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WlLLY SCHÜRHOLZ Colonia Renacer, Chile, 1956-Kampala, Uganda, 2029 A cuarenta kilómetros de Temuco está la Colonia Renacer. Aparentemente es uno más de los tantos latifundios de la zona. Una mirada atenta, sin embargo, puede captar algunas diferencias sustanciales. Para empezar en la Colonia Renacer funciona una escuela, una clínica, un taller mecánico y un sistema económico autárquico que le permite vivir de espaldas a lo que los chilenos, tal vez en un exceso de optimismo, llaman «realidad chilena» o «realidad» a secas. La Colonia Renacer es una empresa rentable. Su presencia es inquietante: sus fiestas las celebran en secreto, ellos solos, sin invitar a los lugareños, sean pobres o ricos. Sus muertos los enterraban en su propio cementerio. Finalmente, otro motivo diferenciador, acaso el más nimio pero también el que primero llamaba la atención de quienes se asomaban a sus lindes o de los escasos visitantes, era la procedencia de sus pobladores: todos, sin excepción, eran alemanes. Se trabajaba comunalmente y de sol a sol. No contrataban campesinos, no subarrendaban parcelas. Superficialmente hubieran podido pasar por una de las muchas sectas protestantes alemanas que emigraron a América huyendo de la intolerancia y del servicio militar. Pero no eran una secta religiosa y su llegada a Chile coincidió con el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cada cierto tiempo sus actividades o la bruma que encubría sus actividades eran noticia en los periódicos nacionales. Se hablaba de orgías paganas, de esclavos sexuales y ajusticiamientos secretos. Testigos presenciales no del todo fiables juraban que en el patio principal no se alzaba la bandera chilena sino la enseña roja con el círculo blanco y la cruz gamada negra. También se decía que allí habían estado ocultos Eichman, Bormann, Mengele. En realidad el único criminal de guerra que pasó unos años en la Colonia (dedicado en cuerpo y alma a la horticultura) fue Walther Rauss, al que luego se quiso vincular con algunas prácticas de tortura durante los primeros años del régimen de Pinochet. La verdad es que Rauss murió de un ataque al corazón mientras veía por la tele el partido de fútbol que enfrentó a las dos Alemanias durante el Mundial de 1974 en la República Federal. Se decía, también, que la endogamia practicada en el interior de la Colonia producía niños deformes e imbéciles. Los lugareños hablaban de familias albinas que conducían tractores durante la noche y algunas fotos probablemente trucadas de revistas de la época mostraban al asombrado lector chileno a gente más bien pálida y seria entregada sin descanso al trabajo agrícola. Después del golpe de Estado de 1973 la Colonia dejó de ser noticia.


Willy Schürholz, el menor de cinco hermanos, no aprendió a hablar correctamente el español hasta los diez años. Hasta esa edad su mundo fue el vasto mundo que encerraban los cercados de alambre de espino de la Colonia. Una infancia regida por una férrea disciplina familiar, las labores del campo y unos profesores singulares en donde se aunaban a partes iguales el milenarismo nacionalsocialista y la fe en la ciencia, forjaron un carácter retraído, obstinado, con una extraña seguridad en sí mismo. Por un azar de la vida sus mayores lo destinaron a estudiar agronomía en Santiago y allí no tardó en descubrir su verdadera vocación de poeta. Tenía todas las cartas para fracasar estrepitosamente: ya desde sus primeras obras es dable ver un estilo, una línea estética que seguirá con pocas variaciones hasta el día de su muerte. Schürholz es un poeta experimental. Sus primeros poemas son una mezcla de frases sueltas y de planos topográficos de la Colonia Renacer. No llevan título. Son ininteligibles. No buscan ni la comprensión ni mucho menos la complicidad del lector. Algún crítico ha querido ver en ellos una semejanza con el mapa del tesoro de la infancia perdida. Algún otro sugirió malignamente que se trataba de cartas de enterramientos clandestinos. Sus amigos, poetas vanguardistas y por regla general opositores al régimen militar, lo apodan cariñosamente el Portulano hasta que descubren que Schürholz profesa ideas diametralmente distintas de las suyas. Tardan en descubrirlo. Schürholz es todo lo contrario de una persona locuaz. Su vida en Santiago es de extrema pobreza y soledad. No tiene amigos, no se le conocen novias, rehuye el trato con la gente, el poco dinero que gana como traductor de alemán se le va en pagar el cuarto de la pensión y unas pocas comidas al mes. Se alimenta de pan integral. Su segunda serie de poemas, que exhibe en una sala de la Facultad de Letras de la Universidad Católica, es una serie de planos enormes que tardan en ser descifrados, con versos escritos con cuidadosa caligrafía de adolescente en donde se dan indicaciones adicionales para su emplazamiento y uso. La obra es un galimatías. Según un profesor de Literatura Italiana interesado en el tema, se trata de planos de los campos de concentración de Terezin, Mauthausen, Auschwitz, Bergen-Belsen, Buchenwald y Dachau. El evento poético dura cuatro días (iba a durar una semana) y pasa desapercibido para el gran público. Entre los que lo han visto y comprendido la opinión está dividida: unos dicen que es una crítica al régimen militar, otros, influidos por los antiguos vanguardistas amigos de Schürholz, creen que se trata de una propuesta seria y criminal de reinstaurar en Chile los desaparecidos campos. El escándalo, si bien reducidísimo, casi secreto, basta para conferir a Schürholz el aura negra de poeta maldito que lo acompañará el resto de sus días. En la Revista de Pensamiento e Historia publican dos de sus textos y planos menos comprometidos. En algunos círculos se le considera el único discípulo del enigmático y desaparecido Ramírez Hoffman, aunque el joven de la Colonia Renacer carece de la desmesura de aquél: su arte es sistemático, monotemático, concreto. En 1980, apoyado por la Revista de Pensamiento e Historia, publica su primer libro. Füchler, el director de la Revista, intenta escribir el prólogo. Schürholz se niega. El libro se titula Geometría y presenta las innúmeras variantes de un cercado de alambre de espino sobre un espacio vacío apenas pespunteado por versos sin hilación aparente. Las vistas aéreas de las cercas son precisas y esbeltas. Los textos hablan —susurran— sobre el dolor


abstracto, sobre el sol, sobre el dolor de cabeza. Los siguientes libros se titulan Geometría II, Geometría III, etc. En ellos insiste en el mismo tema: planos de campos de concentración sobreimpuestos al plano de la Colonia Renacer o al plano de una ciudad específica (Stutthof y Valparaíso, Maidanek y Concepción) o instalados en un espacio bucólico y vacío. La parte puramente textual con los años va adquiriendo consistencia y claridad. Las frases deshilvanadas se transforman en fragmentos de conversaciones sobre el tiempo, sobre el paisaje, en trozos de piezas teatrales en donde aparentemente nada ocurre salvo el paso de los años, su lento discurrir. En 1985, su fama hasta entonces restringida a los vastos círculos pictórico-literarios chilenos se ve catapultada, merced al apoyo de un grupo de empresarios chilenos y norteamericanos, a las más altas cumbres de la popularidad. Apoyado en un equipo de excavadoras rotura sobre el desierto de Atacama el plano del campo de concentración ideal: una imbricada red que seguida a ras de desierto semeja una ominosa sucesión de líneas rectas y que observada a vuelo de helicóptero o aeroplano se convierte en un juego grácil de líneas curvas. La parte literaria queda consignada con las cinco vocales grabadas a golpe de azada y azadón por el poeta en persona y esparcidas arbitrariamente sobre la costrosa superficie del terreno. El evento no tarda en ser la sensación del verano cultural chileno. La experiencia, con algunas variantes significativas, se repite en el desierto de Arizona y en un trigal de Colorado. Sus promotores, entusiasmados, le ofrecen una avioneta para realizar un campo de concentración en el cielo pero Schürholz se niega: sus campos ideales deben observarse desde el cielo, pero sólo pueden ser dibujados en la tierra. Una vez más la oportunidad de emular y superar a Ramírez Hoffman se ha perdido. Pronto descubren que Schürholz no compite ni busca hacer carrera. En una entrevista para una cadena de televisión de Nueva York queda como un tonto. Balbuceante, afirma no saber ni una palabra de artes plásticas; confía en aprender a escribir algún día. Su humildad, al principio atractiva, no tarda en hacerse repugnante. En 1990, para sorpresa de sus seguidores, publica un libro de cuentos infantiles bajo el inútil seudónimo de Gaspar Hauser. A los pocos días todos los críticos saben que Gaspar Hauser es Willy Schürholz y los relatos infantiles son examinados con displicencia o diseccionados sin compasión. En sus cuentos, Hauser-Schürholz idealiza una infancia sospechosamente afásica, amnésica, obediente, silenciosa. Su meta parece ser la invisibilidad. El libro, pese a las críticas, es un éxito de ventas. El personaje principal de Schürholz, el niño sin nombre, se convierte en el nuevo Papelucho de la literatura infantil y juvenil chilena. Poco después, en medio de las protestas de algunos sectores de la izquierda, le es ofrecido el cargo de agregado cultural en la embajada chilena en Angola, que Schürholz acepta. En África encuentra lo que buscaba, el recipiente exacto de su alma. Nunca volverá a Chile. Vivirá el resto de sus días trabajando como fotógrafo y como guía de turistas alemanes.


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