Mi Tierra: Istmo de Encanto
AgustĂn Lacayo Vanegas
Mi Tierra: Istmo de Encanto
Titulo: Mi tierra: Istmo de Encanto Autor: Agustín Lacayo Vanegas Cuidado de la edición: Armando Vélez Astacio Ilustración de portada e interiores: Elizabeth Tijerino Santeliz Fotografias: Elizabeth Tijerino Santeliz Fotografia de Alejandra Isabela : Agustín Lacayo Vanegas Diagramación: Roberto Rojas Diseño de portada: Roberto Rojas
Derechos reservados. El contenido de esta obra está protegido por todos los derechos de conformidad con la legislación nacional e internacional de la materia. No se permite la reproducción total o parcial de la presente obra sin la autorización escrita del autor.
DEDICATORIA A Thelma que me has acompañado en el camino de mi tercera edad. Queridos Padres: Héctor Regino Lacayo Hurtado, Chepita Vanegas Abarca, que Dios los guarde en su paz, gracias, ustedes fueron el árbol de mi vida, el hilo de mi sangre. Se fundieron en un solo tronco, robusto, con raíces y crecieron por cerca de 70 años, juntos, felices. Sus flores: Soledad, Ana Eugenia, Regina José y María Asunción que está con ustedes en el reino de Dios. Los frutos: Héctor José, Adolfo Augusto, Edgard José, Álvaro Antonio y yo, Agustín de Jesús, gracias hermanos, son ramas grandes, unidas y troncos se hicieron. A mis hijos Felipe Arguello Carazo (Q.E.P.D.) - Rina Auxiliadora Lacayo Dorn, Agustín Lacayo Dorn, José Bismarck Tapia - María Soledad Lacayo Dorn, Rodolfo Lacayo Dorn, Juan Mauricio Lacayo Loyman - Vanesa Zambrana, Jamal Irías - Cecilia Beatriz Lacayo Loyman, Palti Alvarado Cerna - María Alejandra Lacayo Briones Mis nietos, Lucía Argüello Lacayo, Felipe Argüello Lacayo, Gabriel Argüello Lacayo, Agustín Argüello Lacayo, Danielle Lacayo, Ana Alejandra Tapia Lacayo, Gabriela Tapia Lacayo, José Bismark Tapia Lacayo, Mauricio Lacayo Zambrana, Sara Vanesa Lacayo Zambrana, Alejandra Isabella Alvarado Lacayo.
AGRADECIMIENTOS Ante todo agradezco a Dios, mi creador. Al Grupo Pellas por su apoyo importantísimo. Agradezco al poeta Fernando Silva Espinoza por haber elaborado en forma excepcional el prólogo que acompaña este libro. Al poeta Leonel Lacayo Maliaño, Presidente de la Directiva del Movimiento Artístico Cultural Álvaro Urtecho (M.A.C.A.U.) y a los escritores Armando Vélez y Elizabeth Tijerino con ellos tuve el gusto de compartir sus generosos aportes literarios, y diseño del proyecto. A mi hermano Héctor Lacayo Vanegas por ayudarme a cumplir este sueño.
PRÓLOGO
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sta es una prosa confeccionada, creada y llena de gracia literaria que Don Agustín de Jesús elabora con reconocida intimidad. De paso notamos, en lo general las cualidades de una prosa llana, clara y hermosa; el trabajo literario desde un comienzo acierta dando una idea general de lo que es el costumbrismo y el valor notable y principalísimo de nuestra época colonial. Desde el comienzo en lo que se refiere a COPLAS Y BOMBAS, UN ARGOT OLVIDADO, subraya la manera como en la población de Rivas y en todo lo que es la Cruz y el Guanacaste ejerce un gran valor el recuerdo de las dichosas coplas y bombas usadas popularmente. Esto tiene de particular que uno nota la inspiración del pueblo, inspiración natural, por ejemplo algunas coplas verdaderamente poéticas como: ¨El amor y la muerte son cosas fuertes y para el mal que hoy acaba, no es remedio el de mañana¨; ¨Oigan mujeres, se los digo por su bien, pongan el pie en el estribo para que no las deje el tren¨. Estas coplas todavía en nuestra época aunque muy esporádicamente se usan, pero en la mente del pueblo están vivas y siempre con la misma gracia. Otra cosa que es interesante señalar está la capacidad de Don Agustín de Jesús de tocar el tema de ¨El Lago, su istmo, islas y volcanes¨ con una idea curiosa de un conocimiento aplicado a la naturaleza y sus transformaciones, incluyendo la maravilla de su conocimiento ecológico y poético sobre la isla de Ometepe y todo el Istian señalando también con gran inteligencia y conocimiento geológico las transformaciones de la naturaleza, las erupciones de los volcanes, la forma de cómo nacen los atribu-
tos bellos de la naturaleza de una colisión de vientos y de fuego . No queda de fuera el fenómeno de la sequía, la tristeza de los campos arrasados y apegados al dicho tan popular de ¨San Isidro labrador pon el agua y quita el sol¨, luego trabaja con la dulzura de las quebradas y las características de algunos personajes particulares de la zona como El Garañón Retinto. En lo que se refiere a La caza del venado que lo adhiere a un invierno fiel cosechero y lugareño así como otros animales de la naturaleza como cuajipales y lagartos nombrando las cualidades de los cazadores y su ojo avisor. Luego, la obra se refiere a su propio barrio con sus cualidades, sus recuerdos bellos de niño, de juventud y hasta la dulzura que puede significar un aullido de coyote. Es de esperarse que un rivense que ama su istmo y sus misterios como es el istmo de Rivas que goza de la dicha de Dios de contar en su paisaje con La Mar Dulce y la grandeza del océano salado. No podía quedar por fuera la obra de teatro del rivense Alberto Ordoñez Argüello (q.e.p.d) la Novia de Tola, con su inteligente e interesante argumento. Finalizando como glosario una lista interesantísima de un vocabulario donde escoge con sabiduría términos náhuatl, mangue y otros idiomas que prevalecieron en todo el curso formativo del istmo de Rivas, con expresiones propias del vulgo que es muy importante tomar en cuenta porque determina las características de las personas y la misma forma de vivir.
De esta forma podemos hacer a vuelo de pájaros y grandes rasgos una apreciación de esta admirable prosa de Don Agustín de Jesús, agregando desde nuestra propia manera de apreciar y de pensar lo que es la obra literaria en sí que con estos escritos califica en primera línea contando siempre con la gracia, la maestría y la hermosura con una prosa que simplemente puede calificarse como muy bien hecha, como es en realidad la obra ¨MI TIERRA: ISTMO DE ENCANTO¨ de Don Agustín de Jesús Lacayo Vanegas.
Fernando Silva Espinoza
Prosa hist贸rica y costumbrista de la 茅poca colonial
Agustín de Jesús Lacayo Vanegas
I Costumbrismo y desarrollo en la época colonial
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l istmo se recuperaba de la conmoción odiosa, que generó la persecución, matanza y esclavitud del aborigen. La villa vibraba en la plenitud del siglo XVI, dos siglos marcados por las encomiendas de inhumana explotación y los tributos ahogantes castigados dentro de una cosmopolitizacion feudal: ejidos y cofradías de usufructo monopólico y derechos limitados de los indios. América se desgarraba por la crueldad y caminaba dejando atrás el despotismo. Era un continente buscando con clamor su propia identidad, en las sombras oscuras de una dependencia política cambiante, en donde el istmo sorteaba su destino en medio de reales ordenanzas e intendencias con uso y abuso de su realidad. El mestizaje crecía al unísono con un nuevo modelaje, aun la introducción del ganado no daba base a la transformación, su venta no era libre y su silvestrización se producía en las llanuras rivenses y crecían a lo largo del reventar de las olas en el entorno al lago, en donde por su influencia se fueron formando nuevos pueblos, nuevos finqueros cubriendo primero los llanos con aceitillales y humedales llenos de camalotes y después buscaron las cimas más secas, más profundas. Ese fue el estar, el nacimiento del campista nicaragüense que emerge en la época del cuerear y ya el ganado silvestre con el potro chúcaro amansado por el mestizo es lazado por los sabaneros y sus cueros y tasajos salados entran en comercialización. 13
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Senderos diferentes tenía la cristianización, un folklore nuevo influía anteponiéndose al ritmo embriagante de la danza y el desarrollo se afianzaba, curas y ermitas nuevas en la villa de la Purísima Concepción de Rivas, un santo en cada pueblo y las fiestas patronales y la determinancia del cultivo en los fundos del cacao y del añil, ya las cortes de la rancias noblezas se tiñen con el índigo añil y en las tardes por las pasarelas, calles, parques y salones cortesanos, los nobles se paseaban elegantes con algodones teñidos de añil y en las tardes se reunían selectos de las clases altas para tomar en tazas con panecillos en escudillas de porcelana oriental, del chocolate caliente endulzado con mieles silvestres. El añil y el cacao fueron los primeros rubros agrícolas de la villa de la Purísima Concepción de Rivas eran exportados. Este negocio solamente manejado por españoles duró casi dos siglos y permitió el desarrollo de otros centros poblacionales en la Rivas actual. Nace El Obraje, hoy Belén, con gran fuerza Potosí, Rivas y otros conformaban un eje y se incrementaba una migración de nuevas familias, una oleada de gente sin cabida en contraposición de los reyes, eran descendientes de los perseguidos judíos sefarditas, familias que coadyuvaron en desarrollo integral y que poblaron campiñas y ciudades, muchas emigraron hacia otros lugares y sus descendientes están en Centroamérica. En Nicaragua se esparcieron y se hicieron naturales, trajeron consigo costumbres visionarias, diferentes al de los conquistadores e hicieron propio este entorno. La población crecía, el cultivo mejoraba, el trabajo visionaba y nace el salario por el día de trabajo, el honorario y la fajina, el mes y la quincena, surgen los capataces, los mandadores, mayordomos al son de los odiosos comendadores y crean el impuesto, los diezmos, la limosna, el pago del derecho y se emana el deseo de poseer un derecho 14
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incipiente del uso de la tierra. Fue una época en que los letrados y escribanos leían y hacían las cartas a los hombres de sociedad. Pantalones bombachos, botas de cuero de venado curtidas con cáscaras de nancite y nacascolos, enaguas al tobillo, corseses tallados y blusas cubriendo el pescuezo, todas enribetadas. Fue el tiempo de los zancos y de los papelotes, que elevaban las familias con el viento en los veranos que evidenciaban cruzar la lontananza para viajar a la España, una nostalgia, un recuerdo espiritual después de un viaje sin retorno. Un tiempo donde las esposas tenían que ser vírgenes con jalencias, en las salas vigilados por abuelos aguzados bajo la luz de candiles y candelas encendidas, compromisos y pedidos de la mano, esponsales y de viudas vestidas de negro para siempre, rogando en las iglesias. Los entierros de los distinguidos viajando a los cementerios se hacían en lujosas berlinas y carrozas maqueadas en negro, altas, fúnebres, jaladas por cuatro caballos negros de raza mora, con anteojos y carruaje de cuero negros, cochero con látigo y saco color de entierros, con sombrero de copa singular.
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El chilcagre y los bigotes grandes a los lados, los hombres abrían y cerraban los portones y zaguanes para charlar en las esquinas y las familias sentadas en las tardes en las aceras y otros, vestidos con saco, sombrero y bastón caminaban por las calles polvorientas y los abuelos, cabeza del patriarcado usaban chilillo y el rebenque e imponían el castigo y decían “no montas a caballo , no vas en carreta al lago” y los abuelos se ponían en la nariz el rapé importado para calmar el olor de los escusados. Los poblados crecían desordenados, enormes patios baldíos amojonados con piedras y piñuelas, zanjas y albañales drenando a las calles y sumideros y los barrios se iban determinando por el árbol, la esquina, etc. Y va naciendo la Nicaraguanidad Fue una etapa de la historia estoica para unos con pobreza, recolectando a veces raíces y frutos de cacao, plátano silvestre, jícaro sabanero, fruta de árboles caseros y otros desayunaban con nati16
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lla, mantequilla lavada, requesón y la leche hervida con café endulzado con miel casera y rapadura pedaceada, horneada en la casa, la miel de abeja del jicote casero guindado en una galera en el patio trasero, el chilero hecho por la cocinera con elotes y mimbres tiernos, cebolla, maduros y el vinagre filtrado de guineo de maduro cuadrado. El lomo de costilla asado con brasa de leña y chocolate por las tardes y los monólogos de los viejos hablando entorno de la lluvia, el viento, el caballo de paso, la vaquilla preñada, la vaca parida, el potrillo y el tiempo consumía el día y la bacinica debajo de la cama, alfombra a la orilla, el lavatorio de mármol con trastes de porcelana, camas y camastros de cuero crudo, estiradas, tensadas, petates y totolates en los cuartos y gallineros y los pozos con un mecate y balde. En las casas solariegas siempre había un chiquero para engordar el chancho navideño, el cumpleañero, chompipes, gallinas y el establo para el caballo del viaje mañanero; ceniza palmeada aguada para moldear el fogonero, la casa encalada y pintada en las salas con carburo usado de las lámparas guindadas, hisopos de cabuya colgado en los traspatios y los avisperos en los nísperos colgando. Los viejos comían entre manteles vestidos de traje entero y los baberos dentro de las camisas almidonadas. Las mujeres atendiendo para dedicarse haciendo velas, jabón casero, ropa cocida, el tejido del mantel, la funda y la chalina y la ropa de cama olorosa de alcanfor, y los nacatamales y el mondongo popeaban en los calderos. Los niños, los viejos, la nigua, el piojo, la liendre conviviendo, las pulgas y las camisas de cuellos altos almidonadas de los señorones patriarcas, ahumadas por el puro y raídas por el golpe de la pieza enjabonada en la piedra laja, dura de lavar, para luego de ser oreadas y secadas. Se alistaban calentando planchas en las brasas del cocinero, rociadas con almidón de yuca 17
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aguado. Las casas construidas de adobe y calicanto, embarradas de lodo en el taquezal, entejadas, con piedras y losetas de barro enladrilladas, turecas y tragaluces, techos a dos aguas encontrados, con tirantes y vigas de madera labrada acabadas a lo colonial y en las iglesias y casonas con patios centrales, con corredores colgaban enmarcados santos y retablos de litografía europea y óleos con escenas de pasión, óvalos piadosos llenos de misericordia de Dios y en los nichos, en los rincones de las paredes gruesas, estaban los santos de maderas pintados a color y vestidos de algodón.
Nuevos bienes y servicios reclaman el progresar de una sociedad más justa, más digna, más propia y particular. Hay influencias, comparaciones, una energía nueva para la vivencia, para producir, la superación se va multiplicando, jóvenes y mestizos presionaban dentro del carácter patriarcal heredado. Nace el concepto de tecnicismo, ronda la 18
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vocación de producir y el empirismo feudal al natural va dando paso a un costumbrismo que enriquece; añil, cacao y ganado van trasformando las campiñas aunque pocas sirven de ejemplo, de guía y se nutren con los viajes transcontinentales y nacen otras actividades y el idioma día a día no solo se transforma en España sino que se nutre, se alimenta con el argot de lo que se vive en América. En todas las etapas se vivió bajo una influencia clerical, un costumbrismo real religioso que determino en esencia la vida social. La autoridad moral única la impulsó la influencia de un cristianismo monárquico clerical supeditado a la discreción del cura de turno. Luego esto se desaparece cuando se transforma el contexto laico y nace el Estado republicano.
En gran parte de la conquista y la colonia coetáneamente coinciden con un feudalismo que muere desgastado. Paralelo hay efectos colaterales con la generación de guerras civiles, cae el comercio del añil, surge con auge el cacao y la ganadería se 19
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multiplica surgiendo, avanzando para compartir espacios cimeros. El tecnicismo, la vocación de producir más generalizada, el concepto del desarrollo integrándose al nuevo vivir y se vive una época de mayor oportunidad, se instalan trapiches, más tarde ingenios, se usa más el transporte en carretas, se mejoran caminos en las alamedas que adornaban y protegían el añil, al cacao y crece lo urbano, la gente combina vivencia rural con la ciudad, y crece también la superstición indígena, apartada, sancionada y se entremezcla en los corazones endurecidos por la hostilidad polarizada en la colonia, que engrandeció a unos y relegó a otros, guegues y consejes, mestizos, indios, esclavos. El poder de pocos cobijados con el manto de Jesús, curas y españoles apoyados, productores vendiendo al reinado, cofradías y títulos indígenas bajo el usufructo ajeno, clase media ausente y se caminaba en la conquista y colonización. Poco a poco los abuelos fueron dejando de recordar lo pasado. El tiempo ayudó al olvido, el mestizaje se producía y con la emancipación se encontró la identidad, fue naciendo como un chote en los corazones, la nacionalidad.
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II Coplas y bombas, un argot olvidado Las coplas y los dichos como parte de un folklore regionalizado en las campiñas y valles rivenses, creemos que surgieron como sonidos en los caminos, en el andar post-colonial. Nacen en lo rural y se cuentan en el tiempo en la vivencia urbana que crecía. Quizás algunos fueron recogidos del hablar del colonizador y del modismo náhuatl, que en sus costumbres los usó, pero una inmensa mayoría nacen en el trajín bajo la influencia de la diversidad de los paisajes rivenses que junto con la actividad ganadera y lo hípico, les inspiraban. Todos los dichos y las coplas que la historia y el vulgo permitieron que nos llegaran, son expresiones poéticas surgidas de esa vivencia, cantos y decires, que actuaron como remansos y bohíos, ayudando al descansar. Propician alegría, con las coplas hubo sonrisas, distracción y permitió que se ocultaran la dureza y la vicisitud formándose el vínculo cobijado con el sosiego de la familia en la unión del pueblo. Esta forma de accionar en el encuentro de la amistad, inspiró que la imaginación intuitiva del istmeño se convirtiera en el lazo, que a manera de moda unió a la población de Rivas, con La Cruz y todo El Guanacaste. Así comienzan los dichos y las coplas, fueron forjadas en la paciencia de los viajes, en la relación del ambiente, en el vínculo familiar. Un hablar propio a veces con el toque de la burla y el desdén, despecho y arrogancia, honor, mérito, una reflexión y mesura, un folclore robado a la poesía del campo, adornada de metáforas, rimas y sentido del humor, que como borbollón brotó del pueblo y llegó a ser un fin común y popular. 22
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Costumbrismo La provincia de Rivas en las postrimerías del siglo XVI gozaba de un inicio desarrollador, y con ello fue naciendo una vida rural y social, que perduró con altibajos en el siglo XVII y que se hizo más evidente en el XVIII. Una región con cacao, añil y el ganado que se mejoraba aun siendo parte del silvestrizado. Empezaron los trapiches y la caña como un foco iluminando a la agro-industrialización. Un lugar de tránsito, el comercio del tasajo salado y el grupo de ganados en pie hacia Costa Rica. Una región istmeña alargada que incluía el Guanacaste como parte nacional y que distaba varios días de camino saliendo de Rivas hasta pasar más allá de Liberia. El istmo recibió múltiples migraciones. Familias llegadas de ultramar y de Centroamérica. Aquí llegó el judío sefardita separado de la antigua España. También, llegó el esclavo de origen africano y todo eso permitió que la provincia tuviese una diversidad de costumbres, razas y llegase a habitar más de un tercio de la población nacional. Se convirtió en una región cosmopolita. Fueron tiempos con visos desarrolladores, con una orientación agropecuaria definiéndose y de viajes largos, tediosos y cansados. Todos se movían a la vuelta de las ruedas toscas de las carretas, con el andar lento de los bueyes. Los hombres viajaban al paso de las mulas y los caballos y en los arreos, el arriero viajaba a pie con sus caites, su tajona “toteando” a las manadas. Llevaban en sus hombros, colgadas, las alforjas con hamacas, los rejos de cabuyas y de crin, sus morrales y cutachas fajadas al cinto. Era un vivir entre relinchos y balidos de corrales y potreros, un viajar entre la brisa del lago y 23
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los zumbidos del mar y se fue creando una vocación ganadera. Un costumbrismo bajo el influjo del quehacer cotidiano en una constante prospección y aprendizaje. Ser ganadero y hacendado en esa época representaba un prestigio, una meta, una realización con orgullo.
El Sainete Las coplas y las bombas se sucedían en toda reunión, en las fiestas del acontecer social y en los chinamos de las barreras de toros. Por años, fue el toque proclive al reír, un distintivo de la ocurrencia, un decir, el zangoloteo bailable, pariente de la zarzuela, en donde se alterna la declamación con el canto y la música de viento, la de cuerda, el bombón y el rataplán del tambor y a grito partido entre el ritmo del “punto guanacasteco” popularizado en la antigua Rivas, se escuchaba: ¡Bomba!
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La pitoreta sonaba y alguien sacando pecho con arrogancia decía: “la mujer que yo tenía, la tiene mi compañero y el placer que me ha quedado es que yo la tuve primero”. Una dama desde el centro contesta: “Hombre casado ni frito, ni asado”. De inmediato un mocete pide bomba: “en amores de mujeres y rencuras de perros no hay que creer”. Empujan a otro de barba cerrada y sonriendo dice: “la mujer y la mula son de la misma opinión, se le corren al tigre, para que las cace el león”. La música está al ritmo del punto guanacasteco, hay barullo y las parejas bailaban en la parsimonia del ritmo y el que cantaba decía “tata Chico tocaba la viola y su novia movía la cola”. De pronto un sombrero es lanzado en el suelo, una dama con gracia zapatea alrededor de él y un prospecto de “semilleya” sin quitarse las espuelas y con un torzal en las manos grita: “Mujer chiquita y mula baya, abran la puerta para que se vayan”. Oí vos fulana lo que éste, con esa copla dice y ella contesta: “ay déjalo niña, que él, come sal en mi mano”. Los gritos siguen, aquello se transforma en una samotana. El Baile Llegaban más familias a la fiesta y los músicos tocaban celaje y los viejos bailaban con monótono movimiento. El calor de los tragos y la muchachada con permiso, ingería un bol suave, chicha con guaro ralo y los grupos medio mareados bailaban con frenesí. Unas parejas eran aplaudidas y las otras le hacían rueda y se oían a unos padres, que con espíritu ganadero animaban y decían: “a ver mi potranca patee ese suelo, abajo, arriba” y el otro le decía: “a 25
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ver mi potrillo rasque y relinche” y los enamorados aún sin permiso de jalencias se miraban fijos con una sonrisa el uno al otro y ya bailaban diferente. Un hombre bien sofocado y con alegría decía: “amarren a sus gallinas que mi gallo anda suelto”. Y la gente reía y el baile sobaqueado seguía en lo fino y se tarareaba. De pronto un paisano de los finqueros por el río Los Ahogados, con euforia contagiante cantaba: “ah, malaya, que me encontrara contigo en el aposento, la llave se perdiera y el herrero se haya muerto” y se acerca a una bella de ojos zarcos y le dice inspirado: “Guapa, sos dulce como la miel de abeja, /déjame chupar un poquito/ y solo que el mar se seque/ no me bañaré en sus olas”. Ella con altivez contesta: “Esa bomba que me echaste, no te la puedo contestar, porque soy una pajarita tierna que aún comienza a volar”. Alguien se mete diciendo: “Las ramas del tamarindo no se parecen a las del coco, mi mama no quiere que me case, ni yo tampoco”. En la otra esquina se cuadra otro con una sentencia: “Ay hermano, el amor es ciego y tonto. Yo soy pájaro, pájaro cuervo, pájaro que nunca anida, pájaro que pone el huevo y que otro pájaro lo cuida”. Cuechando La alegría de la fiesta era grande. Los viejones se empezaban a entusiasmar piropeando a las muchachas. Otro set empezaba y éstas corrían buscando parejas y los enamorados solo se miraban, ellas con sus vestidos hasta las rodillas, el pudor era algo sagrado. Más de alguna abuela chaperona ojeaba. Unos cantaban y hay un grito: “el que canta, su mal espanta”. Y se oye una voz ronca que dice: “en de 26
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que te vi, te vi tingliado como el gallo a la gallina, como el ratón al tasajo”. Y se oye, buenas noches, a quien pago mi cuota. De inmediato una de las solteronas dice —muchachas es Don Juan— y la otra comenta —no es este el nuevo viudo del pueblo, que bárbaro no aguantó ni los nueve días, cómo están los hombres ahora— Comentando dice la mayor de todas, —Ay hija, no todo en la vida es color de rosa, si dicen, que le daba sopa de muñeca a la finada y es bueno al trago. Ay, así me lo decía mi abuela: “es mejor vestir santos antes que desvestir picados y malcriados”. El viejo entendió por las miradas que lo estaban cuechando y las mujeres cotorras lo veían “con ojos de mosca muerta”. El les dice: “el amor y la muerte son cosas fuerte y para el mal que hoy acaba, no es remedio el de mañana”. Don Juan coge confianza haciéndose el resentido, se acerca a la mesa donde solo habían solteronas maduras y con voz suave comenta: “Oigan mujeres, se los digo por su bien, pongan el pie en el estribo, para que no las deje el tren”. Todas se miraron unas a otras en suspiro. Inesperadamente un borrachín casi se caía y con tono ocurrente vociferaba: “yo bebo por venganza, el guaro acabó con mi papá y yo hasta que acabe con el guaro”. La gente decía cuando la irá a parar: “otra vez le cogió las piernas al freno”. Y un sobrio dijo “hasta que se muera”. Argot ganadero La música no paraba, todo mundo sudoroso y un aficionado al ganado grita: “el toro empita a la vaca y el novillo se retira, pero como el novillo era toro, la vaca también lo mira” y emocionado no 27
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suelta el estribo, y se oía: “échenme ese toro pinto hijo de la vaca mora para sacarle la suerte delante de esta señora”, mientras enseñaba una vaqueta de cuero para sortear. En eso un solterón ya entrado en edad sin quedarse atrás, pide bomba y con voz tartamuda dice: “mujer casada, ni frita ni asada”, y una dama le contesta: “los viudos, ni cocidos ni crudos” entonces él “se quedó helado, bien frío, parecía una nalga de lavandera en el río”. Otros viejos se alborotan y uno más impulsivo responde: “me gusta el amor de otros y en mí no lo puedo ver y para mayor placer me gusta la mujer de otro”, sin parar menciona el nombre de una de las damas sin compañía, la piropea en público y ella le dice: “no, usted ya es mayor, yo no busco padre y menos abuelo, ¿Qué, me vio cara de enfermera?”. El señor asustado le dice: “para el amor no hay edad, el amor no tiene edad, el corazón no se envejece, el cuero es el que se arruga”. En ese momento alguien grita: “al toro bravo a los cuernos” y uno dándoselas de rejego exclama: “Del toro, la vuelta al cacho, del caballo, la carrera y de la mujer bonita, las ancas y la pechera”. Intervino una dama y comentó: “Claro por el ala del sombrero se conoce al ganadero”. De pronto un joven “a media asta” con medio litro en la mano, a grito partido dijo: “échenle ropa y que sude y si es casada que enviude”. Y sin parar dice: “la mujer que relincha es que ha perdido el derecho y yo soy como el gallo que canta al machucar y cuando la gallina canta, es que va a poner el huevo y cuando la mujer suspira es que siente fuego”. Una señora grita queriendo intervenir y él le dice: “calma, a usted ya se le seco el cuajo”, y ella sin vergüenza le contesta: “habló el buey pidiendo su yugo”. 28
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La fiesta se había calentado, llegaba al quinto set de cuatro tocadas, con piezas que el público pedía y algunas se repetían. El que cantaba con su guitara en la mano decía: “iguana si te corres, no te trepes al icaco, no vaya a ser que te saquen los huevos por el sobaco...” Piropos En eso un foráneo, quizás uno de los rivenses que se afincó en Chontales, se dirige a una hermosa muchacha que vestía pantalón bombacho con camisa de mangas y vuelos, un sombrero y sus botas y con voz de admirador le expresa: “desde que te vi venir, le dije a mi corazón, ay que linda piedrecita para pegarme un trompicón”. Ella sonríe y le suelta la cuerda. Él se emociona porque era correspondido. La abuela con un candil en la mano donde la lámpara de carburo dejaba oscuro, les dice tajante: “si el candil se apaga, los quiero a los dos aplaudiendo y cantando” y él seguía con sus piropos: “mi pajarito de escoba, sol de mi vida, al pasar por tu ventana, me tiraste un limón, el limón me dio en la cara y el zumo en el corazón”. De pronto con un gesto pide la guitarra, la rasca y canta: “pregúntale al manso río si el llanto mío lo ve correr, / pregúntale al verde prado si no he llorado con el dolor, / pregúntale a las aves, si es que no saben lo que es amor, / pregúntale a todo el mundo, si no es profundo mi padecer”. Otro admirador oriundo de Granada aparece, era medio ricachón con faja gruesa, botas altas, pantalón de montar, un fuste en la mano y se pone el sombrero en el pecho diciendo: “el amor del hombre pobre es como el gallo nano, que quiere alcanzar y no alcanza en todo un año”. Y el otro 29
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responde ya aludido: “mi corazón es un nido de cantares, en el viven y en el duermen como en su nido las aves”. El amor lo hacía poeta y el granadino molesto dice: “el que a otra tierra se va a casar o va engañado o va a engañar”. En ese instante ella, besa en la mejilla al chontaleño y la abuela muestra una sonrisa, quizás queriendo aceptar el gesto cariñoso. Y el otro pretendiente, despechado expresa: “corazón no seas caballo, aprende a tener vergüenza, / la que te quiera querela y a la que no, /no le hagas fuerza”. Copleros En ese momento la joven se incorpora y dice bomba, señala al de Granada y le canta: “anoche salí contigo y lo amaneciste contando, eres como el pajarillo que pica y sale volando”. Alguien dijo a éste: “Se lo llevaron al miado y al bote”, como en el juego del trompo. Mas copleros intervienen y se oye: “un chivo pegó un berrido y en el aire lo contuvo, hay chivos que tienen madre, pero éste ni abuela tuvo”. Otro contesta: “hay cielos enternecidos, chivos a medio pelar, échenme ese chivo viejo que lo quiero desollar”. El nuevo set se demoraba, los músicos bebían y comían. Un viejón ya almareado con vos cortada casi llorando decía: “subo la loma y bajo la cuesta y tomo la copa que nada me cuesta, perdónenme si al tomarme este trago yo ofendo pero con la goma pago y aún me quedan debiendo”. La música seguía y uno de cabanga grita, bomba: “cuando la mula recula, es señal de que quiere patear, recula como la mula la mujer para olvidar”. 30
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Don Juan el viudo que había llegado tarde, se animó a bailar con otra viuda, los tragos lo habían montado ligerito en la burra y se le ocurre cantar la siguiente estrofa: “yo soy un gavilancito, chiquito aprendí a cazar y cuando aprendí a cazar, lo hacía de varios modos, con la alita distendida cazaba la más lúcida, chiquito aprendí a cazar”. Y la señora que bailó con él, comentaba que Juan es una revelación, tócame el pecho, me palpita el corazón. Un chillón expresa: “las muchachas de ese tiempo son como la flor de caña, Apenas les dicen mi alma, vuelan el churrete de...”. Y antes de terminar el de la pitoreta, anuncian el final del baile. Las damas con un sombrero inician una colecta para unas horas más y se oye: “la mujer y la mula se echaron a correr, como el premio era un hombre se lo ganó la mujer”. De nuevo la música, un hombre maduro interrumpe y clama: ¨Yo no me caso con viudas y no me caso por cierto, para no poner las manos donde las puso el muerto”. El baile en lo fino y una madre con un niño en sus brazos le decía: “Dormite mi niño cabeza de ayote, si no te dormís te come el coyote”. Ella estaba afuera de la fiesta y el marido adentro con otros gritaban y llovían trompadas. Algunas mujeres lloraban con niños medio dormidos, los caballos resoplaban, las abuelas decían: “maldito el guaro y él que lo inventó”. Y una voz fuerte femenina se oye desde adentro: “bien, le dijo la mula al freno, aquí se quebró la taza, el vaso está lleno, todo mundo a su casa”. Todavía un penco le dijo: “si será violín, si será violón, /si estará doncella doña Encarnación”.
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En ese momento otro busca pleito a la abuela le dice: “en boca cerrada no entra mosca”, y otro agrega: “esto es cosa de hombres”. Ella arenga: “este clavo no lo saco yo, que lo saque él que lo zampó”, y uno se arisca y a grito dice: “machete estate en tu vaina”. Se fueron montando en sus caballos con niños chineados, mujeres a la polca y un hasta mañana. Alguien dijo, “echémonos el del estribo”. La mama de uno de ellos decía: “vos no, estás hasta el copete”. Y por allá se oyó: “La mujer de jeta caída, es floja de la grupera”. No, decía el otro: “mujer alta y yegua grande, ande o no ande, esta buena”. Una suegra le dice a la hija, yo me opuse a tu relación, acordate cuando te dije: “gallina que come huevo, ni que le quemen el pico”. Si mamá yo le aguanto por mis hijos y el yerno oyendo desde larguito dice: “usted métase con su marido, ella es mi mujer” y la jalaba de las trenzas. A la par una señora toda empiricuetada, jalaba a su viejo hacia el caballo y él decía resignado: “maldito el patio donde la gallina canta y el gallo escucha”. De pronto se ve la sombra de un señor que en tono indispuesto decía: “Brinca la lima, brinca el limón toda yegua quiere Garañón”, era la voz de Don Juan. Un rato después los gritos se oían largo y la señora con el marido gritaba: “ve a tu lado, ve tu ganado, él que come montado, cuida el ganado”. Voces populares Había unas carretas donde algunas familias en grupo habían llegado y uno de los guías chuceaba los bueyes y mientras la carreta rodaba, con un candil sobre yugo alumbraba el trillo, él cantaba con voz de 32
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desvelo y a ritmo popular decía: “De las ramas del paraíso, se forman las almorranas, que fellas son las iguanas amarradas del hocico, por allá chilla un mico cuando le jalan el rabo y ahí respinga un macho, con sus carga de petates. Un cenzontle canta al amanecer del día, hay que hermosa rabadilla tiene la Mercedes Luna, la cosecha de acetuna, se comienzan en febrero, berridos pega un ternero cuando la falta a su mamada, más detrás va la venada con su par de venaditos...” Así siguieron el camino y todos fueron llegando a su destino. Al aclarar el día amanecieron callados, una goma moral y una de las suegras decía: “claro, el guaro es muy hombre”. Y la mujer agrega: “andas como un macho en bajada, con la baticola chollada” y él con la cara fruncida decía por favor cállate, esa tragueada “me cayó como patada de mula”. Te lo dije, si es cierto amor, pero: “ni las mulas meten las patas dos veces en el mismo hoyo”. Estos son los últimos tragos míos, lo decís: “para taparle el ojo al macho”, no mujer: “cuando yo digo que la mula es parda, es porque tengo los pelos en los dedos”. Ella dice, “los hombres tienen más mañas que un macho de carga”. La suegra se burla: “Chirringa, chirringa la burra chinga”, Otro dice: “ay van a ver los cuentos en el barrio” y el concluye: “oigo la voz como un zumbido, que me cosquillella el oído”. Nuevas coplas Pasaba el tiempo, más fiestas, más viajes y nuevas fincas ganaderas surgían. El eco en el istmo se oía el “too too too” del arriero llevando ganados al sur y en los caminos el polvo seguía el andar de los finqueros en sus caballos de ambladura y las coplas con las bombas continuaban oyéndose, nacían otras nuevas y el costumbrismo se proyectó formando parte de la rutina que envolvió a la tradición ganadera. 33
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Prosa Ecológica
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III Nace el lago con su istmo, islas y volcanes.
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e nuevo en los siglos de pocas referencias, de las grandes transformaciones evolutivas y en las épocas de fuegos con las fuerzas de los volcanes y sus estallidos, que hicieron agitarse a los seres en parte creados. Fue una resonancia en lo apacible de los tiempos, que se localizó entre los ya formados dos océanos, en un rincón profundo donde el fuego y el magma efervecía, que era cautivo por la corteza terrestre. Debieron ser millones de megatones los que propiciaron una serie de desplomes gigantescos en sus estallidos. Quizás decenas de volcanes en una frecuencia de muchos años y se producían los hundimientos sucesivos, en una extensión alargada en su superficie, vibrante, desmoronada y fue naciendo la oquedad de enorme magnitud, en los suelos de la hoy, Nicaragua. Es así que un lago empieza a nacer y los estruendos se perdían en la fosa profunda de la tierra. El ruido se sumergía en lo hondo la materia se estremecía trepidante en terremoto y el sonido ocupaba el abismo que en cada ronquido el fuego brotaba y era expulsado. El agua debió brotar siglos en lo candente, hasta enfriarse y permitir vida. Pasarían muchos siglos, tal vez milenios y el lago se fue profundizando con las vertientes y nuevos estallidos nacieron los ríos con sus cuencas, las entradas chorreaban, las lluvias y la enorme fosa con sus cavernas cortadas se ampliaba se anegaba y fluían las aguas, las montañas se regeneraban, los trópicos, las olas y las costas fueron modelando. Surge la propia fauna del lago y se formaba la flora costera. Un proceso de agua, enfriamiento en 36
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el fuego y la vida. Paulatinamente se fue haciendo un lugar de aves y puerto de la migraciones de las viajeras que unen América, seres anfibios y peces, la vida brota en un solo lago de agua dulce, extenso, que cubría los llanos con arcillas hasta donde topa el Amerrisque y sus olas circundaban, quizás en Laguna de Perlas y en otro extremo sus costas saludaban las brisas del Momotombo y el Mombacho, abarcando las tierras bajas hacia el norte, en las cercanías de occidente y en el sur bañaba casi el litoral del mar Pacífico, cubriendo también los llanos arcillosos que bordean la meseta y la cordillera. Poco a poco el lago permeaba las brisas oceánicas del Atlántico y el Pacífico, se constituía en un sistema amortiguante, un corredor biológico uniendo a la América y conjugando los intercambios de los trópicos húmedo y seco. El proceso de las erupciones en los miles de años continuaba. El mundo cedía en su violencia hacia lo apacible y más fuegos se liberaban de la corteza. Nuevos volcanes con otras erupciones en la cadena sucesivas, en fila, en la prolongación de la cordillera de los Andes y se producen explosiones y sus cenizas, lavas, piedras y otros detritos, iban levantando un relieve hasta formar el hoy istmo de Rivas. Afloran las islas de Ometepe, Zapatera, las isletas, el Nancital, Solentiname y más, que adornan a los lagos Cocibolca y Xolotlán. La furia ígnea continuaba. Lo candente y el desenlace de las escaladas sísmicas, activaron fallas geológicas y se desplazaban las placas. Mas fuego en lo profundo y en el istmo de Rivas las superficies se comprimen y las sierras con sus picos y sus lomas, se irguieron separadas del mar. Los cúmulos depositados se acrecientan, los volcanes de la cadena de fuego desde el Poas en el sur, posiblemente hasta el Momotombo se activan de segu37
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ro otros más en las cercanías cooperan con su furia aumentando los estallidos. Para entonces el lago, uno solo que incluía a los actuales Cocibolca y Xolotlán, empezó a drenar el océano Atlántico. La lámina del agua, en su perfil disminuye por las fugas y rupturas. Pierde volumen y baja notablemente su altura. Hay afluentes que cambian de curso, buscan rumbo hacia las olas y los vientos. Se mueven golpeantes en las costas nuevas, liberan tierra antes inundada y en las bajuras costeras, con la eventualidad nacen los humedales, que son soportes y se forma el desaguadero. El agua va rompiendo entre las selvas, la humedad camina penetrando las hendijas porosas, el lecho amplio, desparramado, el cauce con raudales y pasadas entre montañas, faldas, estrechos y saltos, se va uniendo el lago con el mar Atlántico. Debieron ser siglos para que la multiplicación de las especies, permitiera su adaptación y selección. Es posible que unos desovaran en lo dulce y otros peces migraban a las aguas profundas del mar pero, unos mamíferos como el manatí, el ornitorrinco, con las nutrias hicieron del lago su estar. Saurios, iguanas, cuajipal y el lagarto negro en las ramerías de las bocanas y en los arenales ponían. De nuevo el temblor, fuego y la erupción. Los roces cual onda viajaban debajo de las aguas y en sus estructuras los cienes de abismos y poco a poco el lago inmenso, uno solo se divide en dos. El más pequeño, Xolotlán drena en el otro y corre por un ombligo en un curso nuevo llamado Tipitapa, que se forma al resaltar el suelo con el volumen menor y las vertientes se separan. El lago más grande se hace más profundo y se alarga hacia el Atlántico en la ruta del trópico húmedo, logrando más lluvia. Fluye en la corriente y 38
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los bajos inundando, alimentando el humedal como complemento de su caudal y las aguas con sus correntadas hicieron camino. Las selvas se abrían sin cesar y se formaba el desaguadero y los otros ríos que por el desnivel bajaban de las montañas. El lago disminuye, otra vez, su volumen mengua. Las islas con los islotes resaltan en las costas se constituyen otros accidentes. Nacen bahías, penínsulas, puntas, bocanas y el caudal del desaguadero corre silencioso, ancho, hondo, yendo por contornos serpenteante. Se aligera en los raudales y en el desnivel, atraviesa montañas y cañadas, se emplaya en las planicies bajas de los humedales y sigue raudo por bocanas al océano Atlántico, por el rio San Juan y entre gargantas con la música de los pájaros y el silbido de los bambúes, entre las florestas embejucadas de las orillas pastos flotando, el agua truena en la depresión raudalosa y se calma tranquila arremansada en su ruta, alimentando al mar. El océano agradecido lo presa con sus olas, flujos y reflujos, que son los intercambios en el proceso de vida y así el agua de la cuenca del pacífico que se derrama desde occidente y en la región norte que soporta el lago Xolotlán con sus escorrentillas y el rio Viejo y luego unidas con las del Cocibolca, recorren, tardan pero llegan uniendo a los océanos. Paisajes, tumbos, aves volando y bruñendo y en el recorrido se van evidenciando numerosos cambios rápidos y variados en el clima, que caracterizan lo tropical en sus fenómenos bióticos y en su riqueza natural de pesca y presencia de anfibios. La cadena de volcanes dio en los tiempos, la vivencia con sus estallidos a los dos lagos. Ambos son y fueron linderos del fuego y del temblor. El eco de las explosiones se disipó en la lontananza de los mares, chocó con las sierras la luz de los fuegos, entre el corcoveo del istmo, todo forma parte de ese entorno de la vivencia en el nacimiento de esos 39
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lagos que hoy susurran con los pájaros y el viento. Son hechos estampados en la maravilla de Ometepetl, en los archipiélagos, en otras islas e islotes, que guardan debajo de las aguas no solo el proceso de la vida sino los recovecos y su contorno donde nadan y viven sus seres. Los volcanes sembrados en el centro saludados en lo eterno por la sonrisa blanca de las espumas reventando y entre planadas cimas y respaldos con sus umbrales y cicatrices por el paso de las lavas chorreadas, el puntal vigilante de las brumas, hace barrera a los vientos y las nubes se posan, cubriéndolo como cobijas mojadas por el vendaval en los inviernos y luego el valle, la sierra y el mar se humedecen, vivificantes. En medio de ambos volcanes, en la silueta por donde baja el Istian, los trópicos, el seco y el húmedo se saludan y ejercen su influencia, con sus vestigios conjugan la riqueza en las islas, tierra firme, en humedales circundantes, donde nadan los aborígenes de los vivientes y las aguas se besan en ósmosis, en Charco Verde, Ñocarime y tantos otros más. Ahí viven los lagartos y el cuajipal, milenarios, estáticos en su evolución con sus corronchas, fauces y colmillos, cazan como dormidos, son desafiantes, implacables, matan y comen y vuelven a esperar flotantes. Es el cangrejo de agua dulce, rojo con tenazas y coraza, viviente en las piedras y caminante en las noches de luna llena y con los truenos corren en la oscuridad. El pez Gaspar raro, antiguo, acorazado, las tortugas Ñoca y la tapadera dibujada en su caparazón, una vive comiendo en el humedal y pone en costas arenosas entre los matorrales y la otra pequeña, que se entierra en lodo simulando hibernar.
Son los saurios y reptiles primitivos y el tibu40
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rón del mar que irrumpe por el río en compañía del pez espada y llegan al lago subiendo las aguas con el sábalo real, que igual transita. El guapote, las dos mojarras negra y roja y las guabinas llenas de espinas y los otros, que se nutren entre las lechuguillas y el zacatal, que flotan en las orillas y en los fangos del lago y están también en las bocanas de sus ríos, formando un ambiente de verdes rastreros, flotantes. Arriba en los cielos las garzas blancas vuelan para anidar en Astagalpa, el cono del volcán y sus faldas, la llama, la ceniza les marca la ruta, les indica el camino a sus nidos. Son los patos aguja negros nadadores y los chanchos con sus ronquidos y es el cuecuello de las ranas en su singular cortejo cazando zancudos y zallules los que le dan sonido al humedal y alegran las tardecitas y las noches, cuando los grillos chillan todos en una cadena en un incesante revoltijo van y vienen en los montes, por las aguas de los ríos y las aves se acicalan en los vientos y se miran en el espejo cristalino. Duermen en los inmensos higuerones y javillos, centenarios, churreteados de los guanos, pelean entre la bulla y la brisa, mientras el lago canea con las olas en ristras plateadas, envejecido, esperando el fuego del volcán activo. Y aparece el hombre en la faz de la tierra. Soportaba el tiempo la última de las eras en las etapas geológicas. Empieza a caminar sin itinerario por el planeta. Miles de años después multiplicado, pulula, vaga y recolecta su alimento. Viaja como un mudo, quizás sin serlo, pero sigue los rumbos entre los sonidos de la flora y la fauna, los del desastre en el cataclismo de la furia natural, la amenaza de las fieras y el fuego. Por un rato se olvida que fue creado por Dios y su sombra con el miedo lo impulsa a razonar y levanta sus ojos al cielo suplicante, en busca de su Dios. Por el istmo en el lago y en las islas, el hom41
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bre primitivo de la América, el poblador en lo antiquísimo, vivió y gozo de su conquista. Fueron tribus variadas, diferentes razas con idiomas o sin ellos y usaron el arpón con la lanza, cuchillos y anzuelos, en busca de peces y cazaban en cayucos. En la tierra usaron flechas, lanzaron piedras certeras, fueron apacibles en su estar hicieron de estos campos su edén y también fueron bravos guerreros en defensa de lo suyo. Más tarde en los siglos, cuando hubo mayor actividad en la antropología del hombre y la vivencia dejó la nomasidad y los pueblos vocabularizaban sus idiomas, hubo un sentido en la vida de mas esperanza y posesión y otras tribus se aglutinaron en el istmo, copando el valle, islas, el lago y las sierras. Floreció pionera una actividad nueva, dimensionada. Maíz y cacao símbolos agrícolas. Ya el hombre no dependía enteramente de lo que la floresta le daba y producía: frijol, yuca, camote y otros, con una visión diferente se explotó y comercializó el oro estableciendo un mercado regional entre México y Nican-atl-hua y Perú. Había dirigencia y estado, con normas primarias de conducta y producción, se poseía la tierra con regulación, la sociedad se amalgamaba en clases sociales y bajo tres diferentes conceptos. Consejo de ancianos, cacicazgo y la religión bajo un estado teocrático. El entorno fue camino uniendo a múltiples tribus. Un sitio de encuentros, de dominio de pueblos florecientes comparables en su época en la vivencia indigenista. La raza de los Nicaragua, azteca de sangre, la última llegada al istmo de Rivas, copó las islas, costas y el valle. Erigió pueblos con arraigo y confederación. Le llamó Tierra Prometida y el retumbo del volcán, el fuego y el temblor les conmovieron y dueños fueron. Forjaron mitos y leyendas. Con su lengua enriquecieron otros idiomas indígenas y 42
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más tarde en la conquista lo hicieron con el Castellano. Ellos conocieron todo el lago y el significado de su océano. Comercializaron entre el Pacifico y el Atlántico, que para ellos fue un canal para su comercio y expansión. Los surcaban entre Coatlcapolca y el desaguadero. Quizás por Bahía de Salinas costeados llegaban a Perú y casi se unían navegando, utilizando las aguas del Río Acetuno hasta llegar al Ostayo en su desembocadura al lago. Hoy la raza es tumba. Su idioma desconocido. Sus restos los tapa el lago y sus leyendas, es la ceniza caída que se fue amontonando. Ellos fueron parte del aborigen llegado, que en barro, piedra y oro tallaron su grandeza. Nos dejaron escritos sus jeroglíficos, aseverando que fueron los originales, que constituyeron la nación Náhuatl, Nicaragua.
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IV El sitio de los vivientes nahuas Entorno
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a frescura de las tardes, el cielo gris, perfumes de las flores silvestres y el olor a humus en los campos con malinches, heliotropos y los penachos verdes sobresalían en las montañas oscuras, tupidas, una brisa suave movía los ramajes en los bosques y la llovizna humedecía las hojas con gotas, evaporándose. Los cacaos sembrados en el valle, sanos, robustos y entre las matas salían altas las huabas y los maderos, donde brincaban las ardillas cenizas y vivían los pájaros. En el suelo la hojarasca densa, por la muda de las hojas doradas, caducas, desprendidas y los árboles con las mazorcas asidas a los tallos en contorno hacia los lados, erectas, fijas, suspendidas como clavadas y en las ramas, bellotas nuevas emergiendo de las yemas, entre las axilas. Bromelias, parásitas cogidas por el musgo, guareciendo hormigas bravas, picadoras, que se nutrían del mucílago dulce, cual miel. Clorofila, savia ascendiendo y la enfrutesencia, pincelando verde y marrón, adornando con cosechas a los cacaotales. El sol se ladeaba incierto, opaco por las nubes, escondiendo los barrancos de las cimas en los cerros, entre huecos claros sembrados de maíz; parecían que trepaban vigorosos en las laderas. El lago espejeaba cristalino y los oleajes que canean la superficie, encolochando con listones en siluetas veloces y seguidas de las espumas reventando, dormían con el viento. La playa dulce estaba callada, un cristal arremansado salpicado por las gotas de la lluvia, que hacían ver chichotes dispersos y luego se desvanecían. 44
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Se oía el aleteo y el graznar de las garzas que al alba levantan desde antaño de Astagalpa donde anidan, que emprendían su regreso. Seguían la altivez de los volcanes, abrían sus alas hacía el cono, olían la ceniza, se orientaban por el fuego y los patos chanchos pobladores ancianos del lago, con su canto en ronquido congregaban las bandadas al atardecer, para volar rasantes el Cocibolca y posar en los troncos flotando en las bocanas de los ríos y en sus lechos desparramados en los bajos, donde ondean verdes el sontol y el garnalote, anidan los cuajipales y lagartos, nadaban los manatíes, medran los guapotes y llegan sábalos y hay islotes con javíllos gigantescos, donde al dormir en ellos los patos, el guano cae chirre. La luz del astro rey se desvanece ocultándose en los confines y el atardecer silencioso del sol gastado borrando la sombra de los geníceros, arrancando los paisajes y dando paso a la tiniebla, que cubre como manto, cuando se desprende rápido del cielo. Los cangrejos deambulantes entre las piedras bañadas por el agua, caminaban locos en lo oscuro, esperaban luna llena, los coyotes lloraban viendo al cielo, aullando empapados y los dioses en piedra imaginados, estaban viejos por las injurias del tiempo con sus poros taponeados de cenizas y la tierra humedecida por las lluvias. Los petroglifos zoomorfos y las ollas funerarias laceradas por los soles, fracturadas eran mudos testigos enterrados del retumbo, del temblor, el viento, de la tierra, del transitar de Kiribisis, Chorotegas y Nicaraguas, en las islas, en Sintiope camino de mazorcas, en el istmo y en el lago. Dormían los manatíes, perros de agua cazaban ágiles, búhos se oían, reía a carcajada la naturaleza con sus ecos, la sinfonía de los ruiseñores se confundía con los ruidos de los grillos y chicharras, posábanse los colibríes aleteando en el aire con sus 45
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picos largos, chupando las flores y el símbolo de los machos se imponía, ponían los lagartos negros en los varazones y rameríos acumulados, donde entran los ríos y se cortan los esteros y los piches, las gallinitas playeras con sus patas zancudas, palmeadas, bulliciosas nadaban y los rugidos de los tigres y los leones precedían al grito ronco, largo, hoo hoo de los congos peligrando, rompían en las costas, la apacibilidad del lago. Vivencias Las ranchas sencillas, rústicas, monótonas de dos agua, escondidas entre el verdor sombreante de los palos y frutales, llenos de niñas parecidos, chirizos, como marimbas y en los cocineros colgando encontiladas las guardatinajas en cacaste, recibiendo el humo del fogón. Pavones sancochados, restos de cusucos ya comidos tirados a los lados de los molenderos, quijadas de jabalíes regadas y amontonadas, espinas de pescado en el piso a la orilla de los troncos de sentarse, guapotes y sábalos salados recibiendo el sereno de la noche y el sol del día, conservándose revueltos con los tasajos relajados del venado, danto... colgando de los bejucos de un horcón al palo. Tortillas y güirilas en los comales, tamal pizque, yoltamal, los elotes y chilotes... y las mujeres cociendo atol, pozol, preparando la chicha inseparable de su vida, el tiste guardado en los calabazos bocones y el pinolillo con la mazorca decorada del licor del cacao, sal, pimienta, achiote... metidos en las bateas covadas, donde las asoleaban, azafrán, culantro, yerbabuena, la medicina vegetal, valeriana, zacate de limón… en los patios del vecindario creciendo bajo las sombras altas y dentro de los ranchos todos de zacate y palos amarrados, estaban los camastros suspendidos de bambú rajado y las esterillas del tule, un solo aposento en promis46
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cuidad hombres, mujeres, niños, suegras y trastes; cada hogar con su piedra de moler de tres patas y su mano de piedra circular que simbolizaron por siglos su identidad teogónica con el maíz. Molenderos llenos de comales, jícaras, cumbas y huacales colgando en los jicareros hechos de ramas del palo del cachito, molinillos y tinajas, pailas, comaleras de madera, el fogón en cuatro piedras en una esquina en el suelo, los peroles frijoleros, el anacome para el sancocho, la hoja chigüe para fregar, niños corriendo, jugando con las pelotas redondeadas de hule hilvanado, tiernos chineados en una mano enganchados al cuadril, panzones, desnudos, chirizos, pegados a la teta y la madre con la otra mano, comaleando, tostando maíz con el cacao y batiendo pozol... y las abuelas rascando los granos de los niños, poniendo la trementina en los pechos, sacando las niguas de los pies y matando con las uñas las liendres y con calma, buscando el rayo de luz, en la sombra iban peinando las cabelleras, se paraban uno a uno los pelos y retiraban cada uno de los piojos y untaban aceite natural y entrenzaban a las mujeres sus largas, lisas y lacias cabelleras, sin callar tejían temprano sus redes, hacían collares, moldeaban el barro y lo cocían en hornos hechos en la tierra. Viaje de caza y pesca El tumulto de la gente echando al lago, los pipantes, sus rústicas redes y los arpones, mujeres despidiendo a los remeros en la costa, alistando calabazos, huacales, cumbas y el pinol, bajo la luz de la luna llena que salía, penetrando el silencio de la madrugada y se divisaba rogada, entre nubarrones oscuros, proyectándose apenas en la lámina del agua, plateándola con destellos y allá en el extremo de lo opaco, rayos y truenos. El caminar de otros en la arena en-busca de tortugas, cusucos y cangrejos. 47
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La costa alborotada con rayones en húmedo por el arrastre de los botes, los gritos en nahuatl agudos, la toma de la chicha de madrugada y los viajeros con el tuco de tortilla rellena doblada, fría, llenando las bocas, masticando. La caza del venado en el maizal, haciendo daño, el arranque de raíces comestibles, el achiote para pasta, los espeques hundiendo semillas, la corta de mazorcas de cacao, la tapizca, la papaya dorada para rallar y los marañones colorados y amarillos, brillantes, tersos, el nido de la pava, el castreo de la mariola con miel, el ponedero rascadera de la iguana negra, los chillidos de los tiernos gateando en la costa y las muchachas entrenzadas con mecate de guineo, llevando el agua en las tinajas, para cocer el maíz con la nesquiza, para la piedra de moler. Las tortillas echadas para el viaje salían calientes, infladas de los comales unas encima de otras en manojos y los hombres salían remando fuerte, ligeros y se alejaban entre lo claroscuro, surcando buenos pescaderos, pernoctaban en chozas de parientes y amigos, vivientes en las islas de Ometepe, Zapatera, Solentiname. El día se les iba remando y tirando redes, con huacales achicaban los botes que hacían agua y con pedernal hacían fuegos, rajaban los pescados, los limpiaban, tasajeados los salaban y en sancochos los comían, a dos carrillos, tragando y sacando por un lado de la boca, las espinas a la vez, comían rápido atorados con guineos cocidos y raíces en sancochos, los frijoles en bala, metiéndose a dos manos el alimento. Los arenales en las costas, valles y montañas en el istmo repletos de vida estaban, miles de tortugas paslama ponían en natural libertad, restos de caparazones y cacastes escondidos entre los espinos y papaturrales blancos de chirrión y los morados, cardumen sobre las olas saltando en el mar, 48
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iguanas y garrobos trepados, asidos con sus garras de los guanacastones y en los madres higuerones asoleándose, con sus toscas cabezas pescuezonas, encrestadas, levantando, mapachines y zorros nocheros cazadores, lechuzas volando en lo oscuro, gavilanes y querques, comiendo los despojos dejados por los hombres y los arrastrados lejos por los tigres deambulantes en las montañas, chanchos de monte caretos y jabalíes por manadas, pájaros multicolores llevando música a los ambientes y los alcaravanes corriendo ligero, cantando por las llanerías. Los indios conocían rumbos, ensenadas, islotes, pedregales cangrejeros, picaderos de guapotes, correderos de los sábalos, bocanas tortugueras y el desaguadero. Se orientaban arriba-abajo, con el nacimiento y puesta del sol. Las bandadas de patos reales les mostraba recto el viaje da las costas, los chocoyos y las loras se enrumbaban a los llanos chontaleños y ponían en las profundidades del Amerrisque, las garzas daban rumbo isleño y el viento y su chiflido, los llevaba costeros de regreso y detrás a sus espaldas en la popa, el Río San Juan, que raudaloso desagua al mar, escurriéndose, inundando las bajuras de los valles sumergidos y pasa silencioso, sereno, en medio de montañas y sus lechos permiten que suban tiburones, migrantes escualos, milenarios. Las canoas fondeadas en remansos y a la deriva con las olas en las corrientes y en el vaivén celoso que marea y las flechas pasaban en un zas los lomos y cabezas de los peces y las lanzas y arpones arrojados, herían certeros los pescuezos y las panzas de lagartos descuidados, pasando por sus cuerpos alargados y flotando atravesados. Pescaban con anzuelos hechizos, con barbasco machacando el bejuco en agua y lo echaban en las bocanas taponeadas de los ríos y refundíanse prensando con 49
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dos dedos la punta de la nariz y del fondo sin respirar de las pozas hondas desde el plan, levantaban los guapotes, las guabinas, las anguilas y mojarras. Dejaban en la costa fondeados sus pipantes y sus cachivaches escondidos tapados con hojarasca, unos cuidaban y oreaban sus pescados, pelaban los cueros y los otros se internaban en la mañana tupida de la selva y se remontaban en los centros de la montaña dejando señales, cortaban y arrancaban bejucos útiles, largos aprehendidos en las copas y tallos de los árboles y en rollitos los traían, fruteaban en las huacas y cortaban papaturros, quebraban coyoles y sacaban las bolitas, comían el palmito, cocían la fruta del pijibaye y huellando, cazaban el perico ligero, el danto con la trampa, el venado cola blanca y venado cabro cacho lezna montañero, el hormiguero, los pizotes solos y de manada, los cachorros de la tigra herida por las flechas pasconeada, el jabalí plantado en la cañada que mordía los troncos de los palos donde estaban encaramados los flecheros, la boa gruesa, las lapas rojas y las verdes robadas de los nidos, en los palos altos, secos del comenegro, del cedro prendido de parásitas y hormigas, picoteado por los pájaros carpinteros sacando gusanos, los tucanes picones de todos colores que llamaban el pacarma , el perezoso de la cucala, los monitos quitados a la mona ahorcada, los caracoles recogidos en las vegas de los ríos montañeros, las semillas de colores para el collar del hijo... todo se utilizaba. Regreso La pesca y la caza eran buenas, abundantes, variadas, entretenidas y cansadas, era la monotonía laborante de siglos de subsistencia del hombre americano y satisfechos alistaban su viaje de regreso en una madrugada. Botes, cargados calando bajo, casi tocando los bordes con el agua y regresaban remando suave, montados en los colochos de 50
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las olas en cruzada, venían entre las jaulas de varas secas donde guardaban los pájaros, las crías de las pavas cogidas en los montes en carrera, amontonados entre los cueros secos enrollados, las iguanas verdes y las tortugas y el cusuco, amarrados en las patas, los unos con los nervios blancos de sus dedos y el otro empalado por las patas y su lomo, líos de pescados secos oliscos, envueltos en las hojas soasada del guineo caribeño. Traían arcos nuevos, hechos de la cáscara dura negra del pijibaye arqueados con bejucos de hombre grande, fisgas rectas, duras, penetrantes de güiscoyol, resinas en jicaritos con trementina, bálsamo, hule en leche, untos de culebras y cusuco como medicinal. Hojas, cáscaras, frutos, para los brujos, huecos secos descarnados, dientes de lagartos, tigres, jabalíes guindaban de sus pechos y... la sonrisa a carcajadas por el júbilo, salía de sus gargantas sedientas de chicha, entre las narices argolladas, la boca chintana y las caras de desvelo, tatuadas. Los güises en los nísperos y los jocotes cantaban en el pueblo, las familias en las costas en un solo huere huere en náhuatl. Los hombres arribaban bajo la caricia de la lluvia persistente y los pichones animales cogidos pedían alimento. El golpe de las olas empujaba a los pipantes y los hombres con el agua a la rodilla halaban y halaban, veían y gritaban a la costa, buscando a sus familias, y se oía el gritar feliz de las mujeres, que acarreaban y el ruido de las freideras con manteca de los chanchos de monte, los guineos popeaban cociéndose y las mojarras frescas cocinándose y los niños cogidos a las piernas de sus padres, sonriendo, aprendiendo, dando afecto.
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El machismo de los cazadores, contando en la aldea sus proezas, hablaban juntos en alaridos gesticulando emocionados los más nuevos. Bebían la chicha jícara a jícara y embriagados, dormían al 52
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abrigo de los cielos. Brujos pintorresqueados agradecían a los dioses por la pesca y cacería, los rituales en los templos empezaban, la sangre regaba, untaba las caras de las piedras y alguien... moría, se bailaba con caretas, bebían, comían. Alistaban de nuevo sus aperos, esperaban la señal de los astros, una luna llena, el arco iris, los truenos..., igual como lo hacían sus abuelos en los lustros. Taponeaban rajaduras con el hule, reponían canaletes quebrados, hacían botes nuevos y con calma, sin prisa, machacaban torciendo en hilos la majagua y las redes nuevas, las mujeres y niños las hacían. Todo era al natural, sólo los fuertes vivían. Agua, viento, bosques, lluvias, animales, sol, luna, las olas del mar, el paisaje, el sitio de la caza, el lugar de la pesca, la chicha, el retumbar del volcán... Estoicismo Hoy el eco de esas voces, está mudo. El vaivén de los pipantes cargados, navegando no es paisaje. El lago lo surcan con motores, se perdieron en el tiempo las redes de burillos, las flechas no silban yendo certeras, las lanzas y los arpones no se clavan hiriendo a los tigres, a los lagartos... y los pipantes con remos guachapeados moldeados con el filo del pedernal, no existen. Las bandadas de patos y las garzas dando rumbos han menguado, son pocas, desaparecen... los lagartos y manatíes son curiosidades raras del pasado. Nadie sale de Ometepe, el Istián, Astagalpa, Moyogalpa, la Galpa, Nahualapa... con una luna llena y se enrumba con tortillas en manojo, remando cayucos, sentados en las lanzas y cobijados con su cuero y los tatuajes. Esos vivientes milenarios sembraron, cazaron y pescaron, fueron autóctonos del istmo de los Nicaraguas, amaron a su lago. A ellos los mataron, herrados y cristianos los vendieron, desaparecie53
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ron como la flora y la fauna que se extingue, como las olas en el lago que se forman, corren, revientan, blanquean y desaparecen como la espuma, las mata el viento. Su raza nos dio el nombre: Nicaragua y su historia enterrada surca aún el lago, su viejo aguayalo, está en las entrañas de las islas, guardacostas y riberas en el istmo y la grandeza de ese pueblo se unió a la majestuosidad del lago. Nada al amparo de las olas, flota con el aire filtrado como un chorro en el Istián, ríe con la brisa del verano, carcajea en el remolino del huracán, llora su crimen con la lluvia del invierno. El eco de su espíritu viajó con un viento y fue a chocar con las cavernas y cañadas de los volcanes. Está en el rayo y el trueno, en las lunas llenas y tiernas, en el cráter y se asentó en la tierra prometida, que buscaron por siglos en la América. Vive en charco verde, teñida con la clorofila de la lama y en la corteza, confundida en las islas, revuelta con la arena, agua y fuego. La sabiduría milenaria, reencarnó en el cacique, se hizo manantial y la fuerza de su estoicismo de guerreros, convive con las brumas y el eco del retumbo, en la cúspide del Concepción y... los muertos... viven con la luz.
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V La muerte del corozal
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orozal de palmeras silvestres, racimos dorados colgando a los lados, dieron el nombre al Corozal. Poblado isleño que fue creciendo entre faldas empinadas y chorreaderos del volcán Maderas. Igual que otros, nació entre los parajes y paisajes tropicales forjando su entorno desarrollador con un acontecer sencillo y campestre, bajo las sombras de las nubes y el eco de la vivencia natural rutilando entre las faldas, brisas y el frescor con el sonido del canto de los pájaros, el balido de los ganados, el trajinar agrícola y su lago. Lluvias, vientos, viajes surcando entre el oleaje de las aguas del Cocibolca, que ondea con reventazones contorneando y en el cerro firme que se yergue inmóvil de frente con majestuosidad universal. Octubre tres… un día triste, aterrador. Cuatro octubres antes de que el siglo XX se fuera, el Mar Dulce tranquilo, el Istián cubierto con brumas y los dos colosos erguidos, levantados, juntos, separados con sus cimas cobijadas por la tempestad y el cielo oscuro, acolchonado, empedrado blanco y negro, cargando energía y agua, inspirando miedo. Un volcán activo agarrado de las entrañas de la tierra, inmerso en lava y fuego. El otro asentado, poblado, asido en las profundidades, amarrado con lava apagado, que duerme hace siglos, muestra cráteres que vibran cuando su hermano retumba. Agua en el fondo de su laguna, que nació después de sus ronquidos en los milenios, ondeando entre los farallones rodeados de bosques tupidos y bejucos, que crecen colgantes, guindados, enmarañados.
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El Maderas con sus bosques íntegros trepando desde el lago, coposos árboles y sus animales, fue testigo del transitar del hombre primitivo por la América, milenios atrás se liberó de la violencia ígnea. Sus cárcavas se hicieron con su estallido y la erupción. Su cono puntal, quizás con la arena fundida y los peñascos volaron lejos, formando con las de otros colosos, la franja que los separa con el mar. Era el tiempo de que todo temblaba, solo humo espeso cubría la atmósfera, fuego, lo sobrenatural propiciando vida, la creación originaba formas jugando con los elementos y fue naciendo el lago con sus cuencas y sus ríos, su isla con sus volcanes y el Istmo de Rivas costeando con el mar. Los milenios fueron pasando, la evolución en la mano del creador sin detenerse, sigue modificando y se fueron levantando superficies nuevas, pliegues, relieves, costas, montañas, climas y se va uniendo con un brazo estrecho, nuestra América Central. El silencio de El Maderas tiene siglos. Sus retumbos hoy son el murmullo del viento viajando rápido por sus hondonadas y cañadas. Es el sonido del agua cristalina que se desliza entre las piedras con las corrientes, es el sonido del aleteo de las aves cruzando fugaces las florestas yendo al nido. Es la sinfonía del siglo XXI de la naturaleza y el eco del ruidal, silvestre chocando constantemente en sus acantilados. El cerro es vida, rocío, gota, agua que empapa y aflora manantiales. Es lodo en los inviernos, arcilla que se hincha con la humedad, arena que recuerda su explosión y piedras sonoras, que se callaron con la apacibilidad. Pero un día… llegó el hombre y subió con su hacha en los riscos y laderas. Más tarde, sus florestas vibraron de nuevo con el ruido de las motosierras y sus parajes y sus faunas sintieron la ida de los árboles, que vencidos, cayeron en el bosque, viajó con sus flores, sus simientes y sus faunas con la co56
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rriente de los aguaceros, sin detenerse hicieron camino en las cárcavas abiertas deslavadas y el flujo del torrente de los manantiales vaciados y la lluvia, rompieron los corredores naturales tapados con madera pudriéndose y el alud buscó con estruendo el rumbo del lago… Y la noche fue negra para un poblado pintoresco que empezaba a dormir. La oscuridad de la noche se iluminó con los rayos de la tempestad, destellos, tronazones… la llave del cielo se abrió, llovía y llovía… y el cerro silencioso, cansado se desprendió de un pedazo de su caparazón por la ausencia de sus bosques y las raíces podridas agarrando las piedras y los lodos no aguantaron y el alud viajó veloz saltando en los despeñaderos. Agua, lodo y piedras gigantescas desprendidas cayeron desde la cima, chocando entre los estruendos y anegaron con violencia las planicies para yacer dormidas entre los cadáveres. El coloso aun dormido mató seres, creó relieves y fisuras, sin retumbar, sin fuego, se despertó un instante reclamando su derecho a la vida y el poblado de nuevo empezará. Será el nuevo o viejo Corozal, más arriba o más abajo crecerá y las lágrimas por los muertos y el recuerdo angustioso del alud viajará con nuevas lluvias hacia el lago y quizás nuevos árboles podrán crecer con nuevas gentes en el lugar de los muertos y otras raíces penetrarán entre las piedras, otros vientos azotarán las copas de los árboles y esparcirán cimientes y ojalá que no haya muerte.
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VI Ometepe y el istian
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l istmo es pródigo, con clima cálido estable, tierras fértiles, llanos y montañas. Una franja pincelada de naturaleza, que recrea, vivifica y que se recuerda al estar lejos. Sueño que el creador adornará con playas azules, que espumean cantando sonoras en su salado litoral y el chas chas de su mar dulce cristalino. Dos esplendores que comprimen valles y montañas acariciando su largo cuerpo, bañando con sus brisas de aire puro y de yodo del mar. Dos láminas que espejean abrazando con sus reflejos los campos y florestas, vitalizando con la energía del sol y que entibia los días, tumbos, olas que chocan incesantes, reventando blancas, penetrando golpeantes, acariciando las playas, ríos, cual arterias drenando en las bocanas mansamente y la isla en el Cocibolca con sus dos volcanes colocados entre planadas que se yerguen como dos prendedores esmeraldados en relieve, rodeados de plata blanqueando, desde donde la raza cuida nuestro destino. Charco Verde es un sitio isleño, enclavado en las tranquilas playas de Venecia. Una cárcava de lava profunda. Cráter hondo, que se alarga como un brazo, bañando al lago, y tocándolo suave, besándose. Se infiltran el uno en el otro, se chupan en ósmosis en lo interno, entre las arenas y las lavas tapadas. Charco verde es un embudo lleno de agua, que se acumula sin salida en el verano y rompe arremansado en el invierno. Es verde su agua por la clorofila de las lamas ocultas, que la colorea y que crece por el influjo de manantiales tibios por las emanaciones sulfatadas, que en torrentes como ve58
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nas emergen de las profundidades y que se escurren silenciosas por donde El Concepción suspira. El sol calienta la lámina verdosa, purificándola, dando vida y la brisa oxigena el reservorio, donde viven abundantes los guapotes, las mojarras y los lagartos viejos, llenos de lodo flotan lamosos adormitados y se asolean en las piedras negras, lisas como campanas volteadas sonoras, con eco en las entrañas. Pastos en la superficie cubriendo flotantes y las aguas mojan orillando las lechugas lilas que repollean en el espejo. La costa de Venecia es calma, seca emplayada entre el lodo revuelto con arenas negras y gruesas y el oleaje muerto golpea suave, ondeante.
En el otro frente sobresale una punta de lava costera inserta, alta, cortada, acantilada, que mira al sur, saludando en días claros los macizos, de las sierras cardeneñas, que se ven azules a lo lejos, dibujadas. Impresiona el Concepción, se ve alzado al fondo. Su majestuosidad se adueña del paisaje y taponea el horizonte. Un triángulo gigantesco apuñaleando con sus cimas, su cono con sus filos la 59
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frescura de las nubes viajeras, cosquillea la blancura de las brumas y aguijonea y la lluvia cae. Una masa que se yergue en el sol y en la noche con la luna, proyectando sombras se levanta y cuan do truena humeante es faro, que se avista en la firme tierra. Laderas heridas por cavernas y cañadas, que se precipitan arrecostadas, grises entre el cielo y el agua, que se lavan por chorreaderos, donde ha bajado el fuego y el Istián naciendo en el descenso de las planicies, riscos y laderas. Un sitio bello, ancho, largo en su profundidad panorámica, que desde un bote navegando, aparenta una isla dividida en tres. Dos cerros cimentados, a los lados, una inmensidad en la cañada atravesando uniendo el lago al otro lado, que separa a las dos moles y en el fondo, en lo profundo del agua, hay piedras lanzadas en los milenios, que suenan vibrantes y sus ondas viajan a la superficie. El viento cruza por el galillo del Istián y el lago corcovea, choca bravo en los farallones y en las lavas de las entrañas y las olas seguidas repuntan, para que el espejo líquido ondee arremolinando en carcajadas y baile con la fuerza de huracán, al ritmo de marejadas, movidas por las reventazones silveteantes, que blanquean en ristras plateadas en las tardes y dan miedo, El lago frente al Istián, es energía que se pierde en el vaivén y en las oquedades de los tumbos. Nacen haciendo filas de espumas que corren violentas y desaparecen vanas, cambian y luego vuelven alimentando el oleaje. Dos cerros levantados como barreras gigantescas, un lago empujado por los vientos achiflonados, que braman en la partidura y luego surcan sin detenerse sobre el agua y llegan a la tierra firme, hasta chocar con las montañas, salpicando el lago y su silbido suave arrulla las costas, que se refrescan con las brisas. 60
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Arriba en los cielos los pájaros pasando decoran y peces abundantes nadan y las casas de los vivientes en las playas de Venecia, que se posan en los remansos y en las ensenadas, testifican el paisaje. Por ahí en el Charco Verde y en el Istián, camina Chico Largo. Nace en las sombras de un pasado, juega entre las espumas, las brumas y el viento. Penetra con su legendaria vestimenta de lama por el cráter del volcán y sale un viernes por el Charco Verde cuidando sus paisajes, huyendo con las riquezas que robó al cacique y descansa con la luna llena.
Imagen en la parte exterior de las paredes de la Iglesia San Francisco, la leyenda cuenta que la mirada del indio está dirigida a los altares de la isla de Ometepe
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VII Simientes forestales viajando La playa agitada, golpeaba la quilla de la barca que se deslizaba rápido en el lago, hendíase como un hacha partiendo la tumbazón. Navegaba costeada, la isla a la izquierda en estribor y un rumbo franco enderezado a San Ramón. Crujía llorosa la madera y sereno se oía el ruido del motor. Una llovizna mojaba adentro los tablones blancos, tumbos, vaivén, popeaba el agua y la brisa bañaba las hojas de las Tecas, los Pochotes y las del Cedro Real, millares de bolsas negras, plásticas, con plantas apiladas cubrían la bodega y encubierta. Un verdor nuevo viajando, simientes forestales que recuerdan el viaje largo del “Mango”, traído a Rivas con la vela y el viento de ultramar. Nubarrones oscuros copaban la cima del cerro estallado, atrás el de fuego con cielo aclarado imponente cruzado. Garzas rezagadas volando de Astagalpa hacia el sur y la lancha “Señora del Lago” seguía bogando rauda, apartando agua y espuma, con la proa recta divisando al Cocal y en popa se iban borrando los rastros del surcar que se perdían en la lontananza plateada ondulante del lago. Paisajes, contornos, costas, manchones de bosques... pasan, monotonía natural ausente, parajes que recrean, escondites de vida, donde el sentimiento vibra. Un cerro primero, con cono tapado con fuego dormido esperando cualquier día poder retumbar. El Arco Iris nace en las planicies, recostado entre las faldas de los cerros y sus colores proyectados encima del Cocal, un descenso en las planicies y las dos moles, el chiflido del viento silbante, piedras, tierra, arena, agua y fuego escondido entre el magma y trepando sobre los riscos y laderas, la montaña verde, que lentamente muere tratando de envolver al volcán. 62
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El muelle, se avistan botes, Chico Jarquín y su gente en la playa, miran llegar, marinos abordando y los mecates se amarran laderos a la lancha. De pronto, la majestuosidad del Maderas que se yergue entre los farallones, un valle, tacotales ocultan las pendientes y el volcán bien arriba con cono achatado, peñas acantiladas descubiertas, chorreaderos que filtran un blanco manantial, que fluye de las entrañas, saltan entre las brisas y la espuma, resbalándose entre las piedras. Gotas de lágrimas forman un torrente por donde El Maderas llora su deforestación. Cañadas y hondonadas sedimentan las planuras, suelo que se pela con las lluvias y correntadas bajan por donde antes crecieron gigantescos los árboles muertos y que sus desperdicios, con sus nacencias viajan con las corrientes para tapar, ocultar el recuerdo de la aboraginilidad. Ahí se puso la simiente, árboles nuevos se plantaron y con ello se sembró un porvenir, que engendrará un nuevo entorno natural a los seres que emigraron muriendo, aves que volverán volando a sus nuevos nidos, monos y ardillas que tendrán dónde brincar en ramas nuevas de los árboles que crecerán con nuevas lluvias, y que otros vientos azotarán sus hojas y esparcirán semillas para que los hijos de los hijos del cacique descendientes, sonrían entra las nuevas florestas, vivan y convivan bajo la bondad de la naturaleza, y que remen lanzando sus redes, y los pájaros en sus nidos y los venados, iguanas y cusucos, revueltos con el hombre, y las guardatinajas y los zahínos en manadas se crucen en carrera a sus guaridas. Un nuevo eco tendrá el retumbo del vecino activo, los vientos no chocarán tan fuertes levantando la hojarasca muerta, y la lluvia con sus corrientes no robará el humus de la tierra. El bosque nuevo irá creciendo al igual que los hijos de los vivientes y el esplendor de las cañadas se adornarán 63
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con el verdor y el rocío de la mañana, y las gotas de la lluvia en las hojas y en el suelo evaporándose, formarán más nubes, caerán más lluvias, dormirá tranquilo El Maderas. ¡Oh! Qué mañana.
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VIII San isidro labrador Sequía
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a sequía sucedió... hace siglos. Fue un evento que conocieron unos abuelos y que oyeron de otros un suceso que se contaba entre generaciones. Debió haber sido en los albores de la conquista y el fenómeno marcó el tiempo. Las fincas, cañales y chagüites quedaban a la orilla de los pueblos. Rivas emergía como centro, como ciudad. La villa habitándose y las calles se ensanchaban. La cosmopolitización evidenciaba un desarrollo con dos cultivos: cacao y añil. Familias migrantes, indios y mestizos, español y náhuatl, ídolos tapándose enterrados y la cristianización como mística divina, influyendo en las remembranzas teogónicas del maíz, idolatría y el manto de Jesús. Curas llegando y las ermitas se levantaban y los atrios en las iglesias y en la casa cural se reconocía el desarrollo integral.Pobres y ricos bajo la autoridad clerical. Las tranqueras hechas con varas y bambúes rollizos y las piñuelas en las cercas rústicas estaban al final de los patios y solares de las casas de talquezal españolizadas y los ranchos de paja en la vivencia rural del mestizo, del indio; adobe y calicanto en boga y los caseríos crecían entre los obrajes de añil, cacao, caña, arroz, frijoles, maíz y ganado. Un incipiente desarrollo en tierras indígenas que cubrían el cacao y el añil; cofradías afianzándose y hubo títulos otorgados por la corona. Los caminos polvorientos a las huertas, suelos sueltos de tierras iguaneras. El caballo moro traído, criado en los llanos silvestrizados que los 65
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nuevos montados domaban y sus cascos se hundían hasta las ranillas en el polvo y en su andar, levantaban nubes de tierra en las calles y callejones sombreados por tiernas alamedas sembrándose y el mango floreando; y la polvareda seguía la andadura de las bestias y el rechinar de las carretas que salían de Rivas a Los Cerros, Tola, Popoyuapa, San Jorge, de Belén a Potosí, Buenos Aires, Apataco, La Puebla, Monte San Juan, Pedregones... Los mangos en filas pegaban unos con otros, hileras largas, imponentes, verdor con frutos cuajados arriba y abajo, ramas gachas, tocaban los suelos con racimos pintos, tiernos, maduros, que caían y adornaban los lados del túnel verde y los caminos veíanse tapizados con mangos dispersos entre las hojas secas caídas, el olor a fruta madura y podrida, la gente mangueando recogían, las familias caminaban de palo a palo, de ronda a ronda y comían sin cesar el regalado manjar y las guacas de mangos sazones envueltos en hojas secas de los chagüites y platanillos silvestres en las cocinas y los chavalos chorreados, caras y ropas amarillentas, el semillero volado en los patios, mangales nacían con el agua de los molenderos y el costumbrismo del manguear entre pobres y ricos, pueblo y sociedad y por doquier las copas verdes como campanarios sobresalían entre los cacaos y maderos floreando. La gente en el pueblo iba y venía en las madrugadas, arreaban las yuntas de bueyes, cargando en sus yugos arados con punta de fierro y madera. Hombres sudados con cotonas de mangas tres cuartas, pantalones remangados, sombreros de palmas, gachos, guiñados al lado, cutachas en la mano y envainadas prendidos del hombro, calzados con zapatones burros cocidos a mano y clavados arremachados y otros menos pudientes con sus pies con caites puestos encoyundados. Todos trabajaban cada quien su media, su cuarto, una tarea de espeque, arado, boleado. 66
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La tierra en las huertas y todos los campos estaban secos, resecos. Dos inviernos malos seguidos, matones marchitos, pochotes y ceibos pelados y los de las quebradas estaban tristes, apachurrados botaban sus hojas. El viento calmado, bochorno y por las noches las ráfagas venidas del lago penetraban, herían los bosques en las lomas y cañadas. Nubes en los confines viajaban..., coyotes aullaban cerca de los caseríos, rondaban los patios y plazuelas; zorros, mapachines y lechuzas asustaban a las aves dormidas en los palos caseros. El tigre era visto por los potreros, el león rugía y los sabaneros con perros cuidaban las vacas y crías. Hormigas y zompopos acarreaban en filas, llevaban hojas a sus madrigueras y los viejos agricultores y oráculos decían que el invierno entraría con un vendaval. La luna llena traía agua, había consuelo y los tapachiches con las langostas saltaban con los chapulines voraces buscando retoños. Taltuzas y comadrejas parían hambrientas y las iguanas flacas corrían a los huecos, boas con hambre ratoneaban y palomas llegaban en revuelo, chocoyos en alharaca buscaban comida. Solo hambre había... y el curita decía: “castigo de Dios”. En el valle y los llanos los suelos estaban arados. Dos fierros, los bueyeros le daban hondo y volteado y los desmontes de siembras nuevas en tacotales y viejos cacaos estaban quemados. Humo espeso y contil cubrían pegados a los troncos con cáscara ardían, raíces quemadas, vientos, chispas y los incendios. Las huertas sembradas con vivos maderos, mangos y tigüilotes contenían el viento y en los cercos, las ramas bajeras soasadas y los mozos pepenaban con ganchos y bordones los basurales y los quemaban por montones en las fajinas tarderas. La sequía seguía... los hatos hasta el lago aguaban, vacas flacas caídas morían, las chanchas paridas enseñaban costillas con crías chillando, buscaban comida en los ríos secos y escarbaban con todo y 67
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trompillas y la gente por las tardes buscaban pescado mareño y del lago, cusuco, venado, guardatinaja, tortuga ñoca y de otros. Las semillas de las siembras primeras esperaban guardadas. Trojas, tabancos, zurrones, canoas, cajones, huacales con maíz indio blanco, la pujagua, el arroz de grano corto tempranero, el raizora, el frijol chile y el cuarenteño, el bayo, la estaca de yuca, la cepa de guineo, plátano, el pedazo de quequisque y el siembro frutero. Almácigos en los patios, zacate de corta, el poste prendedizo... todo esperaba; ya entraba el invierno y la gente sólo de eso hablaba donde el prestamista, el cura, el pulpero, en la barbería, el sastre, el zapatero y el estanco... lluvia y lluvia se quería. En los pueblos las mujeres con cántaros en la cabeza llenos de agua de pozos y manantiales, muy al alba los picadores cavaban más hondo los pozos buenos y las carretas con el crepúsculo salían con trastes por agua al lago. Todos pedían la lluvia; ganados y caballos sedientos, ese día todos en la iglesia con el cura rezaban, los confesionarios llenos, se expiaban pecados de carne, de guaro, y capitales graves y las beatas con chalinas puestas gritaban llenas de ardor “San Isidro labrador pon el agua y quita el sol” y en la nave central de la iglesia un grupo de damas de blanco vestidas, cubrían sus brazos y hasta las rodillas en coro rezaban las letanías y las campanas tocaban la oración. El murmullo reverente; con eco se oía en el recinto de Dios de cúpulas altas el sonido contestante de las voces, el repique del campanario con tañido largo, sonoro que anunciaba el final. Todo el pueblo estaba congregado, feligreses de los barrios, el Alcalde mayor, el ricachón, el pobre, el profesor letrado, el prestamista... crédulos e incrédulos..., todos llegaron. Los pasillos llenos 68
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hasta el altar mayor, el atrio nutrido, se oía el cuchicheo entre el ganadero y el agricultor; la vendedora en el mercado y el destazador apartados en una esquina platicaban, con amenidad el adivino, el curandero, el que leía las cartas y los jugadores de dados. La costurera hablaba de la tela, el calero con el acarreador de la arena y el albañil, los monta toros y amansadores con la vieja dueña de los chinamos y el sabanero con cueras puestas veía a ratos su caballo alazán amarrado en la esquina. Adentro había novios sentados juntos cuidados por abuelas chaperonas, familias que oraban, viudas y solteronas hincadas frente a San Antonio y el cura leía la epístola y las hijas de María con los escapularios puestos rogaban perdón. La procesión salía de la iglesia por la tarde. Era un domingo caliente, el Señor en la cruz era llevado con devoción; fieles, incienso, monaguillos vestidos con trajes; rosarios y escapularios pendían de los pescuezos, tintineos de campanitas agudos, llantos, cantos, velas encendidas en los candelabros guapes tallados en bronce, ruegos, el cura hablaba en latín y el ladino tímido en español, palabreaba a veces náhuatl, promesantes con los ojos vendados, gente caminaba de rodillas y la música de viento con platillos y saxofón, el boom boom sórdido y el rataplán del tambor. El sacerdote con su sotana puesta, nuevo el dosel púrpura sobre su cabeza. El palio de plata y los estandartes llevados adelante y en sus manos custodiaba al Santísimo que iba de calle en calle, la gente y los fieles al pasar con reverencia se hincaban y recibían la bendición ritual bajo el estallido de las bombas y los cohetes disparados en las esquinas de las bocacalles con piso de tierra zanjeadas a los lados, cubiertas de grama, zacate y monte y los estallidos de la pólvora y el zumbido de los carrizos subían luminosos, anunciaban la ruta de la procesión. Era el tres de mayo, día de la Cruz y el acto llegó hasta el Calvario, dio vuel69
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ta por la entrada, giró a Monte San Juan y regresó atardeciendo y las candelas de sebo preparadas en la casa cural llegaban encendidas, se veían llegar y las plegarias se oían a coro. Invierno Ese día, después de la procesión tronaron los cielos oscuros, relámpagos alumbraron con destellos los suelos, la rayería dio miedo, el viento cambió peleando los nortes y la lluvia cayó en la madrugada, las quebradas y los zanjones bramaron, corría el agua anegando, en remansos arrastraban hojarascas, troncos, palos, ceniza y las correntadas en las fincas, en las cercas rompieron compuertas, se zafaron los alambrados y se revolvieron los ganados, se mamaron los terneros y los cauces se limpiaron, desaguaron hacia el mar, hacia el lago. Se sentía olor a tierra mojada, caminos y patios lavados quedaron; carretas, caballos y caites marcaban sus huellas en las calles empapadas, viajaron las semillas a las huertas y los labriegos alegres se saludaban por los caminos y los mangales agrestes tupidos movían, limpiaban sus ramas y la lluvia en los caseríos acarició los tejados, mojó, empapó la paja, alegré jardines y se recogió agua. Se bañó la gente y se olvidaron los pozos secos y los manantiales cortados. El viento y sus remolinos, cocos y palmeras flexibles bailaban y el ilán ilán cubrían el suelo de pétalos blancos y el olor a los azahares, jazmines olorosos choteaban y las pelusas de los ceibos y de las balsas inundaban los campos baldíos y las quebradas llorosas, el agua chorreaba espumosa y la brisa suave movía las flores y el polen viajero posaba de flor macho a flor hembra; cosechas, frutos y vida continuaban; poco a poco los jalacates adornaban, los corteses matizaban de amarillo los 70
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bosques en laderas, el maizal verde crecía, la milpa tapiscada, el frijol en vaina y los heliotropos con sus penachos azotados por el viento dijeron adiós al verano. Regresó la sonrisa en la naturaleza, el eco del ruido de los ríos y sus carcajadas; las gotas de lluvia, el canto de las aves, el ramaje tierno de los árboles con sus retoños. Trepados en lo coposo oíanse cantar al natural cientos de zorzales dentro del enredado ramaje y sus polluelos emplumaban en sus nidos con sus picos abiertos comían entre cabeceos de padre e hijo y abrían sus alas vibrantes aprendían a volar y secaban el plumaje tierno fuera del nido, sacudiéndose, espulgándose las gotas residuos de la lluvia celestial y en las montañas el sol alumbra vigoroso, se oían los machos inquietantes. Los guanacastones llenos de urracas vigilantes vocalizaban el paso de Judas: ahí va, ahí va y el canto sonoro macho del palomo de castilla. El levantar ruidoso de las palomas alas blancas y las san nicolás, perdices y codornices corrían en los canforros, el cusuco, el pavón y los ojos de agua afloraban. En el lago las mojarras pasaban nadando delante del pescador con su atarraya; guapotes picaban en las pozas los anzuelos que tenían carnadas de mazamorras, chulucas y olominas, el pescador sacaba el pescado en los esteros de bocanas cerradas que rompían y en la ciénaga los cuajipales pacientes como dormidos estaban silenciosos en los tronqueríos que flotaban y los patos agujas ariscos con la gallinita playera se zambullían en el agua y alzaban el vuelo. Las nambiras y los calabazos de los labriegos llenos de agua recogida, tapadas en su boca con tucos de elotes viejos que colgaban del hombro con los burillos y la alforja con los morrales y tortillas hermosas echadas de madrugada con maíz 71
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nisquezado, la cuajada, el frijol cocido para la merienda, el pedazo de guineo cuadrado, pan para dar su puntal, el pinol blanco, el alfeñique, el dulce en tucos sacado de las tapas de un atado de dulce de rapadura para endulzar el paladar. En la montaña la floresta reverdecía. En los zaguanes de las casas, los aperos guindaban y los hombres enlodados. La zafra, en el trapiche, la miel de purga y los buñuelos y turrones después de la postrera. El cuatro de octubre en el cordonazo de San Francisco llovía y llovía y los ríos de nuevo se salieron de madre, hubo arroz inundado, la espiga buchoneó y las trojas de nuevo se llenaron. Mazorcas destuzadas y las mujeres, los viejos y niños desgranaron a mano, en cuartillos y en medios se contaban los granos. De nuevo cesaron las lluvias, un nuevo verano de soles calientes, todo yermo, las lenguas de fuego corrían con el humo por las cañadas, el retumbo del cerro en la isla, los gallos cantaban al alba arriba del árbol y la nostalgia del invierno otra vez se tenía. La gente alistaba los cohetes y bombas, había procesión, se perdonaban los pecados con la confesión y las golondrinas volaban encima de la cúpula, colgaban los nidos de las oropéndolas en los grandes árboles de guayabo silvestre y de nuevo las chanchas chillaban, deambulaban los perros, buscaban dueños; el olor a las trementinas, bálsamos y canfín en los pechos de los abuelos esperaban otro invierno. En la barbería, donde el prestamista, el pulpero, en el estanco se recordaba aquel invierno bueno y el cura en la misa del domingo hablaba de castigo y las hijas de María oraban “San Isidro labrador pon el agua y quita el sol”
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IX La Mohosa ya no truena
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iglos estuvo cubierto por densa montaña el cerro La Mohosa, llena de árboles coposos y arbustos en oscura maraña. Completa en sus faunas, fuentes, aves..., que cuidaron con celo las fieras y los primitivos viajeros de la América, vástagos gigantes, raíces penetrando suelos y cascajos, ramas y gambas conviviendo entre mariolas, moho, bromelias y orquídeas florecidas agarradas a las cáscaras rugosas humedecidas, goteando dentro del vivero de especies, razas y familias guardadas intactas, ocultas por la niebla selva. La Mohosa fue sitio consagrado. Leyenda de leyendas costumbristas apegadas en los principios del primitivo andar humano y de almas que en penas vagaron ignoradas solitarias, perdidas en el encanto exuberante por donde los kiribisis quizás buscaron a sus dioses en la brisa, bruma, rayo, trueno, en el azul del mar avistado y en el tronar de las entrañas y respiraderos de la efervescente fogata del magma de la tierra. Manantiales azufrados que hierven fluyentes en lo lejos, por donde los espíritus nahuales con supervisión, ignorancia y miedo, buscaron en vano el camino a sus volcanes. Rocío y gotas que afloran manantiales, niebla suspendida ocultando el verdor en las cañadas, en ondulantes superficies, el sol en su solsticio con sus rayos calentando la vida en la floresta, El Salto de la Boa en su quebrada, chorreando ruidosa y la montaña, sacudíase tronando en la víspera invernal y la lluvia cobijaba con sus gotas en oscuro celestial, adornando con destellos, mojando sierras, valles y llanos, hasta ensanchar los caudales de los ríos con la majestuosidad del aguacero.
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La Mohosa, era un vasto corredor biológico por donde miles de cazadores, desde remotos tiempos vagaron alimentándose, perdidos persiguiendo con sus flechas, hondas y rifles guatuceros, las hojas secas en la carrera, tronando. El rastro del huellear, señalando la ruta del huido y la sed ahogada en los manantiales, niebla vagando entre lo tupido y los pechos llenándose con la brisa oxigenada y los hombres se bañaban al natural en las espumas, tocando el plan de la poza en la cascada. El rocío mañanero, la monotonía rota con el canto de las aves, el silbido del gavilán, guises cantando y el chiflido burlón de la urraca confundidos con el murmullo del agua y se sintieron libres en la vastedad de las florestas en donde el cerro enseñaba el huellear silvestre de sus faunas y los sitios de sus pochotes y guapinolares creciendo y las huellas de leones y tigres... Aves cantoras, nidos, ojos de agua, colorido de flores silvestres y avisperos. El vuelo del aguilucho ya ido y el ruido de las varazones y el rastro en las suitas caídas, por donde pasaron hoceando asustadas las manadas de zahinos y los rudos dantos marcando sus cascos en tropel buscando caracoles en el río. Algún día se posó en un acetuno cerca de los guarumos una pava y picoteó las semillas y volaron las valdivias con los querques y los gavilanes buscando el nido de las loras y las palomas que rompieron con su pico los huevos y volaron creciendo los pichones. Cascabeles plantados sonando sus chischiles, ardillas en los nancitales y los monos negros con los carablancas traviesos y los roncos congos encaramados en manada congregados comiendo y abajo las cagadas y migas caídas para otros seres. La Mohosa, en su cerro descansaba, el viento silbante con su ritmo la mecía, bailaba la naturaleza, se oía el aullido del coyote, el quejido de la presa, 75
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un comunicar silvestre en cada especie y la semilla madura y las vainas, viajaban con el viento para formar nuevas nacencias y el ruido a lo lejos... el mar con olas reventando y sus confines esperaba el agua de su cerro en los esteros. El aroma del humus de la tierra, las abejas libando la miel de los corteses amarilleando las laderas, hembras pariendo libres en carrera y la bruma escondiendo enormes sangregragos, floreciendo dorados sus chirriones, jiñocuajos, robles y caraos floreando rosados y el verde mate oscuro interminable de la boscosidad... y por las tardes el sol viajaba sobre el paisaje gastándose el día con el verdor y las sombras perdíanse en los genízaros, guanacastes, almendros, carbones, caobas, higuerones y javillos... hasta perderse la silueta del rumbo de las quebradas y sus ríos que bajaban y entonces los garrobos negros y los lapos buscaban sus hoyos en los ganchos de los palos, las parvadas volaban a sus nidos, ranas y sapos croaban y los felinos silenciosos iban y la montaña hablaba con sonidos nocturnos de los que se movían silenciosos en la oscuridad de la selva oscurecida por la niebla. Humedad, brisa, lluvia y viento y La Mohosa seguía con su cadena de la vida guarecida... todo continuaba equilibrando las especies y el sol se levantaba en el Oriente, lluvia, viento, oxigeno, humus de las hojas cayendo, silencio, tempestad, muerte y nacimiento, vida y energía en lo profundo, paisajes, monotonía, exuberancia y vida en movimiento y La Mohosa seguía aún con sus idos, lo kiribisis y nahuales, oscura, fresca en sus alturas llenas de orquídeas humedecidas y hormigueando con su exuberancia que detenía el yodo y la sal de la brisa marina y robando agua a las nubes cubiertas de plantas trepadoras, bosques, fauna y su fuego interno que la hacía tronar. Hoy su trueno está ronco, hay silencio en su paisaje seco perdido sin lluvia, hojas secas de árboles muertos y la montaña se ahogó en la savia de los bos76
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ques perdidos. No hay flores ni semillas que vuelen con los vientos. Las quebradas están secas, la tierra sedienta, el salto de la boa y los manantiales son siluetas, rastros de vida perdida, sombras del paso de hombre que vagó en los siglos buscando el rumbo de las correntadas. La sombra se fugó con la brisa y la niebla y viajaron con las cenizas de las derribas y las quemas. El cerro es yermo, hoy crecen cardos y espinos, no hay caza, ni frutos silvestres, ni guarida y el humus en el manto de los suelos y los cadáveres de los muertos volaron con el viento en tolvaneras. Ya el sol viaja al poniente sin su paisaje montañero, sin copas verdes, sin oxígeno, sólo troncos en los desfiladeros, cauces con piedras viajando estériles, lenguas de fuego y el mar avergonzado espumea reventando sin su montaña y sin agua que alimente sus esteros. ¿Volverá La Mohosa o será para siempre devastada?.
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X Guacalito de la isla
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n el entorno del litoral del mar en la geografía de Rivas se levanta un ícono de playas y sierras, en donde el turismo mundial accesa en las más conspicuas edificaciones. Un encanto de naturaleza que se agiganta. En Guacalito de la Isla con su Náhuatl expresión que simboliza los contornos de las olas y el ir de los paisajes que ilusionan esa forma de un huacal en concordancia de su símil en la cárcava del cielo. Pareciera que el creador formase una poesía envuelta con natura, viento, bahías y el dibujo en siluetas del reventar espumeante de las aguas, marcando blancas las formas del final de las mareas, que se ronronean frente a las sierras y sabanas empujadas por los tumbos en la lontananza ondeante del mar. Así el mar se arrecuesta entre el ritmo de la brisa, y de la lluvia en la cordillera, haciendo un remanso de las aguas azuladas donde el tumbo se levanta en la llena y por las tardes, el sol se va acomodando en el ir del paisaje, calentando las florestas, dando vida y se hunde luminoso entre los colores de los arreboles del atardecer. Guacalito de la Isla y las otras playas adyacentes que se suceden en una armonía entre puntas cortadas, bahías y penínsulas de arenas blancas y rosadas llenas de huellas sutiles, por el caminar de los cangrejos y las jaibas, y el sonido del mar con su bujido hacen una pausa de expresión tranquila y conforman en leguas y leguas el bullicio de las aves pescadoras que decoran con su aleteo y su graznar el ambiente cálido de las costas del mar. Ahí en esos entornos entre salinas, costas y acantilados la sierra corre en el andar de las aguas y la Mohosa con sus picos altos es el recuerdo de 78
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una montaña que otrora estuvo consolidada por la nebliselva y en sus suelos corrían libres los que formaban su fauna. Reflexión Una máxima antigua indica en sentido de que el abuso que se hace de una cosa, no impide usarla debidamente. Y como soñar es parte de la espiritualidad del hombre, podrá Guacalito de la Isla en un futuro perfumar con su fantasía en su concepción y pringar con el ímpetu de su desarrollo a su vecina La Mohosa. Es una esperanza que permitiría crear de nuevo la montaña para revivir su río con sus pozas y cascadas. Llena de florestas soportando espacios propios de esos climas al igual como se sucedió en los milenios y así regresar el fulgor con el sonido sonoro del mar chocando en la agresticidad de los árboles creciendo y volver a tener el paisaje de los bosques verdes en donde la nebliselva que desapareció vuelva con la bosquesidad y se tiendan frente al mar. Descubrir las nuevas providencias, hacerlas suyas y apropiarse de esas ideas inmersas en lo ideal, de prácticas reconocidas y procedimientos forestales y los propios de los cotos de caza, que hoy están en boga, ante el cambio del clima, eso sería una ilusión realizada. Si se plantaran montañas para cosechar aguas y los ríos con sus bosques de galería dispersos en la orilla de sus cauces, correrían cristalinos abundantes y vendría la frescura para apagar la intensidad del calor. Entonces los paisajes cubiertos de florestas vibrarán teñidos de verde esperanza y la flora y fauna creciendo generando una nueva sinfonía en todo ese corredor y se escuchará el sonido íntimo de la montaña y las aves pescadoras y las otras tendrán sus casas don79
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de se multipliquen, poniendo sus nidos en las gambas altas de los genízaros, guanacastes y javillos, propiciando una interminable consecución de las especies, en una cohesión en la cadena de la vida, posiblemente la misma que en la Mohosa y sus alrededores se perdió. Un axioma del vivir, nos dice que cuando el hombre se atreve a producir cambios en la naturaleza solo puede hacerlo respetando sus leyes, no se puede vencer sino obedeciéndole. Espero así podamos caminar entre los senderos de la biodiversidad y podamos detenernos viendo sorbear venados en El Salto de la Boa y admirar en cruzada la carrera de un danto o cuando los jabalíes hocen en la vega del rio y podamos sentir el trémulo por el levantar ruidoso de las palomas, codornices y perdices y asustarnos con el aleteo pausado de un martín pescador, de un buchón llegando a su nido y ver entre picos el alimentar de sus crías.
-Que Dios soporte esto dicho-
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XI El salto de la boa en la quebrada El entorno de la quebrada La quebrada de la Mohosa corría cristalina entre farallones, se escurría sobre piedras y cascajos y en su rivera el follaje denso en galería ayudaba a formar su silueta. Desde lo alto vertía la corriente, viajaba rápido de la cima, apenas doblaba el musgo que crecía pasando el raudal. Era un sonido de aguas deslizantes, con la animación de la bulla de los pájaros y los congos con los monos que aullaban, el silbido del viento en su viaje en la cañada y en el cauce, un sutil murmullo en sintonía con la quietud. La flora verdeante, sus ramas rozándose, un ruido entre las arboledas que se movían chiflando y las brácteas de las semillas se abrían explotando, acompañando la armonía y el céfiro que abatía en la confluencia del mar. La Mohosa y su montaña con bejucos y florestas, centenarios y de árboles nuevos creciendo, flores silvestres en racimos y penachos, laderas, hondonadas y de pronto el mar en la mirada. Las Salinas, el Pie de Gigante, Popoyo, Arenas Rosadas, Guacalito…, todos sitios aledaños en la referencia de las leguas, que hacían una rima sonora en el encanto cautivante de la bruma y la vastedad que en ella se escondía. Desde la cima la sombra bajaba, sonidos montañeros, alharaca, un ambiente de piantes, todo se perdía en el aguaje chorreante. Los saltos y caídas respingando con las espumas en cúmulos un brisar en esa corriente y el contraste del ruidal, se une al del mar con su bugido sonoro al 81
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detener la ola y el tumbo al reventar, un sonido vibrante sin reposo y la inmensidad en la lontananza azul, dorando cuando el sol se moría. Los pedregales aflorando en el cauce humedecido por la corriente, hojas caídas, enredaderas con lianas embejucadas y el rumbo de la quebrada al mar iba. Muy arriba entre los desniveles cortados brotaba el ojo de agua. Un borbollón manado de la tierra, entre un lodazal donde las ranas croaban y el hilo del líquido, hacía camino modelando la quebrada. El manantial rodeado de cedros, caobas y pochotes, un ceibo gigantesco, grueso, anciano, la sombra de un rodal de ojoches robustos, con copas levantadas, sobresalían como cayéndose en la falda de la loma, la más alta con picos en los filos y cicatrices por derrumbes antiguos, que hacían en la vista, inmensos chorreaderos, donde las piedras estaban peladas, parecían que se arrecostaban los ramajes en el vacío, en aquel precipicio con pliegues donde el viento y la tempestad movían los troncos, que tronaban agarrados de los suelos, con raíces viejas, fuertes, que penetraron entre las hendijas de los cascajos en la tierra. Fueron tiempos en que los bosques eran íntegros aun no llegaban los hacheros, ni el grito perdido del labrador haciendo el desmonte se oía, una densa nebliselva asomaba en el paisaje, los rayos del sol difusos, a veces inciertos penetraban y su luz tenue parecía un ambiente confundido con la intimidad azul y el resplandor ondeante del mar. Al medio día el bochorno, sol y humedad y la oleada seguida de la tumbazón.
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Un sitio único ocasional en el trópico seco, libre, acogedor, diríase un camanance inmerso en el hábitat de sábanas secas sonriendo diferente y la brisa marina penetrando con su salitre en un intercambio entre valles, montañas y el mar y la quebrada con sus aguas dulces, sus limos arrastrados, sirviendo de vida y alimento a los seres. Una vivienda Ahí, en esos paisajes de sitios apartados hará unos 120 años, quizás más, hubo un primer ranchito agitado por el viento en el frío de las noches de Diciembre. Una vivencia entre brumas, lloviznas, neblinas y árboles coposos, cargando en sus gambas, bromelias, y las barbas de viejo, unas con hormigas y flores vistosas que visitaban los colibríes y las mariposas y los otros líquenes sueltos, largos, blancos en hilachas, jugarreteando, ambos viviendo como plantas parásitas en los ramajes adheridas a las cáscaras húmedas, el bosque un lugar de soles opacados por las nubes viajeras, rasantes en los cielos oscurecidos por la lloviznas y en ocasiones claros, relucientes, fulgurantes, en verano y en las noches de luna llena y en menguante, donde los búhos cantan, cazan y el coyote en su jauría aúlla al cielo. En esa rancha vivían Don Francisco López y su esposa Doña Filomena. Varios partos y solo dos hijos pegados, Francisco el mayor y Rafael el menor, fornidos, solterones y criados en ese bosque, el mar y entre las fieras. Más que un hogar parecía un escondite, el rancho asentado, levantado sobre una colina en un claro, que le servía de mirador, de frente a la arboleda, con un caminito hacia la quebrada, a su orilla del rancho colindaba con un precipicio.
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Un gran peñasco hacia infranqueable a las fieras, una puerta solo puesta conectaba con el patio donde dormían un par de venados, la perra cusuquera, un mono negro manso amarrado, con burillo tejido. Un verraco montero que roncaba echado, todos revueltos y no faltaba el arisco jabalí y una pava con las alas recortadas. El grupo animal era manso no peleaban y cuando el tigre o la boa rondaban cerca, la bulla afuera despertaba. Ese era el entorno de la vivienda campesina, la única de la montaña, que alumbraban por las noches las luciérnagas, con los grillos chillando, pidiendo agua y el destello de los rayos cayendo iluminaban los cielos y su luz por fracciones penetraban en las de la floresta. El rancho tenía horcones viejos, el techo hundido, forrado de palmas de manacas recogidas en la hondonada, era antiguo y varias veces reconstruido. Los horcones trozados, medio apuntalaban con el vaivén cimbraban con la ventisca en el tronar profundo de esa montaña, que se sacude porque esconde en sus magmas azufre, fuego, y gime retumbando con el paso de lo seco hacia el invierno. La pareja se afincó largo tiempo atrás. No retenían desde cuándo y cavilaban en la posibilidad, a los mediados o finales de 1800. En ese entonces eran dos jovencitos cuando decidieron vivir juntos. El se la robó cuando ella cumpliría los catorce y él ajustaba dieciséis. Tuvieron que huir una noche de luna clara después de un rezo en el funeral de la madre de él. Ocho hermanos de ella los buscaban, nunca regresaron a Santa Teresa en Carazo. Tomaron un rumbo de abajo que los llevó hasta el mar y el río tapó sus rastros y luego doblaron sin parar hacia el sur, sin perder el rumbo de la costa. En su viaje llevaban dos mudadas, cada quien llevaba sus machetes afilados, calabazos de nambira, 85
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esos fueron sus primeras posesiones, días frutearon, caminando sacaban camarones, los asaban y seguían. Iban bien rápido, asustados y frágiles pero unidos por la pasión del amor. No titubearon, el miedo al castigo los empujó. El tenía horror al machete blandido por sus cuñados famosos por sus acciones. Aún bien viejos sentían recelos a sus familiares, que un día los buscaron como agujas. La familia López subsistió vendiendo pieles silvestres, iguaneando, recolectando miel de las mariolas y los jicotes en la montaña. Ellos después de su huida no estuvieron solos, convivieron con sus hijos y los cienes de animales. Por las tardes se sentaban en los troncos caídos, quemados en su patio y oían el graznar de los buchones, los patos aguja, garzas y otros, que dormían en el bosque, junto a los garzones y gaviotas, el martín pescador, los que aterrizaban en las copas altas con nidos en sus ganchos y ramajes Un cielo gris cubierto de aves, cantos, alboroto, en el llamar a las crías, pleitos por espacios, aleteos suspendidos de otros, que llegaban para posarse en la cima de los genízaros, carbones y javillos y luego boca a boca madre e hijo comían entre el ruido de los pichones en su voracidad natural. Todo ello daba un tono en los atardeceres y al fondo, la sintonía del sonido del mar que se perdía en su infinito olear. Don Francisco tenía un rifle guatucero que adquirió a cambio de cuero de tigrillos, boas y venados. La familia tardeaba en el patio, por el umbral de la rancha, crecía un jícaro de guacal y cada vez que la lluvia permitía, un humero se encendía. Así se espantaban las culebras, otras fieras y se ahuyentaba el zancudero, el jején tardero, pulgas y bocones, que chupaban el borde de las orejas, hacían cascarones por los rascados y molestaban cual moscón seguido inevitable en el paisaje. 86
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Lo más temible para los López, era el ataque de una boa, un cascabel, una toboba, ellos conocían que los reptiles no andan solos y que buscan silenciosos a sus presas, las siguen por instinto, la encuentran por su olor, el sentir del movimiento y se arrastran en las sombras, en lo oscuro y en el día no importa el sol ardiente, ni las tinieblas. Francisco y Filomena con sus hijos, vivían como ermitaños, eran solos sin amigos y sin vecinos. Pocas veces viajaban a Tola, nunca los hijos inscribieron, no hubo bautismos, mostrencos y rudos crecieron, eran gente de poco hablar, sin costumbrismos, sin rutina seguían bajo el terror de ser encontrados. Cuatro piedras, un fogón encenizado, prendido todo el tiempo. Ollas y comales de barro encontiladas, con las agarraderas quebradas, huacales y jicarones guardando el agua, que recogían en el pocito de la quebrada. Ella con su peineta y su pelo cano reía chintana, cuando los hijos regresaban del monte, batía pinol blanco grueso, del maíz tostado, el que pisoneaba y el tibio por las tardes siempre era con sal se lo tomaba. Abundaba la carne montera, frijoles y arroz sembrados, los comían sancochados y en una tortilla grande en la mano tendida enrolaban la comida y la ingerían agarrada a los dos lados. Los López en su rancho sintieronse ser libres, dueños de sus paisajes y más seguros. Por un instinto primitivo se ocultaron en la soledad y en el olvido, pero hicieron su rutina en su entorno, criando sus hijos juntos. El contaba después, “aquí somos felices, miro el mar y lo oigo tronar, veo la costa, todo lo domino desde esta loma, la quebrada va sombreada y el verdor de los árboles sigue la silueta de los chorros que surcan, que bajan”. 87
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“Las fieras nos cuidan, nos han visto, somos sus conocidos y en la huertecita hay maíz, frijol y yuca. Mis hijos y yo monteamos, con trampas, palomas y chachalacas traemos, en el mar pesco donde las olas revientan en los peñascos, hay cangrejos, peces en los cardúmen que el mar echa y recogemos el huevo de tortuga”. La visita casual de Don Lupe Todas las huellas silvestres morían y empezaban en la quebrada. Eran senderos libres para la huida y la fuga en la mente, un temor de siempre, una espera. En la quebrada hay un salto de piedras cortadas y una poza honda, azul en su caída, un día Don Francisco al rayar el alba vio que en el níspero hoyudo, doblado por los años, que ahí creció encima del salto y por el entraba y salía una enorme boa, larga, gruesa, el supuso que era la misma que comía venados y se los tragaba enteros, a veces cazaba pájaros, guatusas y las guillas. Todos conocían el peligro, el animal se arrastraba, dejando su huella, varios sitios diferentes visitaba, comía, dormía y volvía al hoyo en el níspero que hedía. Don Lupe Martínez padre de la Toña Cunda y de Juan Chojos, fue un tirador de tigres afamado, y Juan era bueno en la caza del venado y la pava. Por años vivieron a la orilla del rio Nahualapa en la vuelta llamada el cantil camino a Las Salinas en los alrededores de San Ignacio, en la antigua hacienda San Luis. Cierta vez Don Lupe Y Juan Chojos, apodado así por su buen ojo, huelleaban y perreaban. Ellos tenían un contrato con los ganaderos para matar un tigre dañino que se estaba comiendo hasta dos reses semanales. Ambos con dos perros medio oreja, levantaron el rastro fresco. Varios días duró la persecución por las montañas y se internaron perdidos, 88
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desorientados que después supieron estaban en el cerro La Mohosa, donde varios se habían perdido. Una madrugada ya cansados del trotear de los perros y sus ladridos, en una senda de una arboleda habían colgado sus hamacas y por casualidad, vieron un candil alumbrando y se encaminaron hacia la luz. Llegaron al rancho, - buenos días - dijeron con voz amanecida y entre cortadas por el frio y el recelo. Un anciano con un rifle en la mano desde la puerta de la choza contesta - quien vive, que quiere, a quien busca, quien es -. Don Lupe un hombre sabio, bragado, muy calmado dijo; - soy Lupe y anda conmigo Juan, mi hijo, somos tiradores de tigres y las huellas del que seguimos están recién puestas, llegan hasta el bebedero donde cae el río. Es una cebolla grande, bien pintada bajando ese cerro, le andamos cerca le dijo -. Los hombres platicaron largo, coincidían con la frescura y la dureza de la montaña. Era el primer contacto que los López tenían con otros vecinos y en señal de amistad le dice Don Lupe a Juan, un cazador innato, - traiga un venado -. El se posó en un acetuno caído a unos pasos de la rancha, se “erguió” empinado en sus caites moviendo la cabeza, él venteaba con su nariz al lado del viento y con su rifle guatucero caminó hacia el bajo, ahí había un melero botando frutas y en momentos mientras los viejos saboreaban un guacal de tibio, se oyó el tiro y después subiendo por un raicero, el Juan traía en sus lomos colgado un venado pichón. La conversación seguía y comían carne y poco a poco la confianza de Don Francisco crecía, una sonrisa se asomó entre las huellas dejadas por los años, se disipaba paulatino el miedo a ser descubierto y nació la amistad. La visita de Don Lupe no tardó más de tres días y encontró al tigre, tomó su cuero pelado y le cortó los dos colmillos, estaqueó el pellejo y medio 89
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fresco lo dobló en un saco de bramante, buena pieza de cacería, un macho de más de siete cuartas, cebolludo, largo de cola, bien criado. Los cinco hombres intercambiaron experiencias y rudezas. Antes de irse Don Lupe decidieron darle muerte a la boa, la encontraron metida en el hoyo del níspero seco, primero la jocharon y la puyaron con una punta de rama dura abochada, como lezna y la quemaron con todo el árbol, que cayó en el salto y fue a dar en la poza. Oyeron quejidos, un sonido y después nada. Ellos bautizaron El Salto de la Boa donde esta murió y donde el tigre cayó, dejando la sangre regada, le llamaron La Pasada del tigre, los dos nombres son evidentes, veraces y ciertos. Don Lupito y Juan fueron mis amigos los conocí en San Luis, la finca de mi abuelo en unas vacaciones, yo era un cipote y siempre que llegaba a la hacienda Don Lupe, una historia verdadera me contaba, de tigres y venados, que yo aprendía. Esta historia es real. Don Lupe murió con más de cien años de edad, Juan se fue antes. Dios los guarde, de los López no se sabe, quizás con los viejos muertos, otros rumbos buscaron sus hijos. La Toña Cunda también murió de vejez y de ella solo queda su hijo, el famoso “Cabeza de León”, monta toros, sabanero y sorteador.
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XII El garañón retinto El Garañón Retinto era un caballo padrote de más de ocho años, bien enrazado, probado, de color retinto quemado. Un lucero blanco en el centro de su frente dibujado, calceto en sus patas traseras y troteaba marcando el paso fuerte, lento, golpeando la tierra y rascaba con sus dos patas delanteras y en dos traseras se paraba. Su copete espeso, negro a un lado, con su cola levantada y sus crines movianse con el viento. Enseñaba desde lejos con su pecho resaltado, músculos formados, delineados, ser un padrote singular, de cruza criolla, peruano, árabe y español. Arisco, fuerte, rápido, cerrero, indomable y desconfiado. El sitio de La Chona, nombre otorgado por Don Adolfo Lacayo Guerra en honor a su esposa Doña María Asunción Hurtado, conocida cariñosamente como Mamá Chonita, era un lugar abierto, sin cercos, con linderos naturales, amojonados. Una sola entrada y retazos de montañas a los lados, en donde se guarecían los venados cola blanca, ramazones y que corrían en lotes entre los inclinados precipicios. Monos carablanca y los negros con los congos viajaban por las copas y ramajes, agarrados de bejucos y sus colas aprehensando y se espantaban en un solo chillido, huían encima del verdor. El ruido de parvadas, de palomas alas blancas y las chachalacas confundíanse en la espesura y las codornices y perdices en un corre y vuela metidas en las zarzas. Un colorido volando y saltando que matizaba y expresaba vida. Felinos grandes y sus mugidos oyéndose por las cañadas y las lomas que penetraban las montañas profundas y rompían el silencio en las oscuras noches, que daban miedo y la yeguada con su padrote retinto corrían, pastaban y parían vigilantes del ruido, del acecho, del viento, del olor a tigre. 92
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Lomas cubiertas de zacate jaragua, espeso, denso. Superficies empinadas, carrizos, nancites ácidos, dispersos que se arrecostaban en las pendientes, revueltos con la hoja chigüé, espesa y rala en sus hojas. Farallones separando las lomas, cuicuichotes de cañas altas, con puyas, que rompen enredadas, espesas tapando y las burras de coyolito morado, redondas, impenetrables, espinosas como leznas. Bejucos de Pica Pica trepando en los matorrales y sus bellotas abiertas con pelillos oscuros cual ortigas, que levantaba el viento. Troncos quemados, peine de mico, cubriendo la copa de los árboles, las abejas y las mariolas bujando, llevando néctares para su miel y en la quebrada, los ojos de agua afloraban fuertes para aguar a los caballos, ganados, venados y a la fauna de la selva. Coyotes aullando en manada, buscando presas y olfateando las recién paridas, para comerse las pares o las crías y por las tardecitas agresivos caminaban en los desfiladeros, ocultos, traicioneros. Se veían desperdigados al caer el sol, los pericos ligeros, el oso hormiguero, los pizotes solos y en manada, la ardilla ceniza subiendo rápido en un jobo y la iguana negra poniendo en Semana Santa en los arenales. Gavilanes, querques, valdivias y el zopilotal volaban planeando, esperando bajar para comerse un muerto, un cacaste fresco que hiede. La Chona, en el siglo pasado y en el antepasado formaba parte de San Luis. En su entorno estaba San Adolfo, San Pedro y Las Cabras. Son parte de un lomerío enclavado en la cordillera rivense, en los confines de San Ignacio, Barrio Nuevo, La Tigra, La Jabalina, El Chasmol, El Terrero, El Pisón y San Marcos. La fama de estos sitios por lo abundante de los tigres y leones, era grande y el rio Nahualapa lleno de camarones y guabinas corría serpenteante cruzando la zona en su rumbo al mar. En los inviernos se emplayaba entre los cerros con filos y redon93
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deadas superficies, que adornan con sus conos y sus cimas la cordillera.
El hato del Garañón Retinto, convivía con el arrastre de las boas, el chischil sonando de un cascabel plantado, rugidos de felinos y el bullicio de los monos avisando al natural, los peligros. Se oía el llamado de una cría pinta Ilamando a la venada, que al salir el sol en la madrugada pedía su teta escondida, echada en los matorrales y los balidos de toros bravos, que asustados estaban por los tigres y los leones y el hato pastaba entre los pleitos de los garañones por la yeguada en celo. Potrillos perdidos relinchando, el canto del pavón y sus pavas en lo alto de un palo de carbón seco quemado. Aguiluchos ariscos en los nísperos silvestres vigilando sus presas y el chocoyal y las loras copete amarillo que en alharaca pasaban rumbo a sus nidos. Lechuzas y pocoyos cantando por las noches, 94
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cazando ratones y robando nidos y los murciélagos vampiros dentro de hoyos en los espabeles, que olían a sangre, sucios donde vivían. De ahí salían de noche en busca de sangre, mordiendo orejas y pescuezos de caballos, ganado y venados. Esos eran los sonidos y algunos de los riesgos en la subsistencia de la yeguada y el ruido, el tropel, la carrera y el resoplido como defensa natural. Un hábitat para los fuertes, donde los sentidos estaban listos ante el riesgo de la muerte en el día y en la noche, que los hacía estar congregados en grupos y manadas, y así esperaban el relincho, el ritmo guía del Garañón Retinto. Era un paisaje natural de rudezas en la vivencia, adornado con flores navideñas del madroño florecido, corteses amarillando con lunares la montaña, robles y capulines y el manto de la flor amarilla cubriendo en el invierno, o lo seco, pardo, color de sarro por lo yermo en el verano. Pastos envarillados, verdes por la lluvia, quemados y tiernos retoñando y el jaragual espeso semillando en diciembre, que ondeaba en las colinas con el viento. Ojochales, genízaros y guanacastes centenarios de chorejas llenos en lo verde de sus copas y javíllos con espinas de corroncha y se veía el verdor de la floresta, haciendo silueta en el rumbo de la quebrada que bajaba hacia la vega del rio y el viento se colaba dentro de las copas y su chiflido se oía entre los valles pequeños que nacen en las lomas en la depresión y la brisa cubría el chan, que se mecía, alto, oloroso, tupido y arriba, en lo ondulado, el cascajal por donde se chorreaban entre brincos bajando, huyendo los venados venciendo las pendientes, asustados, ariscos.
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Habían zorros en los criques, guardatinajas y guatusas viviendo en lo húmedo del río. Precipicios en las cimas, subidas y bajadas en los tríos de los caminitos angostos, que bajaban a la quebrada. Aquí es donde los tigres y los leones cazaban en carrera, derrumbando las chincacas y los tajarrazos mordiendo los corvejones o en las caídas desde los árboles que se tiraban rompiendo los lomos y columnas y se pegaban con sus fauces de las ternillas y el cazado muriendo desangrado, quebrado, golpeado. En el sitio, había todo el año garrapatas y lo tábanos pegados a los lados, en cara, en pescuezo, en nalgas, en las patas y en el pecho, picando, chupaban las gotas de sangre y las moscas ponían sus huevos en las heridas haciendo queresas y las gusaneras salían a los días. Las madres cuidando a sus crías; las monas en su espalda cargando, aves en sus nidos con huevos y crías, la floresta, la montaña, la quebrada y sus ojos de agua dando vida y la música del campo, de los pájaros comunicándose y los pijules, clarineros, guises cantando suave, urracas con sus ruidos comiendo capulines y metidos en los rodeos las garzas, garrapateando en los copetes y lomos, retirando de los cuerpos una a una y se las comían. El Garañón Retinto, su yeguada y sus crías paradas golpeaban con sus cascos, medio adormitados, bajo la sombra de un árbol de espabel al mediodía. En la hacienda San Luis, los campistas bajo el empirismo de la época cuidaban los hatos de caballos y ganados. Ellos viajaban a La Chona y un montado tapaba con su grito y su caballo la salida en una loma baja y los otros con un cacho de carbolina y estiércol seco curaban las gusaneras, en los rodeos que al aire libre se acostumbraban.
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Adolfo Acuña, mejor mentado como “Coyolera”, apodado así por su carácter arriesgado, sin miedo, monta toros, sorteador y lazador a pie y a caballo era el mandador de campo. Un salineño criado desde pequeño en la finca, muy apreciado, poco pendenciero, bebedor, mujeriego. Le acompañaba Choncito Espinoza que había nacido en la hacienda, en el ojo de agua en el Guapinol. Era menudo, ronco con buen grito de campista, montado afamado como bueno para enfrenar y abozalear, hombre ameno, fiel y como él decía “rejego al guaro y sabía leer”. Habían otros montados, Raulón y “Cabeza de León”, famosos en las barreras como montadores y a la sombra. En la cúspide de la loma, plan bonito, desde donde se ve el mar reventando en Popoyo y se avista el Mombacho, Ahí estaba el Garañón Retinto, después del grito de “Coyolera” y el ronco de “Choncito”. Un relincho seguido contestando y el semental se terciaba erguido, caminaba vacilante, sus cascos fuertes golpeaban sus pasos, retaba con su cola levantada y su pescuezo erguido, arqueado, el copete ondeando y sus orejas como tijeras moviéndose, los ojos fijos, arrecho, amenazante, cuidando sus yeguas y sus crías y en relincho se paraba en dos patas, queriendo golpear dando miedo, listo al pleito y volaba las patas traseras para atrás en un solo resoplido, babeado y en pedorrera congregaba en su sitio toda la yeguada. Estaba inquieto y las yeguas impávidas se quedaban instruidas listas para la estampida y las alfas punteras, las más fuertes, ariscas, decididas le seguían al desfiladero del ojo de agua en la quebrada, y al grito de los sabaneros al too too, se oía el relincho interminable y los cascos volaban en los pedregales, el chorro salpicado del agua corriendo y el tropel cuajaba la ruta yendo al corral, nada las detenía.
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Las puertas se abrían al oír el tropel en donde el Garañón Retinto con su cola parada, bien sudado después de media hora de correr, entraba como un huracán sin detenerse y sus potrillos con las yeguas rezagadas, las rencas, las viejas, chapinas y lunancas, troteaban en la cola de la carrera y los corrales se llenaban, los otros garañones amenazaban al pleito. Nadie montó al Garañón, no hubo soga en su pescuezo que aguantara. Murió indomable, famoso, fue el líder de La Chona y los viejos que le conocieron decían que ese sitio era un lugar encantado, que por las noches se oyen relinchos y un caballo corre, hombres sabaneros le gritan, pero ya no hay tigres, ni leones que asusten. La quebrada perdió sus ojos de agua y los árboles están muertos, los mató la llama, el incendio. Sólo queda el lomerío enzacatado y se perdieron los rastros del huellear. Se fue con el viento el sonido de la fauna, uno que otro güis, un pijul, una chachalaca y el pedregal.
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XIII La caza del venado El Sitio El invierno entró fiel y cosechero, así hablaban los lugareños en todo el camino real. Llovió a cantaros en mayo tres, día de la cruz y los vendavales seguían tiñendo de verde las planicies, lomas y senderos. Quebradas bajando ruidosas arrastrando lodos y basuras y el río tronaba lleno, espumeante en las orillas y las correntadas en las vueltas se remansaban para coger fuerzas en las rectas con paredones a los lados. Un verano caliente de quemas y desmontes en laderas quedo atrás, sepultado por el verdor y las clorofilas producidas por las florestas, ganados, caballos, y venados se enflaquecieron, las aguas del rio Gil González turbias, estancadas se empozaron, creció la lama en su cauce cortado y los ojos de agua cesaron manantiales. Las grietas en los suelos por la resequedad en los llanos de sonsocuite estaban cerrándose. La arcilla hinchada por el agua de las lluvias y el torrencial aguacero de Junio, daban punto para el fango de hondos y negros lodazales. Mulas, caballos y ganados en su caminar marcaban de tramojos esos contornos y el paso corto, lento, los cascos hundíanse en los hoyos, pegando hasta el pecho y barrigas, las bestias en el suelo que lo hacían entre resoplidos, caídas y caminaban, el sitio con muchos rastros, que contorneando unían como en siluetas las fincas, caminos, potreros, corrales y caseríos. Los esteros y quebradas, que se adentran hasta el charco Ñocarime y hacia el lago veíanse con charqueríos y aguas, que se ensanchaban haciendo caminos en las talpujas blancas de sus le99
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chos, para derramar su flujo en las bocanas taponeadas con arena y lodo, que rompían desaguando con las lluvias fuertes del invierno. El bosque lleno de tríos, caminitos angostos para una sola bestia y senderos unidos a lo casual y la vivencia del transitar de hombres, mujeres y familias viajando a pescar, tomando tibio, café y comiendo su morral de la tortilla fría y el frijol cocido y los garroberos con sus perros, ñoqueros que con la luz de lámpara, focos y candiles iban y venían tortugueando, en la orilla de la laguna, buscando ponederos. Gentíos, un gentillal de gente decía la Carmelina Díaz, una lugareña con ancestros nahuales, pescadora, ñoquera, iguanera, cusuquera, a quien la gente de otros lados la buscaban como guía. Hombres con atarrayas, lanzadas por brazos curtidos en los esteros, fondeaderos y picaderos de pescado y los guapotes, mojarras, guabinas, y laguneros en manojos brincaban moviendo sus agallas pasadas por bejucos y en la boca que colgaban las ristras, docenas y pesadas, que los hombres pescadores desvelados, ojerosos, llevaban por los tríos de regreso con rumbo a los mercados. Sorteaban en su camino los enormes javillos e higuerones con corronchas y espinas, leche brotando de las cortaduras, que servían de guarida, a cientos de miles de iguanas y garrobos negros y lapos verdes que cabeceaban en lo alto de las ramas gruesas, gambosas, muchas veces churreteadas por el guano de los patos viajeros, que hacían escala en su viaje por la América. Desde ahí de esos hermosos y altos árboles, desde la cumbre de las copas los garrobos saltaban tras el acose del ladrido de los perros dando vueltas en los troncos y corrían encima de la hojarasca buscando un hoyo o se tiraban al agua en el estero y nadaban huyendo. 100
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Cuajipales y lagartos abundaban. Por las noches flotaban orillados en las aguas y se alumbraban a los ojos y gemían, comunicándose para luego introducirse en silencio a lo hondo. Así vivían esperando para cazar las presas, que descuidadas se acercaban y los peces entre los ramajes y lodos de las pozas que ellos rascaban. Habían raizones descubiertos en los zanjones con aroma húmedo y materia orgánica descomponiéndose donde vivían millones de bichos capulines negro, zancones, que cubrían la corteza caminando, aruñando, moviéndose, lentos, encaramados, apilados unos encima de otro y el agua golpeando el calpul húmedo, orillado en la quebrada. Se oía el ruido del tacotal y las florestas movidos por el viento alisio venidos por el lago, enchiflonado entre la isla Ometepe y el Mombacho que penetraba hasta chocar con las lomas de la sierra. Chicharras chillando por las tardes bajo el sofoque del calor y el parpadeo en lo oscuro de las luciérnagas vagando, ayudaban a mantener despiertos, acompañando a los viajeros. Habían reverdecidos los aromes chapeados en Enero, y las malvas, bronceadas dispersas matoneadas, crecían en los barros ácidos. Ceibos pichones con sus troncos verdes, panzones, y sus penachos ralos eran parte de la floresta, dispersos, mezclados entre los maderos, nacascolos ásperos, duros como el riel, se cubrían de chorejas marronas, melosas impregnadas de tanino, con sus hojas desprendiéndose y caían los frutos para que las familias las espulgaran entre el aceitillal y los mozotes para luego venderlos por sacos y cuartillos a las curtiembres. El viaje del cazador era entretenido en las tardecitas frescas, oscuras y calurosas, noches con luna en mengua o bien cuando el astro lleno iluminaba los senderos. Viajaban entre aullidos de coyotes y el croar de ranas, llamando a los sapos al 101
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sexo. Atrás a sus espaldas las cordillera Rivense, el llano y de frente la isla con el azul de sus montañas, en la distancia divisada, que parecía bailar entre el oleaje del lago. Un brisar, zancudos picando de día y por la noche, pechos y patas de caballos. Ladridos de perros perdidos que en manadas corrían huelleando, el grito del campesino comunicándose y el eco constante, rompían la monotonía de lo natural, junto con el murmullo del chocar de las ramas por las ráfagas del viento, zumbidos, cantos de pájaros y arriba en los cedros y madroños, búhos se oían. El cazador viajaba por los caminitos estrechos, a pie y a caballo, machete afilado en su mano y cortaba las espinas del carrizo bebé chicha y se escabullían entre zarzas del párate hay, que rompían las camisas y enrayas herían los brazos y el chas chas del caballo, que chapoteaba con sus cascos el agua, en los suelos acumulada y nadaba con todo y montado cruzando los esteros. Monos viajaban sobres las copas de los árboles, huían chillando con miedo al tirador y se aculaban saltando de rama en rama en las vegas montañosas, donde dormían y comían los frutos y cogollos tiernos, sustanciosos. En las planadas crecían jícaros sabaneros, con sus cosechas impregnando olores, coloreaban de negro sarro, los frutos maduros caídos, regados entre el tupido pasto natural, que rebotaba repoyante, espeso y arriba de los árboles entre las hojas ralas cubriendo los chirriones y los tallos que estaban nutridos de las parasitarias flor del toro y de la vaca, orquideanas, que se adherían a las ramas, revueltas con los botones verdes redondeados, aún con pétalos en los ombligos tiernos de la nueva cosecha del jícaro sabanero. Las hembras de los alcaravanes graznaban corriendo con sus pescuezos arqueados, levanta102
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dos. Ariscas cantaban al caer la tarde y al poner el huevo en las matonerías escondidas. Culecas con los machos, se turnaban empollando para que los picos tiernos golpearan las cáscaras. Así salían las nasciencias, para que siguieran sustentándose la continuidad del sonido de la vida, cual cantos mañaneros de esta ave, que despierta la vivencia del llano y que es reloj, que da la hora al campesino en aquella soledad, monótona de los jicarales en el llano. Las coyotas aullando parían hambrientas y las manadas corrían olfateando amenazantes y buscaban con el ir del viento a sus presas. Conejos saltaban en las tardes con sus gazapos metidos en las madrigueras y de los fangos salían las tortugas tapaderas, que despertaban enlodadas, sucias del letargo en el verano y caminaban confundidas, inciertas entre el pelotero de jícaros quebrados y sus pulpas negras, que se podrían en el suelo. Florecían los árboles melíferos y en los matones los panales. Zarzas y guarumos con los nidos de búhos y pocoyos que chispeaban con la luz parpadeando por instantes. Urracas, zanates, clarineros volando, guises y palomas con el chocoyal y de los maderos colgaban los avisperos. Picaban las espanta muchachos, menudas, abundantes, pegajosas, las catalas grandes, coloradas, solas, pica y vuela. La roja ahogadora que duerme la lengua y la negra grande, culona, que aguijonea duro con panales grandes, colgantes, llenos de miel Hombres, bosques y flores conviviendo y el grito del sabanero arreando y toteando los ganados. Frutos, semillas y la diversidad, los corteses amarillando, laureles, botando flores rosadas, y el colorido de la floresta, el llano y la laguna en donde abundan los papaturros con sus chirriones de frutilla blanca y dulce y en los humedales crecían 103
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el santol, hogar y alimento, con los nijales para los pájaros. Flores y mariolas, abejas y colibríes y el sonido bujante en los troncos, en las ramas, en los paisajes de la alboreda. Los llanos se iban cerrando. Zarzas, pastos, monte y navajuelas. La floresta yerma de verano, estaba verde, viva con clorofila. Los charcos por el drenar lento del suelo con poca infiltración, empezaban a nutrirse de gamalotales y los ganados se arreaban a las costas, a las vegas, a los cerros y la garza blanca isabelina garrapatera volaba sobre el hato y se paraba encima del cuerpo del ganado, que la toleraba en los sesteos descansando, se comían una a una las garrapatas que arrancaban del pellejo. Tras el rastro de los ganados con la luna saliendo viajaban en silencio los lotes de venados cola blanca. Los machos en el viaje guiaban los rebaños y en forma natural cada uno marcaban los sitios con su almizcle, que fortalecía el celo de sus hembras y demostraba su dominio de rejego. El cazador y la presa. Carlos Arguello transitó por eso sitios, por largos años su grito fue vivencia en todos los rincones. Conocía las pasadas en los esteros, la montaña, la quebrada. El tuvo experiencia de tirador nochero o lampareando, esperando velando de noche y en el día con los perros levantando la huella del venado y salía en las pasadas donde corrían asustados engañados, los venados seguidos de los ladridos punteros de la perra sabuesa. Era una huida, una carrera, atrás el ladrido de un grupo de perros entrenados. El conoció la chispa del pocoyo, roja, estrecha y que se mueve parpadeante. La del potrillo y 104
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el muleto que parpadeaba rojo y que la luz de la linterna lo ciega. La del tigre y el cáuselo más firme, consistente, amarillenta como la del león y la de la vaca roja con reflejo a los lados. Sabía que el venado es cerrero, arisco, desconfiado, astuto. Fiel a su hembra, querenciero con el sitio y no huye lejos. Donde nace, crece, pasta y se cruza. No anda solo, el macho está al frente observando el peligro y huye por instantes con sus hembras y crías. Conoce su entorno y le gustan las pasadas difíciles para huir en donde quizás otros no pueden cruzar. Donde emigra el padre va la cría destetada, huele el peligro desde largo, se esconde echado, olfatea el humo y el meado desde lejos. Levanta la cabeza e inclina las orejas y está atento a cualquier ruido. Por eso Don Carlos encendía un cigarro, con un puño de la mano cerrado y conocía el rumbo del viento y entraba al tacotal contrario. Él sabía que el venado pasta en el invierno a la hora en la que lo hace el ganado, rumia echado, apartado solo en lo oscuro cuidando su hato y en la sombra lo hace oculto. Él alumbraba abajo desde largo, nuqueando a los lados y arriba buscando la chispa con su lámpara Winchester colocada en su frente. Alumbraba en los chinchales y en los claros y quemados retoñados y debajo de los jobos y meleros donde frutean. Los espiaba en los aguaderos contra el viento, calmados, le gustaba verlos llegar. El encaramado en un palo, guindado en una hamaca encima de un ojo de agua, una quebrada, un bajadero, donde aguaban con el suelo lleno de huellas. Esa noche las hamacas colgaban amarradas. El viento apenas se sentía. Truenos se oían y de pronto en el silencio de la noche se oye un sonido, un resbale, brusco en el chorriadero, hay calma, en instantes una laja se desprende.
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Una cría encima del paredón llama a su madre y Don Carlos medio adormitado por la espera se crispa, cabecea, pela bien el ojo. Un venado grande camina tímido, cauteloso, observa arriba y abajo, ve a los lados en el barranco, se chorrea suave, olfatea, da un paso despacio, percibiendo olores, busca movimientos, y mira de frente, se pachonea erizo como con miedo, tuerce las orejas, no hace ruido, evita por instintos el tronar de las hojas secas y las piedras sueltas, salta parándose en tres patas con la cola erguida. El tirador atento, no se mueve se toca el ojo derecho que le pica un poco, agita los dedos, no estornuda, no pea, pierde el sueño, sonríe, acomoda en su hombro derecho la culata del rifle, espera calmado y el venado se agacha para buscar la fuente del agua. Hace contacto con la trompa evitando que no le entre líquido por la nariz de ollares grandes, echa las orejas para adelante y la pone normal y el pulso de Don Carlos se agita, contrae la respiración, siente que se orina, suspira. El venado se mueve y el dedo de Don Carlos en el gatillo de su rifle, Sabach 2-22 inclinado, haciendo mira al bulto hacia el animal y la lámpara se enciende al disparo, un silencio y la exhalación del cazador, emocionado. El cazado cae agachado dando un brinco, suspira, un quejido y el silencio, fella por el ruido de la muerte y los estertores van minando los sentidos. Lágrimas chorrean de los ojos que pierden el ruido se apagan poco a poco y el pataleo final, tiembla y se muerde la lengua atorada de zacate, bilis fluyendo por la nariz y en eso Daniel Bonilla, alias el hembrero, ya al lado derecho de la presa, llama a Don Carlos que se baje de la hamaca y en instantes con destreza, desenvaina su cuchillo de dos filos, de doce pulgadas, cacha blanca y lo desuella certero por un lado y fluye de la yugular cortada la sangre, mientras él se cuida de los cascos que hieren.
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El huelgo se fue perdiendo, el moribundo en temblores lucha en vano y los coágulos drenan cayendo en la poza de la quebrada. Daniel grita, es un macho ramazón de diez puntas, gordo y es más grande que el tirado el año pasado. Este tiro fue en el mero codillo y aquel otro venado ya tirado se fue al brinco bien pegado y corrió herido por los jiñocuagos, se voló el estero al nado. Al día siguiente la perra overa, media oreja levantó la huella y lo encontramos echado, tendido con los ojos cerrados, desangrado y ya desollado lo pelamos, donde la Carmelina Díaz, frente al javillo donde ella lo aliñó. Daniel siempre fue ayudante en la caza, buscaba la piedra de ara, en los librillos de los venados, que el vulgo comenta, pero nunca encontró ese hechizo. Entre los dos cargaron el venado, lo pusieron en la albarda, cruzado, amarrado y se lo llevaron para destazarlo. Dicen que todavía sus cuernos están clavados en una tabla en la pared de la casa y que ellos guindan tajonas, sombreros, cutachas…
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Prosa de Mis Vivencias
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XIV Mi barrio rural rancho chico
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I campo, llanos arcillosos recostados en los cerros de la cordillera rivense, el aire libre que empuja el lago de brisas refrescantes, el caballo, el ganado y la natura, cobijaron la infancia de mis hermanos y la mía. Aprendimos, convivimos y amamos la libertad. La finca del abuelo Vanegas, Santa Alicia, había sido partida por la carretera en los años cincuenta. Emerge con energía Rancho Chico. El esfuerzo crece y se nutre con la nacida de cada uno de los hijos. Se realiza alimentándose con el parto de cada vaca, con el nacimiento de un potrillo. Ese fue el hogar de muchos años, rodeado de familia y trabajadores buenos. Mi barrio era interesante, tranquilo, humano, natural, más solitario que bullanguero. No hubo rokonolas que desvelan, ni tocadiscos que engendran camorras y con guitarras campesinas en tono guapanguero, oíamos mensajes costumbristas como El Pitero Pitero, coplas con sabor a vida y maracas de jícaros sabaneros. Era un estar de familias pocas, distanciadas por las fincas, por las cercas y mojones. Toda la gente de mi barrio era noble, invitadora, sencilla, sincera. Jóvenes y viejos bajo ramadas con guate y en hamacas, hablamos de ganado, caballos, gallinas, de perros cazadores y cuidanderos, chanchos, guatusos y coquimbos gordos y los come crías, pastos... Vivíamos tranquilos, sin noticias malas y entreteja, barro, sogas, tablas y carros en la carretera circulando, los buses Santa Fe viajando de Rivas a Managua y viceversa. Agustín Reyes, Nazario Miranda y Luis Medal, Don Carlos Abarca recogiendo leche, Chepe Cuadra comprando vacas, Ramoncito Velázquez contando cuentos de hazañas ganaderas 109
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supuestas y amigo visitando, crecíamos y crecimos enyugando bueyes entre carretas y chingas, silos, excusados, ensillando y desensillando, lanzando y montando terneros, maneando y herrando, enrejando y ordeñando, haciendo queso y soldando para el agua el molino de viento. Vivimos felices entre zancudos, durmiendo con mosquiteros y en los potreros picapicales, madrugando al colegio bebiendo, leche al pie de la vaca, entre albardas, riendas, frenos, espuelas, la tajona y haciendo gazas y nudos. Borona, frijoles, crema, queso y tortilla siempre había. No fue un barrio corriente, era de Benjamín Bolaños y Cleotilde en Santa Justa, de Santos Castillo, mandador de El Javillo, Albertón el labrador de madera, Rosa y Chico Luis Flores, Carmelina Díaz, Alejandro y Lidia... Fue el barrio de Perfecto Iglesia, Ramón Velázquez, Andrés Chévez y la Irma Iglesia, todos trabajadores viejos, muy queridos. Ese fue mi barrio rural, espacioso, con suelo árido de sonsucuite rajado y negro, alumbrado por candelas de sebo, lámparas de carburo y de tubulares, focos en mano, machete y hacha para leña y fogón de cocinar. Los zancudos se ahuyentaban con el humo de la quema de los montones de cagajón de caballo, en los patios limpios, barridos con escobas hechas con varillas de escobilla morada. Los toros balaban agudo en las noches lluviosas y en las madrugadas dentro de los potreros o en los corrales, cuidaban sus hembras y bravos estaban. ¡Esa fue mi vivencia!. Un sonido mañanero de mi barrio ganadero. Conejos en los matones y boas cazando, perros ladrando, gallos cantando al alba, alcaravanes en los llanos corrían dando la hora, gallinas caían del palo en un aleteo suave y la cocinera retorcía el pescuezo a los pollos, a las aves, las perras paridas espulgábanse debajo del 110
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tambo, vacas echadas entre las cagadas de los sesteos llamaban balando a sus crías y las garzas, pijules, golondrinas y valdivias alzaban el vuelo y los pájaros carpinteros lejos oíanse con su picar buscando gusanos en los madroños agrestes.
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El sol con su nacimiento a los zancudos calmaba y los coyotes cesaban en su aullar nocturno y las ranas y sapos que croan en las noches oscuras y de la luna llena pidiendo el rito copulatorio, cesaban en su musical naturaleza y los niños tiernos lloraban pidiendo su teta, la Irma molía el maíz y echaba tortillas. También se oía un too, too, too, de desvelo, era el aventador hijo de la cocinera, montado en pelo en el arbolito, arriando vacas y llamando al perro Retumbo, buen cusuquero. Arriaba las vacas entre lo claro oscuro metidas en un solo potrero y todas balando seguían la huella de la tarde alegre que había parido la noche anterior y el buey y al toro choto reyneño... Los corrales ya llenos, los terneros balando, las pasadas hondas con lodo y miado, comenzaba el ordeño. Ya Daniel el hembrero, chintano y con el sombrero mal acomodado, bostezando abría la puerta, el balde guindado y el rollo de rejos amarrados y llamaba a las vacas, pasaba la cota, la sarda, la cachimba alegre, la Irma, la Carmelina, la Soledad, la Lidia... y se enrejaban y terminaba el ordeño y venía el desleche. Hacíamos queso y se arriaba el mamanto... Qué días aquellos, con olor a leche, con olor a vaca, con olor a suero y también a hosmeca, potrillos y potros cerreros, yeguas de paso y mulas de freno y espuelas, terneros con jiba hijos de vacas criollas y pardas... Ese fue el estar familiar, con chaguites de guineos cuadrados, sorgo y potreros, llanos con jicarales, lomas y jaraguales y una soga en la mano, un fierro en el fuego, Don Héctor herrando, nosotros lazando y maneando, capando, la Irma cocinando huevos sancochados, Alejandro Martínez viendo y bromeando y la Chepita mi madre, observando, atendiendo.
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XV CARMELINA Carmelina Díaz fue vecina de mi barrio Rancho Chico. Un cerco de tres hilos en el potrero nos separaba, un portillo al final de un caminito trillado, su sencillez, dulzura y su vivencia campesina nos unía. Nació al despertar el siglo pasado y vivió la rutina de su vida con la sonrisa entre el tiangue, horno de barro, caminos, tríos del huellear, caza en los montes y pesca en Ñocarime. Abrió sus ojos a la senda del Camino Real Viejo, propiamente frente al gancho de camino entrando al Charco, rumbo a la Bocana, en la playita de Ñocarime. Creció oyendo los gritos de los carreteros chuceando y cejando bueyes, empujando en los inviernos las ruedas de genícero atascadas en los sonsocuites y el bujido rechinante de los ejes y el sonido de los caracoles y los cuernos que soplaban por los caminos, los carreteros promesantes yendo a Popoyuapa y los viajeros al Chontales, carretas a dos yuntas y su cola de cuarta, bueyes, carretas y yugos, cintas pegadores y bueyeros luchando en los pegaderos. Ella fue natural, silvestrizada, amansó animales, pájaros con sus nidos, venados, alcaravanes, guatusas, guardatinajas, que caminaban entre candiles viejos, trastes de barro, bancas, tinajas, viandas y viajeros que se paraban en el estanco para tomar su cuarta y saborear el guapote y el cangrejo playero. Viajó por las florestas y en los esteros. Corrió por los campos cusuqueando y saco cientos de sus madrigueras. Pescó en las aguas mansas atarrayando y con anzuelos. 113
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Tortugueó en los ponederos ñoqueando y con perros que siempre criaba espantaba arriba de los higuerones y agarra en tierra, en carrera las iguanas y garrobos por docena, monteando siempre anduvo contra el viento. Iba en silencio melenqueando, un machete; candil su lumbre y el morral frío de frijoles cocidos envueltos en tortilla. Dormía cobijada en una hamaca con blanca manta almidonada rodeada de Malinches florecidos, jazmines choteando, un madroño gacho envejecido donde al alba los gallos cantaban y encima del Guanacaste viejo, subían revueltos la pitahaya silvestre y la granadilla casera. Carmelina, morena, menuda, náhuatl, lacios, lisos sus cabellos, entrenzados, medio canos. Peinábalos untados con aceite natural con peineta de cacho de ganado muy de madrugada y en su oreja escondía coqueta una flor de avispa rosada, que cortaba diario de una mata casera. Un puro chilcagre que ella misma fabricaba prendido cenizando en sus labios con fisuras a los lados dibujada, que marcaban los años vividos y la sonrisa campesina, el viento playero, la lluvia, el masticar de su tortilla mañanera con su tuco de cuajada ahumada con el humo del fogonero y el troncho de carne montera sancochada con recado achotado, culantro patiero encaldillada, de un comal viejo quemado frio amanecido. Carmelina Díaz, fue feliz, porque las madres abandonadas con todo y sus crías son protegidas por Dios. Nunca usó zapatos. Los burros de vaqueta y suela clavada con remaches cabezones la golpeaban al andar en sus pies anchos, cortos, ásperos, atamalados, con caite caminaba. Eran hechos de cuero de venado, con coyundas suaves, rebanadas que se amarraba cruzadas en su pantorrilla. Con un huacal de tibio batido sorbeando y tartamudeando 114
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decía, que la costumbre de su raza era el caite. Así lo usaron sus antepasados, padres y abuelos, atenzados, amarrados, cruzados. Yo de niño en las tardes a caballo la visitaba. Mándese apear me decía y sentada en un taburete con una toma de café humeando, el huacal endulzado con rapadura de un atado. Muy amena contaba sus proezas, de la pesca del guapote, la caza de la iguana, las crías quitadas a la venada, de los soldados que en la guerra la obligaron a cocinar, de sus gallinas chollinas y chiricanas pone huevos, de la cegua, del tabaco que de niña aprendió a trabajar moldeando los puros chilcagres para su mamá y de sus viandas y horneados, chorejas en miel, melcochas, el castreo del jicote y la mariola. De pronto atizando el fuego, apagaban su puro con el dedo gordo del pie, para guardarlo aromado y prenderlo de madrugada, después escupía chirre el resto del chilcagre una y otra vez. En el patio sonaba con el maíz, un calabazo bocón y con un ru, ru, ru, cancaneando, chintaneado llamaba sus gallinas, las observaba una a una, las repasaba mental y sabía cuantas faltaban sin saber contar, observaba las crestas y murmuraba “esta lempa la pendeja se almarió, ya busca hacer nido, pone en el monte, esta eriza, suena culeca y esa chollina colorada la dejó tunca un zorro, era buena ponedora, esta traspuesta, no machuca con el gallo” y ya en su mano dijo “que pesa, esta gorda, esta buena para un caldo dominguero”.
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Carmelina desde niña fue tianguera. Madrugaba con chorejas, cajetas y rosca bañada, iba su canasto montado en un rollo de trapo usado encima de la cabeza y en cuadril se acomodaba una batea covada con melcochas colocadas una a una en hojas de naranjo agrio. Era un rollete amarillento, trenzado con canela rallada y con sus caites guindados, enagua tallada chillante, olorosa al natural, iba descalza vendiendo hasta Potosí y Belén. Voceando decía la rosca bañada, la cosa de horno, choreja con miel, melcochas frescas, la Carmelina anunciando y volvía alegre con su venta en un pañuelo colorado en el atardecer acompañada de la música del llano, con el cantar de los alcaravanes, el aullido del coyotal, búhos, ranas croando en los inviernos, el viento y los vendavales. Por el barrio pasaba sonriente, descalza, sudada, cantando y caminaba por las grietas del sonsocuite, desviando los jicarales y aromales, ahuyentando zancudos y sus penas. 116
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Con nostalgia contaba que un día en un invierno lluvioso sintió un latir en su pecho, pronto la hicieron mujer y se arrejuntó con Pancho y la partera viajó con prisa desde Belén. - Dos queresas me pusieron – lo decía sonriente con picardía mestiza y la familia empezó a crecer. Dimas, bueno y el mayor rebelde, pasaron los años y en un verano su hombre vendió la carreta con todo y clavija, pegador cadena, yugos y bueyes, la chancha negra parindera y la vaquilla baya y viajó a Parritas a las bananeras ticas. Nunca volvió. Se lo tragó la tierra y con lágrimas en sus ojos negros, pequeños, la Carmelina decía que no era por celos su llanto, pero el Pancho estaba con otra. Ella siguió en su andar con sus cipotes matacanes, curtiéndose en los soles con sus canastos, lanzando el atarraya en los esteros, corriendo a la par de sus perros por los rascaderos de las iguanas y hoyando en las madrigueras cusuqueando, ya viajaba por las tardes con congoja con dos octavos de cañita adentro. Vivía con su nostalgia estoica, alegre. Mi familia viajó por las veredas del entorno de mi barrio. Ella nos acompañó a caballo y en carreta al charco y al lago. Carmelina fue una campesina sincera, natural como las flores, no dejó su playa, ni su llano árido por congojas. Fue amiga, luchadora… pero un día… vencida… la muerte llegó a su rancho. Entró… no habían puertas y los gallos dejaron de cantar esa madrugada encima del madroño envejecido con ella. Las avispas rosadas se marchitaron de tristeza, cayeron los pétalos de los malinches. Muchos amigos. Nunca estuvo sola. Tronaron con el viento los horcones y las tejas. El cielo lloró brisando, se apagaron para siempre el horno y los fogones, ella yacía dormida para no despertar en su hamaca, co117
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bijada con la blanca manta almidonada y los lugareños del camino real la envolvieron con todo y su hamaca vieja de burillos a la orilla de su madre y su Dimas, en un hoyo en el patio cerca del limón, la taparon en silencio. Ella en su último viaje no caminó. Voló como las aves por los cielos dejando sus caites, su espíritu Náhuatl. Dicen que la han visto por sus rincones, que sus perros de pena se hicieron monteros y lloran y olfatean buscando las iguanas, tortugas y sus huevos. Los alcaravanes por manadas siguieron el rumbo del ave en un éxodo para buscar la raza Náhuatl. Ella fue la última tianguera de mi barrio. Vendedora de melcochas, cazadora con sus manos por instinto, caminante, madre abandonada. Fue un ejemplo, una amiga. Yo aún la recuerdo limpiando pescados. En su horno, luchando dignamente en su pobreza. La gente vieja dice que la Carmelina se hizo sombra, que vuela con las hojas secas, chifla con el viento playero llamando a sus perros y arrea en las ramas las iguanas para que caigan al suelo. Canta al pitero y se hunde en Ñocarime nadando en sus aguas buscando pescados. Se ve en los caminos sin caites cuidando su barrio, llevando canasto y batea, entra a su casa sin puertas, sin techo, ni horcones, ni gente, árboles muertos, sin flores, vaga por el llano botando jícaros maduros y a la orilla del tronco viejo del limón se entierra, cual tortuga tapadera con la luna llena y el aullido en manada de los coyotes al acecho.
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XVI Alameda de mangos Las alamedas son un recuerdo, símbolo de un paisaje de árboles coposos sonriendo con el viento, regalando frescura y verdor a las sombras que oscurecieron los túneles en los caminos. Hileras arrullando, leyendas de naturaleza viva, ecología colonial que adorna mi viejo Rivas. Paraste vientos con tu follaje denso y tus ramajes cayendo tocando los suelos, llenos de flores en tus botones ramilleteando y tus racimos colgados en cienes de pecíolos largos, aguantando tus gajos, que bailaban en la brisa cuajando las cosechas de tus preciados frutos, creciendo al ritmo del canto de los pájaros, y en el entorno de tu misma sombra. Mangos que cortaron pintando sazones los abuelos para las huacas y los caídos maduros que desprendiste para seguir viviendo y continuar cosechando y que recogimos años y años como una tradición, mangueando en las entradas, en los caminos. Saboreando tu amarilla carnosidad pulposa, agarrada y tejida por los hilos como mechas, que insertaste entre los dientes en las bocas de pobres y ricos y tu maravillosa fructuosa que empapaste los labios y ensuciaste caras de niños dando lo dulce de tus entrañas, el sabor de exquisitez y el pellejo de tu piel manchada con camanances de sonrisa, lunareado en negro y sonrosado suave con el brillo dorado robado al sol. Alamedas y mangos en las alamedas creciendo, floreando, cubriendo el valle, viniste hace siglos. Te hiciste natural como en tu clima y navegaste con la vela viajando al vaivén de las olas salpicadas por la sal. Fuiste semilla cortada en la India y ma119
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duraste en tu viaje desde lejos y los que te llevaron a Europa te condujeron en nuevo viaje hacia América. Eres diferente a otras de tu especie y por ello te quedaste como el indio caminante, el Quiribí, el Chorotega, el Nicaragua, que llegaron por las selvas y te reprodujiste rápido como ellos cuando caes y tu pulpa con el sol se enchicha y la humedad hincha tu germen rompiendo tu endocarpio y te abres en embrión y la esencia de tu simiente echa raíces entre la hojarasca que botaste y la fuiste creando y penetraste muy abajo con tus raíces para buscar agua y nutrientes y formar el torrente de tu savia. Mango indio mechudo, llegaste al istmo y lo poblaste, guareciste con tu sombra los caminos soleados de este trópico uniendo con hileras estos pueblos, amainando el polvoriento caminar y para contener con exuberancia el arrebato de los vientos que herían las hojas de los cacaos y también las del añil y los protegiste siglos calladamente indispensable, salvándolos de las tormentas, de las tempestades, del viento playero que sopla injurioso y por ello te sembraron seguido pegando tu tronco con tu hermano. Creciste vigoroso, alto buscando el sol que necesitas y tu cáscara cubriendo tu grueso tallo aguantó el hacha, el machetazo despiadado, el alambre con la grapa clavándote, que como paradoja, recuerda las espinas que ciñeron la corona al Cristo Nazareno. Mango indio mechudo, llegaste al istmo y lo poblaste, guareciste con tu sombra los caminos soleados de este trópico uniendo con hileras estos pueblos, amainando el polvoriento caminar y para contener con exuberancia el arrebato de los vientos que herían las hojas de los cacaos y también las del añil y los protegiste siglos calladamente indispensable, salvándolos de las tormentas, de las tempestades, del viento playero que sopla injurioso y por ello te sembraron seguido pegando tu tronco 120
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con tu hermano. Creciste vigoroso, alto buscando el sol que necesitas y tu cáscara cubriendo tu grueso tallo aguantó el hacha, el machetazo despiadado, el alambre con la grapa clavándote, que como paradoja, recuerda las espinas que ciñeron la corona al Cristo Nazareno.
Eres el manjar nuevo llegado al istmo, con Teobroma Cacao te comparan, el, la bebida de los dioses y tu índigo mango el manjar, el olor que atrae promesantes que buscan a Jesús en Popoyuapa. Protegiste silencioso, fuiste nido del huevo de las aves y alimentaste hasta semovientes y hormigas, meciéndote en las ráfagas del viento te hiciste con el cacao inseparable llegando a ser fiel en la cadena de su vida. Igual lo hiciste con el indígora añil, el azul tu coterráneo, el fue riqueza industrial 121
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por varios siglos y tu cubriste calles, la sombra del pueblo, la del plantío, y el polvo te ensuciaba pardo en el verano, los vientos no te doblegaron, te alzaste vertical rameando coposo y tus raíces como pivotes penetrando hondo en geotropismo entre las cenizas que muchas veces te blanquearon y aguantaste sin sucumbir ante el humo de los volcanes y el de las quemas y en las sequías viviste verde, cosechando. Fue el hacha que te hirió. Ella robó tu paisaje, arrancó la sombra y tu manjar viajó con las nubes de las lluvias, que no caen. Las alamedas fueron cayendo vencidas, entristeciendo los jilgueros. Hoy los zorzales sienten tu partida, los pichones están sin nido, no picotean tus dorados frutos las aves y mis hijos no recogen tus mieles, fuiste generoso, serviste envejeciendote. Tú y la alameda se hicieron promesantes, te llenabas abundante de cosechas esparciendo por miles de frutos en tus rondas, pagando tu promesa a Jesús del Rescate. Las sendas interminables con la majestuosidad de tus techos verdes y tus guirnaldas de pequeñas flores fueron testigo del transitar de un pueblo que emergía en su progreso y sentiste por igual el ruido del crujir de las llantas de las carretas, los cascos y pezuñas y pies de los que se detenían en tu sombra en los arreos, en los sesteos y cuántos soldados en las guerras amontonaron sus rifles en tu tronco haciendo un alto y manguearon en tus rondas y llegaron con hambre por las mañanas y las tardes en las revueltas y huacalonas del acontecer independentista, en la guerra nacional, en la defensa filibustera y en el vivir como República. Miles de árboles de tu paisaje iban cayendo, morían las alamedas y los troncos se pudrían, desaparecieron las filas vivas y los muertos formaban un recuerdo. Yo vi el hacha prendida en tu cuerpo, 122
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sacándote astillas, haciendo la guía como cama en el tronco para que cayeras ayudado por el viento que contenías, brincaban los pedazos de tus linfas y el filo se hundía zanjeando tu madera blanca amarillenta y el hacha cimbraba asida en tus entrañas dando su filo contra lo fino de tu duramen que escondían los vasos por donde ascendía la savia de tu alimento.
Fui testigo del afán del hachero y oí el grito del dueño cuando te derrumbaban porque sembrado fuiste en tierra ajena, como sudaban hachándote y la herida a bisel en tu contorno, iban abarcando consumiendo tu resistencia y tú estoico adolorido con el golpe vibrabas pringando los hombros y la cara con astillas y crujiste inclinándote, para caer de cuajo acostado y por el golpe mortal de tu caída, se desfloronaron tus gajos con los ganchos y tus follajes con los nidos, tu largo tronco se reventó 123
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saltando y para colmo no te respetaron yaciendo tendido, moribundo te separaron descornándote de tus ramas llenas de hojas con las que respiraste y te hendieron freso en rajas y te estibaron en marcos largos para venderte seco como leña. Paisaje convertido en humo, manjar olvidado, fuego en reemplazo de tu sombra, ceniza que el viento esparció porque no huiste, te quedaste con los remolinos y las tolvaneras como el indio caminante en la conquista, él luchó, tú no pudiste y fuiste un muerto a mansalva diciendo adiós cayendo con el viento. Cuando volverás para que seas alameda y en las alamedas los mangos cargados en el túnel de la verde oscura sombra protectora, vuelve para que la lluvia caiga, para tenerte como ecología por tu paisaje, la cadena de la vida reclama tu sombra, tu alimento y el manjar de tu dulzura fruteando para mis hijos, vuelve para que otra vez pagues tu promesa en Popoyuapa.
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XVII Por el rescate de la comedia “La novia de tola” Crónica de la comedia. Pre-ámbulo La comedia de “la Novia de Tola” y su dicho popularizado “te quedaste como la Novia de Tola”, son contenidos de intrínseca correspondencia. Se unen entre sí por el argot. Inseparables se envuelven con el sentido metafórico del acontecer popular, resguardando la memoria del tiempo, en su originalidad. Un drama humano, vivencial, trazado en el rutinar de una espontánea expresión popular, en ciernes en la formación modelando un destino. Fondo y forma El diálogo contado por el poeta Alberto Ordoñez (Q.E.P.D), escrito hará unos tres cuartos de siglos fue un hecho real ocurrido, un sainete suscitado entre frondas, en una época de expansión vernácula que el recogiera en el anecdotario del tiempo, en el entorno de parajes de la geografía de poblados y comarcas rivenses, cercanas, similares, Tola, Nancimí y Belén. Las parentelas familiares con orígenes de similares antepasados. Una mezcla de descendientes, Ruices, Gazos, Pérez, Rodríguez… numerosos campesinos hacendados y finqueros con el arraigo de pobladores y del cultivar de la tierra. Todos primos, tíos, sobrinos, compadres y comadres y otros tantos amigos lugareños conocidos por sus nombres y apodos. 125
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En el ir del tiempo las montañas se iban acotando, caían con el hacha. El poblador se había identificado con los vallecitos, lomas y picos en la sierra, ríos, caminos y cruzadas en todos los senderos, en el arriba y abajo signos vitales de la orientación en el viajar antiguo. Mar y tierra adentro, nacimiento y puesta del sol, caza y pesca y en la rutina el gorjeo de las avecillas, el guis y el salta piñuelas, pululando en un bullicio. Las voces de la naturaleza el sonido vibrante de la selva, un aleteo pausado de las aves pescadoras que en cruzadas vuelan campos, arados y montañas, bahías y mares bravos. Los aullidos de coyotes y perros cuidanderos. El murmullo de las aguas en las corrientes, un contraste con el silbido del viento entre ramas y varillas. Ese era el entorno del ambiente musicalizado, con los mugidos del ganado en su apacentar en vegas y potreros y su estar en los sesteos sombreados en las orillas secas donde rumeaban echados. Ahí nace cobijada por esos páramos como escondida entre el silencio de la noche y brota como manantial, la epopeya de “la Novia de Tola”. Los candiles alumbraban las ranchas. Un descanso nocturno a las anchas y de puertas solo de empujar. El conjuro de un embrujo como el humo penetró en una humilde choza se agazapa a hurtadillas en una mente adolorida por el amor. Canta el búho, se oye un rugido claro, amenazante un felino con hambre cruza, la hoja seca en la vega truena, se oye un cras, una carrera y la venada busca en vano a su cría que avisa en su último berreo. Hay silencio de nuevo cuando en las lejanías en dirección de Brito, el mar suena con sus tumbos en la llena grande de luna nueva.
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La cita del amor Ellos eran dos jóvenes (hembra y macho). Un argot campesino modelado por la unión de hecho, una primacía sutil del maridaje social, que imperaba en ese entonces, Tola y Nancimí integrándose. Un amor platónico en el noviazgo puro y la decisión de pareja de transformar la tiniebla de la noche en su nicho de amor, ese fue el refugio y la vega del río con su poza fue el incómodo tapexco, quisieron así ocultarse y se alojaron en su pasión. En el rubor del alma de ella, dormía la astucia innata de la mujer, la búsqueda de ser amada, amar y poseída, un influjo de seducción asoma, clama en silencio la influencia de la bruja del pueblo. Una amiga la incita, ambas hacen un plan que sería objeto de un hechizo inevitable, que incluía la invitación de una despedida, es el inicio de la disputa del hombre amado, quien también era el novio, el prometido de la hija del Alcalde. El río de Nancimí corría desaguando en su afluencia al de Tola. Una brisa atardeciendo humedece, refrescante en el preludio del invierno, el sol iba cayendo, empezando a ocultarse. Amor y pasión juntos y se enciende con fulgor la llama en el romance. En la cita no hubo espera, ella cumplió como él quería, hora y lugar, en una vuelta del río, donde no habían casas, más allá del trío en el camino donde el sacuanjoche florece, cerca de un nance para pepenar, y las raíces del espavel se hundían en el calpul y rozaban el agua de una hermosa poza. Ella era una casi quinceañera, con sus púbicos aún imberbes, sus pechos apenas afloraban, sonriente de alegría ella le pregunta: “me querés, 127
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estás seguro, verdad que no me abandonarás después”. El, Don Juan, el hijo del dueño de la única tienda del pueblo sonríe y sorprendido le dice “¿y vos Trigueña que crees?”. Los ojos se le humedecen y con voz vacilante increpa “y tu novia”, y él responde “cual?”, y ella le dice “acaso no comentan en la comarca de tu boda”, él calla, ignora la pregunta, hay un forcejeo, el llanto, un no me toques y de pronto los besos y las caricias van despejando las dudas. Ya no importa preguntar por la otra. Todo fluye con el amor, los inspira la corriente, los empuja la libertad. Un deseo mutuo determina, nada puede detener el calor en ambos cuerpos. Ella lucía con la gracia de la sencillez, un cuerpo tierno, puro desnudo al aire libre, tan solo dos trenzas hechas. El idilio es al natural, los dos vibran fundidos en abrazos, se besan incesantes y nadan en la poza de la pasión con desenfreno. Una gota como hilo enrojece tenue el ir de la corriente. Hay pudor y reflexión en su sentimiento de hembra, en lo oscuro casi a tientas se pregunta y ahora que, al que dirán, se acuerda de su madre y se pregunta cómo le digo… por instantes palpita, tiembla, y las dudas inquietantes, el miedo, estremecida dice, “lo hice”…dolor e inocencia desvarío, de pronto son envueltos por la emoción y desvaneciendo angustias clama “soy ya mujer”. Todo como una hoja cae en la cascada, va desapareciendo el hilo de sangre mezclado con el humus de la tierra y entre chirridos de las chicharras, en una noche de verano, un mono curioso despierta y más rápido que vuela cruza por el ramerío, cual techo improvisado y detrás del cerro de frente en la montaña, en su cima se ve un arrebol que asoma, las sombras se habían ocultado rápido. El sol enrojecido se esconde, el caballo apersogado con resoplidos, el manto de la oscurana esperaba la salida de la luna.
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Una vez más y se duermen abrazados para que las quiebra platas los alumbren tendidos en la arena, al lado de la poza cual testigo. Exhaustos, satisfechos, se cubren con la tiniebla, envueltos en las brumas y sus caricias, un hasta mañana y al despertar caminan sedientos todavía en la búsqueda cada cual de su hogar. En la despedida frente a frente ambos juntan sus suspiros viven el momento, palpitan al unísono, sudan igual y entre caricias, besos, y sobijos se calman, entonces, se oye un te amo de él, una voz suave y dulce que se acomoda en el sentimiento, ella le expresa yo también Juan y en instantes la citas nuevas, más amor, y así fue una y otra vez. Los dos caminan ya vestidos, un desvelo acaricia sus rostros, ella va a su choza cerca del piñuelar al otro lado del río, a su casa paternal, ella temblando con pudor susurra y entra con sigilo a su rancha y él como si nada, sonríe, en silencio dice “lo hice y que”, desensilla su caballo de paso trote, bostezando chifla ahuyentando el sueño, quita la jáquima y arrea su rocío hacia el potrero. El machismo fue más fuerte ante las flaquezas de la chavala campesina, la infidelidad con el noviazgo surge, cuál de las dos será la despreciada. Los cuentos van y vienen recorriendo los caseríos, la influencia ajena opinando, la inquina, el mal ejemplo decían unos y los otros expresaban el estigma de la virginidad perdida. El costumbrismo que reza a todas les llega, para eso fue criada la mujer. Todas y todos formando una cadena popularizante de una epopeya, que no era ni la primera ni sería la última. Ella era virgen, una niña en el camino a la adolescencia, frágil. El, un macho creyendo usar la picardía, todo amalgamando una sociedad rural empezando a contar su trascendencia, diríase un 129
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viento popularis llegando, un suceso que marcó el espíritu de la idiosincrasia, amocepada, compartiendo doble moral. Una ocurrencia que el pueblo acogió con estoicismo, un desdén colectivizado y el grito se hizo simpático, el pregonero gritaba “te quedaste como la Novia de Tola” y se fue acomodando a la realidad efusiva del vivir, del bromear, y corrió con su hilaridad como un fuego en el verano. Vox populis Los comentarios de la huida de los muchachos habían llegado a todas las comarcas, la gente hablaba del casorio del señorito Don Juan, con la hija del Alcalde. Ambas familias representaban riquezas y se decía que era un matrimonio arreglado para sostener el capital de los dos más ricos del pueblo. En cambio la trigueña era pobre, humilde, una cipota criada solamente por su madre que se había entregado sólo por amor y de pronto el prejuicio de ser burlada, unos opinaban, no es justo que la abandone, y los otros decían que ella sabía quién era él. La boda había dejado de ser una duda, se habían pagado las dispensas y las amonestaciones en la curia, el pedido de la mano estaba hecho y la lista de los invitados ya había circulado, se daba por un hecho el casorio. La bruja de Nancimí ofrecía sus servicios en la búsqueda del desquite. Astucia y picardía y la creencia en los poderes supuestos de Ña Serapia de parte de la madre de la campesina, que tales asegurarían la protección que era necesaria para que la novia quedara plantada en la entrada de la iglesia de Belén.
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La novia de Tola, llora desconsolada en la Iglesia del pueblo
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Ya los alfileres viejos estaban guardados en una vieja caja sucia, la cera del muñeco era de jicote nuevo, la bruja cantaba la oración maléfica y acariciaba con sus dedos, con uñas largas llenas de tierra, los pelos ajuntados sacados de un sombrero de Don Juan. En unos potes estaban los brebajes y los menjunjes, untos, revoltijos, aguas coloreadas con achiotes y más. Todo esperaba que alguien confirmara el embrujo y la vieja vestía una raída enagua, un pañuelo en el pelo enredado y su cara toda pintorresquiada tratando de dar ínfulas de su poder de ultratumba. El pueblo de nuevo despertaba era un alba que anunciaban las carretas, los bueyes pujaban entre gritos en las trepadas y los que chuceaban guiando las yuntas que salían rumbo a Rivas, Las Salinas, Belén,… la paciencia era una manera de actuar en esa época quizás la influencia del trajín de la carreta en su lento viajar, con la pausa de su monotonía en el rutinar, había influido en los comarcanos, los cercos alambrados y de piñuelas, seguían las rondas y lindes iban contorneando los recodos en los recovecos del río. El ir de las alamedas cubriendo las vegas, las ramas bajeras por donde asomaba un huerterío y la vivencia, no faltaba un chiquero, el traspatio de apersogue del caballo y los bueyes y las ramadas con guate para la bueyada. Un estar sencillo, refrescado por almendros y espabeles, un ambiente forjando un bucolía de vigor y vida, trabajo y alegría y las guitarras guindaban de los horcones con las cuerdas desafinadas, alguien cantaba y rascaba la suya buscando el tono, la afinada y se oía el canto del pitero, la canción del niño que su madre dormía y la del hombre abandonado con el corazón partido y luego bostezando dormían en su hamaca amarrada.
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Lo pintoresco de la tradición del costumbrismo, corre con la brisa que empuja la hojarasca, va por hoyadas, surca cañadas arreando codornices, asusta perdices, vuelan alto las pavas y el guardabarranco con el chocoyo vuelan, chilla la urraca, peleando y en las ramas de un coco alto y viejo se mueven colgando los nidos de las oropéndolas y ahí en ese desparpajo va cabalgando con la bulla y el viento, resuena “te quedaste como la Novia de Tola”. El lugareño al madrugar lleva su morral frío, machete, calabazo y bordón. Amontona la basura y quema los montones en su fajina mañanera y se echa en su boca su tuco de dulce de rapadura, saborea su toma del tinto café ralo y toma una bocanada de tibio con sal, ese fue un aliño, su puntal. En su limpia hundía el espeque golpe a golpe tiraba la semilla en el hoyo, que tapaba en seco esperando el aguacero y tardeando la fajina para completar el día, trabajo que hacía en la huerta preparando su postrera. Mientras las mujeres lavaban en la poza, el comentario era igual, la boda y la otra abandonada dos bandos discutiendo y los gallos cantaban de madrugada encima del caimito donde crecía la chaya revuelta con la pitahaya criolla, gallinas chirizas y chiricanas con las culecas rascaban y los polluelos con las búlicas picaban la payana. El gallo machucaba, los pollos matacanes empezaban a cantar ronco y tras el cacaraqueo de la gallina el huevo y el cuillo del chancho coquimbo, iba en el trío al río. Desenlace Los arreglos de la boda eran toda una noticia importante. La burla a la trigueña ya se daba por un hecho, la bruja estaba callada, había congoja y la gente preguntaba a donde está el poder de la bruja, 133
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ese ya está casado, no hay vuelta de hoja. Estaba triste la madre consolando a su hija, quien soñaba un vestido nuevo de organza o tafetán. Al menos a ella su primer hombre le construyó su posada, un rancho, después se fue con otra y las abandonó. En cambio la novia se sentía ganadora, hacía gala y menospreciaba a su rival, con orgullo comentaba del arreglo de la iglesia, los adornos y recuerdos, un fotógrafo llegaría al acto desde Rivas, y el Alcalde había invitado a los funcionarios de todo el departamento. El cortejo sería integrado con doce muchachas. Todas vestidas de rojo chillante y borlas claras, el diseño era igual para todo el grupo y la costurera de Rivas ya había tomado las medidas y llevado a cabo los ajustes, tela, hilo, encajes, tela de fustán y todo ya estaba comprado. Muchos de los invitados tenían sus mudadas y zapatos nuevos. Las listas de carretas y de los grupos que viajarían a caballo se conocían. Era público el detalle del vestido que había sido traído de Granada y las mujeres hablaban del peinado, de la peineta de carey, del ramo de flores con un toque alegre de buganvilias, del jardín del cura y las frescas y olorosas cortadas en su casa del jazmín del cabo. Todo lo de las viandas, las doce gallinas rellenas, los henchidos, carnes tapadas y asadas, de chancho, res y ave toda estaba contratado. El día estaba arreglado un sábado antes de los bautizos y las confirmas, que se hacían con la llegada del Obispo, la iglesia parroquial de Belén era la escogida para el acto, porque aún Tola de ella dependía en lo eclesial, la especulación crecía, igual los comentarios, nadie se atrevía a decir que Don Juan se iba a sentar para atrás. Los bandos aumentaban, 134
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claro un acontecimiento que ya le llamaban la boda del año y una chavala compitiendo en medio de su pobreza ante una novia adinerada, aquello debió ser extravagante, en una sociedad tan conservadora, ya que la hija del Alcalde estaba bien apoyada, en cambio la joven amancebada sufría, pero se comportaba con altivez y luchaba para quedarse con él. Aquello era un “aura popularis”, dirían los antiguos griegos y latinos. Un grupo exaltaba los dotes del muchacho, hablaban de su hombría y suerte de tunante, bueno a las mujeres, pícaro, piropero y parrandero. Los músicos de la filarmónica llegarían a la fiesta desde Rivas, porque el Alcalde el gran suegro, así lo había preparado y los cuetes comprados en granada, habían sido traídos en el Vapor Victoria. La pólvora fue calculada a tres cargas por cada carreta incluyendo los montados, más los tirados con la música típica promocionada al momento de entrar la novia a la iglesia y además se reventarían bombas detonadas en el atrio y se le daba guaro a todos los chambelanes y comida al visitante. Realce al poeta y su obra El poeta Ordóñez (Q.E.P.D.), dejó para la posteridad la obra “lá Novia de Tola”. En su trabajo literario, demuestra que fue dueño de metáforas con marcada espontaneidad. En su escrito realiza una trama con un lenguaje costumbrista, reseñando el vivir con un contenido penetrado de malicia y picardía, que en una prosa fluida, sorprende al lector. Es un relato humanizador que sigue siendo actual en el desarrollo de las sociedades y no escapa a la hilaridad, cuando crea para su presentación artística, un elenco donde participan diversos personajes que también se visten a la usanza de la época.
El centra el fondo en el drama y trama, no en 135
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la novia que al final queda en espera del novio en el altar, sino en la joven amancebaba, pobre y en la astucia que la hace motivar un plan para retener el viaje de su galán a la iglesia, lo embriaga y logra quedarse con él. La fluidez del idioma en su trabajo está caracterizado por el influjo de un Nahualt inserto, y se permitió la propalación de su obra teatral, un clásico nacional, que hoy llega hasta el ámbito internacional. El tema de la obra es un reflejo de lo vivido en una época de aglutinación social, de mera realidad rural. El dicho nace y une al nicaragüense y se oye en cualquier parte del mundo donde habite. Esto nos recuerda la expresión magistral de Virgilio en la Encida III, 121, en donde el filósofo y poeta latino expresara “la rapidez con que se extiende una noticia”. Así logra retrotraer del tiempo antiguo esa axiomática y pudo desarrollar su obra en forma oportuna In situ con sentir autóctono extrajo un argot real y lo dimensionó para una forma volat de la comedia criolla. Así la obra se baña con el populismo primero en Rivas y prontamente se va extendiendo como una nube de nicaragüensidad, fue coincidente, con el mismo Virgilio, cuando este relata en las Geórgicas, 119, en donde este gran pensador, celebra la felicidad al igual de aquellos con espíritu vigoroso y penetra los secretos de la naturaleza y se sirve así, sobre las opiniones de los demás. Ordóñez, con su originalidad mestiza, nacido en las arboledas de las alamedas de mangos, que cuidan con su frondosidad del viento primero al cacao siglos atrás y hoy al plátano. Afina su pluma de escritor y poeta y se apropia del entorno, lugar del pueblo y canta un español nahualtlizado perenniza la expresión del habla, que aún transita hacia el Castellano. 136
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La entrada de la novia La iglesia de Belén estaba llena, en naves y atrios, olía a pólvora reventada, los cohetes silbantes y los invitados y curiosos hablaban, las campanas llamaban repicando una y otra vez. La novia en el altar esperaba sofocada por los ajustes de la ropa interior y el marinaquis, abultaba la enagua del vestido color blanco con encajes, mucha gente salía y entraba, los invitados impacientes sudaban, el murmullo, el novio no llegaba. Todo listo, la espera, la angustia de la novia, su papá el Alcalde ido veía hacia la entrada esperando la presencia, la familia del novio también extrañados se encogían de hombros. El sacerdote listo, vestido con sus atuendos, la campanita, el incienso, la mirra, esperaba… De pronto una voz afuera grita “ñor Alcalde, ñor Alcalde”, era un chavalo enviado que con voz asustada decía: “Don Juan, Don Juan se fue”, Don Juan atrapado con la moza con el embrujo y el engaño por amor, lo retuvo. Ellos van corriendo en su caballo, ella en la polca, la joven del piñuelar había ganado y ya se bañaban en su poza. Dicen que se amaron, tuvieron una prole. La novia quiso que el destino le marcara y también tuvo su hogar. Fue un final entrecortado en la felicidad, diseñado por sucesos que así pasan, nadie fue culpable, nadie infeliz, sólo sobresaltos y los cuentos siguen viajando con el viento, y la obra se incorporó a la cultura nacional. Virgilio dijo: Félix qui potuit rerum comnoscere causas y el ya también ido el Panida de Buenos Aires sigue diciendo con la voz del pueblo: “te quedaste como la Novia de Tola”
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EPÍLOGO
E
l istmo de Rivas fue la tierra predestinada de los Nahualt, cuando llegaron al volver la vista hacia aquel inmenso lago con dos volcanes se encontraron con las señales inequívocas descritas en la profecía del Alfaki. El istmo de Rivas era un verdadero puente para las antiguas migraciones precolombinas, los primeros pobladores fueron los Kiribisis quienes fueron llamados huidores y fueron expulsados a las islas del lago y mas allá y en el Caribe se mezclaron con tribus antillanas y así los Misquitos emergen conservando su lengua Chontal, luego los Chibchas y Chorotegas, que fueron vencidos por los Nahuatl quienes se asentaron y bautizaron este lugar con el nombre de NICAN NAHUALT que significa hasta aquí los Nahualt. Cuando vinieron los europeos quedaron maravillados ante el asombro de la naturaleza pasando del trópico seco al trópico húmedo, poblado de indígenas, con quienes dialogaron y luego pusieron sus fueros. Fue nombrado como valle de Nicaragua durante la colonia y años más tarde un 19 de septiembre de 1783 elevada a villa de la purísima Concepción de Rivas de Nicaragua. Por estar situado en un lugar privilegiado en nuestra geografía Nacional, el Istmo de Rivas fue importante corredor de tránsito en la colonia, el amplio istmo que separa las aguas del Océano Pacífico con las del lago de Nicaragua, por su parte más estrecha mide 18 Km, lo que ha despertado durante muchos años, el sueño de un Canal interoceánico que daría acceso fácil de uno a otro mar, para el comercio de los hemisferios.
William Wells un ilustre periodista norteamericano, viajando de San Juan del sur a Rivas en tiempos de la ruta del tránsito, anotó en su diario nombrando a este istmo de Rivas “Jardín del mundo”. El Presidente de Nicaragua General Tomás Martínez en uno de sus mensajes la llamó “Jardín de la república, joya preciosa, esmeralda de imponderable valor, tierra de promisión. Cabe destacar al historiador rivense Don Sofonías Salvatierra en su Post Scriptum Antología de Poetas rivenses, la llamó “Rivas la chica bien del medio día nicaragüense y en el décimo nono independiente”. En su periplo desde la prístina historia del istmo rivense, cuna del Cacique de Nicaragua, Agustin De Jesus Lacayo Vanegas titula su primer libro “mi tierra: Istmo de encanto”, una obra literaria criolla del folklore Nicaragüense con un caudal léxico y un lenguaje de la cultura mestiza, un himno a la naturaleza y a la vida rural donde se mezcla la leyenda y poesía, con tonalidades musicales como si fueran narradas en voz alta. Una prosa ecológica con una sabia reflexión del medio ambiente, la abundancia de palabras de la flora y fauna, fotografías escritas con bellos adjetivos; toda una lectura excitante, ubicándonos en un tiempo determinado de la historia de las haciendas coloniales. La ciudad de Rivas empezó a nacer en 1607 cuando los hacendados de la comarca recibieron la autorización del obispo para fundar una parroquia junto a la abundancia de vida acumulada comenzó a formalizarse como una ciudad y la más importante de Nicaragua. “Mi tierra: Istmo de encanto”, es una obra literaria enraizada en la libertad de los mestizajes lingüísticos y de lo real maravilloso, las tradiciones en viejas haciendas por caminos carreteros, veredas y trochas, todo ello, Influido por la vida rural hípica y
ganadera, y contiene también con mucho humor y picardía un refranero de bombas, coplas, sainetes y bailes; es decir una obra de teatro para recrear el enamoramiento fiestero costumbrista de la época colonial. El autor da un gran valor descriptivo a la vida bucólica; una narrativa con un lenguaje muy humano para comunicar sus sentimientos y contar el pasado de su infancia, en su prosa de mis vivencias, están escrita de una forma tan natural, en un ambiente campesino que son testimonios anecdóticos del autor, un personaje como Carmelina es un paradigma de una prosa recién alumbrada toda una hazaña literaria como bien decía el poeta rivense Alvaro Urtecho: “Agustín Lacayo Vanegas tiene una prosa bellísima de la América aborigen y panamericana”. Bien podemos concluir que esta obra es un aporte del lenguaje antropológico de la literatura a nuestro acervo cultural Nicaragüense. Leonel Lacayo Maliaño
Indice Prosa Histórica y Costumbrista de la época colonial I. Costumbrismo y desarrollo de la época.........13 colonial. II. Coplas y bombas: Un argot olvidado.............22 Prosa ecológica................................................35 III. Nace el lago con su istmo, islas y volca........36 nes. IV. El sitio de los vivientes Nahuas....................44 V. La muerte del corozal...................................55 VI. Ometepe y el Istian.....................................58 VII. Simientes forestales viajando.....................62 VIII. San Isidro Labrador...................................65 IX. La Mohosa ya no truena..............................73 X. Guacalito de la Isla......................................79 XI. El salto de la boa en la quebrada................82 XII. El Garañón retinto.....................................93 XIII. La caza del venado..................................100 Prosa de mis vivencias.....................................109 XIV. Mi barrio rural Rancho Chico.....................110 XV. Carmelina..................................................114 XVI. Alameda de mangos.................................120 XVII. Por el rescate de la..................................126 comedia de la Novia de Tola. Epílogo Glosario náhuatl
Glosario Nรกhuatl
Recopilación Agustín de Jesús Lacayo Vanegas A • Aborigen: persona, animal o planta originaria de un lugar. Primitivo poblador. • Aderezo: condimento que se agrega a una comida para dar sabor y color. • Adobe: caldo o salsa para sazonar con vinagre, sal, orégano, ajo, achote, etc. • Agazapado: agacharse o situarse escondido detrás de algo. • Agorrero: que adivina por agueros o cree en ellos. Que predice males y desdichas. • Alcaraván: ave palmípeda que grazna y corre en los llanos. • Al cuadril: expresión de forma de chinear un niño con las manos indígenas que lo soportaban en uno de los de la cintura. • Alfakin: adivinos, especie de adivino, agoreros y conductores espirituales de los náhuatl. • Anzuelos: garfio de metal para pescar con un cable. Se usa una carnada. • Añil: arbusto que produce una pasta azul oscura se saca de tallos y hojas. Utilizada para teñir algodones por el aborigen y fue el primer producto de exportación al viejo continente. • Apataco: náhuatl, tendal de ladrillo de baro. Nombre de un poblado en San Jorge, Rivas, Nicaragua. • Apompua: náhuatl, donde el agua se hace lodo, donde se reparte el agua. • Arcano: tiempos muy antiguos. • Arco y Flecha: instrumentos rudimentarios para soldados y casa. Muy antiguos. • Arrear: arreo, robo de ganado. Estimular a las bestias con la voz, espuelas y el golpe. • Astagalpa: Astagalpa, del náhuatl que significa
sitio de las garzas. • Astral: relativo a los astros. • Atarraya: equipo tejido que se usa con plomo para pesar lanzándolo en forma abierta circular al agua. • Atol, Atoles: bebida hecha de harina de maíz y agua hervida. Origen náhuatl. Actualmente se usa agregando leche. • Aullido: grito agudo y prolongado que emiten algunos animales. Lobos, perros, coyotes. • Ayagualo: nombre náhuatl dado al lago Cocibolca por los nicaraos. B • Bisteot: náhuatl, significa Dios. • Boca chintana: expresión del vulgo. Boca sin dientes. C • Cachuquine: náhuatl, sinónimo de cacique. • Cacique: nombre dado al jefe de tribu por los indígenas en América. • Calabaza: recipiente para guardar liquido. Hecho con fruto de jícaro y ayote gigante. Usado por los campesinos para llevar el agua a los campos de trabajo. • Calar: alcanzar un buque determinada profundidad en el agua. • Cali: náhuatl, significa casa. • Canalete: remo de pala muy ancha, ovalada de mango corto. • Canoa: embarcación estrecha y sin quilla, similar a la piragua. • Casqueo: término usado en caballería. Movimiento del freno que el caballo hace con la boca y rosa el bocado con los dientes y la lengua. • Castreo: de la Mariola operación de sacar miel de un árbol silvestre. • Cenit: punto en el cielo, que corresponde vertical a un observador. Punto culminante. Momento de apogeo de una casa o una persona.
• Centli: náhuatl, significa mazorca de maíz. • Chapina: cojear de un animal por daño parcial del casco y uña. Rencura animal. • Charco verde: laguna en la isla de Ometepe, Rivas, Nicaragua; contiguo al lago Cocibolca y al volcán Maderas. • Chicha: bebida hecha de maíz utilizada por los nicaraos. Se alcoholiza por fermentación. • Chillidos: alaridos agudos de los niños y de algunos animales. • Chilote: maíz tierno, se consume como alimento en varias formas y combinaciones. • Chincaca: nombre sutil dado por el pueblo a la pelvis. • Chinchorro: parecido a la atarraya. • Chiniar: tomar en brazo a un niño. Sentimiento maternal. • Chirizo: dícese al pelo liso parado. • Chorotega: náhuatl, tribus venidas de México a Nicaragua en los anteriores siglos de la llegada de los nicaraos. • Coat: náhuatl, significa serpiente. • Comal: disco de barro que se moldea usado en América Central para cocinar las tortillas. • Cumbas: recipientes hechas del fruto de jícaro. Uso antiguo para beber, los nicaraos los usaban para beber el tibio y el pinol. E • Elote: fruto tierno del maíz que se come cocido o asado. • Espeque: instrumento rudimentario hecho con punta de madera utilizado para siembra. • Espingarderos: soldados que utilizan espingarda. Fue utilizada contra los Nicaraguas por primera vez en Abril de 1523. G • Geogenia: relativo a la evolución de la tierra. • Geórgica: composición poética sobre la vida en
el campo. • Gil González: uno de los conquistadores con rango de capitán. Se entrevistó con el Cacique Nicaragua en la cruz de España en Rivas. • Gamalote: zacate natural poco suculento que crece en las vegas de los ríos y en humedales. Muy alto y tupido. • Graznar: ruido que hacen algunos patos y aves. • Guano: deyecciones de algunos patos y aves. Abono orgánico. • Güirila: tortilla hecha con masa de maíz pujagua. Comida por los aborígenes. H • Huacal: vasija para tomar agua hecha de fruto de jícaro. Hombre grande, hombre alto. Bejuco que crece en el trópico húmedo I • Istian: náhuatl, depresión entre los volcanes Concepcion y Maderas (galillo delintia) nombre del rio que fluye en el istian. L • Ladrillo de alza: ladrillo de barro quemado para construcción de uso. Muy antiguo. • Lamas: tipo de alga verde que crece en los ríos. Contaminación Eutrófica. • Liendre: hembra de los piojos y niguas. M • Macat: náhuatl, significa venado. • Malinac: náhuatl, significa mono. • Mecate de guineo: expresión vulgar, cuerda rustica hecha de fibra retorcida de tallo de guineo u otra musácea. • Misiste: náhuatl, significa muerte. • Mixcoatl: Dios de la caza. • Mixtlan: náhuatl, significa lugar de los muertos en el firmamento.
N • Nahualapa: rio que se esconde. • Nesquiza: mezcla de cenizas con agua para revolver con el maíz cocido. • Niguas: parasito que se introduce en los dedos de los pies. Satrófico que está en proceso de desaparición. Produce una liendre que se desarrolla intrapellejo en la carne humana. Ñ • Ñoca: náhuatl, significa tortuga. • Ñocarime: náhuatl, ñoca, tortuga, e ime, donde, donde abundan las tortugas. Lagunas con extensos humedales que está a la orilla del lago entre los municipios de Buenos Aires y Potosí. O • Oate: náhuatl, significa águila. • Ocamote: náhuatl, significa perro. • Ocelot: náhuatl, tipo felino americano. • Olin: náhuatl, significa movimiento. • Olmecas: tribus muy antiguas en México. • Ometepetl: náhuatl, significa entre volcanes. Isla en el gran lago de Nicaragua coronada por dos cerros. Tierra prometida que buscaron por siglos las tribus de los Nicaragua. P • Pansaco: náhuatl, pan, dio lugar. Tzacualli_adoratorio. Lugar de oración de algún ídolo. • Pedernal: material duro utilizado en épocas primitivas para hacer fuego frotándose entre sí. • Pejibaye: planta de la familia de las palmeras que se caracteriza por tener su tallo lleno de espinas largas, produce un racismo con frutos comestibles. Es del trópico húmedo. • Petroglifos: dibujos, signos y simbolos hechos por los indios grabados en roca. • Pinolillo: bebida muy nicaragüense utilizada por los primitivos. Mezcla de maíz tostado molido con cacao tostado y pimienta.
• Piojo: ácaro que vive en los cabellos de la cabeza, casi desaparecidos. • Popeaba: hervía, brotaba, hacia popa. • Pozol: comida original hecha con tamiz batido y hervido. Q • Quatlcacolca: poblado o calpul en San Jorge en el tiempo de los Nicaraguas. Capital de la antigua Nicaragua náhuatl • Queresa: Huevos de Mosca que eclosionan en una herida y forman miasis. • Quespar: náhuatl, significa cuajipal. • Quiateot: Dios de la lluvia, el trueno, el rayo y el relámpago de los náhuatles. • Quiauit: náhuatl, significa lluvia. S • Sapoa: náhuatl, Sapo_Atl_Zapotl_Zapote_Alt_ Agua, rio de los zapotes. • Sieat: náhuatl, significa lagarto. • Sintiope: náhuatl, significa camino de mazorca. Centli_mazorca de maíz y Otli_camino. Nombre de una región central en la isla de Ometepe. • Soconusco: región antigua en el centro de México desde donde se desprendieron los chorotegas y los nahuas. • Solentiname: náhuatl, somotename. Archipiélago de islas en el sur del lago de Nicaragua. • Sonsapote: náhuatl, tzontli_cabello, zatoti_zapote. Zapote mechudo. • Sontol: planta erecta, alta, tubular, poco suculenta que crece en los humedales. Sirve para hacer esteras o asterias para dormir fue usada por los aborígenes. • Sucuyá: náhuatl, xocotl,_fruta agria, y yan, lugar, xocoyan. Lugar donde hay jocotes.
T • Tajarrazos: Manotón que da un animal provisto de uñas. Tajarrazos de león. • Tamal pisque: hecho de maíz cocido en masa empacado en hoja de plátano. Comida indígena. • Tapecat: náhuatl, significa pedernal. • Tapisca: náhuatl, significa doblada de maíz para que se seque la mazorca en la mata. • Teoca: poblado en la región de San Jorge. Fue un calpul importante en la época precolombina. • Tepetl: náhuatl, significa cerro o pueblo de los grandes cantaros. • Ternilla: Llamada así por los ganaderos en la región de los ollares de la nariz y los labios de la boca de una baca. • Tescuit: tuco de tortilla. Expresión popular, un pedazo de tortilla. • Tezarit: náhuatl, significa templo de adoracion. Un lugar para ceremonias idolatras. • Tichana: náhuatl, significa agua fresca. Nombre de un poblado en la isla de Ometepe en la región del volcán Maderas. • Tinajas: vasijas hechas de barro moldeada a mano, utilizada por los antiguos para guardar agua fresca. • Tiste: similar al pinol, bebida antigua de los nicaraos. • Tligues: náhuatl, significa negrito. Nombre de un pueblo en la isla de Ometepe. • Tonatiuh Ixco: náhuatl, significa en el firmamento, en el que el sol da en la cara. • Tortillas: tortas hechas con masa de maíz asadas en un comal. En sur América les llaman arepas. • Toste: náhuatl, significa conejo. • Tzontli: náhuatl, significa cabello. • Tzuntecomatl: náhuatl, significa cabeza y zapotl, zapote. Zapote con cabeza.
W • Waina: cacique kiribí. Participó en la guerra cuando fueron expulsados del istmo de Rivas por todos los chorotegas. • Wiscoyol: planta silvestre de trópico seco de la familia bambusia con muchas espinas en sus tallos erectos. X • Xalte va: antigua ciudad en Granada en donde se establecieron los españoles. Hoy un barrio de la ciudad. • Xiuh-coatl: náhuatl, xiuh_azul y coatl_serpiente. Serpiente azul. • Xochit: náhuatl, significa flor. • Xólotl: náhuatl, significa cocotal y telt cerro. Cerro del jocotal sosocoltepe. • Xoxoyta: un calpul de los pueblos náhuatl en el valle.
Y • Yol tamal: tipo de tamal hecho a base de pasta de maíz, se empaca en la tusa (bráctea de maíz). Z • Zapol: zapote náhuatl.
Hurga, aprende ni単a / goza en el jard鱈n de tu infancia / donde las ma単anitas se abren, Y ense単an su candor / retoza en sus colores, el rojo y el verde de tu esperanza / Crece con el aroma y sus fragancias, busca a Dios y camina entre sus paisajes.