna vez? Fidel se sobresalta y golpea el teclado con furia. Luego se coloca frente a ella tras un movimiento brusco en la silla giratoria. –Te estás involucrando –la acusa. En la mirada de Cora asoma el recuerdo del brillo hiriente de la mirada de Sara. –¿A quién le importa? –A mí. Y a ti. Si te involucras, el resultado de la muestra no va a ser el mismo. –A lo mejor así tendría un asomo de humanidad. Trato con personas, no con piedras. 14
–Si quieres permitirte el lujo de sentir compasión, creo que te has equivocado de oficio. Si no te distancias, no obtenemos resultados fiables y eso se nota, ¡lo sabes de sobra! Cora hace aspavientos con los brazos, con la cabeza, con el cuerpo entero. En ese momento reniega de cuanto no sea dejarse llevar por las emociones que le provoca oír a Sara, mirarla, constatar que su corazón de yegua desbocada se le escapa del pecho cuando la increpa. Ese aspecto no se puede cuantificar en las tablas estadísticas, y siente cierta frustración. Se levanta de la silla sin desconectar la grabadora, y camina en dirección a Fidel arrastrando las botas. Se acerca a él con algo de ansiedad, buscando su calor. Se arrima como una perra en celo y le da mordiscos menudos en los labios. Él se deja llevar, si bien cada día comprende menos sus reacciones. Al principio experimenta desconcierto, y a punto está de rechazarla, pero se deja conducir por el ardor de su aliento en el cuello, y por la humedad de su lengua hurgando en las interioridades de su paladar. De fondo, la voz de Sara le da cierto morbo a la situación. –¿Por qué intentaste suicidarte? –Porque soy feliz.(Risas) ¡Ay qué hostia con las preguntas de esta tipa! La grabadora emite un sonido de arrastre y de pronto se detiene, truncando la carga emocional del instante. Cora verifica el contenido de la grabación y descubre el desastre. Hace tiempo que debería haberla cambiado por una digital; de hecho, hace tiempo que debería haber cambiado muchas cosas, pero lo pospone por desidia, y su reloj vital sufre un considerable retraso. –¡Mierda! –grita, tirando el aparato al suelo. A Fidel se le tensan los maxilares mientras oye su respiración jadeante. 15
–¿Qué haces? –le pregunta, desconcertado. –Acabar con ella de una vez –responde, aparentemente liberada. Fidel domina su necesidad de interpelarla, como de costumbre, evitando enfrentarse a nuevos conflictos. Cora lo dejó a medio camino entre el cielo y el infierno, más cerca del infierno. El uso que hace de su debilidad le molesta, y ni siquiera tiene claro por qué aguanta sus cambios de humor. Cierto que ambos pactaron no hurgar en el pasado, quizás para evitar sorpresas o reproches, pero a veces le gustaría poder escudriñar en su cerebro y ser capaz de leerle el pensamiento. –Tienes la transcripción de la grabación, ¿no? –insiste, recogiendo los trozos del suelo. –Conservo unas notas. Cora le muestra un papel escrito por una cara y se lo tiende. Fidel le echa un vistazo rápido. Mucha paja para tan poca miga, piensa. –¿Qué opinas de…? –¿Y tú qué vienes a hacer aquí, hurgando en la mierda como el cerdo en su pocilga? Hazme caso y vete. –¿Por qué intentaste suicidarte? –Porque soy feliz. (Risas) ¡Ay qué hostia con las preguntas de esta tipa! –Si tu padre no se hubiese disparado con su arma reglamentaria, tú… –Fui yo quien apretó el gatillo, no él. ¿Es que no quieres darte cuenta? –Creo que eso no es lo que… –¡Qué sabrán esos gilipollas! –Tengo que advertirte que te estoy grabando. –¡Y a mí qué! Dicen que estoy loca, ¿no? –Sí. 16
–¡Pues entonces tanto da si fui yo o él quien hizo pum! –¿Qué te impulsó a suicidarte? –No insistas. No sé la respuesta. –Muy bien, vuelvo otro día y a ver si… –Volverás y perderás el tiempo…, o enloquecerás como yo. Fidel le devuelve el folio a medio leer. –Tendrás que repetir la entrevista. Cora parece no escucharlo, y dejando el papel sobre su mesa le comenta en tono ausente: –De todas formas no sé si me interesa este testimonio. Sara refleja agresividad y me contagia. –Doy fe. –No me has contestado –cambia ella de tercio– si pensaste en suicidarte alguna vez. –Eso no importa. ¿O quieres someterme a las preguntas del cuestionario? –ironiza Fidel. –Hablo en serio. ¿Cuál es la respuesta? –insiste Cora. –Nunca se me pasó por la cabeza suicidarme –responde él, tajante–. ¿Satisfecha? –No te creo. Todos tenemos instintos suicidas –lo desafía. –Eso suena muy categórico –la rebate él. –Es mi punto de vista –afirma ella. Fidel contraataca, arremetiendo e interrogándola: –Como siempre, nada científico. Subjetivo. ¿Y tú qué? ¿Lo intentaste alguna vez? –Yo, sí, claro –Cora ralentiza las frases, que suenan entrecortadas–. Cuando era una chica… Tenía un amigo… Mauro… Nos íbamos a matar juntos, como experimento… –Un experimento sin vuelta atrás, ¡un juego de niños peligroso! –Ya no éramos tan niños, por lo menos yo. 17
–Entonces, ¿por qué jugabais? –Nos excitaba, supongo… No era la clase de excitación que imaginas, sino otra cosa. –Ese Mauro… –¡Déjalo! Este trabajo me está afectando mucho. No sé si voy a poder seguir con las entrevistas… –En mi cajón tienes una grabadora digital. Cógela y cuídala. Cora se acerca a él, buscando unos brazos que la reciben sumisos, pero a la defensiva, sospechando que en cualquier momento decidirá unilateralmente cuándo hay que poner fin al abrazo. La sensación de muñeco manipulado se incrementa, pero Fidel espera otra boutade de ella mientras le besa el pelo, un pelo liso y largo que huele a ansiedad.
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