Jacobo Arbenz, por Miguel Angel Asturias

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Señor Don Marco Antonio Flores Secretario General de la Revista “Alero” Universidad de San Carlos Guatemala

Joven amigo:

Que magnífica revista la de ustedes. Para usted, para los directores, para los dibujantes, para los colaboradores, mis felicitaciones. Y también para aquellos que tipográficamente realizan el milagro de darnos una publicación que nada tiene que envidiar a las de otros países. Prepararé un texto más adelante y por ahora me conformo con enviarle un artículo sobre Jacobo Arbenz, que le pediría lo publicaran en forma destacada. No por mí, por Arbenz. Tengo en mi poder muchos primeros poemas de Otto René Castillo, cuentos y una novela de Mario Payeras, poemas de Arqueles Morales. Haré sacar copias, si a ustedes les interesan. Aquí hay ahora una profesora que prepara su tesis sobre los poetas jóvenes de Guatemala. Creo que ya le escribió a usted directamente. Por mi parte le proporcionaré el material que yo tenía. No deje de darme sus noticias y en espera de sus gratas, quedo su afectísimo servidor y amigo.

Miguel Ángel Asturias

Carta enviada a Marco Antonio Flores, Secretario General de la Revista “Alero” de la Universidad de San Carlos reproducida en dicha revista No. 3, Enero-Marzo 1971, página 78.

vivaarbenz@gmail.com


JACOBO ARBENZ * Miguel Ángel Asturias Ahora que la gratitud y la ingratitud se disputarán su “cadáver” de Presidente Democrático, conviene decir de él lo que nos inspiraba su personalidad apasionada y apasionante. En el orden de las cosas elementales, Arbenz correspondía a las materias minerales más duras, y sin embargo, maleables por los instrumentos de la inteligencia. No instaló un gobierno, sino un laboratorio. No deja detrás el poder, sino una experiencia democrática de las más avanzadas de América. No es un “Presidente”, es un conductor, un visionario. Hay categorías espirituales en su conducta que a manera de raíces quedarán en la contextura de la vida institucional de Guatemala, de raíces que seguirán sosteniendo valores más altos que los de la rayana incultura de los políticos de ocasión. El árbol, Arbenz, se echó a andar, tras cortarse las raíces del amor por las cosas que estaba realizando, pero si el tronco bienhechor y la bienhechora sombra, han dejado el lugar, en el escarbado suelo doloroso de la patria, quedan las raigambres de esta personalidad rectilínea. Si en algún momento, la virtud se torna defecto, acaso esta conducta insobornable en todos los aspectos, este proceder derecho que no conoció altibajos, que no desvió su camino en un ápice, más que virtud, haya sido su defecto en política. Esta hora, hora en que fracasan en el mundo todos los resortes de un sistema capitalista superado, tan propicia a los acomodaticios, a los sirvientes, a los descastados, conoció a un hombre de sencillo porte, de aspecto juvenil de trato cortés, afable, y por debajo de esta capa de afectuosidad humana, enérgico como el que más, conoció a Jacobo Arbenz, ejemplo de gobernante, en cuya honda quedó su corazón paralizado ante los destrozos que estaba haciendo el bárbaro gigante. Su renuncia es una lección de sacrificio vidente, de hombría, de planeta que no llega al final de su elíptica, pues antes se aparta en el espacio inconmensurable de los hechos históricos, para salvar sus sueños. Los gigantes antiguos y modernos exigen, como divinidades bárbaras, la víctima propiciatoria, y Jacobo Arbenz ha sido en esta hora de América, el que para salvar a su pueblo de la destrucción segura, ocasionada por aviones no identificados, que bombardean ciudades abiertas diezmando niños, mujeres y ancianos, no dio el paso atrás, sino el paso adelante, hacia el futuro de la patria misma. Guatemala no ha dado un paso atrás en su dignidad, en su soberanía y en sus conquistas sociales, con la renuncia del ya histórico conductor. Ha dado un paso adelante. Solo apartándose comprendió Arbenz, y así lo dijo en su discurso de despedida, podía salvarse la revolución guatemalteca, podían consolidarse definitivamente sus conquistas. Este soldado con aire de señorito fue el que devolvió a los campesinos las tierras que les arrebataron siglos atrás, el conquistador, el voraz, el leguleyo. Este soldado con voz de colegial, casi sin inflexiones, emitida con los labios juntos, como soplando las palabras, porque más que vos era su aliento, fue el que en los últimos años de un extremo a otro de América realizó el primer gobierno independiente de los nuevos colonizadores. Frente a la farándula asqueante de los grandes y pequeños nerones, este cristiano de los primeros siglos entró a desafiar a las fieras, no porque olvidara que la fiera


es implacable, sino porque sabía que al cristiano frente a los imperialistas, lo defiende su propia lava de cristiano. Y no dio un paso atrás. Firme enhiesto, sin perder el control de sus músculos, apenas si en los momentos más graves se le veía ligeramente contraídos los músculos de la mandíbula, avanzó hasta donde pudo, hasta donde el gigante jugaba con los cráneos, todos sus dientes de oro mostrando su reír satánico, y allí acaso haya oído aquella terrible secuela de lo eterno baldío, reducido a palabras. Palabras… sí, palabras, pero no perdió la cabeza. Arbenz mantuvo hasta el último momento de su lucha, no por mantenerse en el poder, sino por no abandonar a su pueblo, mantuvo su equilibrio absoluto, y para salvar las realizaciones y conquistas, que ya no eran palabras, se retiró del mando. Otro, menos tutelado por el espíritu del bien, se habría perdido. Habría oído al gigante bárbaro de los dientes de oro, en su reto final, pidiéndole que defendiera las palabras, palabras que encubrían hechos tan trascendentales como la Ley Agraria, la lucha contra los monopolios, a sabiendas que si se empeñaba en tal defensa lo perdía todo definitivamente, ya que es en esa emboscada a Hamlet, donde el hombre halla la trampa de su locura, de su desesperación y de su ruina. Se salvó porque no se empeñó en defender palabras, puñados de palabras, para defender realidades. Enamorado de la libertad, con un amor florido de quince años, romántico hasta la ceguera dulcemente amorosa de esa divinidad eterna, jamás concibió que se pudiera poner cortapisas a la libre expresión del pensamiento. Y éste es su más auténtico pedestal de demócrata. No se le ocultaba que la prensa llamada independiente estaba al servicio de los intereses extranjeros, pero era preferible soportar ese ataque constante, ese apuñalar diario a la democracia, antes que intentar la más mínima plumada contra la libertad de expresión por la prensa y la radio. El insulto jamás le salpicó. La calumnia jamás lo tocó. Y a veces dijo: “La libertad de imprenta es un lujo que tenemos que pagar todos, aunque tal vez no nos guste…”. No se salva el sueño en el ojo ajeno, sino en el propio y sin cerrarlo. Así, cristalizado en lágrimas y esperanza, quedó el sueño de una Guatemala mejor en el ojo garzo de Jacobo Arbenz. Si hubiera botado cobardemente sus párpados entre la realidad y sus sueños, se habría perdido y habría perdido a su país, se habría cegado y habría negado al mañana todo lo que está por realizarse. Un hombre, un conductor, un carácter, uno de los nuevos héroes de la América nuestra, Jacobo Arbenz.

*

Artículo escrito el 28 de junio de 1954 en San Salvador, El Salvador, después de la renuncia del Presidente Jacobo Arbenz Guzmán, y quedó inédito. Reproducido por vez primera en la Revista “Alero” de la Universidad de San Carlos de Guatemala. No. 4, Abril-Junio 1971, páginas 18 y 19.

vivaarbenz@gmail.com


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